Ayer
me dijo una persona: "No se me ocurre ninguna buena idea para mi
sacrificio de cuaresma. ¿Me sugiere algo que usted crea que le agrade a
Jesucristo?"
A los sacrificios de cuaresma se les da con frecuencia un enfoque
negativo: cosas a las que hay que renunciar. Personalmente prefiero el
enfoque positivo: vencer el mal con el bien (Rm 12,21), hacer el bien.
Abstinencia, ayuno, abnegación, renuncia, son palabras que se ponen
de moda en cuaresma. Renunciar a cosas agradables es difícil, supone
sacrificio. También supone sacrificio ser generoso, salir de sí mismo y
pensar en el bien del otro antes que en el propio.
Cuando Jesucristo tenía la cruz delante dijo que él daba su vida
voluntariamente: "Nadie me la quita, yo la doy por mí mismo." (Jn
10,18a) Fue un acto de generosidad. El sacrificio de Jesucristo fue
poner amor y poner el mayor amor posible.
Si aún no encuentras qué sacrificio de cuaresma puedes ofrecer a
Jesucristo, tal vez te interese esta idea: Orar por tus enemigos y por
aquellas personas que te han hecho sufrir o te resultan pesadas.
La oración de intercesión consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende hasta los enemigos, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 2647.
¿Y por qué lo propongo como sacrificio de cuaresma? Porque cambiar
la herida en compasión y purificar la memoria transformando la ofensa en
intercesión (cfr. Catecismo 2843) es un camino de conversión.
Es también oración de sanación, porque una oración así sana las
heridas del corazón, purifica el rencor, prepara al perdón, ensancha el
corazón.
"Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de
un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la
Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la
expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora
busca "no su propio interés sino el de los demás" (Flp 2,4), hasta rogar
por los que le hacen mal". (Catecismo 2635)
Lo más difícil de este sacrificio es hacer la oración con un corazón
que ha conocido la conversión. Cuando hagamos oración por las personas
que nos resulten pesadas o nos hayan hecho daño, hay que hacerlo
poniendo buenos sentimientos. No es un: "Te suplico, Señor, que esta
persona se muera cuanto antes, pues no la soporto", sino de verdad poner
amor, como Jesús: "El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida
mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía
salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun
siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a
la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los
que le obedecen" (Hb 5,7-9).
¿A quién se le ocurre orar por los enemigos, por las personas
insoportables, por quienes no nos perdonan, por aquellos que nos han
herido, por quienes nos ofenden y hacen daño, por los seres queridos que
nos hacen sufrir? A un buen cristiano.
Poner amor como un acto generoso y gratuito es un modo de construir
la civilización del amor. La civilización del amor también se construye
orando por aquellos a quienes hemos hecho sufrir y por quienes nos han
hecho sufrir. Como dice la canción: Si amo la flor, amo también sus
espinas. Sólo el amor nos hace grandes, sólo el amor hace ver que es
precisamente lo que duele lo que hace al hombre amable entre los seres.
Te propongo que al terminar de leer este artículo pienses en alguien
que te cueste tratar, o en alguna persona que te haya hecho daño, o en
alguien que se dedique a ofenderte, y que reces por él. Y puedes rezar
también por aquellos que sienten lo mismo respecto a ti. Hacerlo todos
los días de cuaresma sería lo mejor.