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lunes, 22 de marzo de 2021

DÍA MUNDIAL DEL AGUA 2021: PAPA FRANCISCO PIDE GARANTIZAR AGUA POTABLE PARA TODOS



Día Mundial del Agua 2021: Papa Francisco pide garantizar agua potable para todos

POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa

 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa



Con ocasión del Día Mundial del Agua 2021, el Papa Francisco advirtió que muchas personas tienen “acceso a poca agua y quizás contaminada” por lo que destacó que “es necesario garantizar el agua potable y el saneamiento para todos”.

Así lo indicó el Santo Padre en un mensaje enviado este 22 de marzo a través de su cuenta oficial de Twitter @Pontifex_es.

El Pontífice señaló que el agua para los creyentes “no es una mercancía: es un símbolo universal y una fuente de vida y salud”.

“¡Muchos hermanos y hermanas tienen acceso a poca agua y quizás contaminada! Es necesario garantizar el agua potable y el saneamiento para todos.”, escribió el Papa.

En esta línea, el Secretario de Estado Vaticano, Cardenal Pietro Parolin, envió un video mensaje a los participantes del evento virtual organizado por las Naciones Unidas con el tema “Valorar el agua”.

En el video mensaje, el Cardenal Parolin saludó en nombre del Papa al director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Qu Dongyu, y a la directora general de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), Audrey Azoulay.

El Purpurado afirmó que el tema elegido para este año, “Valorar el agua”, “nos invita a ser más responsables en la tutela y utilización de este elemento tan fundamental para la preservación de nuestro planeta” porque “sin agua, en efecto, no habría habido vida, ni centros urbanos, ni productividad agrícola, forestal o ganadera. Con todo, este recurso no ha sido cuidado con el esmero y la atención que merece. Desperdiciarlo, desdeñarlo o contaminarlo ha sido un error que continúa repitiéndose también en nuestros días”.

“En el mismo siglo XXI, en la era del progreso y de los avances tecnológicos, el   acceso al agua potable y segura no está al alcance de todos”, alertó Parolin quien recordó que “a esta triste realidad se añaden hoy los nocivos efectos del cambio climático: inundaciones, sequías, aumento de las temperaturas, variabilidad repentina e impredecible de las precipitaciones, deshielos, disminución de las corrientes de los ríos o agotamiento de las aguas subterráneas”.

Además, el Purpurado exhortó a todos “a trabajar para terminar con la contaminación de los mares y los ríos, de las corrientes subterráneas y los manantiales, a través de una labor educativa que  promueva el cambio de nuestros estilos de vida, la búsqueda de la bondad, la verdad, la belleza y la comunión con los demás hombres en aras del bien común”.

Asimismo, el Secretario de Estado Vaticano invitó poner “en el centro de nuestros criterios la solidaridad” para emplear “el agua racionalmente, sin despilfarrarla inútilmente” y así poder “compartirla con quienes más la necesitan”.

Por último, el Cardenal Parolin destacó que “para garantizar el justo acceso al agua es de vital urgencia actuar sin dilación, para acabar de una vez por todas con su desperdicio, mercantilización y contaminación. Es más necesaria que nunca la colaboración entre los Estados, el sector público y privado, así como la multiplicación de iniciativas por parte de los Organismos intergubernamentales. Es igualmente urgente una cobertura jurídica vinculante, un apoyo sistemático y eficaz para que a todas las zonas del planeta llegue, en cantidad y calidad, el agua potable”.

“Apresurémonos, por tanto, para dar de beber al sediento. Corrijamos nuestros estilos de vida para que no derrochen ni contaminen. Convirtámonos en protagonistas de aquella bondad que condujo a San Francisco de Asís a calificar el agua como ‘una hermana que es muy humilde, y preciosa y casta’”, subrayó el Purpurado. 

viernes, 12 de febrero de 2021

JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2021



Jornada Mundial del Enfermo 2021

En el marco de la 29° Jornada Mundial del Enfermo que se celebró el 11 de febrero, el Papa Francisco ha publicado un mensaje en el que recuerda la importancia de apoyar a quienes sufren una enfermedad "con el bálsamo de la cercanía", respetando su dignidad como Hijos de Dios y evitando caer en el "mal de la hipocresía". El Pontífice también dedica un pensamiento especial a "quienes padecen en todo el mundo los efectos de la pandemia del coronavirus", particularmente "a los más pobres y marginados".

En su escrito, el Santo Padre afirma que esta Jornada "es un momento propicio para brindar una atención especial a las personas enfermas y a quienes cuidan de ellas, ya sea en los lugares destinados a su asistencia como en el seno de las familias y las comunidades".

El Pontífice puntualiza que ante la condición de necesidad de un hermano o una hermana, Jesús nos muestra un modelo de comportamiento totalmente opuesto a la hipocresía: "Propone detenerse, escuchar, establecer una relación directa y personal con el otro, sentir empatía y conmoción por él o por ella, dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de él por medio del servicio".

Por otra parte, el Papa hace hincapié en que la experiencia de la enfermedad "hace que sintamos nuestra propia vulnerabilidad" y, al mismo tiempo, la necesidad innata del otro: "Nuestra condición de criaturas se vuelve aún más nítida y experimentamos de modo evidente nuestra dependencia de Dios".

“La enfermedad impone una pregunta por el sentido, que en la fe se dirige a Dios; una pregunta que busca un nuevo significado y una nueva dirección para la existencia, y que a veces puede ser que no encuentre una respuesta inmediata. Nuestros mismos amigos y familiares no siempre pueden ayudarnos en esta búsqueda trabajosa”

Asimismo, en su mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo 2021 marcada por la pandemia, el Santo Padre recuerda que la enfermedad siempre tiene un rostro, incluso más de uno: "Tiene el rostro de cada enfermo y enferma, también de quienes se sienten ignorados, excluidos, víctimas de injusticias sociales que niegan sus derechos fundamentales (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 22)".

Francisco expresa que, por un lado, la pandemia actual ha sacado a la luz numerosas insuficiencias de los sistemas sanitarios y carencias en la atención de las personas enfermas: "Los ancianos, los más débiles y vulnerables no siempre tienen garantizado el acceso a los tratamientos, y no siempre es de manera equitativa".

Y por otro, esta crisis sanitaria "ha puesto también de relieve la entrega y la generosidad de agentes sanitarios, voluntarios, trabajadores, sacerdotes, religiosos y religiosas que, con profesionalidad, abnegación, sentido de responsabilidad y amor al prójimo han ayudado, cuidado, consolado y servido a tantos enfermos y a sus familiares": "Una multitud silenciosa de hombres y mujeres que han decidido mirar esos rostros, haciéndose cargo de las heridas de los pacientes, que sentían prójimos por el hecho de pertenecer a la misma familia humana", escribe el Papa.

Y en este punto, el Pontífice destaca que la cercanía humana, "es un bálsamo muy valioso, que brinda apoyo y consuelo a quien sufre en la enfermedad". “Como cristianos, vivimos la projimidad como expresión del amor de Jesucristo, el buen Samaritano, que con compasión se ha hecho cercano a todo ser humano, herido por el pecado. Estamos llamados a ser misericordiosos como el Padre y a amar, en particular, a los hermanos enfermos, débiles y que sufren (cf. Jn 13,34-35)”

En este contexto, Francisco recuerda la importancia de la solidaridad fraterna, que se expresa de modo concreto en el servicio y que puede asumir formas muy diferentes, todas orientadas a sostener al prójimo: «Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo».

En este compromiso -continúa el Papa- cada uno es capaz de "dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles y buscar la promoción del hermano".

Francisco finaliza su mensaje enfatizando que el mandamiento del amor, que Jesús dejó a sus discípulos, también encuentra una realización concreta en la relación con los enfermos: "Una sociedad es tanto más humana cuanto más sabe cuidar a sus miembros frágiles y que más sufren, y sabe hacerlo con eficiencia animada por el amor fraterno. Caminemos hacia esta meta, procurando que nadie se quede solo, que nadie se sienta excluido ni abandonado", exhorta Francisco y concluye encomendando a "María, Madre de misericordia y Salud de los enfermos", a todas las "personas enfermas, los agentes sanitarios y quienes se prodigan al lado de los que sufren".

 

(Sofía Lobos - Vatican News)

domingo, 31 de enero de 2021

EL PAPA FRANCISCO INSTITUYE LA JORNADA MUNDIAL DE LOS ABUELOS Y DE LOS ANCIANOS



 El Papa instituye la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Ancianos

Redacción ACI Prensa

Foto: Vatican Media



El Papa Francisco anunció, al finalizar el rezo del Ángelus en el Vaticano este domingo 31 de enero, la institución de la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Ancianos, que se celebrará en toda la Iglesia el cuarto domingo de julio, “cerca de la conmemoración de San Joaquín y Santa Ana, los abuelos de Jesús”.

El Santo Padre explicó que el objetivo de esta Jornada Mundial es promover el encuentro entre generaciones, de los nietos con los abuelos y de los abuelos con los nietos, para “custodiar las raíces y transmitirlas”.

El Pontífice recordó que “pasado mañana, 2 de febrero, celebraremos la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo, cuando Simeón y Ana, ambos ancianos, iluminados por el Espíritu Santo, reconocieron en Jesús al Mesías”.

Señaló que “el Espíritu Santo también hoy suscita en los ancianos pensamientos y palabras de sabiduría. Su voz es preciosa porque canta las alabanzas de Dios y custodia la raíz de los pueblos. Ellos nos recuerdan que la vejez es un don, y que los abuelos son el eslabón de unión entre las diferentes generaciones para transmitir a los jóvenes la experiencia de vida y de fe”.

El Papa lamentó que “los abuelos muchas veces son olvidados, y olvidamos esta riqueza de custodiar las raíces y transmitirlas”.

Por ese motivo, “he decidido instituir la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Ancianos, que se celebrará en toda la Iglesia cada año el cuarto domingo de julio, cerca de la conmemoración de San Joaquín y Santa Ana, los abuelos de Jesús”.

“Es importante que los abuelos se reúnan con los nietos, y que los nietos se reúnan con los abuelos. Porque, como dice el profeta Joel, los abuelos ante los nietos soñarán, tendrán ilusión, y los jóvenes, tomando fuerza de los abuelos, saldrán adelante, profetizarán. Precisamente, el 2 de febrero, es la fiesta del encuentro de los abuelos con los nietos”, concluyó el Papa Francisco.


Primer fruto del Año de la Familia

En un comunicado difundido por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida difundido tras el anuncio del Papa Francisco, el Prefecto del Dicasterio, Cardenal Kevin Joseph Farrell, explicó que la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Ancianos “es el primer fruto del Año Familia Amoris Laetitia, un don para toda la Iglesia destinado a permanecer a lo largo de los años”.

“La pastoral de las personas mayores es una prioridad inaplazable para toda comunidad cristiana. En la encíclica Fratelli tutti, el Santo Padre nos recuerda que nadie se salva solo. En esta perspectiva es necesario atesorar la riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones”.


No dejar solos a los abuelos

La insistencia en la importancia de las generaciones más ancianas es una constante en la predicación del Papa Francisco.

El pasado 26 de julio, fiesta de San Joaquín y Santa Ana, el Santo Padre invitó “a los jóvenes a realizar un gesto de ternura hacia los ancianos, sobre todo a los que están más solos, en las casas y en las residencias, los que desde hace muchos meses no ven a sus seres queridos”.

En aquella ocasión, el Papa invitó a no dejar solos a los abuelos y recordó a las generaciones más jóvenes que sus ancianos “son vuestras raíces. Un árbol separado de las raíces no crece, no da flores ni frutos. Por esto es importante la unión y la conexión con vuestras raíces”.

jueves, 17 de diciembre de 2020

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO POR LA JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ 2021

 


 

Mensaje del Papa Francisco por la Jornada Mundial de la Paz 2021

Redacción ACI Prensa

 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa



El Vaticano difundió este jueves 17 de diciembre el mensaje del Papa Francisco por la celebración de la Jornada Mundial de la Paz 2021, que se celebrará el próximo 1 de enero de 2021, Solemnidad de Santa María Madre de Dios, con el lema “La cultura del cuidado como camino de paz”.


A continuación, el texto completo del mensaje del Papa Francisco:


La cultura del cuidado como camino de paz

1. En el umbral del Año Nuevo, deseo presentar mi más respetuoso saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a los responsables de las organizaciones internacionales, a los líderes espirituales y a los fieles de diversas religiones, y a los hombres y mujeres de buena voluntad.

A todos les hago llegar mis mejores deseos para que la humanidad pueda progresar en este año por el camino de la fraternidad, la justicia y la paz entre las personas, las comunidades, los pueblos y los Estados.

El año 2020 se caracterizó por la gran crisis sanitaria de COVID-19, que se ha convertido en un fenómeno multisectorial y mundial, que agrava las crisis fuertemente interrelacionadas, como la climática, alimentaria, económica y migratoria, y causa grandes sufrimientos y penurias.

Pienso en primer lugar en los que han perdido a un familiar o un ser querido, pero también en los que se han quedado sin trabajo. Recuerdo especialmente a los médicos, enfermeros, farmacéuticos, investigadores, voluntarios, capellanes y personal de los hospitales y centros de salud, que se han esforzado y siguen haciéndolo, con gran dedicación y sacrificio, hasta el punto de que algunos de ellos han fallecido procurando estar cerca de los enfermos, aliviar su sufrimiento o salvar sus vidas.

Al rendir homenaje a estas personas, renuevo mi llamamiento a los responsables políticos y al sector privado para que adopten las medidas adecuadas a fin de garantizar el acceso a las vacunas contra el COVID-19 y a las tecnologías esenciales necesarias para prestar asistencia a los enfermos y a los más pobres y frágiles.

Es doloroso constatar que, lamentablemente, junto a numerosos testimonios de caridad y solidaridad, están cobrando un nuevo impulso diversas formas de nacionalismo, racismo, xenofobia e incluso guerras y conflictos que siembran muerte y destrucción.

Estos y otros eventos, que han marcado el camino de la humanidad en el último año, nos enseñan la importancia de hacernos cargo los unos de los otros y también de la creación, para construir una sociedad basada en relaciones de fraternidad. Por eso he elegido como tema de este mensaje: La cultura del cuidado como camino de paz. Cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día.


2. Dios Creador, origen de la vocación humana al cuidado

En muchas tradiciones religiosas, hay narraciones que se refieren al origen del hombre, a su relación con el Creador, con la naturaleza y con sus semejantes. En la Biblia, el Libro del Génesis revela, desde el principio, la importancia del cuidado o de la custodia en el proyecto de Dios por la humanidad, poniendo en evidencia la relación entre el hombre (’adam) y la tierra (’adamah), y entre los hermanos.

En el relato bíblico de la creación, Dios confía el jardín “plantado en el Edén” (cf. Gn 2,8) a las manos de Adán con la tarea de “cultivarlo y cuidarlo” (cf. Gn 2,15). Esto significa, por un lado, hacer que la tierra sea productiva y, por otro, protegerla y hacer que mantenga su capacidad para sostener la vida. Los verbos “cultivar” y “cuidar” describen la relación de Adán con su casa-jardín e indican también la confianza que Dios deposita en él al constituirlo señor y guardián de toda la creación.

El nacimiento de Caín y Abel dio origen a una historia de hermanos, cuya relación sería interpretada —negativamente— por Caín en términos de protección o custodia. Caín, después de matar a su hermano Abel, respondió así a la pregunta de Dios: «¿Acaso yo soy guardián de mi hermano?» (Gn 4,9).

Sí, ciertamente. Caín era el “guardián” de su hermano. «En estos relatos tan antiguos, cargados de profundo simbolismo, ya estaba contenida una convicción actual: que todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás».


3. Dios Creador, modelo del cuidado

La Sagrada Escritura presenta a Dios no sólo como Creador, sino también como Aquel que cuida de sus criaturas, especialmente de Adán, de Eva y de sus hijos. El mismo Caín, aunque cayera sobre él el peso de la maldición por el crimen que cometió, recibió como don del Creador una señal de protección para que su vida fuera salvaguardada (cf. Gn 4,15).

Este hecho, si bien confirma la dignidad inviolable de la persona, creada a imagen y semejanza de Dios, también manifiesta el plan divino de preservar la armonía de la creación, porque «la paz y la violencia no pueden habitar juntas».

Precisamente el cuidado de la creación está en la base de la institución del Shabbat que, además de regular el culto divino, tenía como objetivo restablecer el orden social y el cuidado de los pobres (cf. Gn 1,1-3; Lv 25,4).

La celebración del Jubileo, con ocasión del séptimo año sabático, permitía una tregua a la tierra, a los esclavos y a los endeudados. En ese año de gracia, se protegía a los más débiles, ofreciéndoles una nueva perspectiva de la vida, para que no hubiera personas necesitadas en la comunidad (cf. Dt 15,4).

También es digna de mención la tradición profética, donde la cumbre de la comprensión bíblica de la justicia se manifestaba en la forma en que una comunidad trataba a los más débiles que estaban en ella. Por eso Amós (2,6-8; 8) e Isaías (58), en particular, hacían oír continuamente su voz en favor de la justicia para los pobres, quienes, por su vulnerabilidad y falta de poder, eran escuchados sólo por Dios, que los cuidaba (cf. Sal 34,7; 113,7-8).


4. El cuidado en el ministerio de Jesús

La vida y el ministerio de Jesús encarnan el punto culminante de la revelación del amor del Padre por la humanidad (cf. Jn 3,16). En la sinagoga de Nazaret, Jesús se manifestó como Aquel a quien el Señor ungió «para anunciar la buena noticia a los pobres, ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dejar en libertad a los oprimidos» (Lc 4,18).

Estas acciones mesiánicas, típicas de los jubileos, constituyen el testimonio más elocuente de la misión que le confió el Padre. En su compasión, Cristo se acercaba a los enfermos del cuerpo y del espíritu y los curaba; perdonaba a los pecadores y les daba una vida nueva. Jesús era el Buen Pastor que cuidaba de las ovejas (cf. Jn 10,11-18; Ez 34,1-31); era el Buen Samaritano que se inclinaba sobre el hombre herido, vendaba sus heridas y se ocupaba de él (cf. Lc 10,30-37).

En la cúspide de su misión, Jesús selló su cuidado hacia nosotros ofreciéndose a sí mismo en la cruz y liberándonos de la esclavitud del pecado y de la muerte. Así, con el don de su vida y su sacrificio, nos abrió el camino del amor y dice a cada uno: “Sígueme y haz lo mismo” (cf. Lc 10,37).


5. La cultura del cuidado en la vida de los seguidores de Jesús

Las obras de misericordia espirituales y corporales constituyen el núcleo del servicio de caridad de la Iglesia primitiva. Los cristianos de la primera generación compartían lo que tenían para que nadie entre ellos pasara necesidad (cf. Hch 4,34-35) y se esforzaban por hacer de la comunidad un hogar acogedor, abierto a todas las situaciones humanas, listo para hacerse cargo de los más frágiles.

Así, se hizo costumbre realizar ofrendas voluntarias para dar de comer a los pobres, enterrar a los muertos y sustentar a los huérfanos, a los ancianos y a las víctimas de desastres, como los náufragos. Y cuando, en períodos posteriores, la generosidad de los cristianos perdió un poco de dinamismo, algunos Padres de la Iglesia insistieron en que la propiedad es querida por Dios para el bien común.

Ambrosio sostenía que «la naturaleza ha vertido todas las cosas para el bien común. [...] Por lo tanto, la naturaleza ha producido un derecho común para todos, pero la codicia lo ha convertido en un derecho para unos pocos».

Habiendo superado las persecuciones de los primeros siglos, la Iglesia aprovechó la libertad para inspirar a la sociedad y su cultura. «Las necesidades de la época exigían nuevos compromisos al servicio de la caridad cristiana. Las crónicas de la historia reportan innumerables ejemplos de obras de misericordia. De esos esfuerzos concertados han surgido numerosas instituciones para el alivio de todas las necesidades humanas: hospitales, hospicios para los pobres, orfanatos, hogares para niños, refugios para peregrinos, entre otras».


6. Los principios de la doctrina social de la Iglesia como fundamento de la cultura del cuidado

La diakonia de los orígenes, enriquecida por la reflexión de los Padres y animada, a lo largo de los siglos, por la caridad activa de tantos testigos elocuentes de la fe, se ha convertido en el corazón palpitante de la doctrina social de la Iglesia, ofreciéndose a todos los hombres de buena voluntad como un rico patrimonio de principios, criterios e indicaciones, del que extraer la “gramática” del cuidado: la promoción de la dignidad de toda persona humana, la solidaridad con los pobres y los indefensos, la preocupación por el bien común y la salvaguardia de la creación.


* El cuidado como promoción de la dignidad y de los derechos de la persona.

«El concepto de persona, nacido y madurado en el cristianismo, ayuda a perseguir un desarrollo plenamente humano. Porque persona significa siempre relación, no individualismo, afirma la inclusión y no la exclusión, la dignidad única e inviolable y no la explotación».

Cada persona humana es un fin en sí misma, nunca un simple instrumento que se aprecia sólo por su utilidad, y ha sido creada para convivir en la familia, en la comunidad, en la sociedad, donde todos los miembros tienen la misma dignidad. De esta dignidad derivan los derechos humanos, así como los deberes, que recuerdan, por ejemplo, la responsabilidad de acoger y ayudar a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a cada uno de nuestros «prójimos, cercanos o lejanos en el tiempo o en el espacio».


* El cuidado del bien común.

Cada aspecto de la vida social, política y económica encuentra su realización cuando está al servicio del bien común, es decir del «conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección».

Por lo tanto, nuestros planes y esfuerzos siempre deben tener en cuenta sus efectos sobre toda la familia humana, sopesando las consecuencias para el momento presente y para las generaciones futuras.

La pandemia de Covid-19 nos muestra cuán cierto y actual es esto, puesto que «nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos», porque «nadie se salva solo» y ningún Estado nacional aislado puede asegurar el bien común de la propia población.


* El cuidado mediante la solidaridad.

La solidaridad expresa concretamente el amor por el otro, no como un sentimiento vago, sino como «determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos».

La solidaridad nos ayuda a ver al otro —entendido como persona o, en sentido más amplio, como pueblo o nación— no como una estadística, o un medio para ser explotado y luego desechado cuando ya no es útil, sino como nuestro prójimo, compañero de camino, llamado a participar, como nosotros, en el banquete de la vida al que todos están invitados igualmente por Dios.


* El cuidado y la protección de la creación.

La encíclica Laudato si’ constata plenamente la interconexión de toda la realidad creada y destaca la necesidad de escuchar al mismo tiempo el clamor de los necesitados y el de la creación. De esta escucha atenta y constante puede surgir un cuidado eficaz de la tierra, nuestra casa común, y de los pobres.


A este respecto, deseo reafirmar que «no puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos». «Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer nuevamente en el reduccionismo».


7. La brújula para un rumbo común

En una época dominada por la cultura del descarte, frente al agravamiento de las desigualdades dentro de las naciones y entre ellas, quisiera por tanto invitar a los responsables de las organizaciones internacionales y de los gobiernos, del sector económico y del científico, de la comunicación social y de las instituciones educativas a tomar en mano la “brújula” de los principios anteriormente mencionados, para dar un rumbo común al proceso de globalización, «un rumbo realmente humano».

Esta permitiría apreciar el valor y la dignidad de cada persona, actuar juntos y en solidaridad por el bien común, aliviando a los que sufren a causa de la pobreza, la enfermedad, la esclavitud, la discriminación y los conflictos.

A través de esta brújula, animo a todos a convertirse en profetas y testigos de la cultura del cuidado, para superar tantas desigualdades sociales. Y esto será posible sólo con un fuerte y amplio protagonismo de las mujeres, en la familia y en todos los ámbitos sociales, políticos e institucionales.

La brújula de los principios sociales, necesaria para promover la cultura del cuidado, es también indicativa para las relaciones entre las naciones, que deberían inspirarse en la fraternidad, el respeto mutuo, la solidaridad y el cumplimiento del derecho internacional. A este respecto, debe reafirmarse la protección y la promoción de los derechos humanos fundamentales, que son inalienables, universales e indivisibles.

También cabe mencionar el respeto del derecho humanitario, especialmente en este tiempo en que los conflictos y las guerras se suceden sin interrupción. Lamentablemente, muchas regiones y comunidades ya no recuerdan una época en la que vivían en paz y seguridad.

Muchas ciudades se han convertido en epicentros de inseguridad: sus habitantes luchan por mantener sus ritmos normales porque son atacados y bombardeados indiscriminadamente por explosivos, artillería y armas ligeras. Los niños no pueden estudiar.

Los hombres y las mujeres no pueden trabajar para mantener a sus familias. La hambruna echa raíces donde antes era desconocida. Las personas se ven obligadas a huir, dejando atrás no sólo sus hogares, sino también la historia familiar y las raíces culturales.

Las causas del conflicto son muchas, pero el resultado es siempre el mismo: destrucción y crisis humanitaria. Debemos detenernos y preguntarnos: ¿Qué ha llevado a la normalización de los conflictos en el mundo? Y, sobre todo, ¿Cómo podemos convertir nuestro corazón y cambiar nuestra mentalidad para buscar verdaderamente la paz en solidaridad y fraternidad?

Cuánto derroche de recursos hay para las armas, en particular para las nucleares, recursos que podrían utilizarse para prioridades más importantes a fin de garantizar la seguridad de las personas, como la promoción de la paz y del desarrollo humano integral, la lucha contra la pobreza y la satisfacción de las necesidades de salud.

Además, esto se manifiesta a causa de los problemas mundiales como la actual pandemia de Covid-19 y el cambio climático. Qué valiente decisión sería «constituir con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares “un Fondo mundial” para poder derrotar definitivamente el hambre y ayudar al desarrollo de los países más pobres».


8. Para educar a la cultura del cuidado

La promoción de la cultura del cuidado requiere un proceso educativo y la brújula de los principios sociales se plantea con esta finalidad, como un instrumento fiable para diferentes contextos relacionados entre sí. Me gustaría ofrecer algunos ejemplos al respecto.

- La educación para el cuidado nace en la familia, núcleo natural y fundamental de la sociedad, donde se aprende a vivir en relación y en respeto mutuo. Sin embargo, es necesario poner a la familia en condiciones de cumplir esta tarea vital e indispensable.

- Siempre en colaboración con la familia, otros sujetos encargados de la educación son la escuela y la universidad y, de igual manera, en ciertos aspectos, los agentes de la comunicación social. Dichos sujetos están llamados a transmitir un sistema de valores basado en el reconocimiento de la dignidad de cada persona, de cada comunidad lingüística, étnica y religiosa, de cada pueblo y de los derechos fundamentales que derivan de estos. La educación constituye uno de los pilares más justos y solidarios de la sociedad.

- Las religiones en general, y los líderes religiosos en particular, pueden desempeñar un papel insustituible en la transmisión a los fieles y a la sociedad de los valores de la solidaridad, el respeto a las diferencias, la acogida y el cuidado de los hermanos y hermanas más frágiles. A este respecto, recuerdo las palabras del Papa Pablo VI dirigidas al Parlamento ugandés en 1969: «No temáis a la Iglesia. Ella os honra, os forma ciudadanos honrados y leales, no fomenta rivalidades ni divisiones, trata de promover la sana libertad, la justicia social, la paz; si tiene alguna preferencia es para los pobres, para la educación de los pequeños y del pueblo, para la asistencia a los abandonados y a cuantos sufren».

- A todos los que están comprometidos al servicio de las poblaciones, en las organizaciones internacionales gubernamentales y no gubernamentales, que desempeñan una misión educativa, y a todos los que, de diversas maneras, trabajan en el campo de la educación y la investigación, los animo nuevamente, para que se logre el objetivo de una educación «más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión». Espero que esta invitación, hecha en el contexto del Pacto educativo global, reciba un amplio y renovado apoyo.


9. No hay paz sin la cultura del cuidado

La cultura del cuidado, como compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la dignidad y el bien de todos, como una disposición al cuidado, a la atención, a la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y a la aceptación mutuos, es un camino privilegiado para construir la paz.

«En muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia».

En este tiempo, en el que la barca de la humanidad, sacudida por la tempestad de la crisis, avanza con dificultad en busca de un horizonte más tranquilo y sereno, el timón de la dignidad de la persona humana y la “brújula” de los principios sociales fundamentales pueden permitirnos navegar con un rumbo seguro y común.

Como cristianos, fijemos nuestra mirada en la Virgen María, Estrella del Mar y Madre de la Esperanza. Trabajemos todos juntos para avanzar hacia un nuevo horizonte de amor y paz, de fraternidad y solidaridad, de apoyo mutuo y acogida.

No cedamos a la tentación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los más débiles; no nos acostumbremos a desviar la mirada, sino comprometámonos cada día concretamente para «formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros».


Vaticano, 8 de diciembre de 2020


FRANCISCO

domingo, 15 de noviembre de 2020

IMÁGENES DEL MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES 15 DE NOVIEMBRE DEL 2020

 

HOY 15 DE NOVIEMBRE DEL 2020 SE CELEBRA LA JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES - HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO



Hoy se celebra la Jornada Mundial de los Pobres

Redacción ACI Prensa

 Crédito: Daniel Ibáñez / ACI Prensa



Hoy la Iglesia Católica celebra la Jornada Mundial de los Pobres, instituida por el Papa Francisco el 21 de noviembre de 2016, al concluir el Jubileo Extraordinario de la Misericordia.

En esa ocasión, a través de su Carta Apostólica “Misericordia et misera”, el Santo Padre señaló que “a la luz del ‘Jubileo de las personas socialmente excluidas’, mientras en todas las catedrales y santuarios del mundo se cerraban las Puertas de la Misericordia, intuí que, como otro signo concreto de este Año Santo extraordinario, se debe celebrar en toda la Iglesia, en el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, la Jornada mundial de los pobres”.

“Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y sobre el hecho que, mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa, no podrá haber justicia ni paz social”, añadió.

En su mensaje para esta jornada, publicado por el Vaticano en junio, el Papa Francisco resaltó que “la opción por dedicarse a los pobres y atender sus muchas y variadas necesidades no puede estar condicionada por el tiempo a disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales desencarnados. El poder de la gracia de Dios no puede ser sofocado por la tendencia narcisista a ponerse siempre uno mismo en primer lugar”.

“Mantener la mirada hacia el pobre es difícil, pero muy necesario para dar a nuestra vida personal y social la dirección correcta. No se trata de emplear muchas palabras, sino de comprometer concretamente la vida, movidos por la caridad divina”, destacó.

El Papa Francisco indicó luego que la pandemia del coronavirus “llegó de repente y nos tomó desprevenidos, dejando una gran sensación de desorientación e impotencia. Sin embargo, la mano tendida hacia el pobre no llegó de repente. Ella, más bien, ofrece el testimonio de cómo nos preparamos a reconocer al pobre para sostenerlo en el tiempo de la necesidad”.

“Uno no improvisa instrumentos de misericordia. Es necesario un entrenamiento cotidiano, que proceda de la conciencia de lo mucho que necesitamos, nosotros los primeros, de una mano tendida hacia nosotros”, continuó.

El Santo Padre resaltó que “en este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un establo”.

“Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad”, concluyó.






Homilía del Papa Francisco en la Misa por la Jornada Mundial de los Pobres

Redacción ACI Prensa




El Papa Francisco presidió este domingo 15 de noviembre la Misa dominical en el Altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro del Vaticano con motivo de la IV Jornada Mundial de los pobres.

El Pontífice estuvo acompañado de una pequeña representación de personas pobres y sin hogar junto con los voluntarios que los acompañan y representantes de las organizaciones caritativas que les ofrecen asistencia de forma diaria.


A continuación, el texto completo de la homilía del Papa Francisco:

La parábola que hemos escuchado tiene un comienzo, un desarrollo y un desenlace, que iluminan el principio, el núcleo y el final de nuestras vidas.

El comienzo. Todo inicia con un gran bien: el dueño no se guarda sus riquezas para sí mismo, sino que las da a los siervos; a uno cinco, a otro dos, a otro un talento, «a cada cual según su capacidad» (Mt 25,15). Se ha calculado que un único talento correspondía al salario de unos veinte años de trabajo: era un bien superabundante, que entonces era suficiente para toda una vida.

Aquí está el comienzo: también para nosotros todo empezó con la gracia de Dios, que es Padre y ha puesto tanto bien en nuestras manos, confiando a cada uno talentos diferentes. Somos portadores de una gran riqueza, que no depende de cuánto poseamos, sino de lo que somos: de la vida que hemos recibido, del bien que hay en nosotros, de la belleza irreemplazable que Dios nos ha dado, porque somos hechos a su imagen, cada uno de nosotros es precioso a sus ojos, único e insustituible en la historia. Así nos mira Dios, así nos siente Dios.

Qué importante es recordar esto: En demasiadas ocasiones, cuando miramos nuestra vida, vemos sólo lo que nos falta. Nos lamentamos de lo que nos falta. Entonces cedemos a la tentación del “¡ojalá!”: ¡ojalá tuviera ese trabajo, ojalá tuviera esa casa, ojalá tuviera dinero y éxito, ojalá no tuviera ese problema, ojalá tuviera mejores personas a mi alrededor!... La ilusión del “ojalá” nos impide ver lo bueno y nos hace olvidar los talentos que tenemos. Sí, tú no tienes eso, pero tienes esto. El “ojalá” hace que nos olvidemos de ello.

Pero Dios nos los ha confiado porque nos conoce a cada uno y sabe de lo que somos capaces; confía en nosotros, a pesar de nuestras fragilidades. También confió en aquel siervo que ocultó el talento: esperaba que, a pesar de sus temores, también él utilizara bien lo que había recibido. En concreto, el Señor nos pide que nos comprometamos con el presente sin añoranza del pasado, sino en la espera diligente de su regreso.

Esa fea nostalgia que es como un humor amarillo, un humor negro que envenena el alma y la hace mirar siempre hacia atrás, siempre hacia los demás, pero nunca a las propias manos, a la posibilidad de trabajo que el Señor nos ha dado, a nuestras condiciones y también a nuestras pobrezas.

Así llegamos al centro de la parábola: es el trabajo de los sirvientes, es decir, el servicio. El servicio es también obra nuestra, el esfuerzo que hace fructificar nuestros talentos y da sentido a la vida: de hecho, no sirve para vivir el que no vive para servir. Debemos repetir esto, repetirlo con frecuencia: “No sirve para vivir el que no vive para servir”. Debemos meditar esto: “No sirve para vivir el que no vive para servir”. ¿Pero cuál es el estilo de servicio? En el Evangelio, los siervos buenos son los que arriesgan.

No son cautelosos y precavidos, no guardan lo que han recibido, sino que lo emplean. Porque el bien, si no se invierte, se pierde; porque la grandeza de nuestra vida no depende de cuánto acaparamos, sino de cuánto fruto damos. Cuánta gente pasa su vida acumulando, pensando en estar bien en vez de hacer el bien. ¡Pero qué vacía es una vida que persigue las necesidades, sin mirar a los necesitados! Si tenemos dones, es para ser nosotros dones para los demás.

Aquí, hermanos y hermanas, hagámonos una pregunta: ¿Soy capaz de mirar a quien tiene necesidad, a quien está en la necesidad?

Cabe destacar que los siervos que invierten, que arriesgan, son llamados «fieles» cuatro veces (vv. 21.23). Para el Evangelio no hay fidelidad sin riesgo. Pero Padre, ser cristiano, ¿significa arriesgar? Sí, arriesgar. Si tu no arriesgas acabarás enterrando tus capacidades, tus riquezas espirituales, materiales, todo. No hay fidelidad sin riesgo.

Ser fiel a Dios es gastar la vida, es dejar que los planes se trastoquen por el servicio. Pero yo, para este plan, ¿sirvo? Tú deja que se desarrolle el plan y sirve. Es triste cuando un cristiano juega a la defensiva, apegándose sólo a la observancia de las reglas y al respeto de los mandamientos.

Esos cristianos comedidos, que nunca dan un paso fuera de las reglas, nunca. Tienen miedo del riesgo. Permitidme la imagen: estos que se preocupan así de sí mismos, de no arriesgarse nunca, estos comienzan en la vida un proceso de momificación del alma, y terminan como momias.

No es suficiente con observar las reglas. La fidelidad a Jesús no se limita simplemente a no equivocarse. Eso es negativo. Así pensaba el sirviente holgazán de la parábola: falto de iniciativa y creatividad, se escondió detrás de un miedo estéril y enterró el talento recibido.

El dueño incluso lo calificó como «malo» (v. 26). A pesar de no haber hecho nada malo, pero tampoco nada bueno. Prefirió pecar por omisión antes de correr el riesgo de equivocarse. No fue fiel a Dios, que ama entregase totalmente; y le hizo la peor ofensa: devolverle el don recibido.

En cambio, el Señor nos invita a jugárnosla generosamente, a vencer el miedo con la valentía del amor, a superar la pasividad que se convierte en complicidad. Hoy, en estos tiempos de incertidumbre y fragilidad, no desperdiciemos nuestras vidas pensando sólo en nosotros mismos. Con esa actitud de la indiferencia. No nos engañemos diciendo: «Hay paz y seguridad» (1 Ts 5,3). San Pablo nos invita a enfrentar la realidad, a no dejarnos contagiar por la indiferencia.

Entonces, ¿cómo podemos servir siguiendo la voluntad de Dios? El dueño le explica esto al sirviente infiel: «Debías haber llevado mi dinero a los prestamistas, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses» (v. 27). ¿Quiénes son los “prestamistas” para nosotros, capaces de conseguir un interés duradero?

Son los pobres. No lo olvidéis. Los pobres están en el centro del Evangelio. El Evangelio no se entiende sin los pobres. Los pobres están en la misma personalidad de Jesús que, siendo rico, se humilló a sí mismo haciéndose pobre. Se hizo pecado, la peor pobreza.

Los pobres nos garantizan un rédito eterno y ya desde ahora nos permiten enriquecernos en el amor. Porque la mayor pobreza que hay que combatir es nuestra carencia de amor.

El Libro de los Proverbios alaba a una mujer laboriosa en el amor, cuyo valor es mayor que el de las perlas: debemos imitar a esta mujer que, según el texto, «tiende sus brazos al pobre» (Pr 31,20). Esta es la gran riqueza de esta mujer. Extiende tu mano a los necesitados, en lugar de exigir lo que te falta: de este modo multiplicarás los talentos que has recibido.

Se acerca el tiempo de la Navidad, el tiempo de las fiestas. Cuántas veces surge esta pregunta que se hace la gente: ¿Qué puedo comprar? ¿Qué más puedo tener? Tengo que ir a las tiendas a comprar para tener. Digamos en cambio otra palabra: ¿Qué puedo dar a los demás para ser como Jesús que se entregó a sí mismo precisamente en aquel pesebre.

Llegamos así al final de la parábola: habrá quien tenga abundancia y quien haya desperdiciado su vida y permanecerá siendo pobre (cf. v. 29). Al final de la vida, en definitiva, se revelará la realidad: la apariencia del mundo se desvanecerá, según la cual el éxito, el poder y el dinero dan sentido a la existencia, mientras que el amor, lo que hemos dado, se revelará como la verdadera riqueza. Eso caerá, en cambio, el amor, emergerá.

Un gran Padre de la Iglesia escribió: «Así es como sucede en la vida: después de que la muerte ha llegado y el espectáculo ha terminado, todos se quitan la máscara de la riqueza y la pobreza y se van de este mundo. Y se los juzga sólo por sus obras, unos verdaderamente ricos, otros pobres» (S. Juan Crisóstomo, Discursos sobre el pobre Lázaro, II, 3). Si no queremos vivir pobremente, pidamos la gracia de ver a Jesús en los pobres, de servir a Jesús en los pobres.

Me gustaría agradecer a tantos fieles siervos de Dios, que no dan de qué hablar sobre ellos mismos, sino que viven así. Pienso, por ejemplo, en D. Roberto Malgesini. Este sacerdote no hizo teorías; simplemente, vio a Jesús en los pobres y el sentido de la vida en el servicio. Enjugó las lágrimas con mansedumbre, en el nombre de Dios que consuela.

En el comienzo de su día estaba la oración, para acoger el don de Dios; en el centro del día estaba la caridad, para hacer fructificar el amor recibido; en el final, un claro testimonio del Evangelio. Comprendió que tenía que tender su mano a los muchos pobres que encontraba diariamente porque veía a Jesús en cada uno de ellos. Pidamos la gracia de no ser cristianos de palabras, sino en los hechos. Para dar fruto, como Jesús desea.





El Papa en la Jornada Mundial de los Pobres: “No sirve para vivir el que no vive para servir”

Redacción ACI Prensa


Ante unas 100 personas, entre personas sin hogar, pobres, voluntarios y representantes de asociaciones caritativas, el Papa Francisco presidió este domingo 15 de noviembre la Misa en el Altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro del Vaticano con motivo de la Jornada Mundial de los Pobres.

En su homilía el Pontífice pidió valorar los dones que Dios entregó a cada uno, sin lamentarse por lo que se carece, y no desperdiciar la vida “pensando sólo en nosotros mismos”.

En ese sentido insistió en que “no sirve para vivir el que no vive para servir”, un lema que invito a repetir y a meditar.

El Santo Padre destacó la generosidad de Dios, “que es Padre y ha puesto tanto bien en nuestras manos, confiando a cada uno talentos diferentes”.

Recordó que “somos portadores de una gran riqueza, que no depende de cuánto poseamos, sino de lo que somos: de la vida que hemos recibido, del bien que hay en nosotros, de la belleza irreemplazable que Dios nos ha dado, porque somos hechos a su imagen, cada uno de nosotros es precioso a sus ojos, único e insustituible en la historia”.

Lamentó que “en demasiadas ocasiones, cuando miramos nuestra vida, vemos sólo lo que nos falta. Entonces cedemos a la tentación del ‘¡ojalá!’: ¡ojalá tuviera ese trabajo, ojalá tuviera esa casa, ojalá tuviera dinero y éxito, ojalá no tuviera ese problema, ojalá tuviera mejores personas a mi alrededor!... La ilusión del ‘ojalá’ nos impide ver lo bueno y nos hace olvidar los talentos que tenemos”.

Frente a esa tentación del “ojalá”, insistió que “el Señor nos pide que nos comprometamos con el presente sin añoranza del pasado, sino en la espera diligente de su venida”.

Ese compromiso exige un esfuerzo, “el esfuerzo que hace fructificar nuestros talentos y da sentido a la vida: de hecho, no sirve para vivir el que no vive para servir”.

Porque “el bien, si no se invierte, se pierde; porque la grandeza de nuestra vida no depende de cuánto acaparamos, sino de cuánto fruto damos. Cuánta gente pasa su vida acumulando, pensando en estar bien en vez de hacer el bien. ¡Pero qué vacía es una vida que persigue las necesidades, sin mirar a los necesitados! Si tenemos dones, es para ser dones”.

“Ser fiel a Dios es gastar la vida, es dejar que los planes se trastoquen por el servicio. Es triste cuando un cristiano juega a la defensiva, apegándose sólo a la observancia de las reglas y al respeto de los mandamientos”.

Explicó que “el Señor nos invita a jugárnosla generosamente, a vencer el miedo con la valentía del amor, a superar la pasividad que se convierte en complicidad. Hoy, en estos tiempos de incertidumbre y fragilidad, no desperdiciemos nuestras vidas pensando sólo en nosotros mismos”.

En ese sentido, los pobres juegan un papel profético: “Ellos nos garantizan un rédito eterno y ya desde ahora nos permiten enriquecernos en el amor. Porque la mayor pobreza que hay que combatir es nuestra carencia de amor”.




En la Jornada Mundial de los Pobres, el Papa recuerda a sacerdote italiano asesinado

Redacción ACI Prensa



El Papa Francisco recordó al sacerdote italiano de la Diócesis de Como, Roberto Malgesini, asesinado el pasado 15 de septiembre cuando ayudaba a una persona sin hogar.

Durante la homilía de la Misa celebrada este domingo 15 de noviembre en la Basílica de San Pedro del Vaticano, con motivo de la Jornada Mundial de los Pobres, el Santo Padre puso de ejemplo a Roberto Malgesini de vida entregada al servicio de los pobres, en los que veía a Jesús.

“Pienso en D. Roberto Malgesini. Este sacerdote no hizo teorías; simplemente, vio a Jesús en los pobres y el sentido de la vida en el servicio. Enjugó las lágrimas con mansedumbre, en el nombre de Dios que consuela”.

“En el comienzo de su día estaba la oración, para acoger el don de Dios; en el centro del día estaba la caridad, para hacer fructificar el amor recibido; en el final, un claro testimonio del Evangelio. Comprendió que tenía que tender su mano a los muchos pobres que encontraba diariamente porque veía a Jesús en cada uno de ellos. Pidamos la gracia de no ser cristianos de palabras, sino en los hechos. Para dar fruto, como Jesús desea”, fueron las palabras del Pontífice.

De 51 años, don Roberto Malgesini falleció apuñalado cerca de su parroquia, la Iglesia de San Rocco. Su atacante, una persona sin hogar a la que ayudaba, padecía problemas mentales.




Jornada Mundial de los Pobres: 

El Papa pide tender la mano a los pobres

Redacción ACI Prensa

 Foto: Vatican Media



El Papa Francisco recordó a los cristianos los muchos dones que han recibido de Dios –la vida, la fe, el Evangelio, el Espíritu Santo, los sacramentos– e invitó a ponerlos al servicio de Dios y de la salvación de los hermanos tendiendo la mano a los pobres.

El Santo Padre habló así durante el rezo del Ángelus que presidió este domingo 15 de noviembre desde el Palacio Apostólico del Vaticano.

En su comentario de la lectura del día, el Papa explicó la parábola de los talentos en la que un propietario encomienda a sus siervos la custodia y administración de sus bienes ante una inminente larga ausencia.

Al primero le encomienda cinco talentos, al segundo dos y al tercero uno. En el Evangelio se especifica que Jesús realiza esa distribución no de forma aleatoria, sino “según la capacidad de cada uno”.

El Pontífice señaló que esa es la forma de actuar de Dios: “Así hace el Señor con todos nosotros: nos conoce bien, sabe que no somos iguales y no quiere privilegiar a nadie en detrimento de otros, sino que encomienda a cada uno un capital de acuerdo con sus capacidades”.

De ese modo, en ausencia del amo, los dos primeros siervos se arriesgaron y decidieron invertir los talentos que se les había encomendado, y consiguieron duplicar la suma. El tercero, sin embargo, tuvo miedo a perder lo que se le había pedido que custodiara y decide enterrarlo “para evitar peligros”.

“Lo deja allí, a salvo de los ladrones, pero sin hacerlo fructífero”. Finalmente, el propietario regresa y “pide cuentas a sus siervos. Los dos primeros presentan el buen fruto de sus esfuerzos, y el maestro los elogia, los recompensa y los invita a compartir su alegría”.

Sin embargo, el tercero, “al darse cuenta de que está en falta, inmediatamente empieza a justificarse diciendo: ‘Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste, por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo’”.

“Se defiende de su pereza acusando a su amo de ser ‘duro’. Entonces el amo le recrimina: le llama siervo ‘malo y perezoso’; hace que le quiten su talento y lo echen de su casa”.

Francisco lamentó que “este es un hábito que también nosotros tenemos. Muchas veces nos defendemos acusando a los demás. Pero ellos no tienen la culpa, la culpa es nuestra, el defecto es nuestro. Y este siervo acusa al otro, al padrón, para justificarse. También nosotros muchas veces hacemos lo mismo”.

El Papa Francisco subrayó que “esta parábola vale para todos, pero, como siempre, especialmente para los cristianos. También hoy tiene mucha actualidad, hoy que es la Jornada del Pobre, donde la Iglesia nos dice a los cristianos: ‘Tiende la mano al pobre. Tiende tu mano al pobre. No estás solo en la vida. Hay gente que te necesita. No seas egoísta. Tiende la mano al pobre”.

“Todos hemos recibido de Dios un ‘patrimonio’ como seres humanos: en primer lugar, la vida misma, luego las diferentes facultades físicas y espirituales. Como discípulos de Cristo hemos recibido la fe, el Evangelio, el Espíritu Santo, los sacramentos...”.

Señaló que “estos dones hay que emplearlos para hacer el bien en esta vida, como servicio a Dios y a nuestros hermanos. Y hoy la Iglesia nos dice: ‘Usa eso que te ha dado Dios y mira a los pobres. Hay muchos. También en nuestras ciudades, en el centro de nuestras ciudades. Hay muchos. Haced el bien”.

“A veces pensamos que ser cristianos es no hacer el mal, y no hacer el mal es bueno. Pero no hacer el bien no es bueno. Debemos hacer el bien, salir de nosotros mismos y mirar, mirar a aquellos que tienen necesidad. Hay mucha hambre, también en el corazón de nuestra ciudad. Y muchas veces entramos en esa lógica de la indiferencia. Si el pobre está ahí, miramos a otra parte. Tiende tu mano al pobre. Es Cristo”.

Además, rechazó las críticas que señalan que la Iglesia se centra demasiado en sus mensajes sobre los pobres. “Algunos dicen: ‘Estos sacerdotes, estos obispos que hablan de los pobres… Nosotros queremos que nos hablen de la vida eterna’. Mira hermano y hermana: Los pobres están en el centro del Evangelio y Jesús nos ha enseñado a hablar a los pobres. Es Jesús quien vino por los pobres. Tiende tu mano al pobre”.

“Has recibido muchas cosas, ¿y dejas que tu hermano o hermana muera de hambre? Queridos hermanos y hermanas, que cada uno diga en su corazón esto que Jesús nos dice hoy: ‘Tiende tu mano al pobre’. Y nos dice otra cosa Jesús: ‘¿Sabes? El pobre soy yo’. Jesús nos dice esto: ‘El pobre soy yo’”.

El Papa Francisco concluyó poniendo de ejemplo a “la Virgen María, que recibió un gran regalo, a Dios mismo, pero no se lo guardó para sí misma, se lo dio al mundo, a su pueblo. Aprendamos de ella a tender la mano a los pobres”.

domingo, 18 de octubre de 2020

JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES: EL PAPA FRANCISCO PIDE APOYO PARA LOS MISIONEROS 2020



 Jornada Mundial de las Misiones: El Papa pide apoyo para los misioneros

Redacción ACI Prensa

 Foto: Vatican Media / OMP




En el día en que la Iglesia celebra el Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND por sus siglas en español), el Papa Francisco invitó a todo cristiano a ser “tejedor de fraternidad”.

Al finalizar el rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro del Vaticano este domingo 18 de octubre, el Pontífice recordó que “hoy celebramos la Jornada Mundial de las Misiones, que lleva por tema ‘Aquí estoy, envíame. Tejedores de fraternidad’. Es bella esta palabra: ‘tejedores’. Cada cristiano está llamado a ser un ‘tejedor’ de fraternidad. Lo son de forma especial los misioneros y misioneras, sacerdotes, laicos, consagradas, que siembran el Evangelio en el gran campo del mundo. Recemos por ellos y démosles nuestro apoyo concreto”.

El DOMUND tiene como objetivo dedicar una jornada de apoyo para los misioneros y mantener los 1.115 territorios de misión que hay en los 5 continentes.

Ese apoyo tiene dos pilares. Por un lado, el económico, para lo cual este día se pone en marcha una campaña de recaudación de fondos para el sostenimiento de las misiones. Y, por otro, la oración, sin la cual no sería posible la labor evangelizadora de los misioneros.

En unas recientes declaraciones del P. José María Calderón, director de OMP España, este domingo es “la forma que tenemos los cristianos de colaborar a que la Iglesia en tierra de misión exista”.

El P. Calderón afirmó que los cristianos “creemos firmemente en el poder de la oración”, y por eso se invita a todos los fieles en este día a dedicar sus oraciones por todos los misioneros.

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