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martes, 25 de diciembre de 2018

Y EL HIJO SE HIZO HOMBRE EN LA NAVIDAD


Y el Hijo se hizo hombre en Navidad
¡Gracias, Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!


Por: Padre Lucas Prados | Fuente: adelantelafe.com 




Érase una vez un hombre que no creía en Dios. Su mujer, en cambio, era creyente y criaba a sus hijos en la fe en Dios y en la práctica de las virtudes cristianas. Una Nochebuena, la esposa se disponía a llevar a los hijos a la Misa del Gallo de la iglesia más cercana al campo donde vivían. Le pidió al marido que los acompañara, pues estaba empezando a nevar y hacía mucho frío, pero él se negó.

-¡Qué tonterías! -arguyó-. ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la Tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez!

Los niños y la esposa se marcharon. Pocos minutos después, el viento comenzó  a soplar con mayor intensidad y se desató una tormenta muy fuerte de nieve. El marido, que se había quedado sentado junto a la chimenea fumándose una pipa, oyó que algo había golpeado la ventana. Un minuto después oyó un segundo golpe. Cuando empezó a amainar la tormenta de nieve, salió para averiguar lo que había golpeado la ventana.

Como el frío era muy intenso, se cubrió el cuerpo con un buen abrigo y se puso un gorro de lana y guantes antes de salir de la casa. Nada más abrir la puerta, oyó el graznido de una bandada de gansos no muy lejos de donde ellos vivían. Atraído por lo extraño del suceso y la poca frecuencia con la que estas aves se dejaban ver por esa zona, se dispuso a averiguar de dónde habían salido. Aterido por el frío, pero movido más por la curiosidad, se fue acercando poco a poco hacía el origen de donde procedía toda esa algarabía. Llegando a un campo cercano, descubrió una bandada de gansos salvajes que habían sido sorprendidos por la tormenta de nieve y no habían podido seguir. Daban aletazos y volaban bajo en círculos, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor dedujo que un par de aquellas aves habían sido las que chocaron contra su ventana. Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos.

-Sería ideal que se quedaran en el granero –pensó-. Ahí estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta.

Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par. Luego, observó y aguardó, con la esperanza de que las aves advirtieran que estaba abierto y entraran. El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero solo consiguió asustarlas y que se alejaran más. Entró a la casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedazos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron.

Después de varios intentos y movido también por el fuerte frío que hacía, nuestro hombre empezó a sentir frustración. Corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero; pero lo único que consiguió fue asustarlos más. Reflexionando por unos instantes, cayó en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano.

–Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría salvarlos -dijo en voz alta.

Entró al establo, agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó. Su ganso voló entre los demás y se fue directamente al interior del establo. Una por una, las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo.

El campesino se quedó en silencio por un momento, mientras las palabras que había pronunciado hacía unos instantes aún le resonaban en la cabeza. Reflexionó luego en lo que le había dicho a su mujer aquel día.

De pronto, todo empezó a cobrar sentido. Entendió que eso era precisamente lo que había hecho Dios. Hizo que Su Hijo se volviera como nosotros a fin de indicarnos el camino y salvarnos. Llegó a la conclusión de que ese había sido ni más ni menos el objeto de la Navidad. De pronto comprendió el sentido de la Navidad y por qué había venido Cristo a la Tierra. Junto con aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad.

Hincándose de rodillas en la nieve, elevó su primera plegaria:

-“¡Gracias, Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!

Y mientras hacía esa sencilla, pero conmovida oración, el sonido lejano de las campanas de la torre de la Iglesia repicaban para la Misa de Nochebuena; el viento había amainado y las primeras estrellas de la noche comenzaban a titilar anunciando el nacimiento del Mesías.

Aunque desde el punto de vista teológico las razones de la Encarnación de Jesucristo fueron muchas más, incluso más profundas, el haberse hecho hombre para ser modelo de vida para nosotros fue una de ellas. Los gansos salvajes se salvaron por seguir a aquél que el campesino les había puesto como guía.

Dios se vale de muchos modos para llamar nuestra atención, despertar nuestra fe y volvernos al buen camino. ¡Ojalá que este sencillo cuento de Navidad te haya ayudado a ti también para ponerte a salvo, y te haya dado suficientes razones para, en medio de la fuerte tormenta que nos rodea, encontrar un cobijo seguro junto a Él. ¡Feliz Navidad!

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