UNA LUCECITA EN EL CONFESIONARIO.
Lo acaba de decir el papa Francisco: iglesias abiertas y lucecita en el confesionario indicando la presencia del sacerdote.
Nos
cuesta mucho. Andamos siempre con tantas cosas que meternos en el
confesionario simplemente a esperar parece una pérdida de tiempo. Lo más
que hacemos es atender a esa persona que se dirige a nosotros o un
ratito justo antes de la misa que no siempre es posible mantener.
El confesor tiene que aprender del pescador. Cobrar una buena pieza jamás se logra con prisas.
Hay
que dedicar horas, no moverse, dejar la caña echada y esperar. A base
de tiempo y serenidad acaba picando un pez, y de vez en cuando un pez
que merezca la pena.
Este año no hemos tenido en la parroquia “celebración penitencial".
Eso
sí, a cambio, hemos aumentado mucho las horas de presencia en el
confesionario, incluso en algún momento hemos contado con la presencia
de algún otro sacerdote venido de otro lugar.
¿Cuál ha sido el resultado? Pues muchas confesiones y algunas muy especiales. Digo más. Las confesiones más especiales siempre han sido en esos momentos tontos en que no hay nadie o parece que no hay nadie,
y entra alguien en la iglesia, ve la lucecita y algo le empieza a
molestar por dentro hasta que sin saber muy bien por qué se encuentra de
rodillas ante el sacramento.
Bendito sea Dios.
Quizá nos toque a los sacerdotes acostumbrarnos a echar más horas de confesionario.
Quizá
sea necesario arreglar los confesionarios de forma que en ellos no sólo
se pueda rezar el breviario o leer algo, sino tomar notas con una
cierta comodidad, preparar homilías o catequesis, de forma que algunas
cosas de despacho se puedan ir haciendo mientras uno está con la caña
por sí algún pez llega.
Un pescador jamás echa la caña cinco minutos y se marcha.
Un
confesor no puede limitarse a los cinco minutos de urgencia, sino que
necesita echad tiempo, estar, dejarse ver y derrochar paciencia.
El resto, lo pone Dios.
P. JORGE
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