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jueves, 10 de marzo de 2016

EL EVANGELIO DE HOY: JUEVES 10 DE MARZO DEL 2016



¡Hay que buscar a Cristo para que Él nos dé la vida!
Cuaresma y Semana Santa


Juan 5, 31-47. Cuaresma. Es Dios quien confirma que todo lo que Cristo dice es verdad.


Por: Pedro Queiroz, L.C. | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Juan 5, 31-47
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido. Otro es el que da testimonio de mí, y yo sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os salvéis. Él era la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí. Vosotros no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto nunca su rostro, ni habita su palabra en vosotros, porque no creéis al que Él ha enviado. Vosotros investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida. La gloria no la recibo de los hombres. Pero yo os conozco: no tenéis en vosotros el amor de Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis. ¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quién habéis puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí. Pero si no creéis en sus escritos, cómo vais a creer en mis palabras?

Oración introductoria
Señor y Dios mío, que eres tan bueno y que me has dado tantas gracias,heme aquí, a mí a quien muchas veces ni me acuerdo de Ti. Me pongo en tu presencia en este pequeño momento de oración. Lo único que quiero es recibirte en mi corazón, mas sabiendo que no te puedo recibir sacramentalmente, quiero acogerteal menos espiritualmente. Ayúdame a encontrar la verdadera felicidad.

Petición
Señor, Tú que lo puedes todo, aumenta mi confianza para que pueda creer con una fe más desinteresada. Ayúdame aolvidarme de mí mismo y a lanzarme a encontrar tu voluntad.

Meditación del Papa Francisco
Creer no es añadir una opinión a otras. Y la convicción, la fe en que Dios existe, no es una información como otras. Muchas informaciones no nos importa si son verdaderas o falsas, pues no cambian nuestra vida. Pero, si Dios no existe, la vida es vacía, el futuro es vacío. En cambio, si Dios existe, todo cambia, la vida es luz, nuestro futuro es luz y tenemos una orientación para saber cómo vivir.
Por eso, creer constituye la orientación fundamental de nuestra vida. Creer, decir: "Sí, creo que tú eres Dios, creo que en el Hijo encarnado estás presente entre nosotros", orienta mi vida, me impulsa a adherirme a Dios, a unirme a Dios y a encontrar así el lugar donde vivir, y el modo como debo vivir. Y creer no es sólo una forma de pensamiento, una idea; como he dicho, es una acción, una forma de vivir. Creer quiere decir seguir la senda señalada por la palabra de Dios. (Homilía Benedicto XVI 15 de agosto de 2006). 
Reflexión 
Creer no es añadir una opinión a otras. Nosotros tenemos muchas opiniones de Dios en nuestras vidas. Pasa con mucha frecuencia que pensamos que Dios es un juez, el omnipotente dictador de los cielos que gobierna con suprema autoridad.Algomuy diferente de lo que es realmente Dios.Por eso, nos cuesta aceptar, creer y hacer Su voluntad.¡Dios no es así! Dios es misericordia, perdón, amor. Dios no se porta como dictador, sino, más bien, como un Padre que corrige para señalar el camino correcto, porque ama y quiere lo mejor para su hijo. Actúa sabiendo que va a doler, pero es para que todo salga adelante.

En esta verdadera orientación, encontramos a Dios, y surge naturalla confianza de que creemos en Dios, porque hemos hecho la experiencia del verdadero Dios, aquel que comprende, entiende y ayuda. Y es lógico que, después de esta experiencia tan fuerte y viva, nuestro creer se transforme en acción. Un creer que va más allá de lo que es aceptar el amor de Dios de forma pasiva; un creer que se compromete a entregarse totalmente a Él, en lo que me pida.

Jesús en este evangelio nos dirige un reproche. Cristo intenta defender su nombre, no porque le interesara en sí, sino para que mayor número de personas creyeran en Él. Hace un esfuerzo por presentarse ante los judíos, siguiendo su mentalidad de confiar en el testimonio de otros.

Hace y dice todo cuanto puede. Sin embargo, parece que sus palabras chocan y resbalan, ante la incredulidad de los corazones soberbios.

Jesús apela al testimonio mismo del Padre, manifestado en los escritos de Moisés y en Juan Bautista. Al primero, Dios lo había elegido para liberar y guiar a su pueblo a través del desierto hacia la tierra prometida. ¿No es Jesús mismo que nos guía en medio del desierto de nuestra vida hasta la patria eterna? El segundo, Juan, proclamó la llegada del Mesías y propuso un bautismo de penitencia. Jesús, en otro pasaje afirma, que era Elías, señalado como su predecesor, que allanaría montes y rellenaría valles para el paso del Señor. ¿No es Jesús la voz que sigue gritando en el desierto de las conciencias de tantos hombres, llamándoles a la conversión, atrayéndolos a su amor? Pero los judíos no le entendieron. ¿Le entenderemos hoy nosotros?

Es triste, pero es verdad. En este evangelio Jesús nos reprocha no haber comprendido su mensaje. Vamos en busca de la gloria que da el mundo a quienes obran según el slogan del momento. Corremos tras la vanidad del tener más y más; sin compartir lo que Él mismo nos ha dado: amor, cariño y comprensión. Esto es leer las escrituras y no entender el mensaje de Cristo: ir a misa y después no vivir el evangelio; llamarse cristiano y apenas conocer a Jesús. Pero Jesús es paciente. Nos espera. Y si nos reprocha algo en nuestra conciencia, es porque nos ama y nos quiere cerca de su amantísimo Corazón. Podemos corresponderle, acercándonos a la parroquia, viviendo y compartiendo nuestra fe. Regalando al mundo sonrisa que da la alegría de la esperanza y la confianza en Jesús.

Propósito
Hoy amaré más al Señor en mi familia, ayudando a todos en los que necesiten de mí.

Diálogo con Cristo
Los momentos que reservo para tus cosas, Señor, son muy pocos y pasan rapidísimos. ¿Qué más puedo hacer por ti? No quiero dejar pasar este momento de oración, como muchos que ya se han ido, sin dejar en mí una verdadera experiencia de ti, Señor. No puedo salir sin comprometerme de verdad contigo.Ya he contemplado tu amor, cómo eres Túen verdad; ahora, falta mi parte. Tú me conoces, soy débil, pero sé que con tu gracia puedo; en ti, está mi fuerza; contigo, no vacilo.

... ninguna prueba de la caridad divina hay tan patente como el que Dios, creador de todas las cosas, se hiciera criatura, que nuestro Señor se hiciera hermano nuestro, que el Hijo de Dios se hiciera hijo de hombre.(Sto. Tomás, Sobre el Credo 1.c 59).
Preguntas o comentarios al autor  Pedro Queiroz, L.C 

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS: JUEVES 10 DE MARZO DEL 2016


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Marzo 10


Es muy común dividir la humanidad en dos grupos: los buenos y los malos.

Sería interesante que analizáramos en qué grupo nos incluimos, del mismo modo que instintivamente colocamos a los otros entre los malos.

Nos sentimos mejores de lo que somos y, por el contrario, juzgamos a los otros peores de lo que son; pensamos que los otros tienen que cambiar, mientras que nosotros no tenemos ni de qué, ni por qué cambiar.

Pero será bueno que te detengas a pensar: ¿cómo sería el mundo si todos fueran como tú? Deberías analizarlo con toda sinceridad; no te des fácilmente el "certificado de buena conducta" siendo como eres tan rígido y exigente en dárselo a los que te rodean, no sea que Dios te invierta los papeles y te juzgue a tí con la exigencia con la que tú juzgas a los demás.

“No juzguen y no serán juzgados; con la misma medida con que midan serán medidos”: norma justísima establecida por Cristo para los suyos “Tú que pretendes ser juez de los demás -no importa quien seas- no tienes excusa, porque al juzgar a otros te condenas a ti mismo, ya que haces las mismas cosas que condenas” (Rom 2,1). Nuestra vida aunque humana, Cristo ya divinizó; y con Él por todo el mundo vamos difundiendo amor.


* P. Alfonso Milagro

LOS SILENCIOS MALOS Y SILENCIOS BUENOS


Silencios malos y silencios buenos 
Escrito por  P. Juan Carlos Ortega, L.C. 


Los silencios negativos


Silencio por timidez
Entre los silencios, que podríamos denominar negativos, uno que se advierte con frecuencia en el apóstol, o entre religiosos y religiosas, es el provocado por la timidez. Nos quedamos callados por considerarnos incapaces, sin cualidades, no aptos para tantas posibles encomiendas. El miedo de hacer algo mal, de equivocarnos, de fracasar, de errar, de que los demás nos puedan señalar como incapaces, de poca valía… nos atenaza y amedrenta. Paraliza nuestra lengua, nuestro pensar. No nos atrevemos a hablar. Hacemos silencio. Indudablemente éste no es un silencio virtuoso, no es un silencio que proceda de virtud alguna, sino que hunde su raíz, precisamente en una falta de virtud. Ya Cristo nos lo advirtió en sus sentidas palabras a los apóstoles al afirmar que los hijos de las tinieblas y de mal son más astutos que los hijos de la luz y al invitar a ser sagaces a la vez que sencillos como palomas.


Silencio por miedo
Un parecido silencio es el provocado por el miedo. Si la timidez era fruto de la visión que uno tiene de sí mismo, el miedo, en cambio es generado por elementos externos que fungen como amenazas para nuestra vida. Un ejemplo evangélico típico de miedo es el silencio de Pilatos ante las amenazas de los sumos sacerdotes. En nuestras comunidades ocurren escenas similares. No son pocos los católicos que interesados por la verdad, como el procurador romano, callan y silencian para no ser malinterpretados o para que no piensen de él que es demasiado piadoso, u ocultan su pensar y dudas interiores para no ser acusado de rebeldía o de poco fervor.
Silencio por envidia

Pero hay silencios peores. Uno de ellos es el que tiene por origen la envidia. Este vicio capital silencia las cualidades ajenas, no sabe alabar, ponderar ni reconocer los méritos de los demás. Las personas envidiosas no pueden admirar y reconocer el bien que hay en el otro. Nuestras comunidades no están exentos de esta debilidad, como lo experimentaron también los discípulos de Jesús cuando impidieron predicar y hacer milagros en nombre del Mesías a aquellos que no eran de los suyos. Jesús, con la bondad que le caracterizaba, invitó a sus seguidores a reconocer que todo lo que es bueno procede de uno modo u otro del Padre.


Silencio por orgullo
La pasión del orgullo es también padre de silencios negativos. Uno de sus hijos más común es el silencio de la indiferencia, perfectamente descrita por el Señor en aquel sacerdote y levita que, antes del buen samaritano, pasaron junto al peregrino herido por los ladrones. La persona orgullosa se considera más que los demás, los mira por encima del hombro, no se interesan de las necesidades ajenas, no les importa la situación del hermano. En ocasiones así nos pasa en la comunidad o ante la sociedad: somos fríos, indiferentes, guardamos silencio ante el mal de nuestros compañeros.


Silencio por la culpa
Otro silencio, hijo también del orgullo, es el sentido de culpa. El sentirse culpables, con o sin razón, produce uno de los silencios más peligros. Si la indiferencia es el silencio ante las necesidades de los demás, la culpabilidad produce algo mucho más grave: el silencio con Dios. Ese fue el gran defecto de Judas. Él fue consciente del error que había cometido y por ello devolvió las monedas al sinedrio. Pero su orgullo, en vez de invitarle a hablar, arrepentido, con el Maestro, lo llevó al silencio de la culpabilidad y de ahí a la desesperación. Evitemos este falso silencio ante los propios errores, debilidades, caídas y pecados.


El odio por rencor
Pero el silencio más negativo, el más atroz, es el que vive constantemente el demonio. Es el silencio calculador del odio y del rencor. En el demonio estas pasiones se convierten en silencio. Él vive, como tradicionalmente se dice, escondido, silencioso, camuflado entre las rendijas de los conventos, monasterios y casas religiosas. Su silencio no deja de maquinar tentaciones, observa callado las diversas circunstancias. Espera con un silencio paciente el momento más débil de cada alma; calcula, acecha y actúa, ordinariamente escondido en circunstancias y personas que no podíamos imaginarnos. Y tras cada tentación superada por el hombre, se retira al silencio de su cólera hasta un momento más propicio. Así actúa también el religioso o religiosa que no domina la pasión de la ira, del odio, del rencor… enmudece con el corazón lleno de amargura y calcula el momento más oportuno para salirse con la suya.



Mencionamos anteriormente todo un conjunto de silencios negativos. Sin embargo, también existen silencios positivos, que proceden y son consecuencia de la vivencia plena de alguna virtud cristiana.

¿Quién, por ejemplo, no se conmueve al ver a una mamá ante la cuna de su hijo? Mira el don de su hijo en absoluto silencio y su mirada expresa todo el amor que lleva en el corazón. Lo mismo ocurre con esos ancianos que tras años de fidelidad matrimonial están el uno junto al otro en silencio pero con una aureola de amor que es admiración de tantos jóvenes. En la medida que el amor se convierte en comunión, surge el silencio, ámbito que respeta, protege y asegura el amor mutuo.


Silencio de Jesús
El amor, además de crear unión con el amado, genera paz interior y armonía en las relaciones con los demás. Y esta paz se convierte también en silencio. Así lo vivió Cristo ante las acusaciones falsas que padeció durante los juicios con los sumos sacerdotes. Su paz y serenidad interior, aunadas al amor hacia todos los hombres, incluso a sus enemigos y a quienes le hacían mal, se convierte en silencio paciente, en silencio que intercede por aquellos que le culpan falsamente.


Silencio de asombro
Otro silencio, quizá más sencillo pero que el mundo va olvidando, es el que procede del asombro, de la admiración, de la alegría ante las cosas, las circunstancias y las personas. ¡Quién no se queda extasiado, en silencio, ante la grandeza y belleza de un paisaje natural, ante la calma e inmensidad de un mar, ante la variedad de líneas, fruto de la alternancia de valles y montañas con su rica vegetación, ante los variados colores que forman las sombras de las nubes y la luminosidad del sol! ¡Quién no admira, también, embelesado en su silencio, el buen obrar de una persona! Era el silencio de Jesús que descubría en todas las criaturas -en las flores del campo, en las aves del cielo- el guiño cariñoso de su Padre de Dios. Y su admiración ante la hermosura espiritual de aquel joven que había cumplido siempre los mandamientos se convierte en mirada silenciosa y llena de amor.


Silencio de fe
Si el silencio es fruto de la admiración ante la grandeza de la creación y de las personas, la virtud de la fe es el asombro ante el misterio de Dios. Por eso, la fe y el contacto con Dios generan silencio. Fue el silencio en la fe de María de Nazaret ante el misterio de que todo un Dios se hiciera morada en su seno; el silencio en la fe de María del Calvario ante el amor inmenso que veía en su Hijo Dios ante las injusticias del pueblo y del mundo. Es el silencio del alma creyente al percibir el insondable amor que Dios la tiene.


Silencio de humildad
En fin, hablemos también del silencio de la humildad. Es decir, del silencio que produce la propia verdad, inmensa por ser don de Dios pero mísera al lado de Dios mismo. Es el silencio que esconde toda la grandeza divina en un corazón humano como el de María. Es el silencio de un Dios amor que se oculta en la sonrisa del Niño de Belén. Es el silencio de la misericordiosa humilde y divina de Dios en el momento abominable de la cruz. Es el silencio del anonadamiento total de un Dios mismo cuando es puesto en la oscuridad del sepulcro.

Ejercitemos los silencios positivos pero, para ello, cultivemos las virtudes cristianas del amor, de la paz, del asombro, de la fe, de la humildad. Huyamos del mal, en sus manifestaciones silenciosas y nocivas para nuestra vida cristiana.
¡Virgen del silencio, ayúdanos!

VUELA MÁS ALTO


¡Vuela más alto!



 Encontré a un hombre de buenas cualidades que casi las maldecía. Le pregunté por qué y me respondió: “Porque hacen sombra, y eso no me lo perdonan”. Eso es la envidia, un sentimiento de aguda incomodidad al ver a otro que tiene lo que deseamos. Una anécdota que viene al caso.

Enseguida después de la 2a Guerra Mundial, un joven piloto inglés probaba un frágil avión monomotor en una peligrosa aventura alrededor del mundo. Poco después de despegar de uno de esos pequeños e improvisados aeródromos de la India, oyó un ruido extraño que venía de atrás de su asiento y se dio cuenta que había una rata a bordo y que si roía la cobertura de lona, podía destruir su frágil avión. Podía volver al aeropuerto para librarse de su incómodo y peligroso pasajero. De repente recordó que las ratas no resisten las grandes alturas. Volando cada vez más alto, poco a poco cesaron los ruidos que ponían en peligro su viaje. Si amenazan destruirte por envidia, calumnia o maledicencia, vuela más alto…

Protégete de la envidia orando así: “Señor, a los que quieren dañarme o desprestigiarme, muéstrales la fealdad de la envidia, y toca sus corazones para que me miren con buenos ojos. Sánalos de todo mal sentimiento, cura sus heridas más profundas, y bendícelos en abundancia, para que sean felices, y ya no necesiten dañarme”. ¡Vuela más alto!


* Enviado por el P. Natalio

CAMINOS DE PENITENCIA


Caminos de penitencia
¿Quieren que les recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay ciertamente muchos, distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo.

Por: San Juan Crisóstomo 



Quieren que les recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay ciertamente muchos, distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo.


El primer camino de penitencia consiste en la acusación de los pecados: Confiesa primero tus pecados, y serás justificado. Por eso dice el profeta: Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Condena, pues, tú mismo, aquello en lo que pecaste, y esta confesión te obtendrá el perdón ante el Señor, pues, quien condena aquello en lo que faltó, con más dificultad volverá a cometerlo; haz que tu conciencia esté siempre despierta y sea como tu acusador doméstico, y así no tendrás quien te acuse ante el tribunal de Dios.

Éste es un primer y magnífico camino de penitencia; hay también otro, no inferior al primero, que consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos, de tal forma que, poniendo a raya nuestra ira, olvidemos las faltas de nuestros hermanos; obrando así, obtendremos que Dios perdone aquellas deudas que ante él hemos contraído; he aquí, pues, un segundo modo de expiar nuestras culpas Porque si ustedes perdonan al prójimo sus faltas -dice el Señor-, también su Padre celestial perdonará las de ustedes.
¿Quieres conocer un tercer camino de penitencia? Lo tienes en la oración ferviente y continuada, que brota de lo íntimo del corazón.

Si deseas que te hable aún de un cuarto camino, te diré que lo tienes en la limosna: ella posee un grande y extraordinario poder.

También, si eres humilde y obras con modestia, en este proceder encontrarás, no menos que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un modo de destruir el pecado: De ello tienes un ejemplo en aquel publicano, que, si bien no pudo recordar ante Dios su buena conducta, en lugar de buenas obras presentó su humildad y se vio descargado del gran peso de sus muchos pecados.

Te he recordado, pues, cinco caminos de penitencia: primero, la acusación de los pecados; segundo, el perdonar las ofensas de nuestro prójimo; tercero, la oración; cuarto, la limosna; y quinto, la humildad.

No te quedes, por tanto, ocioso, antes procura caminar cada día por la senda de estos caminos: ello, en efecto, resulta fácil, y no te puedes excusar alegando tu pobreza, pues, aunque vivieres en gran penuria, podrías renunciar a tu ira y mostrarte humilde, podrías orar de manera constante y confesar tus pecados; la pobreza no es obstáculo para dedicarte a estas prácticas. Pero, ¿qué estoy diciendo? La pobreza no impide de ninguna manera el andar por aquel camino de penitencia que consiste en seguir el mandato del Señor, distribuyendo los propios bienes -hablo de la limosna- pues esto lo realizó incluso aquella viuda pobre que dio sus dos pequeñas monedas.

Ya que has aprendido con estas palabras a sanar tus heridas, decídete a usar de estas medicinas, y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte confiado a la mesa santa y salir con gran gloria al encuentro del Señor, rey de la gloria, y alcanzar los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo.

NO JUZGUÉIS... ¿Y QUÉ HAGO YO DE LA MAÑANA A LA NOCHE?


¡No juzguéis...! ¿Y qué hago yo de la mañana a la noche?


Jesús Sacramentado ¿por qué tu Corazón nunca me ha juzgado tan severamente como yo acostumbro a juzgar a mis semejantes?


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net 




No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá a vosotros. ¿Cómo es que miras la brizna en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo?. ¿O cómo vas a decir a tu hermano: Deja que te saque esa brizna del ojo, teniendo la viga en el tuyo?. Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano. (Mateo 7, 1-5)

Señor, acabamos de leer tus palabras según el evangelista San Mateo. Con qué claridad nos está hablando el Maestro, con qué claridad nos llega tu mandato, Señor: ¡NO JUZGUÉIS!...

¿Y qué hago yo de la mañana a la noche? Juzgar, criticar, murmurar... voy de chisme en chisme sin detenerme a pensar que lo que traigo y llevo entre mis manos, mejor dicho en mi lengua, es la fama, la honestidad, el buen nombre de las personas que cruzan por mi camino, por mi vida. Y no solo eso, me erijo en juez de ellos y ellas sin compasión, sin caridad y como Tu bien dices, sin mirar un poco dentro de mí.

Señor, en este momento tengo la dicha inmensa e inmerecida de estar frente a Ti, Jesús, ¡qué pena tengo de ver esa viga que no está precisamente en mi ojo, sino en mi corazón...! ¿Por qué en este momento me siento tan pequeña, tan sin valor, con todas esas "cosas" que generalmente critico de los demás y que veo en mí son mayores y más graves?

Jesús Sacramentado ¿por qué tu Corazón nunca me ha juzgado tan severamente como yo acostumbro a juzgar a mis semejantes?
Solo hay una respuesta: ¡porque me amas!

Ahora mismo me estás mirando desde esa Sagrada Hostia con esos ojos de Dios y Hombre, con los mismos que todos los días miras a todos los hombres y mujeres, como miraste a María Magdalena, como miraste al ladrón que moría junto a ti y por esa mirada te robó el corazón para siempre... y así me estás mirando a mí esta mañana, en esta Capilla me estás hablando de corazón a corazón: "Ámame a mi y ama a los que te rodean, no juzgues a los que cruzan por tu camino, por tu vida... ámalos como me amas a mi, porque todos, sean como sean, son mis hijos, son mis criaturas y por ellos y por ti estuve un día muriendo en una Cruz... Te quiero a ti, los quiero a ellos, a TODOS...¡NO LOS JUZGUES!"

Señor, ¡ayúdame!

Arranca de mi corazón ese orgullo, esa soberbia, ese amor propio que no sabe pedir perdón y aún peor, ese sentimiento que me roe el alma y que no me deja perdonar... No perdones mis ofensas, mis desvíos, mi frialdad, mi alejamiento como yo perdono a los que me ofenden - así decimos en la oración que tu nos enseñaste, el Padrenuestro - a los que me dañan, a los que me lastiman, porque mi perdón suele ser un "perdón limitado", lleno de condiciones.... ¡Enséñame Señor, a dar ese perdón como es el tuyo: amplio, cálido, total, INFINITAMENTE TOTAL!

Hoy llegué a esta Capilla siendo la de siempre, con mi pereza, con mis rencillas muy mías y mis necedades, mi orgullo, mi intransigencia para los demás, sin paz, con mis labios apretados, sin sonrisa, como si el mundo estuviera contra mi...

Pero Tu me has mirado, Señor, desde ahí, desde esa humildad sin límites, desde esa espera eterna a los corazones que llegan arrepentidos de lo que somos... y he sabido y he sentido que me amas como nadie me puede amar y mi alma ha recobrado la paz.

Ya no soy la misma persona y de rodillas me voy a atrever a prometerte que quiero ser como esa custodia donde estás guardado y que donde quiera que vaya, en mi hogar, en mi trabajo, en la calle, donde esté, llevar esa Luz que he visto en tus ojos, en los míos, y mirar a todos y al mundo entero con ese amor con que miras Tu y perdonar como perdonas Tu....

¡Ayúdame, Señor, para que así sea!