sábado, 8 de abril de 2023

IMÁGENES DE FELIZ DOMINGO DE RESURRECCIÓN - DOMINGO DE RESURRECCIÓN


























































 

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA VIGILIA PASCUAL DEL SÁBADO SANTO 2023



 Homilía del Papa Francisco en la Vigilia Pascual del Sábado Santo 2023

Crédito: Daniel Ibáñez/ACI Prensa

8 de abril de 2023 


Este Sábado Santo, el Papa Francisco invitó a los fieles a recordar el primer encuentro con el Señor, el lugar donde Él “cambió tu vida para siempre”.

A continuación, la homilía completa del Papa Francisco en la Vigilia Pascual de este 8 de abril:

La noche está llegando a su fin y despuntan las primeras luces del amanecer, cuando las  mujeres se ponen en camino hacia la tumba de Jesús. Avanzan con incertidumbre, desorientadas, con el corazón desgarrado de dolor por esa muerte que les había quitado al Amado. 


¿Por qué el Sábado Santo es el día del “gran silencio”?

Pero, llegando hasta ese lugar y viendo la tumba vacía, invierten la ruta, cambian de camino; abandonan el sepulcro y corren a anunciar a los discípulos un nuevo rumbo: Jesús ha resucitado y los espera en Galilea. 

En la  vida de estas mujeres se produjo la Pascua, que significa paso. Ellas, en efecto, pasan del triste camino  hacia el sepulcro a la alegre carrera hacia los discípulos, para decirles no sólo que el Señor había resucitado, sino que hay una meta a la que deben dirigirse sin demora, Galilea. 

La cita con el Resucitado es allí. El nuevo nacimiento de los discípulos, la resurrección  de sus corazones pasa por Galilea. Entremos también nosotros en este camino de los discípulos que va del sepulcro a Galilea.  

Las mujeres, dice el Evangelio, “fueron a visitar el sepulcro” (Mt 28,1). Piensan que Jesús se  encuentra en el lugar de la muerte y que todo terminó para siempre. 

A veces también nosotros pensamos que la alegría del encuentro con Jesús pertenece al pasado, mientras que en el presente vemos sobre todo tumbas selladas: las de nuestras desilusiones, nuestras amarguras y nuestra  desconfianza; las del “no hay nada más que hacer”, “las cosas no cambiarán nunca”, “mejor vivir al día porque no hay certeza del mañana”. 

También nosotros, cuando hemos sido atenazados por el dolor, oprimidos por la tristeza, humillados por el pecado; cuando hemos sentido la amargura de algún  fracaso o el agobio por alguna preocupación, hemos experimentado el sabor amargo del cansancio y hemos visto apagarse la alegría en el corazón.  

A veces simplemente hemos experimentado la fatiga de llevar adelante la cotidianidad,  cansados de exponernos en primera persona frente a la indiferencia de un mundo donde parece que siempre prevalecen las leyes del más astuto y del más fuerte. 

Otras veces, nos hemos sentido impotentes y desalentados ante el poder del mal, ante los conflictos que dañan las relaciones, ante las lógicas del cálculo y de la indiferencia que parecen gobernar la sociedad, ante el cáncer de la corrupción, ante la propagación de la injusticia, ante los vientos gélidos de la guerra.

E incluso, quizá nos hayamos encontrado cara a cara con la muerte, porque nos ha quitado la dulce presencia de nuestros seres queridos o porque nos ha rozado en la enfermedad o en las desgracias, y fácilmente quedamos atrapados por la desilusión y se ha disecado en nosotros la fuente de la esperanza. 

De ese modo, por estas u otras situaciones, nuestros caminos se detienen frente a las tumbas y permanecemos inmóviles llorando y lamentándonos, solos e impotentes, repitiéndonos nuestros “por qué”. Con la cadena del por qué. 

En cambio, las mujeres en Pascua no se quedaron paralizadas frente a una tumba, sino que - dice el Evangelio- “atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y  corrieron a dar la noticia a los discípulos” (v. 8). Llevan la noticia que cambiará para siempre la vida y la historia: ¡Cristo ha resucitado! (cf. v. 6). 

Y, al mismo tiempo, custodian y transmiten la recomendación del Señor, su invitación a los discípulos: que vayan a Galilea, porque allí lo verán  (cf. v. 7). Hermanos y hermanas, ¿qué significa ir a Galilea? Dos cosas: por una parte, salir del encierro del cenáculo  para ir a la región habitada por las gentes (cf. Mt 4,15), salir de lo escondido para abrirse a la misión, escapar del miedo para caminar hacia el futuro. 

Por otra parte, esto es mucho mejor,  significa volver a los orígenes, porque precisamente en Galilea había comenzado todo. Allí el Señor encontró y llamó por primera vez a los  discípulos. 

Por tanto, ir a Galilea significa volver a la gracia originaria; significa recuperar la memoria  que regenera la esperanza, la “memoria del futuro” con la que hemos sido marcados por el Resucitado. 

Esto es lo que realiza la Pascua del Señor: nos impulsa a ir hacia adelante, a superar el  sentimiento de derrota, a quitar la piedra de los sepulcros en los que a menudo encerramos la  esperanza, a mirar el futuro con confianza, porque Cristo resucitó y cambió el rumbo de la historia.  

Pero, para hacer esto, la Pascua del Señor nos lleva a nuestro pasado de gracia, nos hace volver a  Galilea, allí donde comenzó nuestra historia de amor con Jesús. Donde está la primera llamada. 

Es decir, nos pide que revivamos ese  momento, esa situación, esa experiencia en la que encontramos al Señor, sentimos su amor y recibimos una mirada nueva y luminosa sobre nosotros mismos, sobre la realidad, sobre el misterio de la vida. 

Para resurgir, para recomenzar, para retomar el camino, necesitamos volver siempre a  Galilea; no al encuentro de un Jesús abstracto, ideal, sino a la memoria viva, a la memoria concreta y palpitante del  primer encuentro con Él. Sí, para caminar debemos recordar, para tener esperanza debemos alimentar la memoria. 

Esta es la invitación: ¡recuerda y camina! Si recuperas el  primer amor, el asombro y la alegría del encuentro con Dios, irás hacia adelante. Recuerda y camina. Recuerda y camina.

Recuerda tu Galilea y camina hacia tu Galilea. Es el “lugar” en el que conociste a Jesús en  persona; donde Él para ti dejó de ser un personaje histórico como otros y se convirtió en la persona de la vida. 

No es un Dios lejano, sino el Dios cercano, que te conoce mejor que nadie y te ama más que nadie. Hermano, hermana, haz memoria de Galilea, de tu Galilea; de tu llamada, de  esa Palabra de Dios que en un preciso momento te habló justamente a ti; de esa experiencia fuerte en  el Espíritu; de la alegría inmensa que sentiste al recibir el perdón sacramental en aquella confesión; de ese momento intenso e inolvidable de oración; de esa luz que se encendió dentro de ti y transformó  tu vida; de ese encuentro, de esa peregrinación. 

Cada uno de nosotros conoce dónde tuvo lugar su resurrección interior, ese momento inicial, fundante, que lo cambió todo. No podemos dejarlo en el pasado, el Resucitado nos invita a volver allí para celebrar la Pascua. Allí. 

Recuerda tu Galilea, haz  memoria, reavívala hoy. Vuelve a ese primer encuentro. Pregúntate cómo y cuándo sucedió; reconstruye el contexto, el tiempo y el lugar; vuelve a experimentar las emociones y las sensaciones; revive los colores y los sabores.

Porque cuando has olvidado ese primer amor, cuando has pasado por alto ese primer encuentro, ha comenzado a depositarse el polvo en tu corazón. Y experimentaste la tristeza y, como les ocurrió a los discípulos, todo parecía sin perspectiva, como si una piedra sellara la esperanza. 

Pero hoy la fuerza de la Pascua nos invita a quitar las lápidas de la desilusión y la  desconfianza. El Señor, experto en remover las piedras sepulcrales del pecado y del miedo, quiere  iluminar tu memoria santa, tu recuerdo más hermoso, hacer actual el primer encuentro con Él. Recuerda y camina; regresa a Él, recupera la gracia de la resurrección de Dios en ti. Vuelve a Galilea, vuelve a tu Galilea.

Hermanos, hermanas, sigamos a Jesús en Galilea; encontremos y adorémoslo allí donde Él  nos espera. Revivamos la belleza del momento en que, después de haberlo descubierto vivo, lo hemos proclamamos Señor de nuestra vida. Volvamos a Galilea, a la Galilea del primer amor. Que cada uno vuelva a su propia Galilea, la del primer encuentro, y resurjamos a una vida nueva.

¿QUÉ ES LA VIGILIA PASCUAL? TIPS E IMÁGENES DE LA EXPLICACIÓN








 

viernes, 7 de abril de 2023

NADIE TE AMA COMO YO - VIERNES SANTO


 

TODO LO QUE DEBE SABER SOBRE EL SERMÓN DE LAS 7 PALABRAS



 Todo lo que debes saber sobre el Sermón de las 7 palabras

Por Cynthia Pérez

7 de abril de 2023 


El Viernes Santo, día en que la Iglesia Católica conmemora la Pasión y Muerte de Cristo, se predica el Sermón de las Siete Palabras, una tradición católica sobre lo que Cristo dijo en la cruz.

Cada Semana Santa, las iglesias viven el Triduo Pascual intensamente con una serie de prácticas religiosas y tradiciones que ayudan a los fieles a prepararse para celebrar la Pascua de Resurrección.

El Viernes Santo los fieles recuerdan el drama de la Pasión y Muerte de Cristo. Es tradición acompañar este momento de oración con la meditación del Sermón de las Siete Palabras o Sermón de las Tres Horas.


Todo lo que debes saber sobre el Sermón de las 7 palabras

Las “siete palabras” es como se denomina a las siete últimas frases que Jesús pronunció en la cruz, antes de entregar su vida para la salvación de la humanidad.

La Compañía de Jesús recuerda que la tradición del Sermón de las Siete Palabras “comenzó en el siglo XVII por un sacerdote jesuita en Perú”, quien realizó “meditaciones para el Viernes Santo” a partir de las últimas palabras de Cristo.

Se trata del Venerable P. Francisco del Castillo, quien está en proceso de beatificación. El sacerdote jesuita realizó durante el Viernes Santo de 1660 una prédica de tres horas en la que comparó el sufrimiento de Cristo con los padecimientos de los esclavos e indígenas.

Desde entonces, “las últimas palabras de Jesús, tal como aparecen en el Evangelio, se volvieron parte de la tradición cuaresmal de la Iglesia” y “del servicio de Viernes Santo”, indicaron los jesuitas. El Sermón de las Siete Palabras no solo se realiza en Perú, sino que su práctica se extendió a América y Europa.

El Papa San Juan Pablo II afirmó durante una catequesis de noviembre de 1988 que las siete palabras que Jesús pronunció en la cruz “construyen su mensaje supremo y definitivo y, al mismo tiempo, la confirmación de una vida santa, concluida con el don total de sí mismo, en obediencia al Padre, por la salvación del mundo”.

Es decir, “todo lo que Jesús enseñó e hizo durante su vida mortal, en la cruz llega al culmen de la verdad y la santidad”, afirmó.

El santo dijo que cuando Jesús pronuncia la primera frase: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, Jesucristo “no sólo perdona, sino que pide el perdón del Padre para los que lo han entregado a la muerte, y por tanto también para todos nosotros”.

Jesús “se dirige a todos los que, humanamente hablando, son responsables de su muerte”, y “el perdón es su única respuesta a la hostilidad”, dijo San Juan Pablo II. En ese sentido, animó a acudir a “Cristo crucificado, Sacerdote eterno”, quien “permanece siempre como el que intercede en favor de los pecadores que se acercan a Dios a través de Él”.

De igual modo, al reflexionar en la segunda palabra: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”, el santo expresó que “es un hecho impresionante, en el que vemos en acción todas las dimensiones de la obra salvífica, que se concreta en el perdón”.

El santo recordó que según relata la Biblia, el malhechor crucificado al lado de Cristo “profesa su fe en el Redentor” y “en el momento de morir, no sólo acepta su muerte como justa pena al mal realizado, sino que se dirige a Jesús para decirle que pone en Él toda su esperanza”.

Frente a ello, Jesús le responde de inmediato y le “promete el paraíso, en su compañía, para ese mismo día” y así el pecador “se convierte en santo en el último momento de su vida”, agregó.

“Esto muestra que los hombres pueden obtener, gracias a la cruz de Cristo, el perdón de todas las culpas y también de toda una vida malvada […] si se rinden a la gracia del Redentor que los convierte y salva”, explicó.

Para San Juan Pablo II, las palabras que Cristo pronunció fueron “recogidas por su Madre y los discípulos presentes en el Calvario” y “transmitidas a las primeras comunidades cristianas y a todas las generaciones futuras” con un objetivo claro:

“Para que iluminaran el significado de la obra redentora de Jesús e inspiraran a sus seguidores durante su vida y en el momento de la muerte”, dijo. En ese sentido, el santo animó a los católicos a que “meditemos también nosotros esas palabras, como lo han hecho tantos cristianos, en todas las épocas”.

















 

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