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QUÉ ES UNA NOVENA?


¿Qué es una Novena?




Los católicos a menudo hablan de las ‘novenas’ y, si no hay un conocimiento previo sobre esta devoción, el nombre puede resultar confuso.

¿Qué es una novena?

Las novenas son una parte antigua de la vida devocional de la Iglesia y muchos remontan el origen de su estructura hasta los días entre la ascensión de Jesús y la fiesta de Pentecostés.

El encargo final de Jesús en la tierra antes de ascender a los Cielos fue que “esperaran la promesa del Padre”.

En una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, [Jesús] les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: “La promesa, les dijo, que yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días” (Hechos 1,4-5)

Dios cumplió esta promesa en la fiesta judía de Pentecostés, según se describe en el segundo capítulo de Hechos. Esta fiesta judía siempre se celebraba 50 días después de la fiesta de la Pascua judía.

Según san Lucas, Jesús ascendió al Cielo después de aparecerse a los apóstoles “durante cuarenta días” (Hechos 1,3) después de su resurrección. Esto significa que el tiempo entre la ascensión de Jesús y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés es nueve días (sin incluir el día de la ascensión de Jesús).

Muchos cristianos vieron estos nueve días de oración como un modelo de rezo y desarrollaron devociones que consistían en nueve días (o meses) de oración por una intención específica o un santo en particular.

Este número se consideraba de inspiración divina, así que las ‘novenas’ (de la palabra latina novem, nueve), se entendían como una forma perfecta para rezar.

Una de las novenas más antiguas fue un periodo de oración de nueve meses antes de la fiesta de Navidad, en imitación del piadoso embarazo de María.

El número nueve no tardó mucho en ser empleado en todo tipo de situaciones, como una novena de misas celebradas por una persona o una novena de oraciones para la restauración de la salud. Así nació la ‘novena’ y se convirtió en parte central de la devoción católica.



© Philip Kosloski - Aleteia

LOS COLORES Y EL ARCO IRIS


Los colores y el arco iris




Un día los colores riñeron... todos decían ser el mejor.

El verde dijo: "Soy símbolo de la vida y esperanza. Cubro el campo y las hojas".

El azul interrumpió: "Tú solo piensas en la tierra, pero también debes pensar en el cielo y el mar. El agua es el fundamento de la vida. El cielo da espacio, paz y serenidad".

El amarillo dijo: "Ustedes son tan serios; yo traigo risa y alegría. El sol es amarillo; al mirar un girasol todos sonríen, sin mí no habría diversión".

El anaranjado replicó "Yo soy el color de la salud y la fortaleza. Llevo las vitaminas más importantes, piensen en la zanahoria y naranja. Cuando lleno el cielo y el amanecer o a la caída del sol, mi belleza es la más impresionante".

El rojo gritó: "Soy el que gobierna, soy la sangre de la vida. Estoy dispuesto a luchar por la causa, traigo el fuego de la sangre, soy la pasión y el amor".

El violeta dijo "Soy de la realeza, el poder. Los reyes, comandantes y obispos siempre me han escogido porque soy el símbolo de autoridad y sabiduría, la gente me escucha y obedece".

Finalmente el añil habló: "Soy el color del silencio difícilmente me notaré pero sin mi todo sería más superficial. Represento el pensamiento y la reflexión".

Los colores siguieron alardeando, cuando hubo un destello sorprendente. La lluvia comenzó a caer implacable, los colores se agacharon y con temor se acercaba el uno con el otro para abrigarse.

La lluvia dijo: "Ustedes colores necios luchan entre sí cada uno tratando de dominar al resto. ¡No saben que cada uno fue hecho con un propósito especial único y diferente! Tómense de las manos y vengan a mí".

La lluvia continuó: "De ahora en adelante cuando llueva se unirán y cruzarán el cielo formando un gran arco de color como recuerdo que todos pueden vivir en paz".

El arco iris es símbolo de esperanza para el mañana, así que cada vez que la lluvia baña la tierra, un arco iris nace en el cielo ayudándonos a recordar que Dios pide amarnos unos a otros.

Dios nos ha hecho diferentes, pero cuando estamos unidos creamos la más grande acuarela, la cual en las manos del gran Maestro producirá la majestuosa pintura de la Unidad.

EL DON DE LA PIEDAD - ESPÍRITU SANTO


El don de la Piedad
Los dones del Espíritu Santo y la oración. El Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y los demás.


Por: P. Donal Clancy, L.C. | Fuente: la-oracion.com 




Para una buena oración ayudan mucho las actitudes del corazón. Una de estas actitudes es la del hijo, y es la que vamos a reflexionar ahora a la luz del don de la piedad.

¿Qué es un corazón filial? A veces uno encuentra almas de verdad "filiales". En la vida, significa una persona muy a gusto con sus papás, atenta, agradecida, considerada, "que se siente como en casa" junto a ellos. Por el contrario, entendemos lo triste que es carecer del buen corazón filial, el hijo malagradecido o sencillamente egoísta.


¿Cómo tener un corazón filial con Dios?

En la vida espiritual, la persona con corazón filial tiene una relación muy "fresca" con Dios, muy abierta a Él, confiada en Él. Esta persona también disfruta acudir con la Santísima Virgen María. Se siente hijo de la Iglesia, del Papa. Si pertenece a una congregación religiosa, vive una relación confiada con los superiores. Normalmente un alma así tiene una vida de oración fervorosa, y se palpa la presencia del don de la piedad.

Y en relación a nosotros, ¿cómo puede ser nuestro corazón filial delante de Dios? Ya somos hijos de Dios por el bautismo. Al designar a Dios con el nombre de "Padre", la revelación acoge la experiencia de la paternidad y maternidad humanas para revelar quién es Dios Padre. Más aún, Dios transciende también la paternidad y la maternidad humanas, con sus valores y fallos. Nadie es padre como lo es Dios. Y nadie es huérfano de Dios.

¿Qué es el don de piedad?

El don de la piedad perfecciona esta experiencia de la fe. El Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos. La ternura como actitud sinceramente filial para con Dios se expresa en la oración. La experiencia de la propia pobreza existencial, del vacío que las cosas terrenas dejan en el alma, suscita en el hombre la necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia, ayuda, perdón. El don de la piedad orienta y alimenta dicha exigencia, enriqueciéndola con sentimientos de profunda confianza para con Dios, experimentado como Padre providente y bueno. (Cfr. Juan Pablo II, 28 de mayo de 1989). Santo Tomás lo explica así: "los dones del Espíritu Santo son ciertas disposiciones habituales del alma que la hacen ser dócil a la acción del Espíritu Santo. Ahora bien: entre otras mociones del Espíritu Santo, hay una que nos impulsa a tener un afecto filial para con Dios, según expresión de Rom 8,15: Habéis recibido el Espíritu de adopción filial por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre!" (ST II II 121 1).

Frutos de la piedad

Esta moción nos permite "sentir" a Dios como Padre buenísimo y amoroso casi de modo inmediato, se podría decir con "una primariedad sobrenatural". El corazón se dilata de amor y de confianza para con Dios. La oración ya no es la búsqueda penosa de un ausente, sino el despertarnos a la mirada amorosa del Presente: un Dios que ya está esperándonos en la oración, escudriñando nuestro corazón, el padre que "ve en lo secreto y recompensará". Es cierto que muchas veces entrar en la presencia de Dios necesita un trabajo nuestro, y debemos hacerlo. Con el ejercicio de la virtud, se hace más fácil, pronto. Pero cuando el Espíritu Santo nos dona la piedad podemos espontáneamente aclamar "Abba". Los ejercicios de piedad dejan de ser una carga pesada y se hacen una verdadera necesidad del alma, un suspiro del corazón hacia Dios. Incluso cuando la sequedad turba la facilidad sensible de la comunicación con Dios, el don de la piedad es capaz de recibir esta privación penosa con paciencia, y aun con alegría, porque viene de un Padre que no se oculta sino para que el alma le busque. Y, como no desea sino darle gusto, goza en padecer por Él. Así Cristo en medio de oración sufrida en Getsemaní no dejó de decir "Abba. Padre"

Pidamos este don al Padre, pidiéndole que escuche la oración de Jesucristo mismo: "Rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito" (Jn 14, 16).

MAYO, MES DE MARÍA, DÍA 15


Décimo quinto día: Explicación de las letanías



Virgo veneranda

Virgen venerable. Leemos en la Escritura que cuando Betsabé se fue a encontrarse a Salomón para hablarle, este rey se levantó prestamente para hacerle los cumplimientos que merecía, y que después de haberla saludado respetuosamente, la sentó en un trono que hizo colocar al lado del suyo, con el fin de honrar públicamente a la autora de sus días. Ahora bien, si este honor convenía a la madre de un Rey, ¿qué gloria, qué distinción conviene a aquella que, por su calidad de Madre de Dios, tiene derechos incomparablemente más santos y mas claros a los honores? Igualmente, Jesucristo para honrar a María, le concedió todos los privilegios y la preeminencia que convenía a tal hijo conceder a tal Madre. Igualmente, ella forma en el cielo un rango aparte: tiene un orden separado, siempre, debajo de Dios, pero siempre por encima de o que no es Dios.

Virgo predicanda

Virgen digna de alabanza. Esforcémonos por ofrecer a María el tributo de nuestras alabanzas y, a ejemplo d esta señora que exclamó al ver al salvador: Dichosas las entrañas que te tuvieron y los pechos que te amamantaron; celebremos su gloria y su honor, porque todo es honorable en ella, que el cielo y la tierra no presentan un objeto más digno de nuestros homenajes y de nuestras alabanzas, después de Dios, que María.

Ejemplo

El admirable san Luís, honor y ejemplo de los reyes, tenía una devoción tan tierna y tan viva por la Santísima Virgen, y tanto amor por su humildad, que para honrarla y para imitarla, hacia reunir todos los sábados, días consagrados a María, una multitud de pobres en su palacio, en su apartamento mismo. Ahí, siguiendo el ejemplo del Salvador, les lavaba los pies en una vacía y los secaba con sus manos reales; enseguida, les besaba con  un respeto que hacía ver que reconocía en ellos a los miembros de Jesucristo; después de aquello, para juntar la caridad con la humildad, los hacía comer, y los servía él mismo en la mesa. Terminaba con una rica limosna que distribuía a cada uno de ellos, siempre en honor de la Reina del cielo y de la tierra. Había deseado morir un sábado, como para coronar con el homenaje de sus últimos suspiros todos los honores que había rendido cada semana  de su vida ese día. Fue escuchado. María quiso que ese día de honor para ella fuese también el de la entrada al la gloria al cielo para su fiel servidor.
Merezcamos, por nuestra caridad, que los pobres nos alaben delante de Dios


Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa

PAPA FRANCISCO RECUERDA A LOS OBISPOS QUE DEBEN CUIDAR EL REBAÑO, NO HACER CARRERA ECLESIÁSTICA


El Papa recuerda a los Obispos que deben cuidar el rebaño, no hacer carrera eclesiástica
Redacción ACI Prensa
Foto: Vatican Media




El Papa Francisco recordó a los Obispos que su misión es cuidar el rebaño, el pueblo de Dios, y no hacer carrera eclesiástica: “sois Obispos para el rebaño, para custodiar el rebaño, no para escalar en una carrera eclesiástica”.

El Santo Padre hizo esta afirmación durante la homilía de la Misa celebrada en Casa Santa Marta este martes 15 de mayo. En este sentido, puso como ejemplo a San Pablo: “Su gran amor es Jesucristo. Su segundo amor, el rebaño”.

El Pontífice reflexionó sobre la lectura de los Hechos de los Apóstoles en la que San Pablo se reúne con los ancianos de la Iglesia y los presbíteros en Éfeso para hacer examen de conciencia y despedirse de ellos. “Se trata de un fragmento muy fuerte, un fragmento que llega al corazón; pero también es un fragmento que nos hace ver el camino que todo Obispo debe seguir a la hora de despedirse”.

Francisco señaló que el Obispos debe saber discernir “cuándo es el Espíritu de Dios el que habla y cuándo es el espíritu del mundo, y sabe defenderse cuando habla el espíritu del mundo”.

Pablo sabe que camina “hacia la tribulación, hacia la cruz y esto nos hace pensar en la entrada de Jesús en Jerusalén. Él entraba para partir, y Pablo va hacia la pasión”. El Apóstol “se ofrece al Señor, obediente, empujado por el Espíritu. Es el Obispo que va adelante siempre, pero siguiendo el Espíritu Santo. Ese es Pablo”.

“El testamento de Pablo es un testimonio. Y también es un anuncio, e incluso un desafío: ‘Yo ya he hecho el camino. Continuad vosotros’. Qué lejano queda este testamento de los testamentos mundanos: ‘Esto se lo dejo a aquel, aquello a aquel otro…’, tantos bienes. Pablo no tenía nada, sólo la gracia de Dios, la valentía apostólica, la revelación de Jesucristo y la salvación que el Señor le había dado”.

El Papa terminó con una reflexión personal: “Cuando leo esto pienso en mí, porque también yo soy Obispos y deberé despedirme”.

“Pido al Señor la gracia de poder despedirme así”. “Que el Señor nos de la gracia a todos nosotros de poder despedirnos así, con este espíritu, con esta fuerza, con este amor a Jesucristo, con esta confianza en el Espíritu Santo”.

Lectura comentada por el Papa Francisco:

Hechos 20:17-27
17 Desde Mileto envió a llamar a los presbíteros de la Iglesia de Efeso.
18 Cuando llegaron donde él, les dijo: «Vosotros sabéis cómo me comporté siempre con vosotros, desde el primer día que entré en Asia,
19 sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas y con las pruebas que me vinieron por las asechanzas de los judíos;
20 cómo no me acobardé cuando en algo podía seros útil; os predicaba y enseñaba en público y por las casas,
21 dando testimonio tanto a judíos como a griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en nuestro Señor Jesús.
22 «Mirad que ahora yo, encadenado en el espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá;
23 solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones.
24 Pero yo no considero mi vida digna de estima, con tal que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús, de dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios.
25 «Y ahora yo sé que ya no volveréis a ver mi rostro ninguno de vosotros, entre quienes pasé predicando el Reino.
26 Por esto os testifico en el día de hoy que yo estoy limpio de la sangre de todos,
27 pues no me acobardé de anunciaros todo el designio de Dios.

LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS, 15 MAYO


LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS
15 mayo




A los que aman de veras, Cristo les encarga una misión: la de hacerlo amar.

Apostolado es hacer amar a Cristo; el apóstol se fragua en el diálogo con Cristo. Quien ama, va más allá de lo mandado; hace lo que más le agrada a Cristo, a quien ama.

Sólo puede ser apóstol quien sabe amar, pues para ser apóstol de Cristo, se necesita identificarse con él en el pensar, en el querer y en el obrar. Mal hablará de Cristo quien no esté identificado con él. Si todos han de amar a Cristo, el apóstol debe sobresalir en este amor.


P. Alfonso Milagro

EL EVANGELIO DE HOY MARTES 15 MAYO 2018


Lecturas de hoy Martes de la 7ª semana de Pascua
, martes, 15 de mayo de 2018




Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (20,17-27):

En aquellos días, desde Mileto, mandó Pablo llamar a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso. 
Cuando se presentaron, les dijo: «Vosotros sabéis que todo el tiempo que he estado aquí, desde el día que por primera vez puse pie en Asia, he servido al Señor con toda humildad, en las penas y pruebas que me han procurado las maquinaciones de los judíos. Sabéis que no he ahorrado medio alguno, que os he predicado y enseñado en público y en privado, insistiendo a judíos y griegos a que se conviertan a Dios y crean en nuestro Señor Jesús. Y ahora me dirijo a Jerusalén, forzado por el Espíritu. No sé lo que me espera allí, sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Pero a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios. He pasado por aquí predicando el reino, y ahora sé que ninguno de vosotros me volverá a ver. Por eso declaro hoy que no soy responsable de la suerte de nadie: nunca me he reservado nada; os he anunciado enteramente el plan de Dios.»

Palabra de Dios


Salmo
Sal 67,10-11.20-21

R/. Reyes de la tierra, cantad a Dios

Derramaste en tu heredad,
oh Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada
y tu rebaño habitó en la tierra que tu bondad,
oh Dios, preparó para los pobres. R/.

Bendito el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas,
es nuestra salvación.
Nuestro Dios es un Dios que salva,
el Señor Dios nos hace escapar de la muerte. R/.


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (17,1-11a):

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese. He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste, y son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti.»

Palabra del Señor



Comentario al Evangelio de hoy martes, 15 de mayo de 2018
 Eguione Nogueira, cmf



¡Hermanas y hermanos! ¡Paz y bien!

Empezamos hoy la lectura de la “Oración por el universo”, también conocida como Oración Sacerdotal. En ella, Jesús unifica la totalidad de todos los seres vivos, del pasado, del presente y del futuro, en su diálogo con el Padre; recapitula todo lo que ha sucedido en la humanidad y expresa las voces de todos los hombres, de todos los dramas de la historia, haciendo una síntesis. Por otra parte, Jesús señala el destino de la humanidad: la vida eterna. Podríamos llamarla también de “oración de la esperanza”.

Jesús al dirigirse al Padre le dice: “ha llegado la hora”. A lo largo del cuarto evangelio encontramos varias veces la mención a “la hora”, como en las bodas de Caná: “Aún no ha llegado mi hora” (Jn 2,4), o cuando querrían arrestarlo: “nadie lo detuvo, porque no había llegado su hora” (Jn 7,30; 8,20). Como si todo lo que sucediera a Jesús a lo largo de su ministerio fuese una preparación a ese momento. Pues bien, ha llegado su hora. En la perspectiva de Juan esa es la hora esperada de toda la historia, ese momento el centro de la historia del mundo. Todo lo anterior ha preparado ese momento. Todo lo que viene después de él procede.

Jesús se pone en el centro de la historia, como el atleta en el centro del estadio de futbol. Él es el protagonista de la historia, de nuestra historia, de la historia de salvación. Su hora lanza una luz tanto en la memoria del pasado como en la esperanza del futuro. Es el combate entre Jesús y el mundo. Luchan entre sí el amor y el odio. Y en ese combate podemos contemplar el drama de cada uno de nosotros. Su hora ilumina nuestra existencia. Si Jesús ha venido para glorificar al Padre, manifestándolo a los hombres, su pasión y resurrección constituyen el punto más alto de esa glorificación. En el acto de glorificar existe siempre un aspecto de publicidad – hacer aparecer, proclamar, proponer a las aspiraciones humanas – y otro de comunicación del ser. Dios proyecta su ser, trasmite su abundancia, se entrega para que la vida sea fecunda, se presenta en el escenario de la historia revelándonos todo su amor. La gloria de Dios es la vida de los hombres.

A partir de eso, creo que la lectura del Evangelio puede llenarnos de alegría y esperanza. No importa la situación en la que nos encontramos, los dramas en los que vivimos o estamos pasando. Lo que importa es mirar al centro de la historia, también de nuestra historia personal y descubrir en ella la manifestación de Dios, su deseo de hacernos partícipes de su vida, de su divinidad. La intercesión de Jesús “te ruego por ellos” sigue resonando en nuestros oídos. El Hijo pide por nosotros. En Él podemos depositar toda nuestra confianza.

Vuestro hermano en la fe,
Eguione Nogueira, cmf
eguionecmf@gmail.com