Mostrando entradas con la etiqueta MEDITACIONES DE CRISTO. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta MEDITACIONES DE CRISTO. Mostrar todas las entradas

sábado, 27 de enero de 2018

EN MEDIO DE LA TORMENTA, LA SENSATEZ


En medio de la tormenta, la sensatez 
¿Cómo salir a flote en medio de esta tormenta que nos aflige?,


Por: P. Dennis Doren L.C. | Fuente: Catholic.net 




Cómo no recordar las palabras tan sabias de Santa Teresa:

Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta.

Aunque no alcanzamos a comprender todas las cosas, y nuestro corazón se llena de dolor, dejamos que su infinita Providencia y Misericordia nos guíen.

Es sensato agradecer el bien de las personas que nos han acompañado en la vida y que nos han llevado a Dios. San Pablo, en un momento de inspiración, aconsejó a los Corintios:

Y si no, hermanos, tengan en cuenta quienes han sido llamados, pues no hay entre ustedes muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Al contrario, Dios ha elegido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes; ha elegido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo para aniquilar a quienes creen que son algo. De este modo, nadie puede presumir ante Dios... (1 Cor 1,26-ss).

¿Cómo salir a flote en medio de esta tormenta que nos aflige?, ¿cómo librarnos del remolino que nos quiere engullir, en sus falaces críticas, cavilaciones,conjeturas a medias? Todos opinan, todos dicen, todos ahora se convierten en expertos moralistas y jueces implacables. Es la hora de la sensatez, decir poco y hacer mucho por el bien de la humanidad y que cada uno nos preocupemos en ser coherentes con lo que somos y profesamos ser, maravillosa lección para aprender, no sea que el día de mañana, cuando nos toque a nosotros presentarnos frente el Sumo Juez, no quedemos bien parados. Hoy les invito a todos mis lectores a elevar a Dios nuestra oración pidiendo la sensatez. Creo que traerá paz y sosiego a nuestra alma:

SEÑOR, Ayúdame a decir la verdad, delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si me das fortuna, no me quites la felicidad;
Si me das fuerza, no me quites la razón;
Si me das éxito, no me quites la humildad;
Si me das humildad, no me quites la dignidad.
Ayúdame siempre a ver el otro lado de la medalla.
No me dejes inculpar de traición a los demás, por no pensar como yo.
Enséñame a querer a la gente como a mí mismo, y a juzgarme como a los demás.
No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación si fracaso.
Más bien, recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo.
Enséñame a seguir amando a pesar del sufrimiento.
Enséñame a confiar a pesar de las decepciones.
Enséñame que perdonar es lo más importante del fuerte, y que la venganza es la señal primitiva del débil.
Si me quitas la fortuna, déjame la esperanza.
Si me quitas el éxito, déjame la fuerza para triunfar del fracaso.
Si yo faltara a la gente, dame valor para disculparme.
Si la gente faltara conmigo, dame valor para perdonar.
Señor, si yo me olvido de Ti, Tú no te olvides de mí. Amén.

miércoles, 24 de enero de 2018

JESÚS ES NUESTRO AMIGO MÁS FIEL E INCONDICIONAL


Jesús es nuestro amigo más fiel e incondicional. 


Tengamos presente que:
Si quieres curar tus heridas, Él es médico.
Si estás ardiendo de fiebre, Él es manantial.
Si estás oprimido por la iniquidad, Él es justicia.
Si tienes necesidad de ayuda, Él es fuerza.
Si temes la muerte, Él es vida.
Si deseas el cielo, Él es el camino.
Si refugio de las tinieblas, Él es luz
Si buscas manjar, Él es alimento.

domingo, 21 de enero de 2018

JESÚS, EL MEJOR AMIGO


Jesús, el mejor amigo
No nos llamó ya siervos porque un siervo no conoce lo que hace su señor, nos llamó amigos, y nos dió a conocer lo que ha oído del Padre.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: Catholic.net 




Hay una leyenda en la que se cuenta que un hombre cayó en un pozo. Pasó Buda y le dijo: “Si hubieras cumplido lo que yo enseño, no te habría sucedido eso”. Pasó Confucio, y le dijo: “Cuando salgas, vente conmigo y te enseñaré a no caer más en el pozo”. Pasó Jesús, vio a aquel hombre desesperado, y bajó al pozo para ayudarlo a salir.

Jesús es el amigo que ha dado la vida por los amigos y enemigos.

Jesús, se hizo uno de nosotros por amor y toda su vida fue una total entrega de amor. Veamos algunos rasgos: Así trata Jesús al joven desconocido que se acerca a él buscando orientación: “Fijando en él su mirada, le amó” (Mc 20,21); a la mujer pecadora que llora a sus pies: Tus pecados te son perdonados… Tu fe te ha salvado. Vete en paz (Lc 7,48-50); a su discípulo Pedro: Fijando su mirada en él, le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas” (Jn 1,42). Encontramos también en Jesús el afecto, incluso emocionado, hacia las personas, que no es signo de debilidad sino revelación de un sentimiento hondo de amor y de amistad. Así reacciona ante unos ciegos que le piden su curación: “Jesús se conmovió, tocó sus ojos, y al momento recobraron la vista y le siguieron” (Mt 20,34).

Es conocida la escena de Betania; al acercarse a María, desconsolada por la muerte de su hermano Lázaro, Jesús, “viéndola llorar… se conmovió profundamente y se echó a llorar. Los judíos comentaban: ¡Miren cuánto lo quería!” (Jn 11,33-35). El mismo afecto emocionado manifiesta Jesús ante la ciudad de Jerusalén: “Al acercarse y ver la ciudad, se le saltaron las lágrimas por ella y dijo: ¡Si también tú comprendieras lo que conduce a la paz! Pero no, no tienes ojos para verlo” (Lc 19,41). Así es Jesús. Basta una palabra, una situación humana, un sufrimiento, para que brote su afecto lleno de ternura.

Amistad significa también benevolencia, es decir, un afecto que quiere y busca el bien de las personas; así lo hace Jesús. Al desembarcar, vio una gran multitud; se conmovió porque estaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas (Mc 6,33). Esta amistad se manifiesta de forma más entrañable con las personas por las que siente predilección especial; así sucede con la familia de Marta. El evangelista señala que “Jesús quería a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11,5). Pero también con el discípulo que lo ha negado: “El Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras que le había dicho el Señor” (Lc 22,61).

La amistad se convierte en compasión cuando las personas queridas sufren o se encuentran mal; el amigo se acerca al sufrimiento del otro, lo acoge, se identifica con su dolor y sus problemas, sufre, acompaña, ayuda. En cierta ocasión se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme”. Conmovido, Jesús extendió la mano, lo tocó y dijo: “Quiero, queda limpio” (Mc 1,40-41). En Naím, al ver a una viuda llorando la muerte de su hijo único, Jesús se acerca. “Al verla el Señor se conmovió y le dijo: No llores” (Lc 7,13).

Amistad significa entrega, donación al otro. El amigo sabe dar gratuitamente, regalar su tiempo, su compañía, sus fuerzas, su vida entera. Los evangelistas describen a Jesús “desviviéndose” por los demás, entregando lo mejor de sí mismo a todos. No busca su éxito, su prestigio o bienestar; es el amor lo que anima su vida entera. “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos” (Mc 10,45). Su crucifixión no es sino la culminación de esa entrega. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).

Jesús ofrece su amistad a todos, incluso a aquellos que son excluidos de la convivencia social (leprosos) o separados de una relaciones amistosas (publicanos, prostitutas); se acerca a ellos, se sienta a su mesa, los acoge y la gente lo llama amigo de publicanos y pecadores. Los evangelistas destacan la amistad particularmente honda y entrañable que Jesús vive y cultiva con sus discípulos; Jesús les va revelando sus secretos más íntimos en una atmósfera de comunicación amistosa. No los llama ya siervos porque un siervo no conoce lo que hace su señor, a ellos los llama amigos, y les da a conocer lo que ha oído del Padre (Jn 15,15).

De esta forma se establece entre Jesús y sus discípulos una comunión de afecto y amistad. Jesús llegará a decir que quien escucha a los otros, a él le escucha (Lc 10,16). Incluso, el discípulo traidor viene llamado “amigo” hasta el final (Mt 26,50). Jesús les muestra hasta qué extremo llega su amistad. “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13). Su muerte será un don: “Nadie me quita la vida".

Si quieres curar tus heridas, él es médico.
Si estás ardiendo de fiebre, él es manantial.
Si estás oprimido por la iniquidad, él es justicia.
Si tienes necesidad de ayuda, él es fuerza.
Si temes la muerte, él es vida.
Si deseas el cielo, él es el camino.
Si refugio de las tinieblas, él es luz
Si buscas manjar, él es alimento”.

martes, 9 de enero de 2018

JESÚS UN COMUNICADOR A TIEMPO COMPLETO


Jesús un comunicador a tiempo completo
Victor Manuel Pérez habla de los recursos empleados por Jesús para dirigir adecuadamente su mensaje a todo público.


Por: Victor Manuel Pérez Martínez | Fuente: Catholic.net 




Quienes tenemos la responsabilidad de comunicar siempre nos preguntamos ¿cómo transmitir mejor nuestro mensaje?

Esta pregunta requiere una mayor reflexión cuando el mensaje se trata del evangelio ¿cómo proclamar hoy el mensaje de Jesús? En una sociedad enmarcada por antivalores, por la presión del stress, por el consumismo desmedido, ¿cómo construir un mensaje de salvación, de fe, de esperanza y de caridad? Vamos a identificar en Jesús algunas ideas que nos pueden ayudar.

Situarnos en medio del pueblo y de su historia, es decir, comprender la realidad de nuestra sociedad.

Jesús utilizó un lenguaje directo, apropiado, cargado de una simbología propia de la cotidianidad en la cual creció y vivió; un código acorde con el público al cual dirige su mensaje.

Son las parábolas ejemplo de ésta facilidad que tenía para adaptar su lenguaje sin perder la esencia de su mensaje. Jesús vivió todas las costumbres y actividades de su época, enseñanzas recibidas de sus padres, y en especial su madre, quienes lo instruyeron en la realidad de su contexto histórico. La utilización de las metáforas para sus parábolas surgen de la realidad cotidiana de su época (Willam, 1994). Un mensaje de una gran sencillez; pero a la vez de una gran profundidad doctrinal. Un mensaje que está dirigido al corazón y a la mente de los hombres de su época y que trasciende al hombre de hoy.

Otro aspecto es el carácter preferencial por los marginados. Es el público por excelencia de su mensaje. Era escuchado por una gran diversidad de personas; pero su intención apuntaba a públicos muy concretos: “Bienaventurados los pobres de espíritu... los mansos... los que lloran... los que tienen hambre y sed de justicia... los misericordiosos... los limpios de corazón... los que trabajan por la paz... los perseguidos por causa de la justicia... Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa” (Mt, 5, 3-11)

Su cercanía y actitud con las personas es otro componente que debemos destacar. Jesús sabe escuchar, observar, contemplar y penetrar en lo profundo de los corazones. Escuchó a todas las personas que se le acercaban: a los discípulos, a sus amigos, a los niños, a los soldados, a los cobradores de impuestos, a las prostitutas, a los enfermos, a los que ostentaban el poder político, a los que representaban el poder religioso, al ladrón, en definitiva todo aquel que tuvo un contacto con Jesús encontró un solo mensaje, pero con palabras acordes a su entendimiento y a la voluntad de su mente y alma.

Un mensaje que respetaba la libertad. Jesús era un hombre de diálogo. No importa el tiempo. Él se encontraba con el prójimo y utilizaba el tiempo necesario para dialogar. Cuando leemos los evangelios descubrimos encuentros muy importantes en los cuales Jesús mantenía un diálogo tranquilo, sereno, de una gran escucha y al mismo tiempo de una seguridad en su doctrina y en su mensaje.

Una correcta selección de los canales de comunicación es otra de sus características (Aguirre).

No sólo es la correcta selección de sus palabras, de sus gestos y de sus actos; él sabía seleccionar los espacios para comunicar su mensaje. Su primera predicación la realiza en la sinagoga (Lc 4, 16-30); y seguiría predicando desde lugares en los cuales podía ser escuchado, incluyendo otros territorios: “También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios” (Lc 4, 43).

La Buena Nueva la enseñó utilizando paralelamente otros signos del Reino de los Cielos, los milagros. Otra forma de comunicar el mensaje que avalaba su predicación. En especial la enseñanza correspondiente a la fe, condición necesaria para alcanzar la sanación: “¡Animo!, hija, tu fe te ha salvado” (Mt 9,22). Jesús es ejemplo de su palabra y quienes están a su alrededor lo conocen por su predicación, sus obras y su testimonio.

En definitiva la misión que Jesús encomienda a sus discípulos es comunicar: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,19-20). Pero la comunicación de Jesús es un signo de comunión porque además de transmitir la Buena Noticia con sentimiento, con verdad, con sabiduría, “se entrega Él mismo como Palabra viva” (Aguirre: 132).


Victor Manuel Pérez Martínez
vmperezmven@yahoo.com



Referencias:
* Willam, F. (1994). Vida de María (Zalba, M. Trads.). Barcelona: Herder. (Trabajo original publicado en 1959)
* Aguirre, J., y Sierra L. (1997). Reflexión teológica sobre la comunicación. En: CELAM (Comp.). Comunicación: Misión y desafío (pp. 99-169). Bogotá: CELAM.

lunes, 8 de enero de 2018

EL ESPÍRITU DE JESÚS


El Espíritu de Jesús



Jesús apareció en Galilea cuando el pueblo judío vivía una profunda crisis religiosa. Llevaban mucho tiempo sintiendo la lejanía de Dios. Los cielos estaban "cerrados". Una especie de muro invisible parecía impedir la comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era capaz de escuchar su voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba impulsado por su Espíritu.

Lo más duro era esa sensación de que Dios los había olvidado. Ya no le preocupaban los problemas de Israel. ¿Por qué permanecía oculto? ¿Por qué estaba tan lejos? Seguramente muchos recordaban la ardiente oración de un antiguo profeta que rezaba así a Dios: "Ojalá rasgaras el cielo y bajases".

Los primeros que escucharon el evangelio de Marcos tuvieron que quedar sorprendidos. Según su relato, al salir de las aguas del Jordán, después de ser bautizado, Jesús «vio rasgarse el cielo» y experimentó que «el Espíritu de Dios bajaba sobre él». Por fin era posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre lleno del Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús y venía de Nazaret.

Ese Espíritu que desciende sobre él es el aliento de Dios que crea la vida, la fuerza que renueva y cura a los vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a liberar la vida, a curarla y hacerla más humana. Los primeros cristianos no quisieron ser confundidos con los discípulos del Bautista. Ellos se sentían bautizados por Jesús con su Espíritu.

Sin ese Espíritu todo se apaga en el cristianismo. La confianza en Dios desaparece. La fe se debilita. Jesús queda reducido a un personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra muerta. El amor se enfría y la Iglesia no pasa de ser una institución religiosa más.

Sin el Espíritu de Jesús, la libertad se ahoga, la alegría se apaga, la celebración se convierte en costumbre, la comunión se resquebraja. Sin el Espíritu la misión se olvida, la esperanza muere, los miedos crecen, el seguimiento a Jesús termina en mediocridad religiosa.

Nuestro mayor problema es el olvido de Jesús y el descuido de su Espíritu. Es un error pretender lograr con organización, trabajo, devociones o estrategias diversas lo que solo puede nacer del Espíritu. Hemos de volver a la raíz, recuperar el Evangelio en toda su frescura y verdad, bautizarnos con el Espíritu de Jesús.

No nos hemos de engañar. Si no nos dejamos reavivar y recrear por ese Espíritu, los cristianos no tenemos nada importante que aportar a la sociedad actual tan vacía de interioridad, tan incapacitada para el amor solidario y tan necesitada de esperanza.



© Padre José Antonio Pagola

sábado, 2 de diciembre de 2017

QUÉ HARÍA CRISTO EN MI LUGAR?

¿QUÉ HARÍA CRISTO EN MI LUGAR?


Me ha costado. Pero, poco a poco, me voy llenando de una confianza esplendida en Dios y su voluntad.


Por: Claudio de Castro | 




Me ha costado. Pero, poco a poco, me voy llenando de una confianza esplendida en Dios y su voluntad. Y es que no es fácil vivir el Evangelio: amar al que no te ama, perdonar al que te hace daño, confiar en las promesas de Dios, aprender a vivir en sus manos amorosas.

La verdad es que con mis fuerzas, jamás podría. Por eso creo que “todo” es gracia de Dios...

Jesús, sabiendo cómo somos, nos dejó este consejo maravilloso, para fortalecer nuestras vidas:

“Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.» (Mc 14,38)

Pienso mucho en cuánto me falta la oración.

Hace poco una persona amable, en apariencia, se me acercó para conversar. Al final, cuando me despedía, y estaba desprevenido, lanzó una palabra hiriente, sonriendo de satisfacción. Fue un momento extraño. Perdoné sin comprender. Y es que para perdonar, basta amar.

La gracia de Dios te ayuda a no perder la serenidad, mirar con ojos compasivos, tener caridad con todos. Y pedir perdón tan pronto podamos por nuestros errores.

Recordé aquello que una vez leí:
“Cuando hablamos mal de una persona, o lo indisponemos ante otros, es como lanzarle un dardo envenenado al corazón. Pero ese dardo, antes de llegar a tu victima, primero atraviesa el corazón amable de Dios”.

En situaciones así, me encanta recordar este pensamiento de san Alberto Hurtado: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”.

Me parece que la respuesta es: Amar. Perdonar. Devolver bien por mal.

Una vez, un desconocido telefoneó a mi casa. Respondí y empezó a decir malas palabras y a ofender. Con calma, empecé a rezar en voz alta, mientras él hablaba:

“Dios te salve María, llena eres de gracia…”

La persona al escuchar mi oración se detuvo. Titubeó.
“Ehh… No sabía… perdone, perdone…” y colgó.

El amor todo lo puede. Y todo lo da.


martes, 21 de noviembre de 2017

JESÚS ES NUESTRO CAMINO


Jesús en nuestro camino
¿A qué te compromete caminar con Jesús?


Por: Pbro. Luis Santiago Flores Lucio | Fuente: www.iglesiapotosina.org 




Dios continúa llamando a lo largo de toda la historia. Dios continúa haciéndose camino: JESUS ES NUESTRO CAMINO.

"Con la vivacidad que es propia de tus años, con el entusiasmo generoso de tu corazón, caminemos al encuentro de Cristo: sólo El es el camino, la verdad y la vida; sólo El es la solución de todos tus problemas; sólo El es la verdadera salvación del mundo, sólo El es la esperanza de la humanidad"

Con el Nuevo Testamento y, si es posible, de modo personal, en lugar silencioso y como enfrentándose cara a cara la palabra de Jesús, leer con calma y sin prisa algunos pasajes en que Jesús se hace camino.

1. Mt 19, 16-30: La respuesta al joven rico

"Se acercó a Jesús uno y le dijo: Maestro ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? El le dijo: ¿por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno solo es bueno: si quieres entrar en la vida guarda los mandamientos... Dijo el joven: todo esto lo he guardado. ¿Qué me queda aún? Dijo Jesús: si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, tendrás así un tesoro en el cielo, y ven y sígueme. Al oír esto, el joven se fue triste porque tenía muchos bienes...

Los discípulos se quedaron estuperfactos y dijeron: ¿quiénes, pues, podrán salvarse? Mirándolos, Jesús les dijo: para los hombres, imposible, más para Dios todo es posible"


2. Lc 5,1-11: El encuentro con Pedro y sus compañeros

Un día subió Jesús a la barca de Simón y le dijo: "rema mar adentro y echa las redes para pescar" Simón respondió: Maestro, hemos estado toda la noche trabajando sin pescar nada; pero ya que tu me lo mandas, echaré las redes, Así lo hicieron, y pescaron peces, que las redes amenazaban con romperse...

Tanto él como sus ayudantes estaban pasmados de la pesca que acaban de hacer. Lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, compañeros de Simón.

Pero Jesús dijo a Simón: "no temas, desde hoy en adelante, serás pescador de hombres"

Entonces llevaron sus barcas a tierra, lo dejaron todo y le siguieron.


3. Lc 19,1-10: "Baja que quiero hospedarme en tu casa"

"Había allí un hombre llamado Zaqueo. Hacía por ver a Jesús, pero a causa de la muchedumbre no podía, porque era de poca estatura. Corriendo adelante, se subió a un sicómoro para verle, pues había de pasar por allí. Cuando llegó a aquel sitio, Jesús, levantó los ojos y le dijo: Zaqueo, baja pronto, porque hoy me hospedaré en tu casa, el bajó a toda prisa y le recibió con alegría... Dijo a Jesús: hoy ha venido la salud a tu casa"


4. Lc 4,1-45 "Encuentro con la samaritana

Jesús fatigado del camino, se sentó junto a la fuente. "Llega una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dice: "dame de beber"... Le dice la mujer samaritana: "¿cómo tu, siendo judío, me pides de beber a mi, mujer samaritana?" Porque no se tratan judíos y samaritanos. Le respondió Jesús y dijo: si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tu le pedirías a El y El te daría a ti agua viva".

Sin programas, con el pretexto de un poco de agua para beber, Jesús ha llamado y ha tenido una respuesta.

Una VIDA ha entrado en otra vida.

La samaritana ha creído en El y ha dejado que su llamada fuera abriendo nuevos caminos. Jesús ha entrado en su vida y, con su amor, la ha caminado.

Quien se encuentra con Jesús, encuentra en Él un CAMINO, un modo nuevo e insospechado de vida una invitación y una ayuda para seguirlo.

También hoy y cada uno de nosotros puede experimentar este encuentro con Jesús.

¿A qué te compromete caminar con Jesús?

¿Qué situaciones, qué cosas, qué estilo de vida debería dejar para caminar como Abraham, Samuel, Zaqueo, Pedro, la Samaritana?

lunes, 20 de noviembre de 2017

JESÚS PERDONA SIEMPRE



Jesús perdona siempre




Entre los modos de orar hay uno muy simple y coherente: pedir perdón de lo que sabemos no agradó a Dios. Es razonable expresar nuestro pesar, cuando ofendemos a una persona. David cuando cometió gravísimos pecados, se apresuró a reconciliarse con el Señor. En esa ocasión compuso un salmo muy sincero: “Reconozco mi culpa, Señor, cometí la maldad que aborreces” (51). Dios lo perdonó y sintió la alegría de la reconciliación.

Sor María Noelia Magdolna, religiosa húngara, fallecida el 24 de abril de 1992, nació en 1901, recibió muchos mensajes celestiales. He aquí uno de ellos: “Una vez Jesús me llevó al juicio de un alma muy pecadora, a quien le perdonó sus pecados. Satanás estaba furioso. —¡Tú no eres justo! —gritaba —¡Esta alma fue mía toda su vida! Éste cometió muchos pecados, mientras que yo cometí sólo uno y tú creaste el Infierno para mí. —¡Lucifer!  —le contestó Jesús con infinito amor —¿Tú, alguna vez, me pediste perdón? Entonces Lucifer, fuera de sí, gritó: —¡Eso nunca! ¡Eso nunca lo haré! Entonces Jesús se volvió hacia mí, diciéndome: —Ya lo ves, si él me pidiera perdón tan solo una vez, el Infierno dejaría de existir”.

La oración de perdón te ayudará a modelar tu vida con absoluta fidelidad a la voluntad de Dios. Será un momento diario para enfrentarte a tus males espirituales, reprobarlos y corregirlos. Esta oración te atraerá la fuerza de Dios para liberarte de cualquier mal hábito. ¿Por qué no pruebas?



* Enviado por el P. Natalio

martes, 26 de septiembre de 2017

LOS HERMANOS DE JESÚS


Los hermanos de Jesús
Es verdad que en los evangelios se habla de «los hermanos y hermanas de Jesús». 


Por: P. Paulo Dierckx - P. Miguel Jordá | Fuente: Apostolado del Libro 




En la Biblia leemos que los habitantes de Nazaret, hablando de Jesús, decían: «Este es el Hijo del Carpintero y su Madre es María, es hermano de Santiago, José, Simón y Judas, y sus hermanas también viven aquí entre nosotros.» (Mt. 13, 55-56)

En otra parte de la Biblia leemos: «Un día Jesús estaba predicando y los que estaban sentados alrededor de él le dijeron: «Tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan». (Mc. 3, 32)

Los que no conocen bien la Biblia sacan de estos textos la precipitada y errónea conclusión de que María tuvo más hijos y que por tal razón no pudo haber quedado virgen, como creen los católicos. Muchos hermanos evangélicos hablan así, al parecer, no por amor a la verdad, sino simplemente para desorientar a los católicos y para que la gente sencilla abandone la verdadera fe en Cristo, en su Iglesia y en la Virgen María. En esta carta quiero explicarles cuán equivocadas están estas personas que piensan que Jesús tuvo más hermanos en el sentido estricto.

1) «Hermanos y hermanas» en el sentido bíblico

Es verdad que en los evangelios se habla de «los hermanos y hermanas de Jesús». Pero eso no quiere decir que sean hermanos de sangre de Jesús, o hijos e hijas de la Virgen María.

Jesús, en su tiempo, hablaba el idioma arameo (que es como un dialecto del hebreo) y en las lenguas arameas y hebreas se usaba la misma palabra para expresar los distintos grados de parentesco cercano, como «primo», hermano», «tío», «sobrino», «primo segundo»... Y para indicar estos grados de parentesco, simplemente, usaban la palabra «hermano o hermana.»

Por ejemplo: Abhraham llama «hermano» a su sobrino Lot (Gén. 13, 8 y Gén 14, 14-16) Labán dice «hermano» a su sobrino Jacob (Gén. 29, 15).

Es decir, en la Biblia no se usan las palabras «tío» o «sobrino», sino que a los que descienden de un mismo abuelo se les llama hermanos.

Ahora bien, para evitar las confusiones, la Biblia usa varios modismos. Por ejemplo: si se trataba de hermanos verdaderos, hijos de una misma madre, se usaba la expresión: «Tu madre y los hijos de tu madre.» Esta era la única manera correcta de expresarse. En Mateo16, 17 se usa la expresión «Simón, hijo de Jonás» para decir que el papá de Simón es Jonás.

En ningún lugar del Evangelio se habla de los hermanos de Jesús en sentido estricto, como «hijos de María». Por tanto en la Biblia no aparece ningún hermano de Jesús según la carne.

En el Evangelio de Lucas leemos que Jesús subió a Jerusalén junto con María y José. El niño Jesús tenía ya 12 años. Este relato no menciona ningún hermano de Jesús en sentido estricto. Así el texto nos hace entender que Jesús es el hijo único de María. (Lc. 2, 41-52).

Al momento de morir, Jesús confió su madre María al apóstol Juan, hijo de Zebedeo, precisamente porque María quedaba sola, sin hijos propios y sin esposo. Para los judíos una mujer que se quedaba sola era signo de maldición. Por eso Jesús confía María a Juan y también Juan a María.

«Cuando Jesús vio a su madre, y de pie junto a ella al discípulo a quien él quería mucho, Jesús dijo a su madre: «Madre, ahí tienes a tu hijo. Luego le dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde entonces ese discípulo la recibió en su casa» (Jn. 19, 26-27).


2) ¿Quiénes son «estos hermanos de Jesús»?

La Biblia nombra a cuatro «hermanos» de Jesús (Mat. 13, 55-56).

En Mt. 13, 55-56 encontramos los nombres de cuatro «hermanos» de Jesús: Santiago (o Jacobo), José, Simón y Judas.

De estos cuatro hermanos de Jesús arriba mencionados, dos eran apóstoles: Santiago «el hermano del Señor» (Gál. 1, 19) es el apóstol Santiago «el Menor» (Mc. 15, 40), y Judas, «servidor de Jesucristo y hermano de Santiago».

La madre del apóstol Santiago el Menor se llama María y esta María, madre de Santiago y José, estaba junto a la cruz de Jesús (Mc. 15, 40) y era «hermana de María la Madre de Jesús» (Jn. 19, 25) y tía de Jesús. Es la que el Evangelista llama María de Cleofás (Jn. 19, 25)

Comparando los textos bíblicos entre sí, está claro que ni Santiago ni los otros tres nombrados «hermanos de Jesús» eran hijos de la Virgen María y José, sino primos hermanos de Jesús.

Hagamos el árbol genealógico de las dos familias:

«Padre» + madre = hijo (José + María =Jesús)

Alfeo o Cleofás + María = hijos: Santiago, José, Simón y Judas.


3) Jesús es el hijo primogénito de María: 

Otros dicen que la Biblia nombra a Jesús como el «primogénito» o sea «el primer hijo de María» y eso es señal de que María tuvo más hijos.

El hecho de que Jesús sea «primer hijo» no significa que la Virgen María tuviera más hijos después de Jesús; de ninguna manera quiere decir eso el Evangelio. «Y dio a luz a su primer hijo» (Lc. 2, 7) quiere decir que «antes de nacer Jesús, la Virgen no había tenido otro hijo».

Y esto era muy importante para los judíos, porque siendo Jesús el primogénito, o sea, el primer hijo, quedaba consagrado completamente a Dios. (Ex. 13, 2). Y es que la Ley del Señor mandaba que el primer hijo fuera consagrado u ofrecido totalmente a Dios (Ex. 13, 12 y Ex. 34, 19). Por eso Jesús, por ser el primogénito o primer hijo ya desde su nacimiento quedaba ofrecido y consagrado totalmente al servicio de Dios.

Esto, y no otra cosa, es lo que enseña el Evangelio al decir que Jesús fue el «primer hijo» (Primogénito) de la Virgen María. En ningún caso quiere decir el primero entre otros hermanos.


4) El uso de la palabra «hermano» en el sentido religioso

Un día preguntó Jesús a sus discípulos: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y mirando a los que estaban en torno a él añadió: Aquí están mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt. 12, 49-50). Jesús fue el primero en utilizar la palabra «hermano» no en sentido carnal, sino en sentido figurado

En el Evangelio de Juan (20, 17), Jesús llama a sus discípulos y apóstoles: «mis hermanos» y en la carta a los Hebreos (2, 11) todos los redimidos por Cristo son «sus hermanos.» Cristo es «el Primogénito de estos hermanos.» (Rom. 8, 29).

En este sentido aparece la palabra «hermano» 160 veces en las cartas apostólicas del N. T. «Hermanos pues, en este sentido, hoy como ayer, son todos los que creen y aceptan a Jesús.» Y en esto los hermanos evangélicos son muy inconsecuentes porque en sus sermones usan a cada rato la expresión «hermanos» en sentido figurado (todo el mundo entiende que no se trata de hermanos carnales) Pero cuando se trata de interpretar esta palabra en el N. T., dicen que hay que entenderla en sentido carnal, de verdaderos hermanos según la sangre.

La Iglesia Católica, al igual que las iglesias Evangélicas, tiene ahora también la costumbre de llamar a sus fieles «hermanos y hermanas». ¿Significa esto que todos somos hermanos según la carne? De ninguna manera, sino que utilizamos la palabra «hermanos» en sentido figurado. ¿Por qué, entonces, los evangélicos tienen tanto empeño en interpretar la palabra «hermano» sólo en sentido literal para concluir que la Virgen tuvo otros hijos? ¿No hay aquí una tergiversación o mala interpretación de textos? ¿No será que se utilizan estos textos tan sólo como un pretexto para confundir a los católicos poco familiarizados con la Biblia?

Ojalá que estas palabras «hermano y hermana» no sean para nosotros palabras conflictivas. Hermanos según la carne son los hijos de unos mismos padres. Hermanos según el espíritu somos todos los seres humanos, mayormente los que son miembros de una misma comunidad o familia religiosa.

Queridos hermanos y amigos en Cristo: Creo que estas explicaciones bastan para aclarar el sentido bíblico de la expresión «hermanos y hermanas del Jesús.» Que nadie los venga a molestar ahora con discursos erróneos y a decirles que María tenía muchos hijos... Los que hablan así son personas que no conocen bien la Biblia; es gente que interpreta la Palabra de Dios a su propio gusto y quiere solamente sembrar dudas y mentiras. ¿No dijo el apóstol Pedro que debemos ser prudentes con nuestras interpretaciones privadas de la Biblia? (2 Pedr. 1, 20).

Y por último, queridos hermanos, yo también los nombro con la palabra hermanos, les pido que no hagan caso de palabrerías, sino que sean realmente capaces de vivir este gran sueño de Jesucristo que es construir el Reino de Dios en que todos los hombres volverán a ser hermanos.

martes, 18 de julio de 2017

NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA


Nadie es profeta en su tierra
Señor, ¿a quien iremos sino a ti? Tú solo tienes palabras de vida eterna.... 


Por: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net 




Jesús nos ha advertido muchas veces que debemos ser personas de fe, y que la fe es la llave que abre todos los tesoros de su Corazón.

En el Evangelio nos va a decir lo mismo, pero de una manera del todo inesperada. Diríamos que lo va a hacer presentándonos un cuadro a contra luz.

Quiere llevar el mensaje de la salvación a un puesto muy querido --¡y tan querido, como es su pueblo de Nazaret!--, pero la incredulidad de sus paisanos va a cerrar todas las puertas a la generosidad de ese su Corazón, tan delicado y sensible.

Jesús llegó a Nazaret acompañado de sus discípulos. El carpintero de antes, el trabajador de los campos, el muchacho bueno y amigo de todos, viene ahora como una persona importante, pues su enseñanza, sus milagros, su fama por toda Palestina hacen de Él un personaje fuera de serie. Jesús, sin embargo, sigue tan humilde y sencillo como antes.

Al llegar el sábado se presenta en la sinagoga como lo había hecho siempre. Aunque ahora lo hace no para escuchar, sino para tomar la palabra y enseñar. Y lo hace tan bien, con tanta gracia y sabiduría, que todos se quedan pasmados.

Vienen entonces los comentarios obligados.
Para unos, este Jesús es algo extraordinario:
- ¿De dónde tanto conocimiento? ¡Pero, cómo domina la Escritura! Y esos milagros que dicen ha hecho en Cafarnaúm y en otras partes... Dios está seguramente con Él.

Otros, sin embargo, se escandalizan y siembran la cizaña entre el auditorio:
- Pero, ¿no es éste el carpintero, el hijo de María? ¿Y no están entre nosotros todos sus parientes? ¿Cómo le vamos a hacer caso?

Jesús se ve aquí como un signo de contradicción. Unos que sí, otros que no... Y con cara triste les asegura a sus paisanos:
- Un profeta no es despreciado sino en su patria, entre sus parientes y en su propia casa.

Así y todo, aún se dignó imponer la mano sobre algunos enfermos y curarlos, porque el corazón le traicionaba siempre. Pero también manifestó sus sentimientos íntimos:
- Me maravilla vuestra incredulidad. Quisiera haberos ayudado más, pero no puedo ante vuestra falta de fe...

Y no tuvo Jesús más remedio que asumir semejante fracaso y marcharse a predicar por los otros pueblos y aldeas.

Al leer este pasaje del Evangelio nos topamos con el problema de la incredulidad y del rechazo de Dios, que es un pecado tan frecuentemente denunciado en la Biblia.

Israel sintió siempre la tentación de volverse a los dioses de los paganos, dejando al Dios que los había sacado de Egipto. Rompían la alianza y se prostituían ante cualquier altar levantado en las colinas a los ídolos de los extranjeros. No escarmentaban con los castigos de Dios, castigos siempre amorosos para apartarlos de esos cultos idolátricos.

Ahora va a ser peor. Ahora rechazan a Dios que se les presenta en Jesucristo. A pesar de los milagros que hace, a pesar de su enseñanza tan bella, a pesar de todo, no creen en Jesús, se escandalizan de Él, y se lo echan bien lejos...

Todo esto, por sus apariencias humildes. Venían de decirse:
Que venga un Cristo fulgurante, y le haremos caso.
Que detenga el sol como Josué, y creeremos en Él.
Que eche bien lejos a los romanos, y lo aceptaremos.
Que someta las naciones de los gentiles a Israel, y entonces sabremos que es el Mesías, el que queremos y esperamos...

Esto pensaban y esto querían los dirigentes del pueblo.

Pero como Jesús no hacía nada de esto, y aseguraba que el Reino de Dios tan esperado era una cosa tan diferente, se vio rechazado como Mesías. Hasta que pudo decir Él mismo sobre la Jerusalén incrédula:
- ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos bajos las alas, y tú no has querido!...

Esta podría ser nuestra situación, como pueblos y como personas. Pero Dios no quiera que nos suceda algo semejante. Podremos tener nuestras debilidades, colectivas como personales, pero eso de rechazar a Jesucristo, ¡no!...

La fe en Jesucristo y en su Iglesia no la perderemos. A veces se nos presentarán con apariencias humildes y exigentes, cuando nos hablen de puntos de la Ley de Dios que el mundo rechaza. Nosotros, con la gracia de Dios, queremos permanecer fieles y seremos dóciles al Magisterio de nuestros Pastores, que vienen y nos enseñan como enviados del mismo Dios.

¡Señor Jesucristo! Aunque hoy te ves rechazado por muchos, nosotros te acogemos como el Enviado de Dios y como el Salvador. Nuestra respuesta será siempre la de Pedro: -Señor, ¿a quien iremos sino a ti? Tú solo tienes palabras de vida eterna.

lunes, 17 de julio de 2017

EXIGENCIAS DE LA IMITACIÓN DE CRISTO


Exigencias de la imitación de Cristo
El Señor formula tres exigencias para los que le quieren seguir. ¿Las conocemos?


Por: P. Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer 




En la piedra fundamental de un Santuario de Schoenstatt están grabadas dos manos abiertas. Una viene de arriba, otra se adapta desde abajo en esta mano abierta. ¿Y el significado de esta imagen? Dios precisa al hombre. Dios llama al hombre a su servicio. El hombre debe ser compañero y colaborador de Dios en el desarrollo de su Reino.

Ya en el bautismo recibimos la llamada personal de Dios, para participar en la redención del mundo y de los hombres. En el Evangelio Jesús nos invita a entregarnos totalmente por su misión, de seguirle generosamente en su camino. El Señor formula tres exigencias para los que le quieren seguir:

1ª Exigencia: “El que encuentra su vida, la perderá: y el que pierda su vida por mí, la encontrará”.

Jesús exige renunciamiento a la realización arbitraria de la vida; exige la lucha contra el egoísmo y la obstinación; exige entregar y arriesgar la vida para Él y su Reino.
Sabemos y experimentamos cada día nuevamente que el egoísmo está muy dentro de nosotros mismos. Por eso, ninguno de nosotros, si quiere ser colaborador en el Reino de Jesús, puede desistir de esta lucha diaria. Así tenemos un vasto campo para nuestra auto educación. E incluso, si no podemos aniquilar este virus del mal hasta el fin de nuestra vida, lo que importa es que estemos luchando contra él hasta el último día.
Sólo esta abnegación de sí mismo, sólo esta renuncia del amor egoísta hace al hombre libre, abierto y generoso por el amor a Dios y por el amor a los demás. Toda nuestra vida tiene que ser un esfuerzo diario para des-centrarnos de nosotros mismos por la construcción de un nuevo mundo, un mundo lleno de amor, de entrega, de magnanimidad.

Cada uno por su camino y según los dones de la gracia está llamado a cumplir servicial y desinteresadamente sus tareas humanas, por amor a los suyos y a todos los hombres, y, en definitiva, solamente así vamos a encontrar la vida eterna.

2ª Exigencia: "El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”.

La disposición para el sufrimiento, la pena y la cruz en el camino del seguimiento, es otra exigencia del Señor. No debemos buscar el sufrimiento, pero tenemos que aceptarlo si nos es impuesto. Tenemos que abrazar la cruz, por amor a Jesús y a la voluntad de Dios Padre.
Jesucristo mismo también se enfrentó con esta dolorosa realidad humana, que afecta a todos y desconcierta a muchos. Su vida es un continuo sacrificio, un diario camino de Cruz. Permanentemente se enfrentó con el sufrimiento, lo santificó, lo sublimó y nos dejó el mensaje consolador de que la cruz tiene un sentido altamente redentor.

Tomemos, por eso, con fuerza y fidelidad nuestra cruz de cada día, el gran medio de redención y semejanza con Jesús y sigámosle. Ofrezcámosla a Él y a la Virgen María como nuestro aporte más valioso al Capital de gracias.

3ª Exigencia: "El que ama a su padre y a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí”.

Es la tercera exigencia de Jesús para los que le siguen, para los que son verdaderamente cristianos.
A primera vista parece ser una exigencia un poco oscura. Porque Dios mismo nos puso en el corazón el amor natural a los padres, a los hijos, a los seres queridos. Y todos sabemos y experimentamos de forma positiva o negativa cuán decisivo es el ambiente de la familia natural en el éxito o fracaso de la vida humana. Una inmensa responsabilidad gravita sobre los padres, más si pensamos en su obligación de desarrollar la vida religiosa en sus hijos. Porque padre y madre, en primer lugar, son los responsables de que los suyos encuentren una relación profundamente personal con Dios, un amor sano hacia Dios y hacia los demás. Por eso, como en ningún otro campo de la vida humana, es necesario la conducción de Dios en la educación y formación de la juventud.

Pero Jesús no se pronuncia contra el amor familiar.
Pone en claro el criterio, cuando se trata de jerarquizar el amor y sus exigencias: Dios está por encima de todo. Las exigencias más nobles del amor humano pasan al segundo plano, cuando Cristo se hace presente con sus exigencias.

También María, la Madre de Jesús y San José tuvieron que experimentar esta contradicción. Fue cuando Jesús, a la edad de doce años, por voluntad del Padre celestial se quedó en el templo, a pesar de ser buscado desesperadamente por sus padres.

Creo que en nuestra época de conflictos de generación, sobre todo los jóvenes que sienten vocación religiosa, se encuentran ante esta alternativa. Porque no raras veces tienen que conquistarse su misión personal, tienen que tomar sus decisiones de vida, tienen que arreglar su propia existencia- contra la opinión y contra la voluntad de sus padres y familiares. Pero también cada uno de nosotros puede llegar, un día, a la situación de tener que renunciar a afectos familiares o amistosos, para poder obedecer a Dios, sin ninguna restricción.

Queridos hermanos, pidámosle entonces a la Virgen María que nos dé fuerzas para seguirle fielmente a su Hijo, por todos los caminos que Él quiere llevarnos. Y que Ella sea nuestra gran estrella en el caminar detrás de las huellas del Señor.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt

lunes, 10 de julio de 2017

TRES LLAMADAS DE JESÚS


Tres llamadas de Jesús



El evangelio de Mateo ha recogido tres llamadas de Jesús que hemos de escuchar con atención sus seguidores, pues pueden transformar el clima de desaliento, cansancio y aburrimiento que a veces se respira en algunos sectores de nuestras comunidades.

- “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados. Yo os aliviaré”. Es la primera llamada. Está dirigida a todos los que viven su religión como una carga pesada. No son pocos los cristianos que viven agobiados por su conciencia. No son grandes pecadores. Sencillamente, han sido educados para tener siempre presente su pecado y no conocen la alegría del perdón continuo de Dios. Si se encuentran con Jesús, se sentirán aliviados.

Hay también cristianos cansados de vivir su religión como una tradición gastada. Si se encuentran con Jesús, aprenderán a vivir a gusto con Dios. Descubrirán una alegría interior que hoy no conocen. Seguirán a Jesús, no por obligación sino por atracción.

- “Cargad con mi yugo porque es llevadero y mi carga ligera”. Es la segunda llamada. Jesús no agobia a nadie. Al contrario, libera lo mejor que hay en nosotros pues nos propone vivir haciendo la vida más humana, digna y sana. No es fácil encontrar un modo más apasionante de vivir.

Jesús libera de miedos y presiones, no los introduce; hace crecer nuestra libertad, no nuestras servidumbres; despierta en nosotros la confianza, nunca la tristeza; nos atrae hacia el amor, no hacia las leyes y preceptos. Nos invita a vivir haciendo el bien.

- “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis descanso”. Es la tercera llamada. Hemos de aprender de Jesús a vivir como él. Jesús no complica nuestra vida. La hace más clara y más sencilla, más humilde y más sana. Ofrece descanso. No propone nunca a sus seguidores algo que él no haya vivido. Nos invita a seguirlo por el mismo camino que él ha recorrido. Por eso puede entender nuestras dificultades y nuestros esfuerzos, puede perdonar nuestras torpezas y errores, animándonos siempre a levantarnos.

Hemos de centrar nuestros esfuerzos en promover un contacto más vital con Jesús en tantos hombres y mujeres necesitados de aliento, descanso y paz. Me entristece ver que es precisamente su modo de entender y de vivir la religión lo que conduce a no pocos, casi inevitablemente, a no conocer la experiencia de confiar en Jesús. Pienso en tantas personas que, dentro y fuera de la Iglesia, viven “perdidos”, sin saber a qué puerta llamar. Sé que Jesús podría ser para ellos la gran noticia.


© José Antonio Pagola

jueves, 6 de julio de 2017

JESÚS PERDONA SIEMPRE


Jesús perdona siempre
Cuando Jesús se relaciona con el hombre, especialmente con los necesitados y pecadores siente una profunda misericordia.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: Catholic.net 




Aldo Moro era amigo de Pablo VI. Cuando las Brigadas Rojas secuestraron a Aldo, Pablo VI se ofreció como rehén para que liberasen a su amigo; pero Aldo fue asesinado. Las cuatro hijas de Aldo fueron a la cárcel en las Navidades siguientes, a llevar unos regalos y perdonar a los asesinos de su padre. Ante la pregunta de los periodistas qué es lo que hacían con este gesto una de ellas respondió: “lo hemos aprendido de Jesús”.

Jesús dio la vida por todos, inclusive por sus enemigos. En él tenían cabida todos los seres humanos, en especial los más despreciados. El no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores y no pedía sacrificios, sino misericordia (Mt 9,13). Jesús practicaba y enseñaba a otros a practicar la lección más difícil: pasar haciendo el bien y perdonar y a Pedro le manda que perdone siempre (Mt 18,21). La reconciliación perfecta la hizo Jesús, él es el único mediador entre Dios y los seres humanos (1Tm 2,5). Él murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos, a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros (2Co 5,14-21). Cristo nos ha reconciliado con Dios “por medio de la cruz, destruyendo en sí mismo la enemistad…; por él tenemos acceso al Padre en un mismo espíritu” (Ef 2,14-18).

Jesús excusa y perdona a sus enemigos y así se lo pide al Padre: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Hasta ese punto llegó el perdón de Jesús. Jesús no se dejó vencer por el mal, sino que venció al mal con el bien (Rm 12,21). Dice san Juan Crisóstomo: “En las guerras se considera vencido al que cae. Pero entre nosotros la victoria consiste en eso mismo. Nunca vencemos cuando nos portamos mal, sino cuando soportamos el mal con paciencia. La victoria más bella consiste en vencer con nuestra paciencia a los que nos hacen daño”. Jesús no fue enviado por su Padre como juez, sino como salvador (Jn 3,17); él nos revela que Dios es un Padre que tiene su gozo en perdonar (Lc 15) y cuya voluntad es que nada se pierda (Mt 18,12).

Jesús no sólo anuncia este perdón, sino que además lo ejerce y testimonia con sus obras que dispone de este poder reservado a Dios (Mc 2, 5-11). Jesús nos manda amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian, bendecir a los que nos maldicen (Lc 6, 27-35). Al perdonar ponemos la medida del perdón, pues con la medida que midamos se nos medirá (Lc 6,36-38).

Jesús tenía entrañas de misericordia y sus seguidores, al mismo tiempo que se sienten atraídos por él, tienen que comprender que la misericordia “es la única realidad que puede resumir e iluminar decisivamente todos los demás aspectos del mensaje cristiano” (B. Bro). Cuando Jesús se relaciona con el ser humano, especialmente con los necesitados y pecadores siente profundamente la misericordia. Los evangelios nos hablan de distintos momentos en que se le conmovieron las entrañas. Como ante el féretro del joven muerto en Naím o ante los ciegos de Jericó. La misma expresión es utilizada por él en el relato de la parábola del buen samaritano y del hijo pródigo.

Jesús sentía compasión cuando veía a las multitudes vejadas y abatidas, como ovejas sin pastor (Mt 9,36); cuando veía a los ciegos, a los paralíticos y a los sordomudos que de todas partes acudían a él, (Mt 14,14); cuando se daba cuenta de que las personas que le habían seguido durante días estaban fatigadas y hambrientas (Mc 8,2). Hay parábolas en las que habla del perdón. Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en su casa y se sentó a la mesa. Una mujer, que era pecadora en la ciudad, cuando supo que estaba a la mesa en casa del fariseo, llevó un vaso de alabastro lleno de perfume y comenzó a bañarlos con lágrimas y a limpiarlos con sus cabellos; le cubrió de besos los pies y se los ungió con el perfume… Como esta mujer amó mucho, se le perdonaron todos sus pecados (Lc 7,36-47). La parábola del deudor inexorable inculca con fuerza esta verdad (Mt 18,23-35), en la que insiste Cristo (Mt 6,4) y que nos impide olvidar haciéndonosla repetir cada día en el padrenuestro.

Jesús presenta la misericordia fraterna como una buena disposición previa al perdón de Dios. Es necesario perdonar para que también vuestro Padre celestial os perdone vuestras culpas (Mc 11,25). El perdón fraterno aparece aquí como condición esencial previa para obtener el perdón de Dios. Lucas va mucho más lejos, parece dar por supuesto que cuando pedimos perdón al Señor hemos perdonado previamente a todos. Así decimos al Padre que perdone nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos ofende (Lc 11,4). Realmente somos nosotros los que al perdonar ponemos la medida del perdón, pues con la misma medida que midamos, se nos medirá (Lc 6,36-38). Y hay que usar una buena medida para excusar los pecados de cada día, esos que van carcomiendo toda clase de amor. Éste muere, a menudo, por las continuas desatenciones, olvidos, genio, egoísmo.

San Pablo presenta el perdón como una consecuencia del perdón divino e invita a perdonar, (Col 3,13), a ser benignos y misericordiosos (Ef 4,32) y a que la puesta del sol no sorprenda en el enojo (Ef 4,26).

Pedro pone como norma de conducta el no devolver mal por mal ni insulto por insulto; antes, al contrario, manda bendecir y amar siempre (1P 3,8-9).

La reconciliación depende de cada persona, cada uno es libre para aceptarla o rehusarla (Mc 4,1-9); pero la reconciliación es, sobre todo, obra de Dios, él es el que realiza su obra, ensalza a los humildes y rebaja los soberbios (Lc 1,52-53). Quien perdona deja las ofensas atrás, apunta hacia nuevos horizontes, soslaya lo sucedido y propone una nueva relación al ofensor.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...