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El incienso del fariseo |
El creer que Dios existe no hace que seamos mejores personas que aquellos que no creen. Ni tan siquiera el tener la certeza de su omnipresencia; no ya el creer, sino el saber que Él es, ha sido y será, no nos hace dignos de su amor y merecedores de su ayuda... de su fuerza frente a la adversidad.
De hecho, tener el discernimiento de su realidad, a través de la observación y el reconocimiento de su intervención puntual en acontecimientos de nuestra propia vida, no nos hace mejores que aquellos que niegan su existencia. De hecho, nos puede llegar a hacer ser peores.
El creer que algo o alguien existe, es un subjetivismo objetivamente neutro, que no aporta valor añadido. Yo puedo saber que hay hambre en el Mundo y sin embargo no hacer nada por remediarlo, o – peor aún – alegrarme y darme un festín para celebrarlo.
El creer en la existencia de Dios, repito, no nos reporta valor añadido, pero sí que nos puede hacer más culpables cuando nuestros actos son contrarios a sus mandatos: no matarás, no robarás, no mentirás, etc... «Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho» Lucas, 12:48.
En esta vida he conocido a fariseos de misa diaria, rosario y golpes en el pecho, que en su vida cotidiana eran auténticos depredadores de los más débiles y que, encima, se permitían el lujo de despreciar, juzgar y etiquetar de pecadores, a todos aquellos que no salían – cirio en mano – a su lado en la foto.
Como sé que en estos momentos, alguno se puede estar rasgando las vestiduras por mis palabras, pondré un ejemplo:
Satanás no solo cree, sino que sabe que Dios existe. ¿Es mejor por ello?
"La fe si no produce obras es que está muerta". "Tú tienes fe, pero yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré mi fe a través de las obras". Nuevo Testamento, Carta de Santiago, 2:17-18.
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