miércoles, 11 de mayo de 2016

MAYO, MES DE MARÍA - DÍA 11 - MADRE SIN MANCHA


Mayo, Mes de María
Décimo primer día: Explicación de las letanías




Mater inviolada

Madre sin mancha. Las comparaciones que se emplean para explicar la integridad milagrosa de María, a la que se compara comúnmente a un espejo, que nos perturbada en lo absoluto por los rayos del sol que lo penetran, siendo insuficientes y por debajo del misterio de una Virgen Madre, no se puede sino admirar en un respetuoso silencio, la manera extraordinaria en la que el Hijo de Dios quiso ser concebido y nacer. ¿Le fue más difícil salir del seno de su Madre sin violar su pureza que salir de su tumba sin remover la piedra, sin quebrar el sello?

Mater intemerata

Madre sin corrupción. En efecto, ¿no convenía que María, que había estado unida a su divino hijo en los decretos eternos de la Providencia, fuese impecable por la gracia, como Jesucristo lo fue por su naturaleza? ¿Y no convenía que la Madre de un Dios no haya debido ni podido estar un instante bajo el imperio del pecado? Igualmente, San Agustín quería que no se hiciese mención de María cuando se hablara del pecado. No podemos hacer nada mejor que compartir los sentimientos de ese gran doctor; y reconociendo a María como Madre de Dios, reconozcámosla como una Madre que estuvo exenta de toda corrupción.

Ejemplo

El P. de Smet, misionero de la compañía de Jesús, en medio de las naciones salvajes de América del Norte, abordaba, hace algunos años, a la poblada de los Pottowatomies, que viven sobre las márgenes de los Osages. Como se descargaba sus efectos, se llevó a bordo a un muchacho que estaba peligrosamente enfermo. Se hacía tarde ya, y debido al equipaje, el misionero no podía ir a la cabaña que el gran jefe le había preparado. Seguí, pues, sobre el barco. Ahora bien, durante la noche, el joven enfermo sufrió mucho. Los suspiros que le arrancaba el dolor impulsaron al P. de Smet a entrar en su cuarto, con el fin de aliviarlo o de consolarlo. Esta intención caritativa del misionero conmueve al muchacho, que le abre su corazón. “Soy católico, dijo, incluso recibí una educación del todo cristiana de uno de mis tíos, que era un eclesiástico lleno de celo. Practiqué mucho tiempo la piedad y, en especial, siempre tuve una especial devoción por la Madre de Dios. Hace seis años que viajo por las montañas, en medio de una tribu salvaje, sin haber encontrado ningún sacerdote y, sin embargo, nunca olvidé a María. “Sin duda es ella la que me conduce ante usted, hijo mío, respondió el venerable misionero; ella quiere verificar en su persona las palabras de San Bernardo; que nunca se la ha invocado en vano. Créame, aproveche de esta gracia que le ha concedido. Hace tiempo que no ha purificado su conciencia, tal vez tenga reproches que hacerse. Comience s confesión”. El muchacho accedió de buena gana a la invitación del ministro caritativo; se confesó en medio de grandes sentimientos de piedad y recibió también la Extremaunción. El P. de Smet supo después que había muerto al día siguiente de su llegada.

Si nos encontramos frente a grandes dificultades cuando cumplimos nuestro deber, recurramos a María


Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa

EL BIEN MÁS PRECIADO


El bien más preciado



Cuenta una historia europea que hace muchos años atrás un joven y una muchacha, enamorados decidieron casarse. Dinero ellos casi no tenían, pero ninguno de los dos se unía por eso. La confianza mutua era la esperanza de un bello futuro, siempre y cuando se tuvieren uno al otro.

Así, pusieron una fecha para unirse en cuerpo y alma. Antes del casamiento, la muchacha le hizo un pedido al novio:
- No puedo ni imaginar que un día podamos separarnos, pero puede ser que con el tiempo uno se canse del otro, o que te hastíes de mí, y me mandes a mi país. Quiero que tú me prometas que si alguna vez eso acontece, me dejarás llevar conmigo el bien más preciado que yo tenga entonces.

El novio sonrió, encontrando sin sentido lo que ella decía, más ella no quedo satisfecha hasta que él, lo puso por escrito y lo firmó. Se casaron.

Decididos a mejorar sus vidas, ambos trabajaron mucho y fueron recompensados, cada nuevo suceso los hacia más decididos a salir de la pobreza, y trabajaban cada día más.  El tiempo pasó y el matrimonio prosperó. Conquistaron una situación estable, y cada vez más confortable, y finalmente se hicieron ricos.

Se mudaron a una amplia casa, hicieron nuevos amigos y se rodearon de los placeres que da la riqueza. Se dedicaron a sus negocios y a sus compromisos sociales, pensaban más en esas cosas que en ellos mismos.  Discutían sobre qué comprar, cuánto gastar, cómo aumentar su patrimonio, pero estaban cada vez más distanciados entre sí.

Cierto día cuando preparaban una fiesta para amigos importantes, discutieron por una tontería y comenzaron a levantarse la voz, a gritarse y llegaron las inevitables acusaciones.
- Tú no estás conmigo, le gritó el marido, solo piensas en ti, en ropas y joyas.  Búscate lo más preciado como te prometí y regresa a la casa de tus padres. No hay motivos para continuar juntos.

La mujer empalideció, y lo encaró con una mirada muy apenada, como si acabase de descubrir una cosa nunca sospechada.
- Muy bien, dijo ella por lo bajo, quiero irme ya, pero vamos a estar juntos esta noche para recibir a los amigos que ya fueron invitados.

Él estuvo de acuerdo. La noche llegó. Comenzó la fiesta con todo el lujo y la abundancia que la riqueza permitía. En la madrugada el marido se adormeció exhausto. Ella entonces, hizo que lo llevaran a la casa de los padres de ella, con cuidado y lo pusieran en la cama.

Cuando él despertó a la mañana siguiente no entendía que había acontecido. No sabía dónde estaba, y cuando se sentó en la cama para mirar alrededor la mujer se le aproximó y le dijo con cariño:

- Querido marido, tú me prometiste que si algún día me enviabas de regreso, yo podría llevarme conmigo el bien más preciado que tuviese en ese momento. Pues bien, tú siempre serás mi bien más preciado, te quiero a ti más que a todo en la vida y ni la muerte nos podrá separar.

Se envolvieron en un abrazo de ternura, y regresaron a la casa, más apasionados y enamorados que nunca...

Moraleja:
La ambición y las ansias de poder muchas veces nos perturba la visión y nos hace ver en forma distorsionada.
Trata de no olvidar los verdaderos valores de la vida y de no buscar cosas que tengan un valor pasajero.
Lo importante es que diariamente hagamos un análisis y coloquemos en una balanza nuestros bienes más preciados, para así darles su verdadero valor.
Es el amor el bien más preciado que poseemos, no lo dejemos ir, no lo perdamos por olvidarnos de cuidarlo o por estar confundidos en creer que existen cosas más placenteras y más duraderas.
El amor siempre permanecerá en nosotros y hará de cada uno una persona digna de ser también el bien más preciado.

LA ROSA ROJA



La rosa roja



Había una vez una rosa roja muy bella, se sentía de maravilla al saber que era la rosa más bella del jardín.  Sin embargo, se daba cuenta de que la gente la veía de lejos. Se dio cuenta de que al lado de ella siempre había un sapo grande y oscuro y que era por eso que nadie se acercaba a verla de cerca.

Indignada ante lo descubierto le ordenó al sapo que se fuera de inmediato; el sapo muy obediente dijo:
- Está bien, si así lo quieres.

Poco tiempo después el sapo pasó por donde estaba la rosa: y se sorprendió al ver la rosa totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos. Le dijo entonces:
- Vaya que te ves mal. ¿Qué te pasó?

La rosa contestó:
- Es que desde que te fuiste las hormigas me han comido día a día, y nunca pude volver a ser igual.

El sapo solo contestó:
- Pues claro, cuando yo estaba aquí me comía a esas hormigas y por eso siempre eras la más bella del jardín.

Moraleja:
Muchas veces despreciamos a los demás por creer que somos más que ellos, más bellos o simplemente que no nos "sirven" para nada. Dios no hace a nadie para que esté sobrando en este mundo, todos tenemos algo que aprender de los demás o algo que enseñar, y nadie debe despreciar a nadie. No vaya a ser que esa persona nos haga un bien del cual ni siquiera estemos conscientes.

FUNDADOR DE SACERDOTES OBREROS Y MÁRTIR DE LA SALLE SERÁN DECLARADOS SANTOS POR PAPA FRANCISCO


Fundador de sacerdotes “obreros” y mártir de La Salle serán declarados santos



 (ACI/EWTN Noticias).- El Beato Ludovico Pavoni, sacerdote italiano y fundador de la Congregación de los Hijos de María Inmaculada; junto al Beato francés Salomón Leclercq, mártir y miembro de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle), serán declarados santos luego que el Papa Francisco reconociera los milagros atribuidos a su intercesión, informó este martes la Santa Sede.

El Santo Padre recibió ayer al Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal Angelo Amato y autorizó la promulgación de los decretos sobre los milagros atribuidos a ambos beatos. Además, se reconocieron las virtudes heroicas del Siervo de Dios Rafael Manuel Almansa Riaño, sacerdote colombiano, profeso de la Orden de los Frailes Menores.


Ludovico Pavoni nació en Brescia (Italia) el 11 de septiembre de 1784. Fue el mayor de cinco hermanos. Ordenado presbítero en 1807, fue considerado un sacerdote brillante y gozó de la estima de su obispo, quien le confió varias tareas, entre ellas un instituto para adolescentes y jóvenes pobres o abandonados.

En 30 años el P. Ludovico mejora un método educativo y de instrucción de vanguardia, que anticipó las modernas escuelas profesionales. Además fundó la Congregación de los Hijos de María Inmaculada, los considerados “sacerdotes obreros”. Su imaginación apostólica sorprende a las autoridades. El futuro santo parte a la Casa del Padre a los 65 años en 1849.

Mártir de la revolución francesa

El Beato Salomón Leclercq (cuyo nombre de bautizo fue Guillaume-Nicolas-Louis Leclercq), nació en Francia el 15 de noviembre de 1745. Miembro de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle), vivió la revolución francesa y los ataques laicistas contra la Iglesia.

La persecución religiosa golpeó duramente también a varios miembros de su congregación, pues las leyes consideraban ilegales las estructuras ilegales y exige a los religiosos no cumplir con sus votos bajo pena de muerte. El futuro santo es el primer lasallista en sufrir el martirio el 2 de septiembre de 1792 en el jardín del convento carmelita en París, convertido en prisión por los revolucionarios. Tenía 46 años.

COMUNIDAD: CAMINO COMPARTIDO


Comunidad: camino compartido


Soy parte de grupos humanos y mis tareas contribuyen a lograr los objetivos que dan sentido a la empresa. Por lo tanto es importante que aprecie y respete a todos —incluso a los más humildes— porque todos llevan adelante la organización. Y que sienta la alegría y la responsabilidad de aportar lo que me corresponde para mi propia satisfacción y la de mis compañeros. 

Decir comunidad es decir camino compartido, multitud de manos que se unen, para hacer entre todos la marcha más liviana; abrazo de miradas que se buscan, para buscar unidas la mirada de Aquel que, por nosotros, dio la vida. Decir comunidad es hablar de proyecto común, sueños compartidos, camino acompañado. Es pensar en el otro, y en lo mejor para el otro, y pensar juntos en lo mejor de nosotros para todos los otros. Decir comunidad, es darse fuerzas entre todos. Es animarse a crecer juntos poco a poco. Decir comunidad es hablar de apertura y entrega, servicio a los demás, aprender a brindarse con generosidad. Es compartir la vida de Dios, fuente de vida, de esperanza y de amor.

El amor que pide Jesús debe llevarme a evitar en la convivencia cotidiana las faltas de aceptación e incomprensiones. El Señor me quiere ver fraterno, bondadoso, pacífico, cordial… No es fácil, pero lo puedo, si lo pido cada día: “Señor, ayúdame a ser hoy comprensivo, compasivo y paciente con todos”. Que pases un día feliz de buena convivencia.


* Enviado por el P. Natalio

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, MIÉRCOLES 11 DE MAYO


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Mayo 11


"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos".  Es la primera bienaventuranza que Cristo proclamó en el Sermón de la Montaña.

Pobre de espíritu es el sencillo, el humilde, el que no se paga de sí mismo, el que está convencido de que depende de los demás, de que él solo no puede enfrentar la vida, que necesita de los otros; por eso es pobre, porque no tiene en sí cuanto necesita, sino que lo espera de los demás.
El orgulloso piensa que él y solo él se satisface, se basta y se sobra; por eso es rico: se tiene a sí mismo.

Pero solamente al pobre de espíritu, al que tiene alma de pobre o es pobre de espíritu se le promete el Reino de los Cielos; el orgulloso conquista a los hombres, el humilde conquista a Dios; el orgulloso será dueño de la tierra y sus riquezas; el humilde tendrá como herencia el cielo y sus bienes.
¿Qué prefieres?

“Porque tu fuerza no está en el número, ni tu dominio en los fuertes, sino que tú eres el Dios de los humildes, el defensor de los desvalidos, el apoyo de los débiles, el refugio de los abandonados y el salvador de los desesperanzados” (Jdt 9,11). Nunca es más grande el hombre, que de rodillas. No dudes en doblarlas ante tu Dios. En tus rodillas está tu fuerza y la debilidad de Dios.


* P. Alfonso Milagro

HOLA!!


martes, 10 de mayo de 2016

MAYO, MES DE MARÍA, DÍA 10 - MADRE PURÍSIMA


MAYO, MES DE MARÍA
Décimo día: Explicación de las letanías



Mater purissima

Madre purísima.  Cuando se dice que María no tiene mácula, se quiere decir que está exenta, por privilegio único, pero conveniente, del pecado original, porque Dios no debía permitir que su incomparable Madre fuese infectada un solo instante con la mancha del pecado. Nació para aplastar a la serpiente infernal. ¿Podía comenzar siéndole sumisa?. Cuidémonos de pensar que María haya pecado en Adán, ya que este sentimiento sería igualmente injurioso a la gloria del Hijo de Dios que  deshonrarlo por la pureza de su madre que niega su consentimiento para efectos del misterio de la encarnación que le anunció el enviado e Dios, que después que ella hubiese comprendido, por las palabras del ángel, que convirtiéndose en madre de Dios no tenía nada que temer por su pureza.

Mater castíssima

Madre castísima. Hay que convenir que le príncipe de los Apóstoles haya tenido grandes privilegios; pero Jesús no permitió que ningún discípulo que no fuese virgen reposara sobre su seno durante la Cena, y penetrara en el secreto de los misterios más ocultos, Si el Salvador favoreció a san Juan más que a todos los otros discípulos, en virtud a su gran pureza, ¡con qué abundancia de favores y gracias debió estar prevenida María, cuya pureza permanece intacta e inviolable en el seno de su admirable fecundidad.

Ejemplo

San Luís Gonzaga, clérigo menor de la Compañía de Jesús, no esperó los progresos de los años para elevarse a las más sublimes virtudes. El voto de virginidad que le había inspirado, a los nueve años, su amor a  María, fijó en él por siempre las miradas benéficas de la Reina de los corazones puros. Unos de los favores más privilegiados que recibió fue ignorar toda su vida las rebeliones de la carne que humillan a los más grandes santos, y no aprobar nunca esos pensamientos inoportunos que son el objeto casi continuo de sus combates. Consumido de perfección antes de entrar en los ejercicios del noviciado, fue modelo de sus maestros y mereció pronto coronar con una santa muerte una vida del todo angélica.

Pongamos nuestra pureza bajo la protección de la Santísima Virgen, recurramos a ella en el momento de la tentación


Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa

MEDITACIÓN Y EL EVANGELIO DE HOY MARTES 10 DE MAYO 2016


EL EVANGELIO DE HOY
Texto del Evangelio (Jn 17,1-11a):

 En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. 

»Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. 

»Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti».


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«Padre, ha llegado la hora»
Rev. D. Pere OLIVA i March 
(Sant Feliu de Torelló, Barcelona, España)


Hoy, el Evangelio de san Juan —que hace días estamos leyendo— comienza hablándonos de la “hora”: «Padre, ha llegado la hora» (Jn 17,1). El momento culminante, la glorificación de todas las cosas, la donación máxima de Cristo que se entrega por todos... “La hora” es todavía una realidad escondida a los hombres; se revelará a medida que la trama de la vida de Jesús nos abra la perspectiva de la cruz.

¿Ha llegado la hora? ¿La hora de qué? Pues ha llegado la hora en que los hombres conozcamos el nombre de Dios, o sea, su acción, la manera de dirigirse a la Humanidad, la manera de hablarnos en el Hijo, en Cristo que ama.

Los hombres y las mujeres de hoy, conociendo a Dios por Jesús («las palabras que tú me diste se las he dado a ellos»: Jn 17,8), llegamos a ser testigos de la vida, de la vida divina que se desarrolla en nosotros por el sacramento bautismal. En Él vivimos, nos movemos y somos; en Él encontramos palabras que alimentan y que nos hacen crecer; en Él descubrimos qué quiere Dios de nosotros: la plenitud, la realización humana, una existencia que no vive de vanagloria personal sino de una actitud existencial que se apoya en Dios mismo y en su gloria. Como nos recuerda san Ireneo, «la gloria de Dios es que el hombre viva». ¡Alabemos a Dios y su gloria para que la persona humana llegue a su plenitud!

Estamos marcados por el Evangelio de Jesucristo; trabajamos para la gloria de Dios, tarea que se traduce en un mayor servicio a la vida de los hombres y mujeres de hoy. Esto quiere decir: trabajar por la verdadera comunicación humana, la felicidad verdadera de la persona, fomentar el gozo de los tristes, ejercer la compasión con los débiles... En definitiva: abiertos a la Vida (en mayúscula).

Por el espíritu, Dios trabaja en el interior de cada ser humano y habita en lo más profundo de la persona y no deja de estimular a todos a vivir de los valores del Evangelio. La Buena Nueva es expresión de la felicidad liberadora que Él quiere darnos.

Fuente: http://evangeli.net/evangelio

MADRES SANTAS


Madres santas
Una pequeña selección de mujeres, que como madres, sembraron semillas de santidad en sus hijos


Por: . | Fuente: Catholic.net 



Sin duda, una de las más grandes vocaciones ("sublime vocación" la llamaría San Juan XXIII), es la de ser madre. Y es que son muchas cosas las que la hacen ser única y particular: llevar al hijo en el vientre, el parto y sus dolores, la cercanía con los hijos, las continuas manifestaciones de afecto, etcétera. Y la vocación maternal puede ser todavía más sublime, cuando la madre engendra y educa un hijo que después se convierte en un modelo de vida para la Humanidad.
En esta ocasión presentamos una pequeña lista de grupo de mujeres, que que con su ejemplo y vocación, sembraron la fe en Cristo en el corazón de sus hijos.  (Con la clara exepción, en este punto, de la Santísima Virgen María).
Santa Ana, madre de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, cuyo nombre se conserva gracias a la tradición de los cristianos.
La Virgen María, los Padres del Concilio de Efeso la aclamaron como Theotokos (Madre de Dios), porque en ella la Palabra se hizo carne, y acampó entre los hombres el Hijo de Dios, príncipe de la paz, cuyo nombre está por encima de todo otro nombre.
El 13 de mayo de 1917, en Portugal. En la localidad de Aljustrel, la contemplación de la que, en el orden de la gracia, es nuestra Madre clementísima, suscita en muchos fieles, no obstante las adversidades, la oración por los pecadores y la profunda conversión de los corazones.
Santa Nona de Nacianzo, esposa de san Gregorio el Viejo y madre de los santos Gregorio el Teólogo, Cesáreo y Gorgona († 374).


Santa Mónica, muy joven todavía, fue dada en matrimonio a Patricio, del que tuvo hijos, entre los cuales se cuenta a Agustín, por cuya conversión derramó abundantes lágrimas y oró mucho a Dios. Al tiempo de partir para África, ardiendo en deseos de la vida celestial, murió en la ciudad de Ostia del Tíber († 387).
Santa Matilde, esposa fidelísima del rey Enrique I, la cual, conspicua por la humildad y la paciencia, se dedicó a aliviar a los pobres y a fundar hospitales y monasterios. († 968)
Santa Isabel de Hungría, siendo casi niña se casó con Luis, landgrave de Turingia, a quien dio tres hijos, y al quedar viuda, después de sufrir muchas calamidades y siempre inclinada a la meditación de las cosas celestiales, se retiró a Marburgo, en la actual Alemania, en un hospital que ella misma había fundado, donde, abrazándose a la pobreza, se dedicó al cuidado de los enfermos y de los pobres hasta el último suspiro de su vida, que fue a los veinticinco años de edad († 1231).
Beata Margarita Pole, madre de familia y mártir, que, siendo condesa de Salisbury y madre del cardenal Reginaldo, fue decapitada en la cárcel de la Torre de Londres en tiempo del rey Enrique VIII por haber desaprobado su divorcio, encontrando así reposo en la paz de Cristo († 1541)
Beata María de la Encarnación Avrillot, ejemplar madre de familia y mujer sumamente devota, que introdujo el Carmelo en Francia, fundó cinco monasterios y, muerto su esposo, abrazó la vida religiosa. († 1618)
Santa Luisa de Marillac, viuda, que con el ejemplo formó el Instituto de Hermanas de la Caridad para ayuda de los necesitados, completando así la obra delineada por san Vicente de Paúl († 1660).
Beata Ana María Taigi, madre de familia, que, víctima de la violencia de su marido, cuidó de él y de sus siete hijos, educándolos convenientemente, y se distinguió, además, por su atención a las necesidades espirituales y materiales de los pobres y de los enfermos († 1837).
Santa Celia Guérin, esposa de Luis Martin y madre de santa Teresa del Niño Jesús, que con su marido son ejemplo de matrimonio cristiano († 1877).
Santa Gianna Beretta Molla, madre de familia, que, esperando un hijo, no dudó en anteponer con amor la vida de la criatura a la suya propia. († 1962) 
 
Enseñarás a volar...pero no volarán tu vuelo.
Enseñarás a soñar...pero no soñarán tus sueños.
Enseñarás a vivir...pero no vivirán tu vida.
Enseñarás a cantar...pero no cantarán tu canción.
Enseñarás a pensar...pero no pensarán como tú.
Pero sabrás que cada vez que ellos vuelen, sueñen,vivan, canten y piensen...
¡Estará en ellos la semilla del camino enseñado y aprendido!

Madre Teresa de Calcuta

PRIMERO RECONCILIARSE


Primero reconciliarse
Comunión significa unión, y la unión requiere reconciliación


Por: P. Frank Pavone | Fuente: Priests for Life 




Una perspectiva importante a considerar frente a la pregunta si deberían recibir la comunión los políticos pro-aborto es la enseñanza de Jesús sobre la necesidad de reconciliarse con nuestros hermanos y hermanas antes de acercarse al altar.

"Si vas, pues, a presentar una ofrenda ante el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda." (Mt 5:23-24)

Los que permiten el aborto no están reconciliados con sus hermanos y hermanas por nacer. No ver la igual dignidad de los niños en el vientre con los que están fuera de él es un prejuicio. Considerar a los niños por nacer como "no personas" e indignos de protección constitucional es un insulto. Y considerar a los hermanos y hermanas por nacer como "tejido" o "parásitos" es la peor manera de ofenderlos.

Los que hacen esto, antes de presentar su ofrenda en el altar, deben ir primero a reconciliarse con sus hermanos y hermanas por nacer.

La comunión se recibe en el marco del sacrificio de la misa. Ese sacrificio no es únicamente el sacrificio de Jesús, sino el de cada uno de nosotros junto con Jesús. Ofrecemos todos nuestros pensamientos, opiniones, relaciones y elecciones. Traemos nuestras ofrendas al altar porque queremos reconciliarnos con Dios. Pero los que quieren ser uno con Dios deben ser uno con su prójimo, con todos.



Para reconciliarse con el prójimo, primero hay que reconocerlo. El mandamiento "Ama a tu prójimo como a ti mismo" de hecho significa "Ama a tu prójimo como una persona igual que tú". Reconoce que no importa cuan diferente parezca, tu prójimo tiene la misma dignidad que tú y por lo tanto exige respeto y amor. La falta de protección al no nacido se basa en la falta de reconocimiento, que es la más fundamental falta de amor. En vez de detener el derramamiento de sangre, la controversia sobre el aborto se convierte, entonces, en cuestión de expresar creencias.

Más aún, para reconciliarnos con nuestro prójimo, tenemos que responder adecuadamente a sus necesidades. "Pues el que tuviere bienes del mundo y, viendo a su hermano tener necesidad, le cerrara sus entrañas, ¿cómo la caridad de Dios permanece en él?" (1 Jn 3:17) ¿Hay alguien más necesitado que un niño en el vientre? ¿Hay alguna necesidad mayor que salvar la propia vida frente a un ataque letal?

Para reconciliarnos con el prójimo, debemos evitar el falso testimonio. Afirmar de palabra o en los hechos, que los niños por nacer tienen menor valor que el resto de nosotros, es "mentir contra tu prójimo". Si lo estamos haciendo, no estamos listos para presentar nuestra ofrenda en el altar.

Comunión significa unión, y la unión requiere reconciliación. Esto se aplica a todo ciudadano. ¿Cuánto más aplicable es a aquellos que, como los funcionarios públicos, tienen la oportunidad de sancionar leyes que eliminan u otorgan protección a su prójimo más vulnerable?

EL ESPÍRITU SANTO, DON GRANDÍSIMO DE DIOS


El Espíritu Santo, don grandísimo de Dios
Jesús, con todo el poder que tiene como Dios, nos manda el Espíritu Santo, para que tome posesión de nuestros corazones


Por: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net 






Cuando hablamos del Espíritu Santo en nuestros mensajes parece que se anima el Programa. Ese día estamos pensando en Dios más que nunca. Y esto a lo mejor es lo que nos va a pasar hoy...

Un himno de la Liturgia se dirige al Espíritu Santo y le dice: Eres el regalo grande del Dios altísimo. Tan grande, que Dios echó el resto con el Espíritu Santo y se quedó sin nada más que darnos.

Parece mentira cómo hace Dios las cosas. Todas las hace en grande, como Dios que es. En Él no cabe hacer nada pequeño. Y así es cómo se nos ha dado Dios desde el principio. Ha ido escalonando las cosas que daba, y al fin se ha quedado sin nada más.

¿Y el Cielo?, preguntarán algunos. Sí, Dios a estas horas nos ha dado ya también el Cielo. Porque incluso el Cielo ya lo llevamos dentro. Lo único que falta es que se rompa el velo de la carne mortal para que podamos disfrutar en gloria lo que ya poseemos en gracia.

Las Tres Divinas Personas se nos han dado las tres, cada una a su manera, y se han dado del todo en forma asombrosa. Aunque, cuando se nos daba una Persona, se nos daban las otras por igual, cada una según es en el seno de la Santísima Trinidad.

El primero que se nos dio fue el Padre con la creación. Toda la obra inmensa que contemplan nuestros ojos salió de sus manos amorosas y la puso en las manos nuestras para que la disfrutemos a placer. Nos creó en inocencia y nos dio su gracia, de modo que desde el principio éramos hijos suyos.

Se nos daba después el Hijo en la obra de la Redención. Cuando cometimos la culpa y perdimos la gracia, Dios manda su Hijo al mundo para que nos salve, y ya sabemos cómo se nos dio Jesús. Desde la cuna de Belén y desde Nazaret hasta el Calvario, y a través de todos los caminos de Galilea, ¡hay que ver cómo se entregaba Jesús! Y cuando había de marchar de este mundo, se las ingenió para irse y quedarse a la vez. Porque, si no, ¿qué otra cosa es la Eucaristía?... Y, ya en el Cielo, nos va a hacer junto con el Padre el regalo de los regalos.

Finalmente, le tocaba el turno al Espíritu Santo.
Sentado a la derecha del Padre, Jesús, con todo el poder que tiene como Dios, nos manda el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, para que tome posesión de nuestros corazones, derrame en nosotros el Amor increado de Dios, nos llene de su santidad, nos colme con todos sus dones, produzca en nosotros todos los frutos del Cielo, y sea la prenda de nuestra vida eterna.

Así Dios, el Dios Uno en las Tres divinas Personas de la Santísima Trinidad, siendo infinitamente rico, se queda sin nada más que darnos...

El Espíritu Santo es el resto, el colmo, el regalo grande del Dios altísimo, que ya no puede inventar nada mayor para poderlo regalar.

Son muchas las personas que en nuestros días, volviendo a la devoción que la Iglesia de los primeros siglos tuvo al Espíritu Santo, nos han dado una verdadera lección de felicidad. ¡Hay que ver cómo disfrutan del Espíritu Santo en sus asambleas! Parecen tener la feliz enfermedad de un Felipe de Neri, el Santo más simpático que llenó la Roma del siglo dieciséis.

Se preparaba para celebrar la fiesta de Pentecostés, porque era muy devoto del Espíritu Santo, cuando se sintió de repente abrasado por un fuego devorador.
- ¡Que no puedo más! ¡Que no puedo más!...
Los que le rodeaban empezaron a buscar agua fría, le aplicaban al pecho paños mojados, y nada... El corazón palpitaba como un tambor. Hasta las costillas se levantaban como para estallar.
Felipe no podía aguantar el gozo inexplicable que le invadía:
- ¡Basta! ¡Que no puedo con tanta felicidad!...
Aquel fenómeno místico no se lo explicaba nadie, porque aquel calor le duraba como duraban las llagas a San Francisco de Asís o al Padre Pío...
Llegaba el invierno y tenía que descubrirse la ropa del pecho para que el calor del amor no se sintiera tan intenso. Y como nadie sabía de qué procedía, el Santo, como hacía con todas sus cosas, lo tomaba a risa delante de los demás. Caminaba así descubierto en pleno invierno por las calles de Roma, por mucho frío que hiciese, y se les reía a los jóvenes:
- ¡Vamos! A vuestra edad, ¿y no aguantáis el poco frío que hace?
Los médicos, que tampoco entendían nada, le daban medicinas equivocadas y no conseguían nada tampoco. Ni disminuían las palpitaciones, ni se arreglaban las costillas. El Santo seguía riéndose:
- Pido a Dios que estos médicos puedan entender mi enfermedad...

Pues, bien. Eso que ni los jóvenes ni los médicos entendían, es lo que hace en nosotros el Espíritu Santo que se nos ha dado. Así estalla su amor en el corazón. Dios lo quiso manifestar externamente en Felipe Neri para que nosotros entendiéramos la realidad mística y profunda que llevamos dentro.

El Espíritu Santo es el Huésped de nuestras almas y el que santifica nuestros cuerpos. El Espíritu Santo es el que ilustra nuestras mentes para que entendamos la verdad y penetremos en las intimidades de Dios. El Espíritu Santo es quien nos empuja hacia Dios con la oración que suscita en nosotros.

El Espíritu Santo, don grandísimo de Dios, lo último que le quedaba a Dios... Eso, eso es lo que Dios nos ha dado...

LA PAZ NO TIENE PRECIO


La paz no tiene precio
La paz es un don; un regalo que Jesús da, tejida de fe, de confianza, de abandono en la Providencia, de perdón dado y recibido. 


Por: P Alejandro Ortega Trillo LC | Fuente: www.aortega.org 




Daría la mitad de mi fortuna por un minuto de paz –dijo una vez un multimillonario. Y no andaba tan desubicado. Sin paz se puede tener todo menos felicidad. Quizá por ello, la filosofía y la espiritualidad han buscado siempre y tenazmente, sobre todo en el interior mismo del hombre, las fuentes de la paz; algo así como el eslabón perdido de la felicidad.

Según la sabiduría griega, en su versión estoica, la paz se halla en la «imperturbabilidad» (ataraxia), como resultado natural de una vida virtuosa y ajena a las pasiones insanas (apatheia). Para el budismo, en cambio, la paz está en el «nirvana»: esa serenidad inquebrantable que brota al extinguirse el fuego del deseo, la aversión y la desilusión.

El mundo contemporáneo, tendencialmente hedonista, ha hecho de la paz una mercancía lucrativa, cuyos ingredientes básicos son la seguridad y el bienestar. «Si quieres paz –anuncian las agencias– te vendo protección, alarmas, seguros de vida, pólizas contra robo e incendio, chequeos médicos y hermosas playas solitarias».

El cristianismo tiene una visión diferente. Su novedad está en que la paz no es ni sólo interior ni sólo exterior. Ni es mercancía que comprar, pues la paz no tiene precio; ni es tampoco resultado de una ascesis interior hasta lograr una voluntad refractaria a cualquier tipo de pasión o deseo. La paz es un don; un regalo que Jesús da a sus discípulos: «La paz os dejo; mi paz os doy» (Jn 14, 27). En cuanto don, viene de fuera; pero en cuanto fruto de la presencia de Jesús en nuestro corazón, es algo muy interior, íntimo, capaz de desafiar cualquier circunstancia externa.

La paz que da Jesús está tejida de fe, de confianza, de aceptación de la propia vulnerabilidad, de abandono en la Providencia, de perdón dado y recibido. Estas actitudes engendran paz porque, en el fondo, ordenan el corazón: restablecen equilibrios perdidos y ponen de nuevo cada cosa en su lugar. San Agustín definía la paz como la «tranquilidad del orden». Sólo Jesús, con su Presencia viva en nuestro corazón por la gracia, nos reconcilia con Dios, con los demás, con nosotros mismos y con las demás criaturas, y así pone en orden nuestro corazón; lo pone en paz.



Pero este don de la paz pide nuestra colaboración. Exige que vigilemos el corazón y evitemos pensamientos, deseos o actitudes que roban la paz. En nuestra situación actual de seres inclinados al desorden por el pecado original, por paradójico que parezca, la paz exige lucha. Es preciso pelear contra la soberbia, la ambición excesiva, los deseos impuros, las vanidades, las susceptibilidades, las envidias, los resentimientos, los miedos infundados. Nuestro corazón es un campo de batalla. En él se acepta o no a Jesús y, en consecuencia, en él se gana o se pierde la paz.

La Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra, ha sido siempre una gran pacificadora de corazones. Porque su Corazón Inmaculado, en perfecto orden, es un yacimiento profundísimo de paz. Basta meditar las dulces palabras que dirigió a Juan Diego en la ladera del Tepeyac: «Oye y ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón… ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás  bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa» (Relato del Nican Mopohua).

No hace falta la mitad de una fortuna para comprar un minuto de paz. Basta que nuestro corazón crea y acepte cada día el don de Jesús, y la tendrá toda la vida.

IMÁGENES DE LA VIRGEN DE FÁTIMA













PAPA FRANCISCO: PARA LLEVAR A CRISTO A LOS QUE SUFREN PRIMERO CULTIVEMOS LA FE


Papa Francisco: Para llevar a Cristo a los que sufren primero cultivemos la fe


 (ACI/EWTN Noticias).- Este lunes, durante la audiencia con los miembros del Círculo de San Pedro, El Papa Francisco reiteró su llamado a llevar el mensaje de Cristo a las personas que más sufren, sea material o espiritualmente, pero recordó que para poder realizar esta misión, es necesario primero renovar y cultivar la fe.

El Círculo de San Pedro fue fundado en Roma en 1869 por Pío IX, que confío a esta asociación, formada por antiguas familias romanas, la tarea de ayudar y prestar asistencia a las franjas más vulnerables de la capital italiana. Actualmente es la encargada de recoger el Óbolo de San Pedro.

En su discurso, el Santo Padre dijo que esta asociación “es expresión de una Iglesia ‘en salida’: una Iglesia que camina para buscar, visitar, encontrar, escuchar, compartir y permanecer al lado de las personas más pobres”.


Francisco explicó que la labor evangélica no es simplemente salir “al encuentro de los más necesitados, sino que salgan llevando a Jesús. Es el salir de los discípulos, de los amigos del Señor -afirmó- se trata de compartir su palabra, la del evangelio, de repetir sus gestos de perdón, de amor, de don, de no buscar el prestigio propio, sino el bien de los demás”.

Indicó que el ejemplo de esta actitud es María, que no se cansó de salir, de “ir de prisa para encontrar y llevar la visita de Dios”, como hizo cuando fue a visitar a su prima Isabel.

“María es icono de la fe -reiteró- Sólo en la fe se lleva a Jesús y no a uno mismo. En este Año Santo de la Misericordia, mientras nos esforzamos en recorrer el camino de las obras de misericordia, estamos llamados a renovarnos en la fe”.

“Para llevar la visita del Señor a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu debemos cultivar la fe, esa fe que nace de la escucha de la palabra de Dios y crea una comunión profunda con Jesús. Los animo a proseguir su testimonio al servicio del evangelio de la caridad, a ser cada vez más signo e instrumento de la ternura de Dios hacia cada persona, especialmente las más frágiles y las descartadas”, expresó.

Finalmente, el Pontífice les agradeció “por el Óbolo de San Pedro, que recogen en todas las iglesias como signo de su participación en la solicitud del Obispo de Roma por las pobrezas de esta ciudad. ¡Que su benemérita actividad caritativa sea sostenida por la oración, para obtener del corazón de Cristo el amor qué llevar a los hermanos!”.
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