lunes, 28 de abril de 2014

SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT, EL SANTO DE LA DEVOCIÓN MARIANA, ABRIL 28

HOMILÍA DE PAPA FRANCISCO EN MISA DE CANONIZACIÓN DE JUAN PABLO II Y JUAN XXIII



HOMILÍA DE PAPA FRANCISCO EN LA EUCARISTÍA
DE CANONIZACIÓN DE LOS PAPAS 
JUAN PABLO II Y JUAN XXIII


Ciudad del Vaticano, 27 de abril de 2014 (Zenit.org) 

Publicamos a continuación la homilía del Santo Padre en la eucaristía de canonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II.


En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.

Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde, lo hemos escuchado, no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío».

Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado».

Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.

Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.

En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante». La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.

Esta esperanza y esta alegría se respiraba en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles, que hemos escuchado en la segunda lectura. Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.

Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, san Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guidada por el Espíritu Santo. Éste fue su gran servicio a la Iglesia y por eso me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu.

En este servicio al Pueblo de Dios, Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.

Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.


ANUNCIAR LA PASCUA


Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Anunciar la Pascua
¡No tengáis miedo de vuestra debilidad y de vuestra incapacidad! Jesús ha dicho: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».



Anunciar la Pascua
La Cruz. La esperanza había quedado sepultada. Los discípulos huyeron (todos menos Juan). La tumba engullía el cuerpo del Maestro, mientras unas mujeres lloraban, sin comprender el porqué de aquel misterio.

Los milagros, las parábolas, los discursos, el entusiasmo de la gente. Mil recuerdos pasaban por la mente de los primeros discípulos. ¿Había sido un sueño? ¿Vivieron una ilusión vana? ¿Un engaño, un fracaso, un sinsentido?

Al tercer día, el domingo, brilló la esperanza. Son mujeres las primeras que dan el anuncio, que transmiten la noticia. Luego, el mismo Jesús, crucificado victorioso, confirma la fe de los hermanos.

Nace la Iglesia. Quienes habían sucumbido al miedo, a la angustia, a la desesperanza, escuchan con una alegría profunda, completa, palabras de consuelo: “Paz... No tengáis miedo”.

Han pasado muchos siglos. La tumba vacía es un testigo mudo de que la muerte fue vencida. La aparente derrota del Maestro se ha convertido en bandera salvadora. Los sucesores de Pedro, de Santiago, de Juan, de Pablo, han llevado, llevan y llevarán, el mensaje hasta el último rincón de la tierra, hasta el corazón que viva angustiado, triste, lejos de la dulzura de Dios.

Obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas, misioneros laicos, hombres y mujeres de todas las edades, serán anunciadores, serán testigos de Cristo resucitado.

No hemos de tener miedo. Nos lo repetía Juan Pablo II, en la carta “El rápido desarrollo” (24 de enero de 2005):

“¡No tengáis miedo de la oposición del mundo! Jesús nos ha asegurado «Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). ¡No tengáis miedo de vuestra debilidad y de vuestra incapacidad! El divino Maestro ha dicho: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Comunicad el mensaje de esperanza, de gracia y de amor de Cristo, manteniendo siempre viva, en este mundo que pasa, la perspectiva eterna del cielo, perspectiva que ningún medio de comunicación podrá alcanzar directamente: «Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (1Cor 2,9)”.

Todos podemos ser comunicadores, todos podemos dar testimonio del mensaje. Sin miedo, porque Jesús sigue aquí, a nuestro lado. Con alegría, porque el Padre nos ofrece, siempre, sin límites de tiempo, su misericordia. En la valentía que nos da el Espíritu Santo, que es Consolador, que nos defiende, que nos vivifica.

Así podremos compartir un tesoro que no es nuestro, que es para todos. Un tesoro que alguien, quizá muy cerca de mí, necesita conocer para dejar dudas y tristezas, para descubrir que el Padre nos ha amado, que nos lo ha dicho todo en Jesús, su Hijo amado.

LOS CINCO PRIMEROS MINUTOS


LOS CINCO PRIMEROS MINUTOS


No es fácil tomar el tren en marcha ni coger el hilo de una conversación ya iniciada, ni situarse en el proceso de un discurso del que no se ha oído el comienzo. 

Si soy invitado a casa de unos amigos, me las arreglo para no llegar después del aperitivo. 

Si asisto al teatro, me gusta estar acamodado antes de que suba el telón, ambientarme en mi butaca, en la sala, con el resto del público que está a mi alrededor. 

Si voy al cine, echo pestes contra los que pasan por delante de la pantalla y me impiden ver la primeras imágenes de la película.
Si voy a un concierto, me gusta oír cómo el primer violín da el "la", cómo todo se organiza y cómo se pasa de la cacofonía al silencio y del silencio a la música. 

Si conecto la televisión para escuchar el telediario, me molesta perderme el anuncio inicial de las noticias más importantes del día (los titulares). O que, mientras las intento escuchar, otros hablen y me impidan enterarme.

En todas partes, siempre, cuando hay diversas personas que se reúnen para formar asamblea y para llevar a cabo algo que aprecian, es muy importante el primer momento, los primeros cinco minutos.

A todos los aficionados les gusta llegar al estadio de fútbol con antelación al inicio del partido y vivir el ambiente.

¿Y en nuestras iglesias? En nuestras iglesias suele suceder todo lo contrario. La gente llega tarde, se empieza sin silencio, como si no importara lo que se hace y se dice. 
¡Bienaventurada la iglesia en la que todos los bancos están ocupados unos minutos antes del inicio de la Misa!

LA PACIENCIA


LA PACIENCIA

La paciencia es la virtud por la cual se sabe sufrir y tolerar los infortunios y adversidades con fortaleza, sin lamentarse. También significa ser capaz de esperar con serenidad lo que tarda en llegar. 

Vivimos en un mundo frenético. La marabunta de la tecnología y el progreso de las comunicaciones nos han traído enormes beneficios y comodidades. Sin embargo, nos han hecho olvidar la paciencia y la serenidad. Hoy todo es urgente. Te mandé un mail y no lo viste. Te llamé cinco veces y no me contestaste. Te envié un mensajito por el teléfono móvil y no me respondiste. Te estuve esperando quince minutos y no llegaste. ¿Dónde te has metido? ¿Por qué no me avisaste inmediatamente? ¡Date prisa! ¡Al grano! ¿Qué estás esperando? 

Por estas circunstancias, es importante que se aprenda a formar la virtud de la paciencia desde el seno familiar. Las dificultades cotidianas vividas con amor y paciencia nos ayudan a prepararnos para la venida del Reino de Dios. Cuando el niño pequeño llora, cuando el adolescente es rebelde, cuando la hija es respondona, cuando la esposa grita, cuando el marido se enoja, cuando el abuelo chochea, cuando otra vez han dejado entrar al perro en la casa y ha llenado todo de pelos… nos llevamos las manos a la cara y exclamamos: ¡Señor, dame paciencia… pero ahora! 

Es cierto, la paciencia es un fruto del Espíritu Santo y debemos pedirlo constantemente. Esta virtud es la primera perfección de la caridad, como dice san Pablo: “La caridad es paciente, es servicial; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa, no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra en la injusticia; se alegra en la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta” (1 Co 13,4-7) 

La vida familiar aquí en la Tierra es un gimnasio para entrenarnos en esta virtud. Las adversidades diarias nos invitan a sufrir con paciencia la ignorancia, el error, los defectos e imperfecciones de los miembros de la familia. Sufrir con paciencia, se convierte en una hermosa obra de misericordia espiritual. ¡Cuánto más paciente ha sido Cristo con nosotros! 

Paciencia es espera y sosiego en las cosas que se desean.
Paciencia es aprender a esperar cuando realmente no quieres. 
Es descubrir algo que te gusta hacer mientras estás aguardando, y disfrutar tanto de lo que estás haciendo que te olvidas que estás haciendo tiempo.
Paciencia es dedicar tiempo a diario a soñar tus propios sueños y desarrollar la confianza en ti mismo para convertir tus deseos en realidad.
Paciencia es ser complaciente contigo mismo y tener la fe necesaria para aferrarte a tus anhelos, aún cuando pasan los días sin poder ver de qué manera se harán realidad.
Paciencia es amar a los demás aún cuando te decepcionen y no los comprendas.
Es renunciar y aceptarlos tal y como son y perdonarlos por lo que hayan hecho.
Paciencia es amarte a ti mismo y darte tiempo para crecer; es hacer cosas que te mantengan sano y feliz y es saber que mereces lo mejor de la vida y que estás dispuesto a conseguirlo, sin importar cuánto tiempo sea necesario.
Paciencia es estar dispuesto a enfrentarte a los desafíos que te ofrezca la vida, sabiendo que la vida también te ha dado la fuerza y el valor para resistir y encarar cada reto.
Paciencia es la capacidad de continuar amando y riendo sin importar las circunstancias, porque reconoces que, con el tiempo, esas situaciones cambiarán y que el amor y la risa dan un profundo significado a la vida y te brindan la determinación de continuar teniendo paciencia.
Paciencia, tú la tienes, úsala.

Señor, enséñanos a orar en familia como santa Teresa para tener paciencia: “Nada te turbe. Nada te espante. Todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia, todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta: sólo Dios basta”.

PERSONALIDAD


PERSONALIDAD


Un  rey le contaba a un sabio lo extraordinariamente buenos y generosos que eran sus súbditos. 

 -Estás muy equivocado –le dijo el sabio-. La gente de tu reino actúa de acuerdo a las apariencias.  Le dan muy poca importancia a los hechos, que son los que demuestran espíritus grandiosos. 

Al oir esto, los cortesanos se pusieron bravos y le rogaron al rey que no hiciera caso a ese falso sabio. 

-Majestad, ellos dirán lo que quieran, pero en este mundo vil, todo funciona al revés:  la persona más preciosa no vale nada, y la persona que no vale nada es la más preciosa.  

-Demuéstramelo –dijo el rey-. Si no lo haces, mandaré que te corten la cabeza por decir cosas falsas y  descabelladas. 


 El sabio invitó al rey a que se disfrazara como una persona común y así dieran una vuelta por la ciudad. Llegaron al mercado y el sabio le insinuó al rey que pidiera un kilo de cerezas que habrían de servir para salvarle la vida a un enfermo muy grave. 

Fueron inútiles las súplicas del rey. El comerciante, cansado de argüir con él, lo expulsó del lugar y le dijo que si no se iba pronto, lo sacaría a palos. 

- Las cosas que tiene que oir uno en la vida –mascullaba el comerciante-. ¿Acaso tengo cara de idiota? Estos mendigos miserables ya no saben qué inventar para engañar a uno.  

El rey estaba a punto de revelar su identidad, cuando el sabio se lo llevó de allí. Caminaron un buen rato y llegaron a orillas de un río que corría crecido con las aguas del deshielo. En un descuido, el sabio le dio un empujón al rey que cayó al agua. Empezó a gritar pidiendo ayuda, pero aunque se acercaron muchos curiosos atraídos por sus gritos, nadie hizo nada. Ya estaba a punto de ahogarse, cuando un mendigo, el más harapiento de la ciudad, se lanzó al agua y salvó al rey. 

 Entonces el sabio se acercó al rey, que temblaba de frío y de indignación, y le dijo: 

 -¿Viste cómo era cierto lo que yo te dije? Cuando tú, que eres la persona más valiosa del reino pediste un kilo de cerezas para salvar la vida de un enfermo, no obtuviste nada y hasta estuviste a punto de que te partieran la cabeza a golpes. En cambio este mendigo, que supuestamente es la persona que menos vale en tu reino, ha expuesto su vida por ti y te ha salvado. No son las apariencias lo que cuentan, sino los hechos.       


 Moraleja:    Vivimos la vida como actuación. Cada día se nos impone con mayor fuerza la cultura de la apariencia, del  qué dirán. Regalamos por cumplir, por no quedar mal,  porque todos lo hacen..., no por agradar. Manejados por la publicidad y las propagandas, compramos no lo que necesitamos, sino lo que el mercado necesita que compremos. El mercado crea incesantemente nuevos productos y la televisión se encarga de convertirlos en necesidades. Hablamos sin pensar lo que decimos, vivimos rutinas, compramos propagandas.   Decimos que nos divertimos mucho en la fiesta porque se espera que digamos eso, que nos gustó mucho la película publicitada que todo el mundo dice que es muy buena, aunque nos hayamos aburrido soberanamente al verla. Aplaudimos porque todos lo hacen; sonreimos, sin saber por qué, cuando todos lo hacen. En breve, cada día son menos las personas que se atreven a vivir, a ser dueños de su propia vida: la mayoría son vividos por los demás: el televisor, las costumbres, las modas, el qué dirán...    

 Tratamos a los demás de acuerdo a su aspecto. Nos  sentimos crecidos cuando podemos ver o dar la mano a un ídolo de la canción, a un personaje famoso, sin importar si es un soberano egoísta,  o un cretino, esclavo de su imagen y su fama. Por otra parte, despreciamos  y nos alejamos de los pobres, los humildes,  a quienes vemos con frecuencia como amenazas. 

 Necesitamos una educación que enseñe a ver la realidad, más allá de las apariencias. 

EL EVANGELIO DE HOY: LUNES 28 DE ABRIL DEL 2014

Autor: Felipe de Jesús Rodríguez | Fuente: Catholic.net
¡Encontrarnos con Cristo!
Juan 3, 1-8. Pascua. Nicodemo no se queda sumido en su dificultad, busca encontrarse con Jesús, le abre su alma y, Cristo, le ayuda.
 
¡Encontrarnos con Cristo!
Del santo Evangelio según san Juan 3, 1-8

Había un fariseo llamado Nicodemo, hombre principal entre los judíos, que fue de noche a ver a Jesús y le dijo: “Maestro, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer las señales milagrosas que tú haces, si Dios no está con él”. Jesús le contestó: "Yo te aseguro que quien no renace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios". Nicodemo le preguntó: "¿Cómo puede nacer un hombre siendo ya viejo? ¿Acaso puede, por segunda vez, entrar en el vientre de su madre y volver a nacer?". Le respondió Jesús: "Yo te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios". Lo que nace de la carne, es carne; lo que nace del Espíritu, es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: "Tienen que renacer de lo alto". El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu”. 

Oración introductoria

"Que tu sabiduría, Señor, me dirija y tu justicia me reprima; que tu misericordia me consuele y tu poder me defienda" (Oración del Papa Clemente XI).

Petición

Señor, que mi vida no quede igual después de este encuentro contigo.

Meditación del Papa Francisco 

¿Cómo se llega a ser miembros de este pueblo [de Dios]? No es a través del nacimiento físico, sino de un nuevo nacimiento. En el Evangelio, Jesús dice a Nicodemo que es necesario nacer de lo alto, del agua y del Espíritu para entrar en el reino de Dios. Somos introducidos en este pueblo a través del Bautismo, a través de la fe en Cristo, don de Dios que se debe alimentar y hacer crecer en toda nuestra vida. Preguntémonos: ¿cómo hago crecer la fe que recibí en mi Bautismo? ¿Cómo hago crecer esta fe que yo recibí y que el pueblo de Dios posee?
La otra pregunta. ¿Cuál es la ley del pueblo de Dios? Es la ley del amor, amor a Dios y amor al prójimo según el mandamiento nuevo que nos dejó el Señor. Un amor, sin embargo, que no es estéril sentimentalismo o algo vago, sino que es reconocer a Dios como único Señor de la vida y, al mismo tiempo, acoger al otro como verdadero hermano, superando divisiones, rivalidades, incomprensiones, egoísmos; las dos cosas van juntas. ¡Cuánto camino debemos recorrer aún para vivir en concreto esta nueva ley, la ley del Espíritu Santo que actúa en nosotros, la ley de la caridad, del amor! (S.S. Francisco, 12 de junio de 2013).

Reflexión 

Nicodemo se atreve a buscar a Jesús. Parece que en ese "fue de noche", san Juan, nos describe la situación interna que vivía: estaba confundido. Oía de Jesús, quizá presenció alguno de sus milagros, pero no estaba seguro si era el Mesías esperado. Aquel "hombre principal entre los judíos" dudaba del Señor. Lo increíble es que Nicodemo no se queda sumido en su dificultad. Nicodemo busca encontrarse con Jesús, le abre a Cristo su alma y, Cristo, le ayuda: "tienes que renacer de nuevo, tienes que ser un hombre nuevo, tienes que dejar que la gracia toque tu alma, tienes que dejarte tocar por el triunfo de mi resurrección".
Muchas veces pasamos por esas "noches oscuras"; también las enfermedades, las injusticias, las soledades, las incomprensiones, confunden nuestra fe en Dios. No temamos acercarnos a Cristo. Nicodemo nos enseña que, cuando nos encontramos con Cristo, Él nos escucha, nos responde, nos da una esperanza para "renacer de nuevo", para rehacer nuestra vida, para purificar nuestras dudas con la gracia del Espíritu Santo.

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"Todo el diálogo entre Jesús y Nicodemo pone de relieve la extraordinaria riqueza de significado de todo encuentro, incluso del encuentro del hombre con otro hombre. Efectivamente, el encuentro es el fenómeno sorprendente y real, gracias al cual el hombre sale de su soledad originaria para afrontar la existencia" (Juan Pablo II, 16-11-1983). Nuestros encuentros con los demás (con los hijos, con nuestra pareja, con los amigos, con los extraños, etc.) deben ser un reflejo del encuentro entre Cristo y Nicodemo. La acogida, la serenidad, la confianza, la apertura al diálogo, la comprensión, deben sobresalir por encima de nuestros sentimientos y circunstancias personales.

Propósito

Intentaré hacer una visita a Cristo Eucaristía en alguna iglesia o unos minutos de oración personal.

Diálogo con Cristo

Señor, tú sabes bien qué hay dentro de mi alma. Sabes lo que sufro, conoces lo que me está causando tanto dolor. Yo solo no puedo sin tu ayuda. Necesito tu luz, tu gracia, tu fuerza y tu cercanía. Así sea.


"Dios no es un ser indiferente o lejano, por lo que no estamos abandonados a nosotros mismos" (Juan Pablo II).



  • Preguntas o comentarios al autor
  • Felipe de Jesús Rodríguez 

    domingo, 27 de abril de 2014

    JUAN XXIII Y JUAN PABLO II SUBIDOS A LOS ALTARES ANTE LA MULTITUD

    Juan XXIII y Juan Pablo II 

    subidos a los altares ante la multitud

    Con la alegría que caracteriza una celebración importante, ha concluido la misa en la que Francisco ha canonizado a sus antecesores, ahora ya sí, san Juan XXIII y san Juan Pablo II. Unas 800.000 personas -500.000 en la plaza, Vía de la conciliación y alrededores, y el resto en otros puntos de la ciudad- han celebrado en Roma esta fiesta de la fe.

    La celebración que pasará a la historia como "el día de los cuatro papas" ha comenzado en torno a las 9 de la mañana, con oraciones en preparación a la eucaristía, que comenzó a las 10.00. A la llegada del papa Francisco el mundo ha sido testigo de uno de los momentos más esperados en el día de hoy, el saludo entre el Santo Padre y el papa emérito. Emoción y aplausos a la entrada de Benedicto XVI a la plaza, quien llegó a las 9.30 acompañado por monseñor Ganswein, su secretario personal y prefecto de la Casa Pontificia.

    La canonización ha tenido lugar al inicio de la celebración eucarística, cuando el cardenal Amato preguntó en tres ocasiones al Santo Padre si procedía. Con la formula establecida, Francisco canonizó a Juan XXIII y Juan Pablo II. A continuación Francisco besó y veneró las reliquias. Los relicarios de los nuevos santos han sido colocados en una mesa a la izquierda del altar. Ambas reliquias son de primer grado: la reliquia del "Papa Bueno" es un trozo de piel, que se extrajo en el año 2000 en la exhumación para la beatificación y del papa Wojtyla unas gotas de su sangre.
    Al finalizar el rito de canonización, el cardenal Amato ha realizado una acción de gracias y se ha retomado la misa en el Gloria. El Evangelio del día, ha sido cantado en latín y griego. De otras confesiones religiosas, se encontraban fieles ortodoxos, anglicanos y judíos.

     La celebración eucarística ha sido presidida por el Santo Padre y concelebrada por unos 150 cardenales  y unos 1000 obispos, todos ellos a la izquierda del altar. También en ese área, pero más abajo en el Sagrado, han estado unos 6.000 sacerdotes. En el altar, junto al Santo Padre, han concelebrado el cardenal Vallini, el cardenal Stanisław, monseñor Francesco Beschi, el cardenal Re y el cardenal Sodano.

    En la homilía, el Santo Padre ha indicado que "Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús". Ha reconocido que "fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia".

    Asimismo ha afirmado que "fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte".

    Juan XXIII y Juan Pablo II -ha observado el Pontífice- "colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia".

    Por otro lado, ha señalado que "san Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo" y "Juan Pablo II fue el Papa de la familia".

    Han sido 600 sacerdotes los que han distribuido la comunión a los fieles que se encontraban en la Plaza de San Pedro y en la Plaza Pío XII, 70 diáconos para dar la comunión a los concelebrantes y finalmente 200 diáconos para los fieles que estaban en Vía de la Conciliación. Y también ha llegado la comunión al Media Center del Vaticano, donde llegaron algunos sacerdotes para que los periodistas que lo desearan pudieran comulgar.

    La misa ha concluido con la oración del Regina Coeli. En la introducción a la oración mariana, el Papa ha dado las gracias a todos aquellos que han hecho posible la realización de esta jornada, incluidos los medios de comunicación, gracias a los cuáles mucha gente ha podido seguir la celebración.

     A continuación el Santo Padre ha comenzado a saludar a las delegaciones presentes en el Sagrado. Han sido120 las delegaciones procedentes de todo el mundo que han querido participar hoy en la canonización. De todos ellos, había 24 entre jefes de Estado y reyes, y 10 jefes de gobierno. Mientras el Papa saludaba a los miembros de las delegaciones, se ha escuchado música y cantos. Entre ellos, la canción del joven italio-argentino Odino Faccia, titulada "Busca la Paz", un reflejo de un poema de Juan Pablo II.

     A las 12.45 Francisco se ha subido al papamovil, lo que ha provocado los aplausos de los peregrinos ya que sabían que el momento de verle pasar de cerca se estaba acercando. Mientras tanto las campanas de la Basílica repicaban para recordar que hoy la Iglesia está de fiesta porque dos grandes pontífices, han subido a los altares y ahora los fieles pueden venerarlos como santos.

    El acceso la Basílica estará abierto desde las 14.00, para la veneración de los fieles de las tumbas de los nuevos santos. Por esta razón, hoy la Basílica de San Pedro permanecerá abierta hasta las 22.00.

    MONEDAS CON MOTIVO DE LA CANONIZACIÓN DE JUAN XXIII Y JUAN PABLO II






    FOTOGRAFÍAS DE LA CANONIZACIÓN DE JUAN PABLO II Y JUAN XXIII - DOMINGO 27 DE ABRIL DEL 2014
















































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