¿Y mi regalo?
Existe una inmensa alegría en poder alegrar a otros a pesar de nuestra propia situación. La aflicción compartida disminuye la tristeza, pero cuando la alegría es compartida, se duplica. Si deseas sentirte feliz y realizado, basta compartir tus bendiciones, esas que no se pueden comprar con dinero.
Rebeca le dice a su marido: —Oye, Isaac, llevamos treinta años de casados y nunca me compraste nada. —Es cierto, –contesta Isaac– pero, no me diste oportunidad. Dime, ¿acaso tú pusiste un negocio de algo?
San Pablo aconseja ser ricos en buenas obras, dar con generosidad y saber compartir los bienes. “Así —dice— adquirirán para el futuro un tesoro que les permitirá alcanzar la verdadera Vida”
(1Tm 6, 17-19). Encerrarte en ti mismo te dejará atrofiado y no te realizarás jamás. Una señal de madurez es entregarte más a los demás que a ti mismo.
* Enviado por el P. Natalio
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