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lunes, 7 de enero de 2019

UN RATITO CON EL ESPÍRITU SANTO: EL ESPÍRITU SANTO ES DIOS


UN RATITO CON EL ESPÍRITU SANTO.
UNGIDOS PARA SONREÍR
El Espíritu Santo es Dios




Nosotros creemos que Dios es Uno y Trino. En efecto, Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. No son tres dioses, sino tres personas divinas, pero un solo Dios. Jesús nos enseña con claridad esta verdad. Así, por ejemplo, al enviar a sus Apóstoles les dice: "Vayan, pues y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19).

El Espíritu Santo es tan Dios como el Padre y el Hijo. San Pablo afirma la divinidad del Espíritu Santo cuando enseña que solo el Espíritu conoce la profundidad de Dios. Por ello, nos dice: "Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios (1Co 2,11). En otras palabras, dado que el Espíritu Santo es Dios, puede conocer a Dios.

Los Católicos adoramos al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo. Y decimos con frecuencia: "Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén".


P. Carlos Rosell De Almeida

EL BAUTISMO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO


El bautismo de Nuestro Señor Jesucristo
Escuchar al Enviado, porque por nuestro propio bautismo nosotros somos enviados, a nuestro mundo, a salvarlo por él, siendo nosotros mismos salvados con él y en él.


Por: P. Alberto Ramírez Mozqueda | Fuente: Catholic.net 




Cuántas cosas quedaban atrás, en Nazaret. Habían pasado para Cristo los largos momentos de oración, en la montaña y en la casa, el aprendizaje reverente de los Salmos, los Corridos de Israel, el trabajo duro y viril en el taller de José, los gozosos momentos de conversación con aquellos padres encantadores que Dios había puesto cerca de él, con la ternura y la delicadeza de María, sus cuidados por los enfermos y los pobres, y con la reciedumbre de José, su fortaleza y su profunda alegría.

Pero ahora tendría que marcharse, y emprender un largo, largo camino para encontrarse con todos los hombres y conducirlos a la luz. La despedida fue tierna, pero llena de fe. Jesús se arrodilló frente a su madre, pidió la bendición como lo haría cada que salía de casa para internarse en la oración. Y María se arrodilló ante Cristo para ser bendecida por él, ahora que ya no le tendría a su lado. Y así se marchó. Así comenzó el sendero de luz y de esperanza para la humanidad.

Y Jesús encamina sus pasos en primer lugar, a un encuentro muy especial. Por esos días había aparecido en las márgenes del Río Jordán, un hombre muy especial, vestido de una manera estrafalaria aún para sus contemporáneos, alimentado con los escasos recursos del desierto, y predicando la necesidad de conversión y un bautismo de penitencia y purificación. Eran grandes multitudes las que se reunían en torno suyo. Anunciaba la llegada inminente del Reino, y predicaba la cercanía del Altísimo, pero como amenaza, como el fuego que purifica y como la hoz que corta la mala hierba. En cambio Cristo traía otro anuncio, también la llegada del Reino, pero como luz, como liberación, como el Reino de la Salvación.

Podemos imaginarnos la escena. Cristo formado en la fila de los pecadores, él que no tenía pecado, pues desde su concepción, fue santo y consagrado por el Padre. Formado en las filas de una humanidad asediada constantemente por el pecado. Cuando le llegó el turno, y Juan levantó los ojos hacia él, hubo un momento de desconcierto. Juan se arrodilló delante de Jesús, reconociendo que él debía ser bautizado por Cristo, y Cristo se arrodilló ante Juan, pidiéndole que cumpliera con el encargo que el Padre le había dado desde su nacimiento, ser el precursor, el que lo daría a conocer ya presente entre los hombres, como el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo.

Después del momento de desconcierto, Juan se percata de su misión, comprende lo que el Padre quiere realizar, y sumerge profundamente a Cristo en las aguas del Jordán, para que éstas pudieran quedar santificadas al contacto con el Salvador del mundo. Cristo sale triunfante y victorioso de las aguas del Jordán, aunque su propio bautismo vendría después, un bautismo de sangre en lo alto del Calvario. Las aguas estarán listas desde entonces, para purificar y santificar las conciencias de los hombres, haciéndoles de paso el gran regalo, ¡ser hijos de Dios y serlo para siempre!

Nada le añadió el bautismo de Juan a Cristo. Pero era la ocasión propicia para que el Mesías comenzara su verdadera misión entre los hombres. Anunciar el Reino a todos los mortales.

Y a eso le ayudará la presencia del Padre y la del Espíritu Santo. Apenas saliendo Cristo de las aguas, en medio de todos los circundantes, el Santo Espíritu de Dios se hace presente, posándose en la persona de Cristo en forma de paloma, al mismo tiempo que se formaba una nube misteriosa y de entre ella una voz encantadora, la del Padre de todos los cielos rebosante de complacencia amorosa, que presenta a su Hijo: “ESTE ES MI HIJO AMADO, EN QUIEN TENGO TODAS MIS COMPLACENCIAS. ESCÚCHENLO”.

Ahora sí, todo estaba listo, el Padre y el Espíritu Santo, presentando al Amado, al predilecto, al Enviado, al Misionero, al Salvador. Habrá que escuchar al Salvador, como lo hizo María que escuchaba y escuchaba, aunque no entendiera muchas cosas, pero todas las guardaba en su corazón. Escuchar al Enviado, porque por nuestro propio bautismo nosotros somos enviados, a nuestro mundo, a salvarlo por él, siendo nosotros mismos salvados con él y en él.
Ahora nos toca decir como los Apóstoles que fueron interrogados sobre el bautismo doloroso a que él tendría que someterse, que sí podemos y sí queremos ser sus seguidores, sus testigos, sus compañeros, sus enviados y sus mensajeros.

Gracias, Padre por bautismo de tu Hijo, gracias Oh Espíritu Santo, por anidar en nosotros como anidaste al Hijo de Dios en el seno de María Santísima, y gracias a ti, amado Jesucristo, porque en nuestro Bautismo hemos sido santificados y testigos de la luz, testigos del Amor y testigos de la Paz.


Misterios de Luz

1. El bautismo de Nuestro Señor Jesucristo
2. Las bodas de Caná
3. El anuncio del Reino de Dios
4. La Transfiguración
5. La institución de la Eucaristía

EL EVANGELIO DE HOY LUNES 7 DE ENERO 2019


Lecturas del 7 de Enero. Feria de Navidad
 Lunes, 7 de enero de 2019


Primera lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (3,22–4,6):

Cuanto pedimos lo recibimos de Dios, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio. Queridos: no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo. Vosotros, hijos míos, sois de Dios y lo habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 2,7-8.10-12a

R/. Te daré en herencia las naciones

Voy a proclamar el decreto del Señor; 
él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo: 
yo te he engendrado hoy. 
Pídemelo: te daré en herencia las naciones, 
en posesión, los confines de la tierra.» R/.

Y ahora, reyes, sed sensatos; 
escarmentad, los que regís la tierra: 
servid al Señor con temor, 
rendidle homenaje temblando. R/.


Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (4,12-17.23-25):

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.»
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» 
Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo. Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él los curaba. Y le seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Trasjordania.

Palabra del Señor



Comentario al Evangelio del lunes, 7 de enero de 2019
Alejandro, cmf
Queridos hermanos, paz y bien.

Seguimos el camino de la Navidad hacia el Bautismo de Jesús. Y lo hacemos acompañados de una Palabra que sigue confrontándonos con nosotros mismos. Se trata de decir y de hacer. De decir que somos de los de Jesús, de los que creen que vino al mundo para encarnarse, “acampó entre nosotros”, de los de Dios. Y, como nos recuerda la primera lectura, guardamos sus mandamientos, en especial, el Mandamiento del Amor.

Sabemos que no es fácil. Tenemos muchas “enfermedades y dolencias” que nos no dejan cumplir con nuestras obligaciones. Y, además, hay muchos “falsos profetas” que hablan de cosas más atractivas para nuestros pobres oídos. Es difícil no seguir las modas, hacer lo que hacen todos, vivir como viven muchos.

Por eso, debemos pedir continuamente a Dios que nos dé el espíritu de discernimiento, para saber qué hacer y cómo hacerlo. Hay decisiones intrascendentes, como elegir un vestido u otro, o decidir el menú de la comida. Pero en lo que se refiere al amor, la cosa se complica. Decidir a quién amamos y a quién no. A qué personas ayudamos y a quién no. Con quién nos relacionamos y con quién no. Somos señores de nuestra vida.

Y se nos olvida que hay mucha gente que vive en tinieblas, que no sabe que es posible ser feliz en medio de los problemas, que ha perdido por completo la esperanza. Y debería darnos vergüenza tener el mayor de los regalos, al mismo Hijo de Dios con nosotros, y no ser capaces de compartirlo. O compartirlo con los más próximos, o con los que ya lo conocen.

Conviene revisar siempre el estado de nuestra capacidad de amar. Ver cómo es de grande el círculo de nuestras relaciones, y a quién tenemos en la “lista negra”, esos que ya están perdidos, con los que no nos dignamos. Jesús predicaba en las sinagogas, y no distinguía entre amigos y enemigos. Si somos de los de Dios, hay que abrir el grifo del amor, y derramar esa agua viva entre los sedientos. “Tú eres del mundo la luz; tú eres del mundo la sal”, decía hace años una canción. Que se note.

Vuestro hermano en la fe,
Alejandro, C. M. F.

EPIFANÍA DEL SEÑOR: PAPA FRANCISCO EXPLICA LOS REGALOS DE LOS REYES MAGOS AL NIÑO JESÚS


Epifanía del Señor: Papa Francisco explica los regalos de los Reyes Magos al Niño Jesús
Redacción ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez (ACI Prensa)



El Papa Francisco presidió este 6 de enero en el Vaticano la Misa por la Solemnidad de la Epifanía del Señor, en la que explicó el significado de los regalos de los Reyes Magos al Niño Jesús y donde exhortó a los fieles a seguir la luz de Dios y no las luces del mundo del éxito y del poder.

Desde la Basílica de San Pedro, el Pontífice recordó que la palabra “epifanía” indica “la manifestación del Señor” a todas las gentes “representadas hoy por los Magos”. “Se desvela de esa manera la hermosa realidad de Dios que viene para todos: Toda nación, lengua y pueblo es acogido y amado por él. Su símbolo es la luz, que llega a todas partes y las ilumina”, afirmó en su homilía.

Francisco indicó a los fieles que “hoy estamos invitados a imitar a los Magos” que del Oriente viajaron a Belén para postrarse ante el Niño Jesús, dispuestos a tomar otros caminos y a tener una “una apertura radical a Él, una implicación total con Él". “De hecho, los Magos van al Señor no para recibir, sino para dar. Preguntémonos: ¿Hemos llevado algún presente a Jesús para su fiesta en Navidad, o nos hemos intercambiado regalos solo entre nosotros?”, preguntó.

“Si hemos ido al Señor con las manos vacías, hoy lo podemos remediar”, aseguró Francisco. “El evangelio nos muestra, por así decirlo, una pequeña lista de regalos: oro, incienso y mirra. El oro, considerado el elemento más precioso, nos recuerda que a Dios hay que darle siempre el primer lugar. Se le adora. Pero para hacerlo es necesario que nosotros mismos cedamos el primer puesto, no considerándonos autosuficientes sino necesitados”, explicó.

“Luego está el incienso, que simboliza la relación con el Señor, la oración, que como un perfume sube hasta Dios. Pero, así como el incienso necesita quemarse para perfumar, la oración necesita también ‘quemar’ un poco de tiempo, gastarlo para el Señor. Y hacerlo de verdad, no solo con palabras”, señaló.


“A propósito de hechos –añadió el Pontífice–, ahí está la mirra, el ungüento que se usará para envolver con amor el cuerpo de Jesús bajado de la cruz. El Señor agradece que nos hagamos cargo de los cuerpos probados por el sufrimiento, de su carne más débil, del que se ha quedado atrás, de quien solo puede recibir sin dar nada material a cambio. La gratuidad, la misericordia hacia el que no puede restituir es preciosa a los ojos de Dios”.

En su homilía, el Santo Padre también recordó la sorpresa que produce la cómo Dios se manifiesta ante los hombres, pues no lo hizo en el palacio de Herodes en Jerusalén, a donde acuden primero los Reyes Magos, sino “en una humilde morada de Belén”.

Así como en Navidad los poderosos de ese tiempo, el emperador Augusto y el gobernador Quirino, no se dieron cuenta que “el Rey de la historia nacía en ese momento”; Jesús se manifestará públicamente a los 30 años precedido por Juan el Bautista y no sobre los grandes de entonces como el emperador Tiberio, Poncio Pilato, Herodes, Filipo, Lisanio, o los sumos sacerdotes Anás y Caifás.

“No sobre alguno de los grandes, sino sobre un hombre que se había retirado en el desierto. Esta es la sorpresa: Dios no se manifiesta ocupando el centro de la escena”, afirmó Francisco.

El Papa advirtió a los fieles que “al oír esa lista de personajes ilustres, podríamos tener la tentación de ‘poner el foco de luz’ sobre ellos. Podríamos pensar: habría sido mejor si la estrella de Jesús se hubiese aparecido en Roma sobre el monte Palatino, desde el que Augusto reinaba en el mundo; todo el imperio se habría hecho enseguida cristiano. O también, si hubiese iluminado el palacio de Herodes, este podría haber hecho el bien, en vez del mal. Pero la luz de Dios no va a aquellos que brillan con luz propia. Dios se propone, no se impone; ilumina, pero no deslumbra”.

El Santo Padre señaló que siempre es grande “la tentación de confundir la luz de Dios con las luces del mundo. Cuántas veces hemos seguido los seductores resplandores del poder y de la fama, convencidos de prestar un buen servicio al evangelio”.

“Pero así hemos vuelto el foco de luz hacia la parte equivocada, porque Dios no está allí. Su luz tenue brilla en el amor humilde. Cuántas veces, incluso como Iglesia, hemos intentado brillar con luz propia. Pero nosotros no somos el sol de la humanidad. Somos la luna que, a pesar de sus sombras, refleja la luz verdadera, el Señor: Él es la luz de mundo; Él, no nosotros”, advirtió.


Asimismo, dijo que “es necesario levantarse” como alentó el profeta Isaías y “disponerse a caminar” como hicieron los Reyes Magos, y no “como los escribas consultados por Herodes, que sabían bien dónde había nacido el Mesías, pero no se movieron”.

Luego, señaló que es necesario revestirse todos los días de Dios, que sencillo como la luz, “hasta que Jesús se convierta en nuestro vestido cotidiano”, pero para eso “es necesario despojarse antes de los vestidos pomposos, en caso contrario seríamos como Herodes, que a la luz divina prefirió las luces terrenas del éxito y del poder”.

Además “para encontrar a Jesús hay que plantearse un itinerario distinto, hay que tomar un camino alternativo, el suyo, el camino del amor humilde. Y hay que mantenerlo”. Recordó que tras adorarlo, los Reyes Magos “se retiraron a su tierra por otro camino”, distinto al de Herodes. “Solo quien deja los propios afectos mundanos para ponerse en camino encuentra el misterio de Dios”, afirmó.

Francisco señaló que no basta saber que Jesús nació “si no lo encontramos”. “Hoy estamos invitados a imitar a los Magos. Ellos no discuten, sino que caminan; no se quedan mirando, sino que entran en la casa de Jesús; no se ponen en el centro, sino que se postran ante él, que es el centro”.

“En este tiempo de Navidad que llega a su fin, no perdamos la ocasión de hacer un hermoso regalo a nuestro Rey, que vino por nosotros, no sobre los fastuosos escenarios del mundo, sino sobre la luminosa pobreza de Belén. Si lo hacemos así, su luz brillará sobre nosotros”, culminó.