viernes, 14 de noviembre de 2014

EL SECRETO DE LA CONFESIÓN


El secreto de confesión
Sigilo confesional

El secreto no pretende encubrir tramas, complots o misterios, sino proteger la intimidad de la persona 

Por: Redacción Catholic.net | Fuente: Varios*


«El sistema del secreto que se da en el orden eclesial, como en cualquier otro orden jurídico, no pretende encubrir tramas, complots o misterios, como a veces ingenuamente la opinión pública cree o, más a menudo, es inducida a creer». El cardenal Mauro Piacenza, Penitenciario mayor de la Iglesia católica, explicó que el «objetivo del secreto, tanto sacramental como extra sacramental es proteger la intimidad de la persona, es decir, custodiar la presencia de Dios en lo íntimo del ser humano». Añadió el cardenal Piacenza que «grandes y saludables son los efectos que con el secreto y la reserva se desean proteger y custodiar para salvaguardar la fama y la reputación de alguien o respetar los derechos tanto de individuos como de grupos». (Artículo publicado por “L’Osservatore Romano” sobre el congreso que organizó la misma Penitenciaría Apostólica titulado “El sigilo confesional y la privacidad pastoral”. 12 noviembre 2014).

Breve explicación del secreto de confesión o sigilo sacramental

El sigilo sacramental es, en la Iglesia Católica, la obligación de no manifestar jamás lo sabido por confesión sacramental.

El derecho natural lo supone y es de derecho divino, sin que la Iglesia tenga facultad para dispensar de él, ni aun muerto el penitente. Su inviolabilidad es tal, que en ningún caso imaginable, ni daño gravísimo que sobrevenga al confesor ni a toda la humanidad, podría infringirse, ni de palabra, ni por escrito, ni por señal, ni por reticencias. Ni el mismo confesor podría confesar su pecado revelando la confesión recibida y de no haber otro medio, no estaría obligado a la integridad material de su propia confesión.

Dicha obligación comprende en primer término al confesor y después a todos aquellos que de algún modo se enterasen de la confesión, lícita o ilícitamente, ya oyéndola, ya leyendo apuntes de los pecados en orden a la confesión, ya sirviendo de intérprete y, si son varios, no pueden hablar de ello entre sí.

Son materia directa del sigilo los pecados mortales en general y en particular, los veniales en particular (pues, en general, no hay hombre que no los tenga y, por tanto, no son materia de sigilo), su objeto, cómplices y circunstancias. Materia indirecta es todo aquello por donde se puede venir en conocimiento del pecado o del pecador y cuanto a éste pudiera causar confusión, sospecha o daño y por esto caen bajo sigilo la penitencia impuesta, indisposición del penitente, denegación de absolución, defectos naturales y morales, escrúpulos conocidos solo por la confesión y cuya revelación pueda molestar al penitente.

Aun excluido el peligro de revelación, el Código de Derecho Canónico prohibe absolutamente a los confesores usar del conocimiento adquirido en la confesión con gravamen del penitente. De ser violado, el sacerdote queda automáticamente excomulgado.

A tanto llega la inviolabilidad del sigilo, que de negarse la absolución a un penitente por indispuesto, si se acerca públicamente a recibir la comunión de mano del mismo confesor, éste tiene que dársela.

Ni al mismo penitente se puede hablar de sus pecados fuera de la confesión sin licencia suya, que no debe solicitarse sino en caso de excepcional necesidad, por no exponerle a la natural vergüenza, haciendo odiosa la confesión. Aparte de esto, el penitente puede autorizar al confesor para hacer uso del secreto sacramental, pero esa autorización debe ser expresa, no implícita ni interpretativa, ha de ser espontánea y libérrima, con causa legítima y en bien del mismo penitente. Todo lo sobredicho va en el supuesto de que el confesor no sepa las cosas por otro producto que la confesión y así lo haga constar.

Preguntas frecuentes sobre el tema:

- ¿Puede un sacerdote revelar algún secreto de confesión?

La Iglesia Católica declara que todo sacerdote que oye confesiones está obligado a guardar un secreto absoluto sobre los pecados que sus penitentes le han confesado, bajo penas muy severas. Tampoco puede hacer uso de los conocimientos que la confesión le da sobre la vida de los penitentes.

El Código de Derecho Canónico, canon 983,1 dice: «El sigilo sacramental es inviolable; por lo cual está terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de palabra o de cualquier otro modo, y por ningún motivo».

- ¿No hay excepciones?

El secreto de confesión no admite excepción. Se llama "sigilo sacramental" y consiste en que todo lo que el penitente ha manifestado al sacerdote queda "sellado" por el sacramento.

Un sacerdote no puede hablar a nadie sobre lo que se le dice en confesión. Aun cuando él supiera la identidad del penitente y posteriormente se encontrara con él no puede comentarle nada de lo que le dijo en confesión, a menos que sea el mismo penitente quien primero lo comente. Entonces y sólo entonces, puede discutirlo sólo con él. De lo contrario debe permanecer en silencio.

- ¿Cómo se asegura este secreto?

Bajo ninguna circunstancia puede quebrantarse el “sigilo” de la confesión. De acuerdo a la ley canónica, la penalización para un sacerdote que viole este sigilo sería la excomunión automática (Derecho Canónico 983, 1388).

El sigilo obliga por derecho natural (en virtud del cuasi contrato establecido entre el penitente y el confesor), por derecho divino (en el juicio de la confesión, establecido por Cristo, el penitente es el reo, acusador y único testigo; lo cual supone implícitamente la obligación estricta de guardar secreto) y por derecho eclesiástico (Código de Derecho Canónico, c. 983).

- ¿Y si revelando una confesión se pudiera evitar un mal?

El sigilo sacramental es inviolable; por tanto, es un crimen para un confesor el traicionar a un penitente ya sea de palabra o de cualquier otra forma o por cualquier motivo.

No hay excepciones a esta ley, sin importar quién sea el penitente. Esto se aplica a todos los fieles —obispos, sacerdotes, religiosos y seglares—. El sigilo sacramental es protección de la confianza sagrada entre la persona que confiesa su pecado y Dios, y nada ni nadie puede romperlo.

- ¿Qué puede hacer entonces un sacerdote si alguien le confiesa un crimen?

Si bien el sacerdote no puede romper el sello de la confesión al revelar lo que se le ha dicho ni usar esta información en forma alguna, sí está en la posición —dentro del confesionario— de ayudar al penitente a enfrentar su propio pecado, llevándolo así a una verdadera contrición y esta contrición debería conducirlo a desear hacer lo correcto.

- ¿Las autoridades judiciales podrían obligar a un sacerdote a revelar un secreto de confesión?

En el Derecho de la Iglesia la cuestión está clara: el sigilo sacramental es inviolable. El confesor que viola el secreto de confesión incurre en excomunión automática.

Esta rigurosa protección del sigilo sacramental implica también para el confesor la exención de la obligación de responder en juicio «respecto a todo lo que conoce por razón de su ministerio», y la incapacidad de ser testigo en relación con lo que conoce por confesión sacramental, aunque el penitente le releve del secreto «y le pida que lo manifieste», (cánones 1548 y 1550).

- ¿Aunque contando el secreto el sacerdote pudiera obtener algo bueno para alguien?

El sigilo sacramental no puede quebrantarse jamás bajo ningún pretexto, cualquiera que sea el daño privado o público que con ello se pudiera evitar o el bien que se pudiera promover.

Obliga incluso a soportar el martirio antes que quebrantarlo, como fue el caso de San Juan Nepomuceno. Aquí debe tenerse firme lo que afirmaba Santo Tomás: «lo que se sabe bajo confesión es como no sabido, porque no se sabe en cuanto hombre, sino en cuanto Dios», (In IV Sent., 21,3,1).

- ¿Y si otra persona oye o graba la confesión y la revela?

La Iglesia ha precisado que incurre también en excomunión quien capta mediante cualquier instrumento técnico, o divulga las palabras del confesor o del penitente, ya sea la confesión verdadera o fingida, propia o de un tercero.

- ¿Y en el caso de que el sacerdote no haya dado la absolución?

El sigilo obliga a guardar secreto absoluto de todo lo dicho en el sacramento de la confesión, aunque no se obtenga la absolución de los pecados o la confesión resulte inválida.



Fuentes: Código de Derecho Canónico, Catecismo de la Iglesia Católica, respuestas sobre el tema de Grace MacKinnon, especializada en Doctrina Católica, L’Osservatore Romano, L’Osservatore Romanoatican Insider.

NUESTROS SUEÑOS


jueves, 13 de noviembre de 2014

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO PARA HOY JUEVES 13 DE NOVIEMBRE DEL 2014


Francisco en Sta. Marta: 
El Reino de los Cielos es una fiesta, no un espectáculo.
En la homilí­a de este jueves, el Santo Padre reflexiona sobre el Reino de Dios. Recuerda que es silencioso y crece dentro



Ciudad del Vaticano, 13 de noviembre de 2014 (Zenit.org) 


Sin hacer ruido, rezando y cumpliendo con los compromisos diarios. Es así como crece cada día el Reino de Dios. Así lo ha explicado el santo padre Francisco en la misa de Santa Marta celebrada esta mañana.


En el silencio, quizá de una casa donde "se llega a fin de mes con medio euro solamente" y aún así no deja de rezar y de cuidar a los propios hijos y los propios abuelos. Allí es donde se encuentra el Reino de Dios, lejos del clamor, porque el Reino de Dios "no atrae la atención" exactamente como no la atrae la semilla que crece bajo tierra.

El Papa ha tomado el fragmento del Evangelio de Lucas para reflexionar en su homilía sobre la respuesta de Jesús a la pregunta de los discípulos: '¿cuándo vendrá el Reino de Dios?' Jesús responde; "vendrá un día en el que os dirán: 'aquí esta', o 'allí está'; no os vayáis, no lo sigaís". Francisco ha afirmado que "el Reino de Dios no es un espectáculo. El espectáculo muchas veces es la caricatura del Reino de Dios".

Al respecto, el Pontífice ha exclamado "¡El espectáculo! El Señor nunca dice que el Reino de Dios es un espectáculo. ¡Es una fiesta! Pero es diferente. Es fiesta, cierto, es bellísima. Una gran fiesta. Y el Cielo será una fiesta, pero no un espectáculo. Y nuestra debilidad humana prefiere el espectáculo".

Asimismo, el Papa ha recordado que muchas veces el espectáculo es una celebración -por ejemplo, la boda- en la que se presenta la gente más que para recibir un sacramento, vienen a "hacer un espectáculo de moda, a hacerse ver, la vanidad". Por eso, el Papa ha precisado que "el Reino de Dios es silencioso, crece dentro. Lo hace crecer el Espíritu Santo con nuestra disponibilidad, en nuestra tierra, que nosotros debemos preparar".  Y así el Pontífice ha citado las palabras de Jesús cuando dice que para el Reino llegará el momento de la manifestación de fuerza, pero será solamente al final de los tiempos.

De este modo, el Papa ha indicado que "el día que hará ruido, lo hará como el relámpago, iluminando, que brilla de un lado al otro del cielo. Así será el Hijo del hombre en su día, el día que hará ruido. Y cuando uno piensa en la perseverancia de tantos cristianos, que llevan adelante la familia -hombres, mujeres- que cuidan de sus hijos, cuidan de los abuelos y llegan al final de mes con medio euro solamente, pero rezan, allí está el Reino de Dios, escondido, en esa santidad de la vida cotidiana, esa santidad de todos los días". Porque -ha añadido- el Reino de Dios no está lejos de nosotros, ¡está cerca! Esta es una de sus características: cercanía de todos los días.

Pero Jesús, cuando describe su regreso en una manifestación de gloria y poder, añade que "antes es necesario que sufra mucho y sea rechazado por esta generación", ha observado el Papa. Lo que esto quiere decir -según ha precisado el Pontífice- es que "también el sufrimiento, la cruz, la cruz cotidiana de la vida, la cruz del trabajo, de la familia, de llevar las cosas adelante, esta pequeña cruz cotidiana es parte del Reino de Dios".

Por eso, para concluir ha invitado a pedir al Señor la gracia "de cuidar el Reino de Dios que está dentro de nosotros" con "la oración, la adoración, el servicio de la caridad, silenciosamente".

Y así ha finalizado el Santo Padre: "el Reino de Dios es humilde, como la semilla: humilde pero es grande, por la fuerza del Espíritu Santo. A nosotros nos toca dejarlo crecer en nosotros, sin presumir: dejar que el Espíritu venga, nos cambie el alma y nos lleve adelante en el silencio, en la paz, en la calma, en la cercanía a Dios, a los otros, en la adoración a Dios, sin espectáculos".

(13 de noviembre de 2014) © Innovative Media Inc.

EL EVANGELIO DE HOY: JUEVES 13 DE NOVIEMBRE DEL 2014


El Reino de Dios entre nosotros
Tiempo Ordinario

Lucas 17, 20-25. Tiempo Ordinario. Dejar que Jesús reine en mi alma es abrirle las puertas para que Él haga lo que quiera. conmigo. 


Por: P. Juan Gralla | Fuente: Catholic.net



Del santo Evangelio según san Lucas 17, 20-25
En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo llegaría el Reino de Dios, Jesús les respondió: El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: "Vedlo aquí o allá", porque el Reino de Dios ya está entre vosotros. Dijo a sus discípulos: Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: "Vedlo aquí, vedlo allá." No vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su Día. Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación.

Oración introductoria
Señor Jesús, para vivir unido a Ti de modo real, personal y constante, necesito alimentar esta unión por medio de la vida de gracia y la identificación de mi voluntad con la tuya, en esta meditación y durante toda mi vida. ¡Ven Espíritu Santo y haz esto posible!

Petición
Jesús, dame la gracia de orar y de hablar contigo de corazón a corazón.

Meditación del Papa Francisco
Nosotros sabemos que la historia tiene un centro: Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado; que está vivo entre nosotros y que tiene una finalidad: el Reino de Dios, Reino de paz, de justicia, de libertad en el amor.
Y tiene una fuerza que la mueve hacia aquel fin: es la fuerza del Espíritu Santo. Todos nosotros tenemos el Espíritu Santo que hemos recibido en el bautismo. Y él nos empuja a ir hacia adelante en el camino de la vida cristiana, en el camino de la historia, hacia el Reino de Dios.
Este Espíritu es la potencia del amor que ha fecundado el seno de la Virgen María; y es el mismo que anima los proyectos y las obras de todos los constructores de paz. Donde hay un hombre y una mujer constructor de paz, es exactamente el Espíritu Santo quien ayuda y lo empuja a hacer la paz» (S.S. Francisco, 1 de enero de 2014).

Reflexión
El Reino de Dios ya está entre nosotros, aunque no completamente. Está entre nosotros porque Jesús ya ha venido a la tierra y nos ha dejado su presencia. Pero todavía falta algo. Es necesario que el Reino llegue al corazón de cada hombre. Sólo entonces podremos decir que ya ha llegado en toda su plenitud.

Jesús advierte que no se trata de un reino de ejércitos, de emperadores, de palacios, etc. sino que es algo mucho más sutil, menos notorio. Es un gobierno sobre los corazones, cuya ley es la caridad y Cristo es el soberano.

Dejar que Jesús reine en mi alma significa abrirle las puertas para que Él haga lo que quiera conmigo. Y El sólo entra y se queda a vivir si encuentra un alma limpia, es decir, sin pecado. Un alma en pecado es un lugar inhabitable para Dios. Por eso decimos que hay que vivir en continua lucha con nuestro peor enemigo, que es el pecado, porque sólo él nos aleja de Dios, la meta de nuestra vida.

¡Cómo sería el mundo si todos los hombres viviesen en gracia, en amistad con Dios! ¡Qué diferentes serían las cosas si todos los países adoptaran el mandamiento de la caridad universal como ley suprema!

Entonces, sí que podríamos decir que el Reino de los cielos ha llegado a la tierra.

Propósito
Empecemos por nuestro corazón y por nuestra casa. Que cada día Dios sea lo más imprtante en mi vida, buscar que el Reino de Dios viva en mi corazón, a través de la oración y la caridad a los demás.

Diálogo con Cristo
Jesús, ni el trabajo, ni el estudio, ni las ocupaciones cotidianas, deben ser un obstáculo para estar unido a Ti. Sólo dejando que gobiernes y ordenes mi vida, podrá venir a mí tu Reino. Reconociéndote hoy como mi Rey y Señor, todo mi día se convertirá en un medio para alabarte, para glorificarte y amarte, por medio de mi amor y servicio a los demás.

¿FANÁTICO?.... NO, TAN SÓLO CATÓLICO


¿Fanático?... no, tan sólo católico
Autor: Andrés Tapia Arbulú



Durante una reunión social, me dijeron que soy un fanático.

Francamente, mi primera reacción ¿casi tentación? hubiera sido de protesta y enojo. En mi léxico personal, como en el de muchas personas, la palabra fanático abarca una serie de conceptos que van de la gama de lo irracional a la de la violencia. 

¿Me había exasperado ante una opinión contraria? No, había estado de lo más tranquilo. ¿Había gritado o ridiculizado a alguien? Menos, además de no ser caritativo. ¿Había decidido defender a ultranza a algún político, equipo de fútbol o propuesto alguna violencia? Nada de eso. 

Uds. juzguen: sencillamente lo que expresé, en diversos momentos de la reunión, fue una serie de puntos de vista, no muy originales por cierto:

Que el matrimonio es para toda la vida.
Que las relaciones fuera del matrimonio están mal.
Que la vida es sagrada y el aborto es un asesinato aún en caso de violación.
Que la homosexualidad es un desorden moral grave y dista mucho de ser normal.

Como les decía, ideas no muy originales pues todas ellas se encuentran en el Catecismo de la Iglesia Católica. Consideraciones que la Iglesia y los católicos han mantenido durante siglos.

Lo curioso es que no me encontraba en una reunión de librepensadores u otro tipo de aquelarre bohemio. Se encontraban muchos católicos y algunos de más de una misa de domingo. ¿Qué es lo que había pasado entonces? 

Algo muy sencillo y preocupante: los católicos se van mimetizando con una sociedad secularizada, la cual va minando sutil pero inexorablemente su fe hasta amoldarla a una especie de buenas costumbres sociales. Y como la sociedad se encuentra en un desvarío donde cada uno tiene su opinión, ellos, irresponsablemente, van perdiendo su identidad católica hasta terminar creyendo que ser católico es más un compromiso con las buenas costumbres de la sociedad que con el Dios de Jesucristo.

Por eso ya no reconocen lo que significa ser católico.

Por eso cuando expresé mi manera de ver la realidad las reacciones fueron varias. Algunos apuraron lo que estaban bebiendo. Otro hizo un gesto de disgusto y una pareja me dijo (ellos sí levantando la voz): ¡eres un fanático!, con el mismo tono que hubieran empleado para referirse a que era un grosero o un enfermo sexual.

Los miré un poco sorprendidos y les dije tranquilamente: ¿Fanático?... no, tan sólo católico.

CELESTIALES FRUTOS DE LA SAGRADA EUCARISTÍA


CELESTIALES FRUTOS DE LA SAGRADA EUCARISTÍA
Beneficios de recibir a Jesús Sacramentado



Aquí solo referiremos los principales para animarnos a aficionarnos más y más a frecuentarla.

Aumenta la gracia.

Da Luz al alma a fin de conocer el bien para seguirlo y el mal para huirlo.

Aviva la fe y la esperanza.

Enciende la caridad.

Modera la ira y las demás pasiones,  preservándonos de pecar.
Nos une con Jesucristo.

Nos da una suavidad espiritual, mediante la cual se hacen con gusto todas las obras de virtud.

Ahuyenta los demonios, para que no nos tienten tan a menudo.

Calma los remordimientos de la conciencia.

Hace tener gran confianza en Dios en la hora de la muerte.

Alimenta el alma dándole vigor, así como el pan material lo da al cuerpo.

Nos da especiales auxilios para perseverar en el bien y llegar a la eterna Gloria.

Grandes son los beneficios de recibirla!!! Pero…recordemos la palabras de San Pablo:

Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien, sin examinar su conciencia come y bebe el Cuerpo, come y bebe su propia condenación».

1 Cor 11,28

Pero no te asustes si en situación de pecado mortal te encuentras. Confiésate bien antes, y de veras arrepentido, excítate a muchos y fervientes actos de humildad, confianza y amor, y comulgando de ésta manera gozarás de éstos GRANDES BENEFICIOS!

REZANDO EL PADRE NUESTRO FRENTE A JESÚS EUCARISTÍA


Rezando el Padre Nuestro frente a la Eucaristía
Te pido mi Jesús, que cada vez que rece la oración que tú me enseñaste, lo haga despacio, con calma, con amor.


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net


Estoy frente a ti, Señor, en esta mañana de cielo azul y sol resplandeciente. Me dispongo a rezar, después de saludarte y empiezo:

"Padre Nuestro... me detengo y llega hasta mi como un relámpago la escena en que tú, Jesús, les decías a aquel grupo de hombres que habías escogido, que te seguían y que te veían orar.

Te preguntaron cómo debían orar y tú dijiste:

Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden y no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal. (Mt 6, 9-13)

Y añadiste: Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes. (Mt 6, 9-15)

Me detengo unos momentos para pensar lo que estoy diciendo, ya que generalmente esa oración es una rutina en mi vida.

Su comienzo es toda una maravilla de grandeza, de fuerza, de ternura... y revelada por ti, Señor, porque sino ¿quién se atrevería a llamar PADRE, al Omnipotente, al Creador del cielo y de la tierra, a la Divinidad, al Todopoderoso, al que dijo: "Yo Soy El que Soy"? Pues bien, Jesús, tú que eres su Hijo, dijiste que es así como le podemos llamar, con plena confianza, con respeto pero con mucho amor: Padre

También nos dices que hay que santificar ese NOMBRE, que debemos darle todo el respeto y la gloria de que es merecedor y después añades una petición: Que venga tu Reino, ese Reino por el que Tú te hiciste hombre y es el que viniste a anunciar y que fue el causante de tu muerte y nos sigues pidiendo que recordemos que es también nuestra misión el anunciarlo.

Y lo que sigue, ¡qué bien lo sabes tú, Jesús! Cada día, en todos los rincones de la Tierra hay alguien que te dice, aún con lágrimas en los ojos y el corazón roto de dolor, ¡hágase tu Voluntad! ¡Qué difícil, cómo cuesta dejar todo en tus manos y aceptar tu Voluntad!

Y sigue otra petición: Nuestro pan Señor que no nos falte. ¡Que todos tus hijos, sin distinción de razas y credos, tengan el alimento de cada día, ya que a ti te preocupaba y apenaban aquellos hombres que te seguían y no tenían que comer y que tenían hambre... y lleno de piedad hiciste uno de los milagros más hermosos. Ahora nos toca a nosotros luchar porque llegue el día en que no exista el hambre en esta Tierra.
Y lo más importante, que nunca nos falte TU Pan, la Eucaristía, que siempre podamos recibirla, que aumentes nuestra fe para amar cada día más Tu presencia en ese pequeño pedacito de Pan donde quieres quedarte con nosotros para siempre.

Y luego, la petición de la humildad pidiendo perdón de nuestras ofensas, pero ese perdón, lleva una condición. ¡Ay, Jesús, esa condición, tú lo sabes porque conoces nuestro corazón, cómo nos cuesta! Mira que le ponemos al Padre, el ejemplo de que nos perdone "cómo nosotros perdonamos" y nosotros somos los que siempre decimos: "¡yo eso no lo voy a perdonar, no puedo, me han hecho demasiado daño o es una persona que no la soporto, me cae muy mal y no la voy a perdonar!" o "yo perdono pero... no olvido". ¡Ay, Jesús!, tú que sabes y recuerdas que diste hasta la última gota de tu preciosa sangre para que fuésemos perdonados y sabes también que esa es la condición del amor por nuestros semejantes. Perdonar y olvidar, porque así es el perdón que Dios, nuestro Padre, nos da. Y nosotros sabemos muy bien cómo es nuestro perdón...

Ya voy a terminar la oración más hermosa que nos pudiste enseñar, pidiendo: Que no nos dejes caer en la tentación, qué seamos fuertes para no rendirnos a los mil sortilegios y engaños del enemigo de ese Dios que tanto nos ama y ¡líbranos del mal! Si, líbranos de ese mal y de tantos males para que no echen raíces en nuestro corazón, y nos puedan alejar de nuestro Padre Dios.

Bendita, como ninguna, la oración del Padre Nuestro, que siendo tan hermosa la decimos todos los días pero tan rutinariamente que no le podemos dar todo el maravilloso sentido y poder que ella encierra.

Te pido mi Jesús, que cada vez que rece la oración que tú me enseñaste, lo haga despacio, con calma, con amor, sabiendo que la dirijo a mi Padre Bueno que me escucha y me ama.

Gracias por estar presente en la Eucaristía... gracias por Tu Pan de cada día.

SAN DIEGO DE ALCALÁ, FRANCISCANO, 13 DE NOVIEMBRE


Diego de Alcalá, Santo
Diego de Alcalá, Santo

Franciscano, 13 de noviembre 


Por: Andrés- Avelino Esteban Romero | Fuente: Franciscanos.org



Empezamos esta breve silueta hagiográfica reparando una, no por lo generalizada menos digna de ser reparada, injusticia en la denominación del santoral español al designar a San Diego con el toponímico de Alcalá de Henares, en lugar del nombre de la villa de San Nicolás del Puerto, en la provincia de Sevilla.

Insignificante por su demografía, es la villa de San Nicolás del Puerto uno de los lugares más típicos y pintorescos de la provincia andaluza. Se halla situado al norte de la misma, en pleno complejo montañoso, con gran riqueza hidráulica, que dan a sus alrededores extensas zonas cultivadas y amplias alamedas. Su altitud y arboledas hacen del lugar un oasis en la canícula sevillana.

San Nicolás, en su insignificancia demográfica y urbanística, tiene un lugar en la historia por el mejor de los títulos que dan entrada en ella, por haber sido cuna de uno de los hombres que figuran en el santoral de la Iglesia católica. Hacia fines del siglo XIV, sin que sea posible concretar más la fecha, nació de humilde familia pueblerina el niño que había de llevar junto a su nombre en documentos reales y bulas pontificias el nombre del lugar que le vio nacer: San Diego de San Nicolás. El hecho al que hemos aludido al comienzo de estas líneas de que se le designe como San Diego de Alcalá no tiene más explicación que el haber sido la ciudad complutense su última residencia terrenal, lugar de su sepulcro hasta el presente, y que sus numerosos milagros hicieron bien pronto célebre en toda España. Pero tanto las historias primitivas del Santo como la bula de canonización expedida por Sixto V, no conocen otro lugar de referencia que San Nicolás. La tradición lugareña ha conservado ininterrumpidamente hasta el día de hoy la casa de su nacimiento. La devoción de sus paisanos, cobijados bajo su celestial patronato, respalda la designación del lugar de su nacimiento. El Santoral Hispalense, de Alonso Morgado, el más documentado elenco hagiográfico de santos sevillanos, así lo reconoce. Es, pues, de justicia devolver al humilde pueblo sevillano el mejor título de su historia, máxime cuando la ciudad complutense tiene tantos otros de rango universitario y literario que la encumbran en España.

Muy poco se sabe de sus primeros años.

La más segura de sus biografías, debida a la pluma de don Francisco Peña, abogado y promotor en Roma de la causa de canonización del Santo, y que debió, por lo mismo, poseer los mejores datos en torno a la vida de Diego, así lo reconoce. Don Cristóbal Moreno, traductor en el siglo XVI al castellano de la obra latina de Peña, también hace constar esta insuficiencia de datos sobre la niñez y primeros años de San Diego. Y hasta la Historia del glorioso San Diego de San Nicolás, escrita por el que fue guardián del convento de Santa María de Jesús, de Alcalá de Henares, donde vivió y murió el Santo, se concreta para esta época de la vida de Diego a las anteriores biografías de Peña y Moreno. La Historia de Rojo, el guardián complutense, aparecida en 1663, sesenta años después de la muerte de Moreno y a un siglo de distancia de la obra latina de Peña, no pudo ampliar con nuevos datos, como parecería lógico por haber vivido en el mismo convento de San Diego, lo que la bula y anteriores hagiógrafos nos comunican. Alonso Morgado tampoco nos enriquece el conocimiento de la niñez de Diego con aportaciones que llenen el vacío de sus primeros años.

Deseosos de que esta silueta hagiográfica responda a la más estricta seriedad documental, tanto más exigida cuanto San Diego llegó a ser un taumaturgo popular en sus tiempos y en la España de los siglos de oro, nos vamos a dedicar tan sólo a destacar dos aspectos de su vida: sus itinerarios y las características de su santidad, tal como aparecen aquéllas en la bula de canonización.

San Diego, nacido en el más pequeño lugar de la provincia de Sevilla, fue sin duda uno de los hombres de su tiempo y condición que más viajó. Podríamos trazar la línea de su constante andar con un gráfico que va de San Nicolás al cielo, pasando por Sevilla, Córdoba, las Islas Canarias, Roma y Castilla, rindiendo viaje en Alcalá de Henares, para saltar desde la gloria del sepulcro a los altares. En el polvo de sus sandalias quedaron adheridas y mezcladas tierras de innumerables caminos de España y Francia e Italia.

De San Nicolás pasa a un lugar cercano a la villa para ponerse bajo la dirección espiritual de un santo sacerdote ermitaño, el primero que cultiva sus ansias generosas de total entrega de servicio a Dios. De allí, confirmada su voluntad de consagración al Señor, se traslada a Arrizafa, cerca de Córdoba, en cuyo convento profesa como fraile lego en los Menores de la observancia franciscana. Desde este lugar comienza su itinerario limosnero y misional por incontables pueblos de Córdoba, Sevilla y Cádiz, dejando detrás de su paso una estela de caridad y milagros que aún pervive en las tradiciones lugareñas de no pocos de esos pueblos.

Pero el humilde fraile de «tierra adentro» había de enfrentarse, en su constante caminar, con las rutas del «mar océano», empresa en aquellos tiempos ni corta ni común. Las Islas Canarias, especialmente Fuerteventura, son ahora la meta de su itinerario misionero en calidad de guardián, para lo que fue designado hacia el año 1449. Su paso por las Islas Afortunadas quedó también marcado por obras maravillosas de apostolado y de caridad. Vuelto a la Península hacia el año 1450, en ocasión del jubileo universal proclamado por la santidad de Nicolás V, su piedad mueve sus pies camino de Roma para lucrar las gracias de aquel jubileo. Después de varios meses de peregrinar llega a la Ciudad Eterna al tiempo de la canonización de San Bernardino de Sena, cuyo acontecimiento, al congregar en Roma varios miles de religiosos franciscanos, había de ofrecer otra oportunidad a su celo y caridad ardiente con motivo de una epidemia habida entre los peregrinos llegados de varias partes. Fue el convento de Santa María de Araceli el lugar de su residencia durante tres meses.

Vuelve a España. Y después de un tiempo en el convento castellano de Nuestra Señora de Salceda, llega en su última etapa terrenal a Alcalá de Henares, en cuyo convento de Santa María de Jesús había de vivir los últimos años de su vida mortal para nacer a la gloria y a la santidad de los altares.

Esta breve consignación geográfica de sus itinerarios en aquellos tiempos, y en un humilde hijo pueblerino y religioso lego, es más que suficiente para poner de relieve su destacada personalidad, cuya base estribaba tan sólo en su santidad misionera y caritativa.

Si hubiésemos de sintetizar la fisonomía de su espiritualidad, dentro siempre del estilo franciscano de su vida, no dudaríamos en destacar la obediencia hasta el milagro, la sencillez y servicialidad sin límites, la caridad heroica para con todos, como las virtudes que le encumbraron a la santidad y que le hicieron famoso y hasta popular en vida y después de su muerte. El humilde lego que hacía salir a su paso a todos para verle y acogerse a su valimiento delante de Dios mientras vivía, había de congregar junto a su sepulcro a los grandes de la tierra después de muerto. Cardenales y prelados de la Iglesia, reyes y príncipes, hombres y mujeres del pueblo habían de ir, sin distinción de clases, al humilde religioso franciscano. Enrique IV de Castilla, primero; cardenales de Toledo, príncipes de España, el mismo Felipe II después, acudieron junto a su tumba, llevados por el mismo sentimiento de confianza en su santidad milagrosa, o hicieron llevar sus restos sagrados hasta las cámaras regias, como en el caso del príncipe Carlos, hijo del Rey Prudente, a fin de impetrar de Dios, por su mediación, la curación y el milagro. Nada menos que el propio Lope de Vega había de inmortalizar en una de sus comedias en verso el milagro del príncipe Carlos, que había de cantar, en la poesía del Fénix de nuestros Ingenios, el pueblo todo de España.

Nadie con más autoridad que Sixto V puede resumirnos las características de la santidad de Diego. «El Todopoderoso Dios –dice en la bula de canonización–, en el siglo pasado, muy vecino y cercano a la memoria de los nuestros, de la humilde familia de los frailes menores, eligió al humilde y bienaventurado Diego, nacido en España, no excelente en doctrina, sino “idiota” y en la santa religión por su profesión lego..., mostrándole claramente que lo que es menos sabio de Dios, es más sabio que todos los hombres, y lo más enfermo y flaco, más fuerte que todos los hombres... Dios, que hace solo grandes maravillas, a este su siervo pequeñito y abandonado, con sus celestiales dones de tal manera adornó y con tanto fuego del espíritu Santo le encendió, dándole su mano para hacer tales y tantas señales y prodigios así en vida como después de muerto, que no sólo esclareció con ellos los reinos de España, sino aun los extraños, por donde su nombre es divulgado con grande honra y gloria suya... Determinamos y decretamos –continúa la bula– que el bienaventurado fray Diego de San Nicolás, de la provincia de la Andalucía española, debe ser inscrito en el número y catálogo de los santos confesores, como por la presente declaramos y escribimos; y mandamos que de todos sea honrado, venerado y tenido por santo...»

Lo humilde y pobre del mundo fue escogido por Dios para maravilla de los grandes y poderosos de la tierra. En Diego se cumplió una vez más de modo esplendente el milagro de la gracia.

Así se consumaron las etapas del itinerario de San Diego de San Nicolás, quien entró en la inmortalidad bienaventurada el 13 de noviembre de 1463 en Alcalá, y en la gloria de los altares en julio de 1588, bajo el pontificado de Sixto V, culminando el proceso introducido por Pío IV en tiempos de Felipe II.

No queremos cerrar esta silueta sin consignar aquí un deseo y una aspiración de todos sus paisanos, y que será la última etapa de sus itinerarios y hasta una solución a la soledad en que hoy se halla su sepulcro. La etapa, triunfal y definitiva, de Alcalá, donde hoy reposa, a San Nicolás, la villa que le vio nacer, y en la que la devoción popular al santo Patrono y paisano espera tenerle lo más cerca posible, no sólo para honrarle como su santidad y gloria merecen, sino incluso para conseguir por su mediación valiosa la completa y plena restauración de la vida cristiana de un pueblo pequeño y humilde, pero que conserva la fe en su Santo, al que lleva siglos esperando.

QUE TU TESTIMONIO BRILLE EN TODO LUGAR


miércoles, 12 de noviembre de 2014

EL EVANGELIO DE HOY: MIÉRCOLES 12 DE NOVIEMBRE DEL 2014



Curación de diez leprosos
Milagros

Lucas 17, 11-19. Tiempo Ordinario. Agradece a Dios todo lo que te da cada día. Pero sobre todo darle gracias por la fe. 


Por: P. Juan Gralla | Fuente: Catholic.net



Del santo Evangelio según san Lucas 17, 11-19
En aquel tiempo, yendo Jesús de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! Al verlos, les dijo: Id y presentaos a los sacerdotes. Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: ¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate y vete; tu fe te ha salvado.

Oración introductoria
Señor, aumenta mi fe para que pueda alcanzar la salvación. Ten compasión y permite que esta oración me ayude a vivir este día con humildad, con esperanza y alegría, sirviendo a todos, especialmente a los que tengo más cerca.

Petición
Señor, dame la gracia de saber agradecerte todos los dones que me das.

Meditación del Papa Francisco
En los evangelios, algunos reciben la gracia y se van: de los diez leprosos curados por Jesús, solo uno volvió a darle las gracias. Incluso el ciego de Jericó encuentra al Señor mediante la sanación y alaba a Dios. Pero debemos orar con el "valor de la fe", impulsándonos a pedir también aquello que la oración no se atreve a esperar: es decir, a Dios mismo:
Pedimos una gracia, pero no nos atrevemos a decir: ‘Ven Tú a traerla’. Sabemos que una gracia siempre es traída por Él: es Él que viene y nos la da. No demos la mala impresión de tomar la gracia y no reconocer a Aquel que nos la porta, Aquel que nos la da: el Señor. Que el Señor nos conceda la gracia de que Él se dé a nosotros, siempre, en cada gracia. Y que nosotros lo reconozcamos, y que lo alabemos como aquellos enfermos sanados del evangelio. Debido a que, con aquella gracia, hemos encontrado al Señor. (Cf. S.S. Francisco, 10 de octubre de 2013, homilía en Santa Marta).
Reflexión
¡Cuánto se agradece cuando una persona se detiene en la carretera para ayudarnos cuando nuestro coche se ha averiado! "Jamás me había visto antes, sabía que muy probablemente no nos volveríamos a encontrar para que yo le agradeciera este favor... y sin embargo, tuvo el detalle de detenerse para hacerlo." Parece obligado que ante este hecho, brote del corazón la gratitud.

Pero suele suceder que las personas que saben agradecer las cosas grandes, son las que también lo hacen ante pequeños detalles, que podrían pasar inadvertidos. A quien le cede el paso en medio del tráfico, al que sabe sonreír en el trabajo los lunes por la mañana, a la persona que atiende en la farmacia o en el banco... Son felices porque les sobran motivos para decir esa palabra que para otros es extraña y humillante.

Quien la pronuncia con sinceridad, al mismo tiempo llena de alegría a los demás, y crea "el círculo virtuoso" de la gratitud, en el que cada uno cumple su deber con mayor gusto y perfección.

Y si estas personas agradecen a los hombres los pequeños favores y detalles, ¡cuánto más a Dios que es quien a través de canales tan variados nos hace llegar todo lo bueno que hay en nuestra vida! ¡Gracias!

Es frecuente que nos olvidemos de dar gracias a Dios por los beneficios recibidos. Somos prontos para pedir y tardos para agradecer.

A veces las cosas nos parecen tan naturales que no se nos ocurre ageradecerlas a Dios:

Darle gracias por las maravillas de la naturaleza: del aire que es gratis para todo el mundo. Del agua: ese tesoro de la naturaleza.

Dar gracias a Dios por las maravillas del cuerpo humano. De tener ojos: esas maravillosas máquinas fotográficas. De tener oídos: esa maravilla de la técnica. Supongamos que fuéramos ciegos o mudos.

Dar gracias Dios por la familia en la que hemos nacido. Quizás tengamos problemas, pero si miramos para atrás veremos tragedias espantosas.

Dar gracias Dios por nuestra Patria. Las hay mejores, pero también las hay mucho peores. Supongamos que hubiéramos nacido en Etiopía o en Somalia: donde tantos mueren de hambre.

Pero sobre todo darle gracias por la fe. Es el mayor tesoro que podemos tener en la Tierra.

Y la principal petición es en ella morir. Tener la suerte inmensa de una santa muerte.

Propósito
Iniciar mis actividades, especialmente la oración, pidiendo a Dios que aumente mi fe.

Diálogo con Cristo
Señor, permite que sepa reconocer los muchos dones que me has dado, utilizarlos bien y darte gracias por ellos. Tú no necesitas mi agradecimiento, soy yo quien necesita reconocer que, sin tu gracia, nada puedo y de nada me sirven los dones terrenales que pueda tener.

RAMOS DE FLORES A LOS ENFERMOS


Ramos de flores a los enfermos
Autor:  Padre Justo López Melús


Está bien llevar ramos de flores a las tumbas de los seres queridos. Pero estaría mejor llevarlos antes de morir, para que puedan oler el perfume de nuestro cariño. Pero aún estaría mejor consolarlos y alegrarlos en su enfermedad. Que nadie se nos vaya sin sentir nuestro cariño y cercanía. Esto vale más que los homenajes y elogios póstumos.

Unos indios de la selva ecuatoriana lloraban sentados alrededor de su abuela moribunda. Un forastero les preguntó por qué lloraban delante de ella si todavía estaba viva. Y ellos le contestaron: «para que sepa que la queremos mucho. Que no se nos vaya sin saber nuestro cariño. Que lo sepa a tiempo. Que vea el amor que le hemos tenido y ahora se lo expresamos con pena al saber que ya no va a quedarse con nosotros».

HOY DI: !GRACIAS, PADRE!


Hoy di: ¡Gracias, Padre!
Gracias por el don de la existencia.Gracias por haberme hecho a tu imagen y semejanza. Gracias por el don gratuito de tu amor.

Por: P. Evaristo Sada LC 




Hoy sé un hijo agradecido.
Levanta la mirada y dile gracias al Creador del universo:

Padre:

Gracias por el don de la existencia.

Gracias por haberme hecho a tu imagen y semejanza.

Gracias por el don gratuito de tu amor, gracias por amarme como soy.

Gracias porque me has dado ojos para ver,
oídos para escuchar, manos para acariciar,
inteligencia para conocer la verdad, voluntad para buscar el bien,
corazón para amar y para hacerlo tu morada.
¡Mi corazón: templo de la Trinidad! ¡Cosa maravillosa!

Gracias por la capacidad de asombro que me diste.

Gracias por mis padres, por mi familia, por tener un hogar que me cobija.

Gracias por los amigos fieles y también por los que me han hecho sufrir.

Gracias por los tiempos dolorosos de mi vida,
por dejarme sentir la soledad para venir luego a colmarla con tu misericordia.

Gracias por quienes rezan por mí.

Gracias por la vocación y misión que me confiaste.

Gracias por haber puesto tu mirada en mí, gracias por confiar en mí.

Gracias por tantas experiencias bellas de mi vida.

Gracias sobre todo por la experiencia del amor de Cristo.

Gracias por haberlo enviado a vivir con nosotros como uno de nosotros, para revelarnos tu rostro, redimirnos y trazarnos el camino.

Nos amó hasta el extremo,
nos dio como Madre a María Santísima,
se quedó para siempre en la Eucaristía,
y al final nos entregó a su mismo Espíritu, fuente del mayor consuelo.

Gracias por mi bautismo, por mi Madre la Iglesia,
por mi ángel de la guarda y por esperarme con los brazos abiertos en el cielo.

Gracias por tu paciencia conmigo,
gracias por perdonarme siempre y por seguirme amando sin guardar resentimientos.

Gracias por la vida y por la eternidad que me espera.
Una y mil veces: ¡Gracias Padre!

VISITA A SAN JOSÉ


VISITA A SAN JOSÉ


¡Oh castísimo esposo de la Virgen María, mi amantísimo protector San José! Todo el que implora vuestra protección experimenta vuestro consuelo. Sed, pues, Vos mi amparo y mi guía. Pedid al Señor por mí; libradme del pecado, socorredme en las tentaciones y apartadme del mal y del pecado. Consoladme en las enfermedades y aflicciones. Sean mis pensamientos, palabras y obras fiel trasunto de cuanto os pueda ser acepto y agradable para merecer dignamente vuestro amparo en la vida y en la hora de la muerte. Amén.

Jaculatoria.-¡Oh glorioso San José! Haced que sea constante en el bien; corregid mis faltas y alcanzadme el perdón de mis pecados.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS A SAN JOSÉ


ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
A SAN JOSÉ


¡Glorioso Patriarca San José!, animado de una gran confianza en vuestro gran valimiento, a Vos acudo para que seáis mi protector durante los días de mi destierro en este valle de lágrimas. Vuestra altísima dignidad de Padre putativo de mi amante Jesús hace que nada se os niegue de cuanto pidáis en el cielo. Sed mi abogado, especialísimamente en la hora de mi muerte, y alcanzadme la gracia de que mi alma, cuando se desprenda de la carne, vaya a descansar en las manos del Señor. Amén.

Jaculatoria. Bondadoso San José, Esposo de María, protegednos; defended a la Iglesia y al Sumo Pontífice y amparad a mis parientes, amigos y bienhechores.

TRANSITAR LA PACIENCIA


Transitar la paciencia
Hay caminos que no tienen atajos y transitar la paciencia es dejar que el tiempo paute y amase nuestras vidas

Por: Mons. Josep Àngel Saiz Meneses 



En la personalidad del Papa Francisco encontramos aspectos muy interesantes. Uno de ello es la paciencia. Ya en sus años de obispo auxiliar primero y después de arzobispo de Buenos Aires encontramos un elogio de la paciencia muy sugestivo.

En sus años juveniles, el “padre Bergoglio” estaba muy volcado en la acción. “Jugaba a ser Tarzán”, explica a Sergio Rubin y a Francesca Ambrogetti, los dos periodistas que recogieron sus conversaciones con el jesuita Bergoglio en el libro aparecido recientemente con el título de El Papa Francisco. Conversaciones con Jorge Bergoglio (Ediciones B).Cuentan los periodistas que, en sus diálogos con el arzobispo bonaerense, éste pronunciaba repetidamente la expresión “transitar la paciencia”. Le preguntaron qué quería decir con ese concepto, y tanto por la rapidez con la que respondió, como por el énfasis que puso, pudieron advertir que habían abordado un punto muy significativo para el futuro Papa.

“Es un concepto en el que caí en la cuenta con los años leyendo el libro de un autor italiano con un título muy sugestivo: Teologia del fallimento, o sea, teología del fracaso, donde se expone cómo Jesús actuó con paciencia. En la experiencia del límite –añade-, en el diálogo con el límite, se fragua la paciencia. A veces la vida nos lleva a no hacer, sino a padecer, soportando, sobrellevando (del griego hipomoné) nuestras limitaciones y las de los demás. Transitar la paciencia –explica- es hacerse cargo de lo que madura es el tiempo. Transitar la paciencia es dejar que el tiempo paute y amase nuestras vidas”.

A los humanos nos encantan los atajos y nos infunden temor los caminos. Sobre todo si son largos caminos. Y hay caminos que no tienen atajos.

“-¿Cree que la paciencia exige un aprendizaje?” –le preguntan los periodistas.

“-Sí -les responde Bergoglio-. Transitar en paciencia supone aceptar que la vida es eso: un continuo aprendizaje. Cuando uno es joven cree que puede cambiar el mundo y eso está bien, tiene que ser así, pero luego, cuando busca, descubre la lógica de la paciencia en la propia vida y en la de los demás. Transitar en paciencia es asumir el tiempo y dejar que los otros vayan desplegando su vida. Un buen padre, al igual que una buena madre, es aquel que va interviniendo en la vida del hijo lo justo como para marcarle pautas de crecimiento, para ayudarlo, pero que después sabe ser espectador de los fracasos propios y ajenos”.

El cardenal Bergoglio proponía a sus interlocutores un modelo del padre que practica la paciencia en el padre de la parábola del hijo pródigo. Lo hacía con estas palabras: “Me impresiona mucho esta parábola. El hijo pide la herencia, el padre se la da, hace “lo que se le canta” y vuelve. Dice el Evangelio que el padre lo ve venir de lejos. De modo que debe de haber estado mirando, desde la ventana para ver si lo veía venir. O sea que lo esperó pacientemente.”

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa
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