Páginas

¿POR QUÉ DEBO REZAR POR ALGUIEN QUE ME CAE MAL?


¿Por qué debo rezar por alguien que me cae mal?
Ponemos a esas personas en manos de Dios, el puede intervenir para cambiar su corazón.


Por: Alejandra Sosa | Fuente: Desde la Fe




‘¡De ninguna manera!’
‘¡Ja! ¡Ya parece!’
‘¡Claro que no voy a pedir por ese infeliz!’
‘¡Sí, por supuesto que pido: ¡¡que le caiga un rayo!!’

Ésas y parecidas respuestas dieron diversas personas a las que se les preguntó si rezaban por las personas que detestaban, sobre todo por quienes les habían hecho mal.

Las airadas respuestas dejan ver que hay un malentendido. La gente cree que orar por alguien es pedir que le vaya bien en lo malo que hace, que por ejemplo, orar por el delincuente que las asaltó, es pedir a Dios que lo ayude a que le resulten bien sus atracos, o que si rezan por la chismosa de la familia, piden que se salga con la suya en sus intrigas. ¡No es así!

Para entender el sentido que tiene orar por alguien, primero hay que tomar en cuenta algo muy importante: si creemos en Cristo y nos consideramos Sus seguidores, estamos llamados cumplir el único mandamiento que nos dio: amarnos unos a otros, como Él nos ama (ver Jn 15, 12).

Cabe entonces preguntarnos: ¿qué es el amor?, ¿en qué consiste? Amar no es tener bonitos sentimientos hacia quienes nos caen bien, pues sería imposible obedecer a Jesús que nos pide: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a quienes los odien, bendigan a los que los maldigan, rueguen por quienes los difamen”. (Lc 6, 27-28). Amar consiste en desear y, en la medida de lo posible, procurar el bien de quien se ama. Y desearle el bien no significa desear que le vaya bien en lo malo que hace, no, sino desear que abra su alma al mayor bien que existe que es el amor de Dios.


Decía san Agustín que Dios nos creó para Él y nuestra alma está inquieta hasta que no descansa en Él. Quienes hacen, o nos hacen mal, no tienen a Dios en su corazón, sólo un hueco infinito que se pasan intentando llenar con poder, con dinero, con fama, con el adrenalinazo momentáneo que les da la violencia, la velocidad, el alcohol, la droga, la pornografía o cualquier otra adicción, pero no lo consiguen. Y por ello, aunque aparenten ser felices, no lo son.

En Misa, durante la oración universal el padre pidió ‘por los que más sufren’, y yo pensaba en los enfermos, pobres, ancianos abandonados, cuando el padre aclaró que se refería a los que cometen crímenes, injusticias, a los que abusan de otros. Tenía razón, ésos que van a contrapelo de la vocación de amar que Dios nos ha dado, necesariamente sufren porque hacen lo contrario de aquello para lo que han sido creados y que los haría realmente felices.

Así, aunque aparentemente se regocijen cuando les resulta bien el mal que hicieron, en lo hondo de su alma sólo hay desazón y tiniebla. Y el problema es que no sólo su corazón está a oscuras, sino que desparraman oscuridad alrededor. Por eso es necesario, más aún, urgente, orar por ellos, porque sólo puede penetrar e iluminar su negrura interior la luz de Aquel que dijo: “Yo soy la Luz del mundo, el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12)

Orar por los que nos hacen mal, no equivale a pedir a Dios que los ayude en el mal que hacen, sino que los transforme interiormente como sólo Él puede.

Nos quejamos de los parientes o compañeros que nos molestan y parecen dedicados a fastidiarnos la existencia, pero ¿oramos por ellos?

Nos lamentamos amargamente de autoridades que dicen una cosa y hacen otra, que en lugar de procurar justicia acusan a inocentes, roban, extorsionan, perpetúan la corrupción y la violencia, pero ¿oramos por ellas?

Tenemos 3 razones muy poderosas para rezar por quienes detestamos:

Cumplimos el mandamiento que nos dejó Jesús de amar como Él ama, es decir, con un amor que no se basa en los méritos ni pone condiciones.

Sanamos nuestro corazón, porque no debemos detestar a nadie, y cuando oramos por alguien aprendemos a verlo como hijo de nuestro mismo Padre, y no olvidamos que en el Padre Nuestro nos atrevemos a pedirle que nos perdone como nosotros perdonamos.

Ponemos a esas personas en manos de Dios, el único que puede intervenir para cambiar su corazón.

EL EVANGELIO DE HOY MARTES 21 DE JULIO DE 2020


Decimosexta Semana del Tiempo Ordinario - Año Par
Martes 21 de Julio de 2020


“ Dios se complace en la misericordia ”

Primera lectura
Lectura de la profecía de Miqueas 7, 14-15. 18-20

Pastorea a tu pueblo, Señor, con tu cayado,
al rebaño de tu heredad,
que anda solo en la espesura,
en medio del bosque;
que se apaciente como antes
en Basán y Galaad.
Como cuando saliste de Egipto,
les haré ver prodigios.
¿Qué Dios hay como tú,
capaz de perdonar el pecado,
de pasar por alto la falta
del resto de tu heredad?
No conserva para siempre su cólera,
pues le gusta la misericordia.
Volverá a compadecerse de nosotros,
destrozará nuestras culpas,
arrojará nuestros pecados
a lo hondo del mar.
Concederás a Jacob tu fidelidad
y a Abrahán tu bondad,
como antaño prometiste a nuestros padres.


Salmo
Sal 84, 2-4. 5-6. 7-8 R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia

Señor, has sido bueno con tu tierra,
has restaurado la suerte de Jacob,
has perdonado la culpa de tu pueblo,
has sepultado todos sus pecados,
has reprimido tu cólera,
has frenado el incendio de tu ira. R/.

Restáuranos, Dios salvador nuestro;
cesa en tu rencor contra nosotros.
¿Vas a estar siempre enojado,
o a prolongar tu ira de edad en edad? R/.

¿No vas a devolvernos la vida,
para que tu pueblo se alegre contigo?
Muéstranos, Señor, tu misericordia
y danos tu salvación. R/.

Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 12, 46-50

En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él.
Uno se lo avisó:
«Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo».
Pero él contestó al que le avisaba:
«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?».
Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».



Reflexión del Evangelio de hoy
Ser profetas no de desventuras, sino de misericordia


La profecía de Miqueas, que vivió a finales del siglo VIII antes de Cristo, es en gran parte una invectiva contra los dirigentes del pueblo, reprochándoles tanto la idolatría como la injusticia social. Ese comportamiento los hace acreedores al castigo divino. Pero Dios promete el perdón y la restauración del pueblo, porque es un Dios siempre misericordioso, que va a actuar como actuó antaño para liberarlo de la esclavitud de Egipto.

El profeta utiliza imágenes expresivas, frecuentes en la Biblia, como la del rebaño que es conducido a pastos abundantes bajo la guía de su pastor, Yahvé. Éste es un Dios de misericordia, como no hay ningún otro, y fiel al juramento hecho a los padres. La misericordia y la fidelidad son sin duda los dos rasgos predominantes del Dios del Antiguo Testamento. En el salmo responsorial su autor también se encomienda a la misericordia de Dios, en una queja que lamenta su prolongado enojo con el pueblo y le pregunta insistentemente cuándo cesará.

En nuestros días, subsisten aquellas dos lacras denunciadas por el profeta, idolatría e injusticia, aunque con una apariencia distinta. La idolatría aquí es la del dinero o la del poder, sobre todo. Y la injusticia reviste diversas modalidades: opresión, corrupción, abusos, indiferencia.

Una parte de nuestra misión profética consiste en la denuncia vigorosa de esos vicios que aquejan principalmente a quienes detentan el poder. Pero no es menos urgente y determinante recordar a todos que nuestro Dios no es un Dios vengativo o insensible, sino siempre cercano y compasivo para con los que sufren. El profeta no señala fechas, ni nosotros podemos darlas sobre el momento en que nuestra situación cambiará. Pero es fundamental que estemos convencidos de que Dios nos auxilia siempre de algún modo, y que seamos capaces de transmitir esa convicción a los demás.

Ser familia más por el amor que por la sangre
El evangelista Mateo nos hace ver que el rechazo que sufre Jesús por parte de su pueblo culmina con la ruptura con su familia para formar una nueva con sus discípulos. Este rasgo del Evangelio que predica Jesús parece muy duro: ¿no están los lazos de familia entre los que más estrechamente nos unen unos a otros?

Y, sin embargo, sabemos que no siempre es así y que muchas veces el ambiente familiar se deteriora o se envenena por factores de diverso tipo. Uno de esos factores es, por ejemplo, la distribución de la herencia recibida de los padres. Hasta en las mejores familias, ese asunto es con frecuencia fuente de conflictos, a veces muy vivos y duraderos. Podemos interpretar esas situaciones como contrarias a la voluntad de Dios, ya que lo que Dios quiere de nosotros es que nos amemos y vivamos en una armonía fraterna con todos.

Por eso, cuando Jesús dice que su verdadera familia la constituyen aquellos que hacen la voluntad de Dios está pensando en esa armonía creada por el amor. No excluye a sus propios parientes, en la medida en que éstos se comportan como verdaderos hermanos y preservan  esa armonía. Pero, si no es así, podemos decir que son ellos mismos quienes se excluyen de esa familia que Jesús considera perteneciente al reino que él predica.

No se trata de renegar de la propia familia de sangre, sino de vivir según unos criterios que inevitablemente la relativizan. Invitan a sus miembros a sumarse a esta nueva familia de la que habla Jesús. Una familia basada en un amor incondicional a todos aquellos que se saben y se sienten hijos de Dios, y que hacen de la voluntad divina la norma de su propia vida.

Pregúntate a ti mismo: ¿Estoy convencido de que Dios es misericordia y lo anuncio así? ¿Cómo integro el afecto a mi familia en el amor a Jesús?



Fray Emilio García Álvarez O.P.
Convento de Santo Tomás de Aquino (Sevilla)

EL PAPA FRANCISCO EXHORTA A QUE EL AMOR DE DIOS ANIME EL AMOR ENTRE PADRES E HIJOS


El Papa exhorta a que el amor de Dios anime el amor entre padres e hijos
Redacción ACI Prensa
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




El Papa Francisco destacó que cuando el amor del Señor anima y purifica el amor a los padres y a los hijos, este se vuelve más fecundo y produce frutos para la familia.

Así lo indicó el Santo Padre este 21 de julio en su cuenta oficial de Twitter @Pontifex_es.

“Cuando el amor a los padres y a los hijos está animado y purificado por el amor del Señor, entonces se hace plenamente más fecundo y produce frutos de bien en la propia familia y mucho más allá de ella”, escribió el Papa.



En diversas ocasiones el Santo Padre ha destacado la importancia de las familias y de las relaciones entre los padres y los hijos.

Al recibir en diciembre de 2015 a los empleados vaticanos para felicitarlos por la Navidad, el Papa Francisco recordó que “el don más valioso para los hijos no son las cosas, sino el amor de los padres. Y no me refiero sólo al amor de los padres hacia los hijos, sino al amor de los padres entre ellos, es decir, la relación conyugal. Esto hace tanto bien a ustedes y ¡también a sus hijos! ¡No descuidar a la familia!”, alentó.

En aquel entonces, el Santo Padre subrayó la importancia de que los padres deban “hablar con los hijos, escucharlos, preguntarles qué piensan, este diálogo entre los padres e hijos hace tanto bien, hace crecer en madurez a los hijos”.

Además, en una catequesis que pronunció en mayo de 2015, el Pontífice señaló que “las comunidades cristianas están llamadas a ofrecer apoyo a la misión educativa de las familias, y lo hacen sobre todo con la luz de la Palabra de Dios”.

En esa audiencia general, el Santo Padre explicó que “el apóstol Pablo recuerda la reciprocidad de los deberes entre los padres y los hijos: ‘Ustedes, hijos, obedezcan a los padres en todo; porque esto agrada al Señor. Ustedes, padres, no exasperen a sus hijos, para que no se desalienten’. En la base de todo está el amor, aquel que Dios nos dona, que no falta al respeto, no busca su propio interés, no se enoja, no toma en cuenta el mal recibido… todo perdona, todo cree, todo espera, todo soporta”.