lunes, 24 de agosto de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: LUNES 24 DE AGOSTO DEL 2015


El encuentro de Jesús con Natanael

Solemnidades y Fiestas



Juan 1, 45-51. Fiesta Bartolomé apóstol. Bartolomé permaneció vacilante hasta que escuchó las palabras de Jesús... ¡alabándole! 



Por: P Clemente González | Fuente: Catholic.net 




Te adelantamos las Reflexiones del Evangelio de la 21a. Semana del Tiempo Ordinario,  del domingo 23 al sábado 29 de agosto 2015.
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Del santo Evangelio según san Juan 1, 45-51
En aquel tiempo, Felipe encuentra a Natanael y le dice: Aquel de quien escribieron Moisés y la Ley y los Profetas lo hemos encontrado: a Jesús, hijo de José, de Nazaret. Natanael le replicó: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Felipe le contestó: Ven y verás. Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño. Natanael le contesta: ¿De qué me conoces? Jesús le responde: Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Natanael respondió: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Jesús le contestó: ¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores. Y le añadió: Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre.

Oración introductoria
Jesús, eres el hijo de Dios, el rey de mi vida y mi mejor amigo, maestro y pastor. Me tomas de la mano y me conduces al Padre. Me insistes en la conversión, pues sólo un corazón decidido puede a orar en la fe. Ayúdame a orar disponiendo mi corazón para hacer la voluntad del Padre.

Petición
Señor, concédeme buscar la santidad en la coherencia y en el cumplimiento de tu voluntad.

Meditación del Papa Francisco
La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. Nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial.
Puestos ante Él con el corazón abierto, dejando que Él nos contemple, reconocemos esa mirada de amor que descubrió Natanael el día que Jesús se hizo presente y le dijo: “Cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. ¡Qué dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! Entonces, lo que ocurre es que, en definitiva, “lo que hemos visto y oído es lo que anunciamos”.
La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y otra vez. Para eso urge recobrar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás. (S.S. Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 264).
Reflexión
¿De este pueblo tan pequeño puede salir algo bueno? Estas fueron las palabras que San Bartolomé, también llamado Natanael, dijo a Felipe, sorprendido ante la noticia de que había un gran hombre venido desde Nazaret.

Natanael permaneció vacilante hasta que escuchó las palabras de Jesús, alabándole. Cristo demuestra que conoce perfectamente el interior del hombre, y por eso se permite elogiarle en público. ¿Y qué diría Jesús de nosotros? ¿Podría repetir las palabras que dirigió al santo que hoy contemplamos? Y tú, ¿qué opinión tienes de ti mismo?

Lo que en realidad somos está recogido en nuestra conciencia. Ella nos avisa ante la bondad o maldad de nuestros actos, antes y después de hacerlos. Por eso, el que actúa guiado por una conciencia recta, tiene la seguridad de llevar una vida honrada, ante sí mismo, ante los hombres y ante Dios.

Formar una buena conciencia es gran parte del secreto de nuestro obrar. ¿Y cómo se forma? Con criterios objetivos, válidos para todos y siempre. Por ejemplo, los diez mandamientos son la ayuda básica para saber qué debemos hacer y qué hay que evitar. Y una vez que hemos establecido fuertemente los principios, es necesario mantenerse firme en ellos.

Propósito
Restar importancia a mis puntos de vista, para estar más abierto a la opinión de los demás.

Diálogo con Cristo 
Jesús, frecuentemente soy escéptico y desconfío en que puedo alcanzar la santidad, porque no me dejo transformar por tu gracia y no cumplo la voluntad de Dios. Por eso te pido, hoy, que abras mi espíritu, mi corazón, mi entendimiento, para que sepa reconocerte siempre y darte el lugar que te corresponde en mi vida.

EL ESTILO DE TU VIDA DEPENDE DE TU LIBERTAD


El estilo de tu vida depende de tu libertad
Quizá hoy podamos cambiar la opción de nuestra vida.
Por: Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net 




Los últimos momentos de cualquier ser humano tienen un especial aire de solemnidad. Los últimos momentos de un gran hombre son todavía mucho más especiales.

Los últimos momentos de Sócrates fueron narrados por Platón hace ya mucho tiempo. El maestro se encontraba en la cárcel, sentado entre sus más fieles amigos. Se acercaba el momento de ejecutar la sentencia capital. Faltaban pocos minutos para que llegase el verdugo con el veneno, y todo acabaría. Bueno, no todo, pues el Sócrates que presenta Platón es un hombre que está convencido de que le espera una vida mejor, una vez franqueadas las fronteras de la muerte.

El misterio de la muerte nos pone ante el gran problema de la vida, de nuestra vida humana. Aquí las preguntas son muchas: ¿somos animales sofisticados que pasamos un tiempo en este planeta herido y contaminado, para luego desaparecer y ser recordados por unos cuantos íntimos? ¿O hay algo más allá de la muerte? La pregunta resulta fundamental, hoy como ayer, a la hora de orientar todo lo que queremos y realizamos. Si todo termina en el “gran teatro del mundo”, cuando baje el telón no habrá nada que temer: la muerte nos absorberá, cesará toda sensación, todo pensamiento, y una oscura tiniebla nos engullirá entre sus entrañas escabrosas, como en un abrazo letal. Pero si hay algo más después de la agonía...

El mundo de hoy vive, por un lado, de las herencias cristianas, y, por otro, de los progresos científicos. Entre los investigadores encontramos hoy un número no pequeño de neurólogos que quieren comprender lo que es el pensamiento, la conciencia, las emociones, el amor. Exploran el cerebro, hacen nuevos experimentos, lanzan teorías. Algunos pretenden explicar la reflexión humana como si fuese el resultado de la actividad de redes neuronales, actividad que termina cuando el “aparato” (eso que llamamos cerebro) es incapaz de coordinar eficazmente las 100 mil millones de neuronas que lo componen. Y nos muestran, con gráficas interesantes y comprensibles, las distintas zonas de la corteza cerebral responsables de la palabra, de la imaginación, de la creatividad, de los sueños. Hace poco alguno dijo que había descubierto la zona de la corteza que regula algunas experiencias religiosas...

Quizá sería bueno volver a escuchar al inquieto Sócrates para poner en duda parte de estas interesantes propuestas. En la narración de Platón, Sócrates hace una reflexión fundamental: es cierto que yo no estaría aquí, sentado y en diálogo con mis amigos, si no tuviese tendones, músculos, huesos, pulmones, aires, etc. Pero todo ello no es más que la condición (el instrumento) que me permite realizar algo más profundo: un acto de voluntad. He aceptado conscientemente la condena a muerte, porque he creído que ese era mi deber. Esta es la explicación verdadera del porqué me encuentro aquí, esperando la cicuta. De lo contrario, haría ya un buen tiempo que estas piernas y estos tendones habrían escapado lejos de Atenas para huir de una muerte deshonrosa...

Las reflexiones de Sócrates pueden estimular a los neurólogos de hoy. Es cierto que sin el cerebro no podemos pensar, ni amar, ni decir un disparate o escribir una poesía. Pero también es verdad que todo acto profundamente humano, todo pensamiento y todo amor, va más allá de lo que pueda ser un complicadísimo sistema de neuronas. En pocas palabras, y según el ejemplo de Sócrates, el cerebro es condición del pensamiento y del amor, pero no su explicación profunda. Al otro lado de la frontera inicia el mundo del espíritu, algo que escapa a los microscopios más sofisticados y a los experimentos más geniales.

Desde luego, habrá quien crea que los pobres espiritualistas, los que creen en la posibilidad de amar y de pensar (de vez en cuando, claro está) de modo inteligente, son víctimas de alguna ilusión que radica en alguna lesión de su cerebro, o en un desarrollo particular de tal o cual zona de la corteza. Pero será bueno ver, como afirmaba un abogado interesado en los temas científicos, Philip E. Johnson, si estos escépticos serán capaces de encontrar la parte de masa gris que hace que ellos piensen en clave materialista, que les lleve a no creer en el espíritu...

Desde luego, la vida más allá de la muerte será siempre un misterio. Sólo el día en que nos toque atravesar el dintel de ese momento dramático, se resolverán las dudas, y quizá haya más de alguna sorpresa inesperada. Mientras llega el momento, sigue siendo estimulante aquella intuición de Pascal: ¿quién tiene más miedo del mas allá, aquel que vive creyendo que no existe, pero comportándose de forma que podría merecer el infierno, o aquel que vive creyendo que sí hay otra vida, y busca merecer el premio definitivo? Aquí radica la diferencia entre un Hitler, un Stalin, un Sócrates, un Francisco de Asís o una Madre Teresa de Calcuta. El estilo de vida que cada uno escoja depende de su libertad. Y ahora, mientras las neuronas nos permitan mantenernos lúcidos, podemos decidirlo. Quizá después ya no podamos cambiar la opción de vida, que quedará fijada para siempre...

APEGOS


Apegos


Un pájaro herido no puede volar, pero un pájaro que se apega a una rama de árbol, tampoco. ¡Deja de apegarte al pasado!

Dice el proverbio hindú: "El agua se purifica fluyendo; el hombre, avanzando". El mundo está lleno de sufrimiento; la raíz del sufrimiento es el apego; la supresión del sufrimiento significa la eliminación, el abandono de los apegos.

Hay un deseo común, que es el cumplimiento de lo que se cree que va a dar felicidad al yo, al ego. Ese deseo es apego, porque ponemos en él la seguridad, la certeza de la felicidad.

Es el miedo el que nos hace desear la felicidad, y ella no se deja agarrar. Ella es. Esto sólo lo descubrimos observando, bien despiertos, viendo cuándo nos mueven los miedos y cuándo nuestras motivaciones son reales.

Si nos aferramos a los deseos, es señal de que hay apego. ¿Abandonar los apegos significa apartarse del mundo material? La respuesta es: ¡No!

Uno usa el mundo material, uno goza el mundo material, pero no debe hacer depender su felicidad del mundo material. ¿Está esto suficientemente claro?

Uno comienza a gozar las cosas cuando está desapegado, porque el apego produce ansiedad. Si estás ansioso cuanto te aferras a algo, difícilmente podrás gozarlo.

Por lo tanto, lo que te propongo no es una renuncia al goce: es una renuncia a la posesividad, a la ansiedad, a la tensión, a la depresión frente a la pérdida de algo.

¿De dónde crees que provienen todos los conflictos? De los apegos.

¿De dónde crees que proviene el sufrimiento? De los apegos.

¿De dónde crees que proviene la soledad? De los apegos.

¿De dónde crees que proviene el vacío? Tú lo sabes: el origen es el mismo.

¿De dónde crees que provienen los temores? También de los apegos. Sin apego no hay temor. ¿Lo pensaste alguna vez? Sin apego no hay temor.

SALVADO POR UNA MISA


Salvado por una misa
Cuando Pedro recuperó la conciencia y pudo recordar lo que había ocurrido, enseguida hizo un balance de su vida...

Por: Redacción | Fuente: salvadmereina.co.cr 




En las ciudades pequeñas todo el mundo se conoce. Los lazos de amistad se estrechan aún más y los buenos amigos se tratan como auténticos hermanos. Es lo que ocurrió con Marcos y Pedro. Los dos crecieron en la acogedora localidad de Lagoa Dourada: juntos hicieron la Primera Comunión en la parroquia del Señor Buen Jesús, estudiaron en la Escuela Pública y participaron activamente en las actividades parroquiales, especialmente como monaguillos en las celebraciones solemnes.

El primero pertenecía a una familia muy católica y en el seno de la misma le habían transmitido una gran devoción a la Santa Misa. Desde pequeñito su abuela, doña Matilde, le llevaba a la iglesia bien temprano para participar en la Sagrada Eucaristía y le iba explicando paso a paso cada parte del Santo Sacrificio del Altar, lo que le dejaba encantado al ver el amor de Jesús por cada uno de nosotros.

Sin embargo, Pedro no había recibido en su hogar tan piadosas influencias. Sus padres eran católicos, sí, aunque poco devotos; tan sólo se preocupaban por gozar de buena salud y tener éxito en los negocios. Había sido doña Matilde la que le había dado una adecuada formación religiosa.

Era ella quien les enseñaba el Catecismo a los dos inseparables compañeros, quien les había preparado para que hicieran la Primera Comunión y quien les animó a que fueran monaguillos en la iglesia parroquial.

El tiempo había pasado y estos buenos amigos ya se habían hecho hombres maduros. Cada uno constituyó su propio hogar, ambos tuvieron hijos y los dos continuaron viviendo en la misma Lagoa Dourada.

Marcos era un padre dedicado y procuraba transmitir a sus hijos toda la buena formación que había recibido de su abuela. Pero sobre todo se esforzaba por darles el ejemplo de un buen cristiano: rezaba el Rosario en familia, enseñaba el Catecismo a los pequeños e iba a Misa todos los días, pues ésta había sido siempre su devoción más grande.

Pedro, por el contrario, se había olvidado de las enseñanzas recibidas y empezó a preocuparse, al igual que sus progenitores, únicamente por el bienestar material de su familia. Su comportamiento en materia de religión no era de lo mejor: nunca rezaba con sus hijos y sólo iba a Misa los domingos… si es que ese día no había organizado alguna visita a las haciendas de sus colegas.

Todas la mañanas, después de dejar a su hijos en la escuela, Marcos asistía a Misa. Al terminar el Sagrado Banquete, se iba a desayunar a su panadería y se comía un buen pan calentito, untado con mantequilla derretida, hecha con la leche pura y grasa de su granja.

De vez en cuando Pedro iba a visitarle, pero la amistad entre ellos iba siendo menos robusta. Las conversaciones giraban casi exclusivamente sobre sus negocios y, aunque intentara mantener las apariencias, se notaba que sus intereses cada vez se distanciaban más de los de Marcos.

Del enfriamiento de las relaciones al rencor había sólo un paso. A pesar de que Marcos no vivía para los negocios como Pedro, su panadería era envidiable, su hacienda muy productiva y su fábrica de lácteos un modelo de factoría bien dirigida. ¿Cuál sería la razón de este éxito? —pensaba Pedro, quien no escatimaba esfuerzos para que sus negocios prosperaran y que sufría con una cosecha escasa, con el desgaste de la tierra y con las enfermedades de su ganado; sin hablar de las crecientes deudas que tenía, las cuales amenazaban su patrimonio…

Un día, los dos amigos fueron invitados a un congreso de terratenientes que se realizaría en la capital de la región. Marcos le propuso que hicieran el viaje juntos y Pedro aceptó por puro interés, porque así los gastos serían menores. La salida quedó fijada para un miércoles, después de la Misa matutina.

Sin embargo, el párroco no pudo celebrarla en el horario habitual aquel día, pues había sido solicitado para que atendiera a un enfermo de una aldea vecina, y avisó que sí habría Misa al mediodía. Marcos, entonces, decidió retrasar el viaje, pero Pedro intentó disuadirlo diciéndole:

— ¡Qué tontería! ¿Qué hay de malo si no vas a Misa un día?

— La Misa tiene un valor infinito, le respondió Marcos. Prefiero esperar.

— Bien, entonces te vas tú solo más tarde. Yo ya me marcho…

Y antes de alejarse añadió:

— ¿Cómo es posible que atrases un viaje de esta envergadura únicamente por causa de una Misa? Tienes toda la vida para asistir a otras muchas más…

En realidad, Pedro se alegraba por la situación que se había creado, pues pensaba que si llegaba antes que Marcos a la ciudad podría escoger la mejor negociación del momento y conseguir superiores resultados.

Sin embargo, en la carretera —llena de curvas— que une Lagoa Dourada con la ciudad vecina se produjo un derrumbe en el justo momento en que Pedro estaba pasando por ahí con su camioneta. La avalancha de tierra le hizo perder el control de su vehículo y cayó barranco abajo.

Fue llevado al hospital y pasó varios días en coma. Cuando recuperó la conciencia y pudo recordar lo que había ocurrido, enseguida hizo un balance de su vida: se dio cuenta de lo alejado que estaba de Dios y de los Sacramentos, y se preguntaba si aquel accidente de automóvil no sería una señal de alerta que venía de la eternidad.

¡Qué locura había sido el haber menospreciado de esa manera una Misa! ¡Qué cerca estuvo de no poder participar en ninguna más! Hizo llamar a su amigo Marcos y al verlo entrar en la habitación del hospital, el convaleciente le dijo:

— Has sido salvado por una Misa. Fui muy codicioso y desprecié el valor supremo e infinito que tiene una sola Celebración Eucarística…

Marcos trató de animarlo inmediatamente y Pedro le expresó lo arrepentido que estaba de la vida que llevaba. Le confió que el accidente le hizo acordarse de todo lo que había aprendido con doña Matilde y, sobre todo, de la frase que repetía con tanta seriedad: “Si supiese que habría una Misa en el rincón más apartado de la Tierra y no tuviera oportunidad de participar en otra, haría lo que fuera para ir hasta allí”.

Cuando Pedro se recuperó totalmente y regresó a su casa, cambió radicalmente de vida. Volvió a ser un amigo leal y empezó a frecuentar otra vez los Sacramentos, con toda su familia. Sus negocios prosperaron y su espíritu, libre de envidias y egoísmos, encontró nuevamente la paz.

Esa única Misa le salvó de un accidente a Marcos, pero también le dio nueva vida al alma de Pedro.

MARTIRIO DE SAN BARTOLOMÉ, APÓSTOL, 24 DE AGOSTO


SAN BARTOLOMÉ, APÓSTOL, 24 DE AGOSTO


Bartolomé, Santo
Apóstol, 24 de agosto
Fuente: Centro de Espiritualidad Santa María 




Apóstol y Mártir

Martirologio Romano: Fiesta de san Bartolomé, apóstol, al que generalmente se identifica con Natanael. Nacido en Caná de Galilea, fue presentado por Felipe a Cristo Jesús en las cercanías del Jordán, donde el Señor le invitó a seguirle y lo agregó a los Doce. Después de la Ascensión del Señor, es tradición que predicó el Evangelio en la India y que allí fue coronado con el martirio (s. I)

Etimológicamente: Bartolomé = hijo de Tolomé” (Bar =hijo. Tolomé = “cultivador y luchador”).. Viene de la lengua hebrea.

Breve Biografía
A este santo (que fue uno de los doce apóstoles de Jesús) lo pintaban los antiguos con la piel en sus brazos como quien lleva un abrigo, porque la tradición cuenta que su martirio consistió en que le arrancaron la piel de su cuerpo, estando él aún vivo.

Parece que Bartolomé es un sobrenombre o segundo nombre que le fue añadido a su antiguo nombre que era Natanael (que significa "regalo de Dios") Muchos autores creen que el personaje que el evangelista San Juan llama Natanael, es el mismo que otros evangelistas llaman Bartolomé. Porque San Mateo, San Lucas y San Marcos cuando nombran al apóstol Felipe, le colocan como compañero de Felipe a Natanael.

El encuentro más grande de su vida.

El día en que Natanael o Bartolomé se encontró por primera vez a Jesús fue para toda su vida una fecha memorable, totalmente inolvidable. El evangelio de San Juan la narra de la siguiente manera: "Jesús se encontró a Felipe y le dijo: "Sígueme". Felipe se encontró a Natanael y le dijo: "Hemos encontrado a aquél a quien anunciaron Moisés y los profetas. Es Jesús de Nazaret". Natanael le respondió: " ¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?" Felipe le dijo: "Ven y verás". Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: "Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño" Natanael le preguntó: "¿Desde cuando me conoces?" Le respondió Jesús: "antes de que Felipe te llamara, cuando tú estabas allá debajo del árbol, yo te vi". Le respondió Natanael: "Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel". Jesús le contestó: "Por haber dicho que te vi debajo del árbol, ¿crees? Te aseguró que verás a los ángeles del cielo bajar y subir alrededor del Hijo del Hombre." (Jn. 1,43 ).

Felipe, lo primero que hizo al experimentar el enorme gozo de ser discípulo de Jesús fue ir a invitar a un gran amigo a que se hiciera también seguidor de tan excelente maestro. Era una antorcha que encendía a otra antorcha. Pero nuestro santo al oír que Jesús era de Nazaret (aunque no era de ese pueblo sino de Belén, pero la gente creía que había nacido allí) se extrañó, porque aquél era uno de los más pequeños e ignorados pueblecitos del país, que ni siquiera aparecía en los mapas. Felipe no le discutió a su pregunta pesimista sino solamente le hizo una propuesta: "¡Ven y verás que gran profeta es!"

Una revelación que lo convenció.

Y tan pronto como Jesús vio que nuestro santo se le acercaba, dijo de él un elogio que cualquiera de nosotros envidiaría: "Este si que es un verdadero israelita, en el cual no hay engaño". El joven discípulo se admira y le pregunta desde cuándo lo conoce , y el Divino Maestro le añade algo que le va a conmover: "Allá, debajo de un árbol estabas pensando qué sería de tu vida futura. Pensabas: ¿Qué querrá Dios que yo sea y que yo haga? Cuando estabas allá en esos pensamientos, yo te estaba observando y viendo lo que pensabas". Aquélla revelación lo impresionó profundamente y lo convenció de que este sí era un verdadero profeta y un gran amigo de Dios y emocionado exclamó: "¡Maestro, Tú eres el hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel! ¡Maravillosa proclamación! Probablemente estaba meditando muy seriamente allá abajo del árbol y pidiéndole a Dios que le iluminara lo que debía de hacer en el futuro, y ahora viene Jesús a decirle que El leyó sus pensamientos. Esto lo convenció de que se hallaba ante un verdadero profeta, un hombre de Dios que hasta leía los pensamientos. Y el Redentor le añadió una noticia muy halagadora. Los israelitas se sabían de memoria la historia de su antepasado Jacob, el cuál una noche, desterrado de su casa, se durmió junto a un árbol y vio una escalera que unía la tierra con el cielo y montones de ángeles que bajaban y subían por esa escalera misteriosa. Jesús explica a su nuevo amigo que un día verá a esos mismos ángeles rodear al Hijo del Hombre, a ese salvador del mundo, y acompañarlo, al subir glorioso a las alturas.

Desde entonces nuestro santo fue un discípulo incondicional de este enviado de Dios, Cristo Jesús que tenía poderes y sabiduría del todo sobrenaturales. Con los otros 11 apóstoles presenció los admirables milagros de Jesús, oyó sus sublimes enseñanzas y recibió el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego.
El libro muy antiguo, y muy venerado, llamado el Martirologio Romano, resume así la vida posterior del santo de hoy: "San Bartolomé predicó el evangelio en la India. Después pasó a Armenia y allí convirtió a muchas gentes. Los enemigos de nuestra religión lo martirizaron quitándole la piel, y después le cortaron la cabeza".

Para San Bartolomé, como para nosotros, la santidad no se basa en hacer milagros, ni en deslumbrar a otros con hazañas extraordinarias, sino en dedicar la vida a amar a Dios, a hacer conocer y amar mas a Jesucristo, y a propagar su santa religión, y en tener una constante caridad con los demás y tratar de hacer a todos el mayor bien posible.

Oración

Oh, Dios omnipotente y eterno, que hiciste este día tan venerable día con la festividad de tu Apóstol San Bartolomé, concede a tu Iglesia amar lo que el creyó, y predicar lo que él enseñó. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén

¡Felicidades a los Bartolomés!
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