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martes, 7 de enero de 2025

NAVIDAD, FIESTA DE LA SORPRESA



Navidad, fiesta de la sorpresa

Autor: Padre Javier Gafo, S.J.



Hay un bello villancico belga en el que se narra la historia del  pastor "sorprendido". Los pastores se acercan a la gruta de Belén llevando sus dones: su manteca, su miel, sus ovejas... Sólo hay uno que se acerca con las manos vacías y abiertas. El villancico le pregunta "¿Cómo vienes sin nada a adorar al Niño?" Y el pastor le responde: "Yo sólo le traigo mi sorpresa".


Navidad es la fiesta de la sorpresa. Veinte siglos de tradición cristiana no pueden impedir que surja hoy en los creyentes la admiración y la sorpresa ante lo que celebramos en estos días. Haber celebrado ya muchos años la Navidad, experimentar todos esos bellos sentimientos humanos asociados a estas fiestas, no debería bloquear nuestra capacidad de admiración y sorpresa ante el Misterio de fe.


San Ignacio de Loyola se convertía en un pobrecito esclavo indigno para estar presente en el misterio de la Navidad. De alguna manera, San Ignacio era también ese pastor sorprendido, con las manos vacías pero el corazón muy abierto, que se acercaba al misterio de Belén "como si presente se hallase, con todo acotamiento y reverencia posibles, mirándolos, contemplándolos, sirviéndolos en sus necesidades..."


 

EL EVANGELIO DE HOY MARTES 7 DE ENERO DE 2025



Navidad: 7 de Enero

Martes 7 de enero de 2025



1ª Lectura (1Jn 3,22—4,6): Queridos hijos: Puesto que cumplimos los mandamientos de Dios y hacemos lo que le agrada, ciertamente obtendremos de él todo lo que le pidamos. Ahora bien, éste es su mandamiento: que creamos en la persona de Jesucristo, su Hijo, y nos amemos los unos a los otros, conforme al precepto que nos dio. Quien cumple sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. En esto conocemos, por el Espíritu que él nos ha dado, que él permanece en nosotros.


Hermanos míos, no os dejéis llevar de cualquier espíritu, sino examinad toda inspiración para ver si viene de Dios, pues han surgido por el mundo muchos falsos profetas. La presencia del Espíritu de Dios la podéis conocer en esto: Todo aquel que reconoce a Jesucristo, Palabra de Dios, hecha hombre, es de Dios. Todo aquel que no reconoce a Jesús, no es de Dios, sino que su espíritu es del anticristo. De éste habéis oído decir que ha de venir; pues bien, ya está en el mundo.


Vosotros sois de Dios, hijos míos, y habéis triunfado de los falsos profetas, porque más grande es el que está en vosotros que el que está en el mundo. Ellos son del mundo, enseñan cosas del mundo y el mundo los escucha. Pero nosotros somos de Dios y nos escucha el que es de Dios. En cambio, aquel que no es de Dios no nos escucha. De esta manera distinguimos entre el espíritu de la verdad y el espíritu del error.



Salmo responsorial: 2

R/. Yo te daré en herencia las naciones.

Para predicar su precepto, el Señor me dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme y te daré las gentes en herencia tuya y en posesión tuya los términos de la tierra.


Y ahora, reyes, entended, sed instruidos lo que juzgáis la tierra. Servid al Señor con temor y regocijaos en Él con temblor.

Versículo antes del Evangelio (Mt 4,23): Aleluya. Predicaba Jesús la buena nueva del Reino y sanaba toda enfermedad en el pueblo. Aleluya.

Texto del Evangelio (Mt 4,12-17.23-25): En aquel tiempo, cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, se retiró a Galilea. Y dejando la ciudad de Nazaret, fue a morar en Cafarnaúm, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y de Neftalí. Para que se cumpliese lo que dijo Isaías el profeta: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino de la mar, de la otra parte del Jordán, Galilea de los gentiles. Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz, y a los que moraban en tierra de sombra de muerte les nació una luz».

Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: «Haced penitencia, porque el Reino de los cielos está cerca». Y andaba Jesús rodeando toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos y predicando el Evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo. Y corrió su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían algún mal, poseídos de varios achaques y dolores, y los endemoniados, y los lunáticos y los paralíticos, y los sanó. Y le fueron siguiendo muchas gentes de Galilea y de Decápolis y de Jerusalén y de Judea, y de la otra ribera del Jordán.



«El Reino de los cielos está cerca»

Rev. D. Jordi CASTELLET i Sala

(Vic, Barcelona, España)



Hoy, por así decirlo, recomenzamos. El «Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz» (Mt 4,16), nos dice el profeta Isaías, citado en este Evangelio de hoy, y que nos remite al que escuchábamos en Nochebuena. Volvemos a comenzar, tenemos una nueva oportunidad. El tiempo es nuevo, la ocasión lo merece, dejemos —humildemente— que el Padre actúe en nuestra vida.


Hoy comienza el tiempo en que Dios nos da una vez más su tiempo para que lo santifiquemos, para que estemos cerca de Él y hagamos de nuestra vida un servicio de cara a los otros. La Navidad se acaba, lo hará el próximo domingo —si Dios quiere— con la fiesta del Bautismo del Señor, y con ella se da el pistoletazo de salida para el nuevo año, para el tiempo ordinario —tal y como decimos en la liturgia cristiana— para vivir in extenso el misterio de la Navidad. La Encarnación del Verbo nos ha visitado en estos días y ha sembrado en nuestros corazones, de manera infalible, su Gracia salvadora que nos encamina, nuevamente, hacia el Reino del Cielo, el Reino de Dios que Cristo vino a inaugurar entre nosotros, gracias a su acción y compromiso en el seno de nuestra humanidad.


Por esto, nos dice san León Magno que «la providencia y misericordia de Dios, que ya tenía pensado ayudar —en los tiempos recientes— al mundo que se hundía, determinó la salvación de todos los pueblos por medio de Cristo».


Ahora es el tiempo favorable. No pensemos que Dios actuaba más antes que ahora, que era más fácil creer cerca de Jesús —físicamente, quiero decir— que ahora que no le vemos tal como es. Los sacramentos de la Iglesia y la oración comunitaria nos otorgan el perdón y la paz y la oportunidad de participar, nuevamente, en la obra de Dios en el mundo, a través de nuestro trabajo, estudio, familia, amigos, diversión o convivencia con los hermanos. ¡Que el Señor, fuente de todo don y de todo bien, nos lo haga posible! 

DILEXIT NOS - UNA ENCÍCLICA DEL PAPA FRANCISCO DEDICO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS



"Dilexit nos", una Encíclica de "Corazón a corazón"

La petición de Cristo para aprender de Él que es manso y humilde de Corazón, nos insta a imitar sus actitudes de confianza y de servicio.

Por: P. Eugenio Martín, L.C. | Fuente: Catholic.net


Este artículo pretende ser un resumen de la encíclica del Papa Francisco “Dilexit nos”.

Los números entre paréntesis hacen referencia a los parágrafos citados de la misma.


El Sucesor de San Pedro nos ha regalado una encíclica sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo (“Dilexit nos”). Ha sido publicada en el 350 aniversario de las apariciones a santa Margarita de Alacoque en Paray-le-Monial, y justo en el umbral del año santo de la esperanza, el 24 de octubre del año 2024, décimo segundo de Francisco, el primer Papa jesuita en la historia de la Iglesia. “En 1883 los jesuitas declararon ´que la Compañía de Jesús acepta y recibe con un espíritu desbordante de gozo y gratitud, la suavísima carga que le ha confiado nuestro Señor Jesucristo de practicar, promover y propagar la devoción a su divinísimo Corazón´” (146). Tarea que ya san Juan Pablo II les invitaba a renovar con mayor celo en su peregrinación del 5 de octubre de 1986 a ese lugar santo.


Nos cuenta san Juan en su evangelio que, durante la última cena celebrada por el Señor con sus discípulos, tuvo la oportunidad de recostar su cabeza en el pecho de Jesús, mientras el Maestro les anunciaba que uno de ellos estaba por traicionarle.  La mística Santa Gertrudis le preguntó en la oración al mismo san Juan Evangelista por qué no se explayó más en su narración del capítulo 13, 25 acerca de dicha experiencia. A lo que él le contestó que esa revelación del Sagrado Corazón de Jesús estaba reservada para tiempos posteriores cuando el mundo, “envejecido y tibio en el amor a Dios” (110), la necesitara para ser reavivado en ese amor.


Parece que, si algo caracteriza a nuestro mundo cansado, fragmentado y delirante, es la falta de corazón. Frente a una antropología que con frecuencia se ha enfocado en el materialismo y en las facultades del individuo desligadas entre sí, necesitamos volver a lo que nos unifica y configura como personas. Como explica muy bien el pensador ruso Berdaiev en algunos de sus escritos, el individuo se convierte en persona a través del amor, en el encuentro con un “tú” que le despierta a su identidad cuando experimenta el amor. “Cada ser humano ha sido creado ante todo para el amor, está hecho en sus fibras más íntimas para amar y ser amado” (21). A eso nos referimos cuando se dice que alguien tiene corazón, porque “amando, la persona siente que sabe por qué y para qué vive” (23).


Nuestra experiencia del amor divino está mediada por el amor humano que nos interpela. “'Cor ad cor loquitur', porque más allá de toda dialéctica, el Señor nos salva hablando a nuestro corazón desde su Corazón sagrado” (26). Desde ese Corazón de Cristo, que simboliza su centro personal como núcleo viviente del 'kerigma' o primer anuncio, también nosotros nacemos a la fe (33). Dios no nos ama a todos en masa, sino que nos ama a cada uno. Y nos lo demuestra con su Encarnación, su palabra, su cercanía, su ternura y, sobre todo, con su entrega en la cruz, que “es la palabra de amor más elocuente” (46). Por eso podemos decir que Dios, al asumir un corazón humano, nos ha demostrado que está locamente enamorado de cada uno de nosotros y podemos repetir con san Pablo: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 16).


La devoción al Sagrado Corazón, por ello, es el camino más sencillo de vida espiritual, y el más directo para entrar a ese flujo de amor que vive en el seno de la Trinidad y define a Dios mismo. “El Corazón del Salvador invita a remontarse al amor del Padre, que es el manantial de todo amor auténtico. Eso mismo es lo que el Espíritu Santo, que llega a nosotros desde el Corazón de Cristo, busca alimentar en nuestros corazones. De ahí que la Liturgia, bajo la acción vivificador del Espíritu, siempre se dirige al Padre desde el Corazón del resucitado de Cristo” (77). En Él encontramos el Evangelio entero (83), una espiritualidad encarnada. “Allí está sintetizada la verdad que creemos, allí está cuanto adoramos y buscamos en la fe, allí está lo que más necesitamos” (89). Por eso en Él ponemos nuestra confianza, como nos lo recordaba santa Teresita del Niño Jesús: “La actitud más adecuada es depositar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos: en la infinita misericordia de un Dios que ama sin límites y que lo ha dado todo en la Cruz de Jesucristo” (90).


Este Corazón que tanto ha amado a los hombres, se convierte así en la fuente de la experiencia espiritual en lo personal y en lo apostólico. “El costado abierto de Cristo es fuente de donde mana la vida nueva” (96), “que sacia la sed de su pueblo” (101). Los Santos Padres, sobre todo los de Oriente, consideraron la herida del costado de Cristo crucificado como “el origen del agua del Espíritu” (102). Como testimonia san Juan en su evangelio: “Uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua” (Jn 19, 34). A lo largo de la historia de la Iglesia son innumerables los santos que se han acercado a esa fuente buscando responder al grito de Cristo en la cruz: “Tengo sed” (Jn 19, 28). Pero también convirtiéndose ellos mismos en canales para los demás, en ríos de agua viva. “Mira este corazón que tanto ha amado a los hombres y que no se ha ahorrado nada hasta el extremo de consumirse y agotarse para demostrarles su Amor; y a cambio, no recibe de la mayoría más que ingratitudes” le decía el Corazón de Jesús al corazón de santa Margarita, invitándole a su vez a que, al menos ella, le consolara y le amara. ¿Cuál fue su respuesta? Sin sombra de duda, le entrega todo su ser: “Recibí de Dios gracias excesivas de su amor, y sintiéndome movida del deseo de corresponderle en algo y rendirle amor por amor” (166).


Y al mismo tiempo prolonga su amor al Corazón de Jesús en el amor a los hermanos con el fin de convertirse así en una fuente para los demás. “De Corazón a corazón” le lleva al manantial, que late y palpita en el sagrario, porque si no bebemos de esa agua nos podemos secar. Y al mismo tiempo le lleva al éxtasis, a la dimensión de una iglesia en salida, que es comunitaria, social y misionera. La verdadera devoción al Corazón de Jesús no se queda sólo en la reparación de las heridas causadas a su amor y al prójimo, sino que también nos lanza a construir la civilización del amor. “Sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia” (182), causadas por las estructuras del pecado y la injusticia, resuenan las palabras de san Juan Pablo II, que fue testigo de los horrores provocados por la II Guerra Mundial y por las ideologías propagadas por el comunismo y capitalismo materialista. Desde el Corazón de Cristo estamos llamados a la conversión, a reparar los corazones heridos y a restaurar el mal, reconociendo nuestra culpa y pidiendo perdón. Sólo desde este aspecto del amor misericordioso, podremos lograr la armonía para construir una sociedad más humana y fraterna. “Sólo Cristo salva con su entrega en la Cruz por nosotros, sólo él redime, porque hay ´un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo, hombre él también, que se entregó a sí mismo para rescatar a todos´ (1Tm 2, 5-6)” (201).


Finalmente, el Santo Padre nos invita en esta encíclica a enamorar al mundo; a entregarnos al Reino, “recordando la dimensión misionera de nuestro amor al Corazón de Cristo” (205).  La petición de Cristo para aprender de Él que es manso y humilde de Corazón, nos insta a imitar sus actitudes de confianza y de servicio: “ofrendar al Corazón de Cristo una nueva posibilidad de difundir en este mundo las llamas de su ardiente ternura” (200). “San Juan Pablo II, además de hablar de la dimensión social de la devoción al Corazón de Cristo (que es lo que se celebra en la fiesta de Cristo Rey), se refirió a `la reparación, que es la cooperación apostólica a la salvación del mundo´” (206). Él nos envía a derramar el bien desde nuestras ocupaciones ordinarias realizadas “con una vocación de servicio” (215). “Bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común” (217). Así se cumplirá lo que le pedimos a Dios en la fiesta de Cristo Rey, que es la otra cara de la medalla del Sagrado Corazón: “Dios todopoderoso y eterno, que quisiste restaurar todas las cosas por tu amado Hijo, Rey del universo, te pedimos que la creación entera, liberada de la esclavitud del pecado, te sirva y te alabe eternamente. Amén”