Todos tendremos un
fin
Si bien, la idea de la
muerte nos sobrecoge, sobre todo si la experimentamos en alguien cercano, hemos
de contar con ella para prepararnos para ese momento. Un cuento nos lo
ilustra.
Salím era el sirviente favorito del Rey Salomón. Vivía en el
palacio en Jerusalén y se encargaba de que todo estuviera en orden y no faltara
nada. Por ello aquel día salió muy de mañana del palacio rumbo al mercado.
Necesitaba supervisar personalmente los ingredientes necesarios para preparar un
banquete que tendría lugar esa noche para celebrar al rey. Al llegar al mercado
empezó a inspeccionar los diferentes puestos en busca de los mejores
comestibles. Mientras miraba las especies, he aquí que de repente se encuentra
de frente con la figura tenebrosa de la misma muerte que iba cubierta con un
manto negro. Ambos se miraron muy sorprendidos. Salím al instante salió
corriendo, tomó su caballo y se dirigió al palacio de vuelta.
Espantado y
con miedo, pidió hablar con el rey. Aún con temblor le contó lo sucedido y cómo
la muerte se sorprendió. Por ello le pedía el mejor caballo para salir huyendo a
toda prisa hacia Damasco y alcanzar a llegar a sus puertas justo al ponerse el
sol. El rey sabio intentó calmarlo diciéndole que la muerte es inevitable y le
advirtió que nada impide que llegue a su tiempo. Sin embargo su sirviente
insistió, por lo que el rey ordenó que se le diera su propio caballo, tal como
lo deseaba.
Sin más demora, Salím partió hacia Damasco. A toda velocidad
salió de la ciudad y emprendió la huída desesperada. Se repetía insistentemente:
“Tendré que llegar a las puertas de Damasco justo al ponerse el sol”. Parecía
difícil la meta pues estaba mucha distancia. Sin embargo, el caballo era
extraordinariamente fuerte y veloz. Nada lo distraía ni detenía, ni siquiera
para comer algo, y a toda velocidad cabalgaba queriendo llegar con el sol a su
destino. Casi se ponía el sol cuando por fin ve a lo lejos la ciudad. Quiso
poner un último esfuerzo seguro de llegar a las puertas de Damasco justo al
ponerse el sol como se había propuesto.
Sin embargo, cuál va siendo su
sorpresa que, junto a las puertas de Damasco, le esperaba una extraña silueta
que fue reconociendo conforme se acercaba. Era la figura lúgubre de la misma
muerte que esperaba con su manto negro de pie.
Rendido por el cansancio,
ya no podía intentar huir. Llegó a las puertas justo al ponerse el sol. Se
detuvo, bajó rendido del caballo y se sometió a la muerte: “Has vencido, aquí me
tienes”, le dijo. Ésta lo saludo cortésmente diciéndole: “Sí Salím, hoy es el
día en que estaba dispuesto que te llevara conmigo”. Sin embargo Salím quiso
salir de una duda y se la hizo saber a la muerte: “Si estabas dispuesta a
llevarme contigo, ¿por qué en el mercado te sorprendiste tanto al verme?”. La
muerte respondió: “Efectivamente, me quedé muy sorprendida al verte en el
mercado, pues tenía asignado recogerte justo al ponerse el sol en las puertas de
Damasco. Al verte en el mercado pensé que no era posible hacerlo, pero ahora veo
que has llegado puntual a la cita”, y diciendo esto se lo llevó
consigo.
El carácter ineludible de la muerte nos debe llevar a estar
preparados tanto respecto a nuestros asuntos humanos, pero sobre todo en los
espirituales puesto que entramos a la vida
definitiva.
Pbro. José Martínez
Colín
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