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martes, 17 de junio de 2014

PONER LOS OJOS EN ÉL


Poner los ojos en Él
Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro  


Un joven acudió una vez a un anciano y le pidió que orara por él:
–– “Me doy cuenta que estoy cayendo continuamente en la impaciencia, ¿podría orar por mí para que pueda ser más paciente?”.

El anciano accedió. Se arrodillaron, y el hombre de Dios comenzó a orar:

–– “Señor, mándale tribulaciones a este joven esta mañana, envíale tribulaciones en la tarde…”

El joven le interrumpió y le dijo:

–– “¡No, no! ¡Tribulaciones no! ¡Paciencia!”.

--“Pero la tribulación produce paciencia –contestó el anciano–. Si quieres

tener paciencia, tienes que tener tribulación”.

Cualquier caminante necesita echar mano de la paciencia, pues en todo camino se presentan dificultades y tribulaciones de todo tipo.

Jesús aparece como el camino, la  verdad y la vida (Jn 14,16), el nuevo mediador de Dios y  la definitiva  revelación de Dios.

Jesús señala las condiciones de este camino para entrar en el Reino. El caminar cristiano es una carrera. Para caminar hay que poner lo ojos en Jesús y peregrinar sin poseer una ciudad permanente siendo huéspedes de este mundo).

La vida cristiana se llama en los Hechos de los Apóstoles “el camino” (9,2).

El símbolo del “Camino” nos evoca el seguimiento, el proceso espiritual, nos habla de nuestra condición de peregrinos. Somos extranjeros y peregrinos, somos ciudadanos del cielo, buscamos otra ciudad. Aquí estamos de paso, esta tierra no es nuestra morada permanente.

El Señor resucitado nos invita a abandonar Jerusalén y a volver a Galilea -donde todo comenzó-, pues allí le veremos, nos invita a salir y ponernos en camino.

No es fácil responder a esta llamada, ya que amamos la seguridad y estabilidad que nos ofrecen las instituciones y todo tipo de seguridades que nos hemos ganado. Tendemos a instalarnos en nuestras ideas, en nuestros sentimientos, en nuestros trabajos, en nuestras seguridades.

Jesús estuvo sometido a constantes tentaciones, que le invitaban a escoger otro camino más fácil, pero las venció todas y perseveró hasta el final. Nosotros también sufrimos el acoso de las tentaciones para dejar el camino.

El seguir a Jesús requiere el poner los ojos en él, en tener sus mismos sentimientos y actitudes, en dar la vida. Y en este camino se sube bajando, se entra saliendo, se es espiritual, encarnándose y se gana la vida perdiéndola. Es un camino totalmente imprevisible.  En este camino hacia Dios abundan las pruebas y caídas,  las grandes privaciones y el hacerse violencia.  Pero en esta carrera el ser humano no camina solo,  Dios es su compañero. Tenemos que tener confianza y saber que Él nos acompaña y que aunque caminemos por cañadas oscuras nada debemos temer, porque Él va con nosotros. Su vara y su cayado nos sosiegan.

Nos puede ayudar a caminar el poner los ojos en Jesús, el acordarnos de Él. Pablo trata de que pongamos todo nuestro foco de atención en Jesucristo: "Acuérdate de Jesucristo..." (2Tm 2,8).

El recuerdo de Dios, el tener presente a Jesús nos lleva a ser agradecido con el pasado, a vivir el presente en paz y a no temer el futuro.

Los místicos han tenido una rica experiencia de Dios, han saboreado  y vivido en su presencia. Teresa tuvo la certeza de que Dios vivía en ella y no podía dudar de esta gran verdad. Así dice ella: "en un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía [yo] dudar que [Él] estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en él".

El Dios que vive en Teresa es un Dios fuerte, bondadoso, misericordioso, e interesado por ella. "Muchas veces he pensado, espantada de la gran bondad de Dios, y regaládose mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia”. La experiencia religiosa vivida por Teresa es experiencia de Dios en Cristo. Cristo es “el libro abierto”, habla con ella, la consuela, la anima. “Espera y verás”. “Ahora ten fuerte...” “Yo soy”. El es el Cristo del Amor, el esposo, el amigo, “amigo verdadero que nunca falla”...

Ante la realidad del mundo, "estáse ardiendo el mundo", ante las "grandes necesidades de la Iglesia", ella se compromete con su oración y con su vida. Teresa se siente hija de la Iglesia, y como tal sufre con ella y le duelen sus males y quiere hacer todo lo que está a su alcance.

La oración es un momento especial para recordar las maravillas que Dios ha hecho en María, en nuestros familiares y a lo largo de toda nuestra historia. Quien vive en la presencia de Dios, quien se acuerda de Jesucristo, encontrará fuerza para poner los ojos, el corazón y la vida en él.

El camino es largo, arduo y costoso, decía san Juan de la Cruz. Si no ponemos los ojos en Él, si no nos acordamos de que Él es el Camino y nos acompaña en nuestro caminar, es posible que nos resulte muy difícil el llegar a la meta.

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