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jueves, 17 de diciembre de 2015

FIRMES EN NUESTRA FE


Firmes en nuestra fe.
Si Dios nos ama tanto ¿por qué permite que nos sucedan situaciones dolorosas? ¿por qué permite que exista el mal? 
Por: Marta Crespo 




Cada mañana al despertar, es momento para reflexionar sobre el valor de la vida. La misma que nos regala Dios a través de la maravilla de la concepción y que se manifiesta en nuestro caminar diario. A veces, hay momentos en donde ese caminar se ve empañado por situaciones extremadamente fuertes que nos inducen al cuestionamiento de la existencia de Dios.

A consecuencia de esas desviaciones que creamos en respuesta a los golpes que recibimos de la vida, vamos alejándonos cada vez más de Dios. Incluso, podemos ir sumergiéndonos en el mar del ateísmo sin darnos cuenta. “Con frecuencia el ateísmo, se funda en una concepción falsa de la autonomía humana, llevada hasta el rechazo de toda dependencia respecto a Dios. Sin embargo, el reconocimiento de Dios no se opone en ningún modo a la dignidad del hombre, ya que esta dignidad se funda y se perfecciona en el mismo Dios.” (cf GS 20,1; 21,3)

Sin embargo, según Enrique Cases: “lo que el hombre puede decir de Dios está sometido a la limitación en imperfección del hombre. Por eso hay religiones más o menos perfectas, en la medida que expresen mejor o peor lo que Dios es.” Cabe señalar que nuestra religión católica se presenta como acción de Dios quien ha escogido y designado a unos hombres en particular y dándole su santa bendición, los envía hablar de él a los demás hombres. A través de la religión es que nos encontramos definitivamente con Dios. Por ende, el cristianismo es un descenso de Dios hasta el nivel de la humanidad. De esta forma, se fortalece un vínculo entre Dios y el mundo, llegando a tener una comunicación directa con Dios.

Existen muchas razones por las cuales debemos creer en Dios. Primero que nada, porque nos dio la vida, la familia, la naturaleza, la sabiduría. Porque se siente en cada uno de nuestro interior, porque nos da la fortaleza para sobrellevar las crisis de nuestras vidas. Y más importante aún porque no hay ser humano que pueda crear en un laboratorio la mayor obra maestra de Dios: el amor.

Y entonces, si Dios nos ama tanto ¿por qué permite que nos sucedan situaciones dolorosas? ¿por qué permite que exista el mal? Son cuestionamientos profundos que no siempre tienen una fácil explicación. Pero, muchas veces las permite porque precisamente son esas situaciones las que nos hacen acercarnos a él y reflexionar en nuestra fe. Por otra parte, el mal existe porque nosotros mismos permitimos que exista; ya que Dios nos ama tanto que nos permite elegir entre el bien y el mal. Y son aquellos que eligen el mal, los encargados de hacer daño a los demás.

La responsabilidad recae en nosotros, ya que la fe cristiana se basa en nuestro vínculo con Dios que se manifiesta a través de la oración. Las plegarias mueven montañas, pero éstas deben hacerse con fe. Por último, debemos creer en Dios y en su palabra, porque sin él sencillamente no existiríamos. “ Es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual”. (DV 21 CIC)

lunes, 5 de octubre de 2015

LA FE, UN REGALO DE DIOS


LA FE, UN REGALO DE DIOS





Tener fe es ACEPTAR los designios de Dios aunque no los entendamos, aunque no nos gusten. Si tuviéramos la capacidad de ver el fin desde el principio tal como Él lo ve, entonces podríamos saber por qué a veces conduce nuestra vida por sendas extrañas y contrarias a nuestra razón y a nuestros deseos. 

Tener fe es DAR cuando no tenemos, cuando nosotros mismos necesitamos. La fe siempre saca algo valioso de lo aparentemente inexistente; puede hacer que brille el tesoro de la generosidad en medio de la pobreza y el desamparo, llenando de gratitud al que recibe y al que da.

Tener fe es CREER cuando resulta más fácil recurrir a la duda. Si la llama de la confianza en algo mejor se extingue en nosotros, entonces ya no queda más remedio que entregarse al desánimo. La creencia en nuestras bondades, posibilidades y talentos, tanto como en los de nuestros semejantes, es la energía que mueve la vida hacia grandes derroteros.

Tener fe es GUIAR nuestra vida no con la vista, sino con el corazón. La razón necesita muchas evidencias para arriesgarse, el corazón necesita sólo un rayo de esperanza. Las cosas más bellas y grandes que la vida nos regala no se pueden ver, ni siquiera palpar, sólo se pueden acariciar con el espíritu.

Tener fe es LEVANTARSE cuando se ha caído. Los reveses y fracasos en cualquier área de la vida nos entristecen, pero es más triste quedarse lamentándose en el frío suelo de la autocompasión, atrapado por la frustración y la amargura.

Tener fe es ARRIESGAR todo a cambio de un sueño, de un amor, de un ideal. Nada de lo que merece la pena en esta vida puede lograrse sin esa dosis de sacrificio que implica desprenderse de algo o de alguien, a fin de adquirir eso que mejore nuestro propio mundo y el de los demás.

Tener fe es VER positivamente hacia adelante, no importa cuán incierto parezca el futuro o cuan doloroso el pasado. Quien tiene fe hace del hoy un fundamento del mañana y trata de vivirlo de tal manera que cuando sea parte de su pasado, pueda verlo como un grato recuerdo.

Tener fe es CONFIAR, pero confiar no sólo en las cosas, sino en lo que es más importante... en las personas. Muchos confían en lo material, pero viven relaciones huecas con sus semejantes. 

Cierto que siempre habrá gente que te lastime y traicione tu confianza, así que lo que tienes que hacer es seguir confiando y sólo ser más cuidadoso con aquél en quien confías dos veces.

Tener fe es BUSCAR lo imposible: sonreír cuando tus días se encuentran nublados y tus ojos se han secado de tanto llorar. 

Tener fe es no dejar nunca de desnudar tus labios con una sonrisa, ni siquiera cuando estés triste, porque nunca sabes cuando tu sonrisa puede dar luz y esperanza a la vida de alguien que se encuentre en peor situación que la tuya.

Tener fe es CONDUCIRSE por los caminos de la vida de la forma en que un niño toma la mano de su padre. Es que dejemos nuestros problemas en manos de DIOS y nos arrojemos a sus brazos antes que al abismo de la desesperación. Fe es que descansemos en Él para que nos cargue, en vez de cargar nosotros nuestra propia colección de problemas.

QUE EN TU VIDA HAYA SUFICIENTE FE PARA AFRONTAR LAS SITUACIONES DIFÍCILES, JUNTO CON LA NECESARIA HUMILDAD PARA ACEPTAR LO QUE NO SE PUEDA CAMBIAR

viernes, 21 de agosto de 2015

LA FE ME DA LA CERTEZA QUE EL DOLOR TIENE SENTIDO


La fe me da la certeza que el dolor tiene sentido
El hombre que descubre en los sufrimientos propios los sufrimientos de Cristo, les da contenido y significado.


Por: Alfredo Ortega-Trillo | Fuente: Catholic.net 




La neuritis es la inflamación de un nervio. Y no hay cosa que duela más que un nervio inflamado, al punto que inmoviliza a quien lo padece, dejándolo rígido como una tabla. Esta noche, esta neuritis, este dolor de Dios que se me corre desde el hombro hacia abajo es como una bendición, porque me sitúa justamente en el tema que me ocupa: el valor salvífico del sufrimiento. Y no es que este dolor me haga santo, por supuesto, pero reconozco que, acercándome a mis límites me planta los pies sobre terreno. Sólo pido a Dios que el dolor al correrse por mi brazo no me paralice la palabra antes de que ésta salga de mis dedos.

Hay muertes que no son noticia y que, sin embargo, pueden dejarnos pasmados ante una cajita de madera cubierta de claveles horizontales. “El Zoruyo” era un niño de tres años cuyo más grande anhelo era llegar a los cinco para subirse a los columpios del jardín de niños Ovidio Decroly de los Arenales en Tijuana. Pero Dios permitió que ese niño de tres años celebrara a cubetazos con los niños del vecindario una guerra de agua y felicidad y al día siguiente muriera de neumonía. ¿Por qué si Dios es bueno permite que sucedan estas cosas? ¿Por qué permite el sufrimiento, las miserias, los terremotos, las inundaciones y las muertes de todos los días de tantos niños inocentes como El Zoruyo?

Me aviento al ruedo con un toro grande, y a usted se le abren los ojos buscando las distancias entre los cuernos y el capote. Mas, se lo digo de antemano, siento desilusionarlo si espera pases formidables. Ante la muerte de los inocentes sólo nos queda aceptar con humildad los designios inescrutables de Dios, de la misma forma que no nos queda más remedio que arrodillamos consternados delante del misterio más grande que es, precisamente, la muerte del mayor inocente, Cristo quien, por encima de su inocencia, voluntariamente aceptó padecer su destino de Cruz para salvarnos.

Aunque fuimos hechos de tiempo y de barro nuestro destino son la eternidad y el Cielo, y el sentido del dolor escapa a nuestra dimensión terrenal. Por eso al reflexionar sobre el valor del sufrimiento debemos partir por redimensionar nuestra perspectiva de apreciación acerca de los verdaderos males que afligen al hombre, comenzando por reconocer que el único mal absoluto es el infierno.

No todo el mal que sufre el hombre procede de cataclismos o enfermedades. Parte del sufrimiento de los hombres es causado por otros hombres. La injusticia social, por ejemplo, no es sino el producto de hombres que, teniendo el poder de incidir en las vidas de otros hombres y el libre albedrío o libertad de escoger entre hacer el bien o el mal, los someten a esquemas de miseria y opresión.

Buscar el sentido del sufrimiento en la ocasión para ejercitar la caridad podría parecer un razonamiento siniestro pero, considere usted que si no existieran la pobreza ni las enfermedades ni las injusticias ni las catástrofes naturales no tendrían significado el amor, el sacrificio ni la entrega generosa. Si no existieran esos flagelos estaríamos ya en el Cielo. Y entonces ¿qué sentido tendría esta tierra a la que fuimos arrojados tras el pecado de Adán? Ningún propósito tendría el hombre sensible al sufrimiento ajeno, el hombre que se conmueve ante la desgracia del prójimo, el buen samaritano del Evangelio. Y, en cambio, esa parábola se ha convertido en uno de los pilares de la cultura moral de nuestra civilización.

Andan pregonando por allí: “pare de sufrir”, pero esa divisa no es cristiana. Jesucristo mismo nos indica así el camino: “Si alguno quiere venir en pos de mí, tome su cruz y sígame”. El dolor ofrece al cristiano la ocasión de dar testimonio de su fe. El Evangelio del sufrimiento habla ante todo del sufrimiento “por Cristo”, “por Su causa”, “por Su nombre”. De igual manera, el hombre que descubre en los sufrimientos propios los sufrimientos de Cristo, les da contenido y significado.

Tampoco es que seamos masoquistas los cristianos. Yo contra la neuritis tomo Naxen cada doce horas, y para el dolor que no puedo quitarme con una tableta de 500 miligramos, la fe me da la certeza, aunque muchas veces yo no lo entienda, de que existe un significado.

miércoles, 19 de agosto de 2015

EL PODER INFINITO DE LA FE



Poder infinito de la fe



Cuando el dolor, la desesperación, la enfermedad o la muerte, van 
invadiendo los rincones más vulnerables de nuestra alma, buscamos como niños huérfanos, abrazarnos al ser que nos sane las heridas más profundas, más dolorosas e inexplicables: entonces buscamos a Dios. 

Nos aferramos a la Fe, que a veces, se despierta dentro nuestro, tan débil y tan frágil, que pareciera que no nos puede llevar hasta Dios, y 
confundidos preguntamos el por qué de tanto dolor y tanto desamparo, sin encontrar la respuesta ni el consuelo. 

Pero de pronto, en el medio de la desesperación y de la pena, Jesús toca nuestros corazones, y la Fe se vuelve ciega e infinita, y nos hace conocer el éxtasis del amor, de la entrega, de la humildad. Nos hace valorar y amar tanto a Dios, que aceptamos sus designios, sus caminos, a veces demasiado tristes, pero siempre santos, y su mano sana nuestros corazones heridos, calma nuestros llantos desesperados, alivia nuestros dolores. 

Es verdad que los milagros aumentan nuestra Fe. Pero cuando oramos con Fe, y los milagros no se producen, no quiere decir que Dios no nos ama, sino sea tal vez, que su plan es más grande, y es más grande aún todavía, su abrazo tierno y glorioso hacia ese hijo amado que está sufriendo. Orar, a veces, no cambia las cosas que ocurren, pero cambia para bien nuestros corazones. 

miércoles, 12 de agosto de 2015

¿CÓMO ESTÁ MI FE? LA FE QUE ES LUZ... SE PUEDE APAGAR


¿Cómo está mi fe? La fe que es luz... se puede apagar
Pedirla cada día pues es un regalo de Dios y sostenerla y aumentarla, no es cosa fácil, pero tenemos un ejemplo a seguir. 
Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net 




La puerta de la fe (cf.Hch,14,27) que introduce en la vida de comunicación con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el Bautismo (cf.Rm 6,4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en Él ( cf.Jn 17,22 ). Profesar la fe en la Trinidad- Padre, Hijo y Espíritu Santo- equivale a creer en un solo Dios que es amor. (cf.Jn 4,8 ) El Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo, eñ Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor. (Benedicto XVI para el Año de la fe)


Las virtudes teologales son tres: Fe, Esperanza y Caridad. Hoy ante la crisis de Fe en el mundo actual nos podemos preguntar: ¿cómo es mi fe?.

Cuando nos sentimos plenos, alegres, felices o cuando hay sufrimiento, cuando hay enfermedad, cuando hay dolor de la índole que sea... ¿cómo está mi fe?. La fe que es luz se puede apagar. El que conoce y ama a Cristo se identifica con Él, en cualquiera de esa circunstancias, y se convierte en apóstol, siendo parte de esa luz y esa fe.

Tener fe y vivir la fe es un riesgo. Un riesgo que nos obliga a dejar el egoísmo que ha hecho nido en el fondo de nuestro corazón, a dejar la pereza, el engaño, los gustos hedonistas, frívolos y llenos de vanidad. Una vida vacía solo llena de cosas perecederas.

Sostener y aumentar la fe no es cosa fácil, pero tenemos un ejemplo a seguir. Jesús es el mejor ejemplo para ayudarnos pues El vino por eso y para eso. En El encontraremos todo lo que nuestro corazón nos pide y desea. La amistad con el Hijo de Dios, es el resultado de una vida sostenida, iluminada y confortada por nuestra fe en El. Y ante todo tenemos que pedirla en la oración de cada día, porque la fe es un regalo de Dios.

Este mundo está necesitado de que seamos portadores de esa FE como miembros de la Iglesia, instituida por Cristo hace más de veinte siglos y tenemos y debemos dar testimonio al mundo de nuestra fe.

No podemos decir que vivimos esa fe si no pedimos perdón o si no sabemos perdonar. Esa humildad y ese perdonar nos identifican como personas de fe, de verdadera y auténtica FE.

El mensaje del Señor resuena en toda la tierra: Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día comunica su mensaje al otro día y una noche se lo transmite a la otra noche. Sin que pronuncien una palabra, sin que resuene su voz, a toda la tierra llega su sonido y su mensaje hasta el fin del mundo. El mensaje del Señor resuena en toda la tierra. (Salmo 18)

miércoles, 15 de julio de 2015

¿FE O RAZÓN?


¿Fe o razón?
La Fe es, a la vez, gracia de Dios y respuesta humana. Nuestra inteligencia tiene la tendencia a creer las cosas que son evidentes. 

Por: http://www.buenanueva.net 



¿Qué es la Fe? ¿Qué significa tener Fe?

La Fe es a la vez, gracia de Dios y respuesta humana.

Tener Fe significa creer -firmemente y sin dudar- todo lo que Dios nos ha revelado y lo que la Iglesia Católica -su Iglesia- nos propone como motivos de Fe.

Nuestra inteligencia tiene la tendencia a creer las cosas que son evidentes. Como hay verdades divinas no evidentes, para creerlas se necesita nuestro asentimiento a esas verdades divinas.

¿Podemos tener Fe por nosotros mismos?

Jesús le dijo a San Pedro, al reconocerlo como el Mesiás: “Feliz eres, Simón, porque eso no te lo enseñó la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos” (Mt. 16, 17). Es decir, tenemos todas las gracias divinas para poder creer aun lo no comprobable y hasta increíble ... pero debemos responder a esas gracias dando nuestro asentimiento. Eso es tener Fe.

En resumen, la Fe -según palabras Santo Tomás de Aquino- “es un acto del entendimiento, el cual se adhiere a la Verdad Divina, mediante una orden de la voluntad movida por la gracia de Dios”.

¿Hay conflicto entre ciencia y Fe? ¿La Fe es contraria a la razón o a la ciencia?

La Fe no es contraria a la razón. Creer no significa abdicar de la razón. Tampoco la Fe puede ser contraria a la Ciencia, pues lo verdadero no puede contradecir a lo verdadero. La verdad tiene una misma fuente que es Dios y Dios no puede contradecirse. Las realidades no-sagradas y las realidades sagradas provienen de la misma fuente que es Dios.

San Agustín nos indica cómo debe ser la relación entre la Fe y la razón, para qué y cómo utilizar nuestra inteligencia: “Creo para comprender y comprendo para creer mejor”.

¿Y los misterios de la Fe?

Los misterios de la Fe están por encima de la razón, no en contra de la razón ... Y creer esos misterios resulta muy beneficioso para nosotros.

Los misterios de la Fe no pueden comprobarse por medio de la razón, pues al estar por encima de la razón, son incomprensibles para nuestra inteligencia. Los misterios de la Fe desbordan nuestra limitada capacidad intelectual: es imposible que -por decirlo gráficamente- misterios infinitos quepan en nuestra inteligencia limitada.

Experiencia mística de San Agustín al tratar de explicarse el misterio de la Santísima Trinidad demuestra nuestra limitación para comprender verdades infinitas. Cuéntase que mientras San Agustín se encontraba en la playa preparándose para dar una enseñanza sobre el misterio de la Santísima Trinidad, vió a un niño tratando de vaciar el agua del mar en un hoyito que había hecho en la arena. Al preguntarle San Agustín qué estaba haciendo, el niño le respondió que estaba tratando de vaciar el mar en el hoyito, a lo que le contestó el Santo: “Pero, ¡estás tratando de hacer una cosa imposible!” Y el Niño le replicó: “No más imposible de lo que es para tí entender o explicar el misterio de la Santísima Trinidad”. Y con estas palabras el Niño desapareció.

¿Es libre la Fe?

Los seres humanos podemos creer o no, es decir, podemos aprovechar o desaprovechar las gracias que Dios continuamente nos proporciona para tener Fe.

¿Qué es la Apologética?

Apologética viene de “apologia” = defensa o justificación. Es la ciencia teológica que prueba la “razonabilidad” de las verdades de la fe; es decir que éstas no son contrarias a la razón.

La Apologética responde al llamado de San Pedro: “siempre estén dispuestos para dar una respuesta acertada al que les pregunte acerca de sus conviccciones” (1 Pe. 3, 15-b).

La Apologética no pretende comprobar con certeza matemática las verdades de la Fe. Certeza matemática es, por ejemplo, la realidad de que una parte de una torta es menor que la torta entera (dicho en términos matemáticos: “el todo es mayor que una de sus partes”.

Pero un hecho real, como la resurrección de Cristo, no tiene una evidencia tan exacta como ese axioma matemático, pero puede demostrarse, por ejemplo, históricamente o inclusive confirmarse científicamente.

La Apologética, entonces, se relaciona solamente con la inteligencia, mientras que la Fe se refiere tanto a la inteligencia como a la voluntad y a la gracia divina.

En resumen: la Apologética no puede producir la Fe, pero es una herramienta útil para explicarnos y explicar a otros algunas verdades de la Fe.

lunes, 15 de junio de 2015

LA FE SE SIEMBRA EN CASA


La fe se siembra en casa
Consejos útiles que los padres podrían seguir para acercar a los hijos al Catolicismo
Por: Alma Delia Suárez 




Es lamentable que en muchos hogares, la fe se mantenga aislada, abandonada y olvidada por los miembros de la familia, como si ésta fuera inútil e innecesaria para estar cerca de Dios, o peor aún, para no estarlo. Aunque parece que algunos padres de familia poco interés tienen en inculcar la religión en sus hijos, muchos otros insisten en sembrarla día a día.

Recordando algunas de las palabras del Beato Juan Pablo II respecto a la fe en el hogar de cada familia cristiana, dice que es una comunidad de vida y de amor, la cual tiene una misión: comunicar el amor.

En una entrevista realizada al Padre Hugo Valdemar, vocero de la Arquidiócesis de México, lamentó que por desgracia se ha olvidado que los primeros educadores, en todos los niveles, no sólo en la fe, son los padres de familia, la escuela es subsidiaria de esa obligación y la Iglesia por su parte, es mera auxiliar de los padres, pero los responsables en educar a sus hijos en la fe son los padres.

Los padres deben cuidar la fe de sus hijos, deben abonarla y cultivarla ya que la responsabilidad en primer término es de ellos, no olvidemos que es una obligación moral y religiosa.

La fe es una parte fundamental de la vida de cualquier ser humano, ya que da esperanza, futuro, fuerzas para las adversidades, luz y sentido, nos ayuda a mantener la plenitud; de hecho Cristo, cuando habla de su misión, no dice que ha venido para que tengamos vida en abundancia, ya que ésta no puede ser plena si no está unida a Dios, y como dice San Pablo: “En él existimos, nos movemos y somos.”

Para cultivar la fe en el hogar puede haber cosas muy elementales como encomendarse a Dios desde el inicio del día. Son esas oraciones que debemos enseñar a nuestros hijos para dar gracias al Señor por cada mañana y por la vida, a lo largo del día también podemos tener muchos apoyos de oraciones para acercarnos a Dios, sin olvidar tampoco la asistencia a misa y el rosario. De hecho se recomienda vivir bajo un clima de oración desde el hogar.

Es por ello que me gustaría compartir algunos consejos útiles que los padres podrían seguir para acercar a los hijos al Catolicismo:

Vivir la misa en casa y no sólo en la Iglesia. Si aún sigues creyendo que ser católico es un asunto de asistir a misa los domingos y nada más, te estarás perdiendo de la parte más enriquecedora de ser católico. Habla de Dios y reza en familia todos los días de la semana.

Fomentar un ambiente católico. Debemos crear en nuestros hijos un corazón abierto a la fe católica, lo mejor será que noten claramente que lo que se predica en misa se aplica en casa.
Asumir personalmente el rol de catequizar. Muchos padres esperan que sean los grupos religiosos y las escuelas quienes enseñen a sus hijos sobre la religión. Ahí lo harán valiéndose de recursos pedagógicos que no hay en casa, no hay como poder aprender la historia de la salvación de parte de los propios padres. Ver películas de Dios es un gran recurso.

Llevar a cabo algun apostolado en la familia. Ninguna experiencia ejemplifica mejor las enseñanzas de Jesús que el servicio prestado a los más necesitados.

Rezar por nuestros hijos. Sin importar cual pueda llegar a ser la actitud de los hijos hacia la Iglesia en determinados momentos de su madurez, la oración de nosotros por nuestros hijos siempre será la herramienta más efectiva para solicitarle a Dios que se haga presente en sus corazones.

Revisar nuestros motivos como padres para ser católicos. Si uno no tiene una razón personal clara a prueba de fuego para seguir a Cristo, será poco probable que tengas la pasión por contagiar a los demás de dicho amor a la causa.

Estudiar la religión. No podemos enseñar lo que no conocemos. Así que antes de transmitirles o explicarles a nuestros hijos sobre fe, es necesario estudiarla a consciencia.

Confiar en los caminos de Dios. Si aún resultara que tu hijo necesita un tiempo para analizar su situación personal ante la Iglesia y esto trae como resultado que decida alejarse de la misma, no hay que utilizar la fuerza ni la presión para hacerlo volver. En cambio hay que intensificar su compromiso con nuestra fe, y que nosotros como padres seamos un ejemplo el que lo haga volver.
Recuerda que la fe se abandona constantemente, no pongas como pretexto la edad de los hijos para estar cerca de Dios, todo está en tu forma de acercarlos a Él y en mantener un hogar lleno de fe. Somos privilegiados porque tenemos como ejemplo la Sagrada Familia. La familia es la Iglesia doméstica y la primera responsable de acrecentar y fortalecer la fe en nuestros hijos.

miércoles, 28 de enero de 2015

LA FE ES...




FE ES ....

Creer en lo que no se puede ver.


Es guardar la calma cuando todo es turbulento.


La fe no es pasiva, ¡es poner las creencias en práctica!
Tener fe es pedir lo que se necesita.


La fe es oír lo imperceptible, creer lo increíble y recibir lo imposible.


La fe va en contra de las expectativas y condiciones naturales.


Tener fe es crear un vacío en el corazón para que lo llene Dios.


Tener fe no es simplemente que Dios pueda hacer algo, sino que lo hará.


Con fe la respuesta no sorprende, ya se sabía que sucedería.


Tener fe es permanecer en tu puesto cuando todos los demás desertan.


Es quemar las naves para no volver atrás.


Es estar dispuesto a pagar cualquier precio.


Es hacer lo que Dios pide hoy y creer que Él hará mañana lo que ha prometido.


La fe es lo contrario del temor.


Tener fe es elegir a Dios a pesar de las demás posibilidades.


Es confiar en la palabra de Dios  no en lo que te dicen tus sentidos.


Es estar dispuesto a morir confiando.


¡Ésa es la clase de fe con la que se puede obrar curaciones y milagros.


La fe es como un músculo que se vuelve fuerte y flexible al ejercitarlo.


La fe se edifica con el estudio fiel de la palabra de Dios

CREER EN MILAGROS


Creer en milagros



— ¿No es un poco infantil creer en los milagros? Mucha gente sostiene que todos tienen una explicación natural...

Efectivamente -te respondo glosando ideas de André Frossard-, muchos han buscado dar una explicación natural a los milagros del Evangelio.

Los progresos de la medicina -aseguran esas personas- sugieren hoy día posibles explicaciones naturales a los milagros de curaciones de paralíticos, sordomudos, endemoniados, etc. Por ejemplo, todas las enfermedades pasan por fases de remisión, sobre todo contando con la sugestión que podía darse en estos casos, y con que no se sabe si luego recayeron en su mal. También explican fácilmente la resurrección de muertos. 

Dicen que en aquella época los certificados de defunción se extendían por simples apariencias, y no es de extrañar que algunos luego se reanimaran (según estos hombres, el número de personas enterradas vivas en la antigüedad debió ser enorme). Otros milagros, como caminar sobre las aguas, o la multiplicación de los panes, los explican como efecto de espejismos, ilusiones ópticas o cosas semejantes. Y los fenómenos sobrenaturales, como modos ingenuos de explicar a los espíritus sencillos las realidades habituales difíciles de entender. Para todos los milagros, incluso para los más espectaculares, encuentran una sencilla explicación. 

El del paso del Mar Rojo, por ejemplo, aseguran que pudo perfectamente producirse por efecto de un movimiento sísmico o atmosférico que habría separado el mar en dos y, al cesar bruscamente el golpe de viento con el paso del último hebreo, las líquidas murallas del mar se volvieron a juntar engullendo a los soldados del faraón. Desde luego, hay explicaciones naturales de los milagros más milagrosas aún que los propios milagros.

Parece como si esas personas, que se afanan tanto por enseñarnos a leer "de una forma madura" el Evangelio, tuvieran miedo de ser tildadas de espíritus simplistas, y por eso hacen gala de un ingenio muy notable para racionalizar la fe y eliminar de ella todo fenómeno sobrenatural, sugiriendo a cambio asombrosas interpretaciones figuradas, simbólicas o alegóricas. Al final, acaban queriendo que creamos que lo único verdadero de todos los Evangelios son las notas a pie de página que ellos ponen.

Sin embargo, se les podría objetar que, desde los orígenes, todos los grandes espíritus nacidos de la fe cristiana han dado crédito a los relatos -evidentemente milagrosos- de la Anunciación, de la Ascensión o de Pentecostés, sin prestarse jamás a ese tipo de interpretaciones. Por otra parte, no se tiene noticia de que ninguno de esos expertos en enseñarnos a interpretar la Sagrada Escritura haya tenido jamás siquiera alguna de las alucinaciones o espejismos a las que tanto recurren para explicar los milagros que han sucedido a los demás. Tendrían que explicarnos cómo pudieron ser tan corrientes en aquella época, y además de modo colectivo y ante personas enormemente escépticas ante ellos. Quizá sea porque como ellos nunca han visto a un ángel, ni se han encontrado con un cuerpo glorioso -yo tampoco-, no admiten que nadie haya podido tener tan buena suerte. Acaban por parecerse a esas personas que se resisten a creer que Armstrong haya pisado la Luna por el simple hecho de no haber podido estar allí con él.

— Pero quizá cuando avance más la ciencia se encuentre explicación a esos milagros...

La creencia o increencia en los milagros -escribió Lewis- está al margen de la ciencia experimental. No importa lo que esta progrese: los milagros son reales o imposibles con independencia de ella. El incrédulo pensará siempre que se trata de espejismos o hechos naturales de causas desconocidas. Pero no por imperativos de la ciencia, sino porque de antemano ha descartado la posibilidad de lo sobrenatural.

— ¿Y te parece muy importante para la fe admitir los milagros?

El Evangelio sin milagros queda reducido a una colección de amables moralejas filantrópicas. La predicación de los apóstoles y el testimonio de los mártires perdería casi todo su sentido. Por otra parte, si los milagros son imposibles, no se puede creer que Dios se hizo hombre, ni su resurrección, que son milagros centrales de la fe cristiana. "Desechados los milagros -asegura Lewis-, solo queda, aparte de la postura atea, el panteísmo o el deísmo. En cualquier caso, un Dios impersonal que no interviene en la Naturaleza, ni en la historia, ni interpela, ni manda, ni prohíbe. Este es el motivo capital por el que una divinidad imprecisa y pasiva resulta para algunos tan tentadora."


© Alfonso Aguiló

lunes, 10 de noviembre de 2014

¿ENCONTRARÁS FE SOBRE LA TIERRA?


¿Encontrará fe sobre la tierra?
Tenemos la fuerza del Espíritu para conservar y vivir la fe, para transmitirla con audacia


Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net



Es una de las preguntas más inquietantes del Evangelio: Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra? (Lc 18,8).

La fe, lo sabemos, es don de Dios. Pero también es respuesta del hombre. Cada uno es invitado a acoger y vivir la fe, al mismo tiempo que puede perderla por desidia, avaricia, tibieza, egoísmo, soberbia, y una larga lista de pecados.

San Pablo advertía del peligro de abandonar la verdad para seguir a los ídolos: Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por su propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas (2Tm 4,3‐4).

La pregunta sobre la fe recorre la historia humana. Cada generación ofrece su respuesta. También la nuestra, en medio de cambios, de críticas, de dudas, de propaganda, de materialismo, de indiferencia, de pecados.

En una homilía pronunciada el 18 de octubre de 1998, al cumplir 20 años como Papa, san Juan Pablo II reflexionaba sobre la misma idea:

"«Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?». Es una pregunta que interpela a todos, pero especialmente a los sucesores de Pedro".

La fe no se conserva por inercia, ni por tradiciones humanas, ni por la existencia de miles de libros, ni por adaptaciones al mundo (cf. Rm 12,2). La fe se mantiene donde hay hombres y mujeres que miran a Cristo, Señor del mundo y de la historia, y hacen un acto humilde, sencillo, valiente y confiado, de adhesión al Maestro y a su Iglesia.

Después de 2000 años, ¿tenemos la fuerza del Espíritu para conservar y vivir la fe, para transmitirla con audacia a quienes viven cerca o lejos? "¡La fe se fortalece dándola!" (Juan Pablo II, Redemptoris missio n.2).

Cuando regrese el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra? La respuesta será un sí maravilloso si cada bautizado empuña las "armas de Dios" (cf. Ef 6,10-18) y afronta con decisión,
como buen soldado, una batalla en la que nos guía Jesucristo, Rey del mundo y Salvador del hombre.

domingo, 17 de agosto de 2014

YO CREO EN LOS MILAGROS


Autor: Marcelino de Andrés | Fuente: Catholic.net
Yo creo en los milagros
Podemos estar rodeados de verdaderos milagros pero no nos damos ni cuenta de la mayoría de ellos...

Yo creo en los milagros


No sé cuántos de mis lectores crean aún en los milagros. Espero que sean la mayoría. Aún recuerdo la definición que me dieron de milagro cuando comenzaba a estudiar Teología: milagro es un prodigio religioso (espacio-temporal-visible) que expresa en el orden cósmico una especial intervención gratuita de la potencia y del amor de Dios, que dirige a los hombres un signo de la presencia ininterrumpida en el mundo de su palabra de salvación. Antes de conocer esa definición yo ya creía en los milagros; y después de conocerla, creo más aún y estoy seguro de que se dan muchos más de los suele pensarse o imaginarse. 

Lo normal cuando se habla de milagros, es que le vengan a uno a la mente hechos como el que un ciego recupere la vista, o un leproso quede limpio de su mal, o un muerto resucite. Pero entiendo que restringir sólo a ese tipo de acontecimientos las intervenciones gratuitas de Dios y los signos de su presencia, de su potencia y de su amor, sería algo injusto. Porque Dios no para de enviar a los hombres signos de su permanencia en el mundo y entre nosotros. Sí, también hoy Dios sigue obrando innumerables prodigios. Lo que ocurre es que no nos damos ni cuenta de la mayoría de ellos. Podemos estar (y de hecho lo estamos muchas veces) rodeados de verdaderos milagros sin percatarnos de ello. 

De vez en cuando los periódicos y los medios de comunicación nos dan la agradable sorpresa de hacerse eco de algunos de estos prodigios. Suele tratarse de hechos extraordinarios, inesperados, sensacionales. De esos que tanto ansían encontrar los periodistas, pero que, curiosamente, rara vez se atreverán a llamar milagros. 

No hace mucho, aquí en Italia, uno de los principales diarios del país recogía la noticia de que una rica señora, dueña de varios hoteles y grandes propiedades en Roma, había entrado a la edad de 61 años en el convento de las carmelitas en Belén (Tierra Santa). Y en otro periódico, esta vez de España, contaban cómo no era cosa de todos los días que un Oficial de la Marina Mercante, Inspector Jefe del Cuerpo Superior de Policía, juez por oposición, doctor en Derecho Civil y en Derecho Canónico, profesor de la Universidad Pontificia Comillas, Magistrado especialista del Tribunal Superior de Justicia de Madrid y licenciado en Estudios Eclesiásticos, haya sido ordenado sacerdote. 

No, ciertamente no parece que ninguno de esos dos acontecimientos sea cosa de todos los días. Pero los protagonistas de ambos son sólo una mínima parte de los miles y miles de hombres y mujeres que en el mundo hoy día siguen cada año dejándolo todo para consagrarse a Dios en el sacerdocio o en la vida religiosa. Son sólo dos de los muchos brotes producidos por esa copiosa lluvia de intervenciones de Dios que con su potencia y amor continúa refrescando el barro partido de nuestro planeta, haciendo despuntar en él montones de almas que se entregan totalmente a su servicio y al de los demás. Y es indudable que cada una de ellas es un verdadero prodigio del amor de Dios, único capaz de arrancar tanto amor y de tantas almas que por Él son capaces de todo. Cada una es un auténtico signo visible de la presencia de Dios en este mundo que da la fuerte impresión de querer prescindir tanto de Él. 

Creo que nunca dejaré de maravillarme lo suficiente ante la generosidad de quien encontrándose con Cristo y mirándole a los ojos, se deja conquistar por su amor y se le rinde. Eso para mí es y será siempre un milagro. No importa que ese alguien haya sido rico o pobre, letrado o ignorante, famoso o desconocido. Cada vez que en la tierra se repite ese misterio de llamada y respuesta, ese intercambio de amor entre Dios y el hombre, vuelvo a experimentar la necesidad de proclamar convencido que yo creo en los milagros. 

martes, 1 de abril de 2014

LA BELLEZA VALIENTE DE LA FE



Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
La belleza valiente de la fe
Dar el paso cuesta. Pero, una vez dado, la certeza de que Cristo vive y actúa con su Espíritu consuela a los corazones.



Creer nunca ha sido fácil. Abrirse a un Hombre venido de Galilea, acoger un mensaje contra la lógica del mundo, enfrentarse a las potencias del mal, proclamar una ley de misericordia y perdón, confirmar la Buena noticia con la Sangre en el Calvario y la Resurrección la mañana de Pascua... Parecen provocaciones que superan los límites de la "prudencia" y del sentido común. 

Pero así nació, hace 2000 años, la Iglesia católica. Acogió el mensaje del Maestro, predicó desde los techos, sufrió persecuciones, enseñó a perdonar al enemigo, promovió un nuevo estilo de vida, se puso al servicio de los pobres y los últimos... 

El cristianismo presenta una belleza inaudita. Abre el mundo a Dios porque afirma que Dios vino al mundo. Ofrece la paz que recibe de Jesucristo. Enseña una doctrina única en la que se vislumbra un núcleo radiante: Dios es Amor, Dios es Trinidad, Dios es misericordia. 

El mundo romano no fue capaz de entender aquella novedad. Encarceló y mató a cientos de creyentes. El mundo moderno tampoco comprende un Evangelio construido desde paradojas magníficas: perder la vida para ganarla, morir para vivir, dar para recibir, perdonar para implantar una justicia más completa. 

Hoy, como en el pasado, es posible decir "creo" desde una valentía que viene de la gracia. Los mártires de todos los tiempos muestran hasta qué punto la fe sostiene a hombres y mujeres en el momento de la prueba. Sin que lleguen al derramamiento de su sangre, también da fuerzas a millones de bautizados que sufren discriminaciones, burlas, desprecios, entre los suyos y ante un mundo fascinado por engaños pasajeros. 

Hay una belleza valiente en el mundo de la fe. Dar el paso cuesta. Pero, una vez dado, la certeza de que Cristo vive y actúa con su Espíritu consuela a los corazones y permite caminar, cada día, con un canto sencillo de gratitud, de esperanza y de alegría. 

miércoles, 5 de febrero de 2014

¿DUDAR DE LA FE?



Autor: Pedro García, misionero claretiano | Fuente: Catholic.net
¿Dudar de la fe?
¿Cómo es posible que Dios exista, y Dios prometa, y Dios premie, cuando vemos y experimentamos todo lo contrario?


El Catecismo de la Iglesia Católica nos propone un punto de meditación sobre la fe que, más que una lección, parece una arenga. Viene a decirnos: 

- ¡Vivan la fe, que es vivir ya la felicidad de la vida eterna! ¡No tengan miedo a las dudas de la fe, que se hace más fuerte cuanto es más probada! ¡Miren a la Virgen María, la más valiente porque fue la más probada en su fe!... 

¿Es cierto eso de que en el Cielo no veremos más de lo que ahora creemos? Segurísimo. Y si ahora creemos y poseemos en fe lo que entonces veremos cara a cara cuando contemplemos a Dios tal como el Él, la diferencia entre esta vida y la venidera no es más que accidental: es cuestión solamente de detalle... 

Lo que ahora vemos en espejo, resulta que ya lo poseemos dentro de nosotros. Somos tan ricos como lo seremos en el Cielo, como nos sigue diciendo el gran Catecismo: 
- Por lo mismo, la fe es ya el comienzo de la vida eterna. Es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día. 

¿No hay para entusiasmarse? ¿No hay para defender la fe hasta con las uñas y los dientes, si fuera preciso?... 

Pero el Catecismo de la Iglesia Católica nos advierte prudentemente: 
- La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación. 

No necesitamos discurrir mucho para dar la razón a estas palabras del Catecismo. Lo vemos cada día en muchos hermanos que sufren, y nosotros mismos experimentamos a veces esta duda y esta tentación. Son muchos los que se dicen: 
- ¿Cómo es posible todo eso tan bonito de la vida futura, cuando vemos en el mundo tanto mal, y nosotros mismos somos víctimas de tantas dificultades? ¿Cómo es posible que Dios exista, y Dios prometa, y Dios premie, cuando vemos y experimentamos todo lo contrario? ¿No será todo una ilusión? ¿Cómo me puede amar Dios, si la realidad de cada día más parece una persecución que una providencia?... 

San Vicente de Paúl sentía esta tentación contra la fe. Cuando le asaltaba la duda, se decía enérgico: 
- ¡Creo! ¡Creo!... 
Y acompañó sus palabras con un gesto expresivo. Escribió en un papel el Credo. Lo plegó, lo cosió dentro del bolsillo, y cuando el asaltaban las dudas, echaba la mano al bolsillo, apretaba el papelito misterioso, y, como decimos con nuestro lenguaje vulgar, el demonio de la duda tenía que huir con el rabo entre las patas... 

Mirando la Biblia, contemplamos en el Antiguo Testamento al padre de todos los creyentes, a Abraham, del que nos dice San Pablo que creyó contra toda esperanza. 

Si del Antiguo pasamos al Nuevo Testamento, nos sigue diciendo el Catecismo de la Iglesia Católica, contemplamos a María. ¡Quien lo iba a decir! María, la bendita Madre del Señor, fue también quien sufrió la prueba más terrible. Las sombras en la noche de la fe llegaron en María a una densidad aterradora. 
- ¿El Hijo de mis entrañas, mi Jesús, del que me dijo el Angel que sería el Hijo del Altísimo, está ahora muerto y encerrado en un sepulcro, abandonado de sus discípulos, con sólo cuatros amigos y amigas impotentes a su alrededor?... Y, sin embargo, es Él, el Hijo de Dios, y yo espero verlo resucitado, aunque todas las apariencias estén en contra de su palabra... 

Esto se decía María, modelo nuestro inigualable en la peregrinación de la fe. 
Creyó ahora en el Calvario, igual que había creído que iba a ser madre permaneciendo virgen... 

Nunca vio nada, y mereció de Dios por Isabel el mayor elogio de la fe: 
- ¡Dichosa tú que has creído!... 

Algunos desaprensivos dicen que Jesús puso al mismo nivel nuestro a María su Madre cuando elogió la fe de los creyentes, y cuando contestó a la mujer que bendecía los pechos que lo amamantaron. Muy al contrario, entonces Jesús tributó a María la máxima alabanza y la puso sobre todos los creyentes, pues nadie como María escuchó la Palabra y respondió tan fielmente como Ella. María fue doblemente Madre de Jesús: porque lo concibió en su seno y lo amamantó, y porque guardó la Palabra como nadie. 

Hoy el católico, al ver criticada y perseguida su Iglesia, y triunfantes a su alrededor facciones llenas de errores, se halla en esa situación de María. ¿Habrá Cristo abandonado su Iglesia?... ¡Calma! Jesús aparenta estar muerto, pero está más vivo que nunca... 

Ante los dos ejemplos de Abraham y María, seguidos por tantos que han sufrido pruebas mucho más duras que las nuestras, acaba diciéndonos el Catecismo de la Iglesia Católica con palabras de la carta a los Hebreos: 
- Sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma nuestra fe. 

Cuando hablamos de la tentación de la fe, no podemos menos de hablar así, valientemente, en plan de arenga, para entusiasmarnos. La conquista de la fe es a base de lucha, y sólo quien combate bien es condecorado.. 

CIC, 163-165. 1Cor. 13,12. 1Jn.3,2. 2Cor. 5,7. 1Cor. 13,12. Rom. 4,18. Mc. 3,31-35. Luc. 11,27-28. Hbr. 12,

martes, 4 de junio de 2013

CAMINANDO CON FE

Caminando con fe


"El que con fe se acerca a Dios, no vuelve con la canasta vacía"

"Fe es lo que da valor a las cosas que no podemos ver" 

"Fe es acercarse a Dios"

"Fe es llevar fruto aun en la debilidad"

"Fe es la palabra de aliento para los que están en sufrimiento"

"Fe es la justificación que tenemos para lograr la paz 
con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo"

"Fe es lo que recibimos al oír la palabra de Dios"

"Fe es la que debe permanecer en nuestros corazones,
junto con la esperanza y el amor."

"Fe es lo que nos hace caminar confiados en los senderos 
espirituales"

"Fe es el escudo o defensa que tenemos los cristianos 
para rechazar 

"Fe para vivir con gozo y fe para morir en paz"
gracia santificante, la he recobrado ahora por este acto de amor a Dios. Hago propósito de confesarme en el momento más oportuno.

martes, 23 de abril de 2013

ENCENDER LA FE

Encender la fe

Imaginemos una habitación en oscuridad llena de velas, pero sólo una de ellas está encendida. Imposible ver con claridad en un lugar así, pero si con el fuego de esa vela se encienden las demás, poco a poco esa habitacion se iluminará y llegará a haber tanta luz que podrán observarse todas las cosas con gran claridad.

Eso mismo ocurre con la fe. Si nuestro corazón está apagado, ¿qué podremos decirle al mundo? Pero si alguien con un corazón encendido prende a  los demás, tendremos toda una propuesta a este mundo cansado y sin aliento. Sólo un mundo con fe pensará diferente y actuará diferente, ya que solamente la luz de Dios, que se ha transmitido a tantos corazones encendidos de amor, iluminará todas las zonas oscuras de nuestra vida...

jueves, 4 de abril de 2013

FE Y ESPERANZA EN DIOS

Fe y Esperanza en Dios

Cuando ya no puedas más, cuando veas que todo sale mal y sólo veas nubes oscuras..., cuando sientas que estás solo en este mundo, incluso cuando estés tentado a creer que Dios se ha olvidado de ti..., Él a tu lado está, siempre ha caminando junto a ti, sus huellas siempre están junto a las tuyas.

Y si no lo sientes ahí, es porque te has alejado, porque no le das oportunidad de hablarle, porque siempre estás muy ocupado.

Tal vez porque te has cansado, o simplemente porque eres humano y te has equivocado.Pero hoy es el día para levantarte, el día para volver, la oportunidad de mejorar.

Busca en tu corazón y encontrarás un vacío con forma de Dios, tan inmenso como Él mismo, y es por eso que no lo has podido llenar.
¿Deseas ser completo? Permite a Dios entrar en tu corazón, y hasta entonces, sólo hasta entonces, verás que siempre te ha acompañado y a tu lado ha caminado.

Quítate tus cadenas, tus rencores, odios y resentimientos, para que puedas caminar libre al lado de tu Creador.
Mereces ser feliz..., para eso fuiste creado.


viernes, 22 de marzo de 2013

LA FE


Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
La fe tiene que convertirse en vida para mí
¿Hasta qué punto dejamos que nuestra alma sea abrazada plenamente por Cristo?
La fe tiene que convertirse en vida para mí
Jr 29, 10-13
Jn 10, 31-42



Ante el testimonio que Jesucristo le ofrece, ante el testimonio por el cual Él dice de sí mismo: “Soy Hijo de Dios”, ante el testimonio que le marca como Redentor y Salvador, el cristiano debe tener fe. La fe se convierte para nosotros en una actitud de vida ante las diversas situaciones de nuestra existencia; pero sobre todo, la fe se convierte para nosotros en una luz interior que empieza a regir y a orientar todos nuestros comportamientos.

La fundamental actitud de la fe se presenta particularmente importante cuando se acercan la Semana Santa, los días en los cuales la Iglesia, en una forma más solemne, recuerda la pasión, la muerte y la resurrección de nuestro Señor. Tres elementos, tres eventos que no son simplemente «un ser consciente de cuánto ha hecho el Señor por mí», sino que son, por encima de todo, una llamada muy seria a nuestra actitud interior para ver si nuestra fe está puesta en Él, que ha muerto y resucitado por nosotros.

Solamente así nosotros vamos a estar, auténtica- mente, celebrando la Semana Santa; solamente así nosotros vamos a estar encontrándonos con un Cristo que nos redime, con un Cristo que nos libera. Si por el contrario, nuestra vida es una vida que no termina de aceptar a Cristo, es una vida que no termina en aceptar el modo concreto con el cual Jesucristo ha querido llegar a nosotros, la pregunta es: ¿Qué estoy viviendo como cristiano?

Jesús se me presenta con esa gran señal, que es su pasión y su resurrección, como el principal gesto de su entrega y donación a mí. Jesús se me presenta con esa señal para que yo diga: “creo en ti”. Quién sabe si nosotros tenemos esto profundamente arraigado, o si nosotros lo que hemos permitido es que en nuestra existencia se vayan poco a poco arraigando situaciones en las que no estamos dejando entrar la redención de Jesucristo. Que hayamos permitido situaciones en nuestra relación personal con Dios, situaciones en la relación personal con la familia o con la sociedad, que nos van llevando hacia una visión reducida, minusvalorada de nuestra fe cristiana, y entonces, nos puede parecer exagerado lo que Cristo nos ofrece, porque la imagen que nosotros tenemos de Cristo es muy reducida.

Solamente la fe profunda, la fe interior, la fe que se abraza y se deja abrazar por Jesucristo, la fe que por el mismo Cristo permite reorientar nuestros comportamientos, es la fe que llega a todos los rincones de nuestra vida y es la que hace que la redención, que es lo  que estamos celebrando en la Pascua, se haga efectiva en nuestra existencia.

Sin embargo, a veces podemos constatar situaciones en nuestras vidas —como les pasaba a los judíos— en las cuales Jesucristo puede parecernos demasiado exigente. ¿Por qué hay que ser tan radical?, ¿por qué hay que ser tan perfeccionista?

Los judíos le dicen a Jesús: “No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios". Esta es una actitud que recorta a Cristo, y cuántas veces se presenta en nuestras vidas.

La fe tiene que convertirse en vida en mí. Creo que todos nosotros sí creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios, Luz de Luz, pero la pregunta es: ¿lo vivimos? ¿Es mi fe capaz de tomar a Cristo en toda su dimensión? ¿O mi fe recorta a Cristo y se convierte en una especie de reductor de nuestro Señor, porque así la he acostumbrado, porque así la he vivido, porque así la he llevado? ¿O a la mejor es porque así me han educado y me da miedo abrirme a ese Cristo auténtico, pleno, al Cristo que se me ofrece como verdadero redentor de todas mis debilidades, de todas mis miserias? 

Cuando tocamos nuestra alma y la vemos débil, la vemos con caídas, la vemos miserable ¿hasta qué punto dejamos que la abrace plenamente Jesucristo nuestro Señor? Cuando palpamos nuestras debilidades ¿hasta qué punto dejamos que las abrace Cristo nuestro Redentor? ¿Podemos nosotros decir con confianza la frase del profetas Jeremías: “El Señor guerrero, poderoso está a mi lado; por eso mis perseguidores caerán por tierra y no podrán conmigo; quedarán avergonzados de su fracaso, y su ignominia será eterna e inolvidable”?

¿Que somos débiles...?, lo somos. ¿Que tenemos enemigos exteriores...?, los tenemos. ¿Que tenemos enemigos interiores...?, es indudable.

Ese enemigo es fundamentalmente el demonio, pero también somos  nosotros mismos, lo que siempre hemos llamado la carne, que no es otra cosa más que nuestra debilidad ante los problemas, ante las dificultades, y que se convierte en un grandísimo enemigo del alma.

Dios dice a través de la Escritura: “quedarán avergonzados de su fracaso y su ignominia será eterna e inolvidable”. ¿Cuando mi fe toca mi propia debilidad tiende a sentirse más hundida, más debilitada, con menos ganas? ¿O mi fe, cuando toca la propia debilidad, abraza a Jesucristo nuestro Señor? ¿Es así mi fe en Cristo? ¿Es así mi fe en Dios? Nos puede suceder a veces que, en el camino de nuestro crecimiento espiritual, Dios pone, una detrás de otra, una serie de caídas, a veces graves, a veces menos graves; una serie de debilidades, a veces superables, a veces no tanto, para que nos abracemos con más fe a Dios nuestro Señor, para que le podamos decir a Jesucristo que no le recortamos nada de su influjo en nosotros, para que le podamos decir a Jesucristo que lo aceptamos tal como es, porque solamente así vamos a ser capaces de superar, de eliminar y de llevar adelante nuestras debilidades.

Que la Pascua sea un auténtico encuentro con nuestro Señor. Que no sea simplemente unos ritos que celebramos por tradición, unas misas a las que vamos, unos actos litúrgicos que presenciamos. Que realmente la Pascua sea un encuentro con el Señor resucitado, glorioso, que a través de la Pasión, nos da la liberación, nos da la fe, nos da la entrega, nos da la totalidad y, sobre todo, nos da la salvación de nuestras debilidades.
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