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lunes, 11 de julio de 2011

TODOS TENDREMOS UN FIN...

Todos tendremos un fin


Si bien, la idea de la muerte nos sobrecoge, sobre todo si la experimentamos en alguien cercano, hemos de contar con ella para prepararnos para ese momento. Un cuento nos lo ilustra.

Salím era el sirviente favorito del Rey Salomón. Vivía en el palacio en Jerusalén y se encargaba de que todo estuviera en orden y no faltara nada. Por ello aquel día salió muy de mañana del palacio rumbo al mercado. Necesitaba supervisar personalmente los ingredientes necesarios para preparar un banquete que tendría lugar esa noche para celebrar al rey. Al llegar al mercado empezó a inspeccionar los diferentes puestos en busca de los mejores comestibles. Mientras miraba las especies, he aquí que de repente se encuentra de frente con la figura tenebrosa de la misma muerte que iba cubierta con un manto negro. Ambos se miraron muy sorprendidos. Salím al instante salió corriendo, tomó su caballo y se dirigió al palacio de vuelta.

Espantado y con miedo, pidió hablar con el rey. Aún con temblor le contó lo sucedido y cómo la muerte se sorprendió. Por ello le pedía el mejor caballo para salir huyendo a toda prisa hacia Damasco y alcanzar a llegar a sus puertas justo al ponerse el sol. El rey sabio intentó calmarlo diciéndole que la muerte es inevitable y le advirtió que nada impide que llegue a su tiempo. Sin embargo su sirviente insistió, por lo que el rey ordenó que se le diera su propio caballo, tal como lo deseaba.

Sin más demora, Salím partió hacia Damasco. A toda velocidad salió de la ciudad y emprendió la huída desesperada. Se repetía insistentemente: “Tendré que llegar a las puertas de Damasco justo al ponerse el sol”. Parecía difícil la meta pues estaba mucha distancia. Sin embargo, el caballo era extraordinariamente fuerte y veloz. Nada lo distraía ni detenía, ni siquiera para comer algo, y a toda velocidad cabalgaba queriendo llegar con el sol a su destino. Casi se ponía el sol cuando por fin ve a lo lejos la ciudad. Quiso poner un último esfuerzo seguro de llegar a las puertas de Damasco justo al ponerse el sol como se había propuesto.

Sin embargo, cuál va siendo su sorpresa que, junto a las puertas de Damasco, le esperaba una extraña silueta que fue reconociendo conforme se acercaba. Era la figura lúgubre de la misma muerte que esperaba con su manto negro de pie.

Rendido por el cansancio, ya no podía intentar huir. Llegó a las puertas justo al ponerse el sol. Se detuvo, bajó rendido del caballo y se sometió a la muerte: “Has vencido, aquí me tienes”, le dijo. Ésta lo saludo cortésmente diciéndole: “Sí Salím, hoy es el día en que estaba dispuesto que te llevara conmigo”. Sin embargo Salím quiso salir de una duda y se la hizo saber a la muerte: “Si estabas dispuesta a llevarme contigo, ¿por qué en el mercado te sorprendiste tanto al verme?”. La muerte respondió: “Efectivamente, me quedé muy sorprendida al verte en el mercado, pues tenía asignado recogerte justo al ponerse el sol en las puertas de Damasco. Al verte en el mercado pensé que no era posible hacerlo, pero ahora veo que has llegado puntual a la cita”, y diciendo esto se lo llevó consigo.

El carácter ineludible de la muerte nos debe llevar a estar preparados tanto respecto a nuestros asuntos humanos, pero sobre todo en los espirituales puesto que entramos a la vida definitiva.


Pbro. José Martínez Colín


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