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domingo, 11 de marzo de 2018

EDUCANDO AL PRÓJIMO


Educando al prójimo




Cuando de alguien se dice, “es una buena persona”, así simplemente, se la está calificando con la nota más excelente: la bondad. Ser bueno es ser de nobles sentimientos, honrado, servicial, respetuoso con todos, amable, generoso. La bondad sintetiza aspectos muy valiosos de la personalidad, que
generan en los demás, aprecio y admiración, atracción y simpatía.

*Un señor, muy molesto por el ruido, llamó a la puerta del inquilino del piso inferior y preguntó con mal disimulada rabia: —¿No ve que son las cuatro de la madrugada? ¡No es posible cerrar un ojo con ese ruido! ¿Se puede saber qué es todo ese estruendo? — Sí, señor. ¡Es la grabación de la fiesta que usted hizo ayer hasta la madrugada en su casa!*

La anécdota de hoy señala un defecto corriente: la falta de respeto por los demás. Respetar, poniéndose en el lugar de los otros, está en la base de la convivencia humana. Jesús nos advirtió: “No hagas a otro lo que no te gusta que te hagan a ti”. Norma fundamental y obvia, pero tantas veces transgredida por egoísmo o inconsciencia. Recuérdela siempre. 


P. Natalio.

QUÉ TIENE QUE VER LA EUCARISTÍA CON EL RESTO DE MI SEMANA?


¿Qué tiene que ver la Eucaristía con el resto de mi semana?
¡Hay tantas cosas para ser agradecidos con Dios durante nuestra semana!


Por: Kenneth Pierce | Fuente: catholic-link 




Hace un tiempo me contaba un amigo sacerdote que a veces la gente le decía: “Padre, pero si yo soy super católico. Voy a Misa todos los Domingos”. A lo que el Padre, con cierto humor y severidad, les respondía: “¡Pero si eso es lo mínimo! Es como si tu hijo te dijera: soy un excelente alumno, ¡pasé la materia con las justas!”

Ir a Misa los Domingos es un precepto que debemos cumplir y está muy bien pero si nos quedamos solo en el cumplir, entonces en el fondo quizás no hemos comprendido algunas cosas sobre la presencia de la Eucaristía en nuestras vidas y la bendición que significa. No se trata tampoco de creer que quien va a Misa todos los días es mejor cristiano. De hecho, a veces no es lo mejor, pues se puede caer también en el riesgo de la rutina frente a un misterio tan grande.

No creo que Dios quisiese que nuestra única relación con la Eucaristía, el tesoro más grande que custodia la Iglesia, fuese solamente en la Eucaristía dominical. Acá les proponemos algunas reflexiones para ayudarnos a que esté presente de otros modos en nuestro día a día, como un río subterráneo que recorre toda nuestra vida y alimenta todas y cada una de nuestras acciones durante la semana.


«Pueden ir en paz»

Estas palabras al final de la Misa no significan que podemos irnos en paz porque estamos tranquilos con nuestra conciencia. No es solo un llamado a sentirnos buenos porque hemos ido a Misa. Significan que vayamos en paz para comunicar la paz de Cristo. Estas palabras conectan la Misa con toda nuestra semana: que a lo largo de ella sepamos ser mensajeros de la paz de Cristo a todos los que nos rodean. La palabra Misa, precisamente, viene del latín que significa “envío”… así que no se trata solo de quedarnos con el tesoro para nosotros mismos…


Banquete… pero también sacrificio

Usualmente nos gusta más hablar de la Misa como comunión. Es, después de todo, un banquete en el que podemos recibir el alimento espiritual que es el mismo cuerpo de Cristo. La Misa, sin embargo, es también sacrificio. La mesa donde el sacerdote celebra es también un altar, y Cristo se ofrece como víctima. ¿Cómo vivo la dimensión de sacrificio en mi vida cotidiana? De hecho, la palabra hostia viene precisamente del latín que significa victima…


Una clave muy valiosa

Existe un principio muy importante cuando uno lee e interpreta la Sagrada Escritura. Dice así: la Biblia debe ser leída con el mismo Espíritu con el que fue escrita. Creo que podemos decir algo parecido para comprender un poco mejor la Eucaristía. ¿Cuál fue el espíritu con el que fue instituida? Fue un espíritu de obediencia al plan del Padre, de servicio y de entrega. Ciertamente es un misterio que nos supera, pero si hay una clave para crecer en el amor a Jesús presente en la Eucaristía es vivir el servicio y la entrega en mi vida cotidiana. ¿Cuál es la llave al corazón de Jesús? Esa llave es la donación personal por amor a Él. Eso lo puedo hacer de muchos modos durante la semana. Quizás es cuestión de ponerse a pensar un poquito…


Adoración y silencio


La presencia de la Eucaristía en nuestra semana no se limita solo a la Misa. Jesús se quiso quedar con nosotros para siempre, y tenemos ese don increíble presente en cada capilla de santísimo. Es verdad que siempre podemos rezar en la intimidad de nuestro corazón, así no estemos en una capilla… pero creo que al mismo tiempo todos percibimos que no es exactamente lo mismo. ¡Por alguna razón El se quiso quedar en cada hostia consagrada que se custodia en los tabernáculos de las iglesias! Visitarlo durante la semana, como quien visita a un amigo muy querido, lleva luz y calor a nuestra vida. Seguro Jesús, al vernos entrar en la capilla, se llena también de alegría y nos dice: ¡Qué bueno que hayas venido, te estaba esperando!


De corazón a corazón

Da mucho que pensar que uno de los milagros Eucarísticos más impresionantes, el que se custodia en Lanciano, Italia, sea una hostia convertida en carne, y esa carne es parte de un corazón. Se identifica la hostia con el corazón de Jesús. Con el corazón uno ama y uno sufre. El corazón bombea vida a todo el cuerpo, y también se llena de cicatrices. Con un corazón humano Jesús amó también al modo humano para que nosotros, amando al modo humano, podamos elevarnos al amor divino. Crecer durante nuestra semana un poquito en eso, aunque sea un poquito, nos llevará una relación más profunda con Jesús presente en la Eucaristía.
Ser agradecidos

La palabra Eucaristía viene de “acción de gracias”. Si cultivamos esta virtud a lo largo de nuestra semana estaremos viviendo, de modo muy particular, una dimensión central de la Eucaristía. ¡Hay tantas cosas para ser agradecidos con Dios durante nuestra semana! Así llegaremos al Domingo y podremos hacer con mucha más conciencia y profundidad una acción de gracias sincera a Dios.

JESÚS ESTÁ CONMIGO, DIOS ESTÁ CONMIGO


Jesús está conmigo, Dios está conmigo
Cuarto domingo de Cuaresma. Reflexionar si nuestro corazón está realmente puesto en Dios o en nuestros criterios humanos.


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net 




Cuando Jesús habla de los contrastes tan profundos que hay entre el modo de entender la fe por parte de sus contemporáneos, y la fe que Él les está proponiendo, no lo hace simplemente para que nosotros digamos: ¿Cómo es posible que esta gente teniendo tan claro no entendiesen nada? Jesús viene a fomentar en todos nosotros un dinamismo interior que nos permita cambiar de comportamiento y hacer que nuestro corazón se dirija hacia Dios nuestro Señor con plenitud, con vitalidad, sin juegos intermedios, sin andar mercadeando con Él.

La mentalidad de los fariseos, que también puede ser la nuestra, se expresa así: “Yo soy el pueblo elegido, por lo tanto yo tengo unos privilegios que recibir y que respetar”. Sin embargo, Jesús dice: “No; el único dinamismo que va a permitir encontrarse con la salvación no es el de un privilegio, sino el de nuestro corazón totalmente abierto a Dios”. Éste es el dinamismo interior de transformarme: orientándome hacia Dios nuestro Señor, según sus planes, según sus designios.

Esto tiene que hacer surgir en mi interior, no el dinamismo del privilegio, sino el dinamismo de humildad; no el dinamismo de engreimiento personal, sino el dinamismo de ser capaz de aceptar a Dios como Él quiere.

Una conversión que acepte el camino por el cual Dios nuestro Señor va llevando mi vida. No es un camino a través del cual yo manipule a Dios, sino un camino a través del cual Dios es el que me marca a mí el ritmo.
Lo que Jesús nos viene a decir es que revisemos a ver si nuestro corazón está realmente puesto en Dios o está puesto en nuestros criterios humanos, a ver si nosotros hemos sido capaces de ir cambiando el corazón o todavía tenemos muchas estructuras en las cuales nosotros encajonamos el actuar de Dios nuestro Señor.

Más aún, podría ser que cuando Dios no actúa según lo que nuestra inteligencia piensa que debe ser el modo de actuar, igual que los contemporáneos de Jesús, que “se llenan de ira, y levantándose lo sacan de la ciudad”, o cuando nuestro corazón no convertido encuentra que el Señor le mueve la jugada, podríamos enojarnos, porque tenemos un nombramiento, porque nosotros tenemos ante el Señor una serie de puntos que el Él tiene que respetar. Si pretendemos que se hagan las cosas sólo como yo digo, como yo quiero, ¿acaso no estamos haciendo que el Señor se aleje de nosotros?

Cuando nosotros queremos manejar, encajonar o mover a Dios, cuando no convertimos nuestro corazón hacia Él, poniendo por nuestra parte una gran docilidad hacia sus enseñanzas para que sea Él el que nos va llevando como Maestro interior, ¿por qué nos extraña que el Señor se quiera marchar? Él no va a aceptar que lo encajonen. Puede ser que nos quede una especie de cáscara religiosa, unos ritos, unas formas de ser, pero por dentro quizá esto nos deje vacíos, por dentro quizá no tenemos la sustancia que realmente nos hace decir: “Jesús está conmigo, Dios está conmigo.”

¿Realmente estoy sediento de este Dios que es capaz de llenar mi corazón? O quizá, tristemente, yo ando jugando con Dios; quizá, tristemente, yo me he fabricado un dios superficial que, por lo tanto, es simplemente un dios de corteza, un dios vacío y no es un dios que llena. Es un dios que cuando lo quiero yo tener en mis manos, me doy cuenta de que no me deja nada.

Debemos convertir nuestro corazón a Dios, amoldando plenamente nuestro interior al modo en el cual Él nos quiere llevar en nuestra vida. Y también tenemos que darnos cuenta de que las circunstancias a través de las cuales Dios nuestro Señor va moviendo las fichas de nuestra vida, no son negociables. Nuestra tarea es entender cómo llega Dios a nuestra existencia, no cómo me hubiera gustado a mí que llegase.

Si nuestra vida no es capaz de leer, en todo lo que es el cotidiano existir, lo que Señor nos va enseñando; si nuestra vida se empeña en encajonar a Dios, y si no es capaz de romper en su interior con esa corteza de un dios hecho a mi imagen y semejanza, «un dios de juguete», Dios va a seguir escapándose, Dios va a continuar yéndose de mi existencia.

Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué no tengo progreso espiritual? Sin embargo, ¡qué progreso puede venir, qué alimento puede tener un alma que en su interior tiene un dios de corteza!

Insistamos en que nuestro corazón se convierta a Dios. Pero para esto es necesario tener que ser un corazón que se deja llevar plenamente por el Señor, un corazón que es capaz de abrirse al modo en el cual Dios le va enseñando, un corazón que es capaz de leer las circunstancias de su vida para poder ver por dónde le quiere llevar el Señor.

Dios no nos garantiza triunfos, no nos garantiza quitar las dificultades de la vida; los problemas de la existencia van a seguir uno detrás de otro. Lo que Dios me garantiza es que en los problemas yo tenga un sentido trascendente.

Que el Señor se convierta en mi guía, que Él sea quien me marque el camino. Es Dios quien manda, es Dios quien señala, es Dios quien ilumina. Recordemos que cuando nosotros nos empeñamos una y otra vez en nuestros criterios, Él se va a alejar de mí, porque habré perdido la dimensión de quién es Él, y de quién soy yo.

Que esta Cuaresma nos ayude a recuperar esta dimensión, por la cual es Dios el que marca, y yo el que leo su luz; es Dios quien guía en lo concreto de mi existencia, y soy yo quien crece espiritualmente dejándome llevar por Él.