jueves, 9 de julio de 2015

LLEVAR LA CRUZ


LLEVAR LA CRUZ



No existe únicamente la cruz de Cristo, existe también nuestra cruz. 

Y, entonces, ¿cuál es esta cruz? Amigo, quiero decirte dos palabras, a este propósito, con mucha claridad, como se hace entre verdaderos amigos. 

Tenlo presente. La cruz que no te va bien es precisamente la tuya. 

La cruz no es un vestido, ni un par de zapatos que te deben venir a la medida. La cruz jamás va a la medida de tu gusto y de tus exigencias particulares. Desgarra, magulla, araña, arranca la piel, aplasta, doblega... 

Y, sin embargo, no hay duda. Para que sea de verdad tuya, la cruz no debe irte bien. Por cualquier lado que la mires, la cruz nunca va bien. 

Tampoco a Cristo le iba bien su cruz. No le fue bien la traición de Judas, el sueño de los apóstoles, la conjura de sus enemigos, la fuga de sus amigos, las negociaciones de Pedro, las burlas de los soldados, el grito feroz del pueblo. 

La cruz, para que lo sea, no debe irte bien. 

Esa cruz que te viene encima en el momento menos oportuno -una enfermedad que te pilla mientras tienes muchas cosas que hacer y que te echa por tierra un montón de proyectos -es la "tuya". 

Esa cruz que nunca hubieras esperado -aquel golpe cobarde que te ha venido de un amigo, aquella frase que tenía el chasquido de un latigazo, aquella calumnia que te ha dejado sin respiración- es "tu" cruz. 

Esa cruz que tú no habrías elegido nunca entre otras mil -"una cosa así no debía sucederme a mí"- no hay duda: es "tu" cruz. 

Esa cruz que te parece excesiva, disparatada, desproporcionada a tus débiles fuerzas -"es demasiado, no puedo más"- no pertenece a los otros: es la "tuya". 

No te hagas ilusiones. No existe una cruz a la medida. 

Para ser cruz tiene que estar fuera de medidas. 

Intenta buscar. Registra por todas partes. Examina todo bien. 

Valóralo con atención. Y, si encuentras al final la cruz que te va bien, tírala. Esa, ciertamente, no es la tuya. 

Las señales para reconocer si una cruz es tuya son desconcertantes: imprevisión, repugnancia, malestar, imposibilidad, inoportunidad, sentido de debilidad. 

Si una cruz se te presenta como antipática, desagradable, excesiva, demasiado ruda, insoportable, no dudes en cargar con ella. Te pertenece. 

Por otra parte, no importa que no sea "tuya" en el momento de partir. Llegará a serlo durante el camino, a través de una cierta familiaridad que se establecerá entre tú y ella. 

Al principio se te presentará como si te fuera extraña. 

Después descubrirás que es verdaderamente tuya. 

Sólo llevándola te darás cuenta de que esa cruz es "tuya". 

Esto no quiere decir, entiéndase bien, que las relaciones entre tú y la cruz se hagan idílicas, que todo marche bien. Con la cruz no hay nada que marche bien. La cruz marca surcos profundos en las espaldas y en el corazón. 

Pero, a pesar de todo, se establecerá una familiaridad. Una familiaridad sufrida, pero justificada por el sentido que se descubre poco a poco, caminando. Y aun cuando el significado no aparezca claro, siempre está la fe que te invita a dejarte conducir de la mano de alguien que sabe. 

No eres tú quien tiene que saber. 

¿Qué es la fe?: Fe, quiere decir simplemente, saber que él sabe, aun cuando tú estés a oscuras. 

Adelante, pues, con esa cruz que no te va bien. Con la cruz que no está hecha a medida. 

Lo que cuenta no es que la cruz esté hecha a tu medida. 

Lo esencial es que tú seas a la medida de Cristo.

ORACIÓN A JESÚS SACRAMENTADO

Oración a Jesús Sacramentado


Oh, amado Jesús.
Ayúdame a esparcir Tu fragancia
por donde quiera que vaya.
Inunda mi alma con Tu Espíritu y Vida.
Penetra y posee todo mi ser tan completamente, que mi vida entera sea un resplandor de la Tuya.
Brilla a través de mi y permanece tan dentro de mi, que cada alma con que me encuentre pueda sentir Tu presencia en la mía.
¡Permite que no me vean a mi sino solamente a Jesús!
Quédate conmigo y empezaré a resplandecer como Tú, a brillar
tanto que pueda ser una luz para los demás. La luz oh, Jesús, vendrá toda de Ti, nada de ella será mía;
serás Tú quien resplandezca
sobre los demás a través de mi.
Brillando sobre quienes me rodean,
permíteme alabarte como mas te gusta.
Permíteme predicarte sin predicar,
no con palabras sino a través de mi ejemplo,
a través de la fuerza atractiva,
de la influencia armoniosa de todo lo que haga,
de la inefable plenitud del amor
que existe en mi corazón por Ti.
Amen.

MECÁNICO DEL ALMA


MECÁNICO DEL ALMA



Una vez iba un hombre en su automóvil por una larga y muy solitaria carretera cuando de pronto su automóvil comenzó a detenerse hasta quedar parado. El hombre bajó, lo revisó y trató de averiguar qué era lo que tenía. 

Pensaba que pronto podría encontrar el desperfecto que tenía su automóvil pues hacía muchos años que lo conducía. Sin embargo, después de mucho rato, se dio cuenta de que no podía encontrar el fallo del motor. 

En ese momento apareció otro automóvil, del cual bajó un señor a ofrecerle ayuda. El dueño del primer automóvil dijo:
- Mire, este es mi automóvil de toda la vida, lo conozco como la palma de mi mano. No creo que usted, sin ser el dueño, pueda o sepa hacer algo. 

El otro hombre insistió con una cierta sonrisa, hasta que finalmente el primer hombre dijo:
- Está bien, haga el intento, pero no creo que pueda. 

El segundo hombre echó manos a la obra y en pocos minutos encontró el daño que tenía el automóvil y lo pudo arrancar. El primer hombre quedó atónito y preguntó:
- ¿Cómo pudo usted arreglar el fallo si es mi automóvil?
El segundo hombre contestó
- Verá, mi nombre es Felix Wankel... Yo inventé el motor rotativo que usa su automóvil.

Cuántas veces decimos: Ésta es MI vida. Éste es MI destino. Ésta es MI casa. ¡Déjenme a mí sólo, yo puedo resolver el problema!. Al enfrentarnos a los problemas y a los días difíciles creemos que nadie nos podrá ayudar pues "ésta es MI vida". 
Pero... Te voy a hacer una pregunta:
¿Quién hizo la vida?
¿Quién hizo el tiempo?
¿Quién creó la familia?
Sólo aquel que es el automóvil de la vida y el amor, puede ayudarte cuando te quedes tirado en la carretera de la vida. 
Te doy sus datos por si alguna vez necesitas un buen "mecánico":

Nombre del mecánico del alma: DIOS
Dirección: El Cielo
Horario: 24 horas al día, 365 días al año
Garantía: Por todos los siglos
Respaldo: Eterno
Teléfono: No tiene. Pero basta con que pienses en Él con fe, además de que esta línea no está nunca ocupada.

ECUADOR EN EL CORAZÓN DEL PAPA

Ecuador en el corazón del Papa
Fueras de programa, gestos de cercanía e improvisaciones significativas en los discursos resumen la visita del Papa a Ecuador 


Por: Andrés Beltramo Álvarez | Fuente: vaticaninsider.lastampa.it 



El Papa puso dos condiciones para viajar a Ecuador: Rezar ante el cuadro de la famosa Virgen Dolorosa y depositar una ofrenda floral ante las reliquias de Marianita de Jesús, la primera santa del país. Ambos íconos están indisolublemente unidos a la historia de la Iglesia ecuatoriana, pero también a su congregación de origen, la Compañía de Jesús. Estas peticiones manifiestan el sello personal que Francisco le puso a su visita apostólica por Sudamérica, el cual también “condimentó” la receta con simbólicos fueras de discurso, improvisaciones que manifestaron sus preocupaciones más profundas.
Su deseo, Bergoglio, lo pudo cumplir la tarde de este martes 7 por la tarde cuando visitó la Iglesia de la Compañía. Allí se encuentra la imagen de la Dolorosa, que el 20 de abril de 1906 movió los ojos ante un grupo de estudiantes del Colegio de Jesuitas de San Gabriel de Quito. Ante ella oró unos instantes y después colocó unas flores en la tumba de la santa, que vivió entre 1618 y 1645.
Así, como dispuso de estos detalles, el pontífice también se ha ocupado de numerosas situaciones relativas al viaje, interviniendo personalmente en cuestiones que parecieran secundarios. Pero para él tienen un gran valor.
Por ejemplo, al inicio de su viaje pidió cambiar el telegrama enviado al presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, por el sobrevuelo del avión papal a su país. Solicitó introducir apenas una palabra, pero el gesto fue sugestivo. El texto original mostraba su cercanía con el pueblo colombiano, deseándole prosperidad y convivencia pacífica. Francisco decidió agregar el término “reconciliación”.
En un país que todavía duda sobre las negociaciones de paz entre el gobierno y la guerrilla, esa palabra puede marcar la diferencia. Como también han marcado una diferencia las numerosas improvisaciones en sus discursos de estos días en territorio ecuatoriano. Para los fieles en general esos agregados pasan totalmente desapercibidos. No ocurre así con los periodistas, que tienen previamente los discursos aprobados.
En todos sus mensajes públicos, en lo que va de la gira por Sudamérica, Francisco ha improvisado. En la ceremonia de bienvenida, el domingo en el aeropuerto internacional de Quito, rompió lanza a favor del presidente Rafael Correa, cuestionado por la oposición.
“Le agradezco, señor presidente, sus palabras -le agradezco su consonancia con mi pensamiento: me ha citado demasiado, ¡gracias!-, a las que correspondo con mis mejores deseos para el ejercicio de su misión: que pueda lograr lo que quiere para el bien de su pueblo”. Esas frases no pasaron desapercibidas, sobre todo en un contexto político turbulento.
Pero lejos estuvieron de ser un cheque en blanco. En otros discursos el Papa se ocupó de reconocer la necesidad del diálogo, de valorar las diferencias e instó a dejar “en el doloroso recuerdo cualquier tipo de represión, el control desmedido y la merma de libertades”. Y este martes, durante la misa en el Parque Bicentenario, aseguró –también improvisando- que “la propuesta de Jesús es concreta” y “nos aleja de la tentación de dictaduras, ideologías o sectarismos”.
“Les voy a dar la bendición para cada uno de ustedes, para sus familias, para todos los seres queridos y para este enorme pueblo ecuatoriano. Que no haya diferencias, que no haya exclusivo, que no haya gente que se descarta, que todos sean hermanos, que se incluyan a todos y que no haya nadie fuera de esta gran nación ecuatoriana”. Esa también fue una improvisación. Al terminar una visita a la catedral de Quito, el lunes por la tarde, el Papa saludó a la multitud dejando de lado su discursos original y hablando sin apoyos.
Parece que le salen de corazón esas improvisaciones que suelen complicar la vida a los periodistas, especialmente aquellos que no conocen bien el español. Pero ha sido la tónica desde el principio.
En ese discurso de bienvenida, ya citado, Bergoglio afirmó que los hermanos más frágiles y las minorías más vulnerables “son la deuda que toda América Latina todavía tiene”. Inmediatamente después le aseguró a Correa que podrá contar con la colaboración de la Iglesia, “para servir a este pueblo ecuatoriano que se ha puesto de pie con dignidad”.
También el lunes, durante la misa multitudinaria en el Parque Samanes de Guayaquil, contó una anécdota sobre su madre para hablar del valor de la familia. Recordó que una vez le preguntaron a su mamá a cuál de sus cinco hijos amaba más y ella respondió: “como los dedos, si me pinchan este me duele igual que si me pinchan este”. Estableció que cada madre quiere a sus hijos como son y, en una familia, los hermanos se quieren como son, porque “nadie es descartado”.
Improvisaciones mezcladas con bromas. Como cuando, en el Santuario Nacional de la Divina Misericordia de Guayaquil, aclaró que estaba de paso para la misa y por eso iba a dar la bendición a los fieles que abarrotaron el templo.
“Les doy la bendición, pero ..no, no les voy a cobrar nada...pero les pido por favor que recen por mi. ¿Me lo prometen?”, señaló, desatando la risa generalizada. Todos estos gestos, que algunos llaman “bergogliadas”, son aquellos que mayor aceptación tienen entre la gente sin pretensiones. Los fieles de a pie, que entienden perfectamente el estilo de su pastor. 

CON MARÍA, Y LA SOLEDAD DE JESÚS SACRAMENTADO


Con María, y la soledad de Jesús Sacramentado
Hay un sitio en el Sagrario que tiene tu nombre y toda la paz que ansías... y Jesús te espera.


Por: Maria Susana Ratero | Fuente: Catholic.net 




Madre, hoy he venido a visitar a tu Hijo en el Sagrario, pero siento que no soy hoy la mejor compañía. Mi corazón está triste, con una tristeza pesada y gris que, como humo denso, tiñe mis afectos y mis sueños. Siento una gran soledad, no porque Jesús o tu, Madre querida, se hayan alejado de mí, sino que soy yo la que no logra hallarlos.
- Soledad, hija, soledad... Bien comprendemos esa palabra mi Hijo y yo... soledad. Ven, entra con tu corazón al Sagrario y conversaremos un poco. Sé bien que lo necesitas.
- Gracias, María, gracias. Yo sabía, en lo más íntimo del alma, en ese pequeño rinconcito iluminado y eterno donde la tristeza no llega, allí, sabía que podía contar contigo.

Y mi corazón, lento y pesado por mis pecados y olvidos, se va acercando al Sagrario.

Tú estás a la puerta y me abres. ¡Qué deliciosos perfumes percibe el alma cuando está cerca de ti!
Con gran sorpresa veo que, por dentro, el Sagrario es muchísimo más grande de lo que parece y hay allí demasiados asientos desocupados, demasiados...
Me llevas a un sitio, un lugar inundado de toda la paz que anhela mi alma. Noto que tiene mi nombre, ¡Oh Dios mío, mi nombre!. Me duele el corazón al pensar cuánto tiempo lo he dejado vacío.

- Cuéntame, ahora, de tu soledad- me pides, Madre mía.

Pero ni una palabra se atreve a salir de mi boca. Por el bello y sereno recinto del Sagrario, Jesús camina, mirando uno a uno los sitios vacíos... Solo el más inmenso amor puede soportar la más inmensa soledad.
Inmensa soledad que es larga suma de tantas ausencias. Y cada ausencia tiene un nombre y sé, tristemente, que el mío también suma.
Entonces tu voz, María, me ilumina el alma:

- El Sagrario es demasiado pequeño para tanta soledad. Tú no puedes hacer más grande el Sagrario, pero sí puedes hacer más pequeña su soledad.

Tus ojos están llenos de lágrimas y le miras a Él con un amor tan grande como jamás vi.

- Hija, ¡Si supieras cuánto eres amada! ¡Si supieras cuánto eres esperada!. Cada día, cada minuto, el Amor aguarda tus pasos, acercándose, tu corazón, amándole, tu compañía, que hace más soportable tanta espera.

Siento una dolorosa vergüenza por mis quejas. Cada Sagrario, en su interior, es como todos los Sagrarios del mundo juntos. Miro a mi alrededor y veo a muchas personas. Son todos los que, en este momento, en todo el mundo, están acompañando a Jesús Sacramentado.

Cada uno con su cruz de dolor, tristeza, soledad, vacíos, traiciones.. Y Jesús repite, para cada uno de ellos, las palabras de la Escritura “Vengan a Mí cuando estén cansados y agobiados, que Yo los aliviaré” Mt 11,28.

Y me quedo a tu lado, en mi sitio, Madre, esperando a Jesús que se acerca. Me tomo fuerte de tu mano, para no caerme, para no decir nada torpe e inoportuno, muy habitual en mi. Y allí me quedo, y el Maestro sigue acercándose, y el perfume envuelve al alma y ahuyenta los grises humos de mis penas.
Entonces, escucho en el alma tus palabras, Madre:

- Ahora, ve a confesarte.

Sin preguntar nada, sin saber como terminará este encuentro, te hago caso Madre. Me quedo cerca del confesionario, aunque aún no ha llegado el sacerdote y la misa está por comenzar. Pero si tú lo dices, Madre, seguro lo hallaré. En ese momento llega el sacerdote. Como él no daba la misa, sino el obispo, tuve tiempo de prepararme bien para mi confesión, que me dejó el alma tranquila y sin la pesada carga de mis pecados...

Me quedo pensando en Jesús, que venía a acercándose a mí, en el Sagrario. Pero allí me doy cuenta de tu gesto, Madre querida. Tu me ofrecías algo más. Tú me ofrecías el abrazo real y concreto de Jesús en la Eucaristía, y para que mi alma estuviera en estado de gracia para responder a ese abrazo, me pediste que fuera a confesarme.

¡Gracias Madre! Gracias por amarme y cuidarme tanto... ¡Qué hermosa manera de terminar este encuentro con Jesús! ¡Con su abrazo real, bajo la forma del Pan!
La misa ha comenzado. Siento que la soledad del Sagrario es un poquito más pequeña, no mucho, pero sí mas pequeña... Y si mi compañía alivió su soledad, seguro que la tuya, amigo que lees estas líneas, también la aliviará. Y si invitas a un amigo a hacerle compañía... ¡Oh, cuanto podemos hacer disminuir la soledad de Jesús en el Sagrario!¡Cuánto puede Él, en su infinita Misericordia, colmar nuestras almas de paz!

Hay un sitio en el Sagrario que tiene tu nombre y toda la paz que ansías... y Jesús te espera, diciéndote “Ven a Mi, cuando estés cansado y agobiado, que Yo te aliviaré”

Amigo, nos encontramos en el Sagrario.


NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."

miércoles, 8 de julio de 2015

LA HISTORIA DEL BÁCULO DE MADERA QUE EL PAPA FRANCISCO ESTÁ USANDO POR SU VIAJE A LATINOAMÉRICA


La historia del báculo de madera que el Papa está usando
 Fecha: 07 de Julio de 2015


No es una novedad que los pequeños símbolos y gestos de Francisco atraigan con fuerza la atención de la gente. Al inicio de su pontificado fue la cruz pectoral o el cargar él mismo con su maletín en los vuelos papales. Esta vez, en Ecuador, los ojos de muchas personas se han fijado en el báculo que utiliza en las celebraciones eucarísticas.

Está hecho a mano y tallado en madera de olivo. Se trata de una copia idéntica del que le regalaron los presos de la cárcel de San Remo en Italia. La primera vez que lo utilizó fue el Domingo de Ramos del 2014 en la Plaza de San Pedro. Lamentablemente el báculo se dañó durante el viaje del Papa a Tierra Santa. Pero, ya que al Papa realmente le gustaba este báculo, se hizo otro idéntico en Belén con madera de olivo.

La historia del báculo de madera la explicó el padre Federico Lombardi, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, durante la rueda de prensa el lunes por la noche en Quito. Asimismo aseguró que “probablemente, este báculo será utilizado por el Papa en muchos otros viajes”.

EL EVANGELIO DE HOY: MIÉRCOLES 8 DE JULIO DEL 2015


Proclamen que el Reino de los Cielos está cerca

Tiempo Ordinario

Mateo 10, 1-7. Tiempo Ordinario. Ser mensajeros del amor de Dios con nuestra vida, nuestro modo de actuar, de hablar, de pensar. 



Por: H. Mario Carrillo Tapia | Fuente: Catholic.net 




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Del santo Evangelio según san Mateo 10, 1- 7
Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó. A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: «No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.

Oración introductoria
Jesús, gracias por el don de la fe católica, porque podemos disfrutar de tu compañía y recibirte en la sagrada Eucaristía. Sabemos que no somos dignos pero tú así lo has querido en tu infinito amor de Padre. Ayúdanos para que en esta meditación nos llenemos de tu amor y podamos ir por todo el mundo y proclamar tus maravillas, contagiando con tu amor los corazones de cuantos encontremos en nuestro camino.

Meditación del Papa Francisco
El Espíritu envía. Jesús es el Enviado, lleno del Espíritu del Padre. Ungidos por el mismo Espíritu, también nosotros somos enviados como mensajeros y testigos de paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de nosotros como mensajeros de paz, como testigos de paz! Es una necesidad que tiene el mundo. También el mundo nos pide hacer esto: llevar la paz, testimoniar la paz.
La paz no se puede comprar, no se vende. La paz es un don que hemos de buscar con paciencia y construir “artesanalmente” mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana. El camino de la paz se consolida si reconocemos que todos tenemos la misma sangre y formamos parte del género humano; si no olvidamos que tenemos un único Padre en el cielo y que somos todos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza. (Homilía de S.S. Francisco, 24 de mayo de 2014).

Reflexión 
Detengámonos brevemente en el primer versículo, cuando Jesús convoca a sus discípulos y ellos acuden a Él y reciben una serie de dones que ellos jamás se hubieran imaginado. Los discípulos creían ya tenerlo todo, se sentían contentos por estar con el Maestro. Pedro, que había dejado su casa, a su suegra y su barca, se sentía feliz. Lo mismo Mateo, quien había dejado todas sus riquezas. Y así cada uno había dejado todo para seguir al Maestro... y para servirle. Ya no podían esperar otro cambio de rumbo en sus vidas… pero, ese día el Señor se notaba distinto, se alegre y recogido a la vez. Les recordaba el día en que cada uno de ellos había sido llamado y les había invitado a dejar las redes y seguirle. Ya nada más podía pedirles Jesús. Sin embargo, ese día tan especial Jesús convoco a doce de los que le seguían de cerca y los envío a llevar su mensaje de amor y salvación a todos los hombres; les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad y dolencia.
Hoy Cristo nos sigue convocando para que vayamos y demos testimonio. Pero necesita de nuestra docilidad a fin de que respondamos a esta convocatoria como lo discípulos. No es una invitación de grupo, sino individual, con nombres específicos: Pedro, Juan, Mateo. Solo que hoy son nuestros nombres los que se escuchan. No perdamos la oportunidad de estar atentos para escucharle y abiertos a lo que Él quiera de nosotros… aunque pensemos que ya no podemos dar o recibir más.
La Iglesia nos necesita para ser luz en la tierra, necesita de hombres y mujeres, laicos y consagrados para la nueva evangelización.

Propósito 
Viviré con mayor delicadeza mi vida cristiana transmitiendo el amor de Cristo con mi testimonio, haciendo dos actos de caridad ayudando a una persona.

Dialogo con Cristo
Jesús, quiero corresponder al don de la vida de gracia. ¡Qué sería de nuestras vidas sin tu presencia en nuestras almas! Ayúdanos a valorarla al máximo y a cuidarla con mucho cariño. Que demos testimonio de tu amor en medio de la sociedad que sufre por no conocerte. Te pedimos por todas aquellas almas que aún no te han conocido y andan en tinieblas para que algún día abran los ojos de sus corazones al amor de Dios. También te pido por aquellas personas que aun conociéndote no se acercan a ti.

PAPA FRANCISCO: LA PALABRA DE DIOS NOS INVITA A VIVIR LA UNIDAD PARA QUE EL MUNDO CREA - HOMILIA

PAPA FRANCISCO: “LA PALABRA DE DIOS NOS INVITA A VIVIR LA UNIDAD PARA QUE EL MUNDO CREA”



Queridos amigos, les ofrecemos extractos de la homilía del Papa Francisco en la Santa Misa por la Evangelización de los Pueblos, celebrada ayer en el Parque Bicentenario de Quito(Ecuador):

“Me imagino ese susurro de Jesús en la última Cena (…) «Padre, que sean uno para que el mundo crea», así lo deseó mirando al cielo. A Jesús le brota este pedido en un contexto de envío: Como Tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. En ese momento, el Señor está experimentando en carne propia lo peorcito de este mundo al que ama, aun así, con locura: intrigas, desconfianzas, traición. Pero no esconde la cabeza, no se lamenta. 

También nosotros constatamos a diario que vivimos en un mundo lacerado por las guerras y la violencia. Sería superficial pensar que la división y el odio afectan sólo a las tensiones entre los países o los grupos sociales. En realidad, son manifestación de ese «difuso individualismo» que nos separa y nos enfrenta, son manifestación de la herida del pecado en el corazón de las personas, cuyas consecuencias sufre también la sociedad y la creación entera. 

Precisamente, a este mundo desafiante, con sus egoísmos, Jesús nos envía, y nuestra respuesta no es hacernos los distraídos, argüir que no tenemos medios o que la realidad nos sobrepasa. Nuestra respuesta repite el clamor de Jesús y acepta la gracia y la tarea de la unidad. (…)

La evangelización puede ser vehículo de unidad de aspiraciones, sensibilidades, ilusiones y hasta de ciertas utopías. Claro que sí; eso creemos y gritamos. «Mientras en el mundo, especialmente en algunos países, reaparecen diversas formas de guerras y enfrentamientos, los cristianos queremos insistir en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos “mutuamente a llevar las cargas”. 

El anhelo de unidad supone la dulce y confortadora alegría de evangelizar, la convicción de tener un inmenso bien que comunicar, y que comunicándolo, se arraiga; y cualquier persona que haya vivido esta experiencia adquiere más sensibilidad para las necesidades de los demás. De ahí, la necesidad de luchar por la inclusión a todos los niveles, ¡luchar por la inclusión a todos los niveles! Evitando egoísmos, promoviendo la comunicación y el diálogo, incentivando la colaboración. 

Hay que confiar el corazón al compañero de camino sin recelos, sin desconfianzas. «Confiarse al otro es algo artesanal, porque la paz es algo artesanal» (ibid., 244), es impensable que brille la unidad si la mundanidad espiritual nos hace estar en guerra entre nosotros, en una búsqueda estéril de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Y esto a costillas de los más pobres, de los más excluidos, de los más indefensos, de los que no pierden su dignidad pese a que se la golpean todos los días. 

Esta unidad es ya una acción misionera «para que el mundo crea». La evangelización no consiste en hacer proselitismo, el proselitismo es una caricatura de la evangelización. Evangelizar es atraer con nuestro testimonio a los alejados, es acercarse humildemente a aquellos que se sienten lejos de Dios en la Iglesia, acercarse a los que se sienten juzgados y condenados a priori por los que se sienten perfectos y puros. 

Acercarnos a los que son temerosos o a los indiferentes para decirles: «El Señor también te llama a ser parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor» (ibid., 113). Porque nuestro Dios nos respeta hasta en nuestras bajezas y en nuestro pecado. Este llamamiento del Señor con qué humildad y con qué respeto lo describe el texto del Apocalipsis: “Mirá, estoy a la puerta y llamo, si querés abrir...”. No fuerza, no hace saltar la cerradura, simplemente, toca el timbre, golpea suavemente y espera ¡ése es nuestro Dios!

La misión de la Iglesia, como sacramento de la salvación, condice con su identidad como Pueblo en camino, con vocación de incorporar en su marcha a todas las naciones de la tierra. Cuanto más intensa es la comunión entre nosotros, tanto más se ve favorecida la misión (cf. Juan Pablo II, Pastores gregis, 22). 

Poner a la Iglesia en estado de misión nos pide recrear la comunión pues no se trata ya de una acción sólo hacia afuera… nos misionamos también hacia adentro y misionamos hacia afuera manifestándonos como se manifiesta «una madre que sale al encuentro, como se manifiesta una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera».

Este sueño de Jesús es posible porque nos ha consagrado, por «ellos me consagro a mí mismo dice, para que ellos también sean consagrados en la verdad» (Jn 17,19). La vida espiritual del evangelizador nace de esta verdad tan honda, que no se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio; una espiritualidad quizás difusa. 

Jesús nos consagra para suscitar un encuentro con Él, persona a persona, un encuentro que alimenta el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo y la pasión evangelizadora.

La intimidad de Dios, para nosotros incomprensible, se nos revela con imágenes que nos hablan de comunión, comunicación, donación, amor. Por eso la unión que pide Jesús no es uniformidad sino la «multiforme armonía que atrae» (ibid., 117). La inmensa riqueza de lo variado, de lo múltiple que alcanza la unidad cada vez que hacemos memoria de aquel Jueves Santo, nos aleja de tentaciones de propuestas unicistas más cercanas a dictaduras, a ideologías, a sectarismos. 

La propuesta de Jesús, la propuesta de Jesús es concreta, es concreta, no es de idea. Es concreta: andá y hacé lo mismo, le dice a aquel que le preguntó ¿Quién es tu prójimo? Después de haber contado la parábola del buen samaritano, andá y hacé lo mismo.

Tampoco la propuesta de Jesús es un arreglo hecho a nuestra medida, en el que nosotros ponemos las condiciones, elegimos los integrantes y excluimos a los demás. Una religiosidad de élite… Jesús reza para que formemos parte de una gran familia, en la que Dios es nuestro Padre, todos nosotros somos hermanos. Nadie es excluido y esto no se fundamenta en tener los mismos gustos, las mismas inquietudes, los mismos talentos. Somos hermanos porque, por amor, Dios nos ha creado y nos ha destinado, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos (cf. Ef 1,5). 

Somos hermanos porque «Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama ¡Abba!, ¡Padre!» (Ga 4,6). Somos hermanos porque, justificados por la sangre de Cristo Jesús (cf. Rm 5,9), hemos pasado de la muerte a la vida haciéndonos «coherederos» de la promesa (cf. Ga 3,26-29; Rm 8, 17). Esa es la salvación que realiza Dios y anuncia gozosamente la Iglesia: formar parte de un «nosotros» que llega hasta el nosotros divino. (…)

Y qué lindo sería que todos pudieran admirar cómo nos cuidamos unos a otros. Cómo mutuamente nos damos aliento y cómo nos acompañamos. El don de sí es el que establece la relación interpersonal que no se genera dando «cosas», sino dándose a sí mismo. En cualquier donación se ofrece la propia persona. «Darse», darse, significa dejar actuar en sí mismo toda la potencia del amor que es Espíritu de Dios y así dar paso a su fuerza creadora. 

Y darse aún en los momentos más difíciles como aquel Jueves Santo de Jesús, donde Él sabía cómo se tejían las traiciones y las intrigas pero se dio y se dio, se dio a nosotros mismos con su proyecto de salvación. Donándose el hombre vuelve a encontrarse a sí mismo con su verdadera identidad de hijo de Dios, semejante al Padre y, como Él, dador de vida, hermano de Jesús, del cual da testimonio. 

Eso es evangelizar, ésa es nuestra revolución –porque nuestra fe siempre es revolucionaria–, ése es nuestro más profundo y constante grito”.

UN ERROR EN EL CIELO - REFLEXIÓN


UN ERROR EN EL CIELO




Una vez, le pregunté a mi Director Espiritual:
- ¿Por qué existen personas que salen fácilmente de los problemas más complejos, mientras que otras sufren por problemas muy pequeños, muriendo ahogadas en un vaso de agua?

Él simplemente sonrió y me contó la siguiente historia…

Una persona vivió amorosamente toda su vida. Cuando murió, todo el mundo dijo que se iría al cielo. Un hombre bondadoso como él solamente podría ir al Paraíso. 

El Ángel encargado de las admisiones que lo recibió en el Cielo comprobó las fichas que tenía sobre el mostrador y como no vio el nombre de él en la lista, le orientó para ir al Infierno.

- Mire, lamento decirle que no ha sido admitido en el Cielo, por lo que tendrá que ir al Infierno. Ya sabe cómo es: Nadie exige credencial o invitación, cualquiera que llega es invitado a entrar. 

El sujeto, muy resignado, se dirigió extrañado hacia el Infierno y una vez allí, comenzó a ambientarse.

Algunos días después, Lucifer llegó furioso a las puertas del Paraíso para pedirle explicaciones a San Pedro.

- ¡Esto es sabotaje! Nunca imaginé que fuese capaz de una bajeza semejante. ¡Eso que usted está haciendo es puro sabotaje!

Sin saber el motivo de tanta furia, San Pedro preguntó sorprendido que cuál era el problema. 

Lucifer, trastornado gritó:
- Usted mandó a ese sujeto al Infierno y él está haciendo un verdadero desastre allí. Él llegó escuchando a las personas, mirándolas a los ojos, conversando con ellas. Ahora, está todo el mundo dialogando, abrazándose, besándose. ¡El Infierno está insoportable, parece el Paraíso!

Y entonces hizo un pedido.
- Pedro, por favor, ¡agarre a ese sujeto y tráigalo para acá!

Cuando mi Director Espiritual terminó de contarme esta historia, me miró cariñosamente y dijo:

- Vive con tanto amor en el corazón, que si por error fueses a parar al Infierno, el propio demonio te lleve de vuelta al Paraíso.

Los problemas forman parte de nuestra vida, pero no dejes que ellos te transformen en una persona amargada. La crisis siempre sucederá y a veces no tendrás opción de evitarla.

Tu vida está sensacional y de repente puedes descubrir que un ser querido está enfermo; que la política económica del país cambió, y que infinitas posibilidades de preocupación aparecen. En las crisis no puedes elegir, pero puedes elegir la manera de enfrentarlas.

Y al final, cuando los problemas queden resueltos, más que sentir orgullo por haber encontrado la solución, tendrás orgullo de ti mismo.

IMÁGENES DEL PAPA FRANCISCO EN ECUADOR 2015

























LO MÁS BELLO PARA LA FAMILIA ESTÁ POR VENIR: PRIMERA HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN ECUADOR 2015


Lo más bello para la familia está por venir
Primera homilía del Papa Francisco en América Latina. 6 de julio 2015

Por: S.S. Papa Francisco | Fuente: http://www.romereports.com 






El pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar es el primer signo portentoso que se realiza en la narración del Evangelio de Juan. La preocupación de María, convertida en súplica a Jesús: «No tienen vino» y la referencia a «la hora» se comprenderá después, en los relatos de la Pasión.

Está bien que sea así, porque eso nos permite ver el afán de Jesús por enseñar, acompañar, sanar y alegrar desde ese clamor de su madre: «No tienen vino».

Las bodas de Caná se repiten con cada generación, con cada familia, con cada uno de nosotros y nuestros intentos por hacer que nuestro corazón logre asentarse en amores duraderos, en amores fecundos, en amores alegres. Demos un lugar a María, «la madre» como lo dice el evangelista, y hagamos con ella ahora el itinerario de Caná.

María está atenta. Está atenta en esas bodas ya comenzadas, es solícita a las necesidades de los novios. No se ensimisma, no se enfrasca en su mundo, su amor la hace ser hacia los otros. Tampoco busca a las amigas para comentar lo que está pasando y criticar la mala preparación de la boda. Y como está atenta, con su discrección, se da cuenta de que falta el vino.

El vino es signo de alegría, de amor, de abundancia. Cuántos de nuestros adolescentes y jóvenes perciben que en sus casas hace rato que ya no hay de ese vino. Cuánta mujer sola y entristecida se pregunta cuándo el amor se fue, cuándo el amor se escurrió de su vida. Cuántos ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de sus familias, arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano de sus hijos, de sus nietos, de sus biznietos. También la carencia de ese vino puede ser el efecto de la falta de trabajo, de las enfermedades, de situaciones problemáticas que nuestras familias en todo el mundo atraviesan. María no es una madre «reclamadora», tampoco es una suegra que vigila para solazarse de nuestras impericias, de nuestros errores o desatenciones. ¡María simplemente es madre!: Ahí está, atenta y solícita. Es lindo escuchar esto: «¡María es madre!». ¿Se animan a decirlo todos juntos conmigo? Otra vez. Otra vez.

Pero María en ese momento que se percata que falta el vino acude con confianza a Jesús. Esto significa que María reza. Va a Jesús, reza. No va al mayordomo; directamente le presenta la dificultad de los esposos a su Hijo. La respuesta que recibe parece desalentadora: «¿Qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). Pero, entre tanto, ya ha dejado el problema en las manos de Dios. Su apuro por las necesidades de los demás apresura la «hora» de Jesús. María es parte de esa hora, desde el pesebre a la cruz. Ella que supo «transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura» (Evangelii gaudium, 286) y nos recibió como hijos cuando una espada le atravesaba el corazón a su hijo, ella nos enseña a dejar nuestras familias en manos de Dios; nos enseña a rezar, encendiendo la esperanza que nos indica que nuestras preocupaciones son también preocupaciones de Dios.

Rezar siempre nos saca del perímetro de nuestros desvelos, nos hace trascender lo que nos duele, lo que nos agita o lo que nos falta a nosotros mismos y nos ayuda a ponernos en la piel de los otros, en sus zapatos. La familia es una escuela donde la oración también nos recuerda que hay un nosotros, que hay un prójimo cercano, patente, que vive bajo el mismo techo, que comparte la vida y está necesitado.

María, finalmente, actúa. Las palabras «Hagan lo que Él les diga» (v. 5), dirigidas a los que servían, son una invitación también a nosotros, a ponernos a disposición de Jesús, que vino a servir y no a ser servido. El servicio es el criterio del verdadero amor. El que ama sirve, se pone al servicio de los demás. Y esto se aprende especialmente en la familia, donde nos hacemos servidores por amor unos de los otros. En el seno de la familia, nadie es descartado: todos valen lo mismo. Me acuerdo que una vez a mi mamá le preguntaron a cuál de sus cinco hijos, nosotros somos cinco hermanos, quería más. Ella dijo: "Como los dedos, si me pinchan este me duele lo mismo que si me pinchan este". Una madre quiere a sus hijos como son. Y en una familia los hermanos se quieren como son. Nadie es descartado.

Allí en la familia «se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir "gracias” como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón cuando hacemos algún daño, cuando nos peleamos. Porque en todas las familias hay peleas, lo difícil es pedir perdón. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea» (Laudato si’, 213). La familia es el hospital más cercano. Cuando uno está enfermo lo cuidan allí. La familia es la primera escuela de los niños, es el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, es el mejor asilo para los ancianos. La familia constituye la gran «riqueza social», que otras instituciones no pueden sustituir, que debe ser ayudada y potenciada, para no perder nunca el justo sentido de los servicios que la sociedad presta a sus ciudadanos. En efecto, estos servicios que la sociedad presta a los ciudadanos no son una forma de limosna, sino una verdadera «deuda social» respecto a la institución familiar, que es la base y la que tanto aporta al bien común de todos.

La familia también forma una pequeña Iglesia, la llamamos «Iglesia doméstica» que, junto con la vida, encauza la ternura y la misericordia divina. En la familia la fe se mezcla con la leche materna: experimentando el amor de los padres se siente más cercano el amor de Dios.

Y en la familia, y de esto todos somos testigos, los milagros se hacen con lo que hay, con lo que somos, con lo que uno tiene a mano… y muchas veces no es el ideal, no es lo que soñamos, ni lo que «debería ser». Hay un detalle que nos tiene que hacer pensar, el vino nuevo de las bodas de Caná nace de las tinajas de purificación, es decir, del lugar donde todos habían dejado su pecado…, nacen de lo peorcito, porque «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). En la familia de cada uno de nosotros y en la familia común que formamos todos, nada se descarta, nada es inútil. Poco antes de comenzar el Año Jubilar de la Misericordia, la Iglesia celebrará el Sínodo Ordinario dedicado a las familias, para madurar un verdadero discernimiento espiritual y encontrar soluciones y ayudas concretas a las muchas dificultades e importantes desafíos que la familia hoy debe afrontar. Les invito a intensificar su oración por esta intención, para que aun aquello que nos parezca impuro, como el agua de las tinajas, nos escandalice o nos espanta, Dios –haciéndolo pasar por su «hora»– lo pueda transformar en milagro. La familia hoy necesita de este milagro.

Y toda esta historia comenzó porque «no tenían vino», y todo se pudo hacer porque una mujer –la Virgen– estuvo atenta, supo poner en manos de Dios sus preocupaciones, y actuó con sensatez y coraje. Pero hay un detalle, no es menor el dato final: gustaron el mejor de los vinos. Y esa es la buena noticia: el mejor de los vinos está por ser tomado, lo más lindo, lo más profundo y lo más bello para la familia está por venir. Está por venir el tiempo donde gustamos el amor cotidiano, donde nuestros hijos redescubren el espacio que compartimos, y los mayores están presentes en el gozo de cada día. El mejor de los vinos está en esperanza, está por venir para cada persona que se arriesga al amor, y en la familia hay que arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a amar. Y el mejor de los vinos está por venir aunque todas las variables y estadísticas digan lo contrario; el mejor vino está por venir en aquellos que hoy ven derrumbarse todo. Murmúrenlo hasta creérselo: el mejor vino está por venir, murmúrenselo cada uno en su corazón: el mejor vino está por venir, y susúrrenselo a los desesperados o a los desamorados. Tened paciencia, tened esperanza. Haced como María, rezad, actuad, abrid vuestro corazón, porque el mejor de los vinos va a venir. Dios siempre se acerca a las periferias de los que se han quedado sin vino, los que sólo tienen para beber desalientos; Jesús siente debilidad por derrochar el mejor de los vinos con aquellos a los que por una u otra razón, ya sienten que se les han roto todas las tinajas.

Como María nos invita, hagamos lo que el Señor nos diga, hagan «lo que él nos diga» y agradezcamos que en este nuestro tiempo y nuestra hora, el vino nuevo, el mejor, nos haga recuperar el gozo de la familia, el gozo de vivir en famlia.

LIMPIAR LOS OJOS Y EL CORAZÓN PARA VER EL LADO BUENO



Limpiar los ojos y el corazón para ver el lado bueno
Dejar un modo de vida que engendra odio y muerte y convertirse a Dios: vivir en y para el amor.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: Catholic.net 




Un líder indígena le espetó a San Juan Pablo II en su visita a Brasil:
“Santidad, tenemos hambre”.

San Juan Pablo II respondió con gran sensibilidad pastoral y humana: “Tu pueblo, Señor, tiene hambre de pan y de Dios”.

No estamos a gusto con la realidad de nuestro mundo. El hambre crece alarmantemente y una mayoría de la población no se alimenta adecuadamente.

Éste es uno de tantos pecados que azotan nuestra sociedad, que sufre de injusticia, esclavitud, violencia, vacío de Dios y carece de valores humanos.

Tenemos un mundo industrializado sin alma; no tiene en cuenta a los más desposeídos. A esta gran máquina del mundo le falta el aceite de la bondad.

La enfermedad que padece el mundo, decía M. Teresa, la enfermedad principal del ser humano no es la pobreza o la guerra, es la falta de amor, la esclerosis del corazón. El corazón es la zona más deprimida de las personas.

Hemos logrado llegar a la luna, hemos explorado las profundidades del mar y las entrañas de la tierra, pero no hemos logrado resolver los problemas de primera necesidad.

No basta con quitar penas y hambre; es necesario impregnar nuestro mundo de amor. Que nadie sufra rechazos, que nadie se sienta solo, que nadie se sienta rechazado. Dice H. Boll: “En el Nuevo Testamento hay una teología de la ternura que siempre es curativa: con palabras, con manos, que también pueden llamarse caricia, con besos, con una comida en común... Este elemento del Nuevo Testamento, la ternura, no ha sido descubierto aún”.

“Convertíos porque el Reino de Dios está cerca”, anuncia Juan el Bautista. Si Dios ha venido a nosotros, tenemos que cambiar radicalmente. No es
cuestión de cambiar de fachada. Es necesario cambiar de manera de pensar y de vivir. Dejar un modo de vida que engendra odio y muerte y convertirse a Dios: vivir en y para el amor, gozar de la paz y de la libertad, encontrar la verdadera vida.

Hemos de convertirnos al testimonio cristiano y, como el Bautista, ser luz y testigos de Cristo ante nuestros hermanos. Así lograremos que reinen la paz, la justicia y la fraternidad donde imperan la violencia, la desigualdad injusta y la violación de las libertades y de los derechos humanos.

Hemos de limpiar los ojos y el corazón para ver el lado bueno de las personas, de las cosas y de los acontecimientos, para ser maestros de esperanza y poner amor, alegría y paz en todas las situaciones.

Dios puede hacer el milagro de cambiarnos, claro está, con nuestro consentimiento. Dios puede “sacar hijos de Abraham de las piedras”; puede hacer que el corazón de piedra se convierta en corazón de carne; puede hacer que del tronco seco broten retoños nuevos; puede hacer que el árbol estéril se llene de frutos buenos; puede alegrar nuestra juventud de espíritu.
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