miércoles, 22 de julio de 2020

UNA MENTE RENOVADA


Una mente renovada



¿Cuál es el secreto de esas personas que logran cambios positivos en su vida? ¿Dónde está la clave para poder vivir en plenitud? ¿Existe alguna manera de alcanzar las metas que nos hemos propuesto? Solo hay una respuesta a estos y tantos otros interrogantes: ¡SÍ!

Si queremos lograr la felicidad y disfrutar plenamente de la vida, tenemos que alinearnos con los propósitos de Dios, nuestro Creador. Para que eso sea posible, necesitamos ir más allá de los conceptos abstractos y humanistas que nos influencian y concentrarnos en la renovación de nuestra mente. En otras palabras: «Cambiar nuestra manera de pensar»

De acuerdo a los propósitos de Dios ¿Cuáles son las características de una mente renovada? He aquí algunas de ellas:

 Una mente renovada... ¡Sustituye la mentira por la verdad! Aunque sea popular el uso de las llamadas «mentiras piadosas» quien desea vivir al máximo sabe que de sus labios debe brotar la verdad. De esta manera se abre paso a la confianza, elemento fundamental en el trato con nuestros semejantes.

 Una mente renovada... ¡Sustituye el resentimiento y la ira por el perdón! Todos nos enojamos frente a distintos hechos de la vida. Sin embargo, no debemos permitir que el enojo nos domine y se vuelva incontrolable. Y tampoco debemos guardar resentimiento en nuestro corazón, porque si no es tratado convenientemente, el resentimiento puede convertirse fácilmente en amargura. Cuando tomamos la decisión de perdonar, la ira y el rencor ceden su lugar a la paz interior y facilitan la reconciliación con los demás.

 Una mente renovada… ¡Sustituye la deshonestidad por la honradez! Las aparentes «pequeñas deshonestidades» socavan nuestro espíritu y no nos permiten vivir al cien por cien. Cada día necesitamos desarrollar la honradez, aún en los hechos cotidianos más simples. Una conciencia limpia es el reflejo de una personalidad que disfruta de la libertad.

 Una mente renovada... ¡Sustituye las palabras que hieren por palabras que edifican! ¡Cuánto daño pueden provocar nuestras palabras! Los insultos, las ironías, los términos despectivos, el chisme, y tantos otros males solo producen amargura, tristeza y resentimiento. ¡Que nuestra boca se llene de palabras que bendigan y edifiquen a los demás!

 Una mente renovada… ¡Sustituye la maldad por la bondad! Una persona buena piensa siempre en el otro, hace uso de una actitud amable, buscando el bien. Maldad es privilegiar el egoísmo antes que el amor. ¡La bondad es misericordia, amor y compasión!

«Permitamos que Dios siembre en nuestro corazón la semilla de todas estas cualidades y esforcémonos en cultivarlas cada día. Solo así lograremos desarrollar una mente distinta, que nos permitirá ser mejores personas cada día»

EL HOMBRE Y EL ÁRBOL


El hombre y el árbol



Hace mucho tiempo existía un enorme árbol de manzanas. Un pequeño niño lo amaba mucho y todos los días jugaba alrededor de él, trepaba al árbol hasta el tope y éste le daba sombra. Él amaba el árbol y el árbol amaba al niño.

Pasó el tiempo y el pequeño niño creció y nunca más volvió a jugar alrededor del enorme árbol. Un día el muchacho regresó al árbol y escuchó que el árbol le dijo triste: "¿Vienes a jugar conmigo?" Pero el muchacho contestó: "Ya no soy el niño de antes que jugaba alrededor de enormes árboles. Lo que ahora quiero son juguetes y necesito dinero para comprarlos".

"Lo siento, dijo el árbol, pero no tengo dinero... Pero puedes tomar todas mis manzanas y venderlas. De esta manera obtendrás el dinero para tus juguetes".

El muchacho se sintió muy feliz. Tomó todas las manzanas y obtuvo el dinero, y el árbol volvió a ser feliz. Pero el muchacho nunca volvió y el árbol volvió a estar triste.

Tiempo después, el muchacho regresó. El árbol feliz le preguntó: "¿Vienes a jugar conmigo?"

"No tengo tiempo para jugar. Debo trabajar para mi familia. Necesito una casa para compartir con mi esposa e hijos. ¿Puedes ayudarme?"

"Lo siento, no tengo una casa, pero... tú puedes cortar mis ramas y construir tu casa con ellas". El joven cortó todas las ramas del árbol y esto hizo feliz nuevamente al árbol, pero el joven nunca más volvió desde esa vez... el árbol volvió a estar triste y solitario.

Cierto día de un cálido verano, el hombre regresó: el árbol estaba encantado. "¿Vienes a jugar conmigo?" le preguntó.

"Estoy triste y volviéndome viejo. Quiero un bote para navegar y descansar. ¿Puedes darme uno?".

"Usa mi tronco para que puedas construir uno y así navegar y ser feliz". El hombre cortó el tronco y construyó su bote y con él se fue a navegar por un largo tiempo.

Finalmente regresó después de muchos años y el árbol le dijo: "Lo siento mucho, pero ya no tengo nada que darte ni siquiera manzanas".

"No tengo dientes para morder, ni fuerza para escalar... ahora ya estoy viejo".

Entonces el árbol con lágrimas en sus ojos le dijo, "Realmente no puedo darte nada... la única cosa que me queda son mis raíces muertas".

"Yo no necesito mucho ahora, sólo un lugar para descansar. Estoy tan cansado después de tantos años".

"Bueno, las viejas raíces de un árbol son el mejor lugar para recostarse y descansar. Ven siéntate conmigo y descansa".

El hombre se sentó junto al árbol, y éste feliz y contento sonrió con lágrimas.

Esta puede ser la historia de cada uno de nosotros. El árbol son nuestros padres y maestros. Cuando somos niños, los amamos y jugamos con papá y mamá... Cuando crecemos los dejamos.....sólo regresamos a ellos cuando los necesitamos o estamos en problemas... No importa lo que sea, ellos siempre están allí para darnos todo lo que puedan y hacernos felices. Tú puedes pensar que el muchacho es cruel contra el árbol, pero es así como nosotros tratamos a nuestros padres... Valoremos a nuestros padres mientras los tengamos a nuestro lado y si ya no están, que la llama de su amor viva por siempre en tu corazón y su recuerdo te dé fuerza cuando estás cansado.

Y sepamos que siempre tenemos además otro Padre en quien descansar.  

ESTAMPA CON ORACIÓN A SANTA MARÍA MAGDALENA


VATICANO EXHORTA A TENER ACTITUD DE ESPERANZA ANTE LA PANDEMIA


Vaticano exhorta a tener actitud de esperanza ante la pandemia
POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




La Pontificia Academia para la Vida publicó este 22 de julio el documento “Humana communitas en la era de la pandemia” del COVID-19 con “consideraciones intempestivas sobre el renacimiento de la vida”.

El texto vaticano exhorta a tener “una actitud de esperanza, más allá del efecto paralizante” y advierte que “todos estamos llamados a hacer nuestra parte. Mitigar las consecuencias de la crisis implica renunciar a la noción de que ‘la ayuda vendrá del gobierno’, como si fuera un deus ex machina que deja a todos los ciudadanos responsables fuera de la ecuación, intocables en su búsqueda de intereses personales”.

En este sentido, el documento de la Pontificia Academia para la Vida señala que existen “dos tentaciones opuestas: por un lado, la resignación que sufre pasivamente los acontecimientos; por otro, la nostalgia de un retorno al pasado, sólo anhelando lo que había antes”.


“Es hora de imaginar y poner en práctica un proyecto de convivencia humana que permita un futuro mejor para todos y cada uno”, exhortó.

Además, el texto reconoce que “no hemos prestado suficiente atención, especialmente a nivel mundial, a la interdependencia humana y a la vulnerabilidad común” ya que “si bien el virus no reconoce fronteras, los países han sellado sus fronteras”.

“A diferencia de otros desastres, la pandemia no afecta a todos los países al mismo tiempo… La pandemia está aumentando las desigualdades e injusticias ya existentes, y muchos países que carecen de los recursos y servicios para hacer frente adecuadamente al Covid19 dependen de la asistencia de la comunidad internacional”, alerta.

En esta línea, el documento vaticano explica que “las lecciones de fragilidad, finitud y vulnerabilidad nos llevan al umbral de una nueva visión: fomentan un espíritu de vida que requiere el compromiso de la inteligencia y el valor de la conversión moral”.

“Aprender una lección es volverse humilde; significa cambiar, buscando recursos de significado hasta ahora desaprovechados, tal vez repudiados. Aprender una lección es volverse consciente, una vez más, de la bondad de la vida que se nos ofrece, liberando una energía que va más allá de la inevitable experiencia de la pérdida, que debe ser elaborada e integrada en el significado de nuestra existencia”, describe.


Por ello, “es necesario dar cuerpo a un concepto de solidaridad que vaya más allá del compromiso genérico de ayudar a los que sufren. Una pandemia nos insta a todos a abordar y remodelar las dimensiones estructurales de nuestra comunidad mundial que son opresivas e injustas, aquellas a las que en términos de fe se les llama ‘estructuras de pecado’. El bien común de la comunidad humana no puede lograrse sin una verdadera conversión de las mentes y los corazones”.

De este modo, el documento subraya que “el acceso a una atención de salud de calidad y a los medicamentos esenciales debe reconocerse como un derecho humano universal” y añade que “de esta premisa se desprenden lógicamente dos conclusiones: la primera se refiere al acceso universal a las mejores oportunidades de prevención, diagnóstico y tratamiento, más allá de su restricción a unos pocos. La distribución de una vacuna, una vez que esté disponible en el futuro, es un punto en el caso. El único objetivo aceptable, coherente con una asignación justa de la vacuna, es el acceso para todos, sin excepciones. La segunda conclusión se refiere a la definición de la investigación científica responsable”.

Para leer el documento completo haga click aquí.

MARÍA MAGDALENA: LA PECADORA ARREPENTIDA


María Magdalena: La pecadora arrepentida
De no ser por los Evangelios y por lo que Jesús hizo con ella, nadie la recordaría hoy


Por: n/a | Fuente: Alfa y Omega // ArchiMadrid.org




Era «una mujer pecadora que había en la ciudad» y se le perdonaron los pecados «porque había amado mucho».

El relato de san Lucas (7, 36-50) introduce a esta mujer en la historia de los hombres y ya estará en ella hasta el fin; de no ser por los Evangelios y por lo que Jesús hizo con ella, nadie la recordaría hoy; su vida habría pasado como un anónimo de baja calidad olvidado por todos. Leyendo la escena de lo que pasó en casa de Simón no se descubre su nombre; fue una delicadeza de autor tan humano y fino que no quiso ponerla en evidencia. Hizo bien, porque como la malicia de los hombres y mujeres con sus evidentes debilidades no tienen nada de atractivo ni de originalidad, prefirió resaltar la misericordia sin límite de Jesús. Luego, cuando ya no tuviera dentro «los siete demonios» que tuvo, sí sería oportuno escribir el nombre de María Magdalena, como hace Lucas en el capítulo siguiente.

Sin que pueda afirmarse de modo absoluto la identidad entre María Magdalena, la pecadora sin nombre, con la hermana de Lázaro y de Marta que se llamaba María a la que habría de suponer una época de extravíos juveniles, parece que la coincidencia de rasgos comunes en los relatos evangélicos –preferencia por los pies de Jesús y ser amiga de ungüentos perfumados–, justifican la fusión que de ambas figuras hace la tradición cristiana como queda expresada en la liturgia y en el martirologio.

Quizá fue un reproche de Jesús lo que la llevó al cambio, pero no lo sabemos; o a lo mejor fue una mirada de Jesús encontrada en alguno de aquellos momentos en los que la había situado su curiosidad por desear ver al joven Rabí de Nazaret; o la afirmación agresiva que hizo Jesús –para aclarar la mente de los que pensaban que eran buenos– de que «los publicanos y las prostitutas os precederán en el reino de los Cielos». El caso es que comenzó a sentirse incómoda consigo misma desde que le escuchó aquello de «bienaventurados los limpios» que verían a Dios. Hablaba mucho Jesús de la misericordia divina y, sin poderlo explicar, María no podía distraerse del deseo vehemente de estar cercana; le parecía que nadie hasta entonces entendía tanto de las profundidades de ese corazón bueno de Dios y ella comenzó a notar en su interior un deseo acuciante de bondad y de bien. El Nazareno disfrutaba hablando de la misericordia divina con los pecadores, rompió las reglas de juego admitiendo entre sus amigos a indeseables, y hasta dijo aquella verdad de que el médico está para los enfermos, que lo sanos no lo necesitan. María se siente colocada frente a sí misma; comenzó a darle asco su vida. La enseñanza variopinta del Maestro hablaba del padre bueno que espera la vuelta del hijo que se fue, y del pastor que busca cuidadoso a la oveja que se extravió. La de Magdala ya no se soporta; no puede sufrir el pensamiento de su propio espectáculo a pesar de su ansia vehemente de triunfos y halagos; se rebela contra su situación actual al tiempo que escucha a Jesús que hablaba de Dios –el mismo de siempre, pero sin palo–, como un padre lleno de comprensión. La mujer siente su orgullo encabritado, pero la gracia va abriéndose camino; solo hacía falta querer dar un paso, porque los pecados pesan ahora como una atadura insoportable.

Ni se lo pensó. Entró como a escondidas con un vaso de alabastro lleno de perfume, sin deseo de llamar la atención, y sin conseguir pasar desapercibida. Quiso pedir perdón y no pudo; se arrastró; no le salían palabras; solo es capaz de llorar, besar los pies y secar lo mojado con sus cabellos manejados con arte. Aturdida por tan extraña situación, le pareció oír que el joven Rabí la defendía de Simón con palabras pausadas y voz serena. Después vino el gozo al escuchar «tu fe te ha salvado, vete en paz».

Libre y renovada, flotando en bondad, se une al grupo de mujeres que le asisten en el ministerio mesiánico, y ya no dejará jamás a Jesús, ni siquiera cuando le escuche que deberá comer su carne y beber su sangre, ni se unirá a la cobarde deserción de sus amigos en el momento del Calvario. Vive una felicidad indecible.

Galilea, Judea, Decápolis y Fenicia. En Judea, el ambiente se iba enrareciendo; ella no sintió miedo, ni entendió cómo podían tenerlo los discípulos. Pero aquello pasó, aunque María no lo tuviera previsto y hasta le pareciera la pesadilla de un sueño embustero, ¡habían apresado al Maestro! Si solo ha hecho el bien, si es tan bueno, si no hizo mal, si ayuda a los pobres, si se desvive por los enfermos, si dice verdades, si habla del Cielo… Su actuación fue la misma por todas partes. ¿No curó al paralítico? ¿Qué hizo con el ciego? ¿No sanó leprosos? ¡Dio vida a la niña, al chico de Naín, a Lázaro! Alimentó a miles con pocos panes y peces, libró a endemoniados… tantas y tantos vivían contentos gracias e él.

Ya han levantado la cruz. El Gólgota está oscuro y con truenos. Se le escucha perdonando, que es lo suyo. Y hace promesa del Reino al ladrón y asesino que se arrepiente; sí, ese es su estilo. María mira y no entiende, mira y se avergüenza. La antigua profecía: «Mi siervo ha tomado sobre sí los pecados de todos» fue como un relámpago en su mente que le hizo entrever algo del misterio. Era descubrir el precio de sus pecados, la malicia de sus hechos. Y muchas lágrimas, algún grito, todo es desconsuelo mientras hipa a moco tendido. La mano de la madre del crucificado puesta en su hombro venía a darle paz; el rostro de aquella mujer con lloro sosegado le hizo entender que no tenía derecho a expresar más dolor del que sufría la propia madre del muerto.

Cuando lo desclavaron y lo bajaron, casi no tuvieron tiempo para prepararlo y así lo tuvieron que enterrar. María Magdalena tiene la cabeza confusa y lleva un propósito en el pecho: cuando pasase el descanso sabático, moriría al lado de Jesús, quedándose junto al sepulcro.

Allá iba el domingo entre dos luces, con más ungüentos aromáticos, acompañada de un grupo pequeño de mujeres. La puerta está abierta, ¡han violado la tumba y no está su cuerpo! Corre al cenáculo y corren también Juan y Pedro. Todos se alborotan y regresan con el corazón en un puño, plasmada la incertidumbre en los rostros y con más miedo dentro. María se queda sola con su desventura; ya no le queda ni siquiera el cuerpo de Jesús muerto.


Le dice al hortelano que lo buscará y lo traerá. Solo una palabra en tono especial la revuelve para poder ella responder de modo increíble a lo humano: Rabboni, Maestro mío. Hay un nuevo intento de agarrarse a sus pies y la alegría indescriptible de testificar como un huracán que ha visto vivo al que estuvo muerto.

A partir de este momento, ya no se vuelve a hablar en el Evangelio más de María Magdalena.

Después quedó la leyenda –clara en sus justos términos– parloteando de sus posibles, imaginados o deseados pasos por el mundo, apartada en el desierto o llegando en diáspora judía hasta las playas de Marsella. Yo prefiero quedarme con la estampa que cierra su vida el Evangelio hasta que la salude personalmente en el cielo. ¿Podrá hacerse eso?

ESTAMPA CON ORACIÓN A SAN JOSÉ


EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 22 DE JULIO DE 2020


Decimosexta Semana del Tiempo Ordinario
Miércoles 22 de Julio de 2020


 Hoy es: Santa María Magdalena (22 de Julio)


“ Mujer, ¿por qué lloras? ”



Primera lectura
Lectura del libro del Cantar de los Cantares 3, 1-4a

Esto dice la esposa:
«En mi lecho, por la noche,
buscaba al amor de mi alma;
lo buscaba, y no lo encontraba.
“Me levantaré y rondaré por la ciudad,
por las calles y las plazas,
buscaré al amor de mi alma”.
Lo busqué y no lo encontré.
Me encontraron los centinelas
que hacen la ronda por la ciudad.
“Habéis visto al amor de mi alma?”.
En cuanto los hube pasado,
encontré al amor de mi alma».


Salmo
Sal 62, 2. 3-4. 5-6. 8-9 R/. Mi alma está sedienta de ti, mi Dios


Oh, Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua. R/.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabaran mis labios. R/.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabaran jubilosos. R/.

Porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene. R/.


Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1. 11-18


El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan:
«Mujer, ¿por qué lloras?».
Ella les contesta:
«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice:
«Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?».
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:
«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».
Jesús le dice:
«¡María!».
Ella se vuelve y le dice:
«¡Rabbuní! », que significa: «¡Maestro! ».
Jesús le dice:
«No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».
María la Magdalena fue y anunció a los discípulos:
«He visto al Señor y ha dicho esto».



Reflexión del Evangelio de hoy
Buscando al amor de mi alma


En la festividad de Santa María Magdalena, la primera testigo del resucitado, encontramos en el libro del Cantar de los Cantares a una mujer que “busca el amor de su alma”. El camino hasta encontrarlo se hace largo. Lo buscó por caminos erróneos, pero lo halló no tanto cuando lo buscaba, sino cuando menos lo esperaba.

¡Qué difícil tarea la de buscar el amor!  Quizás sea en la inocencia de la adolescencia cuando hallamos parte de él. Hablamos de encajar, de ser compatibles, de ser piezas de un engranaje bien ensamblado, de la otra mitad de mi ser. Pero, siempre llega el desencanto. Se rompe la relación y lo que parecía ser un alma gemela, se ha convertido en uno de los mayores enemigos porque nos ha causado dolor. El alma yace herida por los caminos del desencanto y el desamor.

Pero, hemos de ser consciente de algo importante. El amor siempre va unido al alma. Si al alma no lo hacemos crecer y madurar el amor queda expuesto a la superficialidad; y con ella, se rompe también el alma. Para amar hemos de a cercarnos a nuestra alma, ver qué necesidades tenemos, y preguntarnos cómo las podemos superar. Hay que superar primero esas necesidades para aventurarme al amor.

El amor de un alma madura se expone al sacrificio. Y el sacrificio es una total donación gratuita de cuanto soy. No cabe reservarse nada ante la persona amada. No hay amor sin una confianza plena, y sin una fidelidad inquebrantable, firme como una roca.

Sin embargo, sucede que, a veces, salimos de nuestra alma para hacer incursiones por el mundo; nos tomamos un tiempo queriendo buscar oxígeno para nuestra mente y nuestro espíritu; pero, una cosa es respirar, y otra dar bocanadas. No podemos exponer a nuestro espíritu la dictadura del impulso irredento que nos conduce a la desestructuración personal.

Cuando el tiempo es el adecuado, y se ha respirado lo suficiente, hemos de volver a tomar consciencia de un nuevo ser personal dispuesto a renovar su amor. Lo malo es creer que respiramos cuando lo que estamos haciendo es dar bocanadas de aire, que fuerzan una incorrecta capacidad de respirar. Damos bocanadas cuando nos sentimos ahogados, o hemos hecho un sobreesfuerzo con nuestro cuerpo, no obstante, hemos de volver al fluir sereno de la respiración, para que todo nuestro cuerpo esté acorde con su ser.

Lo mismo nos sucede con Dios. O lo respiramos conscientemente para que nuestra alma esté unida a Él, o actuamos de manera impulsiva y rompemos el ritmo de nuestra relación con Él. Buscar el amor de mi alma significa también buscar a Dios y su presencia. Dios es amor, según nos dice la primera carta de san Juan; de Él hemos recibido la capacidad de amar como acto creador, por eso el amor no se puede desvincular de su capacidad creadora; de alguna manera moldeamos con esa capacidad creadora a nuestros seres queridos cuando les expresamos un amor gratuito. Sólo la gratitud es señal de una acogida sincera.

Buscar oxígeno en el amor es la expresión de una persona que se siente atrapada, agobiada, oprimida. Sin embargo, puede ser sólo una mentira que justifique mi huida. El oxígeno es necesario, pero la huida no resuelve los problemas.

Mujer, ¿por qué lloras?
En el Evangelio de San Juan encontramos a María Magdalena al pie del sepulcro, buscando en el lugar de los muertos al que está vivo. María Magdalena tiene quebrado el corazón y su alma por la muerte de Jesús. Ella fue discípula y servidora de la comunidad de creyentes que compartieron con Jesús el pan y la palabra. María se resiste a comprender el cambio cualitativo que ha cobrado la nueva vida en Cristo Jesús. Llora, pero a veces el llanto es egoísta. Lloramos por cuanto ya no recibimos.

Es necesario que alguien nos llame por nuestro nombre, para tomar conciencia de la liberación de nuestra angustia, y poder proclamar la alegría de la salvación. Esa alegría surge con el encuentro del Resucitado, que me pregunta “¿por qué lloras?”. He de buscar la causa de mi llanto.

Hay personas de llanto fácil, pero no encuentran la causa de su llanto. A veces es la emoción frágil, otras veces es la experiencia que uno siente por el abandono. Quien tiene el corazón quebrado necesita de una experiencia íntima mayor que el dolor, para dar el paso a la alegría.

María además de discípula también fue receptora de una experiencia íntima sin parangón: el resucitado le pregunta por la razón de su llanto, y se revela ante ella. Además de discípula, a partir de ahora es consciente de una misión: Anunciar que Cristo sigue vivo entre nosotros.

¿Por qué escogió a una mujer de entre sus discípulos par ser la primera en experimentar la alegría del resucitado? Hay varias razones que me conducen a responder. El Cristo liberador de la muerte y del pecado también rompe con las estructuras de opresión y discriminación. Pero hay una razón también de fidelidad, María Magdalena, permaneció al pie de la cruz cara al dolor y la muerte. No tenía un espíritu traidor ni un espíritu cobarde. Fue incluso capaz de recorrer el lugar de los muertos para buscar a su Señor.

Hemos de orar hermanos por esa capacidad, siempre nueva, que María Magdalena expresó con su fe y su amor en Cristo Jesús. Ella no se avergonzó de su pasado, ni tampoco de su presente. Llora por amor, y busca por amor la alegría de resucitar.



Fray Alexis González de León O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)

SANTORAL DE HOY MIÉRCOLES 22 DE JULIO DE 2020

Agustín de Biella Fangi, BeatoAgustín de Biella Fangi, Beato
Sacerdote, 22 de julio
Felipe Evans, SantoFelipe Evans, Santo
Sacerdote y Mártir, 22 de julio
Ireneo Jacinto (Joaquín Rodríguez Bueno), BeatoIreneo Jacinto (Joaquín Rodríguez Bueno), Beato
Religioso y Mártir, 22 de julio
Virginio Pedro (Vicente López y López), BeatoVirginio Pedro (Vicente López y López), Beato
Religioso y Mártir, 22 de julio
María Inés Teresa Arias, BeataMaría Inés Teresa Arias, Beata
Fundadora, 22 de julio
Vandregisilo, SantoVandregisilo, Santo
Abad, 22 de julio
María Magdalena, SantaMaría Magdalena, Santa
Memoria Litúrgica, 22 de julio

BIENVENIDOS





martes, 21 de julio de 2020

HOY CELEBRAMOS A SAN LORENZO DE BRINDIS, 21 DE JULIO


IMÁGENES CON LA EXPLICACIÓN A LA DEVOCIÓN AL DIVINO NIÑO JESÚS

 


¿POR QUÉ DEBO REZAR POR ALGUIEN QUE ME CAE MAL?


¿Por qué debo rezar por alguien que me cae mal?
Ponemos a esas personas en manos de Dios, el puede intervenir para cambiar su corazón.


Por: Alejandra Sosa | Fuente: Desde la Fe




‘¡De ninguna manera!’
‘¡Ja! ¡Ya parece!’
‘¡Claro que no voy a pedir por ese infeliz!’
‘¡Sí, por supuesto que pido: ¡¡que le caiga un rayo!!’

Ésas y parecidas respuestas dieron diversas personas a las que se les preguntó si rezaban por las personas que detestaban, sobre todo por quienes les habían hecho mal.

Las airadas respuestas dejan ver que hay un malentendido. La gente cree que orar por alguien es pedir que le vaya bien en lo malo que hace, que por ejemplo, orar por el delincuente que las asaltó, es pedir a Dios que lo ayude a que le resulten bien sus atracos, o que si rezan por la chismosa de la familia, piden que se salga con la suya en sus intrigas. ¡No es así!

Para entender el sentido que tiene orar por alguien, primero hay que tomar en cuenta algo muy importante: si creemos en Cristo y nos consideramos Sus seguidores, estamos llamados cumplir el único mandamiento que nos dio: amarnos unos a otros, como Él nos ama (ver Jn 15, 12).

Cabe entonces preguntarnos: ¿qué es el amor?, ¿en qué consiste? Amar no es tener bonitos sentimientos hacia quienes nos caen bien, pues sería imposible obedecer a Jesús que nos pide: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a quienes los odien, bendigan a los que los maldigan, rueguen por quienes los difamen”. (Lc 6, 27-28). Amar consiste en desear y, en la medida de lo posible, procurar el bien de quien se ama. Y desearle el bien no significa desear que le vaya bien en lo malo que hace, no, sino desear que abra su alma al mayor bien que existe que es el amor de Dios.


Decía san Agustín que Dios nos creó para Él y nuestra alma está inquieta hasta que no descansa en Él. Quienes hacen, o nos hacen mal, no tienen a Dios en su corazón, sólo un hueco infinito que se pasan intentando llenar con poder, con dinero, con fama, con el adrenalinazo momentáneo que les da la violencia, la velocidad, el alcohol, la droga, la pornografía o cualquier otra adicción, pero no lo consiguen. Y por ello, aunque aparenten ser felices, no lo son.

En Misa, durante la oración universal el padre pidió ‘por los que más sufren’, y yo pensaba en los enfermos, pobres, ancianos abandonados, cuando el padre aclaró que se refería a los que cometen crímenes, injusticias, a los que abusan de otros. Tenía razón, ésos que van a contrapelo de la vocación de amar que Dios nos ha dado, necesariamente sufren porque hacen lo contrario de aquello para lo que han sido creados y que los haría realmente felices.

Así, aunque aparentemente se regocijen cuando les resulta bien el mal que hicieron, en lo hondo de su alma sólo hay desazón y tiniebla. Y el problema es que no sólo su corazón está a oscuras, sino que desparraman oscuridad alrededor. Por eso es necesario, más aún, urgente, orar por ellos, porque sólo puede penetrar e iluminar su negrura interior la luz de Aquel que dijo: “Yo soy la Luz del mundo, el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12)

Orar por los que nos hacen mal, no equivale a pedir a Dios que los ayude en el mal que hacen, sino que los transforme interiormente como sólo Él puede.

Nos quejamos de los parientes o compañeros que nos molestan y parecen dedicados a fastidiarnos la existencia, pero ¿oramos por ellos?

Nos lamentamos amargamente de autoridades que dicen una cosa y hacen otra, que en lugar de procurar justicia acusan a inocentes, roban, extorsionan, perpetúan la corrupción y la violencia, pero ¿oramos por ellas?

Tenemos 3 razones muy poderosas para rezar por quienes detestamos:

Cumplimos el mandamiento que nos dejó Jesús de amar como Él ama, es decir, con un amor que no se basa en los méritos ni pone condiciones.

Sanamos nuestro corazón, porque no debemos detestar a nadie, y cuando oramos por alguien aprendemos a verlo como hijo de nuestro mismo Padre, y no olvidamos que en el Padre Nuestro nos atrevemos a pedirle que nos perdone como nosotros perdonamos.

Ponemos a esas personas en manos de Dios, el único que puede intervenir para cambiar su corazón.

EL EVANGELIO DE HOY MARTES 21 DE JULIO DE 2020


Decimosexta Semana del Tiempo Ordinario - Año Par
Martes 21 de Julio de 2020


“ Dios se complace en la misericordia ”

Primera lectura
Lectura de la profecía de Miqueas 7, 14-15. 18-20

Pastorea a tu pueblo, Señor, con tu cayado,
al rebaño de tu heredad,
que anda solo en la espesura,
en medio del bosque;
que se apaciente como antes
en Basán y Galaad.
Como cuando saliste de Egipto,
les haré ver prodigios.
¿Qué Dios hay como tú,
capaz de perdonar el pecado,
de pasar por alto la falta
del resto de tu heredad?
No conserva para siempre su cólera,
pues le gusta la misericordia.
Volverá a compadecerse de nosotros,
destrozará nuestras culpas,
arrojará nuestros pecados
a lo hondo del mar.
Concederás a Jacob tu fidelidad
y a Abrahán tu bondad,
como antaño prometiste a nuestros padres.


Salmo
Sal 84, 2-4. 5-6. 7-8 R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia

Señor, has sido bueno con tu tierra,
has restaurado la suerte de Jacob,
has perdonado la culpa de tu pueblo,
has sepultado todos sus pecados,
has reprimido tu cólera,
has frenado el incendio de tu ira. R/.

Restáuranos, Dios salvador nuestro;
cesa en tu rencor contra nosotros.
¿Vas a estar siempre enojado,
o a prolongar tu ira de edad en edad? R/.

¿No vas a devolvernos la vida,
para que tu pueblo se alegre contigo?
Muéstranos, Señor, tu misericordia
y danos tu salvación. R/.

Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 12, 46-50

En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él.
Uno se lo avisó:
«Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo».
Pero él contestó al que le avisaba:
«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?».
Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».



Reflexión del Evangelio de hoy
Ser profetas no de desventuras, sino de misericordia


La profecía de Miqueas, que vivió a finales del siglo VIII antes de Cristo, es en gran parte una invectiva contra los dirigentes del pueblo, reprochándoles tanto la idolatría como la injusticia social. Ese comportamiento los hace acreedores al castigo divino. Pero Dios promete el perdón y la restauración del pueblo, porque es un Dios siempre misericordioso, que va a actuar como actuó antaño para liberarlo de la esclavitud de Egipto.

El profeta utiliza imágenes expresivas, frecuentes en la Biblia, como la del rebaño que es conducido a pastos abundantes bajo la guía de su pastor, Yahvé. Éste es un Dios de misericordia, como no hay ningún otro, y fiel al juramento hecho a los padres. La misericordia y la fidelidad son sin duda los dos rasgos predominantes del Dios del Antiguo Testamento. En el salmo responsorial su autor también se encomienda a la misericordia de Dios, en una queja que lamenta su prolongado enojo con el pueblo y le pregunta insistentemente cuándo cesará.

En nuestros días, subsisten aquellas dos lacras denunciadas por el profeta, idolatría e injusticia, aunque con una apariencia distinta. La idolatría aquí es la del dinero o la del poder, sobre todo. Y la injusticia reviste diversas modalidades: opresión, corrupción, abusos, indiferencia.

Una parte de nuestra misión profética consiste en la denuncia vigorosa de esos vicios que aquejan principalmente a quienes detentan el poder. Pero no es menos urgente y determinante recordar a todos que nuestro Dios no es un Dios vengativo o insensible, sino siempre cercano y compasivo para con los que sufren. El profeta no señala fechas, ni nosotros podemos darlas sobre el momento en que nuestra situación cambiará. Pero es fundamental que estemos convencidos de que Dios nos auxilia siempre de algún modo, y que seamos capaces de transmitir esa convicción a los demás.

Ser familia más por el amor que por la sangre
El evangelista Mateo nos hace ver que el rechazo que sufre Jesús por parte de su pueblo culmina con la ruptura con su familia para formar una nueva con sus discípulos. Este rasgo del Evangelio que predica Jesús parece muy duro: ¿no están los lazos de familia entre los que más estrechamente nos unen unos a otros?

Y, sin embargo, sabemos que no siempre es así y que muchas veces el ambiente familiar se deteriora o se envenena por factores de diverso tipo. Uno de esos factores es, por ejemplo, la distribución de la herencia recibida de los padres. Hasta en las mejores familias, ese asunto es con frecuencia fuente de conflictos, a veces muy vivos y duraderos. Podemos interpretar esas situaciones como contrarias a la voluntad de Dios, ya que lo que Dios quiere de nosotros es que nos amemos y vivamos en una armonía fraterna con todos.

Por eso, cuando Jesús dice que su verdadera familia la constituyen aquellos que hacen la voluntad de Dios está pensando en esa armonía creada por el amor. No excluye a sus propios parientes, en la medida en que éstos se comportan como verdaderos hermanos y preservan  esa armonía. Pero, si no es así, podemos decir que son ellos mismos quienes se excluyen de esa familia que Jesús considera perteneciente al reino que él predica.

No se trata de renegar de la propia familia de sangre, sino de vivir según unos criterios que inevitablemente la relativizan. Invitan a sus miembros a sumarse a esta nueva familia de la que habla Jesús. Una familia basada en un amor incondicional a todos aquellos que se saben y se sienten hijos de Dios, y que hacen de la voluntad divina la norma de su propia vida.

Pregúntate a ti mismo: ¿Estoy convencido de que Dios es misericordia y lo anuncio así? ¿Cómo integro el afecto a mi familia en el amor a Jesús?



Fray Emilio García Álvarez O.P.
Convento de Santo Tomás de Aquino (Sevilla)
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