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domingo, 23 de enero de 2022

CARTA A MI MÉDICO



 Carta a mi médico


Querido doctor Biot:

 

Cuando era niño, me gustaba, como a todos los niños, estar enfermo. Fue entonces cuando, por primera vez, oí pronunciar aquella palabra que tantas veces encontraría en mi vida como signo de gran dignidad: la palabra «doctor».

Tanto para mí como para los otros niños, el doctor era el ser mágico por excelencia: el ser que adivina, alivia y conforta; y, para uno de mi edad, aquel que se hallaba cerca del abuelo o de la abuela en el momento del último respiro.

En aquel tiempo pensaba que el doctor, estando presente tanto en el inicio como en el final de la vida, era el hombre que conocía todos los secretos de la vida y de la muerte. Y a la edad de diez años, ya ambicioso, mi sueño era el de convertirme un día en médico yo también.

¡Cómo me falta, querido doctor! Durante tres años –hasta su muerte–, usted me ha cuidado y sanado. Y desde entonces no he podido encontrar un médico semejante a usted.

Lo que me acercó a usted –al punto de haberse convertido en mi amigo– es el hecho de que, además de médico, era usted un verdadero filósofo. Abrigaba la idea contraria a la del famoso Doctor Knock, de Jules Romains, a quien había ido a aplaudir al teatro, según la cual todo hombre sano es un enfermo que no sabe que lo es.

Usted me ha enseñado, por el contrario, que todo hombre que se lamenta de sus sufrimientos es un hombre sano que ignora serlo. Esta era, por otra parte, la teoría de Hipócrates y la de los grandes médicos chinos. Por lo tanto, su convicción era la de que el médico es aquel que impide que uno se enferme y al que ya no es necesario consultar –ni pagar– cuando se ha caído en cama. El médico debe enseñarnos la higiene, es decir, el arte de no enfermarse. Querido doctor Biot, usted enseña la sabiduría de la que es necesario dar prueba para no estar nunca enfermo. Esta era su medicina y ésta, también, su filosofía.

Otra de sus ideas era que el cansancio no proviene de aquello que se hace. Lo que se hace, si se realiza a fondo, con pasión y con toda el alma, no cansa nunca. Lo que cansa es el pensamiento de lo que no se hace.

Es usted, doctor, quien me enseñó que yo estaba hecho para el surmenage. Era, y lo soy aún, un gran nervioso. No sé hacer nada. «Sobre todo –insistía usted cuando lo llamaba a casa– «no debe fatigarse: se enfermaría». Después daba usted su consejo médico: «Cuando repose, repose a fondo; cuando se distraiga, distráigase a fondo, y cuando coma o beba, hágalo a fondo igualmente».

Solía decirme que el gran secreto de la felicidad, el arte supremo de la vida, era practicar eso que los místicos llaman «abandono». Bergson me dio un consejo similar cuando me dijo un día: «De ahora en adelante he decidido hacer sin fatiga lo que en otro tiempo hacía con ella». Era la regla de Santa Teresa del Niño Jesús y la de todos los grandes místicos. De este modo, para estar bien, usted prescribía simplemente suprimir la fatiga. 

Me citaba a menudo estas palabras de Goethe: «Sufro por lo que no sucederá y tengo miedo de perder lo que no he perdido».

Usted fue un precursor. Había entendido –medio siglo antes que los demás– que la era en la que entrábamos sería una era en la que los problemas de salud y de equilibrio entre el alma y el cuerpo serían los principales problemas. Antes que los otros, intuyó que ninguna acción era buena si no encarnaba un pensamiento, que todo pensamiento implicaba una ética y que toda ética implicaba a su vez una filosofía superior o una religión.

Su cualidad principal era la de estar disponible a cualquier hora del día. Era devoto, gentil, jovial. Ponía en todo, esa mezcla de ironía y amor llamada humorismo. Contra lo que podría creerse, el humorismo no está muy lejos del amor: el humorismo es el amor oculto bajo el velo de la ironía. 

Al término de su visita, usted escribía sobre un papel finísimo la receta: «Ninguna cura porque no hay nada que curar». Un día, en la parte inferior de la hoja, escribió: «Oportuno el uso del bastón». Desde entonces el bastón no me ha abandonado nunca. Estaba usted en lo cierto: el bastón es como un gentil compañero, mudo y dulce, que me une al suelo.

Hoy, dado que el número de mis años se acerca al siglo, me pregunto a veces cuáles son los consejos que me daría para ayudarme a envejecer como se debe. Entonces vienen a mi mente dos consideraciones suyas: «Envejecer significa tener todas las edades». Y ésta otra: «Envejecer significa ver a Dios más de cerca». Doctor, usted tiene razón.


Firmado: Jean Guitton

 

Jean Marie Pierre Guitton (1901-99) Filósofo francés, nació en Saint Étienne y murió en París. Estudió en la École Normale Supérieure y fue profesor en Troyes, Moulins, Lyon y en las universidades de Montpellier, Dijon y París (1955-68). En 1962 fue el único laico invitado a tomar parte en la segunda sesión del Concilio Vaticano II. Publicó, entre otras obras, La philosophie de Newman (1933), Jésus (1957), La vocation de Bergson (1960), Le sens de la durée (1984), Le Nouveau Testament (1987), Portraits et circonstances (1989) y Chaque jour que Dieu fait (1996).

EN DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS, EL PAPA FRANCISCO PIDE QUE SE PREDIQUEN HOMILÍAS Y NO CONFERENCIAS



En Domingo de la Palabra de Dios, el Papa pide que se prediquen homilías y no conferencias

POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa

Foto: Vatican Media




Antes del rezo del Ángelus este 23 de enero, Domingo de la Palabra de Dios, el Papa Francisco solicitó a los sacerdotes predicar homilías que sacudan el corazón con la Palabra de Dios y no “conferencias impecables”.

“A veces, se escuchan conferencias impecables, discursos bien construidos, pero que no mueven el corazón, y así todo queda como antes. También -lo digo con respeto, pero con dolor- muchas homilías son abstractas que, en lugar de despertar el alma, la adormecen”, advirtió el Santo Padre ante numerosos fieles reunidos en la Plaza San Pedro del Vaticano.

En esta línea, el Papa señaló que “cuando los fieles comienzan a mirar el reloj” durante la predicación de la homilía se corre el riesgo de “adormentar el alma” porque “sin la unción del Espíritu empobrece la Palabra de Dios, cae en el moralismo y en conceptos abstractos; presenta el Evangelio con desapego, como si estuviera fuera del tiempo, lejos de la realidad -y este no es el camino” ya que si “una palabra en la que no palpita la fuerza del hoy no es digna de Jesús y no ayuda a la vida de la gente”.

“Por esto quien predica por favor, es el primero que debe experimentar el hoy de Jesús, para así poderlo comunicar en el hoy de los otros. Y si quieren hacer escuelas, conferencias, que lo hagan en otro lugar, no en el momento de la homilía, donde se debe dar la homilía, así, que sacude el corazón”, afirmó el Papa.

Asimismo, el Santo Padre agradeció “a todos los predicadores y los anunciadores del Evangelio que permanecen fieles a la Palabra que sacude el corazón, que permanecen fieles al hoy” y pidió “recemos por ellos, para que vivan el hoy de Jesús, la dulce fuerza de su Espíritu que vuelve viva la Escritura”.

“La Palabra de Dios, de hecho, es viva y eficaz, nos cambia, entra en nuestros asuntos, ilumina nuestra vida cotidiana, consuela y pone orden. Recordemos: la Palabra de Dios transforma una jornada cualquiera en el hoy en el que Dios nos habla”, dijo.

De este modo, nuevamente, el Papa Francisco alentó a tomar “el Evangelio en la mano, cada día un pequeño pasaje para leer y releer, llévenlo en el bolsillo en el Evangelio, en la bolsa, para leerlo en el viaje, en cualquier momento y leerlo con calma” porque “con el tiempo descubriremos que esas palabras están hechas a propósito para nosotros, para nuestra vida. Nos ayudarán a acoger cada día con una mirada mejor, más serena, porque, cuando el Evangelio entra en el hoy, lo llena de Dios”.

Por último, el Papa subrayó que “en los domingos de este año litúrgico es proclamado el Evangelio de Lucas, el Evangelio de la misericordia” y propuso “¿Por qué no leerlo también personalmente, entero, un pequeño pasaje cada día? Un pequeño pasaje. Familiaricémonos con el Evangelio, ¡nos traerá la novedad y la alegría de Dios!”. 

¿POR QUÉ ES DIFÍCIL PERDONAR?



¿Por qué es tan difícil perdonar?

Para perdonar tenemos que elevar nuestra memoria a un nivel superior, reemplazando el recuerdo doloroso por las palabras de Jesús

Por: Madre Angélica | Fuente: EWTN.com


Una de las pruebas más difíciles que se enfrentan en la vida es la constatación de que se es incapaz de perdonar a alguien que nos lastimó. Jesús nos dio un ejemplo de esa actitud cuando relató la parábola del hijo pródigo que malgastó su herencia.

Cuando a este joven se le acabó todo el dinero y empezó a pasar necesidad en una tierra donde había sobrevenido un hambre extrema, decidió volver a su padre, pedir perdón y solicitar ser tratado como a uno de sus jornaleros. El padre misericordioso, que nunca dejó de amar a su hijo, lo perdonó en el acto y le devolvió su lugar en la casa, como su hijo.

Pero el hermano mayor, que había permanecido fiel a su padre, se quejó. Estaba celoso de la fiesta que se había organizado en honor de su hermano pródigo.

Al hermano mayor le pareció completamente injusto que su padre honrara a ese hermano descarriado, mientras que a él nunca lo había recompensado por su lealtad y su trabajo. En lugar de alegrarse por la conversión y el regreso de su hermano, el mayor se irritó y se entristeció, y se negó a entrar en el banquete.

El padre le explicó por qué debía alegrarse: porque el hijo que estaba perdido había vuelto. En ese momento, el hermano mayor tuvo que elegir. ¿Haría caso a la súplica de su padre y se uniría a su alegría, o se encerraría en sí mismo y en su tristeza autocompasiva? ¿Iba a aceptar reconciliarse con su hermano, aunque no fuera más que por amor a su padre, o se retiraría amargado y con el corazón endurecido?

Jesús no nos contó cuál fue la reacción del hermano mayor. Tal vez quería que reflexionáramos sobre cuál sería nuestra reacción, ya que es una opción que todos, tarde o temprano, vamos a tener que hacer.

Sea porque tenemos a un alcohólico en la familia, o un ser querido se hace adicto a las drogas, o un cónyuge nos es infiel o un amigo nos traiciona, todos, en algún momento, nos enfrentaremos con la opción de perdonar a quien nos hirió, incluso si esa persona no nos pide perdón.

El único remedio veraz para curar ese tipo de sufrimiento es perdonar a quien nos hirió. Por eso es que Jesús nos regaló el “Padrenuestro”.

Si nosotros no perdonamos a los demás, cada vez que rezamos el Padrenuestro, ¡estamos pidiendo a Dios que no nos perdone las ofensas que hacemos contra Él! Jesús también nos dio Su propio ejemplo en la Cruz cuando dijo: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.




¿Por qué es tan difícil perdonar y olvidar?

Yo lo llamo “vivir en el recuerdo”. Cuando nuestra Fe y nuestra Esperanza son débiles, podemos vivir inmersos en un recuerdo triste.

Durante años revivimos y reavivamos ese momento de dolor y enojo, hasta que se nos deforma el alma y se nos endurece el corazón.

En ese estado, empezamos a justificar todas nuestras debilidades por esa experiencia dolorosa que recordamos una y otra vez.

A esa altura, es imposible ver las propias faltas con humildad y tratar de cambiar nuestra conducta indeseable para bien. Al final, un día nos percatamos de que estamos atrapados en un ciclo sin fin de frustración, enojo y tristeza.

Esa es una situación peligrosa ya que, a menos que rompamos ese patrón, todo lo que nos suceda cada día será un recuerdo de ese incidente que nos lastimó tanto.

La tensión va a ir en aumento hasta que la vida entera se va a ver destruida por frustraciones que no existen. Es fácil imaginarse al hermano mayor cargado de amargura contra su hermano descarriado durante mucho tiempo.

Si eligiera rechazar la alegría de la reconciliación y el sacrificio, cosecharía solamente tristeza y tormentos. Se estaría cargando sobre las espaldas ese rencor cada vez que viera a su hermano. Pero sería la opción que él mismo escogió la que le causaría tristeza.


¿Cuál es la solución? ¿Cómo logro perdonar?

Sin duda, perdonar no es hacer de cuenta que no tenemos problemas ni sentimientos, ni que nunca hubo ofensa. No se pueden enterrar los sentimientos ni los recuerdos a costa de una gran fuerza de voluntad. Eso no sirve.

No, la respuesta requiere de un enfoque completamente distinto. Debemos usar esos sentimientos que nos provocan dolor como una oportunidad para imitar al Padre, nuestro Dios Compasivo, Misericordioso y Amante, que hace salir el sol sobre justos e injustos.

Tenemos que empezar a ver lo sucedido como algo que Él permitió que pasara para nuestra santificación, para hacernos santos según nuestra reacción ante ese acontecimiento doloroso.

En lugar de tratar de hacer de cuenta que no nos sentimos heridos, tenemos que elevar nuestra memoria a un nivel superior, reemplazando el recuerdo doloroso por las palabras de Jesús o por algún incidente de Su vida.

La memoria, una de nuestras facultades mentales, es un regalo precioso que nos dio Dios. Pero debe ser usada correctamente. La memoria debe considerarse un depósito tremendo donde podemos guardar todo lo que nos relatan los Evangelios acerca de Jesús y Su vida, llenando el lugar con Oración, Escrituras y los Sacramentos.

Cada vez que recordamos una ofensa pasada, debemos reemplazar el recuerdo con palabras de Jesús, trayendo a la memoria los episodios en que Él perdonó, y cómo utilizó cada oportunidad para dar Honor y Gloria a Su Padre.

Entonces, cuando aparezca un recuerdo inquietante, podemos “cambiar de carril” hacia un pensamiento diferente: uno centrado en Jesús. Esto va a lograr que nuestra memoria se eleve por sobre las cosas de este mundo, y empiece a vivir en la Palabra de Dios.

Sin embargo, este proceso de sustituir un mal recuerdo por buenos pensamientos puede utilizarse incorrectamente. Si se realiza en una esfera completamente natural, puede ayudar a cambiar el pensamiento, pero nunca nos va a provocar un cambio de vida que nos acerque a la unión con Dios.

Por ejemplo: un colega nos ofende con un comentario antipático. Uno permanece callado, pero las palabras que dijo nos queman por dentro como el fuego. Hay quienes nos aconsejarán salvar esta situación a través del “pensamiento positivo”, o mediante alguna técnica como la formación de una imagen mental de una flor que flota en un lago espejado.

Esto puede cambiar el patrón de pensamiento y calmar los ánimos, pero no nos va a hacer semejantes a Jesús. No, no es esa la manera de proceder.




Jesús es el centro del perdón

Es Jesús quien debe ocupar el centro de nuestras facultades mentales. Jesús es el Camino a seguir para controlar nuestra memoria y nuestra imaginación. Es Jesús la Verdad que nos ayuda a elevar nuestro entendimiento por encima de nuestra limitada capacidad para ver los Misterios de Dios. Y Jesús es la Vida a través de la cual se fortalece nuestra voluntad para superar los más grandes obstáculos.

Como cristianos, debemos luchar por vivir una vida santa, la vida de un hijo de Dios –no simplemente una “buena” vida como meras criaturas de Dios-.

Es solamente a través de Jesús que podemos elevarnos de una vida de imperfección o tristeza o amargura a una vida de santidad y esperanza y alegría.

Dios siempre saca cosas buenas de toda situación para quienes lo aman, si no en esta vida, en la otra.

Cuando ponemos nuestra confianza en nuestro Dios Amor, todas nuestras penurias pueden convertirse en escalones que nos lleven al Cielo.  

BUENA NOTICIA PARA LOS HOMBRES - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 23 DE ENERO DE 2022



BUENA NOTICIA PARA LOS POBRES



Uno de los rasgos más escandalosos e insoportables de la conducta de Jesús es su defensa decidida de los pobres. Una y otra vez, los cristianos tratamos de escamotear algo que es esencial en su actuación.

No nos engañemos. Su mensaje no es una buena noticia para todos, de manera indiscriminada. Él ha sido enviado para dar una buena noticia a los pobres: el futuro proyectado y querido por Dios les pertenece a ellos.

Tienen suerte los pobres, los marginados por la sociedad, los privados de toda defensa, los que no encuentran sitio en la convivencia de los fuertes, los despojados por los poderosos, los humillados por la vida. Ellos son los destinatarios del reino de Dios, los que se alegrarán cuando Dios «reine» entre sus hijos e hijas.

Pero ¿por qué son ellos los privilegiados? ¿Es que los pobres son mejores que los demás para merecer de Dios un trato especial? La posición de Jesús es sencilla y clara. No afirma nunca que los pobres, por el hecho de serlo, sean mejores que los ricos. No defiende un «clasismo moral». La única razón de su privilegio consiste en que son pobres y oprimidos. Y Dios no puede «reinar» en el mundo sino haciéndoles justicia.

Dios no puede ser neutral ante un mundo desgarrado por las injusticias de los hombres. El pobre es un ser necesitado de justicia. Por eso la llegada de Dios es una buena noticia para él. Dios no puede reinar sino defendiendo la suerte de los injustamente maltratados.

Si el reinado de Dios se impone, los pobres serán felices. Porque donde Dios «reina» no podrán ya reinar los poderosos sobre los débiles ni los fuertes sobre los indefensos.

Pero no lo olvidemos. Lo que es buena noticia para los pobres resuena como amenaza y mala noticia para los intereses de los ricos. Tienen mala suerte los ricos. El futuro no les pertenece. Sus riquezas les impiden abrirse a un Dios Padre.


 Evangelio Comentado por:

José Antonio Pagola

Lc (1,1-4;4,14-21)


PAPA FRANCISCO INSTITUYE POR PRIMERA VEZ EL MINISTERIO LAICAL DE LECTORADO Y CATEQUISTAS



Papa Francisco instituye por primera vez el ministerio laical de lectorado y catequistas

POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa

Foto: Captura Vatican Media




Durante la Misa celebrada en la Basílica de San Pedro del Vaticano por el Domingo de la Palabra de Dios este 23 de enero, el Papa Francisco instituyó por primera vez los ministerios de lector y catequista a fieles laicos, hombres y mujeres, procedentes de diferentes partes del mundo.

Se trató de la primera vez que el Santo Padre instituye el ministerio laical de lectorado y catequistas y en el Vaticano recibieron el ministerio del lectorado ocho fieles laicos -seis mujeres y dos hombres- y otras ocho personas recibieron el ministerio laical de catequista -cinco hombres y tres mujeres-.

El Papa Francisco instituyó el Domingo de la Palabra de Dios, con el Motu Proprio Aperuit Illis del 30 de septiembre de 2019 para que la Iglesia Universal celebre cada tercer Domingo del Tiempo Ordinario con el fin de “crecer en el pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura”.

El 10 de enero de 2021 el Santo Padre modificó el Código de Derecho Canónico con el Motu Proprio Spiritus Domini que cambió el canon 230 § 1 para dar acceso de las mujeres al ministerio instituido del lectorado y acolitado.

Además, el Papa instituyó el ministerio laical de catequista con la carta apostólica en forma Motu Proprio “Antiquum ministerium” (antiguo ministerio) el 11 de mayo de 2021 en la que también solicitó la elaboración de un itinerario de formación, la descripción de los criterios normativos para acceder al ministerio y la publicación del rito de institución de tal ministerio laical.


Rito de institución

Antes de la homilía del Papa, un diácono leyó el nombre de los candidatos al ministerio de lectorado y el ministerio de catequista, después de mencionar el nombre, cada candidato, candidata, respondió “Eccomi” (heme aquí).

En concreto, se trató de 16 fieles laicos presentes en el Vaticano, que fueron en representación de todo el Pueblo de Dios. Entre los candidatos al ministerio del lectorado se encontraron personas procedentes de Corea del Sur, Pakistán, Ghana y varias partes de Italia, mientras que los candidatos al ministerio de catequistas se encontraron dos laicos del Vicariato Apostólico de Yurimaguas (Perú) en la Amazonia, dos fieles de Brasil que ya están involucrados en la formación de catequistas, una mujer de Kumasi, Ghana, el actual Presidente del Centro de Oratorios Romanos (el Centro Oratori Romani), un laico de Łódź (Polonia) y una fiel laica de Madrid (España).

Según informó el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, “debido a las dificultades de viaje causadas por las actuales restricciones sanitarias, no fue posible la esperada presencia de dos fieles de la República Democrática del Congo y de Uganda”.

Después de pronunciar su homilía, en la que invitó a colocar la Palabra de Dios “en el centro de la pastoral y de la vida de la Iglesia” a escucharla, a rezar con ella para ponerla en práctica, el Santo Padre presidió el rito de institución al ministerio laical del lectorado y de catequistas preparado por la Congregación para el Culto Divino.

Los nuevos ministros al lectorado recibieron una Biblia, mientras que los ministros catequistas recibieron un crucifijo plateado, reproducción de la cruz pastoral utilizada primero por San Pablo VI y luego por San Juan Pablo II.

En primer lugar, el Papa destacó que siendo lectores “es decir, anunciadores de la Palabra de Dios, están llamados a colaborar a este compromiso primario en la Iglesia” porque se colocan al “servicio de la fe, la cual tiene su raíz y su fundamento en la Palabra de Dios”.

“Proclamarán la Palabra de Dios en la asamblea litúrgica; educarán en la fe a los niños y a los adultos y los conducirán a recibir dignamente los Sacramentos; llevarán el anuncio misionero del Evangelio de salvación a los hombres que todavía no lo conocen”, señaló el Papa.

Los ocho candidatos -seis mujeres y dos hombres- al ministerio del lectorado se colocaron de pie frente al Santo Padre y tras las palabras del Papa los candidatos se hincaron para recibir la bendición en la que los alentó a que en la meditación de la Palabra de Dios sean “íntimamente iluminados para convertirse en fieles anunciadores a sus hermanos”.

Finalmente, el Papa entregó a cada uno una Biblia diciendo “recibe el libro de las Sagradas Escrituras y transmite fielmente la Palabra de Dios para que germine y fructifique en el corazón de los hombres”.

De igual forma, los ocho candidatos al ministerio laical de catequista -cinco hombres y tres mujeres- se pusieron de pie delante del Papa colocado en el Altar de la Cátedra.

En su exhortación, el Santo Padre alentó a los “llamados al ministerio estable de catequista a vivir más intensamente el espíritu apostólico, bajo el ejemplo de los hombres y mujeres que ayudaban a San Pablo y a los otros apóstoles en la difusión del Evangelio”.

“Su ministerio esté siempre radicado en una profunda vida de oración, edificado en una sana doctrina y animado por un verdadero entusiasmo apostólico”, señaló el Papa.

Luego, los candidatos se hincaron delante al Papa mientras que también los bendijo para que “vivan plenamente su Bautismo colaborando con los pastores en las diversas formas de apostolado para la edificación de tu Reino”.

Después, el Santo Padre entregó a cada uno un crucifijo plateado, con las palabras “recibe este signo de nuestra fe, cátedra de la verdad y de la caridad de Cristo: anuncia a Él con la vida, las acciones y la palabra” y cada uno respondió: “Amén”.

La oración de los fieles fue leída en coreano, portugués, chino, francés y polaco.


Domingo de la Palabra de Dios

El Papa Francisco instituyó el “Domingo de la Palabra de Dios” el 30 de septiembre de 2019 en el día de la fiesta de San Jerónimo, famoso por su traducción de la Biblia al latín, conocida como la “Vulgata”.

El título de la carta apostólica en forma de Motu Proprio titulada Aperuit Illis se basa en el pasaje bíblico de San Lucas del capítulo 24 en el que se describe el gesto de Jesucristo a los discípulos con el cual “les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”.

“Dedicar concretamente un domingo del año litúrgico a la Palabra de Dios nos permite, sobre todo, hacer que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que abre también para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo esta riqueza inagotable”, escribió el Papa. 

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 23 DE ENERO DE 2022



Domingo 3 (C) del tiempo ordinario

Domingo 23 de enero de 2022



1ª Lectura (Neh 8,2-4a.5-6.8-10): En aquellos días, el día primero del mes séptimo, el sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la comunidad: hombres, mujeres y cuantos tenían uso de razón. Leyó el libro en la plaza que está delante de la Puerta del Agua, desde la mañana hasta el mediodía, ante los hombres, las mujeres y los que tenían uso de razón. Todo el pueblo escuchaba con atención la lectura de la ley. El escriba Esdras se puso en pie sobre una tribuna de madera levantada para la ocasión. Esdras abrió el libro en presencia de todo el pueblo, de modo que toda la multitud podía verlo; al abrirlo, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo respondió con las manos levantadas: «Amén, amén». Luego se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra.

Los levitas leyeron el libro de la ley de Dios con claridad y explicando su sentido, de modo que entendieran la lectura. Entonces, el gobernador Nehemías, el sacerdote y escriba Esdras, y los levitas que instruían al pueblo dijeron a toda la asamblea: «Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios: No estéis tristes ni lloréis» (y es que todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley). Y añadieron: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza».



Salmo responsorial: 18

R/. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.

La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante.

Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.

La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.

Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío.



2ª Lectura (1Cor 12,12-30): Hermanos: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Pues el cuerpo no lo forma un solo miembro sino muchos. Si el pie dijera: «No soy mano, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: «No soy ojo, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso. Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo.

El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito». Más aún, los miembros que parecen más débiles son más necesarios. Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan. Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los que menos valían. Así, no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros.

Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro. Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?

Versículo antes del Evangelio (Lc 4,18): Aleluya. El Señor me ha enviado para anunciar a los pobres la buena nueva y proclamar la liberación a los cautivos. Aleluya.


Texto del Evangelio (Lc 1,1-4;4,14-21): Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos. Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy».




«Para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido»

Rev. D. Bernat GIMENO i Capín

(Barcelona, España)



Hoy comenzamos a escuchar la voz de Jesús a través del evangelista que nos acompañará durante todo el tiempo ordinario propio del ciclo “C”: san Lucas. Que «conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido» (Lc 1,4), escribe Lucas a su amigo Teófilo. Si ésta es la finalidad del escrito, hemos de tomar conciencia de la importancia que tiene el hecho de meditar el Evangelio del Señor —palabra viva y, por tanto, siempre nueva— cada día.

Como Palabra de Dios, Jesús hoy nos es presentado como un Maestro, ya que «iba enseñando en sus sinagogas» (Lc 4,15). Comienza como cualquier otro predicador: leyendo un texto de la Escritura, que precisamente ahora se cumple... La palabra del profeta Isaías se está cumpliendo; más aun: toda la palabra, todo el contenido de las Escrituras, todo lo que habían anunciado los profetas se concreta y llega a su cumplimiento en Jesús. No es indiferente creer o no en Jesús, porque es el mismo “Espíritu del Señor” quien lo ha ungido y enviado.

El mensaje que quiere transmitir Dios a la humanidad mediante su Palabra es una buena noticia para los desvalidos, un anuncio de libertad para los cautivos y los oprimidos, una promesa de salvación. Un mensaje que llena de esperanza a toda la humanidad. Nosotros, hijos de Dios en Cristo por el sacramento del bautismo, también hemos recibido esta unción y participamos en su misión: llevar este mensaje de esperanza por toda la humanidad.

Meditando el Evangelio que da solidez a nuestra fe, vemos que Jesús predicaba de manera distinta a los otros maestros: predicaba como quien tiene autoridad (cf. Lc 4,32). Esto es así porque principalmente predicaba con obras, con el ejemplo, dando testimonio, incluso entregando su propia vida. Igual hemos de hacer nosotros, no nos podemos quedar sólo en las palabras: hemos de concretar nuestro amor a Dios y a los hermanos con obras. Nos pueden ayudar las Obras de Misericordia —siete espirituales y siete corporales— que nos propone la Iglesia, que como una madre orienta nuestro camino.