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lunes, 6 de julio de 2020

EL EVANGELIO DE HOY LUNES 6 DE JULIO DE 2020


Lecturas de hoy Lunes de la 14ª semana del Tiempo Ordinario
Hoy, lunes, 6 de julio de 2020



Primera lectura
Lectura de la profecía de Oseas (2,16.17b-18.21-22):

Así dice el Señor: «Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón. Y me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto. Aquel día –oráculo del Señor–, me llamará Esposo mío, no me llamará ídolo mío. Me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad, y te penetrarás del Señor.»

Palabra de Dios


Salmo
Sal 144

R/. El Señor es clemente y misericordioso

Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza. R/.

Una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.
Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas. R/.

Encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias. R/.

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R/.


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,18-26):

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá.»
Jesús lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se curaría.
Jesús se volvió y, al verla, le dijo: «¡Ánimo, hija! Tu fe te ha curado.» Y en aquel momento quedó curada la mujer.
Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: «¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.»
Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca.

Palabra del Señor





Comentario al Evangelio de hoy lunes, 6 de julio de 2020
Adrián de Prado, cmf



Queridos hermanos:

Existe siempre una cierta desproporción entre lo que los demás ven de nosotros y lo que nos mueve más profundamente; entre lo que otros piensan que merecemos y lo que Dios nos concede merecer. En ocasiones, dicha desproporción resulta enorme, prácticamente insalvable. De modo diverso, las lecturas de la liturgia de hoy nos hacen conscientes de este contraste para invitarnos a mirar allí donde Dios mira, allí donde Dios nos mira.

Cuando los hombres más lúcidos de Israel contemplaban a su pueblo, les era muy difícil no reparar en esa infidelidad recurrente que parecía transmitirse como una maldición de generación en generación. Era un pueblo al que se le había brindado una experiencia de Dios más profunda que a ningún otro y, sin embargo, andaba errante, volviendo el rostro a Yhwh, como el adúltero que, teniendo el amor en casa, se derrama sin sentido en otros lechos. El profeta Oseas refleja esta visión en su versión más exacerbada, presentando a Israel como una prostituta que, aun habiendo encontrado marido, vuelve continuamente por sus fueros.

Dios no es ajeno al desprecio de su pueblo pero, contra todo pronóstico, lo mira desde otro lugar. De hecho, es Dios mismo quien insta a Oseas a desposar a la ramera y, cuando ella reincide en sus antiguas costumbres, le hace la promesa que escuchamos hoy en la primera lectura. Porque Él ve a su pueblo como una mujer hermosa con la que aún puede alumbrar una relación plena. Y no se cansa: Dios promete llevarla al desierto una y mil veces para declararle allí su pasión, para casarse con ella «en derecho y justicia, en misericordia y compasión, en fidelidad». Nosotros vemos la ruina de un pueblo empecatado; Dios ve el amor siempre posible.

Algo similar ocurre en el fragmento del evangelio de Mateo que hoy se nos ofrece. Donde muchos ven la muerte de la niña y la impureza de la hemorroísa, Jesús ve la vida y la esperanza que engendra la fe. Dice Mateo que los que estaban allí «se reían de él». Los ciegos se mofaban del único que sabía mirar. ¡Qué cruel es a veces esa distancia entre los juicios humanos y la compasión divina! ¡Y cuánto bien nos hace hablar a Dios con humildad cuando la vida nos desborda o cuando el mal nos acecha! Entonces, solo entonces, con Su mirada se nos caen los velos y, en el desierto, «nos penetramos del Señor». 

Fraternalmente:

Adrián de Prado Postigo cmf

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