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miércoles, 5 de febrero de 2020

ESCONDER LA FELICIDAD


Esconder la felicidad



En el principio de los tiempos, se reunieron varios demonios para hacer una maldad. Uno de ellos dijo a los demás: "Debemos quitarles algo a los hombres, pero, ¿qué les quitamos?".

Después de mucho pensar uno dijo: "¡Ya sé!, vamos a quitarles la felicidad, pero el problema va a ser dónde esconderla para que no la puedan encontrar". Propuso el primero: "Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo", a lo que inmediatamente repuso otro: "No, recuerda que tienen fuerza. Alguna vez, alguien puede subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos sabrán dónde está".

Luego propuso otro: "Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar", y otro contestó: "No, recuerda que tienen curiosidad. Alguna vez alguien construirá algún aparato para poder bajar y entonces la encontrará".

Uno más dijo: "Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra". Y le dijeron: "No, recuerda que tienen inteligencia y un día, alguien construirá una nave en la que pueda viajar a otros planetas y la descubrirá, y entonces todos tendrán felicidad".

El último de ellos era un demonio que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás. Analizó cada una de ellas y entonces dijo: "Creo saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren".

Todos se giraron asombrados y preguntaron al mismo tiempo: "¿Dónde?". El demonio respondió: "La esconderemos dentro de ellos mismos, estarán tan ocupados buscándola fuera, que nunca la encontrarán". Todos estuvieron de acuerdo y desde entonces ha sido así: el hombre se pasa la vida buscando la felicidad sin saber que la lleva consigo.

UN ANILLO ESPECIAL


Un anillo especial



Ser agradecido es una virtud humana muy digna. Dar las gracias ante un favor, un buen gesto, una atención recibida, es una forma concreta de reconocer que lo que han hecho por nosotros, nos agrada, nos beneficia, nos hace bien... Poco de lo que somos o poseemos lo hemos logrado por mérito propio. Generalmente, se lo debemos a alguien.

Un joven entró en una joyería y pidió ver el mejor anillo. El joyero le presentó uno. El hermoso diamante brillaba como un diminuto sol. El cliente, admirado, lo aprobó. Preguntó el precio y se dispuso a pagarlo. —¿Se va usted a casar pronto?,  preguntó el joyero. —No, respondió el joven. Ni siquiera tengo novia. La sorpresa del joyero divirtió al comprador. —Es para mi mamá, dijo el joven. Cuando yo iba a nacer, alguien sugirió el aborto para evitar problemas. Pero ella se negó y me dio el don de la vida. Tuvo muchos problemas. Fue todo para mí: amiga, hermana, maestra…Ahora que puedo, le compro este hermoso anillo.  Ella nunca tuvo uno. Yo se lo doy como signo de que, si ella hizo todo por mí, yo haré todo por ella. El joyero ordenó a su cajera hacerle el descuento reservado a clientes importantes.

Un inmenso desfile de quienes merecen que les demos gracias, puede aparecer delante de nuestros ojos con sólo pensarlo. También la naturaleza, nuestro cuerpo, el trabajo, toda la vida misma pueden ser motivo de nuestro agradecimiento. Y el destinatario de nuestra gratitud será el mismo Dios que nos ama y nos asiste con su providencia.


* Enviado por el P. Natalio

MUDOS ANTE DIOS


Mudos ante Dios
La oración es un diálogo, una conversación con Dios.


Por: Jesús David Muñoz, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores




Decía Juan XXIII: “El que no ora es un mudo ante Dios”. Cuando se tiene la experiencia de estar en un país donde no se conoce el idioma o la cultura, muchas veces uno pasa la mayor parte de su tiempo en silencio. Se puede estar en Roma en un restaurante y mientras todos ríen uno intenta comer la pasta a la italiana sin mancharse. Es hacer la experiencia de un mudo.

Esto mismo puede pasar en la oración, como dice la frase del Papa Roncalli: “El que no ora es un mudo ante Dios”.

La oración, como enseña la doctrina católica, es una conversación, un diálogo; con la característica especial de que este coloquio es con Dios. Quien no reza puede ser considerado un mudo para Dios, pues no habla con Él.

Hay personas que son mudas porque nunca oran y otras lo son porque no saben hacerlo. El problema de mudez de estas últimas no es que no dediquen tiempo a rezar, sino que lo hacen mal.

Por eso es necesario darse cuenta de que la oración es un lenguaje, un idioma que nos urge aprender. Con el inglés nos comunicamos casi en cualquier parte del mundo, con el chino con más de una sexta parte de la población mundial, pero con la oración podemos hablar nada más y nada menos que con el mismísimo Dios. ¿A quién, que sea medianamente inteligente y humilde, no le interesa hablar el mismo idioma que habla Dios?

En la vida cotidiana una conversación requiere un idioma común, un lenguaje comprendido por los dos interlocutores, un cierto ámbito de entendimiento común. Es muy difícil hablar de física cuántica con un ama de casa, ni de relatividad con un tendero.

Recordemos dos características importantes de este idioma, llamado oración, con el que podemos platicar con Dios y que son indispensables para “hablarlo” correctamente: el amor y la humildad.

El amor como condición para la oración lo explica el mismo Cristo en el evangelio. “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23-24).

Es importante notar que primero hay que ir a pedir perdón para después acercarse a la presencia de Dios y ser escuchado. ¿Por qué es condición, para una buena oración, el amor a nuestro próximo? Jesucristo en el evangelio identificó el amor a Dios con el amor al próximo. Si no somos capaces de hablar con nuestro hermano y decirle “perdón” ¿cómo queremos decirlo a Dios? ¿Podemos decir a Dios “Te quiero” si no amamos a nuestros hermanos, a sus hijos? Cuando no se ama al próximo no se ama a Dios y ¿cómo quieres hablar con una persona a la que no amas?

La humildad es otro elemento fundamental, por desgracia muy olvidado. No es raro encontrar personas que han abandonado la oración después de haber sido antes cristianos fervorosos. Muchos de ellos afirman haber confiado en el poder de pedir a Dios gracias y favores en la oración pero, al no conseguir lo que reclamaban, llegan a la conclusión de que rezar no sirve para nada, de que Dios no nos escucha.

¿Qué pasó? Estas personas no sabían orar. Pensaban que la oración cristiana era arrodillarse y pedir hasta sacarle a Dios lo que querían. Cuando los discípulos le dijeron a Jesús “Señor, enséñanos a orar”, Jesús les dijo: “Cuando oréis decid: Padre nuestro que estás en el cielo… hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. He aquí un detalle importante. No decimos: “Haz mi voluntad en la tierra como en el cielo”. Esta última parece ser la actitud de fondo que tienen muchos cristianos que han dejado la oración por considerarla ineficaz, pero esto es un gran error. El objetivo de la oración no es hacer que Dios quiera lo que yo quiero, sino querer lo que Dios quiere. Si pedimos algo debemos siempre tener presente esa segunda parte de la oración de Jesús en el huerto de los olivos: “pero no se haga mi voluntad sino la Tuya”. Hay que pedir con insistencia, pero con humildad.

Puede surgir la pregunta: si no se tienen estas disposiciones ¿la oración es escuchada o no? Seguramente Dios escucha, pero hay una gran diferencia entre balbucear un idioma y dominarlo, entre ser un mendigo que puede hablar y ser mudo. Mientras mejor se sepa orar, más fácilmente se podrá comunicar con Dios y recibir lo que se pide.

El ejemplo del idioma no se refiere sólo a palabras y lenguaje externo, sino que engloba todo ese espacio en el que el alma se comunica con Dios y que va mucho más allá de lo corporal. Dos enamorados no necesitan de las palabras para demostrarse el amor, basta muchas veces una mirada, un gesto, un simple pensamiento.

Es importante aprender a orar con estas dos características, que son como la sintaxis y la gramática de este lenguaje que nos permite conversar con Dios y que no es simplemente sentarse a repetir rezos de labios para afuera. Es necesario meter el corazón con amor y humildad. De esta manera nunca experimentaremos esa sensación de frustración y aburrimiento de quien está en una conversación sin saber hablar el idioma.

Este amor sigue las conjugaciones del perdón, del sacrificio, de la renuncia, y llega a decirnos incluso “haced el bien a quienes os injurian”. Cuando nuestras acciones y actitudes no son estas, o peor aún, son totalmente contrarias a las enseñanzas de Cristo, entonces podemos decir que no hablamos el mismo lenguaje de Dios. Es decir, hablar el lenguaje de Dios es tener sus criterios, sus actitudes, su forma de actuar como el modelo a seguir en nuestra vida. Quien no quiera ser un mudo en la oración y sentir que aunque necesita muchas cosas no recibe nada, es necesario que tenga o al menos busque tener los mismos sentimientos de Cristo, hablar el idioma de Dios. El evangelio nos da un ejemplo. Incluso aunque no supiéramos hablarlo, la condición mínima es querer aprenderlo. Dios se encargaría de enseñárnoslo. Si no tenemos esta sintonía el diálogo con Dios se hace imposible pues mientras Dios pide una cosa, nuestra vida corresponde a otra.

REINA DEL CIELO


Reina del Cielo




Jesús, elevado en la Cruz, nos regaló una Madre para toda la eternidad. Juan, el Discípulo amado, nos representó a todos nosotros en ese momento y luego se llevó a María con él, para cuidarla por los años que restaron hasta su Asunción al Cielo.
María se transformó así no sólo en tu Madre, sino también en la Madre de nuestra propia madre terrenal, de nuestro padre, hijos, de nuestros hermanos, amigos, enemigos, ¡de todos!.

Una Madre perfecta, colocada por Dios en un sitial muchísimo más alto que el de cualquier otro fruto de la Creación. María es la mayor joya colocada en el alhajero de la Santísima Trinidad, la esperanza puesta en nosotros como punto máximo de la Creación. La criatura perfecta que se eleva sobre todas nuestras debilidades y tendencias mundanas. ¡Por eso es nuestra Madre!.

La Reina del Cielo es también el punto de unión entre la Divinidad de Dios y nuestra herencia de realeza. Nuestro legado proviene del primer paraíso, cuando como hijos auténticos del Rey Creador poseíamos pleno derecho a reinar sobre el fruto de la creación, la cual nos obedecía. Perdido ese derecho por la culpa original, obtuvimos como Embajadora a una criatura como nosotros, elevada al sitial de ser la Madre del propio Hijo de Dios.

¡Y Dios la hace Reina del Cielo, y de la tierra también!. Allí se esconde el misterio de María como la nueva Arca que nos llevará nuevamente al Palacio, a adorar el Trono del Dios Trino. María es el punto de unión entre Dios y nosotros. Por eso Ella es Embajadora, Abogada, Intercesora, Mediadora. ¿Quién mejor que Ella para comprendernos y pedir por nuestras almas a Su Hijo, el Justo Juez?. María es la prueba del infinito amor de Dios por nosotros: Dios la coloca a Ella para defendernos, sabiendo que de este modo tendremos muchas más oportunidades de salvarnos, contando con la Abogada más amorosa y misericordiosa que pueda jamás haber existido. ¿Somos realmente conscientes del regalo que nos hace Dios al darnos una Madre como Ella, que además es nuestra defensora ante Su Trono?.

Si tuvieras que elegir a alguien para que te defienda en una causa difícil, una causa en la que te va la vida. ¿A quien elegirías?. 
Dios ya ha hecho la elección por ti, y vaya si ha elegido bien: tu propia Madre es Reina y Abogada, Mediadora e Intercesora.
¿Qué le pedirías a Ella, entonces?. 

Reina del Cielo, sé mi guía, sé mi senda de llegada al Reino. Toca con tu suave mirada mi duro corazón, llena de esperanza mis días de oscuridad y permite que vea en ti el reflejo del fruto de tu vientre, Jesús. No dejes que Tus ojos se aparten de mi, y haz que los míos te busquen siempre a ti, ahora y en la hora de mi muerte.

EL PAPA FRANCISCO: EL CANSANCIO DE PEDIR PERDÓN ES UNA ENFERMEDAD FEA


El Papa Francisco: “El cansancio de pedir perdón es una enfermedad fea”
Redacción ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa



Durante la Audiencia General de este miércoles 5 de febrero, el Papa Francisco animó a no cansarse de pedir perdón, de no dejarse llevar por el orgullo y cultivar la pobreza de espíritu, “porque de los pobres de espíritu es el Reino de Dios”.

El Pontífice continuó con la serie de catequesis sobre las Bienaventuranzas del Evangelio de San Mateo. Jesús comienza “proclamando su camino para la felicidad con un anuncio que resulta paradójico: ‘Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos’”.

Según explicó el Pontífice, se trata de “un camino sorprendente y un extraño objeto de beatitud: la pobreza”.

“Debemos preguntarnos: ¿qué es lo que se entiendo aquí con ‘pobres’?”, se preguntó el Papa. “Si Mateo usara sólo esta palabra, el significado sería simplemente económico, es decir, indicaría las personas que tienen pocos medios o ningún medio de vida y que necesitan la ayuda de los demás”.

Sin embargo, “el Evangelio de Mateo, a diferencia del de Lucas, habla de ‘pobres de espíritu’. ¿Qué quiere decir? El espíritu, según la Biblia, es el soplo de vida que Dios transmitió a Adán; es nuestra dimensión más íntima, digamos la dimensión espiritual, la más íntima, aquella que nos hace personas humanas, el núcleo profundo de nuestro ser”.

Por lo tanto, “los ‘pobres de espíritu’ son aquellos que son y se sienten pobres, mendicantes, en lo íntimo de su ser. Jesús los proclama bienaventurados porque ellos pertenecen al Reino de los cielos”.

El Papa Francisco lamentó que “muchas veces se nos dice lo contrario”. Lo aceptado en la sociedad es que “se necesita ser algo en la vida, ser alguien… Se necesita tener un nombre. Y de ahí nace la soledad y la infelicidad: si yo debo ser ‘alguien’ estoy en competición con los demás y vivo en la preocupación obsesiva por me ego. Si no acepto ser pobre, empiezo a odiar todo aquello que me recuerda mi fragilidad”.

Porque “esa fragilidad impide que yo me convierta en una persona importante, en rico, no sólo de dinero, sino de fama, de todo”.

“Cada uno, delante de sí mismo, sabe bien que, por mucho que se haga, siempre queda uno radicalmente incompleto y vulnerable. No existe un maquillaje que cubra esa vulnerabilidad, cada uno de nosotros es vulnerable por dentro y debe ver dónde. ¡Y qué mal se vive cuando se rechazan los límites personales! Se vive mal cuando no se dirige el límite”.

“Las personas orgullosas no piden ayuda, no pueden pedir ayuda, no les viene pedir ayuda, porque deben demostrarse auto suficientes. ¡Y cuántos de ellos necesitan ayuda! Pero el orgullo les impide pedirla”, lamentó el Pontífice.

De la misma manera, “¡qué difícil es admitir un error y pedir perdón!”. Y, sin embargo, “el Señor no se cansa de perdonar; somos nosotros, por desgracia, quienes nos cansamos de pedir perdón. El cansancio de pedir perdón es una enfermedad fe. ¿Por qué es tan difícil pedir perdón? Porque la humildad humilla nuestra imagen hipócrita”.


El Papa Francisco insistió en que “el Reino de Dios es de los pobres de espíritu. Están aquellos que tienen reinos de este mundo: tienen bienes y comodidades. Pero son reinos que finalizan. El poder de los hombres, también el de los imperios más grandes, pasan y desaparecen. Muchas veces vemos en el telediario o en el periódico: aquel gobernante y aquel gobierno cayeron… Las riquezas de este mundo se van”.

“Reina verdaderamente quien sabe amar el verdadero bien. Tiene poder espiritual quien sabe amar más que a sí mismo. Ese es el poder de Dios. ¿En qué se demostró Cristo poderoso? En que supo hacer lo que los reyes de la tierra no hacen: dar la vida por los hombres, ese es el verdadero poder. Es el poder de la fraternidad, el poder de la caridad, el poder del amor, el poder de la humildad. Eso hizo Cristo”.

Precisamente ahí radica “la verdadera libertad”, aseguró Francisco. “Quien tiene ese poder de la humildad, del servicio, de la fraternidad, es libre”.

El Papa Francisco concluyó su catequesis señalando que “hay una pobreza que debemos aceptar: la de nuestro ser. Y una pobreza que, en cambio, debemos buscar: la de las cosas de este mundo para poder ser libres y poder amar”.

CUANDO EL PAPA FRANCISCO LLAMÓ A UNJOVEN FOTÓGRAFO DEL VATICANO


“Soy Francisco”: Cuando el Papa llamó a un joven fotógrafo del Vaticano
Redacción ACI Prensa
El Papa Francisco abraza al fotógrafo Daniel Ibáñez. Crédito: Vatican Media





Daniel Ibáñez es un joven fotógrafo que trabaja en la oficina de Roma del Grupo ACI y EWTN. A finales de 2018 tuvo la bendición de recibir una llamada del Papa Francisco, quien lo invitó luego a Misa en la Casa Santa Marta. En esta nota nos cuenta la historia y comparte un proyecto que promueve con las fotos que ha tomado del Santo Padre.

Una mañana de diciembre de 2018, Ibáñez recibió una llamada de un número privado y creyó que podía ser para algún tipo de venta de servicio. Grande fue su sorpresa cuando respondió y oyó una voz que le decía: “Soy Francisco. Recibí tu carta”.

“Me quedé helado porque estaba hablando con el Papa. Y me dijo: ‘Me gustaría que vengas a Misa en la Casa Santa Marta el 20 de diciembre, que será la última Misa (antes de Navidad) que celebraré públicamente en el Vaticano’”, contó el fotógrafo a CNA, agencia en inglés del Grupo ACI.

Ibáñez, de 27 años de edad y el más joven de los fotógrafos permanentes acreditados en la Oficina de Prensa del Vaticano, envió una carta al Papa en octubre de 2018 contándole su experiencia como católico de Palencia (España) que vive y trabaja para una organización católica en Italia. En la misiva también le expresaba su deseo de encontrarse con el Pontífice para poder verlo en otras circunstancias distintas al trabajo de tomar fotos durante viajes y eventos papales.

Durante la llamada telefónica de unos cinco minutos de duración, el Papa le pidió a Ibáñez que lo perdonara por no haber respondido antes y le dio las instrucciones para poder estar en Misa en Santa Marta.

“Me dijo cuatro veces lo que tenía que hacer, como un abuelo, porque no lo estaba entendiendo. Mi cerebro de verdad se congeló… ¡Estaba hablando en mi celular con el Papa!”, relató.   

El 20 de diciembre, el día de la Misa en Santa Marta, se sentó muy atrás, pero los sacerdotes presentes lo hicieron pasar al frente, “el mejor asiento en la perspectiva de un fotógrafo”, dijo.

De la homilía recuerda que el Papa Francisco dijo que “Dios entra en la historia y lo hace en su estilo original: como una sorpresa. Es el Dios de las sorpresas que nos sorprende”.

Luego de la Misa, Daniel Ibáñez pudo conversar personalmente con el Papa. Le dijo que era fotógrafo del Grupo ACI y EWTN, le dio dos fotos que le había tomado, cartas de sus amigos y familiares; incluyendo una de una mujer que la hablaba de un anciano sacerdote retirado en España. Tiempo después el Santo Padre llamó durante casi una hora al presbítero.

El joven fotógrafo también le habló al Papa de una amiga suya, una madre diagnosticada con cáncer terminal. Francisco puso su mano sobre la foto de la mujer y estuvo en silencio unos segundos. Luego dijo: “Siento que es una mujer de mucha empatía, alguien que escucha”.

Después, antes de que el Papa Francisco se retirase, Ibáñez le preguntó si podía darle un abrazo y se abrazaron.

Daniel Ibáñez llegó a Roma para estudiar hace algunos años, pensando en quedarse solo seis meses. Ya han pasado seis años y recuerda un dicho de San Josemaría Escrivá que dice “soñad y os quedaréis cortos”.

“El trabajo es hermoso, incluso si es algo pequeño, pero soy católico y debo decir que soy católico y por encima de todo es un honor hacer este trabajo”, comentó.

“Es cierto que la parte negativa es que (Francisco) es una persona que nunca se cansa. Entonces, si te toca seguirlo, ves que la agenda del Papa es muy complicada, muy compleja también. Eso quiere decir trabajar domingos y feriados”, explicó Ibáñez a CNA.

Finalmente Daniel Ibáñez comentó su último proyecto: un calendario de 2020 con sus fotos, que EWTN obsequia. En cada mes se puede apreciar una fotografía suya en el Vaticano, Roma y otros lugares importantes para los católicos como Tierra Santa o el Santuario de Fátima en Portugal.

El fotógrafo explicó que el calendario ayudará a los fieles a conocer un poco más el Vaticano y la Iglesia, sin necesidad de salir de casa. “Es una forma de hacer presentes estos lugares en los hogares de las familias”.

Traducido y adaptado por Walter Sánchez Silva. Publicado originalmente en CNA

LECTURAS BÍBLICAS DE HOY MIÉRCOLES 5 DE FEBRERO DE 202


Lecturas de hoy Miércoles de la 4ª semana del Tiempo Ordinario
Hoy, miércoles, 5 de febrero de 2020


Primera lectura
Lectura del segundo libro de Samuel (24,2.9-17):

En aquellos días, el rey David ordenó a Joab y a los jefes del ejército que estaban con él: «Id por todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Berseba, a hacer el censo de la población, para que yo sepa cuánta gente tengo.»
Joab entregó al rey los resultados del censo: en Israel había ochocientos mil hombres aptos para el servicio militar, y en Judá quinientos mil.
Pero, después de haber hecho el censo del pueblo, a David le remordió la conciencia y dijo al Señor: «He cometido un grave error. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo, porque ha hecho una locura.»
Antes que David se levantase por la mañana, el profeta Gad, vidente de David, recibió la palabra del Señor: «Vete a decir a David: "Así dice el Señor: Te propongo tres castigos; elige uno, y yo lo ejecutaré."»
Gad se presentó a David y le notificó: «¿Qué castigo escoges? Tres años de hambre en tu territorio, tres meses huyendo perseguido por tu enemigo, o tres dias de peste en tu territorio. ¿Qué le respondo al Señor, que me ha enviado?»
David contestó: «¡Estoy en un gran apuro! Mejor es caer en manos de Dios, que es compasivo, que caer en manos de hombres.»
Y David escogió la peste. Eran los días de la recolección del trigo. El Señor mandó entonces la peste a Israel, desde la mañana hasta el tiempo señalado. Y desde Dan hasta Berseba, murieron setenta mil hombres del pueblo. El ángel extendió su mano hacia Jerusalén para asolarla.
Entonces David, al ver al ángel que estaba hiriendo a la población, dijo al Señor: «¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el culpable! ¿Qué han hecho estas ovejas? Carga la mano sobre mí y sobre mi familia.»
El Señor se arrepintió del castigo, y dijo al ángel, que estaba asolando a la población: «¡Basta! ¡Detén tu mano!»

Palabra de Dios


Salmo
Sal 31,1-2.5.6.7

R/. Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado

Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito. R/.

Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R/.

Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará. R/.

Tú eres mi refugio,
me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación. R/.


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,1-6):

En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Palabra del Señor




Comentario al Evangelio de hoy miércoles, 5 de febrero de 2020
Carlos Latorre, cmf


Queridos amigos:

La enseñanza en parábolas y la actuación prodigiosa en torno al lago de Galilea o Genesaret culminan con el retorno de Jesús al pueblo donde se había criado. Los habitantes de Nazaret quedan asombrados de sus sabias palabras y comienzan a preguntarse quién le ha enseñado y dónde ha aprendido todas esas cosas que explica.

Era costumbre en la reunión de la sinagoga que un lector leyera el texto de la Biblia, que hoy llamamos Antiguo Testamento y otro lo explicara. En este caso es el mismo Jesús quien lo lee. ¿De qué hablaba dicho texto? Según explica S. Lucas en su evangelio le entregaron el libro del profeta Isaías y, al desenrollarlo, encontró el pasaje que el mismo Jesús leyó y que decía: “ El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar una buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la liberación a los cautivos y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor”.

Los habitantes de Nazaret quedan asombrados de su explicación y empiezan a preguntarse por su identidad, como si después de 30 años de vivir en medio de ellos, no supieran quién era. Y su asombro termina en escándalo e incomprensión, porque buscan la respuesta en una dirección equivocada. Creen saber todo sobre Jesús, porque conocen a sus padres y familiares y le han visto trabajar como un joven más del pueblo.

No siempre las personas son lo que parecen, pues llevan dentro de sí riquezas, que no consiguen descubrir quienes sólo se dejan llevar por las apariencias o por lo que dice la gente. No habían captado todavía el “secreto de la persona de Jesús”. Y lo que decía y hacía les resultaba escandaloso. “Jesús les decía: No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe”.

Para sus vecinos Jesús no había estudiado, había crecido como un muchacho más del pueblo y, por tanto, escucharle hablar de esa manera y enseñar como un maestro les resultaba sospechoso. ¡Qué difícil es juzgar correctamente a las personas! Los prejuicios nos llevan siempre a pensar lo peor y a descalificar a quien se aparta de nuestras ideas y gustos.

En este día 5 de febrero la liturgia nos recuerda también a Santa ÁGUEDA, joven mártir muy querida y festejada sobre todo en las zonas rurales de España. Ella dio gran testimonio de fe con su martirio en la época de los emperadores romanos. Según se cuenta, aquellos hombres tan poderosos no tenían como meta hacer mártires, sino “deshacer cristianos”. Pero con Águeda no lo consiguieron.

El martirio tuvo lugar en la isla de Sicilia, en Italia. El procónsul Quinciano, representante del emperador, la increpa ásperamente:

-"Pero tú, ¿de qué raza eres?”

-“Aunque soy de familia noble y rica, mi alegría es ser sierva y esclava de Jesucristo. No puedo callar el nombre de Aquel que estoy invocando dentro de mi corazón”.

Águeda hizo honor a su nombre, que significa «buena»: ella fue en verdad buena por su identificación con Jesús fuente de todo bien y fuerza de los mártires. Han pasado los siglos, pero el pueblo cristiano no la olvida.

Vuestro hermano en la fe.

Carlos Latorre