martes, 17 de noviembre de 2015

LA CONSAGRACIÓN: EL MOMENTO DE MAYOR UNIÓN ESPIRITUAL CON DIOS


Consagración: 
El momento de mayor unión espiritual con Dios


Te invito a que vivas distinto el momento de la Consagración. Participa en primera persona con Cristo, que se ofrece en el altar por la humanidad.


Por: Taís Gea | Fuente: Catholic.net 



El momento de mayor unión espiritual con Dios

Después del ofertorio, empieza la plegaria eucarística. Comienza con el prefacio que converge en el canto del Santo. El momento central de la plegaria es la Consagración. En ella se transforman el pan y el vino, que hemos ofrecido, en cuerpo y en sangre de Cristo.
 

Participantes de un milagro

En la Consagración se percibe el mayor fervor y respeto en la iglesia. Sabemos que es un momento sumamente importante. Nos arrodillamos llenos de devoción para darle la bienvenida a Cristo, Rey y Señor nuestro, sin embargo podemos caer en el peligro de ser simples espectadores de este milagro. Podemos permanecer maravillados y asombrados pero anclados en nuestro sitio; aferrados a nuestro yo.

Te invito a que vivas distinto el momento de la Consagración. Participa en primera persona con Cristo, que se ofrece en el altar por la humanidad.
 

Consagración: Unión

Durante el ofertorio hemos ofrecido a Dios nuestro corazón, pequeño, pero todo suyo. Lo hemos puesto en el altar. Es momento de que nuestro corazón se una al de

Cristo Eucaristía.

Entre la Eucaristía y nosotros hay un abismo. Nosotros somos criaturas y Él es Dios (Gen 1, 27). Nosotros no somos nada y Él lo es todo. Es por eso que en el momento de la Consagración tenemos que postrarnos ante Dios y reconocer que nosotros no nos podemos unir a Cristo, que se ofrece en la Eucaristía, si el Espíritu Santo no nos eleva a Él. Es el Espíritu Santo quien penetra nuestra alma y la toma para elevarla y unirla a Cristo Eucaristía permitiéndonos ofrecernos con Él (Rom. 8, 17).
 

Consagración: Calvario

La Misa, memorial de la muerte de Cristo, nos permite estar en el Calvario. Es la cruz el sacrificio cruento de Cristo (Heb. 10, 12) que se vive de manera incruenta en la Eucaristía. Cuando el sacerdote eleva la hostia, es como si elevara el mismo cuerpo de Cristo crucificado. Nosotros lo vemos desde abajo y desearíamos unirnos a Él. Nuestro corazón desea que Cristo no muera solo. Le suplicamos que, al menos, nos permita darle un abrazo que pueda consolar su dolor. Sin embargo, la distancia entre la cruz y nosotros sigue siendo inmensa. Pero Jesús lo dijo en su predicación: “y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí.” Jn. 12, 32. El Espíritu Santo nos atraerá a Él y nos unirá a Cristo, que se ofrece en la cruz y en la Eucaristía.
 

Agachar la cabeza en la consagración

Antes de la consagración cuando nos arrodillamos, en la epíclesis, el sacerdote coloca sus manos sobre las ofrendas e invoca al Espíritu Santo pidiendo que descienda. En ese momento puedes agachar tu cabeza y sentir que el sacerdote coloca sus manos sobre ti (que eres la ofrenda). Así permitirás que el Espíritu Santo descienda sobre ti y dejarás que penetre hasta lo más hondo de tu corazón al abrir tu alma a su acción. Él te llevará a la unión con Cristo. Él te hará participar del sacrificio redentor de tu Señor.

Habiendo permitido al Espíritu Santo descender y poseerte, mantente atento a los gestos del sacerdote. Mientras el presbítero eleva la Eucaristía, te puede ayudar abrir tus manos como gesto de ofrenda y dejar que tu corazón vuele hasta unirse a la hostia que se encuentra en las manos del sacerdote. Mira con alegría tu corazón unido al Sagrado Corazón de Jesús, hecho hostia por nosotros.

Frutos de la unión con Cristo Eucaristía

Durante la consagración nos podemos unir íntimamente a Cristo que se está ofreciendo en el altar. ¿Qué valor tiene esta unión? ¿cuál es el fin de la misma? ¿qué frutos da?

Podemos decir que la unión con Jesús Eucaristía es un don en sí mismo. No necesitamos nada más. Ese es el fin. Si toda nuestra vida cristiana no nos lleva al encuentro profundo con Dios, no vale para nada.

Podrás ser un catedrático en teología pero si no te relacionas con el Dios que conoces no sirve de nada. Podrás donar tu tiempo a los pobres y enfermos, pero si no descubres a Dios en ellos, caes en la filantropía. Podrás cumplir a la perfección los mandamientos, pero si mediante ellos no te encuentras con tu Dios están vacíos de sentido. Podrás recibir una y otra vez los sacramentos, pero si no te unes a Dios a través de ellos se convierten en rituales sin valor alguno (1Cor. 13, 1-3).

La unión de corazones

El cielo, fin de nuestra vida terrena, es un profundo abrazo con Dios que dura eternamente. Tú, hoy tienes la posibilidad de abrazarte a Él y abandonarte en sus brazos durante la consagración a través de la unión con Él dejando que te conceda su intimidad en el silencio. No pretendas nada maravilloso. Acepta que tu Dios es sencillo y pequeño. Desde tu banca en la Iglesia, por tu fe sencilla, puedes recibir el don de los grandes místicos: el don de la unión de corazones. El tuyo y el de Él en silencio.

Escucha las palabras que pronuncia el sacerdote: Tomad y comed todos de él porque éste es mi cuerpo, que será entregado por vosotros. Es necesario que aceptes al Dios que se humilla y se abaja y se hace alimento por ti (Jn. 6, 35). Quiere vivir en ti y hacer de tu corazón su morada (Jn. 14, 23). Acepta su entrega y ofrécete a Él tú también.

Oración en la elevación de la hostia

En el momento en que el sacerdote eleva la hostia en el altar di:

Espíritu Santo ven a mi alma. Deseo profundamente unirme en intimidad con el Sagrado Corazón de Jesús que se encuentra en la Eucaristía. Realiza la unión de nuestros corazones y permíteme vivir así mi día ofreciéndome y acogiéndolo.

Dios, en su infinita bondad, concede tres dones que se derivan de la unión con Él: nos santifica, nos fecunda y nos hace ofrenda de alabanza agradable al Padre.

Cómo alcanzar la unión con Dios

En primer lugar, de la unión con Dios, se da como fruto nuestra santificación. Necesitamos vivir en nuestra verdad de hombres pecadores, pequeños y limitados. Hay que vaciarnos de nosotros mismos y presentarnos ante Dios desnudos, sin nada, deseosos de acogerlo como don.

Dios no pide que vivamos en nuestra pobreza para dejarnos ahí, en el fango. No hubiera mandado a su Hijo solo para hacernos ver qué bajo había caído su más alta creación. Fue alto el precio que pagó y no está dispuesto a desperdiciar la sangre derramada por Cristo, su Hijo (1Pe. 1, 17-19). Dios nos quiere elevar, enriquecer, llenar. Nos quiere llevar a la plenitud de su diseño de salvación (Jn. 1, 16). Nos quiere crear de nuevo en Cristo Hijo, por la acción de su Espíritu. En definitiva nos quiere santificar. “Nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor.” Ef. 1, 4.

El Corazón de Cristo está herido por la lanza de la que brota sangre y agua (Jn. 19, 34). La sangre y agua del costado es esa gracia sacramental que progresivamente nos santifica. Ahora bien, para poder acoger esa sangre y que se convierta en la nuestra, el corazón tiene que estar abierto. Nuestro corazón también tiene que ser herido por la espada que atravesó el corazón de María (Lc. 2, 35). Morir a nosotros mismos es lo que permite que la sangre fluya del Corazón de Jesús al nuestro y viceversa.

Dios va transformando nuestro corazón. Arranca nuestro corazón de piedra y nos da un corazón de carne (Ez. 11, 19-20). La acción de Dios no es inmediata. El Espíritu Santo actúa en el tiempo y realiza su obra progresivamente. A veces lo más fácil de cambiar es lo externo y si nos quedamos en un nivel superficial podría bastar esta transformación por fuera que es lo que el mundo ve. Sin embargo, la unión con Cristo Eucaristía nos va asemejando a Él desde dentro (Mc. 7, 15). Aquello que solo Dios conoce. Lo más ruin de nuestro interior. Dios quiere tocar ahí, lo más profundo, lo más arraigado y lo más difícil de cambiar.

Él nos quiere conceder los mismos sentimientos del Hijo (Fil. 2, 5). Sentimientos que son internos y que tienen un reflejo en el comportamiento externo. Nos quiere conceder la humildad, la compasión y la misericordia de su mismo Hijo. Tengamos paciencia y confiemos en la obra de Dios que es fiel a su promesa y no defrauda. Él es el primer interesado en nuestra santificación.

Oración de unión

Cuando te veas unido a Cristo puedes repetir esta oración:

Espíritu santificador, hazme capaz de morir a mí mismo para poder recibir de Cristo su sangre que me santifica. Deseo ser uno con Él; identificarme con Él. Te pido que me unas a su Corazón Eucarístico, que es la fuente de donde mana el agua que me purifica y la sangre que hace blancas mis vestiduras. Mantenme unido a Él siempre.

Otros frutos de la unión con Cristo Eucaristía

En la consagración, al unirnos íntimamente a Cristo, se da como fruto, en primer lugar, nuestra santificación. En segundo lugar se da como fruto nuestra fecundidad. “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” Jn 15, 5.
 

Las bodas del Cordero

La consagración, entendida como la unión de los corazones, realiza las bodas del Cordero con su Iglesia (Ap. 19, 7). Nuestra alma se presenta como esposa que desea la unión con el amado (Cant 3, 1). A la Misa también se le conoce como el banquete de bodas del Cordero. Cristo, Cordero de Dios, se sacrifica en el altar. Esta vez no lo hace solo. Su esposa, cada uno de nosotros, nos hemos unido a Él para ofrecernos junto con Él.

Dios se da por entero a su Iglesia, hasta dar la vida por ella. “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.” Mt 20, 28. Su Iglesia, que somos todos nosotros, nos damos a Cristo hasta dar nuestra pequeña vida por Él también. Esta donación recíproca es la comunión que da vida. “Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado” Cant 2, 16.

Dios fecunda al alma que lo ha acogido como don. Dios da vida en el corazón que se ha dejado penetrar por el fuego de su amor. Cristo, en la unión mística con nuestro corazón, nos hace padres y madres espirituales capaces de dar vida eterna (Jn 10, 10).

Nuestra sangre, unida a la suya, se derrama a la humanidad entera. La gracia que santifica cae en el corazón de nuestros hijos espirituales y los empapa de vida. Los ríos de agua viva corren hasta llegar a los confines de la tierra (Is 59, 19).

Las palabras del sacerdote son las siguientes: Tomad y bebed todos de Él porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados.

Unido a Cristo puedes ser mediador de la alianza de Dios con los hombres (1Tim 2, 5). Duele pensar que nuestros hijos, nietos, sobrinos, nuestros seres queridos, han perdido la fe o se alejan progresivamente de Dios. Tú puedes ser mediador de la alianza de Dios con ellos. Puedes ser puente entre el Señor y aquellos que se han alejado. Lo único que tienes que hacer es ofrecer toda tu sangre, es decir, ofrecer tu vida por ellos. Cualquier sacrificio, por más doloroso y exigente que sea, no tiene el valor de la unión al sacrificio de Cristo en el altar. Esto es lo más valioso. No lo pierdas. Te invito a unirte a Jesús Eucaristía con sencillez y creer.
 

Oración para la consagración

Al ver el cáliz, lleno de la sangre de Cristo y la tuya, puedes decir estas palabras:

Jesucristo, esposo de mi alma, me presento deseoso de unirme a ti en el cáliz. Permite que mi sangre, unida a la tuya, se derrame por el bien de mis hermanos los hombres. Tus hijos te buscan, empápalos de vida. El mundo necesita de ti, de tu misericordia. No le niegues tu perdón. Tienen sed de ti, sed de tu sangre que los purifique y los salve. Concédeles el don de recibir tu preciosa sangre.
 

Somos ofrenda agradable al Padre

En tercer lugar, gracias a la unión con Jesús en la Eucaristía, podemos ser ofrenda de alabanza agradable al Padre. “También vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo” 1Pe 2, 5.

Aquél que más ha alabado al Padre ha sido Cristo su Hijo (Jn 17, 4). Hemos dicho que nosotros, asimilados en Él, vamos transformándonos progresivamente en hijos como lo fue Jesús (Ef 1, 5). Es por eso que este momento de unión con Cristo nos hace capaces de ser una alabanza para el Padre celestial.

Nadie podía pagar el precio de nuestra justificación. En el pueblo de Israel se ofrecían animales para agradar el corazón del Señor. Se realizaban holocaustos para recibir el perdón, la justificación. Se hacían sacrificios para ofrecer el culto debido a Dios. (Ex 5, 8). Nada de eso era suficiente. La falta era abismal. Nuestra parte de la alianza con Dios siempre era insuficiente. Hasta que vino Jesucristo, Cordero de Dios. Él sí podía pagar porque era Dios mismo. “Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo procura toda la justificación que da la vida.” Rom 5, 18. Su ofrenda de alabanza sí era agradable al Padre. “Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios.” Ef 5, 2. Nosotros tenemos la posibilidad de unirnos a Él y de ofrecernos como Él. Podemos, también nosotros, ser ofrendas de alabanza agradables al Padre.
 

Oración de ofrecimiento

Cuando escuches las campanas que indican que se está realizando la consagración recita esta oración:

Señor mío y Dios mío. Padre amado, me presento ante ti deseoso de agradarte. Quiero ser hijo tuyo como lo fue Jesús. En la unión con Él, por el Espíritu Santo, me ofrezco para ser una ofrenda de alabanza agradable a ti, Padre. Acepta el humilde don de mí mismo.

IMÁGENES DE JESÚS EUCARISTÍA





¿QUÉ ES EL ADVIENTO? VIDEO EXPLICATIVO

¿QUÉ ES EL ADVIENTO Y CÓMO PODEMOS VIVIRLO?


¿Qué es el Adviento y cómo podemos vivirlo?
Por Abel Camasca

 (ACI).- El Adviento es el tiempo de preparación para celebrar la Navidad y comienza cuatro domingos antes de esta fiesta. Además marca el inicio del Nuevo Año Litúrgico católico y este 2015 empezará el domingo 29 de noviembre.

Adviento viene del latín “ad-venio”, que quiere decir “venir, llegar”. Comienza el domingo más cercano a la fiesta de San Andrés Apóstol (30 de noviembre) y dura cuatro semanas.



El Adviento está dividido en dos partes: las primeras dos semanas sirven para meditar sobre la venida final del Señor, cuando ocurra el fin del mundo; mientras que las dos siguientes sirven para reflexionar concretamente sobre el nacimiento de Jesús y su irrupción en la historia del hombre en Navidad.

En los templos y casas se colocan las coronas de Adviento y se va encendiendo una vela por cada domingo. Asimismo, los ornamentos del sacerdote y los manteles del altar se tornan de color morado como símbolo de preparación y penitencia.

Muchos católicos conocen del Adviento, pero tal vez las preocupaciones en el trabajo, los exámenes en la escuela, los ensayos con el coro o el teatro de Navidad, el armado del Nacimiento y la compra de regalos, hacen que se olvide el verdadero sentido de este tiempo.

Por ello, ACI Prensa ha preparado una sección especial con diversos recursos para vivir el Adviento, entre los que está el cómo armar la corona y bendecirla, la liturgia familiar para cada domingo, video, oraciones, imágenes, el Rosario de Adviento, reflexiones de San Juan Pablo II, etc.

LOS CINCO DEFECTOS DE JESÚS


Los cinco defectos de Jesús
¿por qué Jesús tiene estos defectos? Porque es Amor (cf. 1 Jn 4, 16). El amor auténtico no razona, no mide, no levanta barreras, no calcula, no recuerda las ofensas y no pone condiciones.


Por: Monseñor Francois-Xavier Nguyen van Thuan 




Detenido en 1975 por su condición de obispo y encarcelado durante 13 años en las cárceles del Vietcong, nueve de ellos en completo aislamiento, en el año 2000 Juan Pablo II encarga a monseñor Van Thuan impartir los ejercicios espirituales de Cuaresma ante la curia vaticana.


Al comienzo de los mismos, monseñor Van Thuan relata cómo a pesar de las duras condiciones de su prisión, su esperanza inquebrantable en Jesús despierta la admiración e incomprensión de sus compañeros de prisión y guardianes. He aquí el admirable testimonio que dio sobre su seguimiento a Jesús.


En la prisión mis compañeros que no son católicos, quieren comprender «las razones de mi esperanza». Me preguntan amistosamente y con buena intención: «¿Por qué lo ha abandonado usted todo: familia, poder, riquezas, para seguir a Jesús? ¡Debe de haber un motivo muy especial! ». Por su parte, mis carceleros me preguntan: «¿Existe Dios verdaderamente? ¿Jesús? ¿Es una superstición? ¿Es una invención de la clase opresora?».


Así pues, hay que dar explicaciones de manera comprensible, no con la terminología escolástica, sino con las palabras sencillas del Evangelio.



Primer defecto: Jesús no tiene buena memoria.

En la cruz, durante su agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su derecha: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino» (Lc 23, 42). Si hubiera sido yo, le habría contestado: «No te olvidaré, pero tus crímenes tienen que ser expiados, al menos, con 20 años de purgatorio». Sin embargo Jesús le responde: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Él olvida todos los pecados de aquel hombre.
Algo análogo sucede con la pecadora que derramó perfume en sus pies: Jesús no le pregunta nada sobre su pasado escandaloso, sino que dice simplemente: «Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor» (Lc 7, 47).

La parábola del hijo pródigo nos cuenta que éste, de vuelta a la casa paterna, prepara en su corazón lo que dirá: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros» (Lc 15, 1819). Pero cuando el padre lo ve llegar de lejos, ya lo ha olvidado todo; corre a su encuentro, lo abraza, no le deja tiempo para pronunciar su discurso, y dice a los siervos, que están desconcertados: «Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado» (Lc 15, 22-24).

Jesús no tiene una memoria como la mía; no sólo perdona, y perdona a todos, sino que incluso olvida que ha perdonado.


Segundo defecto: Jesús no sabe matemáticas.

Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente, va a buscarla dejando las otras noventa y nueve en el redil. Cuando la encuentra, carga a la pobre criatura sobre sus hombros (cf. Lc 15, 47).
Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más! ¿Quién aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de generación en generación...

Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo. ¡Contemplemos sus acciones llenas de compasión cuando se sienta junto al pozo de Jacob y dialoga con la samaritana, o bien cuando quiere detenerse en casa de Zaqueo! ¡Qué sencillez sin cálculo, qué amor por los pecadores!


Tercer defecto: Jesús no sabe de lógica.


Una mujer que tiene diez dracmas pierde una. Entonces enciende la lámpara para buscarla. Cuando la encuentra, llama a sus vecinas y les dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido» (cf. Lc 15, 89).


¡Es realmente ilógico molestar a sus amigas sólo por una dracma! ¡Y luego hacer una fiesta para celebrar el hallazgo! Y además, al invitar a sus amigas ¡gasta más de una dracma! Ni diez dracmas serían suficientes para cubrir los gastos...


Aquí podemos decir de verdad, con las palabras de Pascal, que «el corazón tiene sus razones, que la razón no conoce»


Jesús, como conclusión de aquella parábola, desvela la extraña lógica de su corazón: «Os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta» (Lc 15, 10).



Cuarto defecto: Jesús es un aventurero.

El responsable de publicidad de una compañía o el que se presenta como candidato a las elecciones prepara un programa detallado, con muchas promesas.
Nada semejante en Jesús. Su propaganda, si se juzga con ojos humanos, está destinada al fracaso.

Él promete a quien lo sigue procesos y persecuciones. A sus discípulos, que lo han dejado todo por él, no les asegura ni la comida ni el alojamiento, sino sólo compartir su mismo modo de vida.

A un escriba deseoso de unirse a los suyos, le responde: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8, 20).

El pasaje evangélico de las bienaventuranzas, verdadero «autorretrato» de Jesús, aventurero del amor del Padre y de los hermanos, es de principio a fin una paradoja, aunque estemos acostumbrados a escucharlo:

«Bienaventurados los pobres de espíritu..., bienaventurados los que lloran..., bienaventurados los perseguidos por... la justicia..., bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5, 312).

Pero los discípulos confiaban en aquel aventurero. Desde hace dos mil años y hasta el fin del mundo no se agota el grupo de los que han seguido a Jesús. Basta mirar a los santos de todos los tiempos. Muchos de ellos forman parte de aquella bendita asociación de aventureros. ¡Sin dirección, sin teléfono, sin fax...!




Quinto defecto: Jesús no entiende ni de finanzas ni de economía.

Recordemos la parábola de los obreros de la viña: «El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Salió luego hacia las nueve y hacia mediodía y hacia las tres y hacia las cinco.., y los envió a sus viña». Al atardecer, empezando por los últimos y acabando por los primeros, pagó un denario a cada uno (cf. Mt 20, 116).


Si Jesús fuera nombrado administrador de una comunidad o director de empresa, esas instituciones quebrarían e irían a la bancarrota: ¿cómo es posible pagar a quien empieza a trabajar a las cinco de la tarde un salario igual al de quien trabaja desde el alba? ¿Se trata de un despiste, o Jesús ha hecho mal las cuentas? ¡No! Lo hace a propósito, porque -explica-: «¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?».


Y nosotros hemos creído en el amor

Pero preguntémonos: ¿por qué Jesús tiene estos defectos? Porque es Amor (cf. 1 Jn 4, 16). El amor auténtico no razona, no mide, no levanta barreras, no calcula, no recuerda las ofensas y no pone condiciones.

Jesús actúa siempre por amor. Del hogar de la Trinidad él nos ha traído un amor grande, infinito, divino, un amor que llega -como dicen los Padres- a la locura y pone en crisis nuestras medidas humanas.

Cuando medito sobre este amor mi corazón se llena de felicidad y de paz. Espero que al final de mi vida el Señor me reciba como al más pequeño de los trabajadores de su viña, y yo cantaré su misericordia por toda la eternidad, perennemente admirado de las maravillas que él reserva a sus elegidos. Me alegraré de ver a Jesús con sus «defectos», que son, gracias a Dios, incorregibles.

Los santos son expertos en este amor sin límites. A menudo en mi vida he pedido a sor Faustina Kowalska que me haga comprender la misericordia de Dios. Y cuando visité Paray-le-Monial, me impresionaron las palabras que Jesús dijo a santa Margarita María Alacoque: «Si crees, verás el poder de mi corazón».


Contemplemos juntos el misterio de este amor misericordioso.


Nota: El texto está extraído del libro Testigos de esperanza de F.X. Nguyen van Thuan, publicado por la Editorial Ciudad Nueva en el año 2000 (págs. 26-31), y se reproduce aquí por cortesía de la editorial a quien se agradece su autorización. Monseñor Francois-Xavier Nguyen van Thuan nació en 1928 en Hue, región central de Vietnam. Fue ordenado sacerdote en 1953 y obispo de Nhatrang en 1967. En 1975 es nombrado por Pablo VI obispo coadjutor de Saigón, actualmente ciudad de Ho Chi-Minh. A los pocos meses de su nombramiento, con la llegada del régimen comunista, es arrestado permaneciendo en la cárcel desde 1975 a 1988. Nombrado cardenal en febrero de 2001, murió en 2002 a los 74 años.

¿Y DÓNDE ESTABA DIOS?


¿Y donde estaba Dios...?
En quienes se levantan por encima del mal que les ha sucedido y muestran que son más grandes que los males que vivieron


Por: Fr. Nelson Medina, OP | Fuente: fraynelson.com 




Quien le escribe es un joven de 18 años que sabe muchas cosas traumáticas de la vida y está conociendo acerca del amor de Dios, sólo que en su caminar le nace una interrogante: ¿Dónde esta Dios cuando ocurre una violación o un asesinato? ¿Dónde esta Dios cuando se clama auxilio? ¿Por qué no manda angeles a detener a los abusadores de inocentes? ¿Acaso si se viola a un niño se lo está castigndo por algo que ha hecho?

Perdone la crudeza de la pregunta pero creo que las dudas se resuelven cuando están candentes, le pido por favor me responda y me ayude. Gracias.

Empecemos por la parte más sencilla, de en medio de este conjunto de preguntas tan complicadas: cuando el inocente sufre no sufre "por algo que haya hecho".

La pregunta supone que Dios debería evitar que se cometieran injusticias. Lo que uno puede decir es: ¿en dónde empiezan las injusticias en las que Dios debería intervenir? Si sucede la violación de un niño, o incluso antes de eso: ¡un aborto!, lo que uno piensa es: "Ahí Dios debería haber intervenido" Pero si un empresario paga salarios de hambre a miles de obreros, ¿no debería intervenir Dios también ahí? Si un país invade injustamente a otro país, ¿no sería otro caso que Dios debería impedir? ¿Y no sería también motivo suficiente cuando un hombre casado, de veinte años de matrimonio, sale a su primera "aventura," que en realidad es un adulterio, y que en realidad va a arruinar su vida, al de su esposa y al de sus hijos?

Por el camino de las "intervenciones" uno no llega muy lejos. O mejor dicho: uno llega a que Dios tendría que estar todo el tiempo suprimiendo la libertad que dio al hombre. Sería un Dios en perpetua contradicción consigo mismo.

Lo que Dios hace es muy distinto. Él no quita la libertad que dio pero tampoco renuncia a su propia libertad que es siempre sabia, poderosa y compasiva. Ejerciendo su propia libertad, Dios conduce la historia humana sin negar la obra de nuestra libertad. ¿Cómo? A partir de las consecuencias que puedan tener los actos perversos. Es decir: no todas las personas manejan del mismo modo el "después" de las cosas malas que les suceden. Hay personas, sin duda guiadas por Dios, que aprovechan los traumas de su niñez para hacer respetar los derechos de los niños. Hay personas que han conocido los horrores de la droga y hoy son los mejores terapistas y acompañantes de quienes quieren abandonar ese infierno. Hay personas que, siguiendo el ejemplo de Cristo, y sostenidos, sin duda, por el amor de Cristo, se levantan por encima del mal que les ha sucedido y muestran que son más grandes que las desgracias que los visitaron. ¡Ahí está Dios!

FELIZ MARTES!!


lunes, 16 de noviembre de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: LUNES 16 DE NOVIEMBRE DEL 2015


¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!
Milagros


Lucas 18, 35-43. Tiempo Ordinario. Cristo se compadece de nuestras necesidades, solo hay que pedirlo con fe. 


Por: P Clemente Gonzélez | Fuente: Catholic.net 



Te adelantamos las Reflexiones del Evangelio de la Semana 33o. del Tiempo Ordinario, del domingo 15 al sábado 21 de noviembre 2015.
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Del santo Evangelio según san Lucas 18, 35-43
Sucedió que, al acercarse él a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazoreo y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?» El dijo: «¡Señor, que vea!» Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado». Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.

Oración introductoria
Señor Jesús, aquí me tienes, como un mendigo ciego y pobre. ¡Ten compasión de mí! ¡Haz que vea y experimente en esta meditación el gran amor que Tú me tienes! Que tu Palabra penetre en mi mente y en mi corazón.

Petición
Señor, concédeme perseverar en la vida de oración y en mi fidelidad a Ti.

Meditación del papa Francisco
Esta periferia no podía llegar al Señor [el ciego en el camino a Jericó], porque este círculo -pero con buena voluntad - cerraba la puerta. Y esto sucede con frecuencia, entre nosotros creyentes: cuando hemos encontrado al Señor, sin que nosotros nos demos cuenta, se crea este microclima eclesiástico. No solo los sacerdotes, los obispos, también los fieles.
Pero nosotros somos esos que están con el Señor. Y de tanto mirar al Señor no miramos la necesidad del Señor, no miramos al Señor que tiene hambre, que tiene sed, que está en prisión, que está en el hospital. Ese Señor, en el marginado. Y este clima hace mucho mal.


El grupo que se siente preelegido, que quiere conservar este pequeño mundo alejando a quien moleste al Señor, incluidos los niños. Cuando en la Iglesia, los fieles, los ministros se convierten en un grupo así... no eclesial, sino 'eclesiástico', de privilegio de cercanía al Señor, tienen la tentación de olvidar el primer amor, ese amor tan bonito que todos hemos tenido cuando el Señor nos ha llamado, nos ha salvado, nos ha dicho: 'Pero yo te quiero mucho'. Esta es una tentación de los discípulos: olvidar el primer amor, es decir, olvidar también las periferias, donde yo estaba antes, aunque sintiera vergüenza. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 17 de noviembre de 2014, en Santa Marta).
Reflexión
Cada vez que Jesús llegaba a una población se armaba un gran revuelo. Mucha gente tenía un deseo de conocerle por lo que habían oído de Él y otros lo hacían por mera curiosidad. Al acercarse a Jericó se encuentra un ciego que pedía limosna. Se sorprende al escuchar tanto ruido y se interesa por lo que pasa. Alguien le dice: "Jesús, el de Nazaret, está pasando por ahí", y el ciego comienza a gritar: "Hijo de David, ten compasión de mí". Con esto consiguió que algunos se molestaran con sus gritos e intentaron que se callara. Pero insistía más. Jesús se detiene y ordena que le traigan al ciego. Le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? "Señor, que vea", respondió. La reacción de Jesús es inmediata: "Recobra la vista, tu fe te ha salvado". El ciego logra por su fe lo que Cristo ofrece por su caridad.

Cuánto nos enseña el Señor en un solo hecho. En este pasaje se muestra una persona que busca la solución a su problema físico. Solución que pasa por la fe. Este hombre probablemente nunca había visto al Señor; habría oído mucho sobre él. Esto le bastó para creer que Jesús era hijo de David y también para saber que Jesucristo tenía un corazón tan grande que siempre se compadecía de aquellos que sufrían. Cristo nunca coarta la libertad, sino que respeta profundamente a cada ser humano. "¿Qué quieres que haga por ti?" El ciego responde sencillamente con lo que tenía dentro del corazón: "Señor haz que vea", y Jesús se compadece de inmediato.

Lo hermoso del pasaje y lo que nos puede ayudar a reflexionar más es la actitud del ciego una vez que deja de serlo, y es que "sigue a Jesús glorificando a Dios".

Propósito
No sólo buscar a Jesús por conveniencia o por curiosidad, sino buscarlo para tener un encuentro personal con Él.

Diálogo con Cristo
Señor, dame la fe para saber que Tú siempre estás conmigo. Necesito la habilidad de ver todo desde tu punto de vista. Permíteme adorarte y glorificarte por tu constante compañía y por nunca dejarme solo en mis problemas y tristezas. Aumenta mi fe para ser capaz de experimentar tu amor en las dificultades y pruebas.

PLAN DE VIDA


PLAN DE VIDA




1. Camina alegre entre el ruido y la prisa, y piensa en la paz que se puede encontrar en el silencio.

2. En cuanto sea posible, y sin renunciar a tus convicciones, mantén buenas relaciones con todos.

3. Escucha con atención a los demás, aún al torpe e ignorante, que también ellos valen mucho.

4. Aléjate de las personas negativas, ruidosas y agresivas, porque te pueden contagiar su mal espíritu.

5. Si te comparas con los demás adquieres orgullo y desánimo, porque siempre habrá quien te supere y quien tenga menos cualidades.

6. Disfruta de tus éxitos y agradécelos a Dios. Mantén el interés por tu profesión, porque ella es un verdadero tesoro. Allí están tus futuros triunfos.

7. Sé prudente en tus negocios. El mundo esta lleno de engaños y peligros. Pero tampoco andes dudando de todo y de todos. Hay más gente buena de la que tú crees.

8. Acepta con respeto el parecer de quienes tienen muchos años, consulta con interés también el parecer de la juventud. Lo viejo y lo nuevo dan sabiduría.

9. Cuidado con demasiada soledad, demasiada fatiga o demasiado afán. Muchas angustias y enfermedades nacen de estos tres excesos.

10. Procura estar en paz con Dios, vivir en paz con tu prójimo y conservar la paz de tu alma. Esto ayudará a ser plenamente feliz.

CUANDO DIOS HABLA A TRAVÉS DE LOS ANIMALES


Cuando Dios habla a través de los animales




¿Qué tienen que ver los perros con la adoración a la Eucaristía?

El obispo Fulton Sheen encontró una bella relación entre ellos un día en que se sentía desanimado y le costaba rezar. Llevaba una temporada de sequía espiritual. Le parecía que sus tiempos dedicados a la oración no eran agradables a Dios.

Como otros días, el arzobispo estadounidense, actualmente en proceso de beatificación, fue a la capilla y se sentó. Pero no lograba decirle una sola palabra a Jesús.

Entonces se acordó de algo: su perro tampoco podía hablar, pero cuando él se sentaba en su sillón para leer el periódico, el animal se sentaba en el suelo junto a él. Y él se sentía acompañado.

Lo explica monseñor Josefino Ramírez en una de sus reeditadas ‘Cartas a un hermano sacerdote’, que recogen anécdotas y acontecimientos en torno a la Eucaristía como el de la niña china que murió por reparar una ofensa a la Eucaristía ( clic acá ) 

“Solo estando ahí, a su lado, el perro era para el obispo un gran consuelo y lo hacía muy feliz”, escribe monseñor Pepe, director espiritual del Apostolado Mundial de Fátima en la región de Manila y coordinador del Congreso Mundial de la Divina Misericordia en Asia.

“Mientras que el obispo pensaba en esto, recibió una inspiración de Dios: el obispo Sheen era un gran consuelo y muy agradable al Señor por tan sólo estar ahí con Él en el Santísimo Sacramento, aunque como su perrito, no le decía nada a Jesús mientras permanecía junto a Él”.

Al recordarlo, el autor de la carta confiesa: “Yo también tengo un perrito. Y como es para mí un gran consuelo lo llamo amigo”.

Y explica que algo parecido le ocurrió a un sacerdote amigo suyo: “Estaba haciendo su hora santa en nuestra capilla de adoración perpetua. Era un día terriblemente caluroso y se sentía tan cansado y agobiado por el calor que no podía rezar”.

“Sólo permanecer en la capilla en su hora representaba un gran esfuerzo –relata-. Se preguntaba si esa hora tendría algún valor, cuando en ese momento entró un gatito blanco”. Aquel día, hacía tanto calor que alguien había dejado la puerta abierta.

“Al principio mi amigo pensó cuánto odiaba a los gatos –prosigue-. Luego observó cómo el gatito pasaba por cada uno de los bancos hasta llegar a la parte de atrás donde mi amigo estaba sentado. El gatito se paró, miró a mi amigo, puso su cabeza sobre su zapato como si fuera su almohada y se acostó a dormir”.

Puede parecer una tontería, pero él se emocionó porque el gatito había elegido descansar su cabeza sobre su zapato.

“Más tarde mi amigo oyó la siguiente inspiración tan fuerte como las campanas de la iglesia en domingo: si él que odia a los gatos estaba tan contento con uno que eligió estar con él, cuánto más encantado estará Jesús con nosotros, a los que ama infinitamente, cuando elegimos estar con Él”.

Y añade, para concluir su carta: “Mi amigo, al igual que el obispo Sheen, nunca más, se desanimó al sentir que no podía rezar. El solo hecho de estar allí, es una oración de fe, es creer realmente que Jesús está ahí. Es una oración de amor porque uno elige estar con aquellos a los que uno quiere, con los que uno verdaderamente ama”.



Fuente: Aleteia.org

SAN ROQUE DE SANTA CRUZ, SACERDOTE MÁRTIR, 16 DE NOVIEMBRE


Hoy es fiesta de San Roque, cuyo corazón habló a los que lo mataron
16 de Noviembre
Por Abel Camasca





 (ACI).- Cada 16 de noviembre la Iglesia celebra a San Roque Gonzáles de Santa Cruz, sacerdote mártir cuyo cuerpo fue quemado por anunciar el Evangelio en Sudamérica. Lo único que quedó de él fue su corazón que habló a sus asesinos.

San Roque nació en Asunción, Paraguay, en 1576. A los 22 años fue ordenado sacerdote y posteriormente nombrado Párroco de la Catedral de Asunción. En 1609 ingresó a la Compañía de Jesús y un par de años después fue designado superior de la primera Reducción de Paraguay.

En 1615 funda una reducción en Itapúa, la actual ciudad de Argentina de Posadas, y que luego se trasladó a la otra orilla del río, en lo que hoy se conoce como Encarnación, en Paraguay. Por eso es reconocido como fundador y patrono de las dos ciudades.

San Roque solía llamar a la Virgen “conquistadora” ya que muchas veces bastaba con que levantara el cuadro de la imagen de la Madre de Dios para que los indios se convirtieran.

Un 15 de noviembre de 1628 celebró la Santa Misa por Caaró, que hoy es parte de Brasil, y fue asesinado por un cacique. Los asaltantes quemaron su cuerpo, pero quedó el corazón intacto, que les habló buscando que se dieran cuenta de lo que habían hecho y los invitó al arrepentimiento.

El corazón de San Roque se mantuvo incorrupto y fue llevado a Roma junto al hacha de piedra con el que fue martirizado. Actualmente, el corazón y el hacha se encuentran en la Capilla de los Mártires en el Colegio de Cristo Rey en Asunción, Paraguay.

En 1988, San Juan Pablo II, durante su visita a Paraguay, canonizó a San Roque Gonzáles, y a los españoles San Alfonso Rodríguez y San Juan Del Castillo. Todos ellos mártires jesuitas en tierras americanas.

“Ni los obstáculos de una naturaleza agreste, ni las incomprensiones de los hombres, ni los ataques de quienes veían en su acción evangelizadora un peligro para sus propios intereses, fueron capaces de atemorizar a estos campeones de la fe. Su entrega sin reservas los llevó hasta el martirio”, destacó el Papa peregrino en aquella celebración.

PENSAMIENTO CRISTIANO


ESTAMPAS CON ORACIONES A LA SAGRADA FAMILIA




TODO DEPENDE DE TI


Todo depende de ti



Hay personas que transforman su debilidad en fortaleza. Los límites reales que tienen en la vida los impulsan de tal modo que se distinguen entre sus iguales. Saben transformar un obstáculo en un punto de apoyo para lanzarse adelante con más fuerza que el común de la gente. Ingéniate en cambiar un menos en más, un signo negativo en otro positivo.

Aunque no tengas gran cultura, puedes cultivar la sabiduría de la caridad.

Aunque tu trabajo sea humilde, puedes convertir tu día en oración.

Aunque tengas cuarenta, sesenta o setenta años, puedes ser joven de espíritu.

Aunque las arrugas ya marquen tu rostro, vale más tu belleza interior.

Aunque tus pies sangren en los tropiezos y piedras del camino, tu rostro puede sonreír.

Aunque tus manos muestren las cicatrices de la lucha por la vida, tus labios pueden agradecer.

Aunque lágrimas amargas recorran tu rostro, tienes un corazón para amar.

Aunque no seas un santo, ni un ángel, en el cielo tienes reservado un lugar.

Todo, todo... depende de ti.

Cuando tu vida se encrespa con alguna tormenta, no pierdas el ánimo, porque hay dentro de ti fuerzas insospechadas. Entre todas sobresale una que debes valorar, cuidar, entrenar y servirte de ella: la voluntad. El éxito comienza siempre con una voluntad decidida a permanecer firme en la lucha, ése es el gran regalo de Dios. Utilízalo con humildad.

GRIETAS EN EL ALMA


Grietas en el alma
Son tantas esas grietas... de egoísmo y pereza, de vanidad y soberbia, de ira y rencores, y pierdo la paz.


Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net 




Claro, no puede haber progreso en la vida del alma. Con tantas grietas...

Sí, porque un corazón que escucha ruido y confusión, que lee textos caóticos y a veces dañinos, que continuamente ve imágenes o se zambulle en juegos electrónicos, no puede tener paz. Porque si me dejo enredar por las modas y por los placeres del momento estoy condenado al vacío y al sinsentido.

Son tantas esas grietas... Grietas de egoísmo y de pereza. Grietas de vanidad y de soberbia. Grietas de sensualidad y de avaricia. Grietas de ira y de rencores. Poco a poco, pierdo la paz, vivo según la carne, ahogo la voz del Espíritu.

Necesito salir del agujero y recuperar la paz. Sólo con ella mi corazón podrá abrirse a la reflexión seria, al mensaje maravilloso de vida y verdad que nos ofrece Jesucristo.

Por eso, en el camino de la propia vida resulta urgente descubrir y cerrar aquellas grietas que cada uno tiene en su propia alma.


Curar todas esas grietas, de golpe, sólo sería posible con un milagro. Pero Dios existe... Basta con empezar a colaborar, seriamente, para cortar, para limpiar, para acudir a la confesión, para rezar ante las tentaciones, para prescindir de lecturas o de imágenes que me dañan. Así estaré más libre para invertir mi tiempo y mi corazón en el Evangelio, en la oración, y en el servicio a mis hermanos.

Hay muchas grietas en mi alma. Hoy empiezo un nuevo día. Tengo tiempo, tengo voluntad, tengo amor. Dios me anima y, sobre todo, me da su gracia. Hay que bajar a lo concreto, a esas fotos, a esos libros, a esos ruidos que he de alejar de mi vida para que haya espacios abiertos y disponibles a una maravillosa aventura de amor y de esperanza.

FELIZ LUNES!!!


domingo, 15 de noviembre de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: DOMINGO 15 DE NOVIEMBRE DEL 2015


El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
Signos de los tiempos


Marcos 13, 24-32. Domingo 33o. del Tiempo Ordinario B. Pongamos nuestra mirada y nuestro corazón en el cielo, viviendo llenos de alegría, de optimismo y de esperanza.


Por: P . Sergio Córdova LC | Fuente: Catholic.net 



Te adelantamos las Reflexiones del Evangelio de la Semana 33o. del Tiempo Ordinario, del domingo 15 al sábado 21 de noviembre 2015.
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Del santo Evangelio según san Marcos 13, 24-32
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Pasado el sufrimiento de aquellos días, el sol se oscurecerá y la luna no dará resplandor; las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestiales se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre entre nubes con gran poder y gloria; él enviará entonces a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra al extremo del cielo. Fíjense en el ejemplo de la higuera: cuando sus ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, saben que el verano está cerca. Pues lo mismo ustedes, cuando vean que suceden estas cosas, sepan que el Hijo del hombre ya está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación sin que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día aquel y a la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre».

Oración introductoria
Señor, me acerco hoy a Ti con fe, sabiendo que eres el Señor de la vida y de la historia. Consciente de mis debilidades y caídas, pongo mi confianza en Ti, porque Tú siempre cumples tus promesas. Mientras contemplo tu amor que se convierte en fidelidad, yo deseo también corresponder con mi fidelidad. Estoy ante Ti en esta oración para escucharte y, descubrir tu voluntad en este día.

Petición
Espíritu Santo, concédeme estar atento a tus inspiraciones y fortalece mi voluntad para poder seguirlas.

Meditación del Papa Francisco

El pueblo de Dios ha sufrido tanto, han sido perseguidos, asesinados, pero ha tenido la alegría de saludar de lejos las promesas de Dios. Esta es la paciencia, que debemos tener en las pruebas: la paciencia de una persona adulta, la paciencia de Dios que nos lleva sobre sus hombros.


¡Qué paciente es nuestro pueblo! ¡Incluso ahora! Cuando vamos a las parroquias y nos encontramos con esas personas que sufren, que tienen problemas, que tienen un hijo con discapacidad o que tienen una enfermedad, pero llevan la vida con paciencia. No piden signos, saben leer los signos de los tiempos: saben que cuando germina la higuera, viene la primavera; saben distinguir eso. Sin embargo, estos impacientes del Evangelio de hoy, que querían una señal, no sabían leer los signos de los tiempos, y es por eso que no han reconocido a Jesús.
La gente de nuestro pueblo, gente que sufre, que sufre de muchas, muchas cosas, pero que no pierde la sonrisa de la fe, que tiene la alegría de la fe. Y esta gente, nuestro pueblo, en nuestras parroquias, en nuestras instituciones - mucha gente - es la que lleva adelante a la Iglesia, con su santidad, de todos los días, de cada día. «Hermanos míos, tengan por sumo gozo cuando se hallen en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de su fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que sean perfectos y cabales, sin que les falte cosa alguna». Que el Señor nos dé a todos la paciencia, la paciencia alegre, la paciencia del trabajo, de la paz, nos dé la paciencia de Dios, la que Él tiene, y nos dé la paciencia de nuestro pueblo fiel, que es tan ejemplar. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 17 de febrero de 2014, en Santa Marta).
Reflexión
Nos encontramos ya en el penúltimo domingo del tiempo ordinario. Y, como todos los años, el Evangelio de este día nos habla de las realidades escatológicas y de las señales apocalípticas que acompañarán el fin de los tiempos, cuando llegue el momento de la "segunda venida" del Mesías.

El fin del mundo ha sido una preocupación del hombre en todas las épocas. Tal vez por su curiosidad natural o por su temor ante un futuro desconocido, siempre se ha interesado en estos temas. Y esta conciencia colectiva se ha agudizado sobre todo en ciertos períodos críticos de la historia. Así, por ejemplo, en las primeras décadas de la Iglesia, cuando todavía estaban frescas en la mente y en el corazón de los cristianos las enseñanzas de Cristo sobre el juicio final, se creía próxima la "parusía".

También, en el cambio del primer milenio, en el año 1000, se dio una "crisis" universal ante el temor del fin del mundo. Pero eso no sólo sucedió en el medioevo. En pleno siglo XX, a pesar de los progresos tecnológicos y los avances de la ciencia, se dieron muchos movimientos en esta dirección. Incluso hasta surgieron varias sectas -como los testigos de Jehová, lo adventistas del séptimo día, los secuaces de la así llamada "iglesia universal de Dios" y otras más- para quienes la idea del fin del mundo es parte fundamental de su credo.

Por supuesto que nuestro Señor profetizó el fin del mundo. Y el Evangelio de hoy es una prueba clarísima de ello: "Después de una gran tribulación -nos dice Jesús- el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas del cielo se caerán y los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad". Todo esto es muy cierto. Y nuestro Señor no nos habló de ello sólo para aterrorizarnos, como si estuviera narrando un cuento de miedo a unos niños.

Sin embargo, también tenemos que interpretar correctamente estas palabras del Señor. La Biblia razona con categorías relativas e históricas, más que absolutas y metafísicas. El lenguaje oriental –y, por tanto, también el bíblico y el usado por Jesús en su predicación- no siempre se ha de entender en un sentido literal y absoluto, sobre todo en los temas apocalípticos. Por este mismo motivo, mucha gente no entiende las expresiones del Apocalipsis del apóstol san Juan e interpreta erróneamente muchos de sus pasajes.

Pero, volviendo al Evangelio, cuando Cristo habla del fin del mundo, no sólo se refiere al fin de los tiempos en absoluto, sino también al fin de "SU" mundo, al término de una época o a la vida de los oyentes. Por eso, nosotros, más que inquietarnos por "el" fin del mundo, tendríamos que preocuparnos de "nuestro" propio fin. Y las palabras que vienen a continuación: "Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo esto suceda" se cumplieron perfectamente.

En efecto, el año 70 d.C. las legiones romanas, al mando del emperador Tito, sitiaban Jerusalén y prendían fuego a la ciudad, "sin dejar piedra sobre piedra". ¡Les llegó "su" fin del mundo, tal como Cristo lo había anunciado! Y podemos hablar, en términos análogos, del saqueo de Roma por los vándalos en el año 410; de la caída del Imperio romano en el 476; o de la caída de Constantinopla en el 1453. O, en épocas más recientes, el derrocamiento de las monarquías europeas durante la revolución francesa, la revolución bolchevique del 1917 y la caída del imperio zarista; las dos grandes guerras mundiales, la explosión del comunismo y su difusión por muchas partes del planeta, y todas esas formas de totalitarismo que azotaron al mundo -el nazismo, el fascismo, el marxismo, etc.- hasta llegar al derrumbamiento definitivo de esas mismas ideologías con la caída del muro de Berlín en 1989… Todos estos trágicos eventos han sido, en cierto modo, otras formas de "fin del mundo".

Pero, más que detenernos en la profecía escatológica de Cristo -por lo demás, totalmente desconocida para nosotros, como nos lo dice Él mismo: "El día y la hora nadie la sabe, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sólo el Padre"- concentrémonos en el presente: en la necesidad de velar y de estar preparados para la venida de Cristo. Es decir, en la necesidad de vivir en gracia y de llevar una vida cristiana digna y santa.

Propósito
Pongamos nuestra mirada y nuestro corazón en el cielo, viviendo llenos de alegría, de optimismo y de esperanza: "Aprended de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis suceder todo esto, sabed que Él está cerca, a la puerta". ¡Cristo está para llegar! Entonces, ¡qué dicha debe invadir nuestra alma! Está comenzando la primavera. Y el Señor nos invita hoy a descubrir esos signos de los tiempos, que nos descubren un nuevo amanecer. No se está acabando el mundo. En realidad, está naciendo uno nuevo; ¡está llegando otra primavera del espíritu!

Dialogo con Cristo
¿Qué signos de esperanza descubo Señor, en la Iglesia y el mundo de hoy? Meditaré en esta pregunta, contemplando la higuera, y encontraré muchísimos brotes de vida.

NO OFREZCA RESISTENCIA



No ofrezca resistencia 


De William Penn se cuenta una anécdota maravillosa. Desde la infancia, William Penn estaba habituado a portar una espada a toda hora, porque en su época, esa arma formaba parte del atuendo de un caballero. Un día, se le ocurrió que la espada era incongruente con sus creencias cuáqueras, pero por otra parte sabía que se sentiría muy avergonzado de no llevarla.

Consultó a George Fox, aunque no dudaba que su líder le diría: “Es algo malo. Debes dejar de usarla.”

Sin embargo, George Fox no le dio esa respuesta. Fox guardó silencio por un momento, y al cabo dijo: “Lleva tu espada hasta que no puedas llevarla más.

Aproximadamente un año después, Penn advirtió que llevar la espada sería más vergonzoso que andar sin ella, y le resultó muy fácil dejar de usarla.

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