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martes, 17 de agosto de 2021
LA LEY PERFECTA
La ley perfecta
1) Para saber
Se cuenta que en un pueblo se remodeló su plaza. Mandaron pintar una de las bancas que estaba en mal estado. Pero para que nadie se sentara en ella, se dispuso que hubiera un guardia que evitara se sentaran sobre la pintura fresca. Sucedió que al día siguiente hubo cambio de gobierno y reemplazaron también al guardia que solo alcanzó a decirle al suplente que no dejara sentar a nadie. Fue así que pasaron semanas, meses y años, con un guardia en la plaza evitando se sentara la gente. Ya nadie sabía la razón, pero seguían prohibiéndolo, siendo que la banca se había secado mucho tiempo atrás.
Las leyes o mandatos tienen su razón de ser, no simplemente son órdenes que cumplir. El Papa Francisco se refirió al cuestionamiento que hacía san Pablo a los gálatas sobre la ley dada por Moisés, pues se habían olvidado de su razón de ser. Cumplían la letra, pero faltaba el espíritu que acompaña la ley. La llegada de Jesucristo nos trajo la salvación, Él es quien nos salva. San Pablo recuerda que no nos salvamos nosotros mismos al cumplir la ley, sino que es Cristo quien nos salva cuando cumplimos la ley. Es bueno cumplir la ley, pero es Dios quien nos otorga la gracia para ser salvados e irnos al Cielo.
2) Para pensar
Hay el peligro de pensar que uno ya es bueno porque cumple ciertas normas, sin pensar que podemos cumplirlas gracias a la ayuda de Dios. Los fariseos del tiempo de Jesús, se pensaban santos porque cumplían ciertas reglas, pero se olvidaban de vivir la caridad, que es la esencia de la santidad. Hay el peligro de llevar una doble vida: la que somos y la que queremos aparentar. Hay un poema del escritor uruguayo Mario Benedetti llamado "Máscaras" que muestra esa aversión a la hipocresía. Así dicen unos de sus versos:
No me gustan las máscaras exóticas / ni siquiera me gustan las más caras… no me gustan y nunca me gustaron / ni las del carnaval ni las de los tribunos
ni las de la verbena ni las del santoral / ni las de la apariencia ni las de la retórica / me gusta la indefensa gente que da la cara / y le ofrece al contiguo su mueca más sincera…
me gustan los que sueñan sin careta / y no tienen pudor de sus tiernas arrugas… / las máscaras no sirven como segundo rostro
no sudan / no se azoran / jamás se ruborizan… / las máscaras alegres no curan la tristeza / No me gustan las máscaras / he dicho.
3) Para vivir
Con el término hebreo “Torah” se indica la Ley, la recopilación de todas esas prescripciones y normas. La ley fue otorgada por Dios. Era una época en que había necesidad de una Ley así, fue un gran regalo que Dios hizo a su pueblo, porque en esa época había paganismo e idolatría por todos lados.
San Pablo no era contrario a la Ley mosaica (de Moisés), pero aclara que esa ley no da la vida por sí misma, sirvió para preparar el encuentro con Cristo. Esa es la novedad radical de la vida cristiana: la ley de Cristo da Vida por el Espíritu Santo. La ley alcanza su perfección en el encuentro con Jesucristo y su precepto del amor. La gracia nos da la Vida y la unión con Dios en el Amor.
* Pbro. José Martínez Colín
SAN JACINTO DE POLONIA, PATRONO DE POLONIA, 17 DE AGOSTO
EL HOGAR FELIZ QUE TODOS QUEREMOS
El Hogar Feliz que todos queremos
Un buen hogar siempre estará donde el crecimiento sea por el mismo tronco.
Por: P. Dennis Doren, LC | Fuente: Catholic.Net
Un buen hogar siempre estará donde el camino esté lleno de “paciencia”; la almohada, de secretos; el perdón, de rosas. Estará donde el puente se halle tendido para pasar, las caras estén dispuestas para sonreír, las mentes activas para pensar y las voluntades deseosas para servir.
Un buen hogar siempre estará donde los besos tengan vuelo, y los pasos, mucha seguridad; los tropiezos tengan cordura y los detalles significación; la ternura sea muy tibia y el trato diario muy respetuoso; el deber sea gustoso, la armonía contagiosa y la paz dulce.
Un buen hogar siempre estará donde el crecimiento sea por el mismo tronco y el fruto por la misma raíz. Donde la navegación sea por la misma orilla y hacia el mismo puerto; la autoridad se haga sentir y, sin miedos ni amenazas, llene la función de encauzar, dirigir y proteger. Donde los abuelos sean reverenciados, los padres obedecidos ¡y los hijos acompañados!
Un buen hogar siempre estará donde el fracaso y el éxito sean de todos. Donde disentir sea intercambiar y no guerrear. Donde la formación junte los eslabones ¡y la oración forme la cadena! Donde las pajas se pongan con el alma y los hijos se calienten con amor. Donde el vivir esté lleno de sol y el sufrir esté lleno de fe.
Un buen hogar siempre estará en el ambiente donde naciste, en el huerto donde creciste, en el molde donde te configuraste y el taller donde te puliste.
Y muchas veces será el punto de referencia y la credencial para conocerte, porque el hogar esculpe el carácter, imprime rasgos, deja señales y marca huellas.
Con buenos hogares se podría salvar al mundo, porque ellos tocan a fondo la conducta de los hombres, la felicidad de los pueblos y la raíz de la vida.
Señor Jesús, Tú viviste en una familia feliz.
Haz de esta casa una morada de tu presencia,
un hogar cálido y dichoso.
Venga la tranquilidad a todos sus miembros,
la serenidad a nuestros nervios,
el control a nuestras lenguas,
la salud a nuestros cuerpos.
Que los hijos sean y se sientan amados,
y se alejen de ellos para siempre,
la ingratitud y el egoísmo.
Inunda, Señor, el corazón de los padres
de paciencia y comprensión,
y de una generosidad sin límites.
Extiende, Señor Dios, un toldo de amor,
para cobijar y refrescar, calentar y madurar
a todos los hijos de la casa.
Danos el pan de cada día
y aleja de nuestra casa
el afán de exhibir, brillar y aparecer;
líbranos de las vanidades mundanas
y de las ambiciones que inquietan y roban la paz.
Que la alegría brille en los ojos,
la confianza abra todas las puertas,
la dicha resplandezca como un sol;
sea la paz la reina de este hogar
y la unidad su sólido entramado.
Te lo pedimos a Ti que fuiste un hijo feliz
en el hogar de Nazaret junto a María y José.
Amén.
El Hogar donde yo vivo:
Es un mundo de dificultades afuera y un mundo de amor adentro.
Es el sitio donde los pequeños son grandes y donde los grandes son pequeños.
Es el mundo del padre, el reino de la madre, y el paraíso de los hijos.
Es el lugar donde rezongamos más y donde somos tratados mejor.
Es el centro de nuestros afectos, alrededor del cual, se tejen nuestros mejores deseos.
Es el sitio donde nuestro estómago recibe tres comidas diarias y nuestro corazón mil.
Es el único lugar de la tierra donde las faltas y los fracasos de la humanidad quedan ocultos bajo el suave manto del AMOR.
La excelencia en el hogar implica un esfuerzo común de los esposos, y luego de los hijos, por crear un lugar con un clima de cariño y ayuda mutua, con tradiciones y personalidad propias, fruto también de unos trabajos que trascienden la cotidianidad y la materialidad. Así, nuestro hogar será bendecido, iluminado y todos seremos felices viviendo en él…
EL EVANGELIO DE HOY MARTES 17 DE AGOSTO DE 2021
Martes 20 del tiempo ordinario
Martes 17 de agosto de 2021
1ª Lectura (Jue 6,11-24a): En aquellos días, el ángel del Señor vino y se sentó bajo la encina de Ofrá, propiedad de Joás de Abiezer, mientras su hijo Gedeón estaba trillando a látigo en el lagar, para esconderse de los madianitas. El ángel del Señor se le apareció y le dijo: «El Señor está contigo, valiente». Gedeón respondió: «Perdón, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha venido encima todo esto? ¿Dónde han quedado aquellos prodigios que nos contaban nuestros padres: ‘De Egipto nos sacó el Señor’. La verdad es que ahora el Señor nos ha desamparado y nos ha entregado a los madianitas». El Señor se volvió a él y le dijo: «Vete, y con tus propias fuerzas salva a Israel de los madianitas. Yo te envío». Gedeón replicó: «Perdón, ¿cómo puedo yo librar a Israel? Precisamente mi familia es la menor de Manasés, y yo soy el más pequeño en la casa de mi padre». El Señor contestó: «Yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre».
Gedeón insistió: «Si he alcanzado tu favor, dame una señal de que eres tú quien habla conmigo. No te vayas de aquí hasta que yo vuelva con una ofrenda y te la presente». El Señor dijo: «Aquí me quedaré hasta que vuelvas». Gedeón marchó a preparar un cabrito y unos panes ázimos con media fanega de harina; colocó luego la carne en la cesta y echó el caldo en el puchero; se lo llevó al Señor y se lo ofreció bajo la encina. El ángel del Señor le dijo: «Coge la carne y los panes ázimos, colócalos sobre esta roca y derrama el caldo». Así lo hizo. Entonces el ángel del Señor alargó la punta del cayado que llevaba, tocó la carne y los panes, y se levantó de la roca una llamarada que los consumió. Y el ángel del Señor desapareció. Cuando Gedeón vio que se trataba del ángel del Señor, exclamó: «¡Ay, Dios mío, que he visto al ángel del Señor cara a cara!». Pero el Señor le dijo: «¡Paz, no temas, no morirás!». Entonces Gedeón levantó allí un altar al Señor y le puso el nombre de “Señor de la Paz”.
Salmo responsorial: 84
R/. El Señor anuncia la paz a su pueblo.
Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón».
La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.
Versículo antes del Evangelio (2Cor 8,9): Aleluya. Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 19,23-30): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Os lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos». Al oír esto, los discípulos, llenos de asombro, decían: «Entonces, ¿quién se podrá salvar?». Jesús, mirándolos fijamente, dijo: «Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible».
Entonces Pedro, tomando la palabra, le dijo: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?». Jesús les dijo: «Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros».
«Un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos... Entonces, ¿quién se podrá salvar?»
Rev. D. Fernando PERALES i Madueño
(Terrassa, Barcelona, España)
Hoy contemplamos la reacción que suscitó entre los oyentes el diálogo del joven rico con Jesús: «¿Quién se podrá salvar?» (Mt 19,25). Las palabras del Señor dirigidas al joven rico son manifiestamente duras, pretenden sorprender, despertar nuestras somnolencias. No se trata de palabras aisladas, accidentales en el Evangelio: veinte veces repite este tipo de mensaje. Lo debemos recordar: Jesús advierte contra los obstáculos que suponen las riquezas, para entrar en la vida...
Y, sin embargo, Jesús amó y llamó a hombres ricos, sin exigirles que abandonaran sus responsabilidades. La riqueza en sí misma no es mala, sino su origen si fue injustamente adquirida, o su destino, si se utiliza egoístamente sin tener en cuenta a los más desfavorecidos, si cierra el corazón a los verdaderos valores espirituales (donde no hay necesidad de Dios).
«¿Quién se podrá salvar?». Jesús responde: «Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible» (Mt 19,26). —Señor, Tú conoces bien las habilidades de los hombres para atenuar tu Palabra. Tengo que decírtelo, ¡Señor, ayúdame! Convierte mi corazón.
Después de marchar el joven rico, entristecido por su apego a sus riquezas, Pedro tomó la palabra y dijo: —Concede, Señor, a tu Iglesia, a tus Apóstoles ser capaces de dejarlo todo por Ti.
«En la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria...» (Mt 19,28). Tu pensamiento se dirige a ese “día”, hacia ese futuro. Tú eres un hombre con tendencia hacia el fin del mundo, hacia la plenitud del hombre. En ese tiempo, Señor, todo será nuevo, renovado, bello.
Jesucristo nos dice: —Vosotros, que lo habéis dejado todo por el Reino, os sentaréis con el Hijo del Hombre... Recibiréis el ciento por uno de lo que habéis dejado... Y heredaréis la vida eterna... (cf. Mt 19,28-29).
El futuro que Tú prometes a los tuyos, a los que te han seguido renunciando a todos los obstáculos... es un futuro feliz, es la abundancia de la vida, es la plenitud divina.
—Gracias, Señor. ¡Condúceme hasta ese día!