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martes, 30 de marzo de 2021

MARTES SANTO - MEDITEMOS


MARTES SANTO 


«¿TÚ DARÁS LA vida por mí? En verdad, en verdad te digo que no cantará el gallo sin que me hayas negado tres veces» (Jn 13,38). El evangelio de la Misa de hoy nos narra el anuncio de las negaciones de san Pedro. En el clima íntimo de la Última Cena, este apóstol se sorprende de que Jesús le adelante su traición. No sale de su asombro. No comprende cómo eso podría suceder. Pedro desea ser fiel hasta la muerte, no quiere que su maestro sea entregado a sus enemigos para ser crucificado. Ya fue reprendido por esa confusión, pero sigue sin poder aceptar ese aparente fracaso. La liturgia nos recuerda que «se acercan los días de su pasión salvadora y de su resurrección gloriosa; en ellos se actualiza su triunfo sobre la soberbia del antiguo enemigo y celebramos el misterio de nuestra redención»[1].

A su modo, san Pedro piensa que está dispuesto a dar la vida por el Señor. De hecho, sacará la espada en el momento del prendimiento de Jesús y se enfrentará a todo un pelotón que viene armado para apresar a su Señor. No le falta valentía ni aprecio por Jesús. Sin embargo, la realidad va a demostrarle que no basta con estas cualidades. Pedro necesita todavía la humildad que proviene del conocimiento propio y, sobre todo, del conocimiento de Dios. Jesús no deja de formar a san Pedro hasta el último instante. Estas lecciones son las más importantes de su vida: Pedro no va a ser roca por su fortaleza sino por la humildad ganada a base de conocer a Jesús en profundidad. Es preciso que, experimentando la insuficiencia de sus fuerzas, comprenda que es Dios quien le va a sostener.

EL ANUNCIO DE la traición de Pedro aparece en el evangelio de hoy junto con el anuncio de la traición de Judas y nos sirve para notar la gran diferencia entre ambas. Pedro puso su debilidad en manos de Jesús; apartó la vista de sus errores y de sus fuerzas y aprendió a confiar en la bondad de Dios, en sus planes divinos, en sus modos de hacer. Pedro no estaba engañando a Jesús cuando le decía que iba a ser fiel hasta la muerte. Lo que sucedía es que confiaba casi exclusivamente en sus fuerzas: él se veía capaz. Judas, por su parte, no reconoció en ningún momento ante Jesús su traición; siempre trató de guardar las apariencias. A Pedro, al menos cuando estaba con Cristo, las apariencias no le importaban, aunque sí que sucumbió a ellas cuando fue interrogado por una criada en la casa del Sumo Sacerdote.

Para prevenir su desconcierto, podrían haberle servido al pescador de Cafarnaún aquellas palabras de Agustín: «Busca méritos, busca justicia, busca motivos; y a ver si encuentras algo que no sea gracia»[2]. San Pedro pensaba que su amor a Jesús era ya grande, suficiente para soportar cualquier prueba. Le fue más fácil permanecer fiel ante los soldados que ante un enemigo en apariencia más frágil. La criada acabó con la confianza de Pedro en sí mismo. Era necesaria esa liberación: Pedro descubrió así el camino de su propio abajamiento para poder seguir a Cristo. Liberado de sus fuerzas y de sus deseos, fue capaz de adaptarse a los planes de Dios y ser fiel.

San Bernardo, en este sentido, nos recuerda que es mejor poner atención a lo que Dios está dispuesto a hacer por cada uno, también por Pedro: «No te preguntes, tú, que eres hombre, por lo que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te hará evidente por su humanidad. Cuanto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora»[3].

«MUCHAS VECES pensamos que Dios se basa solo en la parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus designios se realizan a través y a pesar de nuestra debilidad (...). El Maligno nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo, mientras que el Espíritu la saca a la luz con ternura. La ternura es el mejor modo para tocar lo que es frágil en nosotros (...). Tener fe en Dios incluye además creer que él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero él tiene siempre una mirada más amplia»[4].

Nos llena de paz saber que Dios desea que confiemos en él y en lo bueno que tenemos, que es también don de Dios. San Pedro ha ido por delante también en esto para ser un ejemplo para nosotros. Nos llena de serenidad descubrir que podemos apoyarnos en nuestras fuerzas y capacidades –muchas o pocas–porque Dios pondrá el incremento con abundancia. ¡Qué deseos de aprender a no confiar solamente en nuestras aptitudes para la misión que nos ha sido encomendada y que, de algún modo, nos excede! Nos asombra y nos llena de agradecimiento el amor que Dios nos tiene para hacer maravillas con nuestra colaboración.

Santa Teresita del Niño Jesús se refería a la vida de Pedro de la siguiente manera: «Comprendo muy bien que san Pedro cayera. El pobre san Pedro confiaba en sí mismo, en vez de confiar únicamente en la fuerza de Dios (...). Estoy convencida de que si san Pedro hubiese dicho humildemente a Jesús: “Concédeme fuerzas para seguirte hasta la muerte”, las habría obtenido inmediatamente (...). Antes de gobernar a toda la Iglesia, que está llena de pecadores, le convenía experimentar en su propia carne lo poco que puede el hombre sin la ayuda de Dios»[5]. Con este aprendizaje, san Pedro sabrá poner al servicio de la redención sus capacidades –que, aunque prestadas, son un don precioso– y recurrir a su Señor, que todo lo puede. «Por eso –señalaba san Josemaría– cuando con el corazón encendido le decimos al Señor que sí, que le seremos fieles, que estamos dispuestos a cualquier sacrificio, le diremos: Jesús, con tu gracia; Madre mía, con tu ayuda. ¡Soy tan frágil, cometo tantos errores, tantas pequeñas equivocaciones, que me veo capaz –si me dejas– de cometerlas grandes!»[6].


[1] Prefacio II de Pasión. Se utiliza el lunes, martes y miércoles de la Semana Santa.

[2] San Agustín, Sermón 185.

[3] San Bernardo, Sermón 1 en la Epifanía del Señor, 1-2.

[4] Francisco, carta apostólica Patris corde, n. 2.

[5] Santa Teresa del Niño Jesús, Últimas conversaciones, 7-VIII-1897.

[6] San Josemaría, Cartas 2, n. 32b.

8 CLÁSICOS DEL CIENE PARA LA SEMANA SANTA

 



 8 clásicos del cine para la Semana Santa

Redacción ACI Prensa



En Semana Santa recordamos la entrega del Señor Jesús en la cruz por la salvación de los hombres, y en ese sentido también es un tiempo propicio para reflexionar sobre qué significa ser cristianos.

Para esto, las películas también pueden ser una buena ayuda.

 

Por ello, a continuación te presentamos 8 clásicos del cine con claves de fe que pueden servirte para reflexionar sobre el sentido real de la Semana Santa.




1. La Pasión de Cristo (2004)

Iniciamos la lista con la adaptación de Mel Gibson de los últimos días de Jesucristo. El filme fue rodado en latín y en arameo, idiomas que habló Jesús, y fue proyectado en todo el mundo en versión original por deseo del director. Además, atrajo la atención de todos por la crudeza y realismo de sus imágenes.




2. Ben Hur (1959)

William Wyler firmó una épica superproducción protagonizada por Charlton Heston, Stephen Boyd y Jack Hawkins que obtuvo once premios Oscar. Una historia de dos viejos amigos que se enfrentan y en la que no se muestra el rostro de Jesucristo, aunque su presencia marcará toda la vida de Judá Ben-Hur.



3. Jesús de Nazareth (1977)

Aunque se trata de una miniserie de televisión y no una película, la obra de Franco Zeffirelli es quizás el mejor relato global del nacimiento, obra y muerte de Jesucristo. El Beato Pablo VI, tras visionar esta producción, recibió en audiencia al director de cine Franco Zefirelli y le agradeció por su obra.


4. Los Diez Mandamientos (1956)

Charlton Heston vuelve a aparecer con la adaptación del pasaje de Moisés y Los Diez Mandamientos que dirigió el legendario Cecil B. DeMille. Una colosal superproducción de proporciones bíblicas: casi cuatro horas de duración.




5. Quo Vadis? (1951)

El título significa en latín “¿A dónde vas?” y se refiere a las palabras de Pedro cuando se encuentra con Cristo en la Vía Apia. La cinta muestra el amor de un soldado romano por una joven doncella, integrante del primer grupo de cristianos en Roma, y que será puesto a prueba después que Nerón queme Roma y les eche la culpa a los cristianos.




6. Marcelino, pan y vino (1954)

Relata la historia de un niño huérfano que cambiará la vida y el nombre de los frailes. Con su inocencia y picardía se hará querer hasta por el propio Cristo en la cruz. Se llevó el Oso de Plata en el Festival de Berlín. En el 2013 se lanzó una nueva versión de esta obra.


7. Escarlata y negro (1983)

Refleja parte de lo que se vivió durante la ocupación nazi en Roma y las tensiones contra el Vaticano por refugiar judíos y perseguidos políticos de los alemanes. Un sacerdote, que salvó la vida de cientos de personas, estará en la mira de los altos oficiales nazis, pero no podrán tocarlo por estar dentro del territorio papal.




8. El Príncipe de Egipto (1998)

Pensando en los más pequeños se incluye en la lista esta historia de Moisés que fue la primera película de animación tradicional producida y distribuida por Dreamworks, la productora creada por Steven Spielberg.

MEDITACIÓN DE MARTES SANTO

 


 

«Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él»

+ Rev. D. Lluís ROQUÉ i Roqué

(Manresa, Barcelona, España)



Hoy contemplamos a Jesús en la oscuridad de los días de la pasión, oscuridad que concluirá cuando exclame: «Todo se ha cumplido» (Jn 19,30); a partir de ese momento se encenderá la luz de Pascua. En la noche luminosa de Pascua —en contraposición con la noche oscura de la víspera de su muerte— se harán realidad las palabras de Jesús: «Ahora el Hijo del hombre es glorificado, y Dios es glorificado en Él» (Jn 13,31). Puede decirse que cada paso de Jesús es un paso de muerte a Vida y tiene un carácter pascual, manifestado en una actitud de obediencia total al Padre: «Aquí estoy para hacer tu voluntad» (Heb 10,9), actitud que queda corroborada con palabras, gestos y obras que abren el camino de su glorificación como Hijo de Dios.

Contemplamos también la figura de Judas, el apóstol traidor. Judas mira de disimular la mala intención que guarda en su corazón; asimismo, procura encubrir con hipocresía la avaricia que le domina y le ciega, a pesar de tener tan cerca al que es la Luz del mundo. Pese a estar rodeado de Luz y de desprendimiento ejemplar, para Judas «era de noche» (Jn 13,30): treinta monedas de plata, “el excremento del diablo” —como califica Papini al dinero— lo deslumbraron y amordazaron. Preso de avaricia, Judas traicionó y vendió a Jesús, el más preciado de los hombres, el único que puede enriquecernos. Pero Judas experimentó también la desesperación, ya que el dinero no lo es todo y puede llegar a esclavizar.

Finalmente, consideramos a Pedro atenta y devotamente. Todo en él es buena voluntad, amor, generosidad, naturalidad, nobleza... Es el contrapunto de Judas. Es cierto que negó a Jesús, pero no lo hizo por mala intención, sino por cobardía y debilidad humana. «Lo negó por tercera vez, y mirándolo Jesucristo, inmediatamente lloró, y lloró amargamente» (San Ambrosio). Pedro se arrepintió sinceramente y manifestó su dolor lleno de amor. Por eso, Jesús lo reafirmó en la vocación y en la misión que le había preparado.

EL EVANGELIO DE HOY MARTES SANTO 30 DE MARZO DE 2021



Lecturas de hoy Martes Santo

Hoy, martes, 30 de marzo de 2021



Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (49,1-6):

Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos:

El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo:

- «Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».

Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». En realidad el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios. Y ahora dice el Señor,el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolvise a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios. Y mi Dios era mi fuerza:

- «Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».


Palabra de Dios



Salmo

Sal 70,1-2.3-4a.5-6ab.15.17


R/. Mi boca contará tu salvación, Señor


A ti, Señor, me acojo:

no quede yo derrotado para siempre;

tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,

inclina a mí tu oído, y sálvame. R.


Sé tú mi roca de refugio,

el alcázar donde me salve,

porque mi peña y mi alcázar eres tú.

Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.


Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza

y mi confianza, Señor, desde mi juventud.

En el vientre materno ya me apoyaba en ti,

en el seno tú me sostenías. R.


Mi boca contará tu justicia,

y todo el día tu salvación.

Dios mío, me instruiste desde mi juventud,

y hasta hoy relato tus maravillas. R.



Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (13,21-33.36-38):

En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo:

- «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar».

Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía.

Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.

Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó:

- «Señor, ¿quién es?».

Le contestó Jesús:

- «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado».

Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote.

Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo:

- «Lo que vas hacer, hazlo pronto».

Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.

Cuando salió, dijo Jesús:

- «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me busca¬réis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros:

"Donde yo voy, vosotros no podéis ir"»

Simón Pedro le dijo:

- «Señor, ¿a dónde vas?».

Jesús le respondió:

- «Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde».

Pedro replicó:

- «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti».

Jesús le contestó:

- «¿Con que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces».


Palabra del Señor 




«Era de noche»

Abbé Jean GOTTIGNY

(Bruxelles, Bélgica)



Hoy, Martes Santo, la liturgia pone el acento sobre el drama que está a punto de desencadenarse y que concluirá con la crucifixión del Viernes Santo. «En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche» (Jn 13,30). Siempre es de noche cuando uno se aleja del que es «Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero» (Símbolo de Nicea-Constantinopla).

El pecador es el que vuelve la espalda al Señor para gravitar alrededor de las cosas creadas, sin referirlas a su Creador. San Agustín describe el pecado como «un amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios». Una traición, en suma. Una prevaricación fruto de «la arrogancia con la que queremos emanciparnos de Dios y no ser nada más que nosotros mismos; la arrogancia por la que creemos no tener necesidad del amor eterno, sino que deseamos dominar nuestra vida por nosotros mismos» (Benedicto XVI). Se puede entender que Jesús, aquella noche, se haya sentido «turbado en su interior» (Jn 13,21).

Afortunadamente, el pecado no es la última palabra. Ésta es la misericordia de Dios. Pero ella supone un “cambio” por nuestra parte. Una inversión de la situación que consiste en despegarse de las criaturas para vincularse a Dios y reencontrar así la auténtica libertad. Sin embargo, no esperemos a estar asqueados de las falsas libertades que hemos tomado, para cambiar a Dios. Según denunció el padre jesuita Bourdaloue, «querríamos convertirnos cuando estuviésemos cansados del mundo o, mejor dicho, cuando el mundo se hubiera cansado de nosotros». Seamos más listos. Decidámonos ahora. La Semana Santa es la ocasión propicia. En la Cruz, Cristo tiende sus brazos a todos. Nadie está excluido. Todo ladrón arrepentido tiene su lugar en el paraíso. Eso sí, a condición de cambiar de vida y de reparar, como el del Evangelio: «Nosotros, en verdad, recibimos lo debido por lo que hemos hecho; pero éste no hizo mal alguno» (Lc 23,41).