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jueves, 22 de marzo de 2018

CUÁNDO ES NULO UN MATRIMONIO?


¿Cuándo es nulo un matrimonio?
Es imposible aceptar la manipulación de la Palabra de Jesús


Por: n/a | Fuente: ConoZe.com 




Hace algún tiempo, el Papa Francisco dijo que la nulidad matrimonial sólo se da en casos excepcionales; en principio, hay una capacidad humana innata al matrimonio.

Don Rafael Higueras, juez del Tribunal Eclesiástico de Jaén, aclara algunos puntos centrales sobre este asunto:

"La palabra de Jesús podrá ser escuchada y cumplida, o podrá ser rechazada y atacada. Pero lo que es imposible aceptar es que sea manipulada o tergiversada. Lo que Dios unió que no lo separe el hombre"

La doctrina de la Iglesia sobre el sacramento del Matrimonio, en todas sus líneas fundamentales, no es otra doctrina que la del propio Señor Jesús.

Pero las propiedades esenciales del matrimonio están ya presentes en la ley natural, una ley incluso anterior a la misma ley revelada. Esas propiedades, según la doctrina de la Iglesia, son la unidad (de uno con una) y la indisolubilidad (para siempre).

"El Concilio habla del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente; y allí mismo expresan el consentimiento personal e irrevocable"

El consentimiento es un acto de personas humanas, dotadas de inteligencia y voluntad, que ha de ser necesariamente libre. Al indicar estas cualidades (inteligencia, voluntad, libertad), se está anotando ya que cualquier cosa que pueda herir o desfigurar el consentimiento matrimonial puede dar lugar a que no haya verdadero y legítimo matrimonio.

Por ejemplo, quien carece de suficiente uso de razón o quien tiene incapacidad para asumir las obligaciones esenciales del matrimonio por causas de naturaleza psíquica no puede contraer matrimonio válido; y si se descubre tal situación (incluso años después de la celebración del aparente consentimiento) tal matrimonio será nulo.

Por supuesto hay que partir del principio que afirma que el consentimiento interno de la voluntad se presume que está conforme con las palabras o signos empleados para celebrar el matrimonio, como dice el Código de Derecho Canónico.

Es evidente tal norma; pues sería un caos si, por principio, se estableciera la duda o la ambigüedad para enjuiciar la realidad del consentimiento dado por los esposos.

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¿Para qué el matrimonio?
El Concilio Vaticano II dice del matrimonio cosas tan magníficas como lo siguiente:

"Cristo nuestro Señor bendijo abundantemente este amor multiforme (de los esposos), nacido de la fuente divina de la caridad y que está formado a semejaza de su unión con la Iglesia". Y un poco antes: "Por ser de índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí mismos a la procreación y a la educación de la prole, con los que se ciñen como con su corona propia".

"El pensamiento cristiano no puede ignorar la ley natural."
La consecuencia que extrae el Código de Derecho Canónico, en cuanto al fin del matrimonio, es que, si alguno de los contrayentes, o ambos, excluye con un acto positivo de la voluntad, el matrimonio mismo, o un elemento o una propiedad esencial, contrae inválidamente.

Dicho en lenguaje menos académico, no vale contraer matrimonio pensando según el propio capricho en un dibujo o modelo del matrimonio, hecho al antojo del contrayente.

Los hijos en el matrimonio, su procreación y educación, son de tal importancia que rechazar esa conclusión extraída de la ley natural, haría que el matrimonio así contraído fuera una simulación que lleva a la invalidez.


Separación, divorcio y nulidad
Muchas veces se palpa confusión en los medios de comunicación acerca de los términos separación, divorcio y nulidad.

También es necesario anotar que el matrimonio por la Iglesia no es lo mismo que otra celebración ante el Juzgado, u otro organismo civil, donde no hay sacramento.

Disolver (divorcio) supone que antes había un lazo que después se desata.
Anular (nulidad) es declarar que no hubo lazo. No puede deshacerse, por la sencilla razón de que no existió antes.
Podría darse el caso de que unos novios que celebran su unión ante el magistrado civil pudieran solicitar, en ese mismo ámbito, la nulidad por tales motivos: incapacidad, falta de requisitos exigidos en el ámbito civil, etc. Y eso no sería tampoco divorcio.


El divorcio no existe en la Iglesia.
En la Iglesia y para la Iglesia, la unión de un hombre y una mujer, si fue verdadero matrimonio, fue matrimonio para siempre. Esto podría resumirse en estas palabras: unidad e indisolubilidad, que llevan dentro de sí la fidelidad.

En la doctrina de la Iglesia el matrimonio es la alianza de un varón y de una mujer, y para siempre.

La Iglesia hace procesos en los tribunales eclesiásticos a petición, generalmente de uno, o de ambos contrayentes, que tengan un matrimonio canónico. Lo que los tribunales eclesiásticos hacen es declarar que no existió tal matrimonio, no disolverlo, si es que ello se demuestra.

La Iglesia reconoce también que, en determinados casos en que no se puede declarar la nulidad, sin embargo, puede sentenciarse la separación, permaneciendo el vínculo.

Los trámites del proceso
Los trámites de una nulidad pasan, como mínimo, por dos sucesivos tribunales (primera y segunda instancia); cada uno de los dos tribunales está integrado por tres jueces; y la sentencia no es firme mientras no sean coincidentes ambos tribunales; y en caso de no serlo, cabe una tercera instancia que resuelve la discordancia anterior.

Dada la dificultad y especialización de estos procesos, cada diócesis tiene una asesoría previa donde orientan a los esposos antes de realizar los primeros trámites para evitar gastos y pérdidas de tiempo, y con la única finalidad de ayudar eficazmente.

Los diversos plazos de cada trámite procesal, desde que se presenta la demanda hasta que se resuelve con la sentencia, están minuciosamente marcados en el Derecho Canónico.

Una causa de nulidad del matrimonio, cualquier causa, ha de ser anterior al contraer. Algo que se diera sólo posteriormente, aunque fuera al día siguiente de la boda, no sería causa de nulidad.

Esto es necesario repetirlo y clarificarlo: no es lo mismo matrimonio fracasado que matrimonio nulo. El hecho de que un matrimonio no llegue a feliz puerto no quiere decir que ese matrimonio fue nulo el día que se contrajo.

Pero tampoco hay que confundir una causa de nulidad que se detecte después de contraer, pero que existía desde antes; esa causa sí puede dar origen a la nulidad.

martes, 20 de febrero de 2018

LAS CINCO ETAPAS POR LAS QUE PASA EL MATRIMONIO


Las cinco etapas por las que pasa el matrimonio
Identificando la etapa que viven y las que están por llegar, las parejas podrían convertir los desafíos en oportunidades de mejoras


Por: LaFamilia.info | Fuente: LaFamilia.info 




La relación matrimonial, a lo largo de su existencia, pasa por unas etapas las cuales están determinadas por las circunstancias que viven en su momento y también por el desarrollo personal de cada uno de los cónyuges. Cada etapa tiene sus bondades como también sus retos. Lo interesante es que este proceso es de alguna forma previsible y por lo tanto puede ayudar a que las parejas se preparen para afrontar cada una de ellas.

Aunque no hay reglas generales, sí es cierto que algunos factores tanto externos como internos, determinan unas condiciones especiales; por ejemplo, no es lo mismo estar recién casados y sin hijos, que llevar veinte años de unión y con hijos jóvenes.

Cinco etapas por las que atraviesan los matrimonio
Es de gran provecho para las parejas identificar la etapa que viven y las que están por llegar, para así convertir los desafíos en oportunidades de mejora.

1.- Transición y adaptación
Comprende aproximadamente los tres primeros años de casados. Es una etapa fundamental puesto que en ésta se establecen los fundamentos o bases de la relación.

Durante este tiempo la pareja se adapta a un nuevo sistema de vida, por eso las claves de esta fase son la comunicación y la negociación.

Es importante que los cónyuges realicen un proyecto familiar, en el cual se visualicen a futuro y establezcan las metas que quieran lograr.

Los aspectos más importantes para resolver en este período de ajuste son:

Independizarsede las familias de origen, con el fin de lograr la autonomía que toda pareja necesita para llegar preparada a las siguientes etapas.

Puesto que es un aprendizaje en un rol hasta entonces desconocido, se requiere paciencia, confianza, tolerancia y apoyo entre los cónyuges.

Es una etapa para establecer las reglas de intimidad, sobre los gustos y preferencias, y aquellos momentos o situaciones que a cada uno le es desagradable.

La pareja se prueba en el manejo y administración del dinero, del tiempo, así como en la distribución de tareas del hogar, entre otros. Es momento de decisiones y acuerdos.
2.- Establecimiento y llegada de los hijos
Ocurre entre los tres y los diez años de casados aproximadamente. Ya ha finalizado la luna de miel y el proceso de adaptación, ahora hay un mayor conocimiento del cónyuge y es probable que las desavenencias sean más frecuentes; o lo contrario sean menos, producto de la madurez adquirida en la primera etapa de convivencia.

En esta fase los cónyuges aterrizan; el amor va acompañado más de la razón que del sentimentalismo. La voluntad juega un papel importante en el binomio compromiso-entendimiento.

En esta época la mayoría de las parejas se convierten en padres; hecho que implica retos diferentes y una nueva organización de roles. Los cónyuges deben evitar que la dedicación que requieren los hijos, no desplace la relación de pareja.


También hay que velar para que los compromisos del trabajo, y las demandas de la vida diaria, no inicien un gradual distanciamiento.

3.- Transformación
Suele acontecer entre los diez y veinte años de casados, puede coincidir con la pubertad de los hijos y la edad mediana de los cónyuges.

Esta última marca un período de reflexión y renovación en la vida del ser humano; por lo que es importante que el matrimonio se encuentre en un estado saludable y que individualmente se afronte de la mejor manera. Así no se convertirá en una amenaza para la estabilidad matrimonial.

Del mismo modo, los esposos deben procurar que las dificultades que surjan por la crianza de los hijos, no afecten la unión conyugal. La unidad en la autoridad y el trabajo conjunto, deben ser la prioridad.

En esta etapa los cónyuges deben ser bastante creativos, no caer en la rutina (fácil y silenciosa) redescubrirse otra vez como pareja y conectarse nuevamente. Deben recuperar los detalles -si los han perdido-, también compartir hobbies y actividades que ambos disfruten. El tiempo a solas, sin los hijos, es determinante en esta etapa.

4.- Estabilización y "Nido vacío"
Se presenta entre los veinte y los treinta y cinco años de unión. "Cuando las parejas han sido capaces de resolver conflictos y crisis en las etapas anteriores, este es un período de estabilización y una oportunidad para lograr un mayor desarrollo y realización personal, y como pareja" afirma el autor Francisco Castañera en su artículo "Ciclo de vida del matrimonio".

En esta etapa por lo general se da lugar al síndrome del "nido vacío", lo que sitúa a la pareja en una nueva forma de vida; ahora están el uno para el otro.

Para algunas personas, esta puede ser una situación penosa, pues conlleva al desprendimiento de los hijos, y consigo el sentimiento de soledad. No obstante, es algo que los padres terminan asumiendo y lo superan al cabo del tiempo.

Lo valioso de esta etapa es la solidez y el conocimiento pleno de la pareja: la capacidad de dialogar, de tolerar mejor las diferencias, de reírse de los mutuos errores, de hacer las críticas de un modo amable, de iniciar juntos alguna actividad.

Es la ocasión para reafirmar más la creatividad y encontrar nuevos desafíos a la vida matrimonial.

5.- Envejecer juntos
Se da a partir de los treinta y cinco años de matrimonio. Algunas personas optan por la jubilación, así surge algo muy positivo y es que se dispone de más tiempo para disfrutar el uno del otro.

Se realizan actividades antes imposibles por las ocupaciones laborales, y surge una gran motivación: los nietos. Estos pequeños le dan luz y felicidad al matrimonio en esta etapa.

Los cónyuges en este tiempo, tienen mucha necesidad de apoyo y cariño uno del otro. Los conflictos en esta fase son bastante menos frecuentes; la mayoría de las parejas se han estabilizado en líneas de poder e intimidad.

Para finalizar, una reflexión en las palabras de Francisco Castañera:

"Este recorrido, nos lleva a reflexionar sobre lo importante que es valorar durante todo nuestro matrimonio la calidad y cantidad de nuestra intimidad, el apoyo y el cariño que damos a nuestra pareja, y no esperar a la última etapa cuando el final se encuentra cerca".

lunes, 5 de febrero de 2018

VALE LA PENA CASARSE?


¿Vale la pena casarse?
Muchos jóvenes aseguran hoy que no ven razón alguna para contraer matrimonio. Se quieren, y en ello encuentran una justificación sobrada para vivir juntos


Por: Tomás Melendo, Catedrático de Metafísica (Filosofía) de la Universidad de Málaga | Fuente: mujernueva.org 




Bastantes jóvenes aseguran hoy que no ven razón alguna para contraer matrimonio. Se quieren, y en ello encuentran una justificación sobrada para vivir juntos. Estimo que están equivocados, pero los comprendo perfectamente.

Y es que las leyes y los usos sociales han arrebatado al matrimonio todo su sentido:
a) la admisión del divorcio elimina la seguridad de que se luchará por mantener el vínculo;
b) la aceptación social de «devaneos» extramatrimoniales suprime la exigencia de fidelidad; y
c) la difusión de contraceptivos desprovee de relevancia y valor a los hijos.

¿Qué queda, entonces, de la grandeza de la unión conyugal?, ¿qué de la arriesgada aventura que siempre ha sido?, ¿con qué objeto «pasar por la iglesia o por el juzgado»? Vistas así las cosas, a quienes sostienen la absoluta primacía del amor habría que comenzar por darles la razón… para después hacerles ver algo de capital importancia: que es imposible quererse bien, a fondo, sin estar casados.

Hacerse capaz de amar

Aunque pueda suscitar cierto estupor, lo que acabo de sostener no es nada extraño. En todos los ámbitos de la vida humana hay que aprender y capacitarse. ¿Por qué no en el del amor, que es a la par la más gratificante y difícil de nuestras actividades? Jacinto Benavente afirmaba que «el amor tiene que ir a la escuela». Y es cierto. Para poder querer de veras hay que ejercitarse, igual que, por ejemplo, hay que templar los músculos para ser un buen atleta.

Pues bien, la boda capacita para amar de una manera real y efectiva. Nuestra cultura no acaba de entender el matrimonio: lo contempla como una ceremonia, un contrato, un compromiso… Algo que, sin ser falso, resulta demasiado pobre. En su esencia más íntima, la boda constituye una expresión exquisita de libertad y amor. El sí es un acto profundísimo, inigualable, por el que dos personas se entregan plenamente y deciden amarse de por vida. Es amor de amores: amor sublime que me permite «amar bien», como decían nuestros clásicos: fortalece mi voluntad y la habilita para querer a otro nivel; sitúa el amor recíproco en una esfera más alta. Por eso, si no me caso, si excluyo ese acto de donación total, estaré imposibilitado para querer de veras a mi cónyuge: como quien no se entrena o no aprende un idioma resulta incapaz de hablarlo.

A su joven esposa, que le había escrito: «¿Me olvidarás a mí, que soy una provincianita, entre tus princesas y embajadoras?», Bismark le respondió: «¿Olvidas que te he desposado para amarte?». Estas palabras encierran una intuición profunda: el «para amarte» no indica una simple decisión de futuro, incluso inamovible; equivale, en fin de cuentas, a «para poderte amar» con un querer auténtico, supremo, definitivo.

Casarse o «convivir» 

No se trata de teorías. Cuanto acabo de exponer tiene claras manifestaciones en el ámbito psicológico. El ser humano sólo es feliz cuando se empeña en algo grande, que efectivamente compense el esfuerzo. Y lo más impresionante que un varón o una mujer pueden hacer es amar. Vale la pena dedicar toda la vida a amar cada vez mejor y más intensamente. En realidad, es lo único que merece nuestra dedicación: todo lo demás, todo, debería ser tan sólo un medio para conseguirlo.

Pues bien, cuando me caso establezco las condiciones para consagrarme sin reservas a la tarea de amar. Por el contrario, si simplemente vivimos juntos, y aunque no sea consciente de ello, todo el esfuerzo tendré que dirigirlo, a «defender las posiciones» alcanzadas, a no «perder lo ganado».

Todo, entonces, se torna inseguro: la relación puede romperse en cualquier momento. No tengo certeza de que el otro se va a esforzar seriamente en quererme y superar los roces y conflictos del trato cotidiano: ¿por qué habría de hacerlo yo? No puedo bajar la guardia, mostrarme de verdad como soy… no sea que mi pareja advierta defectos «insufribles» y decida no seguir adelante. Ante las dificultades que por fuerza han de surgir, la tentación de abandonar la empresa se presenta muy cercana, puesto que nada impide esa deserción…

En resumen, la simple convivencia sin entrega definitiva crea un clima en el que la finalidad fundamental y entusiasmante del matrimonio —hacer crecer y madurar el amor y, con él, la felicidad— se ve muy comprometida.

¿Amor o «papeles»?

Todo lo cual parece avalar la afirmación de que «lo importante» es quererse. Me parece correcto. El amor es efectivamente lo importante. No hay que tener miedo a esta idea. Pero ya he explicado que no puede haber amor cabal sin donación mutua y exclusiva, sin casarse. Los papeles, el reconocimiento social, no son de ningún modo lo importante… pero, en cuanto confirmación externa de la mutua entrega, resultan imprescindibles.

¿Por qué?

Desde el punto de vista social, porque mi matrimonio tiene repercusiones civiles claras: la familia es -¡debería ser!- la clave del ordenamiento jurídico y el fundamento de la salud de una sociedad: es indispensable, por tanto, que se sepa que otra persona y yo hemos decidido cambiar de estado y constituir una familia.

Pero, sobre todo, la dimensión pública del matrimonio -ceremonia religiosa y civil, fiesta con familiares y amigos, participaciones del acontecimiento, anuncio en los medios si es el caso, etc.- deriva de la enorme relevancia que lo que están llevando a cabo tiene para los cónyuges. Si eso va a cambiar radicalmente mi vida para mejor, si me va a permitir algo que es una auténtica y maravillosa aventura… me gustará que quede constancia: igual que anuncio con bombo y platillo las restantes buenas noticias. Igual, no. Mucho más, porque no hay nada comparable a casarse: me pone en una situación inigualable para crecer interiormente, para ser mejor persona y alcanzar así la felicidad. ¿Cómo no pregonar, entonces, mi alegría?

¿Anticipar el futuro?

Es verdad que, a la vista de lo expuesto, bastantes se preguntan: ¿cómo puedo yo comprometerme a algo para toda la vida, si no sé lo que ésta me deparará?, ¿cómo puedo estar seguro de que elijo bien a mi pareja?

A todos ellos les diría, antes que nada, que para eso esta el noviazgo: un período imprescindible, que ofrece la oportunidad de conocerse mutuamente y empezar a entrever cómo se desarrollará la vida en común.

Después, si soy como debo ya sé bastante de lo que pasará cuando me case: sé, en concreto, que voy a poner toda la carne en el asador para querer a la otra persona y procurar que sea muy feliz. Y si ese propósito es serio, será compartido por el futuro cónyuge: el amor llama al amor. Podemos, por tanto, tener la certeza de que vamos a intentarlo por todos los medios. Y entonces es muy difícil que el matrimonio fracase.

Observar y reflexionar

Ciertamente, esa decisión radical de entrega no basta para dar un paso de tanta trascendencia. Hay que considerar también algunos rasgos del futuro cónyuge. Por ejemplo, si «me veo» viviendo durante el resto de mis días con aquella persona; también, y antes, cómo actúa en su trabajo, trata a su familia, a sus amigos; si sabe controlar sus impulsos sexuales (porque, de lo contrario, nadie me asegura que será capaz de hacerlo cuando estemos casados y se encapriche con otro u otra); si me gustaría que mis hijos se parecieran a él o a ella… porque de hecho, lo quiera o no, se van a parecer; si sabe estar más pendiente de mi bien (y del suyo) que de sus antojos…

En definitiva, atender más a lo que es; después, a lo que efectivamente hace, a cómo se comporta; y en tercer lugar, a lo que dice o promete, que sólo tendrá valor cuando concuerde con su conducta.

Relaciones anti-matrimoniales

Y aquí suele plantearse una de las cuestiones más decisivas y sobre las que impera una mayor confusión. La necesidad de conocerse, de saber si uno y otra congenian, ¿no aconseja vivir un tiempo juntos, con todo lo que esto implica?

Se trata de un asunto muy estudiado y sobre el que cada vez se va arrojando una luz más clara. Un buen resumen del status quaestionis sería el que sigue: está estadísticamente comprobado que la convivencia a que acabo de aludir nunca -nunca!- produce efectos beneficiosos. Por ejemplo: a) los divorcios son mucho más frecuentes entre quienes han convivido antes de contraer matrimonio; b) las actitudes de los jóvenes que empiezan a tener trato íntimo empeoran notablemente y a ojos vista… desde ese mismo momento: se tornan más posesivos, más celosos y controladores, más desconfiados e irritables…

La causa, aunque profunda, no es difícil de intuir. El cuerpo humano es, en el sentido más hondo de la palabra, personal; y quizá muy especialmente sus dimensiones sexuales. En consecuencia, la sexualidad sólo sabe hablar un idioma: el de la entrega plena y definitiva.
Mas en las circunstancias que estamos considerando esa total disponibilidad resulta contradicha por el corazón y la cabeza, que, con mayor o menor conciencia, la rechazan, al evitar un compromiso de por vida. Surge así un ruptura interior en cada uno de los novios, que se manifiesta psíquicamente por un obsesivo y angustioso afán de seguridad, cortejado de recelos, temores, suspicacias… que acaban por envenenar la vida en común.

De ahí que a este tipo de relaciones, en contra del uso habitual, prefiera llamarlas «anti-matrimoniales».

Para conocerse de veras

Por otro lado, resulta ingenua la pretensión de decidir la viabilidad de un matrimonio por la «capacidad sexual» de sus componentes: ¡como si toda una vida en común dependiera o pudiera sustentarse en unos actos que, en condiciones normales, suman unos pocos minutos a la semana!

Pero es que la mejor manera de conocer a nuestro futuro cónyuge en ese ámbito consiste, como antes sugería, en observarlo en los demás aspectos de su vida, y tal vez principalmente en los no se relacionan directamente con nosotros: reflexionar sobre el modo cómo se comporta en su familia, en el trabajo o estudio, con sus amigos o conocidos. Si en esas circunstancias es generoso, afable, paciente, servicial, tierno, desprendido…, puede asegurarse, sin temor al engaño, que a la larga esa será su actitud en las relaciones íntimas. Mientras que la «comprobación directa», e incluso la forma de tratarnos, por responder a una situación claramente «excepcional» -el noviazgo- no sólo no proporciona datos fiables sobre su vida futura, sino que en muchos casos más bien los enmascara.

¿Probar a las personas?

Pero se puede ir más al fondo: no es serio ni honrado «probar» a las personas, como si se tratara de caballos, de coches o de ordenadores. A las personas se las respeta, se las venera, se las ama; por ellas arriesga uno la vida, «se juega -como decía Marañón- a cara o cruz, el porvenir del propio corazón».

Además, la desconfianza que implica el ponerlas a prueba no sólo crea un permanente estado de tensión difícil de soportar, sino que se opone frontalmente al amor incondicionado que está en la base de cualquier buen matrimonio.

A lo que cabe añadir otro motivo, todavía más determinante: no se puede (es materialmente imposible, aunque parezca lo contrario) hacer esa prueba, porque la boda cambia muy profundamente a los novios; no sólo desde el punto de vista psicológico, al que ya me he referido, sino en su mismo ser: los modifica hondamente, los transforma en esposos, les permite amar de veras: ¡antes no es posible hacerlo!, como ya apunté.
Pero esta es una cuestión de tanta trascendencia que quizá merezca, íntegro, un nuevo escrito.

sábado, 25 de noviembre de 2017

PAPA FRANCISCO ESTABLECE 9 ASPECTOS ESENCIALES PARA LA NULIDAD MATRIMONIAL


Nulidad matrimonial: El Papa establece 9 aspectos esenciales para labor de obispos
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




VATICANO, 25 Nov. 17 / 07:23 am (ACI).- El Papa Francisco estableció lo que ha considerado como 9 aspectos determinantes en la labor del Obispo diocesano en el proceso breve de nulidad matrimonial, según lo establecido por él mismo en los motu proprio “Mitis Iudex Dominus Iesus” y “Mitis et misericors Iesus” publicados hace dos años.

El Santo Padre realizó estas indicaciones durante la audiencia concedida en el Palacio Apostólico del Vaticano a los clérigos y laicos participantes en el curso “El nuevo proceso matrimonial y el procedimiento super rato”, promovido por el Tribunal de la Rota Romana.

En su discurso, el Papa precisó “definitivamente”, algunos aspectos fundamentales de los dos Motu proprio, “en particular en lo que se refiere a la figura del Obispo diocesano como juez personal y único en el proceso breve”.

En la reforma del proceso de nulidad matrimonial establecida por el Pontífice en septiembre de 2015, una de las novedades fue la de darle a los obispos la potestad de decidir directamente cuando los casos de nulidad son “particularmente evidentes”. El Papa también decidió que el proceso de nulidad sea gratuito.

En su discurso de hoy, Francisco dijo: “Desde siempre, el Obispo diocesano es Iudes unum el ídem Vicario iudiciali, pero debido a que tal principio se viene interpretando de manera excluyente al ejercicio personal del Obispo diocesano, delegando casi todo a los Tribunales, establezco a continuación lo que considero determinante y exclusivo en el ejercicio personal del Obispo diocesano juez”:

1.- “El Obispo diocesano, en virtud de su oficio pastoral es juez personal y único en el proceso breve”.

2.- “Por lo tanto, la figura del Obispo-diocesano-juez es el arquitrabe, el principio constitutivo y el elemento discriminante de todo el proceso breve establecido en los dos Motu proprio”.


3.- “En el proceso breve se reclaman, ad validitatem, dos condiciones inseparables: el episcopado y el ser cabeza de una comunidad diocesana de fieles. Si falta una de las dos condiciones, el proceso breve no podrá tener lugar. La instancia debe ser juzgada con el proceso ordinario”.

4.- “La competencia exclusiva y personal del Obispo diocesano, situada en los criterios fundamentales del proceso breve, hace referencia directa a la eclesiología del Vaticano II, que nos recuerda que solo el Obispos tiene ya, en la consagración, la plenitud de toda la potestad que es ad actum expedita, por medio de la misio canonica”.

5.- “El proceso breve no es una opción que el Obispo diocesano pueda escoger, sino que es una obligación que proviene de su consagración y de la misio recibida. Él es competente exclusivo en las tres fases del proceso breve”:

·         “La instancia va siempre dirigida al Obispo diocesano”.

·         “La instrucción, como ya afirmé en el discurso del 12 de mayo del año pasado ante el Curso de la Rota Romana, el Obispo la dirige ‘siempre asistido por el Vicario judicial y otro instructor, también laico, del asesor, y siempre presente el defensor del vínculo’. Si el Obispo estuviese desprovisto de clérigo o laicos canonistas, la caridad, que caracteriza el oficio episcopal, de un Obispo cercano podrá ayudarlo durante el tiempo necesario. También recuerdo que el proceso breve debe cerrarse normalmente en una sola sesión, reclamándose como condición imprescindible la absoluta evidencia de los hechos que demuestren la presunta nulidad del matrimonio, además del consentimiento de los dos cónyuges”.

·         “La decisión de pronunciar coram Domino es siempre y exclusiva del Obispo diocesano”.

6.- “Confiar todo el proceso breve al tribunal interdiocesano podría desnaturalizar o reducir la figura del Obispo –padre, cabeza y juez de sus hijos– a mero firmante de la sentencia”.

7.- “La misericordia es uno de los criterios fundamentales que aseguran la salus, reclama que el Obispo diocesano actúe cuando prima el proceso breve, en el caso de que no se considere preparado en el presente para implementarlo, debe posponer el caso para el juicio ordinario, el cual deberá llevarse a cabo con la debida solicitud”.

8.- “La proximidad y la gratuidad, como lo he señalado en varias ocasiones, son las dos perlas que necesitan los pobres, que la Iglesia debe amar por encima de cualquier cosa”.

9.- “En cuanto a la competencia, sobre la apelación contra la sentencia afirmativa en el proceso breve del Metropolita o del Obispo indicado en el nuevo can. 1687, se precisa que la nueva ley ha otorgado al Decano de la Rota una potestas decidendi nueva y por lo tanto constitutiva sobre el rechazo o la admisión de la apelación”.

Tras precisar el punto 9, el Papa Francisco resaltó: “En definitiva, me gustaría afirmar con claridad aquello en lo que puede actuar sin necesidad de pedir permiso o autorización a otra Institución o a la Signatura Apostólica”, que es el tribunal que podría considerarse como la “Corte Suprema” del Vaticano.  


Expresión del modelo sinodal

El Pontífice indicó que es importante ofrecer una especial atención y un análisis adecuado a los dos motu proprio para “aplicar los nuevos procedimientos que en ellos se establecen”.

Señaló que estos dos documentos “son expresión de un modelo sinodal”, algo especialmente interesante, pues, en su valoración, “es importante que la Iglesia recupere la práctica sinodal de la primera comunidad de Jerusalén, donde Pedro junto con los demás Apóstoles y con toda la comunidad bajo la acción del Espíritu Santo, buscaban actuar de acuerdo al mandamiento del Señor Jesús”.

El Papa también alentó a los participantes a ser “leales colaboradores de su Obispo, al cual las nuevas normas reconocen un papel determinante, sobre todo en el proceso breve, en cuanto que es el ‘juez natural’ de la Iglesia particular”.

“En su servicio están llamados a ser cercanos ante la soledad y el sufrimiento de los fieles que buscan en la justicia eclesial la ayuda competente para poder encontrar la paz de sus conciencias y la voluntad de Dios sobre la readmisión en la Eucaristía”.

El Papa Francisco subrayó que es función de la Iglesia “acoger y curar al que está herido, de diversa consideración, por la vida. Al mismo tiempo, es un recordatorio del compromiso de defender la sacralidad del vínculo matrimonial”.

miércoles, 9 de agosto de 2017

DECÁLOGO DEL MATRIMONIO FELIZ



Decálogo del Matrimonio Feliz




Nunca estéis enfadados los dos a la vez.

No os gritéis jamás, a no ser que la casa se incendie.

Si uno de los dos debe ganar una discusión, deja que sea el otro.

Si tienes que criticar, hazlo con amor y delicadeza.

Nunca menciones errores del pasado.

Olvídate del mundo entero antes que de tu pareja.

Nunca os vayáis a dormir sin haber hecho las paces por una discusión.

Al menos una vez al día, hazle un comentario amable o ten un gesto de amor.

Cuando te hayas equivocado, admítelo y pide perdón. Si se equivoca, perdónale.
Se necesitan dos para una pelea, y quien no tiene la razón es normalmente el que más habla.

LOS SIETE SECRETOS DE UN AMOR PARA TODA LA VIDA


Los siete secretos de un amor para toda la vida
La vida matrimonial está llena de momentos para construirla con mayor solidez, a través de una amplia variedad de detalles y manifestaciones de amor.


Por: Carlota de Barcino | Fuente: Mujer Nueva 





Cuando Bartolomé habla de Maria Luisa, la más tierna de sus sonrisas ilumina su rostro. No hay mujer más elegante, atractiva, buena y hermosa que su esposa. Y no puede imaginar un viaje de negocios sin su compañía: ella es su mejor “relaciones públicas”, animada conversadora en cualquier idioma, sensible y delicada con los compañeros de trabajo de su marido, y con sus esposas. De hecho, no recuerda un solo viaje en que no hayan sido generosamente agasajados por sus anfitriones con una entrañable cena familiar.

Bartolomé refleja en su mirada que el matrimonio ha llenado su vida con todo lo que una persona podría desear. Se siente seguro, realizado, y es siempre un placer programar sus viajes y momentos a solas con su mujer.

Ella lo sabe todo sobre él; y él conoce hasta los más íntimos sentimientos de ella. De vez en cuando discuten, pero saben cómo reconciliarse. Es un ejercicio que sale casi de manera natural. En realidad, Maria Luisa y Bartolomé no están en su fase de “luna de miel”. Cuarenta años de matrimonio, cuatro hijos y cinco nietos no han hecho más que consolidar su amor. Se conocieron siendo muy jóvenes, y desde entonces están profundamente enamorados.

Está claro que Maria Luisa y Bartolomé, al igual que muchas parejas que conocemos, han logrado la felicidad en el matrimonio: su amor es para toda la vida. Han comprendido que una relación satisfactoria y duradera no sucede al azar, sino que la vida matrimonial está llena de momentos para construirla con mayor solidez, a través de una amplia variedad de detalles y manifestaciones de amor.

Los Secretos de un amor profundo, tierno y duradero

Busca siempre el segundo lugar

“Poner al otro por encima de uno mismo”. Muchos de los matrimonios que se rompen lo hacen por no vivir esta sencilla máxima. El egoísmo no funciona en un matrimonio. A menudo las parejas son más egoístas entre sí que con sus amigos. Se preocupan por estar al tanto de los éxitos y acontecimientos en la vida de sus amigos, por buscar áreas de interés común, y ceder para evitar romper una amistad. Y sin embargo, no ponen la misma energía cuando se trata de la relación con su esposo/a.

Los mejores matrimonios son aquellos en los que rige el principio de dar en lugar de recibir, donde los esposos colocan las necesidades, aspiraciones, esperanzas y sueños de su pareja por delante de los propios.

Si uno de los dos pone en práctica este principio con constancia, es altamente probable que el otro responda de manera recíproca y espontánea con el mismo amor, cariño, entrega y consideración.

Sé generoso en tus halagos

Al menos una vez al día, busca algo positivo que decir a tu esposo/a. Siempre puedes encontrar en la otra persona algo que sea noble, correcto, puro, amable, admirable, excelente o digno de ser alabado. Piensa en estas cosas, pon atención a lo largo del día. Para asegurar un amor para toda la vida, debes ser el “fan número uno” de tu esposo/a.

Samuel Johnson escribió en el s. XVIII: “El aplauso de un solo ser humano tiene grandes consecuencias en la vida de una persona”. El famoso psicólogo John Gottman, que estudió a 2.000 matrimonios, afirma que por cada comentario o acción negativa se precisan al menos cinco positivas que las puedan contrarrestar, para que el amor de la pareja se mantenga fresco. Gottman recomienda todos los piropos, sonrisas y manifestaciones de ternura posibles, al tiempo que advierte contra la crítica, el rencor y las actitudes defensivas.

Así pues, halaga a tu esposo/a por todo aquello que es admirable en él / ella. Si es honrado/a, dile cuánto te agrada que lo sea; si es fiel, explícale lo maravilloso que es poder contar siempre con él/ella; si es dependiente o inseguro/a, dile lo bien que te sientes pudiendo apoyarle y sintiendo cuánto cuenta tu opinión; y si está muy seguro/a de sí mismo/a, puedes expresar la seguridad que esa virtud te aporta también a ti.

En tiempos de crisis, sed uno solo

Nada une más a unos esposos que permanecer unidos en tiempos de crisis. El psicólogo Paul Pearsall, autor de “Laws of Lasting Love” describe cómo la fortaleza de su esposa, siempre a su lado durante el tiempo en que se enfrentó a un terrible cáncer, le ayudó a superar los fatalistas pronósticos de sus doctores. Pearsall relata cómo su mujer le agarró con fuerza y le llevó de un médico a otro hasta que dieron con uno que pudo salvar su vida: “éramos uno solo; nos movíamos a un tiempo, con la esperanza de encontrar un doctor que no confundiera el diagnóstico con un veredicto. Nunca habría podido caminar a mi curación por mí mismo”.

Otro caso muy conocido es el del actor Christopher Reeves. Una caída mientras cabalgaba produjo al protagonista de “Superman” una paraplejia irreversible. El libro escrito por su esposa, “Still Me”, ha batido record de ventas narrando cómo su matrimonio alcanzó plenitud a partir de ese momento. La fortaleza de esta mujer y su apoyo incondicional sostienen la voluntad de su marido por seguir viviendo. Y ambos han sido capaces de encontrar la felicidad permaneciendo unidos ante las dificultades más terribles.

Pasad mucho tiempo juntos

Es un mito que las parejas felices tienen vidas, intereses y actividades independientes. Para escribir su libro “Lucky in Love: The Secrets of Happy Couples and How Their Marriages Thrive”, la psicóloga Catherine Johnson entrevistó matrimonios de todos los Estados Unidos que llevan casados entre 7 y 55 años. Más de la mitad describieron su matrimonio como “muy feliz”.

Johnson se dio cuenta de que una característica común a todas las parejas felices era que pasaban bastante tiempo juntos, a pesar de no compartir los mismos intereses. En su opinión, la idea de que “es esencial mantener identidades separadas” es errónea. Estas parejas supieron encontrar una “identidad compartida”. A lo largo del tiempo, habían dejado de sentirse “individuos” y se sentían “casados” en lo más profundo de su corazón. Si este proceso no se da, el matrimonio tendrá problemas.

Cree siempre lo mejor, y no lo peor, de tu esposo/a

Seguramente habrán oído en alguna celebración religiosa del matrimonio, la famosa lectura que termina con la frase: “El amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.

Éstas son las pautas para creer siempre lo mejor del otro.

Lamentablemente, muchas parejas despojan a su relación de toda alegría, esperanza y amor, simplemente porque olvidan los aspectos positivos de su pareja y ven sólo lo negativo. Y esto tiene terribles consecuencias en el matrimonio.

El escritor John Powell indica acertadamente: “Son las actitudes las que hacen que una misma experiencia sea agradable o dolorosa”. En el matrimonio también sucede así: es necesario mantener una actitud positiva hacia la pareja, educando los ojos y la mente para encontrar lo positivo que tiene incluso el rasgo que menos agradable nos resulta:

Si crees que tu esposa es “chismosa”, dale a ese rasgo la característica de una cualidad: es sociable, abierta y expresiva, y sus comentarios nunca son hirientes.

Si sientes que tu esposo habla demasiado, trata de ver que podría ser introvertido, huraño y difícil de trato. Y de esta manera, siempre sabes cómo piensa y se siente.

Si crees que tu pareja es demasiado “seria y aburrida”, trata de agradecer que siempre dará a las cosas el peso y la importancia que merecen, que ponderará lo que dice y hace, evitando malos entendidos y discusiones impulsivas.

Si te parece que el otro es “demasiado débil y no sabe decir que no”, valora su buen carácter, su amabilidad, su capacidad de comprender y ayudar a los demás.

En lugar de calificar a tu esposo como “demasiado estricto”, seguro que puedes describirlo también como disciplinado, maduro, reflexivo y fiel a sus principios.

Además de “excesivamente extrovertida”, es muy probable que tu mujer sea a la vez vitalista, positiva, entusiasta y alegre.

Expresa tu amor frecuentemente y con creatividad

“Hola, cariño. Sólo te escribo esta notita para que sepas cuánto te quiero y te echo de menos. ¡Date prisa en volver junto a mí!”.

Jennifer sonríe cada vez que lee ese papelito doblado que ha guardado durante meses en su bolso. Durante sus siete años de matrimonio, se ha visto obligada a viajar mucho por su trabajo en una empresa consultora. Cuando llega a un hotel, se siente sola y desanimada. Pero William lo sabe y ha logrado suavizar esos sentimientos mostrándole su amor de mil maneras distintas. Ella sonríe y se ilumina su expresión cuando recuerda los divertidos detalles de su marido: cartas escondidas en su maleta, postales, poesías, regalitos, fotos y hasta galletas, su chocolate favorito o unos caramelos... “Me siento como en casa cuando descubro sus detalles: todo me recuerda cuánto me ama, y me ayuda a seguir adelante a pesar de echarle tanto de menos”.

Piensa tú también en qué forma especial e inesperada puedes sorprender a tu esposo/a, recordándole que es lo más importante de tu vida.

Haz de vuestro matrimonio tu prioridad

La psicóloga Judith Wallerstein, en un estudio sobre 50 matrimonios felices, destaca que todos ellos declararon que construir un matrimonio sólido y duradero había sido el compromiso más importante de toda su vida de adultos. Es un gran consejo para asegurar un amor para toda la vida.

sábado, 29 de julio de 2017

9 COSAS QUE ME HUBIERA GUSTADO SABER ANTES DE CASARME


9 cosas que me hubiera gustado saber antes de casarme
Enumero las 9 verdades sobre la vida conyugal



Por: Andrés D' Angelo | Fuente: Catholic-link.com 





El 7 de noviembre, solemnidad de María Medianera de todas las Gracias, cumpliremoss con mi esposa 19 años de casados. 19 bellísimos años que no cambiaría por ninguna otra etapa de mi vida. Hoy puedo decir que han sido años de paz y armonía conyugal, pero no una paz de cementerio, sino una paz de familia, es decir, una paz conquistada a fuerza de lucha, por paradójico que pueda sonar. No fue fácil, porque justamente esta armonía conyugal, que es parte de la santificación del matrimonio, es uno de los frutos del sacramento.
Y es que el matrimonio es un sacramento “raro”. En todos los demás los elementos constituyentes son claros y distintos. En éste, los contrayentes son al mismo tiempo materia, ministros y beneficiarios, y el consentimiento libre es la forma. Por más que el catecismo lo explique de todos los modos posibles, el matrimonio es una de esas cosas que hay que vivirlas para poder entenderlas bien.
Particularmente me hubiera gustado que alguien me explicara todo esto con mayor profundidad cuando me casé. Por eso a continuación enumero las 9 verdades sobre la vida conyugal que quisiera haber comprendido mejor antes de casarme

1. No existe un plan B. El matrimonio es para toda la vida.

En el curso prematrimonial esto parece quedar siempre claro. Desde toda la vida había tenido buenos ejemplos: mis padres se amaron y se respetaron en salud y enfermedad, en prosperidad y en adversidad. Siendo el menor de doce hermanos, me consideraba “inmune” al espíritu de la época: “a mí no me va a pasar” sostenía, porque amaba a esa mujercita que se había metido en mi vida como nunca había amado a nadie. No solo hay que saber la verdad, también hay que comprenderla y amarla. Y por solo saber, y faltarme la comprensión y el amor a la Verdad, me encontré en medio de una crisis conyugal preguntándome “si no me habría equivocado al casarme”. Inevitablemente eso lleva a pensar “si no habría una compañera más adecuada”, y de allí a despreciar a la bellísima persona que Dios puso a mi lado para mi santificación hay un solo paso. El matrimonio es para toda la vida, y lo que lo hace una aventura maravillosa es precisamente ese mandato de uno con una para toda la vida.Cuando esto está claro, las crisis conyugales se convierten siempre en oportunidades para crecer juntos.

2. El matrimonio no se trata de mi felicidad.

Esta es una verdad clave y no la aprendemos hasta mucho después de habernos casado. Especialmente los hombres. Muchas parejas al preguntarles en forma individual para qué se casaron contestan casi unánimemente: “me casé para ser feliz”.Pero el matrimonio no es una caja mágica de la que podemos extraer felicidad: no habría divorcios si fuera algo así. El matrimonio se trata precisamente de buscar, con todas mis fuerzas, la felicidad de mi cónyuge. Mi felicidad tiene que basarse en ver feliz a las personas amadas: esposa e hijos. Una vez que se comprende esto y que esto se convierte en el eje de la relación, el matrimonio florece y podemos comenzar a ver los frutos del sacramento.

3. La comunicación es más efectiva que el silencio, siempre.

Tal vez habría que reformular esta verdad: el silencio es comunicación. El silencio generalmente comunica hostilidad, desinterés y mala predisposición, y eso mata a la relación casi indefectiblemente. El problema es que hay aquí un desfase en el modo en el que manejamos la comunicación hombres y mujeres cuando estamos estresados. Cuando una mujer está estresada necesita desesperadamente hablar; pero cuando un hombre está estresado, lo que menos necesita en la vida es hablar del estrés que lo aqueja. Y esta sencilla diferencia hace que muchísimas veces nuestras esposas perciban nuestro silencio como hostilidad, o que nosotros percibamos la necesidad de hablar femenina como una amenaza. Enseñanza: si mi esposa está estresada yo la escucho sin corregirla y sin querer resolver sus conflictos. El solo hecho de poder hablar y contarme sus problemas le ayuda a resolverlos. Y si yo estoy estresado, ella me deja que me tranquilice y, luego yo mismo la busco para poder comunicarnos.

4. Servir me beneficia.

Otra gran maravillosa verdad: el matrimonio es una comunidad de servicio. Si yo sirvo a mi esposa y mi esposa me sirve a mí, todos salimos beneficiados. Los hombres no comprendemos muchas veces esto porque vemos que nuestra mujer sirve casi instintivamente y nosotros… bueno, nos queda bastante cómoda esa situación. Y aquí fallamos en la comunicación, porque nuestras queridas esposas muchas veces creen que si ellas siguen dando en la relación, nosotros nos daremos cuenta y querremos dar al mismo tiempo. Generalmente no funciona así. Dos cosas me ayudaron a comprender esta verdad: la primera que mi esposa me lo dijo, no usó el mejor tono para decírmelo, pero me lo dijo, y hasta ese momento yo no me había percatado de todo lo que hacía ella y de todo lo que yo no hacía. La segunda fue el nacimiento de nuestros hijos. En el momento en el que comencé a servirla porque ella estaba con el postoperatorio de la cesárea me di cuenta de que hay una gran verdad en el dicho de Nuestro Señor: “Hay mayor felicidad en dar que en recibir” (Hch 20, 35). Pero es una verdad que tenemos que recordar a diario y ofrecernos a nuestra esposa en una actitud servicial.

5. El conflicto no es señal de que seamos una pareja disfuncional.

Y diría que la contraria es válida: la falta absoluta de conflicto es señal de que “nos rendimos”. Un matrimonio que discute es un matrimonio que tiene dos personas con igual dignidad vivas, y por lo tanto, muchas veces con diferencias de criterio y opinión. Como dije al principio: la vida es lucha y la paz completa existe probablemente solo en el cementerio. Un matrimonio totalmente carente de conflictos está en proceso de muerte. Esto no quiere decir que tengamos que buscar el conflicto para que nuestro matrimonio “reviva”. Solamente tenemos que ser conscientes de que somos humanos falibles y por lo tanto en algún momento va a surgir el conflicto. Y cuando el conflicto surge, podremos tomarlo como oportunidad para aprender más, y para ser más caritativos como pareja.

6. Para un matrimonio fructífero se necesita de tres: Dios, tú y yo.

¿Dije ya que el matrimonio era un sacramento? ¡Y los sacramentos son signos eficaces de la gracia! Este se debe renovar todos los días, pero no solo ante nuestro cónyuge. Se debe renovar la promesa ante Dios para que su gracia actúe. Y ¿cómo renovamos la promesa? Haciendo cada una de estas cosas que hemos estado viendo: reconociendo que es para siempre, poniendo primero a nuestro cónyuge, poniéndonos en lugar del otro para comunicarnos, sirviéndonos mutuamente y teniendo presente que todo conflicto es una oportunidad de Dios para nuestra santificación personal. Todo eso es posible sólo si Dios es un invitado frecuente en nuestro matrimonio. Rezando juntos y con los hijos, participando de la Santa Misa y acogiéndonos al perdón de Dios cuando las cosas no fueron conforme a su Plan para nuestra vida.

7. Los hijos son un regalo y una encomienda de Dios.

¡Vaya si lo sabremos! Nuestra primera hija murió al día siguiente de nacer. “El Señor me la dio, el Señor me la quitó, bendito sea el nombre del Señor” (Jb 1,21). Pero una cosa es decirlo y otra cosa es pasarlo. Nuestra misión en la vida es que nuestros hijos sean santos, ni más ni menos. Esa es nuestra misión como padres y con nuestra primera hija, cumplimos. Luego llegaron los consuelos de Tomás, Matías y Francisco que deberán hacer el “camino largo”. Nuestro único asidero a la cordura luego del fallecimiento de Cecilia fue saber que ella ya era santa y feliz, infinitamente más feliz que lo que nosotros hubiésemos podido hacerla en cualquier circunstancia. ¿Y qué pasa con los matrimonios que no reciben ese regalo? ¡Pueden recibir la encomienda!… ya sea para santificar a los hijos de otros, mediante la adopción, o siendo un matrimonio lleno de fruto ayudando en su parroquia o movimiento eclesial.

8. Un buen matrimonio es la unión de dos buenos perdonadores.

Aquel que no perdona en el matrimonio es como aquel que toma veneno y espera que el otro se muera. ¿Verdad que no tiene mucho sentido? Para pedir perdón tenemos que ser muy humildes, y para perdonar tenemos que ser misericordiosos. “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36). Y esto es profundamente cierto en el matrimonio. “Perdónanos, como nosotros perdonamos”¡No podemos pedir perdón a Dios si no estamos dispuestos a perdonar a nuestro cónyuge! Cuando nos perdonamos y expresamos ese perdón mediante la reconciliación también estamos enseñando a nuestros hijos a ser humildes y misericordiosos.

9. El matrimonio ofrece la posibilidad de máxima realización personal.

No se dice mucho esto. Pero la realidad es que el matrimonio es ¡sensacional! “Dios nos crea a Imagen y semejanza suya, varón y mujer nos crea” (Gn 1,27). Y es lógico que en nuestra naturaleza busquemos nuestro complemento. “Tú me completas” es un piropo muy frecuente, porque es una verdad intuida. En el matrimonio podemos encontrar esa sensación de plenitud personal de que todo lo nuestro está en plena armonía. Tertuliano lo resumía así: ¿Cómo podré expresar la felicidad de aquel matrimonio que ha sido contraído ante la Iglesia, reforzado por la oblación eucarística, sellado por la bendición, anunciado por los ángeles y ratificado por el Padre? (Ad Uxorem, 9). Todo esto enmarcado en una gran verdad: para ser plenos hay que entregarse, y para entregarse hay que poseerse, hay que ser dueño de uno mismo, y eso no es una cosa que se compre en los mercados, exige una madurez y un equilibrio que cuesta mucho tiempo y oración conseguir.
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