Invitados al banquete
Hay un estribillo de un canto, que sobre todo en el tiempo de Adviento, recobra especial relevancia: “es Cristo quien invita, alegra el corazón, viste el alma de fiesta que viene tu Señor”. La Eucaristía, sigue solicitando de nosotros actitudes de fiesta y de encuentro, de alegría y de perdón, de caridad y de justicia. Son, todas ellas, diferentes costuras del auténtico traje de fiesta que desea el Señor para aquellos que acudimos, con debilidades pero con confianza, al banquete pascual.
Como Rey, Dios, domingo tras domingo, prepara un banquete de bodas en cada altar. Convoca con campanas y cánticos a su pueblo para que escuche su Palabra, para que lo sientan cercano. Unos somos sensibles a su llamada y acudimos. En otros, ese tañido de convocatoria y de invitación, hace tiempo que dejó de ser decisivo y de marcar la orientación del Día del Señor.
Como Rey, Dios, el día primero de cada semana, intenta disuadirnos de esa pereza que nos aleja de él, de esa tentación que supone decir a todo “sí” (deporte, campo, playa, montaña) dejando en inferioridad de condiciones a la misa dominical por ejemplo.
-A un banquete no se va por obligación. Pero, cuando uno deja de comer, su cuerpo se debilita, su organismo se desequilibra. ¿No ocurre algo parecido en la vida de muchos cristianos? Comenzaron por dejar la misa, olvidaron la oración y han acabado teniendo a Dios como un eterno desconocido.
-A un banquete no se va por la fuerza. Pero, como educadores, también los padres, hemos de saber transmitir a los hijos que la Eucaristía es un magnífico regalo de Dios, un momento intenso para vivir y celebrar la presencia del Señor. ¿Por qué muchos padres indican, valoran, exigen cualquier otro camino a sus hijos antes que aquel que conduce a la Eucaristía?
-A un banquete no se acude por simple cortesía. Dios no necesita nuestras alabanzas pero, la Eucaristía, cada fin de semana, es una fuente que emana muchos sentimientos que en el mundo escasean. La Eucaristía es pan para los que quieren ser fuertes ante un mundo que nos debilita.
¿Por qué hacemos del domingo un torbellino de actividades y no damos prioridad a algo que es mucho más profundo como la Eucaristía? ¿Por qué en el domingo todo sí y Dios no?
San Juan Pablo II nos dejó una exhortación apostólica sobre la Eucaristía. Entre otras cosas decía que no era cuestión de celebrar cosas extraordinarias, cuanto el recuperar, revivir, saborear y potenciarla más y mejor.
Que nadie, ni el rumbo ni las modas de los nuevos tiempos, nos rompan la tarjeta de invitación que desde el cielo, Dios como Rey, nos hace llegar para que compartamos este don, gracia, encuentro, sacramento y fiesta que hace del domingo un día diferente al resto de los días de la semana.
Dejar a un lado la Eucaristía dominical, a la larga o la corta, implica dejar a Cristo de lado y dejar nuestra vida interior sin un contraste con la Palabra, con la comunidad, con la iglesia y con nosotros mismos. ¡No seamos desagradecidos!
© Padre Javier Leoz
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