lunes, 30 de diciembre de 2013

EL EVANGELIO DE HOY: 30.12.2013

Autor: P Juan Pablo Menéndez | Fuente: Catholic.net
En el Templo con la profetisa Ana
Lucas 2, 36-40. Navidad. María presenta su hijo a Dios y a nosotros. Es esa la mayor riqueza que la vida en familia encierra.
 
En el Templo con la profetisa Ana
Del santo Evangelio según san Lucas 2, 36-40

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Cuando José y María entraban en el templo para la presentación del niño, se acercó Ana, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.
Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.


Oración preparatoria

Ven, Espíritu Santo, que esta oración me fortalezca para evitar actitudes de indolencia, desidia o pereza y me ayude a comprender el valor del tiempo. Te ofrezco esmerarme por saber aprovechar cada minuto de mi vida para darte gloria, sirviendo con alegría y mucho amor a los demás; con tu gracia, sé que lo voy a lograr.

Petición

Cristo, dame la gracia de sentir el apremio por hacer rendir al máximo el tiempo que Dios me concede.

Meditación del Papa Francisco

Hermanos: ¡Ánimo! La mitad de nosotros tenemos una edad avanzada: la vejez es – me gusta decirlo así – la sede de la sabiduría de la vida. Los viejos tienen la sabiduría de haber caminado en la vida, como el anciano Simeón, la anciana Ana en el Templo. Y justamente esta sabiduría les ha hecho reconocer a Jesús.
Ofrezcamos esta sabiduría a los jóvenes: como el vino bueno, que mejora con los años, ofrezcamos esta sabiduría de la vida. Me viene a la mente aquello que decía un poeta alemán sobre la vejez: es el tiempo de la tranquilidad y de la plegaria. Y también de brindar esta sabiduría a los jóvenes. [...] A la poderosa intercesión de María, nuestra Madre, Madre de la Iglesia, encomiendo mi ministerio y el vuestro.
Que cada uno de vosotros, bajo su amparo maternal, camine alegre y con docilidad a la voz de su divino Hijo, fortaleciendo la unidad, perseverando concordemente en la oración y dando testimonio de la fe genuina en la continua presencia del Señor. (S.S. Francisco, 15 de marzo de 2013).

Reflexión

Como que resumiendo todo el período de la infancia de Jesús, se nos dice que Él estaba "sometido" a sus padres y que "progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres" (Lc 2,51-52). Durante la mayor parte de su vida, Jesús compartió la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios, vida en la comunidad (cf. Catecismo de la Iglesia Cátolica, n. 531). No siempre recordamos esto, pero lo que más distinguió a Jesús fue su vida familiar. En cambio, a menudo consideramos sólo su vida pública.

Si Jesucristo nos ha redimido tanto con su vida oculta de Nazaret como con sus escasos tres años de predicador itinerante, entonces, los 30 años que pasaba detrás del portal de la casa sencilla de Nazaret no fueron menos fecundos. Lo manifiesta también la frase del Evangelio: "El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él."

Ciertamente, el propósito común de María y José fue el de proporcionar una esmerada educación a Jesús y Él la asimiló con la actitud más confiada, diligente y sumisa que jamás ha tenido un hijo. María y José vieron cómo su inteligencia y su voluntad humanas se iban despertando, desarrollando y fortificando. Por otro lado, no sólo habrán buscado trasmitirle un gran número de conocimientos acerca de las costumbres y tradiciones del pueblo judío, sino sobre todo el mundo de valores y de ideales que los animaba, donde Dios lo era todo. Así habrán compartido muchas veces los mismos sentimientos, afectos e intereses.

Es esa la mayor riqueza que la vida en familia encierra. Sorprende, con qué eficacia se va trasmitiendo, casi irradiando hacia los demás. Quizá por eso la profetiza Ana se sintió atraída hacia esta familia. Es hermoso pensar que la Virgen María en persona le habrá contado a San Lucas todos estos detalles acerca de la niñez de Jesús. ¿Quién más lo podría haber hecho? 

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