Entrar en el proyecto de Dios
En el texto evangélico de este domingo, vemos cómo Jesús se encamina hacia Jerusalén. Tiene clara la meta de su viaje. Allí consumará su entrega y su servicio de amor. Así nos salvará. Ese amor libera, salva y redime. Mientras tanto, Jesús va pasando por varias ciudades donde predica la buena nueva. Uno le interpela con una pregunta: “¿son pocos los que se salvan?” Jesús responde no con números sino indicando más bien cuál es el camino que lleva a la salvación, al que se accede por una “puerta estrecha”. Se trata de optar por Cristo. La puerta estrecha es Él y su seguimiento como nuevo proyecto de construcción del ser humano que le conduce a la Vida. Es el proyecto de Dios en Cristo para la humanidad, un proyecto de amor, servicio y entrega. Eso es lo que significa la “estrechez”.
La “puerta-Cristo” es “estrecha” porque él se dona, se da, se desvive con misericordia; no se mira a sí mismo, sino que constantemente se abre y se entrega. Este camino de descentramiento de uno mismo y de afianzamiento en el amor y la misericordia conduce a la Vida. Este camino de amor es el Reino de Dios, el proyecto de Dios, que realiza Jesús “puerta” y al que invita como camino seguro de salvación.
El egoísmo arruina la vida y es la expresión más clara del pecado. Que se lo digan al rico epulón. Es la perspectiva lucana del seguimiento de Jesús que se tiene que notar en pasos claros y en opciones claras de acuerdo a Él. El Cristo que sube a Jerusalén es el icono más claro de “kénosis”, vaciamiento, desprendimiento, entrega, servicio supremo, “estrechez” máxima para sí mismo en favor de los demás. Este proyecto se ofrece a todos sin prerrogativa ninguna de raza y mérito por eso, alguno demasiado seguro por su “cumpli-miento”, puede llevarse una sorpresa: “hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”.
Los que opten por Cristo, sin ninguna reserva, viviendo desde el amor entregado, ciertamente se sitúan en primera línea. A todos se ofrece ese proyecto de Vida, a todos se ofrece la salvación. La cuestión sobre la salvación no está, pues, en cuántos sino en la decisión valiente de “cruzar la Puerta”.