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domingo, 20 de marzo de 2022

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 20 DE MARZO DE 2022 - III DOMINDO DE CUARESMA



Domingo 3 (C) de Cuaresma

Domingo 20 de marzo de 2022



1ª Lectura (Éx 3,1-8a.13-15): En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. Moisés se dijo: «Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza».

Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: «Moisés, Moisés». Respondió él: «Aquí estoy». Dijo Dios: «No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado». Y añadió: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob». Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios. El Señor le dijo: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel».

Moisés replicó a Dios: «Mira, yo iré a los israelitas y les diré: ‘El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros’. Si ellos me preguntan cómo se llama, ¿qué les respondo?». Dios dijo a Moisés: «‘Soy el que soy’; esto dirás a los israelitas: `Yo-soy’ me envía a vosotros». Dios añadió: «Esto dirás a los israelitas: ‘Yahvé (Él-es), Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Éste es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación’».



Salmo responsorial: 102

R/. El Señor es compasivo y misericordioso.

Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.


Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.


El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos; enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel.


El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles.


2ª Lectura (1Cor 10,1-6.10-12): No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron aquéllos. No protestéis, como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador. Todo esto les sucedía como un ejemplo y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga.

Versículo antes del Evangelio (Mt 4,17): Convertíos, dice el Señor, porque ya está cerca el Reino de los cielos.

Texto del Evangelio (Lc 13,1-9): En aquel tiempo, llegaron algunos que contaron a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo».

Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?’. Pero él le respondió: ‘Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas’».





«Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo»

+ Cardenal Jorge MEJÍA Archivista y Bibliotecario de la S.R.I.

(Città del Vaticano, Vaticano)


Hoy, tercer domingo de Cuaresma, la lectura evangélica contiene una llamada de Jesús a la penitencia y a la conversión. O, más bien, una exigencia de cambiar de vida.

“Convertirse” significa, en el lenguaje del Evangelio, mudar de actitud interior, y también de estilo externo. Es una de las palabras más usadas en el Evangelio. Recordemos que, antes de la venida del Señor Jesús, san Juan Bautista resumía su predicación con la misma expresión: «Predicaba un bautismo de conversión» (Mc 1,4). Y, enseguida, la predicación de Jesús se resume con estas palabras: «Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15).

Esta lectura de hoy tiene, sin embargo, características propias, que piden atención fiel y respuesta consecuente. Se puede decir que la primera parte, con ambas referencias históricas (la sangre derramada por Pilato y la torre derrumbada), contiene una amenaza. ¡Imposible llamarla de otro modo!: lamentamos las dos desgracias —entonces sentidas y lloradas— pero Jesucristo, muy seriamente, nos dice a todos: —Si no cambiáis de vida, «todos pereceréis del mismo modo» (Lc 13,5).

Esto nos muestra dos cosas. Primero, la absoluta seriedad del compromiso cristiano. Y, segundo: de no respetarlo como Dios quiere, la posibilidad de una muerte, no en este mundo, sino mucho peor, en el otro: la eterna perdición. Las dos muertes de nuestro texto no son más que figuras de otra muerte, sin comparación con la primera.

Cada uno sabrá cómo esta exigencia de cambio se le presenta. Ninguno queda excluido. Si esto nos inquieta, la segunda parte nos consuela. El “viñador”, que es Jesús, pide al dueño de la viña, su Padre, que espere un año todavía. Y entretanto, él hará todo lo posible (y lo imposible, muriendo por nosotros) para que la viña dé fruto. Es decir, ¡cambiemos de vida! Éste es el mensaje de la Cuaresma. Tomémoslo entonces en serio. Los santos —san Ignacio, por ejemplo, aunque tarde en su vida— por gracia de Dios cambian y nos animan a cambiar.

DESCUBRE DENTRO DE TU CORAZÓN LA MIRADA DE DIOS



Descubre dentro de tu corazón la mirada de Dios

Martes cuarta semana de Cuaresma. No podemos regresar auténticamente a Dios si no es desde el corazón.

Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net



Es demasiado fácil dejar pasar el tiempo sin profundizar, sin volver al corazón. Pero cuando el tiempo pasa sobre nosotros sin profundizar en la propia vocación, sin descubrir y aceptar todas sus dimensiones, estamos quedándonos sin lo que realmente importa en la existencia: el corazón (entendido como nuestra facultad espiritual en la que se manejan todas las decisiones más importantes del hombre). El corazón es el encuentro del hombre consigo mismo.

“Volved a mí de todo corazón”. Son palabras de Dios en la Escritura. No podemos regresar auténticamente a Dios si no es desde el corazón, y tampoco podemos vivir si no es desde el corazón. Dios llama en el corazón, pero, en un mundo como el nuestro, en el cual tan fácilmente nos hemos olvidado de Dios, en un mundo sin corazón, a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, nos cuesta llegar al corazón. Dios llama al corazón del hombre, a su parte más interior, a ese yo, único e irrepetible; ahí me llama Dios.

Yo puedo estar viviendo con un corazón alejado, con un corazón distraído en el más pleno sentido de la palabra. Y cuánto nos cuesta volver. Cuánto nos cuesta ver en cada uno de los eventos que suceden la mano de Dios. Cuánto nos cuesta ver en cada uno de los momentos de nuestra existencia la presencia reclamadora de Dios para que yo vuelva al corazón. El camino de vuelta es una ley de vida, es la lógica por la que todos pasamos. Y mientras no aprendamos a volver a la dimensión interior de nosotros mismos, no estaremos siendo las personas auténticas que debemos de ser.

Podría ser que estuviésemos a gusto en el torbellino que es la sociedad y que nuestro corazón se derramase en la vida de apariencia que es la vida social. Pero es bueno examinarse de vez en cuando para ver si realmente ya he aprendido a medir y a pesar las cosas según su dimensión interior, o si todavía el peso de la existencia está en las conveniencias o en las sonrisas plásticas.

¿Pertenezco yo a ese mundo sin corazón? ¿Pertenezco yo a ese mundo que no sabe encontrarse consigo mismo? Dios llama al corazón para que yo vuelva, para que yo aprenda a descubrir la importancia, la trascendencia que tiene en mi existencia esa dimensión interior. Estamos terminando la Cuaresma, se nos ha ido un año más de las manos, recordemos que es una ocasión especial para que el hombre se encuentre consigo mismo.

Curiosamente la Cuaresma no es muy reciente en la historia de la Iglesia, los apóstoles no la hacían. La Cuaresma viene del inicio de la vida monacal en la Iglesia, cuando los monjes empiezan a darse cuenta de que hay que prepararse para la llegada de Cristo. Todavía hoy día hay congregaciones que tienen dos Cuaresmas. Los carmelitas tienen una en Adviento, cuarenta días antes de Navidad, y tienen cuarenta días antes de Pascua, de alguna manera significando que a través de la Cuaresma el espíritu humano busca encontrarse con su Señor. Las dos Cuaresmas terminan en un particular encuentro con el Señor: la primera en el Nacimiento, en la Natividad, en la Epifanía, como dicen estrictamente hablando los griegos; y la segunda, en la Resurrección. Si en la primera manifestación vemos a Cristo según la carne; en la segunda manifestación vemos a Cristo resucitado, glorioso, en su divinidad.

De alguna manera, lo que nos está indicando este camino cuaresmal es que el hombre que quiera encontrarse con Dios tiene que encontrarse primero consigo mismo. No tiene que tener miedo a romper las caretas con las que hábilmente ha ido maquillando su existencia. El hombre tiene que aprender a descubrir dentro de su corazón la mirada de Dios.

Para este retorno es necesario crear una serie de condiciones. La primera de todas es ese aprender a ensanchar el espacio de nuestro espíritu para que pueda obrar en nuestro corazón el Espíritu Santo. Ensanchar nuestro espíritu a veces nos puede dar miedo. Ensanchar el corazón para que Dios entre en él con toda tranquilidad, no significa otra cosa sino aprender a romper todos los muros que en nosotros no dejan entrar a Dios.

¿Realmente nuestro espíritu está ensanchado? ¿Mi vida de oración realmente es vida y es oración? ¿Realmente en la oración soy una persona que se esfuerza? ¿Consigo yo que mi oración sea un momento en el que Dios llena mi alma con su presencia o a veces con su ausencia? Dios puede llenar el corazón con su presencia y hacernos sentir que estamos en el noveno cielo; pero también puede llenarlo con su ausencia, aplicando purificación y exigencia a nuestro corazón.

Cuando Dios llega con su ausencia a mi corazón, cuando me deja totalmente desbaratado, ¿qué pasa?, ¿Ensancho el corazón o lo cierro? Cuando la ausencia de Dios en mi corazón es una constante —no me refiero a la ausencia que viene del sueño, de la distracción, de la pereza, de la inconstancia, sino a la auténtica ausencia de Dios: cuando el hombre no encuentra, no sabe por dónde está Dios en su alma, no sabe por dónde está llegando Dios, no lo ve, no lo siente, no lo palpa—, ¿abrimos el espíritu?, ¿Seguimos ensanchando el corazón sabiendo que ahí está Dios ausente, purificando mi alma? O cuando por el contrario, en la oración me encuentro lleno de gozo espiritual, ¿me quedo en el medio, en el instrumento, o aprendo a llegar a Dios?

Cuando nuestra vida es tribulación o es alegría, cuando nuestra vida es gozo o es pena, cuando nuestra vida está llena de problemas o es de lo más sencilla, ¿sé encontrar a Dios, sé seguirle la pista a ese Dios que va abriendo espacio en el corazón y por eso me preocupo de interiorizar en mi vida? Uno podría pensar: ¿Cuál es mi problema hoy? ¿Hasta qué punto en este problema —un hijo enfermo, una dificultad con mi pareja, algún problema de mi hijo—, he visto el plan de Dios sobre mi vida?

Tenemos que experimentar la gracia de esta convicción, hay que ensanchar el corazón abriéndolo totalmente a la acción transformadora del Señor. Sin embargo, nunca tenemos que olvidar, que contra esta acción transformadora de Dios nuestro Señor hay un enemigo: el pecado. El pecado que es lo contrario a la Santidad de Dios. Y para que nos demos cuenta de esta gravedad, San Pablo nos dice: “Dios mismo, a quien no conoció el pecado, lo hizo pecado por nosotros”. Pero, mientras no entremos en nuestro corazón, no nos daremos cuenta de lo grave que es el pecado.

Cuando yo miro un crucifijo, ¿me inquieta el hecho de que Cristo en la cruz ha sido hecho pecado por mí, de que la mayor consecuencia del pecado es Cristo en la cruz? ¿Me ha dicho Dios: quieres ver qué es el pecado? Mira a mi Hijo clavado en la Cruz.

Cuando uno piensa en el hambre en el mundo; o cuando uno piensa que en cada equis tiempo muere un niño en el mundo por falta de alimento y por otro lado estamos viendo la cantidad de alimento que se tira, preguntémonos: ¿No es un pecado contra la humanidad nuestro despilfarro? No el vivir bien, no el tener comodidades, sino la inconsciencia con la que manejamos los bienes materiales. ¿Nos damos cuenta de lo grave que es y lo culpable que podemos llegar a ser por la muerte de estos hermanos?


¿Me doy cuenta de que cada persona que no vive en gracia de Dios es un muerto moral? ¿No nos apuran la cantidad de muertos que caminan por las calles de nuestras ciudades? Tengo que preguntarme: ¿Me preocupa la condición moral de la gente que está a mi cargo? No es cuestión de meterse en la vida de los demás, pero sí preguntarme: ¿Soy justo a nivel justicia social? ¿Me permito todavía el crimen tan grave que es la crítica? ¿Me doy cuenta de que una crítica mía puede ser motivo de un gravísimo pecado de caridad por parte de otra persona?


Siempre que pensemos en el pecado, no olvidemos que la auténtica imagen, el auténtico rostro donde se condensa toda la justicia, todo desamor, todo odio, todo rencor, toda despreocupación por el hombre, es la cruz de nuestro Señor.


El abandono que Cristo quiere sufrir, el grito del Gólgota: “¿Por qué me has abandonado?” pone ante nuestros ojos la verdadera medida del pecado. En Cristo esta medida es evidente por la desmesurada inmensidad de su amor. El grito: “¿Por qué me has abandonado?” es la expresión definitiva de esta medida. El amor con el que me ha amado, el amor que ama hasta el fin. ¿He descubierto esto y lo he hecho motivo de vida; o sólo motivo de lágrimas el Viernes Santo? ¿Lo he hecho motivo de compromiso, o sólo motivo de reflexión de un encuentro con Cristo? ¿Mi vida en el amor de Dios se encierra en ese grito: ¿“Por qué me has abandonado”?, que es el amor que ama hasta el último despojamiento que puede tener un alma?

En esta Cuaresma es necesario volver al interior, descubrir la llamada de Dios a la entrega y al compromiso, volver a la propia vocación cristiana en todas sus dimensiones. Y para lograrlo es necesario abrir primero nuestro espíritu a Dios y comprender la gravedad del pecado: del pecado de omisión, de indiferencia, de superficialidad, de ligereza. Es ineludible volver a la dimensión interior de nuestro espíritu, en definitiva, no ir caminando por la vida sin darnos cuenta que en nosotros hay un corazón que está esperando ensancharse con el amor de Dios. 

VIDA ESTERIL - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 20 DE MARZO DE 2022



Vida estéril


El riesgo más grave que nos amenaza a todos es terminar viviendo una vida estéril. Sin darnos cuenta vamos reduciendo la vida a lo que nos parece importante: ganar dinero, no tener problemas, comprar cosas, saber divertirnos... Pasados unos años nos podemos encontrar viviendo sin más horizonte ni proyecto. 

Es lo más fácil. Poco a poco vamos sustituyendo los valores que podrían alentar nuestra vida por pequeños intereses que nos ayudan a «ir tirando». No es mucho, pero nos basta con «sobrevivir» sin más aspiraciones. Lo importante es «sentirnos bien».

Nos estamos instalando en una cultura que los expertos llaman «cultura de la intrascendencia». Confundimos lo valioso con lo útil, lo bueno con lo que nos apetece, la felicidad con el bienestar. Ya sabemos que eso no es todo, pero tratamos de convencernos de que nos basta.

Sin embargo, no es fácil vivir así, repitiéndonos una y otra vez, alimentándonos siempre de lo mismo, sin creatividad ni compromiso alguno, con esa sensación extraña de estancamiento, incapaces de hacernos cargo de nuestra vida de manera más responsable.

La razón última de esa insatisfacción es profunda. Vivir de manera estéril significa no entrar en el proceso creador de Dios, permanecer como espectadores pasivos, no entender lo que es el misterio de la vida, negar en nosotros lo que nos hace más semejantes al Creador: el amor creativo y la entrega generosa.

Jesús compara la vida estéril de una persona con una «higuera que no da fruto». ¿Para qué va a ocupar un terreno en balde? La pregunta de Jesús es inquietante. ¿Qué sentido tiene vivir ocupando un lugar en el conjunto de la creación si nuestra vida no contribuye a construir un mundo mejor? ¿Nos contentamos con pasar por esta vida sin hacerla un poco más humana?

Criar un hijo, construir una familia, cuidar a los padres ancianos, cultivar la amistad o acompañar de cerca a una persona necesitada... no es «desaprovechar la vida», sino vivirla desde su verdad más plena.



(P José Antonio Pagola)

  

EL PAPA FRANCISCO PIDE A TODOS UNIRSE A LA CONSAGRACIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA



El Papa pide a todos unirse a la Consagración al Inmaculado Corazón de María por la paz

POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa

 Foto: Vatican Media



El Papa Francisco pidió este domingo 20 de marzo a todos los fieles unirse a la próxima Consagración al Inmaculado Corazón de María por la paz en el mundo.

Así lo dijo el Santo Padre ante miles de personas reunidas en la plaza San Pedro del Vaticano para el rezo del Ángelus.

“Invito a todas las comunidades y a todos los fieles a unirse a mí el viernes 25 de marzo, Solemnidad de la Anunciación, para realizar un acto solemne de Consagración de la humanidad, especialmente de Rusia y Ucrania, al Corazón Inmaculado de María, para que Ella, la Reina de la Paz, obtenga la paz para el mundo”, dijo el Papa Francisco.


Consagración de Rusia y Ucrania

El Santo Padre consagrará Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María el viernes 25 de marzo durante la celebración penitencial “24 horas para el Señor” que se llevará a cabo en la Basílica de San Pedro.

Un comunicado del Vaticano indicó el 15 de marzo que “el mismo acto, el mismo día, será realizado” en el Santuario de la Virgen de Fátima (Portugal), por su Eminencia el Cardenal Konrad Krajewski, limosnero pontificio, “como enviado del Santo Padre”.

Además, la Oficina de Prensa de la Santa Sede informó el 18 de marzo que el Papa Francisco “ha invitado a los obispos de todo el mundo y a los sacerdotes a unirse a él en la oración por la paz” y en la consagración de Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María.


Antecedentes

La Virgen de Fátima dijo a los tres pastores en 1917 que “‘Rusia se convertirá’ y ‘al final, mi [Inmaculado] Corazón triunfará”.

En 1984 el Papa Juan Pablo II consagró en el Vaticano a Rusia y el mundo entero al Inmaculado Corazón de María.

Hace algunos años el entonces Secretario de Estado del Vaticano, Cardenal Tarcisio Bertone, precisó que Sor Lucía, la vidente de Fátima que vivió más años, “confirmó personalmente que este acto solemne y universal de consagración correspondía a los deseos de Nuestra Señora” de Fátima.

Tras la consagración realizada en la Plaza de San Pedro en 1984, se derrumbó en primer lugar el bloque soviético en 1989 y luego la Unión Soviética, como consecuencia de diversos factores sociales, políticos y económicos.

Finalmente, los obispos de Ucrania también propusieron una oración actualizada de consagración al Inmaculado Corazón de María, para que se rece al final de cada Misa y en privado. 

MEDITACIÓN DEL III DOMINGO DE CUARESMA - 20 DE MARZO DE 2022



Señor, déjala este año todavía (Lucas 13, 1-9)

Semana III del Tiempo de Cuaresma - 20 de marzo de 2022


El llamado a la conversión con el cual se abrió este tiempo cuaresmal se hace más insistente en el Evangelio de este III Domingo de Cuaresma. En efecto, dos veces repite Jesús la advertencia: "Si no os convertís, pereceréis todos". Nadie quiere perecer; la condición imperiosa indicada por Jesús para escapar a esta desgracia que amenaza a todos es la conversión.

Veamos en qué circunstancias formuló Jesús esa advertencia. El Evangelio de hoy se abre con estas palabras: "En aquel mismo momento llegaron donde Jesús algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios". En esta introducción hay una clara acentuación de la circunstancia de tiempo: "En aquel mismo momento...". No da lo mismo que estos mensajeros hayan llegado en este momento o en cualquier otro. El hecho de que hayan llegado en este preciso momento dará mayor realce a la enseñanza de Jesús. Esto nos lleva a investigar qué ocurría en ese preciso momento.

En ese momento Jesús estaba exhortando a la gente a discernir los signos de los tiempos. Les decía que así como son tan hábiles para discernir los signos atmosféricos que anuncian la lluvia o la sequía, así mismo deberían saber discernir el momento histórico que se vive: si Dios ha fijado un tiempo a la vida de la humanidad en esta tierra, ¿en qué momento de ese tiempo nos encontramos hoy?; si Dios ha fijado un tiempo a mi propia vida, ¿en qué momento de ese tiempo me encuentro hoy? Y para hacer sentir la urgencia de cambiar de vida hoy -no mañana, porque mañana sería demasiado tarde-, les propuso esta analogía: "Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura arreglarte con él por el camino" (Lc 12,58). El "camino" es claramente una metáfora del desarrollo de nuestra vida; ¡hay que convertirse antes de que ella llegue a su término! Sigue advirtiendo Jesús, dentro de su analogía: "De lo contrario, te arrastrará al juez, el juez te entregará al alguacil y el alguacil te meterá en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo" (Lc 12,58-59). Se trata de alguien que merece ser condenado porque ha cometido un grave fraude; a éste urge reconocer su delito y ponerse bien con su acusador antes de ser sometido a juicio.

Esto estaba enseñando Jesús cuando le llegaron con el cuento de aquellos galileos a quienes había sorprendido una muerte tan injusta e inesperada mientras ofrecían sacrificios: "Pilato mezcló su sangre con la de sus sacrificios". En el contexto de lo que Jesús estaba enseñando podría concluirse que esos galileos eran especialmente culpables y que llegaron al fin del camino antes de arreglar sus cuentas con Dios; su muerte habría sido el castigo por sus pecados. Pero Jesús rechaza esta conclusión: "¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, pereceréis todos del mismo modo". Y para reafirmar esta misma conclusión Jesús agrega otro caso, también conocido por sus oyentes: "O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo".

Jesús asegura que esos galileos no eran más pecadores que todos los demás galileos, sino que eran igualmente pecadores que todos los demás galileos; y que esos dieciocho no eran más pecadores que todos los demás habitantes de Jerusalén, sino que eran igualmente pecadores que todos los demás habitantes de Jerusalén. Es decir, que todos somos pecadores y todos merecemos ser condenados y perecer igual que aquéllos. La única forma de escapar a esa desgracia que merecemos, es la conversión.

La condición previa de toda conversión es reconocer que somos pecadores y que merecemos la condenación por nuestros pecados. Esto lo reconocía ya David; se reconoce pecador desde el primer instante de su existencia: "Mira que en la culpa nací, pecador me concibió mi madre" (Sal 51,7). Y si alguien, después de examinar su vida no se encontrara pecador, es que ha perdido la delicadeza de conciencia y está fuera de la verdad, pues la Escritura enseña: "El justo peca siete veces" (Prov 24,16).

La segunda condición de la conversión es el dolor del pecado cometido y reconocido. El Catecismo enseña que "la conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables llamada 'aflicción de espíritu' o 'arrepentimiento del corazón'" (N. 1431). Este dolor proviene de la consideración del amor de Dios al que pecando hemos ofendido: "Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron" (Catecismo, N. 1432).

La tercera condición es el firme propósito de enmienda, es decir, "una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de la gracia" (N. 1431).

En la segunda parte del Evangelio Jesús presenta una parábola en la cual se nos enseña que todavía tenemos un tiempo para convertirnos. El dueño de una higuera, que hace tres años que no da fruto, ordena que sea cortada: "¿Para qué va a cansar la tierra?". Pero el viñador intercede pidiéndole tener paciencia un año más: "Señor, déjala este año todavía; si no da fruto, la cortas". Ahora es el tiempo de la paciencia de Dios, como enseña la segunda epístola de Pedro: "Dios usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión" (2Ped 3,9).


Felipe Bacarreza Rodriguez

Obispo de Santa María de los Ángeles (Chile)