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martes, 7 de noviembre de 2017

LA EUCARISTÍA ES UN BANQUETE


La Eucaristía es un banquete
¡Vengan y coman! ¡No se queden con hambre! Dios Padre nos sirve el Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad de su propio Hijo, hecho Pan celestial.


Por: P Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net 




Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre, y por lo tanto el pan que Yo daré es la carne mía para la vida del mundo". Empezaron entonces los judíos a discutir entre ellos y a decir: "¿Cómo puede éste darnos la carne a comer?". Díjoles, pues, Jesús: "En verdad, en verdad, os digo, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis la sangre del mismo, no tenéis vida en vosotros. El que de Mí come la carne y de Mí bebe la sangre, tiene vida eterna y Yo le resucitaré en el último día. Porque la carne mía verdaderamente es comida y la sangre mía verdaderamente es bebida. El que de Mí come la carne y de Mí bebe la sangre, en Mí permanece y Yo en él. De la misma manera que Yo, enviado por el Padre viviente, vivo por el Padre, así el que me come, vivirá también por Mí. Este es el pan bajado del cielo, no como aquel que comieron los padres, los cuales murieron. El que come este pan vivirá eternamente". Esto dijo en Cafarnaúm, hablando en la sinagoga. Jn 6, 51-59


La eucaristía es un banquete. ¡Vengan y coman! ¡No se queden con hambre! Es un banquete en el que Dios Padre nos sirve el Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad de su propio Hijo, hecho Pan celestial. Pan sencillo, pan tierno, pan sin levadura...Pero ya no es pan, sino el Cuerpo de Cristo. ¡Vengan y coman! Sólo se necesita el traje de gala de la gracia y amistad con Dios, si no, no podemos acercarnos a la comunión, pues “quien come el Cuerpo de Cristo indignamente, come su propia condenación”, nos dice San Pablo (1 Cor 11, 27).

La eucaristía es sacrificio, donde se renueva y se actualiza la Muerte de Cristo en la Cruz para restablecer la amistad del hombre con Dios, reparar la ofensa que el hombre hizo a Dios, y volver a unir cielo y tierra, y darnos así la salvación y el rescate. ¡Muramos también nosotros con Él para después resucitar con Él!

La Eucaristía es prenda de la gloria futura. Lo dice bien claro Jesús hoy en el Evangelio: “El que come de este pan vivirá eternamente”.

Por tanto, la eucaristía no es sólo fuerza y alimento para el camino, como experimentó Elías, que comió ese pan que le ofreció Dios, prefiguración de lo que sería más tarde la eucaristía, y Elías recobró fuerza, vigor, ánimo y aliento y siguió caminando cuarenta días y cuarenta noches

La eucaristía no es sólo para el presente. Es también prenda de la gloria futura. ¿Qué significa esto: “El que come de este pan vivirá eternamente”?

Esto no quiere decir que el recibir la eucaristía nos ahorre la muerte corporal. Nosotros comulgamos con frecuencia, y a pesar de todo un día moriremos.

Acá se trata de la muerte espiritual, de la muerte eterna, lejos de Dios, en el infierno.

Este pan de la eucaristía nos libra de esta muerte y nos da la vida inmortal. Todo alimento nutre según sus propiedades. El alimento de la tierra alimenta para el tiempo. El alimento celestial, Cristo eucaristía, alimenta para la vida eterna.

Valga esta comparación: la eucaristía es como esa vacuna preventiva que nos vamos poniendo en esta vida terrena para no morir en nuestra alma y alcanzar la vida eterna. Nos va fortaleciendo el organismo espiritual como anticipo para que no se enferme con muerte eterna.

El pan de la eucaristía nos acompaña en nuestro camino por este desierto que es el mundo. Nos alimenta. Nos da fuerza, como le pasó a Elías. Pero cesará una vez alcanzada la meta del cielo. Una vez que hayamos llegado al cielo ya no necesitamos de este Pan, pues tendremos la presencia saciativa de Dios, cara a cara, sin velos y sin misterios.

Aquí vemos a Dios a través del velo de la fe: vemos pan, pero creemos que es Dios, saboreamos pan, pero creemos que es Dios.

Pero hay más; la eucaristía no sólo nos acompaña en nuestra peregrinación al cielo llenándonos de fuerza, ánimo y aliento... sino que, en cierto modo, ya desde ahora siembra algo de “Cielo” en nuestro interior, porque en la eucaristía recibimos a Cristo sufriente y glorioso.

En cuanto paciente y sufriente, Jesús nos aplica el fruto de su Pasión: el perdón de los pecados, la reconciliación con el Padre. En cuanto glorioso, nos comunica el germen de su Resurrección: una vida nueva, inmortal, feliz y eterna con Dios... Cristo con su Resurrección destruyó la muerte. Y nosotros al comulgar comemos el Cuerpo glorioso de Cristo que penetra en nuestro ser, comunicándonos la vida nueva, la vida eterna, la vida inmortal.

Por esta razón, algunos Santos Padres de la Iglesia llamaron a la eucaristía remedio de inmortalidad. San Ireneo, por ejemplo, dice: “Así como el grano de trigo cae en la tierra, se descompone, para levantarse luego, multiplicarse en espigas y alimentarnos... así nuestros cuerpos, alimentados por la eucaristía y depositados en la tierra, donde sufrirán la descomposición, se levantarán un día y se revestirán de inmortalidad”.

El hecho de que la eucaristía sea la primicia y el comienzo de nuestra glorificación y resurrección, explica su intrínseca relación con la segunda venida del Señor.

Porque el día en que el Señor vuelva, al fin de la historia, ese día la eucaristía se habrá vuelto innecesaria, así como todos los sacramentos, que son como velos a través de los cuales con la fe vemos a Dios, su presencia, su huella, su caricia... Ya no se necesitarán, cuando venga Jesús al final de la historia, porque veremos a Dios cara a cara, sin velos y sin misterios.

Ya en el cielo no necesitamos comulgar a Dios en el pan, ni en el vino. La comunión con Dios en el cielo será de otra manera: directamente, no a través de velos.

¡Cómo nos gustará saber cómo estaremos y viviremos en el cielo con Dios! Imagínate lo más hermoso y consolador de aquí en la tierra, rodeado de buenas amistades, en charla franca, amena, limpia, consoladora... y elévalo no a la enésima potencia, sino eternamente. No pasan las horas, porque en el cielo no hay tiempo. No hay cansancio ni sueños, porque en el cielo no se sufren esos condicionamientos. No hay enojos ni discusiones, no hay envidias ni borracheras ni desenfrenos... Todo allá es puro y eternamente feliz.

¿Creemos esto?

Pues bien, la eucaristía es un cachito de cielo. Se nos abre un resquicio de cielo para que ya lo deseemos ardientemente, desde acá en la tierra.

¿Qué les parece si hoy vivimos la misa, la eucaristía de otra manera? Más profunda, más íntimamente... mirando hacia esa eternidad de Dios que nos aguarda, y que la eucaristía nos promete ya como prenda futura. “Quien coma de este pan vivirá eternamente”. Amén.

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