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domingo, 5 de enero de 2025
SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - MEDITACIÓN
Solemnidad de la Epifanía del Señor
Epifanía significa "manifestación". Jesús se da a conocer. Aunque Jesús se dio a conocer en diferentes momentos a diferentes personas, la Iglesia celebra como epifanías tres eventos:
Su Epifanía ante los Magos de Oriente: Se trata de una manifestación a los paganos, para poner de relieve que el Niño Dios que nace, viene para salvarnos a todos, independientemente de nuestra raza.
Su Epifanía del Bautismo del Señor: Manifestación a los judíos por medio de San Juan Bautista.
Su Epifanía de las Bodas de Caná: Manifestación a Sus discípulos y comienzo de Su vida pública por intercesión de su Madre María.
LOS OBSEQUIOS
Melchor, que representa a los europeos, ofreció al Niño Dios un presente de oro que atestigua su realeza. Gaspar, representante de los semitas de Asia, cuyo bien más preciado es el incienso, lo ofreció al Niño como símbolo de su divinidad. Y por último, Baltasar, negro y con barba, se identifica con los hijos de Cam, los africanos, que entregan la mirra, en alusión a su futura pasión y resurrección.
LA ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS
según las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerich.
"Vi la caravana de los tres Reyes llegando a una puerta situada hacia el Sur. Un grupo de hombres los siguió hasta un arroyo que hay delante de la ciudad, volviéndose luego. Cuando hubieron pasado el arroyo, se detuvieron un momento para buscar la estrella en el cielo. Habiéndola divisado dieron un grito de alegría y continuaron su marcha cantando. La estrella no los conducía en línea recta, sino por un camino que se desviaba un poco al Oeste.
La gran estrella
"La estrella, que brillaba durante la noche como un globo de fuego, se parecía ahora a la luna vista durante el día; no era perfectamente redonda, sino como recortada; a menudo la vi oculta por las nubes (...) El camino que seguían los Reyes era solitario, y Dios los llevaba sin duda por allí para que pudieran llegar a Belén durante la noche, sin llamar demasiado la atención.
Los vi ponerse en camino cuando ya el sol se hallaba muy bajo. Iban en el mismo orden, en que habían venido ; Ménsor, el más joven, iba delante; luego venía Saír, el cetrino, y por fin Teóceno, el blanco, que era también el de más edad.
"Les hablaron del valle de los pastores como de un buen lugar para levantar sus carpas. Ellos se quedaron durante largo rato indecisos. Yo no les oí preguntar nada acerca del rey de los judíos recién nacido. Sabían que Belén era el sitio designado por la profecía; pero, a causa de lo que Herodes les había dicho, temían llamar la atención.
"Pronto vieron brillar en el cielo, sobre un lado de Belén, un meteoro semejante a la luna cuando aparece; montaron entonces nuevamente en sus cabalgaduras, y costeando un foso y unos muros ruinosos, dieron la vuelta a Belén, por el Sur, y se dirigieron al Oriente hacia la gruta del Pesebre, que abordaron por el costado de la llanura donde los ángeles se habían aparecido a los pastores (...) "El campamento se hallaba en parte arreglado, cuando los Reyes vieron aparecer la estrella, clara y brillante, sobre la colina del Pesebre, dirigiendo hacia ella perpendicularmente sus rayos de luz. La estrella pareció crecer mucho y derramó una cantidad extraordinaria de luz (...)
Un gran júbilo
"De pronto sintieron un gran júbilo, pues vieron en medio de la luz, la figura resplandeciente de un niño. Todos se destocaron para demostrar su respeto; luego los tres Reyes fueron hacia la colina y encontraron la puerta de la gruta. Ménsor la abrió, viéndola llena de una luz celeste, y al fondo, a la Virgen, sentada, sosteniendo al Niño, tal como él y sus compañeros la habían visto en sus visiones.
³Volvió sobre sus pasos para contar a los otros lo que acababa de ver (...) Los vi ponerse unos grandes mantos, blancos con una cola que tocaba el suelo. Tenían un reflejo brillante, como si fueran de seda natural; eran muy hermosos y flotaban ligeramente a su alrededor. Eran éstas las vestiduras ordinarias para las ceremonias religiosas. En la cintura llevaban unas bolsas y unas cajas de oro colgadas de cadenas, cubriendo todo esto con sus amplios mantos. Cada uno de los Reyes venía seguido por cuatro personas de su familia, además de algunos servidores de Ménsor que llevaban una mesa pequeña, una tapete con flecos y otros objetos.
"Los Reyes siguieron a San José, y al llegar bajo el alero que estaba delante de la gruta, cubrieron la mesa con el tapete y cada uno de ellos puso encima las cajas de oro y los vasos que desprendieron de su cintura : eran los presentes que ofrecían entre todos.
En el pesebre
"Ménsor y los demás se quitaron las sandalias, y José abrió la puerta de la gruta. Dos jóvenes del séquito de Ménsor iban delante de él; tendieron una tela sobre el piso de la gruta, retirándose luego hacia atrás ; otros dos los siguieron con la mesa, sobre la que estaban los presentes.
Una vez llegado delante de la Santísima Virgen, Ménsor los tomó, y poniendo una rodilla en tierra, los depositó respetuosamente a sus plantas. Detrás de Ménsor se hallaban los cuatro hombres de su familia que se inclinaban con humildad. Saír y Teóceno, con sus acompañantes, se habían quedado atrás, cerca de la entrada.
"María, apoyada sobre un brazo, se hallaba más bien recostada que sentada sobre una especie de alfombra, a la izquierda del Niño Jesús, el cual estaba acostado en el lugar en que había nacido; pero en el momento en que ellos entraron, la Santísima Virgen se sentó, se cubrió con su velo y tomó entre sus brazos al Niño Jesús, cubierto también por su amplio velo.
Entre tanto, María había desnudado el busto del Niño, el cual miraba con semblante amable desde el centro del velo en que se hallaba envuelto; su madre sostenía su cabecita con uno de sus brazos y lo rodeaba con el otro.
Tenía sus manitas juntas sobre el pecho, y a menudo las tendía graciosamente a su alrededor (...) Vi entonces a Ménsor que sacaba de una bolsa, colgada de su cintura, un puñado de pequeñas barras compactas, pesadas, del largo de un dedo, afiladas en la extremidad y brillantes como el oro; era su regalo, que colocó humildemente sobre las rodillas de la Santísima Virgen al lado del Niño Jesús (...) Después se retiró, retrocediendo con sus cuatro acompañantes, y Saír, el Rey cetrino, se adelantó con los suyos y se arrodilló con una profunda humildad, ofreciendo su presente con palabras conmovedoras. Era un vaso de oro para poner el incienso, lleno de pequeños granos resinosos, de color verdoso; lo puso sobre la mesa delante del Niño Jesús.
Luego vino Teóceno, el mayor de los tres. Tenía mucha edad; sus miembros estaban endurecidos, no siéndole posible arrodillarse; pero se puso de pie, profundamente inclinado, y colocó sobre la mesa un vaso de oro con una hermosa planta verde. Era un precioso arbusto de tallo recto, con pequeños ramos crespos coronados por lindas flores blancas: era la mirra (...) Las palabras de los Reyes y de todos sus acompañantes eran llenas de simplicidad y siempre muy conmovedoras. En el momento de prosternarse y al ofrecer sus presentes, se expresaban más o menos en estos términos: «Hemos visto su estrella; sabemos que Él es el Rey de todos los reyes; venimos a adorarlo y a ofrecerle nuestro homenaje y nuestros presentes». Y así sucesivamente (...)
Dulce y amable gratitud
La madre de Dios aceptó todo con humilde acción de gracias; al principio no dijo nada, pero un simple movimiento bajo su velo expresaba su piadosa emoción. El cuerpecito del Niño se mostraba brillante entre los pliegues de su manto.
Por fin, Ella dijo a cada uno algunas palabras humildes y llenas de gracia, y echó un poco su velo hacia atrás. Allí pude recibir una nueva lección.
Pensé: «con qué dulce y amable gratitud recibe cada presente! Ella, que no tiene necesidad de nada, que posee a Jesús, acoge con humildad todos los dones de la caridad. Yo también, en lo futuro, recibiré humildemente y con agradecimiento todas las dádivas caritativas» ¡Cuánta bondad en María y en José! No guardaban casi nada para ellos, y distribuían todo entre los pobres
(...)
Los honores solemnes rendidos al Niño Jesús, a quien ellos se veían obligados a alojar tan pobremente, y cuya dignidad suprema quedaba escondida en sus corazones, los consolaba infinitamente. Veían que la Providencia todopoderosa de Dios, a pesar de la ceguera de los hombres, había preparado para el Niño de la Promesa, y le había enviado desde las regiones más lejanas, lo que ellos por sí no podían darle: la adoración debida a su dignidad, y ofrecida por los poderosos de la tierra con una santa magnificencia. Adoraban a Jesús con los santos Reyes. Los homenajes ofrecidos los hacían muy felices (...)
Agasajo
"Entre tanto, José, con la ayuda de dos viejos pastores, había preparado una comida frugal en la tienda de los tres Reyes. Trajeron pan, frutas, panales de miel, algunas hierbas y frascos de bálsamo, poniéndolo todo sobre una mesa baja, cubierta con un tapete. José había conseguido estas cosas desde la mañana para recibir a los Reyes, cuya venida le había sido anunciada de antemano por la Santísima Virgen (...) En Jerusalén vi hoy, durante el día, a Herodes leyendo todavía unos rollos en compañía de unos escribas, y hablando de lo que habían dicho los tres Reyes. Después todo entró nuevamente en calma, como si se hubiera querido acallar este asunto.
"Hoy por la mañana temprano vi a los Reyes y a algunas personas de su séquito, visitando sucesivamente a la Sagrada Familia. Los vi también, durante el día, cerca de su campamento y de sus bestias de carga, ocupados en hacer diversas distribuciones. Estaban llenos de júbilo y de felicidad, y repartían muchos regalos. Vi que entonces, se solía siempre hacer esto, en ocasión de acontecimientos felices.
"Por la noche, fueron al Pesebre para despedirse. Primero fue sólo Ménsor.
María le puso al Niño Jesús en los brazos; él lloraba y resplandecía de alegría.
Luego vinieron los otros dos, y derramaron lágrimas al despedirse. Trajeron todavía muchos presentes; piezas de tejidos diversos, entre los cuales algunos que parecían de seda sin teñir, y otros de color rojo o floreados; también trajeron muy hermosas colchas. Quisieron además dejar sus grandes mantos de color amarillo pálido, que parecían hechos con una lana extremadamente fina; eran muy livianos y el menor soplo de aire los agitaba.
Traían también varias copas, puestas las unas sobre las otras, cajas llenas de granos, y en una cesta, unos tiestos donde había hermosos ramos de una planta verde con lindas flores blancas. Aquellos tiestos se hallaban colocados unos encima de otros dentro de la canasta. Era mirra. Dieron igualmente a José unos jaulones llenos de pájaros, que habían traído en gran cantidad sobre sus dromedarios para alimentarse con ellos.
La despedida
"Cuando se separaron de María y del Niño, todos derramaron muchas lágrimas.
Vi a la Santísima Virgen de pie junto a ellos en el momento de despedirse.
Llevaba sobre su brazo al Niño Jesús envuelto en su velo, y dio algunos pasos para acompañar a los Reyes hasta la puerta de la gruta; allí se detuvo en silencio, y para dar un recuerdo a aquellos hombres excelentes, desprendió de su cabeza el gran velo transparente de tejido amarillo que la envolvía, así como al Niño Jesús, y lo puso en las manos de Ménsor. Los Reyes recibieron aquel presente inclinándose profundamente, y un júbilo lleno de respeto hizo palpitar sus corazones, cuando vieron ante ellos a la Santísima Virgen sin velo, teniendo al pequeño Jesús. ¡Cuántas dulces lágrimas derramaron al abandonar la gruta! El velo fue para ellos desde entonces la más santa de las reliquias que poseían.
"Hacia la medianoche, tuve de pronto una visión. Vi a los Reyes descansando en su carpa sobre unas colchas tendidas en el suelo, y cerca de ellos percibí a un hombre joven y resplandeciente. Era un ángel que los despertaba y les decía que debían partir de inmediato, sin volver por Jerusalén, sino a través del desierto, siguiendo las orillas del Mar Muerto.
"Los Reyes se levantaron enseguida de sus lechos, y todo su séquito pronto estuvo en pie. Mientras los Reyes se despedían en forma conmovedora de san José una vez más delante de la gruta del Pesebre, su séquito partía en destacamentos separados para tomar la delantera, y se dirigía hacia el Sur con el fin de costear el Mar Muerto atravesando el desierto de Engaddi.
"Los Reyes instaron a la Sagrada Familia a que partiera con ellos, porque sin duda alguna un gran peligro la amenazaba; luego aconsejaron a María que se ocultara con el pequeño Jesús, para no ser molestada a causa de ellos.
Lloraron entonces como niños, y abrazaron a san José diciéndole palabras conmovedoras; luego montaron sus dromedarios, ligeramente cargados, y se alejaron a través del desierto. Vi al ángel cerca de ellos, en la llanura, señalarles el camino. Pronto desaparecieron. Seguían rutas separadas, a un cuarto de legua unos de otros, dirigiéndose durante una legua hacia el Oriente, y enseguida hacia el Sur, en el desierto.
EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 5 DE ENERO DE 2025 - LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
La Epifanía del Señor
Domingo 5 de enero de 2025
1ª Lectura (Is 60,1-6): ¡Levántate y resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, y su gloria se verá sobre ti. Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen hacia ti; llegan tus hijos desde lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás, y estarás radiante; tu corazón se asombrará, se ensanchará, porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti, y a ti llegan las riquezas de los pueblos. Te cubrirá una multitud de camellos, dromedarios de Madián y de Efá. Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso, y proclaman las alabanzas del Señor.
Salmo responsorial: 71
R/. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos dé la tierra.
Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud.
En sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.
Los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo. Los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones; postraos ante él todos los reyes, y servidle todos los pueblos.
Él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres.
2ª Lectura (Ef 3,2-3a.5-6): Hermanos: Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor de vosotros, los gentiles. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio.
Versículo antes del Evangelio (Mt 2,2): Aleluya. Vimos su estrella en el oriente, y venimos a adorar al Señor. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 2,1-12): Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle». En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: «En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel’».
Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les dijo: «Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle».
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el Niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al Niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.
«Entraron en la casa; vieron al Niño con María su madre y, postrándose, le adoraron»
Rev. D. Joaquim VILLANUEVA i Poll
(Barcelona, España)
Hoy, el profeta Isaías nos anima: «Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti» (Is 60,1). Esa luz que había visto el profeta es la estrella que ven los Magos en Oriente, con muchos otros hombres. Los Magos descubren su significado. Los demás la contemplan como algo que les parece admirable, pero que no les afecta. Y, así, no reaccionan. Los Magos se dan cuenta de que, con ella, Dios les envía un mensaje importante por el que vale la pena cargar con las molestias de dejar la comodidad de lo seguro, y arriesgarse a un viaje incierto: la esperanza de encontrar al Rey les lleva a seguir a esa estrella, que habían anunciado los profetas y esperado el pueblo de Israel durante siglos.
Llegan a Jerusalén, la capital de los judíos. Piensan que allí sabrán indicarles el lugar preciso donde ha nacido su Rey. Efectivamente, les dirán: «En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta» (Mt 2,5). La noticia de la llegada de los Magos y su pregunta se propagaría por toda Jerusalén en poco tiempo: Jerusalén era entonces una ciudad pequeña, y la presencia de los Magos con su séquito debió ser notada por todos sus habitantes, pues «el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén» (Mt 2,3), nos dice el Evangelio.
Jesucristo se cruza en la vida de muchas personas, a quienes no interesa. Un pequeño esfuerzo habría cambiado sus vidas, habrían encontrado al Rey del Gozo y de la Paz. Esto requiere la buena voluntad de buscarle, de movernos, de preguntar sin desanimarnos, como los Magos, de salir de nuestra poltronería, de nuestra rutina, de apreciar el inmenso valor de encontrar a Cristo. Si no le encontramos, no hemos encontrado nada en la vida, porque sólo Él es el Salvador: encontrar a Jesús es encontrar el Camino que nos lleva a conocer la Verdad que nos da la Vida. Y, sin Él, nada de nada vale la pena.
HOY CELEBRAMOS LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - 5 DE ENERO 2025
Epifanía del Señor
Solemnidad, 5 enero 2025
Fuente: Archidiócesis de Madrid
Con los pastores pasó hace unos días un acontecimiento extraño que resultó bien. Cuidaban sus rebaños cumpliendo su rudo oficio cuando vieron una tan extraña como clara visión de ángeles que les decían cosas al principio incomprensibles y al poco rato comprobadas. Sí, allí, en un casuco, estaba el Niño del que se les habló, con su madre y un varón. Hicieron lo que pudieron en su tosquedad y carencia según mandaban las circunstancias. Como les habían asegurado que era la "Luz que iluminaba al pueblo que habitaba en sombras de muerte", de lo que tenían dieron para ayudar y para quedar bien con aquella familia que al parecer era más pobre que ellos. No les costó trabajo aceptar el milagro que era tan claro. Lo dijeron los ángeles, pues... tenían razón.
Vinieron unos Reyes. Fueron los últimos en llegar a ver a aquel Niño y si se entretienen un poco más..., pues ¡que no lo encuentran! Viajaron mucho por los caminos del mundo. Venían desde muy lejos. Pasaron miedo, frío y calor. Hasta estuvieron perdidos pero, preguntando e inquiriendo, sacaron fruto de su investigación. Aquello fue un consuelo porque tuvieron susto de haber perdido el tiempo y tener que regresar a los comienzos con el fracaso en sus reales frentes. Pero no, sabían que aquella estrella era capaz de llevarles adonde estaba Dios. También las circunstancias mandaban y adoraron y ¡cómo no! ofrecieron dones al Niño-Creador.
Los dos son caminos, la fe y la razón. Uno es sencillo, basta con que hable Dios. El otro es costoso, búsqueda constante y sincera con peligros de equivocación. La Verdad está en su sitio. Sencillez es condición. Los pastores la aprehenden y los sabios la descubren. Entrambos la sirven y entrambos son de Dios.
PAPA FRANCISCO: NO TENGAMOS MIEDO DE DAR EL PRIMER PASO PARA LLEVAR LUZ A LA OSCURIDAD
Papa Francisco: No tengamos miedo de dar el primer paso para llevar luz a la oscuridad
Por Walter Sánchez Silva
5 de enero de 2025
El Papa Francisco afirmó que la invitación de Dios hoy, para cada uno, es a no tener miedo de dar el primer paso, para abrir así ventanas de luz, en medio de la oscuridad del mundo actual.
En un frío domingo romano, marcado por la lluvia y por una plaza de San Pedro con una multitud portando paraguas, el Santo Padre meditó en el evangelio de hoy (Jn 1,1-18), en el que se hace referencia a Jesús así: “la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron”.
El Papa Francisco destacó que esto se puede constatar en este tiempo de Navidad, “cuando el Hijo de Dios, hecho hombre, supera tantos muros y tantas divisiones”, compartiendo “la vida humilde de María y José, que lo acogen y crían con amor, pero con las posibilidades limitadas y las dificultades propias de quien no tiene medios, eran pobres”.
El Santo Padre resaltó asimismo que el Señor permite que lo encuentren los pastores y los Reyes Magos, superando dificultades, porque “Dios no se detiene nunca: encuentra miles de modos para llegar a todos y a cada uno de nosotros, allá donde nos encontremos, sin cálculos y sin condiciones, abriendo también en las noches más oscuras de la humanidad ventanas de luz que la oscuridad no puede cubrir”.
Hablando del mundo actual, el Papa Francisco dijo que Dios hace posible que se pueda salir de situaciones complicadas, aunque a veces “parece imposible salir de ellas”.
“Pero hoy la Palabra de Dios nos dice que no es así: es más, nos llama a imitar al Dios del amor, abriendo destellos de luz donde podamos, con cualquiera que nos encontremos, en todos los contextos: familiar, social, internacional. Nos invita a no tener miedo de dar el primer paso. Esta es la invitación del Señor hoy: No tengamos miedo de dar el primero paso”.
El Pontífice reconoció luego que “se necesita coraje para darlo, sin miedo, abriendo ventanas luminosas de cercanía a quien sufre, de perdón, de compasión y de reconciliación, estos son tantos primeros pasos que debemos dar para hacer el camino más claro, seguro y posible para todos”.
Tras destacar que “esta invitación resuena de modo particular en el Año Jubilar que acaba de comenzar” para ser “mensajeros de esperanza”, el Papa Francisco cuestionó: “¿En qué modo puedo abrir una ventana de luz en mi ambiente y en mis relaciones? ¿Dónde puedo ser un resquicio que deje pasar el amor de Dios? ¿Cuál es el primer paso que hoy debería dar?”.
La oración por el fin de la guerra en Ucrania, Palestina, Israel y otros países
Al concluir el rezo del ángelus de este domingo, el Papa Francisco renovó su oración por los países que aún sufren a causa de la guerra.
“Seguimos rezando por la paz, en Ucrania, Palestina, Israel, Líbano, Siria, Myanmar, Sudán. Que la comunidad internacional actúe con firmeza para que en los conflictos se respete el derecho humanitario”, clamó el Santo Padre.
“Basta de atacar a civiles, no más ataques a escuelas, hospitales, ¡no más ataques contra lugares de trabajo! No olvidemos que la guerra es siempre una derrota, ¡siempre!”, concluyó el Pontífice.
EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 5 DE ENERO DE 2025
Domingo II después de Navidad
Domingo 5 de enero de 2025
1ª Lectura (Eclo 24,1-2.8-12): La sabiduría hace su propia alabanza, encuentra su honor en Dios y se gloría en medio de su pueblo. En la asamblea del Altísimo abre su boca y se gloría ante el Poderoso. «El Creador del universo me dio una orden, el que me había creado estableció mi morada y me dijo: ‘Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel’. Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca más dejaré de existir. Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él, y así me establecí en Sión. En la ciudad amada encontré descanso, y en Jerusalén reside mi poder. Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad».
Salmo responsorial: 147
R/. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Glorifica al Señor Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión. Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.
Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina. Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz.
Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos.
2ª Lectura (Ef 1,3-6.15-18): Bendito sea el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos. Él nos eligió en Cristo, antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.
Versículo antes del Evangelio (Cf. 1Tim 3,16): Aleluya. Gloria a Ti, oh Cristo, que has sido predicado a los gentiles; gloria a Ti, oh Cristo, que has sido creído en el mundo. Aleluya.
Texto del Evangelio (Jn 1,1-18): En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.
Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios.
Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de Él y clama: «Éste era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado.
«Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria»
Rev. D. Ferran BLASI i Birbe
(Barcelona, España)
Hoy, el Evangelio de Juan se nos presenta en una forma poética y parece ofrecernos, no solamente una introducción, sino también como una síntesis de todos los elementos presentes en este libro. Tiene un ritmo que lo hace solemne, con paralelismos, similitudes y repeticiones buscadas, y las grandes ideas trazan como diversos grandes círculos. El punto culminante de la exposición se encuentra justo en medio, con una afirmación que encaja perfectamente en este tiempo de Navidad: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14).
El autor nos dice que Dios asumió la condición humana y se instaló entre nosotros. Y en estos días lo encontramos en el seno de una familia: ahora en Belén, y más adelante con ellos en el exilio de Egipto, y después en Nazaret.
Dios ha querido que su Hijo comparta nuestra vida, y —por eso— que transcurra por todas las etapas de la existencia: en el seno de la Madre, en el nacimiento y en su constante crecimiento (recién nacido, niño, adolescente y, por siempre, Jesús, el Salvador).
Y continúa: «Hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Ibidem). También en estos primeros momentos, lo han cantado los ángeles: «Gloria a Dios en el cielo», «y paz en la tierra» (cf. Lc 2,14). Y, ahora, en el hecho de estar arropado por sus padres: en los pañales preparados por la Madre, en el amoroso ingenio de su padre —bueno y mañoso— que le ha preparado un lugar tan acogedor como ha podido, y en las manifestaciones de afecto de los pastores que van a adorarlo, y le hacen carantoñas y le llevan regalos.
He aquí cómo este fragmento del Evangelio nos ofrece la Palabra de Dios —que es toda su Sabiduría—. De la cual nos hace participar, nos proporciona la Vida en Dios, en un crecimiento sin límite, y también la Luz que nos hace ver todas las cosas del mundo en su verdadero valor, desde el punto de vista de Dios, con “visión sobrenatural”, con afectuosa gratitud hacia quien se ha dado enteramente a los hombres y mujeres del mundo, desde que apareció en este mundo como un Niño.