miércoles, 9 de diciembre de 2015

PONGO EN TUS MANOS TODAS MIS COSAS, SEÑOR



PONGO EN TUS MANOS TODAS MIS COSAS, SEÑOR...



Pongo en tus manos todas mis cosas Señor, reconozco que a veces el orgullo me hace doler el alma cuando los que no me quieren me critican o me ignoran. Pero quiero vencer ese orgullo y conocer la libertad de un corazón simple y humilde. Hoy levanto la cabeza, Señor, y decido caminar erguido, seguro, con dignidad, como hijo tuyo amado, como tú quieres que camine, porque tú me amas.

Tú sabes cómo el corazón se me llena de temor, de tristeza y de dolor cuando creo que me tienen envidia o que desean hacerme daño. Pero yo confío en ti, mi Dios, que eres infinitamente más poderoso que cualquier ser humano. Quiero que estén en tus manos todas mis cosas, mis trabajos, mi vida, mis seres queridos.

Todo te lo confío, mi Dios. Y toca mi corazón con tu gracia para que conozca tu paz, para que de verdad confíe en ti con toda mi alma y no me debilite con temores y sospechas. Amén.

¿UNA VIDA DEMASIADO DURA?


¿Una vida demasiado dura?
Cuando la adversidad llega a tu puerta, ¿Cómo respondes? ¿Cómo eres tú?


Por: Fr. Nelson M. | Fuente: Alimento del alma 




Una chica se quejaba acerca de su vida, y de cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.

Su abuela la llevó a la cocina. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre el fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo.

En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra. La chica esperó pacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su abuela. Al rato la abuela apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó sobre un recipiente. Sacó los huevos y los colocó en un plato. Colocó el café y lo sirvió en una taza.

Mirando a su nieta le dijo: ¿”Querida qué ves”?  “Zanahoria, huevos y café” fue la respuesta.

La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara el huevo y lo rompiera. Al sacarle la cáscara, observó que el huevo estaba duro. Luego le pidió que tomara un poco del café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.



Humildemente la hija preguntó: “¿Qué significa esto, Abuelita?”

Ella le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero que habían reaccionado de manera diferente:

La zanahoria llegó al agua fuerte, dura. Pero después de pasar por el agua hirviéndose había vuelto débil, fácil de deshacer. El huevo había llegado al agua frágil. Su cáscara fina protegía su interior líquido. Pero después de estar en agua hirviendo su interior se había endurecido. Los granos de café, sin embargo, eran únicos. Después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua.

¿Cuál eres tú?, le preguntó a su nieta.

Cuando la adversidad llega a tu puerta, ¿Cómo respondes? ¿Cómo eres tú? ¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil, y pierdes tu fortaleza? ¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable? ¿Poseías un espíritu fluído, pero después de una muerte, una separación, un divorcio, o un despido te has vuelto duro y rígido? Por fuera te ves igual, pero ¿Eres amargado y áspero,con un espíritu y un corazón endurecido?

¿O eres un grano de café? El café cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. De corazón, te deseo que intentes ser como el grano de café, cuando las cosas no vayan bien y puedas lograr que tu alrededor mejore.

Recuerda todo lo que te sucede en la vida es por alguna razón, sólo necesitas descubrir su motivo y aprender de ello.

ENTRAR POR LA PUERTA PARA DESCUBRIR LA MISERICORDIA DEL PADRE


Entrar por la Puerta para descubrir la Misericordia del Padre
Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa de la fiesta de la Inmaculada Concepción, antes de la solemne Apertura de la Puerta Santa. 8 diciembre 2015


Por: Papa Francisco | Fuente: es.radiovaticana.va 




“La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios”. Lo afirmó el Papa Francisco durante su homilía de la Solemne Santa Misa que presidió a las 9.30 en una Plaza de San Pedro, bañada por una tenue lluvia y ante notables medidas de seguridad, que sin embargo, no impidieron que los fieles y peregrinos de numerosos países asistieran, con entusiasmo y agradecimiento, para rezar junto al Obispo de Roma antes de la solemne Apertura de la Puerta Santa.

El Papa Bergoglio reafirmó que Dios “no es sólo quien perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo”. Por esta razón – dijo – es “el amor de Dios el que previene, anticipa y salva”. Porque si “todo quedase relegado al pecado seríamos los más desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor  de Cristo integra todo en la misericordia del Padre”.

“Este Año Santo Extraordinario es también un don de gracia” – añadió el Santo Padre – a la vez que explicó que “entrar por la Puerta significa descubrir la profundidad de la Misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno”.

Nuevo tiempo

Entre los conceptos de este nuevo tiempo el Pontífice dijo que “será un año para crecer en la convicción de la Misericordia”, más allá de todas las ofensas contra Dios y su gracia cuando se afirma, sobre todo, que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su Misericordia. De ahí que haya reafirmado la necesidad de “anteponer la Misericordia al juicio”, puesto que “el juicio de Dios será siempre a la luz de su Misericordia”.



Cruzar la Puerta Santa nos hace sentir partícipes de este misterio de amor

Francisco invitó a abandonar “toda forma de miedo y temor”, porque no es propio de quien es amado, y a vivir “la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo”. Y afirmó, una vez más, que “entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la Misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno”.

El Papa recordó en esta ocasión aquella otra Puerta, que hace cincuenta años los Padres del Concilio Vaticano II abrieron hacia el mundo. Porque esta fecha no puede ser recordada sólo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe. Y destacó ante todo que el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que impulsa a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero.

De modo que el Jubileo nos “obliga a no descuidar el espíritu que surgió en el Vaticano II, el del samaritano, tal como lo recordó el beato Pablo VI en la Conclusión del Concilio. Y concluyó afirmando: “Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano”.

(María Fernanda Bernasconi - RV)

Homilía del Santo Padre Francisco:

Dentro de poco tendré la alegría de abrir la Puerta Santa de la Misericordia. Cumplimos este gesto como he hecho en Bangui, tan sencillo como fuertemente simbólico, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, y que pone en primer plano el primado de la gracia. En efecto, lo que se repite más veces en estas lecturas evoca aquella expresión que el ángel Gabriel dirigió a una joven muchacha, sorprendida y turbada, indicando el misterio que la envolvería: «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1, 28).

La Virgen María es llamada en primer lugar a regocijarse por todo lo que el Señor ha hecho en ella. La gracia de Dios la ha envuelto, haciéndola digna de convertirse en la madre de Cristo. Cuando Gabriel entra en su casa, hasta el misterio más profundo, que va más más allá de la capacidad de la razón, se convierte para ella un motivo de alegría, motivo de fe, motivo de abandono a la palabra que se revela. La plenitud de la gracia puede transformar el corazón, y lo hace capaz de realizar un acto tan grande que puede cambiar la historia de la humanidad.

La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios. Él no es sólo quien perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo. Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva. El inicio de la historia del pecado en el Jardín del Edén se resuelve en el proyecto de un amor que salva. Las palabras del Génesis llevan a la experiencia cotidiana que descubrimos en nuestra existencia personal. Siempre existe la tentación de la desobediencia, que se expresa en el deseo de organizar nuestra vida independientemente de la voluntad de Dios. Es esta la enemistad que insidia continuamente la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios.

Y, sin embargo, la historia del pecado solamente se puede comprender a la luz del amor que perdona. El pecado sólo se comprende bajo esta luz. Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo integra todo en la misericordia del Padre. La palabra de Dios que hemos escuchado no deja lugar a dudas a este propósito. La Virgen Inmaculada es ante nosotros testigo privilegiada de esta promesa y de su cumplimiento.

Este Año Extraordinario es también un don de gracia. Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno. ¡Es Él quien nos busca! ¡Él quien sale a nuestro encuentro! Será un año para crecer en la convicción de la misericordia. Cuánta ofensa se le hace a Dios y a su gracia cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia (cf. san Agustín, De praedestinatione sanctorum 12, 24) Sí, es precisamente así. Debemos anteponer la misericordia al juicio y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia. Atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir partícipes de este misterio de amor, de ternura. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo.

Hoy, aquí en Roma y en todas las diócesis del mundo, cruzando la Puerta Santa queremos también recordar otra puerta que, hace cincuenta años, los Padres del Concilio abrieron hacia el mundo. Esta fecha no puede ser recordada sólo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe. En primer lugar, sin embargo, el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo...; donde hay una persona, allí está llamada la Iglesia a ir para llevar la alegría del Evangelio y llevar la Misericordia y el perdón de Dios. Un impulso misionero, por lo tanto, que después de estas décadas seguimos retomando con la misma fuerza y el mismo entusiasmo.

El jubileo nos provoca esta apertura y nos obliga a no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del samaritano, como recordó el beato Pablo VI en la Conclusión del concilio. Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano.

LA GRANDEZA DE LO PEQUEÑO


La grandeza de lo pequeño
Un par de peregrinos tocarán a la puerta de nuestro corazón pidiendo un lugar para que el Hijo de Dios pueda nacer.


Por: Christian David Garrido F. L.C. | Fuente: Catholic.net 




En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: « Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. »
Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: « ¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron. (Lc. 10. 21-24)

“Yo te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y las revelaste a los pequeños.” Estas palabras encierran un misterio y una paradoja para la lógica humana. Los más grandes acontecimientos de su vida, Cristo no los quiso revelar a quienes, según el mundo, son “los sabios y prudentes”. Él tiene una manera diferente para calificar a los hombres.

Para Dios no existen los instruidos y los iletrados, los fuertes y los débiles, los conocedores y los ignorantes. No busca a las personas más capaces de la tierra para darse a conocer, sino a las más pequeñas, pues sólo estas poseen la única sabiduría que tiene valor: la humildad.

Las almas humildes son aquellas que saben descubrir la mano amorosa de Dios en todos los momentos de su vida, y que con amor y resignación se abandonan con todas sus fuerzas a la Providencia divina, conscientes de que son hijos amados de Dios y que jamás se verán defraudadas por Él. La humildad es la llave maestra que abre la puerta de los secretos de Dios. Es la gran ciencia que nos permite conocerle y amarle como Padre, como Hermano, como Amigo.

El adviento es tiempo de preparación, un momento fuerte de ajuste en nuestras vidas. Esforcémonos, pues, por ser almas sencillas, almas humildes que sean la alegría y la recreación de Dios. Cristo niño volverá a nacer en medio de la más profunda humildad como lo hiciera hace más de dos mil años. Un par de peregrinos tocarán a la puerta de nuestro corazón pidiendo un lugar para que el Hijo de Dios pueda nacer. ¿Cómo podremos negarle nuestro corazón a Dios, que nos pide un corazón humilde y sencillo en el cual pueda nacer?


“Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven, porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron, y oír lo que oyen, y no lo oyeron.”

SAN JUAN DIEGO CUAUHTLATOATZIN, VIDENTE DE LA VIRGEN DE GUADALUPE, 9 DE DICIEMBRE



Juan Diego Cuauhtlatoatzin, Santo
Vidente de la Virgen de Guadalupe, 9 de Diciembre 


Por: P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez | 




Memoria Litúrgica
Vidente de la Virgen de Guadalupe

Martirologio Romano: San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, de la estirpe indígena nativa, varón provisto de una fe purísima, de humildad y de fervor, que logró que se construyera un santuario en honor de la Bienaventurada María Virgen de Guadalupe en la colina de Tepeyac, en la ciudad de México, lugar donde se le había aparecido la Madre de Dios. († 1548)

Fecha de canonización: 31 de julio de 2002 por el Papa Juan Pablo II.

Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila que habla o El que habla como águila), un indio humilde, de la etnia indígena de los chichimecas, nació en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, que en ese tiempo pertenecía al reino de Texcoco. Juan Diego fue bautizado por los primeros franciscanos, aproximadamente en 1524. En 1531, Juan Diego era un hombre maduro, como de unos 57 años de edad; edificó a los demás con su testimonio y su palabra; de hecho, se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.

Juan Diego fue un hombre virtuoso, las semillas de estas virtudes habían sido inculcadas, cuidadas y protegidas por su ancestral cultura y educación, pero recibieron plenitud cuando Juan Diego tuvo el gran privilegio de encontrarse con la Madre de Dios, María Santísima de Guadalupe, siendo encomendado a portar a la cabeza de la Iglesia y al mundo entero el mensaje de unidad, de paz y de amor para todos los hombres; fue precisamente este encuentro y esta maravillosa misión lo que dio plenitud a cada una de las hermosas virtudes que estaban en el corazón de este humilde hombre y fueron convertidas en modelo de virtudes cristianas; Juan Diego fue un hombre humilde y sencillo, obediente y paciente, cimentado en la fe, de firme esperanza y de gran caridad.

Poco después de haber vivido el importante momento de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, Juan Diego se entregó plenamente al servicio de Dios y de su Madre, transmitía lo que había visto y oído, y oraba con gran devoción; aunque le apenaba mucho que su casa y pueblo quedaran distantes de la Ermita. Él quería estar cerca del Santuario para atenderlo todos los días, especialmente barriéndolo, que para los indígenas era un verdadero honor; como recordaba fray Gerónimo de Mendieta: “A los templos y a todas las cosas consagradas a Dios tienen mucha reverencia, y se precian los viejos, por muy principales que sean, de barrer las iglesias, guardando la costumbre de sus pasados en tiempos de su gentilidad, que en barrer los templos mostraban su devoción (aun los mismos señores).”

Juan Diego se acercó a suplicarle al señor Obispo que lo dejara estar en cualquier parte que fuera, junto a las paredes de la Ermita para poder así servir todo el tiempo posible a la Señora del Cielo. El Obispo, que estimaba mucho a Juan Diego, accedió a su petición y permitió que se le construyera una casita junto a la Ermita. Viendo su tío Juan Bernardino que su sobrino servía muy bien a Nuestro Señor y a su preciosa Madre, quería seguirle, para estar juntos; “pero Juan Diego no accedió. Le dijo que convenía que se estuviera en su casa, para conservar las casas y tierras que sus padres y abuelos les dejaron”.

Juan Diego manifestó la gran nobleza de corazón y su ferviente caridad cuando su tío estuvo gravemente enfermo; asimismo Juan Diego manifestó su fe al estar con el corazón alegre, ante las palabras que le dirigió Santa María de Guadalupe, quien le aseguró que su tío estaba completamente sano; fue un indio de una fuerza religiosa que envolvía toda su vida; que dejó sus casas y tierras para ir a vivir a una pobre choza, a un lado de la Ermita; a dedicarse completamente al servicio del templo de su amada Niña del Cielo, la Virgen Santa María de Guadalupe, quien había pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo y su amor maternal a todos lo hombres y mujeres. Juan Diego tenía “sus ratos de oración en aquel modo que sabe Dios dar a entender a los que le aman y conforme a la capacidad de cada uno, ejercitándose en obras de virtud y mortificación.” También se nos refiriere en el Nican motecpana: “A diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del Cielo y la invocaba con fervor; frecuentemente se confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y escondía en la sombra para poder entregarse a solas a la oración y estar invocando a la Señora del cielo.”

Toda persona que se acercaba a Juan Diego tuvo la oportunidad de conocer de viva voz los pormenores del Acontecimiento Guadalupano, la manera en que había ocurrido este encuentro maravilloso y el privilegio de haber sido el mensajero de la Virgen de Guadalupe; como lo indicó el indio Martín de San Luis cuando rindió su testimonio en 1666: “Todo lo cual lo contó el dicho Diego de Torres Bullón a este testigo con mucha distinción y claridad, que se lo había dicho y contado el mismo Indio Juan Diego, porque lo comunicaba.” Juan Diego se constituyó en un verdadero misionero.

Cuando Juan Diego se casó con María Lucía, quien había muerto dos años antes de las Apariciones, habían escuchado un sermón a fray Toribio de Benavente en donde se exaltaba la castidad, que era agradable a Dios y a la Virgen Santísima, por lo que los dos decidieron vivirla; se nos refiere: “Era viudo: dos años antes de que se le apareciera la Inmaculada, murió su mujer, que se llamaba María Lucía. Ambos vivían castamente.” Como también lo testificó el P. Luis Becerra Tanco: “el indio Juan Diego y su mujer María Lucía, guardaron castidad desde que recibieron el agua del Bautismo Santo, por haber oído a uno de los primeros ministros evangélicos muchos encomios de la pureza y castidad y lo que ama nuestro Señor a las vírgenes, y esta fama fue constante a los que conocieron y comunicaron mucho tiempo estos dos casados”. Aunque esto no obsta de que Juan Diego haya tenido descendencia, sea antes del bautismo, sea por la línea de algún otro familiar; ya que, por fuentes históricas sabemos que Juan Diego efectivamente tuvo descendencia; sobre esto, uno de los principales documentos se conserva en el Archivo del Convento de Corpus Christi en la Ciudad de México, en el cual se declara: “Sor Gertrudis del Señor San José, sus padres caciques [indios nobles] Dn. Diego de Torres Vázquez y Da. María del la Ascención de la región di Xochiatlan […] y tenida por descendiente del dichoso Juan Diego.” Lo importante también es el hecho de que Juan Diego inspiró la búsqueda de la santidad y de la perfección de vida, incluso en medio de los miembros de su propia familia, ya que su tío, como ya veíamos, al constatar como Juan Diego se había entregado muy bien al servicio de la Virgen María de Guadalupe y de Dios, quiso seguirlo, aunque Juan Diego le convino que era preferible que se quedara en su casa; y ahora tenemos también este ejemplo de Sor Gertrudis del Señor San José, descendiente de Juan Diego, quien ingresó a un monasterio, a consagrar su vida al servicio de Dios, buscando esa perfección de vida, buscando la Santidad.

Es un hecho que Juan Diego siempre edificó a los demás con su testimonio y su palabra; constantemente se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.

El indio Gabriel Xuárez, quien tenía entre 112 y 115 años cuando dio su testimonio en las Informaciones Jurídicas de 1666; declaró cómo Juan Diego era un verdadero intercesor de su pueblo, decía: “que la dicha Santa Imagen le dijo al dicho Juan Diego la parte y lugar, donde se le había de hacer la dicha Ermita que fue donde se le apareció, que la ha visto hecha y la vio empezar este testigo, como lleva dicho donde son muchos los hombres y mujeres que van a verla y visitarla como este testigo ha ido una y muchas veces a pedirle remedio, y del dicho indio Juan para que como su pueblo, interceda por él.” El anciano indio Gabriel Xuárez también señaló detalles importantes sobre la personalidad de Juan Diego y la gran confianza que le tenía el pueblo para que intercediera en sus necesidades: “el dicho Juan Diego, –decía Gabriel Xuárez– respecto de ser natural de él y del barrio de Tlayacac, era un Indio buen cristiano, temeroso de Dios, y de su conciencia, y que siempre le vieron vivir quieta y honestamente, sin dar nota, ni escándalo de su persona, que siempre le veían ocupado en ministerios del servicio de Dios Nuestro Señor, acudiendo muy puntualmente a la doctrina y divinos oficios, ejercitándose en ello muy ordinariamente porque a todos los Indios de aquel tiempo oía este testigo, decirles era varón santo, y que le llamaban el peregrino, porque siempre lo veían andar solo y solo se iba a la doctrina de la iglesia de Tlatelulco, y después que se le apareció al dicho Juan Diego la Virgen de Guadalupe, y dejó su pueblo, casas y tierras, dejándolas a su tío suyo, porque ya su mujer era muerta; se fue a vivir a una casa Juan Diego que se le hizo pegada a la dicha Ermita, y allá iban muy de ordinario los naturales de este dicho pueblo a verlo a dicho paraje y a pedirle intercediese con la Virgen Santísima les diese buenos temporales en sus milpas, porque en dicho tiempo todos lo tenían por Varón Santo.”

La india doña Juana de la Concepción que también dio su testimonio en estas Informaciones, confirmó que Juan Diego, efectivamente, era un hombre santo, pues había visto a la Virgen: “todos los Indios e Indias –declaraba– de este dicho pueblo le iban a ver a la dicha Ermita, teniéndole siempre por un santo varón, y esta testigo no sólo lo oía decir a los dichos sus padres, sino a otras muchas personas”. Mientras que el indio Pablo Xuárez recordaba lo que había escuchado sobre el humilde indio mensajero de Nuestra Señora de Guadalupe, decía que para el pueblo, Juan Diego era tan virtuoso y santo que era un verdadero modelo a seguir, declaraba el testigo que Juan Diego era “amigo de que todos viviesen bien, porque como lleva referido decía la dicha su abuela que era un varón santo, y que pluguiese a Dios, que sus hijos y nietos fuesen como él, pues fue tan venturoso que hablaba con la Virgen, por cuya causa le tuvo siempre esta opinión y todos los de este pueblo.” El indio don Martín de San Luis incluso declaró que la gente del pueblo: “le veía hacer al dicho Juan Diego grandes penitencias y que en aquel tiempo le decían varón santísimo.”

Como decíamos, Juan Diego murió en 1548, un poco después de su tío Juan Bernardino, el cual falleció el 15 de mayo de 1544; ambos fueron enterrados en el Santuario que tanto amaron. Se nos refiere en el Nican motecpana: “Después de diez y seis años de servir allí Juan Diego a la Señora del cielo, murió en el año de mil y quinientos y cuarenta y ocho, a la sazón que murió el señor obispo. A su tiempo le consoló mucho la Señora del cielo, quien le vio y le dijo que ya era hora de que fuese a conseguir y gozar en el cielo, cuanto le había prometido. También fue sepultado en el templo. Andaba en los setenta y cuatro años.” En el Nican motecpana se exaltó su santidad ejemplar: “¡Ojalá que así nosotros le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas perturbadoras de este mundo, para que también podamos alcanzar los eternos gozos del cielo!”

IMÁGENES DE SAN JUAN DIEGO, 9 DE DICIEMBRE












FELIZ MIÉRCOLES!!!


martes, 8 de diciembre de 2015

PREGUNTAS COMUNES SOBRE EL AÑO SANTO Y LA PUERTA SANTA


Estas son las respuestas a las preguntas más comunes sobre el Año Santo y la Puerta Santa
Por Mary Rezac





 (ACI).- El 08 de diciembre se inicia el Año Santo de la Misericordia, un Año Jubilar Extraordinario convocado por el Papa Francisco.

Pero, ¿qué significa eso? Tú tienes preguntas y nosotros tenemos respuestas.

¿Qué es un Año Santo?

La tradición católica de celebrar un Año Santo (Año Jubilar) comenzó con el Papa Bonifacio VIII en 1300, y desde 1475 cada 25 años se celebra un Jubileo ordinario para permitir que cada generación experimente este momento al menos una vez en la vida.

El Año Santo es tradicionalmente un año de perdón y penitencia por los pecados de cada uno. También es un año de reconciliación entre enemigos y conversión para recibir el Sacramento de la Reconciliación.

Hasta ahora solo se han realizado 26 celebraciones jubilares ordinarias, la última de las cuales fue el Jubileo del año 2000 convocado por San Juan Pablo II.

¿Qué es un Año Jubilar Extraordinario?

Un Jubileo Extraordinario puede ser convocado en una ocasión especial o por un evento que tiene una importancia especial, como es el caso del Año Santo de la Misericordia.

El primer Jubileo extraordinario se convocó en el siglo 16 y los más recientes fueron en 1933, cuando el Papa Pío XI quiso celebrar los 1.900 años de la Redención, y en 1983 cuando San Juan Pablo II proclamó uno para honrar los 1.950 años de la redención tras la muerte y resurrección de Cristo.

¿Qué es una Puerta Santa?

Si seguiste al Papa en su reciente viaje a África, es probable que hayas visto la temprana apertura de la Puerta Santa en Bangui, República Centroafricana.

Aunque el Año Santo oficialmente comienza el 8 de diciembre, esa fue la primera vez en la historia que un Papa abrió una Puerta Santa fuera de Roma.

Cada una de las cuatro basílicas papales de Roma tiene una puerta santa, que normalmente se sella desde el interior para que no se pueda abrir. Las puertas santas sólo se abren durante el año del Jubileo para que los peregrinos puedan entrar a través de ellas y ganar la indulgencia plenaria vinculada al Jubileo.

El rito de la apertura de la Puerta Santa pretende ilustrar simbólicamente que a los fieles de la Iglesia se les ofrece un "camino extraordinario" hacia la salvación durante el tiempo del Jubileo. Simboliza el dejar atrás el mundo y entrar en la presencia de Dios, de manera similar a la forma en que los sumos sacerdotes del Antiguo Testamento atravesaban la entrada del santuario interior del Tabernáculo en Yom Kipur -la conmemoración judía del Día de la Expiación, perdón y del arrepentimiento de corazón- para entrar en la presencia de Dios y ofrecer sacrificios.

Después de la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, se abren las puertas de las otras tres basílicas romanas: San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros y Santa María la Mayor. Durante el Año Santo de la Misericordia, el Papa Francisco también ha dado a los obispos diocesanos permiso para designar Puertas Santas específicas en sus diócesis.

¿Qué es una indulgencia plenaria?

Un Año Santo trae consigo la posibilidad de que los fieles puedan ganar la indulgencia plenaria. De acuerdo con el párrafo 1471 del Catecismo, una indulgencia es:

"...la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos".

En el caso de una indulgencia plenaria, es una completa remisión de los pecados.

¿Cómo obtener una indulgencia durante un Año Santo?

De acuerdo a la Penitenciaría Apostólica, para ganar indulgencias plenarias (o parciales), es necesario que los fieles estén en estado de gracia y además:

- Tengan la disposición interior de un desapego total del pecado, incluso venial;

- Confiesen sacramentalmente sus pecados;

- Reciban la Sagrada Eucaristía (preferiblemente, pero no necesariamente en el contexto de la Misa)

- Oren por las intenciones del Papa

Lo ideal sería ir a confesarse, recibir la comunión y realizar la indulgencia en el mismo día, pero es suficiente que estos sacramentos y oraciones se lleven a cabo dentro de varios días (alrededor de 20) antes o después del acto de indulgencia.

Las oraciones por las intenciones del Papa se dejan a discreción de los fieles, pero un "Padre Nuestro" y un "Ave María" son las oraciones habituales. Una confesión sacramental es suficiente para varias indulgencias plenarias, pero una comunión y una oración por separado por las intenciones del Santo Padre se requieren para cada indulgencia plenaria.

Se pueden hacer excepciones con los enfermos y las personas confinadas en casa.

Las indulgencias siempre se pueden aplicar ya sea a uno mismo o por las almas de los difuntos, pero no pueden ser aplicados a otras personas vivas.

¿Con qué frecuencia puedo obtener la indulgencia plenaria?

Una vez al día.

¿Dónde puedo obtener una indulgencia durante el Año Santo de la Misericordia?

Durante un Año Santo, el Papa designa lugares específicos de peregrinación para obtener indulgencias, además de las cuatro Puertas Santas de Roma. Para el Año Santo de la Misericordia, las puertas santas en las catedrales de cada diócesis, así como en otras iglesias designadas por los obispos diocesanos son lugares de peregrinación para los fieles laicos como parte de la obtención de la indulgencia plenaria. Como Francisco escribió en su carta sobre la indulgencia del Año Santo:

"Dispongo que se pueda ganar la indulgencia en los santuarios donde se abra la Puerta de la Misericordia y en las iglesias que tradicionalmente se identifican como Jubilares. Es importante que este momento esté unido, ante todo, al Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la santa Eucaristía con un reflexión sobre la misericordia. Será necesario acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración por mí y por las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la Iglesia y de todo el mundo".

Consulte en su diócesis para ver donde encontrará la Puerta Santa más cercana.

PENSAMIENTO DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LA PUERTA SANTA - JUBILEO DE LA MISERICORDIA


EL EVANGELIO DE HOY: MARTES 8 DE DICIEMBRE DEL 2015


Alégrate llena de gracia
Solemnidades y Fiestas


Lucas 1,26-38. Solemnidad Inmaculada Concepción. Con María es fácil superar nuestros pecados, nuestras dificultades. Ella nos enseña a amar a nuestros hermanos. 


Por: Daniel Ochoa, LC | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Lucas 1,26-38
Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.

Oración introductoria
María, te bendigo por las cosas grandes que ha hecho Dios en ti, te agradezco todas las gracias que recibo por tu medio y hoy, que inicia el Jubileo de la Misericordia, quiero consagrarte todos mis pensamientos, palabras y obras. Tómame de la mano y guíame en esta oración para poder recibir las luces del Espíritu Santo y corresponderle generosamente.

Petición
Madre mía, ayúdame a caminar siempre a tu lado, quiero aprender que el camino más corto y seguro hacia Dios, eres tú. Haz que jamás me olvide de ti, y si tal vez te olvidare, tú no te olvides de mí.

Meditación del Papa Francisco
Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre. Es por esto que he anunciado un Jubileo Extraordinario de la Misericordia como tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes.
El Año Santo se abrirá el 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción. Esta fiesta litúrgica indica el modo de obrar de Dios desde los albores de nuestra historia. Después del pecado de Adán y Eva, Dios no quiso dejar la humanidad en soledad y a merced del mal. Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor, para que fuese la Madre del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona. En la fiesta de la Inmaculada Concepción tendré la alegría de abrir la Puerta Santa. En esta ocasión será una Puerta de la Misericordia, a través de la cual cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza. (Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, S.S. Francisco, 2015).
Reflexión 
Con María es fácil superar nuestros pecados, nuestras dificultades. Ella nos enseña a amar a nuestros hermanos. Cuando vemos con qué cariño y dulzura nos acoge Ella en su regazo, aprendemos la manera en que debemos de tratar a nuestros hermanos. Y si María, que es criatura, tanto nos ama, ¡cuánto más no nos amará Dios!
Propósito
Hoy rezaré un misterio del rosario y le pediré a María que me ayude a superar aquello que me aleja de Dios.

Diálogo con Cristo y María
María, hasta ahora tal vez no he sido tan buen hijo. Poco me acuerdo de ti y te doy pocas muestras de cariño; pues tú también eres mujer y te gustan las pequeñas muestras de afecto. Ayúdame a ser más cercano.

Jesús, Tú eres hijo de María. Tú sí sabes amarla como madre tuya que es. Que aprenda de ti las palabras, el cariño, la confianza que debo tener en Ella. Tú me la diste como madre al pie de la cruz, que sea yo agradecido por tan hermoso regalo.

"¡No apartes los ojos del resplandor de esta estrella, si quieres no ser destruido por las borrascas!" (San Bernardo, Hom. Sobre la Virgen Madre, 2)

LA INMACULADA CONCEPCIÓN - DOGMA - 8 DE DICIEMBRE


LA INMACULADA CONCEPCIÓN
8 DE DICIEMBRE 



Hoy nos alegramos con toda la Iglesia por ser una fiesta muy especial de nuestra Madre, la Santísima Virgen María. Entre tantas fiestas en honor de la Madre de Dios, hay dos más especiales para toda la Iglesia: el comienzo de la vida de María, como Inmaculada o llena de gracia, y el final, que fue su Asunción en cuerpo y alma al cielo.


El dogma de la Inmaculada Concepción fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus. Allí expresa "...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de todo mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelado por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..."


Así pues, María es un signo anticipado: de limpieza, de belleza, de santidad, de perfección, de plenitud, de vida nueva, de victoria pascual. Es un anticipo del ideal humano, del proyecto que Dios había soñado para el hombre. Un modelo, por lo tanto, para cada persona humana, para cada creyente, para la Iglesia, para la humanidad. Lo que tanto soñamos y deseamos es posible, en María se ha realizado ya.


®Pequeñas Semillitas

ORACIÓN DEL VIAJERO


Plegaria del viajero




Jesús mío, camino del Padre al hombre
y del hombre al Padre,
acudo a Ti en mi peregrinar
para que mi viaje se realice
en unión contigo, itinerante modelo.
Tú mismo fuiste peregrino
ya antes de nacer, en el seno de tu Madre
que fuera en busca de dónde dar a luz.
En compañía de María y José
fuiste de huída a Egipto,
fuiste presentado en el templo,
y subiste con ellos a la fiesta en Jerusalén.
Desde entonces fuiste caminando por propia iniciativa 
para evangelizar la Buena Nueva de liberación
a los pobres, marginados, enfermos y necesitados de Ti.
Cuando has querido consagrar a apóstoles y discípulos,
les invitaste no a quedarse sino a seguirte
por donde Tú irías, haciendo el bien.
Tu camino cumbre y más doloroso
llegaste a cumplir con sentido pascual
en compañía de tu Madre, Virgen del Camino,
fiel hasta el pie de tu Cruz.
Gracias, Jesús, por haber caminado
con tanto afán y tanto dolor por mí;
y bendito eres en mi caminar por Ti,
a tiempo y a destiempo,
en comodidad y en peligro,
en compañía y en soledad,
en llegadas y en salidas,
en adelantos y en retrasos,
por aire y por tierra,
cuando anuncio y cuando comparto, 
cuando gozo y cuando sufro,
cuando hablo y cuando escucho,
cuando predico y cuando celebro.
Virgen del Camino, Madre de Jesús-Camino,
acompáñame como acompañaste a Jesús
y muéstrame al fin de mi caminar
el rostro de tu Hijo, meta y camino,
para gozar con Él y en Él
del lugar del descanso eterno,
en la unión del Espíritu que solo me moverá
en la interiorización y perfección
de su plenitud de vida en el Padre.
Santo Domingo, incansable itinerante, 
infunde en mí tu espíritu de alegría y esperanza
y hazme cumplir con fidelidad creativa
tu misión actualizada en el mundo de hoy.
Y Tú, Padre Providente y Misericordioso,
bendice a los que encuentre en mi camino,
a los conocidos y a los desconocidos,
a los que me despiden y a los que me reciben
a los que se me acercan con cualquier intención
y llénalos a todos con tu Espíritu de amor.
Que Él me transforme de itinerante en camino
por el cual todos llegar a la felicidad en Ti
con Cristo, Tu Hijo, camino que une. Amén

LA INMACULADA: DE LA BOCA AL VIENTRE, DEL VIENTRE AL ÁRBOL


Inmaculada: de la boca al vientre, del vientre al Árbol
¡María es la verdadera Inmaculada! Es la Nueva Eva que floreció como flor de primavera del poder redentor de Dios.


Por: Celso Julio da Silva, L.C. | Fuente: Catholic.net 




Ocho de diciembre de 1854. Toda la cristiandad vuelca el corazón hacia la Basílica Vaticana. El cielo parece visitar la tierra en el repique vibrante de las campanas romanas. Pío IX, desde la cáatedra, levanta la voz proclamando a toda la Iglesia Universal el dogma de la Inmaculada Concepción.

Todos sabemos que la primera “inmaculada” de la historia, creada sin el pecado original, fue Eva. Su pureza permitía disfrutar de la presencia de Dios todos los días. ¡Quée gusto era poder platicar con Dios en los atardeceres del jardín del Edén!

Sin embargo, aquella pureza de repente se volvió hoja arrastrada por el viento de la soberbia y de la desobediencia. El demonio, en la figura de la serpiente, anestesió el corazón de Eva con discursos grandilocuentes de conocimiento y de poder- “seréis como dioses”- presentándole un camino bien fácil. La guía del camino tentador era: del árbol a la boca, de la boca al vientre y así el fruto, una vez en el vientre de Eva, desató el triste destino de la humanidad: pecado y muerte.

María, a su vez, fue concebida sin el pecado original, pues después de aquella nefasta tarde en el jardín del Edén, Dios jamás se olvidó del hombre, obra de sus manos. Para salvarnos, desde aquel instante, pensó también en María, la mujer pura que aplastaría la cabeza de la serpiente, dando a luz al Salvador Jesucristo.

¡María es la verdadera Inmaculada! Es la Nueva Eva que floreció como flor de primavera del poder redentor de Dios. En la Anunciación el ángel Gabriel podría perfectamente haber hecho un juego de palabras: “¡Ave- Eva!”, pues la llena de gracia aceptó cumplir el camino contrario de la primera Eva, un camino más arduo que era: de la boca al vientre, del vientre al Árbol. De este modo, contemplamos una tenue luz del misterio de la Inmaculada, de tal forma que nuestra oración recobra un sentido más profundo cada vez que rezamos: “¡bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús!”.  

De la boca al vientre: María Inmaculada no pretendió obtener conocimiento y poder delante de la propuesta divina del ángel Gabriel, sino que acogió el Fruto en la pureza y la humildad de una esclava, exclamando: “He aquí la esclava del Señor…”- “hágase en míii”. Aquí está: de la boca al vientre, no con pretensiones egoístas como Eva en el Paraíso, sumergida en la tentación del demonio, sino en la pequeñez de una sierva que acoge el Fruto de la Salvación en su vientre puro.



Y del vientre al Árbol: María es la corredentora en el plano de la Salvación. Por eso, dio a luz a Jesús, fruto bendito de su vientre, para devolver en la obediencia y la aceptación amorosa del misterio redentor el Fruto al Árbol. Pero no a aquel árbol del Paraíso, tan lejos en el tiempo, pero aunque aún tan atractivo, seductor, tentador y prohibido a los ojos y al corazón de hombre…; María devuelve ese Fruto, Cristo, al árbol de la vida, a la Cruz, que para nosotros no es tan atractiva, seductora y- claro está- jamás prohibida- pero he aquí que siempre huimos de ella. María es Inmaculada porque está de pie adorando al Árbol de la Vida, donde la Vida, fruto de su vientre inmaculado, está clavada por amor a los hombres.

Hoy, con toda la Iglesia, respirando el aire fresco de la apertura de este anhelado año jubilar de la Misericordia, elevamos nuestra gratitud de hijos de María Inmaculada por haber recorrido el difícil camino del Misterio en la fe y la pureza, el camino de la humildad de acoger a Dios en su vientre puro, cooperando con nuestra redención, para luego adorarlo sobre el Árbol de la Vida, que es la cruz de Jesucristo. Que María Inmaculada proteja la flor de la pureza en nuestra vida cristiana, y, de modo especial, en la vida de todos los jóvenes.

¡Por tu Inmaculada Concepción, oh María, purifica mi cuerpo y santifica mi alma! Amén.    

LA DEVOCIÓN A LA INMACULADA


La devoción a la Inmaculada
La devoción a la Inmaculada: nos humaniza, nos hace más delicados en el amor


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net 




“¿Quién es esta, que se levanta como la aurora, que es hermosa como la luna, y resplandece como el sol?”, proclama la Iglesia. La tierra y el cielo, la Iglesia entera, celebra gran fiesta, y nosotros también. Esta fiesta se extendió desde Oriente donde comenzó, por muchos sitios desde el siglo VII, y desde el siglo XIII ya se vivió como fiesta por todo el pueblo cristiano.

La Virgen no padeció mancha de pecado alguno, ni el original que nos legaron Adán y Eva, ni otro alguno. En este misterio celebramos que quedó constituida libre del pecado original desde el primer instante de su vida. Ella es la "plena de gracia", en virtud de un singular privilegio de Dios y en consideración de los méritos de Cristo. Fue constituida libre de cualquier egoísmo y atadura al mal. Convenía que la que tenía que ser Virgen María fuera la maravilla de la creación, la obra maestra.

Nos conviene contemplar a la más perfecta, la más bella de las mujeres. “Tota pulchra est Maria”: es la criatura más hermosa que ha salido de la mano de Dios. Reina del cielo y de la tierra, es superior por su gracia a todos los ángeles. Fue en 1854 cuando Pío IX dijo en la Bula “Ineffabilis Deus: “Declaramos, Proclamamos y Definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles”. Muchos pueblos sienten la devoción a la Inmaculada como algo muy suyo, basta pensar las imágenes que presiden muchas iglesias, grandes obras de arte del renacimiento o del barroco (por citar algunas, en escultura “La cieguecita”, de Juan Martínez Montañés y la “Virgen de la Oliva” en Lebrija, de Alonso Cano; en pintura, las de Murillo lo resumen todo); la devoción a la Inmaculada atrae a los jóvenes a cantarle (como en el caso de la imagen de Sevilla, que está al lado de la catedral), y también recuerdo la fiesta que se organiza en la plaza de España en Roma, donde el Papa Juan Pablo II solía ir a visitar piadosamente rodeado de multitudes, ante otra Inmaculada, también coronando una columna.

Esta devoción abarca aspectos muy cotidianos, como la costumbre de tantos sitios de saludarnos al entrar a una casa, con un: “ave María purísima”; y la respuesta de quien nos recibe dentro: “sin pecado concebida”. Es también muy bonito emplear este saludo inicial al ir a confesar. Y qué alegría oírlo cuando se oye o ve algo malo, que ofende el buen sentir, como un modo de reparar a la Virgen, de rectificar con amor aquella falta de amor...

También –y eso siglos antes de la proclamación dogmática – con juramentos proclamaban los ayuntamientos la fe en la Inmaculada Concepción, asimismo no se podía ser doctor en las universidades de Salamanca, Hispalense y otras muchas, si no se juraba como requisito defender esta verdad, al recibir el título universitario se hacía testimonio de esta fe.

En fin, que es devoción muy popular y muy arraigada. El corazón del pueblo cristiano -guiado por el espíritu Santo- tiene razones profundas, es el “sensus fidei”, el sentido de la fe. No serán razones muy razonadas, sino la expresión sencilla de la verdad, del corazón, el buen hijo que demuestra el amor a su madre. Como decía san Josemaría Escrivá, ¿como escogeríamos a nuestra Madre si hubiésemos podido hacerlo? Hubiéramos escogido la que tenemos, llenándola de todas las perfecciones y gracias. Así lo ha hecho Dios.

Convenía que la que tenía que ser Madre del Hijo de Dios fuera liberada del poder de Satanás y del pecado, de aquel pecado original que se borra por el bautizo. Por esto, debemos hacer propaganda de bautizar los niños cuanto antes, los padres tienen derecho, y los niños lo necesitan como el pecho de la madre para poder alimentarse. ¿Cómo vamos a decir a un niño que escoja tomar alimento cuando sea mayor? Sería una aberración, pues la madre quiere darle lo mejor, por eso le da alimento, y por eso le da la fe del bautismo por la que somos hijos de Dios. Este aniversario nos recuerda también la batalla que hay en el mundo a favor de la vida: Santa Ana concibe su hija María, y no la rechaza, como hacen muchos hoy dejándose llevar por una cultura del egoísmo y de la muerte: la recibe en sus entrañas como un don de Dios, recibe un tesoro privilegiado, recibe el don de la vida, que es sagrado. Y pensar que algunas personas están ciegas ante este don... Por esto nos viene tan bien la devoción a la Inmaculada: nos humaniza, nos hace más delicados en el amor.

FELIZ MARTES!!!


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