Mañana celebraremos la fiesta del Corpus. La fiesta de Jesús Pan de
Vida, de Jesús Vino de Redención, de Jesús Comunión, de Jesús repartido
en miles de bocas, de Jesús habitando en infinitos corazones. Hoy es
fiesta de pan, de mesa sencilla, de manos extendidas.
¿Cómo honrarte, Señor, en esta fiesta? Y se me vienen al alma las
palabras de tu madre… caen, como en tropel, apuradas... las palabras de
tu madre: “HAGAN TODO LO QUE EL LES DIGA”.
Hoy necesito decirte, Señora mía, que ya no hay más vino en la
fiesta de mi vida… y tú, me miras a los ojos, caminas lentamente hacia
Jesús y le presentas mi problema. Él susurra algo a tu oído… te vuelves
hacia mí y me dices “HAZ LO QUE ÉL TE DIGA”… repites la frase, una vez,
cien, mil, las que sean necesarias, hasta que yo comprenda.
Pero no me es fácil.
Hoy, si Dios quiere, caminaré en la Procesión siguiendo al
Santísimo… hoy… pero ¿Y mañana?... Cuándo ya no se escuchen los
cantos ni haya pétalos de flores ni olor a incienso… mañana, ¿Seguiré
también a Cristo a cada instante? ¿Seguiré haciendo “Lo que Él me diga”?
¿Cómo se hace María querida?...
- ¡Mi hija amada, es tan simple!!!, -y tu voz de mil campanas resuena en mi alma y se transforma en camino- …
hija, es simple, lo cual no significa que sea fácil. Sólo que debes
estar muy atenta. En cada circunstancia, en cada momento, en cada enojo,
en cada arranque de ira, busca el Santísimo y continúa en la procesión.
-Señora, ¿Cómo podré? Soy tan torpe y pecadora, tan impulsiva y atropellada...
- Pues te equivocas mucho allí, tú no ERES como dices, sino
que OPTAS POR SERLO en cada circunstancia. Recuerda, hija mía del alma,
que en toda situación tienes siempre dos alternativas, una de las cuales
es Cristo, tu alma sabe de lo que hablo ¿Verdad?.
- Claro, Señora, claro- y me da mucha vergüenza porque tú conoces
que en demasiadas oportunidades no tomé la decisión correcta.
- Bien, entonces, hija, intenta que la Procesión del Corpus no
termine en tu vida cuando el sacerdote deje la Sagrada Forma en el
altar, haz que toda tu existencia sea una larga procesión, siempre
detrás de Él, siempre.
- Señora, tu misma vida así lo fue, recuerdo las Escrituras. Tú
siempre tras Jesús, de lejos, sin hacer ostentación de tus privilegios
de madre, de lejos, pero con Él. Tu hijo sabía que estabas cerca y al
final, cuando ya nadie quedaba en la última procesión, cuando el cuerpo
amado quedó expuesto en medio del dolor de la Cruz, allí estabas, de
pie, sencillamente, con la espada anunciada desgarrándote el alma… la
última procesión, la que acompañaste hasta el final. Mucha gente fue con
Él, mujeres piadosas, el Cireneo, los discípulos, mas tú, Madre
amadísima, llegaste hasta el final. Tu mirada le consolaba en tan
gigantesca soledad… y tanto te amó, que te dedicó las últimas palabras…
en medio de su dolor…”Madre,…” y te nombró. Tu respuesta fue una mirada
de amor profundo. Tu respuesta fue la obediencia, yéndote a vivir a la
casa de tu hijo Juan, nacido en el dolor de un adiós. Toda tu vida,
Señora mía, fue una larga procesión tras el Hijo amado.
- Querida mía, mi alma está feliz porque has comprendido, eso
ya es mucho, sé que no será fácil para ti lo que te pido, pero es el
único camino.
- Señora, ¿me acompañarás?
- Siempre, hija mía, siempre… estaré contigo cada vez que me
necesites. ¿Entiendes? No es lo mismo que cada vez que me llames, sino
cada vez que me necesites. Aunque no me llames, como tu madre que soy
estaré para mostrarte el camino de la paz… y estaré para vendar tus
heridas cuando el dolor te llegue. Estaré como estoy con cada hijo mío,
de quien conozco su nombre, su alma, sus problemas, sus angustias y
alegrías, sus soledades, sus vacíos. Estoy para decirles que hay un Dios
que los ama, que los ama tanto, tanto, que quiso quedarse con ustedes
en la Eucaristía. Estoy al lado de cada sacerdote al celebrar la misa,
como madre atenta. Estoy porque los amo mucho y porque allí está mi
Hijo. Estoy con el sacerdote en la misa y, también, en las soledades de
su alma, cuando los feligreses se van, cuando se apagan las velas,
cuando el silencio lo invade todo, cuando los sueños se rompen, cuando
la soledad irrumpe sin permiso, estoy, siempre, estoy allí. Con las
religiosas, en su oración silenciosa que se transforma, al llegar al
cielo, en canto agradable a Dios. Estoy con los laicos, desde el primero
hasta el último, no hay escalas para mí. Hija mía, te deseo a ti y a
todos los que leen estas líneas un feliz día del Corpus, nos vemos en la
Procesión, en las dos, en la de hoy y en la otra... la Procesión de la
vida….
NOTA DE LA AUTORA "Estos relatos sobre María Santísima
han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por
ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos
relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le
parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o
expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin
intervención sobrenatural alguna."
Preguntas o comentarios al autor
María Susana Ratero
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