jueves, 19 de noviembre de 2015

JESÚS, ROSTRO DE LA MISERICORDIA


Jesús, rostro de la misericordia
Necesitamos contemplar el misterio de la misericordia divina, porque es fuente, condición, revelación y acción del amor de Dios por nosotros


Por: Ramiro Pellitero 



Con la bula de convocación para el Jubileo extraordinario de la Misericordia, Misericordiae Vultus (11-IV-2015) se abre un periodo preparatorio de oración y estudio, diálogo y acción. Es un camino, el de la misericordia, que la Iglesia viene recorriendo desde su comienzo, más intensamente desde mediados del siglo pasado; y que ahora Francisco propone como catalizador de un impulso nuevo.

Para facilitar la lectura del texto del Papa y su asimilación, cabe estudiarlo distinguiendo algunas partes (distinción que es nuestra, no del documento).



La Misericordia, característica de Dios y de su obrar

“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre” (n. 1). El texto se abre con esta afirmación que sirve a la vez de explicación del título y de síntesis, no solo del documento, sino de la fe cristiana. Santo Tomás considera que “es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta u omnipotencia” (S. Th. II-II, q30, a4). La liturgia lo recoge desde antiguo. Dios, rico en misericordia, nos ha enviado a su hijo para salvarnos. “Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios” (Ib.). Necesitamos contemplar el misterio de la misericordia divina, porque es fuente, condición, revelación y acción del amor de Dios por nosotros, que se hace para nosotros ley y camino en nuestra relación con Él y los demás. 


El Concilio Vaticano II, signo de la Misericordia

El Jubileo extraordinario se iniciará el 8 de diciembre, a los 50 años de la clausura del Concilio Ecuménico Vaticano II. También aquí la primera frase dice ya lo más importante: “La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento” (n. 4). El Concilio –tal como lo impulsaron san Juan XXIII y el beato Pablo VI– quiso anunciar el Evangelio en nuestro tiempo de un modo más comprensible, en el marco de la caridad y de la misericordia de Dios. 


La misericordia divina en el Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento describe a Dios como “paciente y misericordioso”, para presentarle con entrañas de padre y de madre. El salmo 136 repite continuamente “eterna es su misericordia”. Y Francisco lo interpreta como “un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre” (n. 7). 


La misericordia, núcleo del Evangelio

Ese salmo 136 forma parte de un himno judío (el hallel), recitado en las fiestas litúrgicas importantes. Jesús rezó con él (cf. Mt 26, 30) y lo hizo suyo –señala el Papa– tras la última Cena, precisamente como explicación de la institución de la Eucaristía y preludio de su pasión y muerte, que llevaban hacia la consumación su entrega por nosotros. Una entrega manifiesta en toda su vida: en sus actitudes (particularmente hacia los enfermos y los pecadores, como Mateo) y en sus enseñanzas, sobre todo en algunas parábolas (como la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y los dos hijos, y la del siervo despiadado que no quería perdonar a su compañero) y en las bienaventuranzas.

A partir de ahí la misericordia es considerada por Francisco como núcleo del mensaje evangélico y como criterio para saber quiénes son realmente hijos de Dios, como ideal de vida y como signo de credibilidad de la fe cristiana; pues el amor se demuestra en la vida concreta: “intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano” (n. 9).


La misericordia en la misión de la Iglesia

Por todo ello “la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” (n. 10). Siguiendo los pasos de san Juan Pablo II (cf. encíclica Dives in misericordia”, 30-XI-1080), Francisco propone que anunciar la misericordia y testimoniarla en primera persona debe ser hoy camino para la Iglesia. De ahí el significado de la peregrinación –símbolo del camino que es la vida de cada persona– en los Jubileos. Cita las palabras del Evangelio que apuntan a la peregrinación interior: “No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque seréis medidos con la medida que midáis” (Lc 6,37-38).

Entre los modos concretos de ejercitar la misericordia, destaca las obras de misericordia corporales y espirituales: “Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina” (n.15). Más aún, en cada uno de los necesitados hemos de ver a Cristo mismo (cf. Mt 25, 31-45). Otros modos concretos de vivir el Jubileo de la misericordia serán la iniciativa “24 horas para el Señor” (adoración de la Eucaristía, y confesión de los pecados: el Papa pide “que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre”, n. 17), las misiones populares y las indulgencias. Francisco invita a todas las personas a la conversión, especialmente a los más alejados de la gracia de Dios, a los criminales y a los promotores o cómplices de la corrupción.


La conexión entre justicia y misericordia

El documento se detiene a explicar la relación entre justicia y misericordia (que corre paralela a la relación entre verdad y caridad y es manifestación visible de esa relación). “No son –indica Francisco– dos momentos contrastantes entre sí, sino un solo momento que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor” (n. 20).

La justicia, observa, ha sido interpretada con frecuencia de una manera estrecha, como mero cumplimiento de la ley. “Para superar la perspectiva legalista, sería necesario recordar que en la Sagrada Escritura la justicia es concebida esencialmente como un abandonarse confiado en la voluntad de Dios” (Ib.). Contra la mentalidad legalista de los fariseos, “Jesús subraya el gran don de la misericordia divina que busca a los pecadores para ofrecerles el perdón y la salvación” (Ib.) y reclama ante todo la atención a las necesidades que tocan la dignidad de las personas. 

También San Pablo, en palabras de Francisco, enseña que “el juicio de Dios no lo constituye la observancia o no de la ley, sino la fe en Jesucristo, que con su muerte y resurrección trae la salvación junto con la misericordia que justifica. La justicia de Dios se convierte ahora en liberación para cuantos están oprimidos por la esclavitud del pecado y sus consecuencias. La justicia de Dios es su perdón (cf. Sal 51,11-16)” (Ib.). En suma, “Dios no rechaza la justicia. Él la engloba y la supera en un evento superior donde se experimenta el amor que está en la base de una verdadera justicia. (…) Esta justicia de Dios es la misericordia concedida a todos como gracia en razón de la muerte y resurrección de Jesucristo. La Cruz de Cristo, entonces, es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre el mundo, porque nos ofrece la certeza del amor y de la vida nueva” (n. 21).


Tiempo de crecer en misericordia

Concluye deseando que el Jubileo sea una ocasión de encuentro con el judaísmo, el Islam y otras nobles tradiciones religiosas. Y, tras evocar la figura de santa Faustina Kowalska –apóstol de la misericordia–, se confía en María, Madre de la Misericordia y Arca de la Alianza entre Dios y los hombres.

Como decíamos al principio, con este documento se abre, ante el Jubileo de la misericordia, un periodo preparatorio de oración y estudio, diálogo y acción, bajo el impulso del Obispo de Roma. Debe ser un periodo de crecimiento auténticamente espiritual y evangelizador para cada cristiano, y para la Iglesia en sus instituciones y agrupaciones.

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