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lunes, 17 de septiembre de 2018

EL NOMBRE DE DIOS


El nombre de Dios




1) Para saber
Cuando nos referimos a una persona lo hacemos por su nombre: “Pedro es un buen futbolista”. Si lo honramos, será por su nombre: “Pedro es muy trabajador y honrado”. Decir el nombre es referirse a toda la persona. Por ello, al nombre de Dios le debemos todo el respeto.

El Segundo Mandamiento nos lo indica: «No tomarás en falso el nombre de Yahveh, tu Dios» (Éxodo 20, 7). El Papa Francisco, siguiendo su catequesis sobre los Mandamientos, comenta que es una “invitación a no ofender el nombre de Dios y evitar usarlo inapropiadamente… de no usar el nombre de Dios en vano, de forma inoportuna”.

La expresión «en falso» quiere decir: «en vacío, vanamente». Es la característica de la hipocresía, del formalismo y de la mentira, de usar el nombre de Dios, pero vacío, sin verdad.

2) Para pensar
Cuando una persona vive una relación falsa con Dios, no está tomando en serio su nombre, y sus palabras se hacen poco creíbles. En cambio, quien lucha por llevar una relación sincera con Dios, gana en credibilidad y Dios puede obrar en él. Ese cristianismo toca los corazones. El Papa Francisco señala que los santos son capaces de tocar y mover los corazones porque en ellos vemos lo que nuestro corazón desea profundamente: autenticidad, relaciones verdaderas, radicalidad.

Se cuenta que hace años había en Inglaterra vivía Peter, un señor protestante, a quien visitaba semanalmente John, su amigo católico. En un ambiente amistoso charlaban y discutían las verdades de fe. Sin embargo, John se impacientaba al ver que a Peter no le convencían sus razones.

Sucedió que anunciaron que la Madre Teresa de Calcuta visitaría la ciudad y daría una conferencia. John animó a Peter para que asistiera, y finalmente fue.

Cuando se volvieron a ver, Peter lo recibió con mucha alegría y le dijo que estaba decidido para ingresar a la Iglesia Católica, pues las palabras de la Madre Teresa lo habían convencido. John, feliz también, le pidió le dijera cuáles palabras le convencieron. Peter le contó lo que había escuchado y al terminar, John, sorprendido, le dijo: “Pero Peter, todo eso yo ya te lo había dicho...” A lo que Peter le contestó: “Sí, es cierto, ¡pero ahora lo dijo la Madre Teresa!”

Como dice el Papa Francisco, los santos mueven los corazones. Pero también hay «santos de la puerta de al lado» como, por ejemplo, los muchos padres que dan a los hijos el ejemplo de una vida coherente, sencilla, honesta y generosa. Pensemos si nuestras palabras van acompañadas con la fuerza de nuestra vida.

3) Para vivir
Este segundo mandamiento nos recuerda que estamos bautizados «en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo», como afirmamos cuando hacemos la señal de la cruz, para vivir nuestras acciones cotidianas en comunión con Dios, es decir, en su amor. El Papa Francisco invitó a los padres para que enseñen a los niños a hacer la señal de la cruz en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, porque luego sucede que no saben o la hacen mal.

Al tomar el nombre de Dios con amor y respeto, se practica la primera petición del Padre Nuestro, «santificado sea tu nombre». Y Dios no dirá nunca «no» a un corazón que lo invoca sinceramente.



© Pbro. José Martínez Colín

EL ASNO ENGREÍDO


El asno engreído


Te invito a reflexionar hoy sobre la vanidad humana. “El vanidoso es como un gallo que se imaginara que el sol sale para oírlo cantar”. “Vasito de barro: ¿por qué te quieres poner tan alto? ¿No ves que si te caes, te quiebras? ¿No sabes que el aroma de tus flores se percibe mejor si estás abajo?” (V. Gar-Mar).

Una vez le tocó a un asno cargar la imagen de un dios por las calles de una ciudad para ser llevada a su templo. Y por donde él pasaba, la multitud se postraba ante la imagen. El asno, pensando que se postraban por respeto hacia él, se erguía orgullosamente, dándose aires y negándose a dar un paso más. El conductor, viendo su decidida parada, lanzó su látigo sobre sus espaldas y le dijo: —¡Oh, cabeza hueca, todavía no ha llegado la hora en que los hombres adoren a los asnos! (Esopo).

La humildad consiste en el reconocimiento de que Dios es el autor de todo bien. De él proviene todo cuanto tenemos y somos. Y también cuanto tiene y es nuestro prójimo. Por eso no cabe el sentido competitivo de la vida, que está en el fondo de la actitud soberbia y envidiosa. Que intentes vivir en lo concreto de cada día esta sólida verdad.



* Enviado por el P. Natalio

EL PAPA FRANCISCO CELEBRARÁ LA MISA INAUGURAL DEL SÍNODO SOBRE LOS JÓVENES


El Papa Francisco celebrará la Misa inaugural del Sínodo sobre los jóvenes
Redacción ACI Prensa
 Foto: Vatican Media / ACI Prensa.




El Papa Francisco celebrará, el próximo 3 de octubre, la Misa inaugural de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, dedicada al tema “los Jóvenes, la fe y discernimiento vocacional”.

Así lo confirmó la Oficina de Prensa de la Santa Sede esta mañana, precisando que la celebración se realizará a las 10:00 a.m.


Concelebrarán con el Santo Padre solamente los miembros del Sínodo.

El 15 de septiembre, el Vaticano anunció la lista de participantes del Sínodo de los Obispos, que se extenderá hasta el 23 de octubre.

La lista está encabezada por el Papa Francisco, como Presidente del Sínodo. A continuación se encuentra el Secretario General, Cardenal Lorenzo Baldisseri; y luego figuran los presidentes delegados: el Cardenal Louis Raphael I Sako, Patriarca de Babilonia de los Caldeos, Jefe del Sínodo de la Iglesia Caldea (Irak); el Cardenal Desiré Tsarahazana, Arzobispo de Toamasina (Madagascar); el Cardenal Charles Maung Bo, Arzobispo de Yangon (Myanmar); y el Cardenal John Ribat, Arzobispo de Port Moresby (Papúa Nueva Guinea).

La lista incluye luego al Relator General, a los Secretarios Especiales, a las comisiones de Información y Controversias.

Más adelante figuran todos los Padres Sinodales, tanto aquellos de nombramiento pontificio, elegidos y ex officio; así como los colaboradores, auditores, consultores, asistentes y delegados fraternos de otras denominaciones cristianas.

LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS, 17 SEPTIEMBRE


LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS
17 septiembre


Cristo es la verdadera luz que ilumina a todo hombre (cf Jn 1,9; 8,12); pero quiso que los hombres participaran de su luz, a fin de que ellos pudieran, a su vez, transmitir la luz a los otros.

No digas que no tienes cualidades para ser luz del Evangelio; el esplendor de la gloria dinámica de Dios se manifiesta en las obras de sus hijos e invita a todos a encontrarse con el Padre.

No basta que nosotros llevemos una vida que en sí sea signo; es preciso que la realidad, signada por esa vida, sea lo que significa, de suerte que cuantos nos vean no puedan menos de convencerse de la realidad salvadora del Evangelio.


P. Alfonso Milagro

LA FE DEL CENTURIÓN


La fe del centurión
Para creer, son de gran importancia la humildad y la sencillez del corazón


Por: F.L. Mateo Seco | Fuente: Opusdei.es 




Cuenta san Lucas que, terminado el sermón de la montaña, Nuestro Señor entró en Cafarnaún. “Había allí un centurión que tenía un siervo enfermo, a punto de morir, a quien quería mucho. Habiendo oído hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su siervo"[1]. La escena es encantadora: en el comienzo de la vida pública del Señor, durante el ministerio en Galilea, he aquí que le llega una embajada solicitándole un milagro. La envía un centurión –una persona importante en la ciudad–, que tiene un siervo gravemente enfermo para pedirle su curación.

El envío de esos mensajeros es fruto de un sentimiento de indignidad por parte del centurión: no se consideraba digno de presentarse ante Jesús, ni de que Jesús entrase en su casa, que era la casa de un «gentil». Todo hace pensar que aquel oficial se había formado un alto concepto de la dignidad de Jesús y que conocía las costumbres y leyes del pueblo judío en lo referente al trato con los «gentiles». Por esta razón, cuando sabe que Jesús viene hacia la casa, envía una segunda embajada pidiéndole que no se moleste en llegar hasta ella. Los enviados se lo comunican al Señor con unas palabras que la Iglesia evoca a diario en la liturgia de la Santa Misa: «Domine, non sum dignus ut intres sub tectum meum, sed tantum dic verbo…»[2] Señor, “no soy digno de que entres en mi casa (…). Pero dilo de palabra y mi criado quedará sano"[3]. El Señor alaba esta actitud y exclama ante la multitud que le acompaña: “Os digo que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande"[4]. Cuando los enviados vuelven a la casa, ya está curado el siervo. San Lucas recalca que Jesús se admiró de la humildad y de la fe del centurión. Esta vez ha sido un «gentil», es decir, alguien no perteneciente al pueblo escogido, el que ha dado ejemplo de «fe», llenando de alegría al Señor.

Un obsequio razonable

Jesús ha calificado como fe el comportamiento del centurión que tiene muchas facetas: la confianza absoluta en el poder del Señor, la sencilla manifestación de humildad, la confesión pública de su dignidad. Todo sucede ante la multitud que rodea al Señor, sin que el militar se recate de confesar su «indignidad» y de mostrar su fe. Jesús alaba la decisión del centurión, en la que van unidas la humildad y la confianza en su Persona junto con el reconocimiento de que Él viene de parte de Dios. Estas son las disposiciones que la Iglesia desea suscitar en nosotros al pedir que, inmediatamente antes de acercamos a recibir la Sagrada Comunión, nos dirijamos al Señor con esas palabras, aumentando así nuestras disposiciones de fe, de humildad y de confianza.

El centurión ha oído hablar de Jesús y de su poder de curar; quizás han llegado hasta sus oídos algunas palabras pronunciadas por el Señor en el Sermón del Monte, o quizás también alguien le haya contado algún milagro. En cualquier caso, no ha podido escuchar todavía noticias de muchas cosas, pues nos encontramos en el comienzo de la vida pública. Y sin embargo, lo poco que le ha llegado ha sido suficiente para hacerle creer y confiar en Jesús; algo le ha dado a su corazón motivo suficiente para creer en su poder, incluso para entrever la «dignidad» del Señor.

La fe es un «obsequio razonable» a Dios, pues se apoya en unos motivos que hacen razonable el creer, más aún, que nos dicen que debemos creer, pues, junto con la gracia de Dios, se nos han dado signos suficientes que nos indican que debemos fiarnos de Él. No creemos en el absurdo, sino en algo que está por encima de nuestra inteligencia. Y creemos, porque se nos dan razones suficientes para hacer el paso hacia la fe de manera razonable y honesta. La fe no sería un obsequio que el hombre ofrece a Dios, si no tuviese esas dos características: Dios quiere la adhesión de nuestra inteligencia a su palabra, no la anulación de la razón; quiere su apertura a la verdad, no que se ciegue ante ella adhiriéndose al absurdo. Escribe san Ireneo, «como desde el principio el ser humano fue dotado del libre albedrío, Dios, a cuya imagen fue hecho, siempre le ha dado el consejo de perseverar en el bien, que se perfecciona por la obediencia a Dios. Y no sólo en cuanto a las obras, sino también en cuanto a la fe, el Señor ha respetado la libertad y el libre albedrío del hombre... como se demuestra en las palabras de Jesús al centurión: Vete, que te suceda según tu fe»[5].

La fe es un acto humano que perfecciona al hombre en cuanto tal, y esto no sería así, si le llevase a actuar contra su razón. La fe no es involución de la inteligencia, sino apertura a la verdad por el camino de la confianza en quien nos la propone. Esa confianza es esencial para que la fe sea razonable. En el caso de la fe teologal, se trata de una adhesión que se debe a Dios y sólo a Él. «La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y a la verdad que Él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice»[6]: «es razonable tener fe en Él, cimentar la propia seguridad sobre su Palabra»[7].


Un corazón sencillo

La fe es un obsequio razonable a Dios, pero la «racionabilidad» de la fe no justifica lo que podría calificarse como un «corazón desconfiado», «un corazón duro», que necesita demasiados motivos para creer. Lo vemos en la actitud del Señor ante quienes no acababan de aceptar su Resurrección a pesar de los testimonios fiables que les llegaban. Cuenta san Marcos que el Señor “se apareció a los Once cuando estaban a la mesa y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no creyeron a los que lo habían visto resucitado"[8], es decir, no habían dado crédito al testimonio de quienes vieron al Señor resucitado antes que ellos. El reproche por la incredulidad y dureza de corazón de estos discípulos es buena muestra de la importancia de un corazón abierto a la fe, y es un contrapunto ejemplar que destaca la figura del centurión en su descomplicada apertura a la fe.

Para creer, son de gran importancia la humildad y la sencillez del corazón, porque es en el corazón «donde nos abrimos a la verdad y al amor, y dejamos que nos toquen y nos transformen en lo más hondo»[9]. La fe compromete a la persona entera, pues es, antes que nada, confianza en Dios que se revela y confianza también en Aquel que ha ofrecido el testimonio de su palabra y de su vida, y lo sigue ofreciendo por medio de su Iglesia: Jesucristo. Esta confianza, esencial en la fe, implica no sólo la inteligencia, sino también el corazón, «precisamente porque la fe se abre al amor»[10]. Leemos en la Carta a los Romanos: Porque si confiesas con tu boca «Jesús es el Señor», y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, te salvarás. Porque con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa la fe para la salvación[11].


La fe es obsequio a Dios, porque es fiarse de Él. El afán desmesurado de seguridad, que brota de una predisposición interior a la desconfianza, es un grave obstáculo para la fe, que tiene un doble carácter de don. Antes que nada es don de Dios al hombre, es gracia; después, es también respuesta del hombre a Dios, donación de sí mismo en una apertura confiada: «Para dar la respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu, y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad. Y para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones»[12].


Todo es posible para el que cree

Es una fe llena de confianza la que hace posible los «milagros», especialmente en el apostolado. Ya lo anotó san Josemaría en Camino,: “Omnia possibilia sunt credenti –Todo es posible para el que cree. –Son palabras de Cristo. –¿Qué haces, que no le dices con los apóstoles “adauge nobis fidem!" –¡auméntame la fe!?"[13]. Por este motivo, ante las dificultades,solía repetir: “–Ecce non est abbreviata manus Domini -¡El brazo de Dios, su poder, no se ha empequeñecido!"[14]. Y en otra ocasión, escribía: “Que eres... nadie. –Que otros han levantado y levantan ahora maravillas de organización, de prensa, de propaganda. –¿Que tienen todos los medios, mientras tú no tienes ninguno?... Bien: acuérdate de Ignacio: Ignorante, entre los doctores de Alcalá. –Pobre, pobrísimo, entre los estudiantes de París. –Perseguido, calumniado... Es el camino: ama, cree y ¡sufre!: tu Amor y tu Fe y tu Cruz son los medios infalibles para poner por obra y para eternizar las ansias de apostolado que llevas en tu corazón"[15].

Son palabras escritas por san Josemaría en los comienzos del Opus Dei, en medio de unas circunstancias a veces humanamente duras, que parecían hacer imposible lo que Dios le pedía. Sus palabras y su ejemplo pueden servirnos el peso de nuestra debilidad se haga especialmente patente, y parezca que lo que Dios pide a cada uno es poco menos que imposible. En esos momentos, es necesario atender a nuestro corazón y pedir al Señor un corazón sencillo, que no exige seguridades humanas, un corazón como el del centurión de Cafarnaún. Un corazón que, por estar abierto a Dios, es capaz de entregarse generosamente a los demás con la certeza que da la fe en el amor de Dios y con la seguridad que da la esperanza.

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[1] Lc 7, 2-3.

[2] Misal Romano, rito de comunión. Cfr. Mt 8, 8.

[3] Lc 7, 6-7.

[4] Lc 7, 9.

[5] San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, XXXVII, 1.5.

[6] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 150.

[7] Francisco, Carta enc. Lumen fidei, 29-VI-2013, n. 23.

[8] Mc 16, 14.

[9] Francisco, Carta enc. Lumen fidei, 29-VI-2013, n. 26.

[10] Francisco, Litt. enc. Lumen fidei, 29-VI-2013, n. 26.

[11] Rom 10, 9-10.

[12] Conc. Vaticano II, Const. dogm. Dei Verbum, n. 5.

[13] San Josemaría, Camino, n. 588.

[14] San Josemaría, Camino, n. 586.

[15] San Josemaría, Camino, n. 474.

EL EVANGELIO DE HOY LUNES 17 SEPTIEMBRE 2018

Señor, no soy digno de que entres en mi casa
Santo Evangelio según San Lucas 7, 1-10. Lunes XXIV de Tiempo Ordinario


Por: P . Clemente González | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Lucas 7, 1-10
En aquel tiempo, cuando hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Estos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga. Iba Jesús con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: Vete, y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace. Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande.Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano. 

Oración Introductoria 
Dios mío, te pido me concedas la gracia de iniciar esta oración con la fe del oficial romano. Deseo profundamente mejorar mi estilo de vida porque he tomado la decisión y tengo la confianza de que, con tu ayuda, puede llegar a ser un auténtico testigo de tu amor.

Petición
Señor, no soy digno, pero humildemente te pido que aumentes mi fe para poder unirme a Ti.

Meditación del Papa Francisco

Un cristiano puede llevar adelante las tribulaciones y también las persecuciones confiándose al Señor. Solamente él es capaz de darnos la fuerza, de darnos la perseverancia en la fe, de darnos esperanza.
Confiar al Señor algo, confiar al Señor este momento difícil, confiar a mí mismo al Señor, confiar al Señor a nuestros fieles, nosotros sacerdotes, obispos, confiar al Señor nuestras familias, nuestros amigos y decirle al Señor: ‘Cuida a estos que son tuyos’.
Esta es una oración que no hacemos siempre, la oración en la que confiamos algo o alguien: ‘Señor te confío esto, llévalo Tú adelante’, es una bella oración cristiana. Es la actitud de la confianza en el poder del Señor, también en la ternura del Señor que es Padre.
Asimismo, cuando una persona hace esta oración desde el corazón siente que es confiada al Señor, es segura: Él no decepciona nunca. La tribulación nos hace sufrir pero el confiarse al Señor da la esperanza y de ahí surge la tercera palabra: paz. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 5 de mayo de 2015, en Santa Marta).
Reflexión
Así como un foco necesita de la electricidad para encender y un motor de combustión necesita de la gasolina para funcionar, así la gracia de Dios necesita ser alimentada por nuestra fe para poder obrar milagros y maravillas. Esta es la lección de este Evangelio. Jesús, por compasión y buena voluntad, se levanta y va a curar al siervo del centurión, pero cuando llega a casa de éste, salen los amigos con su recado: "No soy digno..." y "...con una palabra tuya..."

Fe y humildad. La combinación perfecta para que Dios otorgue sus más hermosas gracias a la gente que se las pide. Fe, porque el centurión creyó con todo su corazón que Jesús podía curar a su siervo. No dudó del poder de Jesús en su corazón. Porque de otra manera no hubiera podido arrancar de su Divina misericordia esta gracia.

Humildad, porque siendo centurión y romano, que tenían en ese tiempo al pueblo judío dominado, no le ordenó a Jesús como si fuera un igual o una persona de menor rango. Todo lo contrario. Se humilló delante de Él y despojándose de su condición de dominador de las gentes, reconoció su condición de hombre necesitado de Él.

Propósito
Al acercarme a recibir la Eucaristía, rezar con atención el «Yo no soy digno…». Imitemos la actitud del centurión cada vez que acudamos a Dios. Si rezamos con fe y humildad, seguro que nos concederá lo que pidamos.

Diálogo con Cristo
Jesús, enséñame a orar. A saber pedir lo que realmente conviene a mi salvación y a la de mis hermanos. Que sea dócil a tus tiempos y disposiciones y que no me agite queriéndote imponer lo que YO considero el mejor bien. Que sepa suplicar con aquella confianza de tu madre santísima en las bodas de Caná, no dudar nunca de tu cercanía, de tu interés, de tu gran amor por mí, aunque yo no sea digno ni pueda corresponder, sin tu ayuda, a este gran amor.