Experiencia de amor
“Estaban los discípulos en una casa... En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros»... Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor” (Jn 20, 19-10)
Había sido en el Cenáculo donde Jesús les demostró su amor hasta el extremo, instituyendo la Eucaristía, la Nueva Alianza. Fue en el Cenáculo donde estaban reunidos ese domingo de resurrección, donde Jesús se les aparece y les llena de alegría. Y será en ese mismo lugar, a los cincuenta días, que descenderá el Espíritu Santo sobre ellos, como leemos en la primera lectura de la misa de hoy.
Pentecostés fue la experiencia mística del amor de Dios. De toda la Iglesia, y de cada uno de sus miembros, como se simbolizó en las lenguas de fuego que recibieron cada uno personalmente. La Iglesia somos las personas con Cristo y con María, no los edificios. Y el Espíritu Santo desciende sobre nosotros, en el Bautismo, y en plenitud en el día que recibimos el sacramento de la Confirmación.
Él está en nosotros, pero no basta saberlo como una idea más, sino que es preciso experimentarlo personalmente, y muchas veces a lo largo de la vida. Sentirse amado por Dios. Hasta que no se llega ahí no se sabe quién es Dios, ni lo que es ser hijo de Dios. Y se desconoce la alegría que Dios da, fruto de ser poseídos por el Espíritu Santo.
La alegría que vemos hoy en los apóstoles al reconocer a Jesús resucitado no es la mera alegría de quien vuelve a encontrarse con el maestro o el familiar al que creía difunto. Es la alegría del converso, de quien cambia radicalmente su mente porque ha encontrado a Dios como sentido de su vida. Ya no llamarán los cristianos a Jesús «señor», de usted, sino «el Señor», el Kyrios, Dios.
Ante la pregunta que uno le hizo a san Josemaría Escrivá –Padre, ¿usted está contento?–, se quedó pensativo, en seguida le contestó algo que dejó escrito después: «No se han inventado todavía las palabras para expresar todo lo que se siente –en el corazón y en la voluntad– al saberse hijo de Dios» Surco, 61).
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, el mío. Enciende en mí el fuego de tu amor, para que te conozca a fondo, porque sólo en el amor se te conoce a Ti, Dios, Amor infinito.
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P. Jesús Martínez García
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