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martes, 11 de febrero de 2014

¿CUÁL ES LA ORACIÓN MÁS PERFECTA?

Autor: P. Evaristo Sada LC | Fuente: la-oracion.com
¿Cuál es la oración más perfecta?
Celebramos a Dios porque es bueno. Lo alabamos porque es grande y porque su misericordia es eterna.
 
¿Cuál es la oración más perfecta?
Cuando una amiga te dice que le han dado el anillo de compromiso o que está embarazada, brota espontáneo un abrazo; te alegras con ella y celebran juntos. Lo mismo cuando tu equipo mete gol, decía el Papa, comentando cómo David danzaba con todas las fuerzas ante el Señor. Y nos invitaba a hacer más oración de alabanza, superando la frialdad del formalismo en nuestra relación con Dios.

El Papa Francisco destaca que la oración de alabanza se caracteriza por la espontaneidad. A David, la oración de alabanza "lo llevó a dejar toda compostura", como a Sara que después de haber dado a luz a Isaac dice: "¡El Señor me ha hecho bailar de alegría!" Imaginemos a una anciana bailando de alegría para celebrar al Señor por el gran favor que le hizo.

Cuando recibimos un regalo, damos gracias. Cuando tenemos una necesidad, pedimos. Ante un deber, cumplimos. La alabanza, en cambio, es gratuita. Alabamos a Dios con total desinterés, simplemente porque se lo merece, por ser lo que es; no porque lo necesitamos ni porque hemos recibido favores, ni por obligación. Por eso, la alabanza es la oración más perfecta. Celebramos a Dios porque es bueno. Lo alabamos porque es grande y porque su misericordia es eterna. La alabanza no necesita más motivos ni justificaciones: reconocemos la belleza de Dios y lo celebramos.

"La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por El mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que El es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la Gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios, da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquel que es su fuente y su término: "un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1 Co 8,6). Catecismo de la Iglesia Católica 2639.

La alabanza brota de lo más profundo del corazón, está llena de afectos, de calidez, de alegría y es por tanto una oración fecunda. Es una forma de oración que nos ayuda a dirigirnos a Dios con espontaneidad, dejando que los afectos broten con toda naturalidad, sin formalismos ni esquemas hechos, con absoluta libertad.

El último Salmo, el 150, nos enseña que al entrar al Tempo podemos alabar a Dios por sus obras magníficas, al ver el firmamento alabarlo por su inmensa grandeza. Y nos enseña a hacerlo de manera festiva, con instrumentos musicales, , con cantos y con bailes. Exhorta a todo ser que respira a alabar a su Creador.

¡Aleluya!
Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su augusto firmamento,
alabadlo por sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza.
Alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,
alabadlo con danzas y tambores,
alabadlo con laúdes y flautas,
alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.
Todo ser vivo alabe al Señor
¡Aleluya!


Se parece mucho al Salmo 97:

Aclama al Señor, tierra entera,
gritad, vitoread, tocad:
tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas
aclamad al Rey y Señor.
Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos, aclamen los montes
al Señor que llega para regir la tierra.
Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud.


Todo puede ser ocasión para alabar a Dios, la vida humana como tal, vivida en plenitud, puede ser una oración de alabanza: San Ireneo de Lyón nos dice que «la gloria de Dios es el hombre viviente y la vida del hombre está en dar gloria a Dios».

Esto parece expresar el Salmo 8, otro extraordinario canto de alabanza:

Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra! Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.
De la boca de los niños de pecho has sacado una alabanza contra tus enemigos, para reprimir al adversario y al rebelde.

Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?


Por ello, no se trata de alabar a Dios sólo en tiempos reservados para la oración, sino en todo lo que hagamos y en toda circunstancia:


Al levantarte: ¡Alabado sea Dios!
Al ver el amanecer y el rocío en la ventana: ¡Bendito sea Dios!
Al escuchar el canto de los pájaros: ¡Alabado sea Dios!
Al percibir el aroma del café: ¡Bendito sea Dios!
Mientras vas de camino, alaba a Dios con cantos.
Al comenzar las labores, bendícelo
Al recibir buenas y malas noticias, di como Job: "El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor." (Job 1,21)
Cuando experimentes el amor humano y también cuando te ofenden: ¡Alabado sea Dios!

La gratuidad es otra de las características fundamentales de la oración de alabanza. Es como un abrazo: te lo doy porque te estimo, te lo regalo por el gusto de verte y de estar juntos; no pretendo pedir nada ni recibir nada, simplemente quiero darte un abrazo. Así ha sido Dios con nosotros: nos ha amado sin límites desde la creación del mundo sin más motivos que el amor, por pura benevolencia. Y así hemos de ser también nosotros con Él.

Al hablar del amor, San Bernardo nos explica de manera magistral lo que ha de ser la oración de alabanza: "El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar."

A la luz de todo lo dicho, vemos que la oración debe tener tres cualidades de las que no se oye hablar mucho: espontaneidad, libertad y gratuidad. Y estas tres cualidades son características de la oración de alabanza. 

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