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domingo, 22 de septiembre de 2019

PREDICACIÓN DEL EVANGELIO: DENUNCIAR LA DESHONESTIDAD


Denunciar la deshonestidad



Esta parábola del administrador deshonesto y astuto es un texto desconcertante, más aún, escandaloso, pues nos da la impresión de que se alaba el comportamiento antiético. La situación que se describe coincide con lo que han vivido algunas personas que tienen propiedades en el campo. Un día descubren que el administrador de la finca, a quien consideraban de absoluta confianza, lleva años robando.

El dueño reacciona de una manera normal: siente rabia por la traición, desilusión por haber sido víctima de un engaño; y lo despide por justa causa, después de pedirle que haga entrega del cargo. Hasta este momento nos encontramos frente al guión de un drama que se ha repetido innumerables veces.

Lo que sigue es lo sorprendente: como este mayordomo se va a quedar sin empleo, se gana los favores de los que tenían deudas con su patrón modificando los pagarés firmados. Y para sorpresa de todos, recibe el reconocimiento del jefe: “Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido”. ¡El ladrón resultó condecorado!

Los expertos en la literatura bíblica establecen una distinción entre los actos deshonestos y la actitud del que no se deja amilanar por las crisis:
- La condena ética por los comportamientos deshonestos aparece con claridad meridiana en la primera lectura, tomada del profeta Amós, quien denuncia las trampas que se habían generalizado entre los comerciantes de su época, que alteraban las medidas y las pesas, y se aprovechaban de la situación desesperada de los pobres.
- Parecería, pues, que el Evangelio valora la prontitud con la que el hombre buscó una solución a la crisis. ¡De todas maneras queda flotando una cierta ambigüedad!

A continuación, el evangelista Lucas hace una afirmación muy pertinente: “Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz”.

Este texto nos obliga a reflexionar sobre el comportamiento de las gentes honestas, que se acobardan ante la prepotencia de los malos:
- Con frecuencia, la sociedad guarda un silencio cómplice ante violaciones flagrantes de la ley: no denuncian por temor o porque quieren evitar incomodidades.
- En las instituciones circulan rumores sobre comportamientos que están en contra de la ética empresarial (por ejemplo, comisiones indebidas, acoso sexual, competencia desleal, acoso laboral) Todo el mundo habla en voz baja, pero nadie confirma. El chisme sigue circulando hasta que estalla el escándalo; resulta que casi todo el mundo sabía, pero ninguno se atrevió a denunciar.
- Estos comportamientos de complicidad pasiva también se dan en la vida de la Iglesia: permanecemos como espectadores pasivos ante los ataques de los que es víctima.
- ¡Atención! Ser hijos leales de la Iglesia no quiere decir que tratemos de ocultar la verdad por dolorosa que ésta sea. Ser hijos leales de la Iglesia no significa que tratemos de minimizar la gravedad de los hechos. Los que piensan que debemos obrar de esta manera le prestan un flaco servicio a la verdad, la cual debe brillar por encima de cualquier otra consideración.
- Ser leales con la Iglesia exige de nosotros dar la cara, reconocer lo que haya que reconocer, ilustrar a las personas menos formadas para que comprendan la miseria humana y no se hundan en el pesimismo; debemos entender que la Iglesia es, al mismo tiempo, santa y pecadora: santa por Cristo, su fundador, y por su doctrina; pecadora porque sus miembros somos seres  de carne y hueso.

En medio de la deshonestidad de su comportamiento es posible rescatar la prontitud con que salió al  paso de los acontecimientos que lo amenazaban. Dejemos a un lado nuestra pasividad como ciudadanos y como miembros de la Iglesia. Reaccionemos. Denunciemos. Participemos. De lo contrario nuestro silencio será aprovechado por los enemigos de la sociedad y de la Iglesia.



Padre Jorge Humberto Peláez S. J.

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