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domingo, 27 de agosto de 2017

POR QUÉ YA NADIE QUIERE IR A MISA?


¿Por qué ya nadie quiere ir a Misa?
Las razones son consecuencia directa de la sociedad líquida en la que vivimos


Por: Néstor Mora Núñez | Fuente: Religión en Libertad 




“Why Nobody Wants to go to Church Anymore”  es el título de dos libros, publicados en 2013 y 2014 por Thom y Joani Schultz. Sus autores parten de una realidad que nos preocupa y mucho: “muchas personas, sobre todo jóvenes, de países con una antigua tradición cristiana, han decidido apartarse de su religión”. A partir de esta afirmación, los autores desarrollan una investigación en los entornos católicos y protestantes. Esta investigación revela cuatro razones de fondo por las que en realidad la gente decide no acercarse más a la Iglesia. Dichas razones que indican son las siguientes:

La gente se siente juzgada en la Iglesia
La imposibilidad de diálogo dentro de la Iglesia
El pensamiento de que “los cristianos son hipócritas”
La sensación de que Dios está “distante” o “muerto”
Para remediar estas cuatro razones, proponen cuatro actos de amor:

Hospitalidad radical
Conversación audaz
Humildad genuina
Anticipación divina
Quede claro que no he leído el libro y por lo tanto, no puedo juzgar la metodología que sus autores han empleado para determinar las razones. Tampoco tengo claro que razones les lleva a proponer estos cuatro actos de amor como solución. Mi experiencia me indica que las razones que los autores proponen son válidas, pero superficiales. Es decir, no se profundiza en qué hace que estas razones aparezcan con frecuencia en las excusas que se dan para alejarse de la Iglesia. Los cuatro actos de amor me hacen pensar en que no se termina de analizar el problema. Les pongo un ejemplo. Si tengo una máquina que no funciona y veo que tiene herrumbre, puedo indicar que una buena pintura antioxidante es la solución, pero aunque la aplique, la máquina no empezará a funcionar. Confundir los síntomas con las causas, no lleva a terminar más frustrados que cuando empezamos. Las razones que los autores indican son síntomas de algo más profundo y complicado de abordar.

Lo primero que echo en falta es un estudio más amplio. Es decir, ¿Por qué nos centramos en los jóvenes y no en sus padres? ¿Qué ha pasado en las últimas 3 generaciones para que esto suceda? Seguramente nos encontremos con abuelos que practicaban por costumbre social, padres que han dejado de asistir a la misa e hijos que únicamente ha recibido los sacramentos. ¿Dejamos que se estrellen los padres y a los abuelos? Por desgracia el envite pastoral se suele centrar en los jóvenes y se olvida que estos jóvenes necesitan del apoyo de sus padres para empezar a conocer y vivir la fe.

Segundo, no se habla de la cultura y la sociedad en la que vivimos. Las cuatro razones son consecuencia directa de una sociedad líquida que:

Propone que todo vale con la frase estrella “¿Quién soy yo para juzgar? Las Iglesia discierne, señala problemas y ofrece a Cristo como solución. Discernir es inaceptable para la postmodernidad.
Propone que las emociones son siempre más auténticas que el conocimiento. Cuando se ofrecen razones que contradicen lo que sentimos, no puede haber diálogo alguno. El mismo diálogo se entiende como un intercambio de sentimientos que permiten crear “tribus” de personas que sienten de forma parecida.
Propone que hay que sentir antes que saber o ser. Quien se vuelve contra los sentimientos y necesidades humanas es un hipócrita que nos quiere engañar.
Propone que el estado, el “sistema”, es el encargado de dar solución a todos los problemas de las personas. ¿Hace falta Dios cuando tenemos al estado y los servicios sociales? ¿Por qué están tan de moda las novelas y películas distópicas? En el fondo nos damos cuenta que el sistema no es una solución.
Sobre los cuatro actos de amor, no cabe duda que propician la incorporación socio-afectiva de personas que se sienten fuera de lugar en la sociedad. Es revelador que los autores no indiquen que estos cuatro actos afectivos deben ser coherentes y verdaderos. Si nos dedicamos a dar afecto y a generar un entorno socio-cultural agradable, nos convertimos en otra tribu más dentro de una sociedad postmoderna, plagada de grupos, tendencias, emotividades y estéticas. ¿Es eso a lo que aspiramos? La tendencia de generar estrategias de marketing y liderazgo dentro de la Iglesia, muestra que estamos buscando ofrecer un producto en igualdad de condiciones que otros similares. Personalmente creo que hay algo que no funciona en todo esto y no creo que consigamos mucho mundanizándonos para ser reconocidos como una opción atractiva.

Como siempre, llegamos a la misma pregunta. La pregunta del millón: entonces ¿Qué hacemos? Fijémonos en el episodio evangélico del Joven Rico, ya que tiene muchos puntos en común con lo que nos sucede. ¿Puede acercarse a Dios quien es rico? Sí, de hecho el Joven Rico entra en contacto con Cristo y le pregunta si tiene que hacer algo más.  Cristo le alaba su coherencia, pero le señala que debería dar un paso más. En la actualidad tenemos tantas cosas que es complicado aceptar la propuesta de Cristo. ¿Somos capaces de dejar atrás nuestros segundos salvadores, planes, estrategias, estructuras eclesiales o cómodos guetos eclesiales? Más bien no. La sociedad está encerrada en sus certezas humanas, sus líderes humanos, sus estructuras humanas. A la Iglesia le sucede igual, ya que está compuesta por las mismas personas.

La Iglesia le dice a Cristo: Mira como cumplo todo lo que dijiste pero cada vez somos menos. ¿Qué dijo Cristo al Joven Rico? Deja todo lo que tienes, niégate a ti mismo, toma tu cruz, sígueme. ¿No nos vale esta solución a nosotros? Si no nos vale, si decimos que es imposible soltar el lastre humano que nos aplasta, me temo que representaremos una y otra vez el mismo episodio evangélico y ante nuestra impotencia, Cristo no volverá a decir una y otra vez:

“Para los hombres eso es imposible, pero para Dios todo es posible” (Mt 19, 26) Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos (Mt 22, 14) Dios despertar hijos de Abraham aun de estas piedras (Mt 3, 9). Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo. (Ap 3, 20)

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