lunes, 20 de junio de 2011

FORTALEZA...

Fortaleza

Cuando estés en la noche oscura del sufrimiento no culpes a Dios, no te culpes a ti mismo, ni culpes a los demás.

En lugar de ahogarte con la culpa fortalece tu espíritu con la oración, buenas lecturas y el apoyo de quienes te aman.

No te concentres únicamente en tus penas y valora todo lo bueno que aún puedes disfrutar.

Si no te dejas vencer por el desespero serás capaz de luchar, como lo hacen tantos que están en peores situaciones.

Por eso te conviene mirar hacia abajo y adarte cuenta de que otros sonríen sin pies cuando tú lloras por no tener zapatos.

Hay penas que nos parecen insufribles pero paso a paso vamos saliendo adelante si avivamos la fe y la esperanza.

Nos pasa como el alpinista que ve la cumbre lejana, pero poco a poco sus bríos lo llevan hasta arriba.

Dios nunca te abandona y está allí contigo aunque a veces no lo sientas. Sigue adelante y verás como puedes más de lo que crees.

NECESITAMOS SILENCIO...

Necesitamos silencio  
Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.


        En este mensaje al corazón le decimos, ¡Necesitamos Silencio! Sí necesitamos silencio en nuestras vidas para poder vivir a plenitud. Necesitamos silencio en nuestros corazones para contemplar las maravillas que nos rodean: la naturaleza con sus diferente tonalidades de verdes, los colores de las amapolas, de los lirios, de las rosas, las formas caprichosas de las rocas, la majestuosidad de las montañas, la humildad de las pequeñas colinas, la paz de los valles. La belleza de un atardecer, o de una noche de luna, o de un día soleado de campo se pierde porque nos falta silencio y soledad para contemplarlos.

        Se necesita silencio para meditar en esos gestos de amor que tiene mucha gente para con nosotros. Para saborear la ternura de una madre que ama a sus hijos. Para contemplar la comprensión de nuestro amigo que no nos falló en los momentos de crisis. Para contemplar esos actos misericordiosos y llenos de perdón que ha tenido la gente que nos ama.

        Necesitamos silencio para ver la belleza escondida en el rostro sucio y travieso de un niño, en el candor e inocencia de un nene durmiendo, en la grandeza escondida de un pequeño que irá creciendo y se irá haciendo un hombre lentamente, y que ya tiene esa grandeza en potencia, en germen.

        Se necesita silencio para poder contemplar la grandeza de tantas vidas heroicas, que han brindado lo suyo para hacer de este mundo un mundo mejor y que han estado muy cercanos a nosotros brindando su pan, su consejo, su amor, su perdón, su comprensión.

        Se necesita silencio para contemplar la paciencia que han tenido algunos con nosotros, para contemplar también el porqué oculto, pero dramático, que incluyen y mueven a algunos a realizar actos buenos y a otros a realizar actos ofensivos y dañinos. Se necesita silencio para ver en estos últimos, sus traumas, sus frustraciones, sus fracasos, las tinieblas que poco a poco envuelve sus vidas y que los lleva a eso. Se necesita silencio para perdonarlos y comprender su pobre situación.

        Se necesita silencio para admirar los gestos sencillos, pero cargados de amor que mucha gente en la vida realiza. Se necesita silencio para que el esposo escuche los latidos del corazón amoroso y tierno de su esposa, su fidelidad, su paciencia y viceversa. Por falta de silencio se ahogan oportunidades maravillosas de amar, porque el ruido nos impide pensar, el ruido nos impide reflexionar, el ruido nos impide en definitiva amar.

        Necesitamos silencio para contemplar la presencia de Dios que está en tí, que está en mí; la presencia del Señor que es nuestro eterno acompañante, nuestro más fiel amigo, el que siempre nos ama muy a pesar de nuestros pecados.

        Necesitamos silencio para poder escuchar a Dios. El silencio es necesario para la contemplación de la Verdad. Leer la palabra de Señor y orar en silencio nos ayudará a saber quién es Dios para nosotros.

        Necesitamos silencio para escuchar la voz del que sufre, la voz del que padece, el lamento del que nos necesita. Hay mucho lamento de soledad, de miedo, de dolor, de hambre, y de vacío de Dios. Hay mucha gente que sufre y el ruido en que vivimos nos impide contemplar el sufrimiento y el dolor de tanta gente. Necesitamos silencio para escucharlos.

        Necesitamos silencio porque la lengua es un arma muy peligrosa, y fijémonos cómo usamos nuestra lengua. ¿Qué decimos?, ¿Cómo lo decimos?, ¿Qué transmitimos generalmente? Muchas veces transmitimos angustia, sospechas, miedos, intrigas, tensión. Y muchas veces no dejamos que los demás hagan su silencio. Con nuestro ruido robamos a los otros la paz que podrían tener.

        En el silencio, María, en una profunda oración recibió el anuncio del ángel, y en el silencio el Verbo se hizo carne. En el silencio de una noche estrellada, apartada de la ciudad nació Jesús. En el silencio del taller de Nazaret, Jesús trabajaba y meditaba en las cosas de su padre. En el silencio de las montañas y los lagos hablaba Jesús con su Padre Dios.

        En el silencio se han concebido las grandes obras artísticas, científicas y filosóficas. En el silencio muchos hombres se han hecho grandes, porque han podido pensar.

        ¿Por qué no hace del silencio su mejor aliado en esta sociedad tan ruidosa? En el silencio encontrará la paz, el equilibrio, la serenidad y sobre todo en el silencio encontrará a Dios y no se olvide, ¡CON EL SOMOS INVENCIBLES!

PREPÁRATE PARA LAS PRUEBAS...


Prepárate para las Pruebas...

Ya habéis oído lo que los malos pastores aman. Ved ahora lo que descuidan. No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas, es decir, a las que sufren; no recogéis a las descarriadas, ni buscáis a las perdidas, y maltratáis brutalmente a las fuertes, destrozándolas y llevándolas a la muerte. Decir que una oveja ha enfermado quiere significar que su corazón es débil, de tal manera que puede ceder ante las tentaciones en cuanto sobrevengan y la sorprendan desprevenida.

El pastor negligente, cuando recibe en la fe a alguna de estas ovejas débiles, no le dice: Hijo mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas; mantén el corazón firme, sé valiente. Porque quien dice tales cosas, ya está confortando al débil, ya está fortaleciéndole, de forma que, al abrazar la fe, dejará de esperar en las prosperidades de este siglo. Ya que, si se le induce a esperar en la prosperidad, esta misma prosperidad será la que le corrompa; y, cuando sobrevengan las adversidades, lo derribarán y hasta acabarán con él.

Así, pues, el que de esa manera lo edifica, no lo edifica sobre piedra, sino sobre arena. Y la roca era Cristo. Los cristianos tienen que imitar los sufrimientos de Cristo, y no tratar de alcanzar los placeres. Se conforta a un pusilánime cuando se le dice: «Aguarda las tentaciones de este siglo, que de todas ellas te librará el Señor, si tu corazón no se aparta lejos de él. Porque precisamente para fortalecer tu corazón vino él a sufrir, vino él a morir, a ser escupido y coronado de espinas, a escuchar oprobios, a ser, por último, clavado en una cruz. Todo esto lo hizo él por ti, mientras que tú no has sido capaz de hacer nada, no ya por él, sino por ti mismo».

¿Y cómo definir a los que, por temor de escandalizar a aquellos a los que se dirigen, no sólo no los preparan para las tentaciones inminentes, sino que incluso les prometen la felicidad en este mundo, siendo así que Dios mismo no la prometió? Dios predice al mismo mundo que vendrán sobre él trabajos y más trabajos hasta el final, ¿y quieres tú que el cristiano se vea libre de ellos? Precisamente por ser cristiano tendrá que pasar más trabajos en este mundo.

Lo dice el Apóstol: Todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo será perseguido. Y tú, pastor que tratas de buscar tu interés en vez del de Cristo, por más que aquél diga: Todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo será perseguido, tú insistes en decir: «Si vives piadosamente en Cristo, abundarás en toda clase de bienes. Y, si no tienes hijos, los engendrarás y sacarás adelante a todos, y ninguno se te morirá». ¿Es ésta tu manera de edificar? Mira lo que haces, y dónde construyes. Aquel a quien tú levantas está sobre arena. Cuando vengan las lluvias y los aguaceros, cuando sople el viento, harán fuerza sobre su casa, se derrumbará, y su ruina será total.

Sácalo de la arena, ponlo sobre la roca; aquel que tú deseas que sea cristiano, que se apoye en Cristo. Que piense en los inmerecidos tormentos de Cristo, que piense en Cristo, pagando sin pecado lo que otros cometieron, que escuche la Escritura que le dice: El Señor castiga a sus hijos preferidos. Que se prepare a ser castigado, o que renuncie a ser hijo preferido.

SAN AGUSTÍN.

NO DIGAS PADRE NUESTRO...


¿Cómo reconocer lo que es bueno para mí?

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
¿Cómo reconocer lo que es bueno para mí?
Ante los conflictos de cada día, ¿cómo encontrar el camino correcto? ¿Qué es lo bueno para mí en esta hora, en estas circunstancias?
¿Cómo reconocer lo que es bueno para mí?


Si decimos que una cosa es buena, ¿qué queremos decir? Tal vez que nos gusta, o que nos sirve, o que conduce a la perfección de lo más específico de nuestra condición humana (la propia y la de otros).

Las tres posibilidades apenas mencionadas fueron encuadradas ya desde el mundo griego, que distinguía entre bienes deleitables (placeres), bienes útiles, y bienes honestos.

La pregunta, sin embargo, tiene que ir más a fondo: ¿de donde le viene a algo el que se presente como bueno para mí?

Miramos por unos minutos el vuelo de una golondrina. Notamos la belleza de su forma, las acrobacias en el aire, el toque de sus giros imprevistos. Percibimos que es bueno mirarla, que ella misma es buena, que el tiempo que estamos allí, arrobados, vale la pena.

Surgen, sin embargo, problemas, incluso conflictos. Al mirar el vuelo de la golondrina sustraigo tiempo que podría dedicar a resolver algunos problemas en la casa. Al emplear más tiempo para el estudio noto que me faltan horas para escuchar a un familiar que necesita ayuda.

Ante los conflictos de cada día, ¿cómo encontrar el camino correcto? ¿Qué es lo bueno para mí en esta hora, en estas circunstancias, en el círculo de personas más cercanas o respecto de las que viven tal vez lejos?

Las preguntas muestran la dificultad de encontrar lo bueno concreto para mí. Cerrar los ojos al problema y seguir simplemente el primer impulso puede llevarme a callejones sin salida, a daños en la propia vida o a penas en quienes me rodean.

¿Cómo, entonces, reconozco lo bueno para mí? Con una mirada serena, con un corazón atento, con una disciplina que me aparte del capricho inmediato y me abra a la justicia. También con la ayuda de consejos de quienes, desde la madurez adquirida tras buenas elecciones, pueden ofrecerme algo de luz.

Sobre todo, encontraré lo bueno para mí (y para otros) con una oración sencilla, confiada, a Dios. En ella le pediré un corazón grande y una mente dispuesta a descubrir en cada momento ese bien que puedo realizar en los próximos pasos de mi caminar humano.



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