“Ve a lavarte a la piscina de Siloé”
Cada vez que realiza su obra con poder de curación, el Mesías ejerce y revela su misión de restablecer la humanidad en su dignidad primera. Se inclina hoy ante el limo de la tierra de donde salimos (Génesis 2, 7). Rehace el gesto inicial del Creador añadiendo un remedio de la época: las heridas curaban mejor, según la costumbre popular, si se le aplicaba saliva.
Hace pues barro con saliva, se lo a los ojos del ciego y lo envía a una fuente de agua viva: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé.” El ciego reconoce su necesidad de curación, se lava en la fuente como se prescribe y recobra la vista como en los primeros días de la creación.
La historia que sigue se parece a una obra de teatro de tal manera que aparecen los juicios de los hombres tenebrosos y con contradicciones aparentes. Es una narración llena de ironía y falta de lógica de quienes se oponen al buen sentido y a la fe en Cristo. El ciego ha encontrado sin embargo en Jesús la única fuente de luz.
El discurso de los pretendidos sabios es tan incoherente que el hombre estaría tentado de decir a todo el mundo: “Iros y dejadme en paz.” Pero san Juan se queda mirando a su personaje en escena: lo que se desarrolla ilustra demasiado bien el rechazo de Jesús y de sus discípulos. La acción refleja en particular las dificultades de los primeros cristianos, que fueron expulsados de la sinagoga a causa de su fe, hacia los años 80, a raíz de la asamblea de los fariseos celebrada en Jamnia.
Como muchos cristianos del tiempo, los padres del ciego se defienden: se unen a los ciegos voluntarios por miedo a ser excluidos como los que está unidos a Cristo. Por su parte, las autoridades que pretendían conocer todo de la Palabra de Dios y establecidos en la verdad, se tapan los ojos y los oídos. Rechazan la evidencia mientras que el ciego curado prosigue solo su paso para conocer a Jesús. Puede preguntarse siempre dónde está el problema sino en la mente de sus oponentes.
Proseguimos la subida a Pascua. El ciego que se une a los discípulos subraya nuestras necesidades de curación. ¿Sabremos reconocerlas? ¿Qué parte de nosotros expondríamos para que la curara Jesús?
* Padre Felipe Santos SDB
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