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miércoles, 13 de diciembre de 2017
UN CUENTO DE ADVIENTO
Un cuento de Adviento
El Adviento me ha traído a la memoria, una vez más, este cuento bien conocido:
Martín era un humilde zapatero de un pequeño pueblo de montaña. Vivía solo. Hacía años que había enviudado y sus hijos habían marchado a la ciudad en busca de trabajo.
Martín, cada noche, antes de ir a dormir leía un trozo de los evangelios frente al fuego del hogar. Aquella noche se despertó sobresaltado. Había oído claramente una voz que le decía. ‘Martín, mañana Dios vendrá a verte’. Se levantó, pero no había nadie en la casa, ni fuera, claro está, a esas horas de la fría noche...
Se levantó muy temprano y barrió y adecentó su taller de zapatería. Dios debía encontrarlo todo perfecto. Y se puso a trabajar delante de la ventana, para ver quién pasaba por la calle. Al cabo de un rato vio pasar un vagabundo vestido de harapos y descalzo. Compadecido, se levantó inmediatamente, lo hizo entrar en su casa para que se calentara un rato junto al fuego. Le dio una taza de leche caliente y le preparó un paquete con pan, queso y fruta, para el camino y le regaló unos zapatos.
Llevaba otro rato trabajando cuando vio pasar a una joven viuda con su pequeño, muertos de frío. También los hizo pasar. Como ya era mediodía, los sentó a la mesa y sacó el puchero de la sopa excelente que había preparado por si Dios se quería quedar a comer. Además fue a buscar un abrigo de su mujer y otro de unos de sus hijos y se los dio para que no pasaran más frío.
Pasó la tarde y Martín se entristeció, porque Dios no aparecía. Sonó la campana de la puerta y se giró alegre creyendo que era Dios. La puerta se abrió con algo de violencia y entró dando tumbos el borracho del pueblo.
– ¡Sólo faltaba este! Mira, que si ahora llega Dios...– se dijo el zapatero.
– Tengo sed –exclamó el borracho.
Y Martín acomodándolo en la mesa le sacó una jarra de agua y puso delante de él un plato con los restos de la sopa del mediodía.
Cuando el borracho marchó ya era muy de noche. Y Martín estaba muy triste. Dios no había venido. Se sentó ante el fuego del hogar. Tomó los evangelios y aquel día los abrió al azar. Y leyó:
– ‘Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste...Cada vez que lo hiciste con uno de mis pequeños, a mí me lo hiciste...’
Se le iluminó el rostro al pobre zapatero. ¡Claro que Dios le había visitado! ¡No una vez, sino tres veces! Y Martín, aquella noche, se durmió pensando que era el hombre más feliz del mundo...".
El Adviento, es la esperanza de la venida de Dios que de muchas formas nos visita.
© Ramiro Pellitero Iglesias
RECETAS PARA LA SALUD EMOCIONAL
Recetas para la salud emocional
1. Enfrente de a uno por vez los problemas que le causan tensión emocional, y haga una cosa por vez.
2. Haga lo mejor que pueda en cada situación de estrés, y luego deje de preocuparse por ella.
3. Sea positivo y exprese sus sentimientos con honestidad.
4. Trate a los demás con el respeto que espera para usted mismo.
5. Tome conciencia de sus necesidades, en lugar de dejar que se la dicten los otros.
6. No contemple a su vida como algo cerrado; considere que siempre hay alternativas.
7. Elija sentirse bien y contento.
8. Tome distancia de sus problemas. Piense en qué pensará de sus problemas de hoy dentro de un año, cinco años, una década.
9. Adopte una perspectiva humorística, de modo de ver sus problemas de manera más objetiva y poder reírse de ellos.
10. Viva en el presente.
LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 13 DICIEMBRE
Los cinco minutos de María
Diciembre 13
¡Los ojos de la Inmaculada!
Limpísimos y llenos de luz, sin la menor nube que pudiera hacerles perder su brillo. Ojos serenos como el cielo azul, inocentes como los de una virgen, tiernos como los ojos de una madre.
Miremos a las cosas y a las personas con los ojos de la Virgen y las veremos en una nueva dimensión.
María, préstame tu mirada para ver el mundo.
* P. Alfonso Milagro
4 VIRTUDES A CONQUISTAR EN ESTE ADVIENTO
4 virtudes a conquistar en este Adviento.
Justicia es la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido
Por: Silvana Ramos | Fuente: Catholic-link.com
La Justicia, dice el Catecismo de la Iglesia Católica (1807), «es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada “la virtud de la religión”. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. “Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo” (Lv 19, 15). “Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo en el cielo” (Col 4, 1)».
Suena precioso todo esto pero, ¿cómo lo ponemos en práctica?, ¿sabemos cuándo estamos siendo justos? A veces podemos estar cumpliendo la ley al pie de la letra, como dice el Papa Francisco, y sin embargo ser tremendamente injustos. No son pocas las veces en que miramos al cielo y nos lamentamos las injusticias de este mundo. San Juan Pablo II en una de sus catequesis decía: «todos somos conscientes en cierta manera de que no es posible llenar la medida total de la justicia en la transitoriedad de este mundo», pero sí es posible aportar un granito de arena. Aquí les dejamos algunos consejos que podrían ser útiles.
1.Reconocer el valor y la dignidad del ser humano
Es necesario mirar con respeto y reconocer el valor de cada vida humana en primer lugar. Reconocer lo que se “le debe al otro” de acuerdo al contexto y su situación y su dignidad de ser humano, dignidad que parte desde que es hijo de Dios. Muchas veces al aplicar la ley al pie de la letra se comenten injusticias terribles que pueden encerrar venganza e hipocresía. Somos blandos con quienes amamos pero aplicamos el rigor de la ley y somos implacables con quien despreciamos. La justicia es para todos y no se reduce a aplicar la ley sino a dar a cada quién lo que le corresponde.
2. El sano discernimiento
Relacionado con el punto anterior, es necesario “entrenarse” en el sano discernimiento. Evitar los juicios precipitados o llevados por el ardor de los sentimientos. Evaluar la situación y valorar los actos y las condiciones requiere de un tiempo, no significa un tiempo para buscar excusas, sino un tiempo para poder valorar los sucedido justamente. Aquí se evidencia que el sistema de justicia es un sistema que tiene que estar al servicio del hombre, promover la bondad de sus actos y no al revés.
3. Pedir consejo
En situaciones complicadas y de confusión, que pueden ser situaciones cotidianas con los hijos, entre los esposos, familiares, trabajadores, compañeros de estudios, etc. es prudente pedir consejo a alguien con mayor experiencia y reputación en el tema: nuestros padres, un consejero, un sacerdote, etc. La justicia también tiene que estar dirigida por el amor cristiano, por reconocer que para actuar con justicia necesitamos del amor al prójimo. Esto de ninguna manera significa “pasar por algo todo” sino dar a cada uno lo que lo hará mejor persona.
4. Educar en justicia
Las virtudes son adquiridas en un primer momento mediante la educación y el promover los actos virtuosos. Es el hogar el lugar ideal y primero para educar en justicia. La manera justa en que los padres, como primeros educadores, nos comportemos no solo con nuestros hijos, sino entre nosotros y con todas las personas que ingresan y participan de nuestro hogar será el primer referente, y tal vez el más fuerte que nuestros hijos tengan y bajo el cual actuarán.
5. Recurrir a la gracia y la ayuda de Dios
Si bien la justicia se aprende, la virtud es elevada mediante la gracia y la ayuda de Dios. Recurrir constantemente a Él para que nos ayude a ser hombres y mujeres justos es mandatorio. Solo del más justo vendrá esa ayuda necesaria para poder ir descubriendo y ampliando el concepto que de justicia tenemos. Sólo Dios nos ayudará a “abrir los ojos” e ir descubriendo lo que al otro “se le debe”. Pedirle a Dios insistentemente porque su Espíritu nos ilumine y nos ayude a actuar virtuosamente tiene que ser un constante en nuestras vidas.
6. Amar el bien
Tan simple como suena. Amar el bien, amar todo lo bueno que Dios nos muestra como camino a la santidad. El bien no necesariamente significa “pasarlo bien”, o “sentirme bien”, muchas veces implica esfuerzo sacrificio, renuncia, agachar la cabeza y pedir perdón. Incluso a veces significa ser firmes (pero misericordiosos) con quien amamos, por su bien. Amar el bien es una conquista del día a día.
7. Recurrir a los sacramentos
Qué mayor asistencia para crecer que el alimento por excelencia para nuestras almas. Los sacramentos de la Eucaristía y de una manera particular el sacramento de la reconciliación nos dan luces de lo que el hombre necesita. Dios actúa con justicia, a través del sacerdote, cada vez que nos acercamos a pedirle perdón por nuestros pecados, por nuestras faltas, por las injusticias que cometemos con los demás y con nosotros mismos. Qué gran escuela de justicia tenemos en este sacramento.
PARA QUÉ IR A MISA EL DOMINGO? ESTA ES LA RESPUESTA DEL PAPA FRANCISCO
¿Para qué ir a Misa el domingo? Esta es la respuesta del Papa Francisco
Por Miguel Pérez Pichel
VATICANO, 13 Dic. 17 / 04:36 am (ACI).- En una nueva catequesis sobre la Misa, el Papa Francisco se preguntó en la Audiencia General de este miércoles 13 de diciembre celebrada en el Aula Pablo VI del Vaticano: “¿Para qué ir a Misa el domingo?”.
“La celebración dominical de la Eucaristía está en el centro de la vida de la Iglesia”, fue la respuesta del Santo Padre.
Profundizando más, el Pontífice explicó que “los cristianos vamos a Misa el domingo para encontrar al Señor resucitado, o mejor, para dejarse encontrar por Él, escuchar su palabra, alimentarse en su mesa, y así hacerse Iglesia, es decir, hacerse parte del Cuerpo místico viviente hoy en el mundo”.
Esta realidad estuvo muy presente en la Iglesia desde el principio: “así lo comprendieron los discípulos de Jesús desde el primer momento, los cuales celebraron el encuentro eucarístico con el Señor en ese día de la semana que los hebreos denominaban ‘el primero de la semana’ y los romanos ‘el día del sol’, porque aquel día Jesús resucitó de entre los muertos, y se apareció a los apóstoles hablando con ellos, comiendo con ellos y enviándoles el Espíritu Santo”.
“Incluso –continuó Francisco– la gran efusión del Espíritu en Pentecostés tiene lugar el domingo. Por esta razón, el domingo es un día santo para nosotros, santificado a la celebración eucarística, presencia vivía del Señor entre nosotros”.
Por lo tanto, “es la Misa la que hace el domingo cristiano. ¿Qué clase de domingo es para un cristiano aquel en el que falta el encuentro con el Señor?”.
El Papa hizo un llamado a los cristianos a valorar la Misa dominical: “Por desgracia, hay comunidades cristianas que no pueden gozar de la Misa cada domingo; también esos están llamados en ese día a recogerse en oración en el nombre del Señor, escuchando la Palabra de Dios y manteniendo vivo el deseo de la Eucaristía”.
“Algunas sociedades secularizadas han perdido el sentido cristiano del domingo iluminado por la Eucaristía”, lamentó. “En este contexto es necesario revivir esta conciencia para recuperar el sentido de la fiesta, de la alegría, de la comunidad parroquial, de la solidaridad, del descanso que restaura el alma y el cuerpo”. “De todos estos valores es maestra la Eucaristía domingo tras domingo”, destacó.
En este sentido, recordó que “la abstención dominical del trabajo no existía en los primeros siglos: es una aportación específica del cristianismo. Por tradición bíblica los hebreos reposan el sábado, mientras que en la sociedad romana no estaba previsto ningún día semanal de abstención de los trabajos serviles. Fue el sentido cristiano de vivir como hijos y no como esclavos, animado por la Eucaristía, la que hace del domingo, casi universalmente, el día de reposo”.
La presencia de Cristo en la vida ayuda a dinamizarla, aseguró. “Sin Cristo, estamos condenados a ser dominados por el tedio de lo cotidiano, con sus preocupaciones, y del miedo del mañana. El encuentro dominical con el Señor nos da la fuerza de vivir el hoy con confianza y con valentía, y de ir adelante con esperanza”.
“¿Qué podemos responder a los que nos dicen que no hace falta ir a Misa, tampoco en domingo, porque lo importante es vivir bien, amar al prójimo? Es cierto que la calidad de la vida cristiana se mide en la capacidad de amar, como dijo Jesús. Pero, ¿cómo podemos practicar el Evangelio sin obtener la energía necesaria para hacerlo, un domingo tras otro, de la fuente inagotable de la Eucaristía?”, se preguntó el Pontífice.
Subrayó que “no vamos a la Misa para dar nada a Dios, sino para recibir de Él aquello de lo que tenemos necesidad”.
En conclusión, “¿para qué vamos a Misa el domingo? No basta contestar que es un precepto de la Iglesia; esto ayuda a conservar su valor, pero por sí mismo no basta. Nosotros cristianos tenemos necesidad de participar en la Misa dominical porque sólo con la gracia de Jesús, con su presencia viva en nosotros y entre nosotros, podemos poner en práctica su mandamiento, y así ser sus testigos creíbles”.
EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 13 DICIEMBRE 2017
Lecturas de hoy Miércoles de la 2ª semana de Adviento
Hoy, miércoles, 13 de diciembre de 2017
Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (40,25-31):
«¿CON quién podréis compararme,
quién es semejante a mi?», dice el Santo.
Alzad los ojos a lo alto y mirad:
¿quién creó esto?
Es él, que despliega su ejército al completo
y a cada uno convoca por su nombre.
Ante su grandioso poder, y su robusta fuerza,
ninguno falta a su llamada.
¿Por qué andas diciendo, Jacob,
y por qué murmuras, Israel:
«Al Señor no le importa mi destino,
mi Dios pasa por alto mis derechos»?
¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído?
El Señor es un Dios eterno
que ha creado los confines de la tierra.
No se cansa, no se fatiga,
es insondable su inteligencia.
Fortalece a quien está cansado,
acrecienta el vigor del exhausto.
Se cansan los muchachos, se fatigan,
los jóvenes tropiezan y vacilan;
pero los que esperan en el Señor
renuevan sus fuerzas,
echan alas como las águilas,
corren y no se fatigan,
caminan y no se cansan.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 102,1-2.3-4.8.10
R/. Bendice, alma mía, al Señor
V/. Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.
V/. Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura. R/.
V/. El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No nos trata como merecen nuestro pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R/.
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,28-30):
EN aquel tiempo, Jesús tomó la palabra y dijo:
«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio de hoy miércoles, 13 de diciembre de 2017
José Mª Vegas, cmf
El amor, alivio y yugo
Todos sabemos por experiencia lo que es el cansancio y el agobio. Nos cansamos porque nuestras fuerzas físicas son limitadas. No podemos sostener un esfuerzo físico continuado. Literalmente, se nos vacía el depósito, necesitamos parar, recuperarnos. Los agobios los sentimos sobre todo en las estrecheces anímicas: por la presión social, la de las preocupaciones y las obligaciones, para las que, con frecuencia, no damos abasto, por la falta de recursos económicos o por tantos otros motivos. También en la vida de fe experimentamos a veces cansancio y agobio. En el cansancio del cuerpo y los agobios del alma sentimos el peso de nuestra finitud, que parece abortar nuestras ansias de plenitud. Son muchos lo que tratan de explotar estas limitaciones humanas en beneficio propio, prometiendo alivios definitivos, pero ficticios, liberaciones que acaban esclavizándonos más, y que no hacen sino aumentar a la larga el cansancio y las angustias.
Jesús conoce bien nuestro corazón, sabe de nuestros cansancios y nuestros agobios, porque, hombre como nosotros, los padece en carne propia (cf. Mt 17, 17; Jn 12, 27; Mt 26, 36). Por eso nos llama para ofrecernos alivio. En Jesús descubrimos cómo Dios, realmente, se preocupa de nosotros, desmintiendo así esa falsa, pero muy humana impresión, que expresa hoy el profeta Isaías. A diferencia de los muchos embaucadores que explotan la debilidad humana, Él no ofrece fórmulas fáciles ni soluciones mágicas. Al tiempo que nos llama para aliviarnos, nos invita a asumir nuestra responsabilidad, a cargar con un yugo, el suyo; nos enseña, además, a no buscar fuera de nosotros mismos el lugar de nuestro descanso, sino dentro, en el propio corazón, en donde reside la fuente de la verdadera paz. Se trata, eso sí, de un corazón transformado según el mismo corazón de Jesús, que ha tomado sobre sí los pecados del mundo y ha cargado con el yugo del amor. Podemos y debemos descansar y buscar evadirnos, al menos por un tiempo, de los agobios cotidianos. Pero lo mejor es armarse interiormente, de modo que la fuente de nuestros alivios esté dentro de nosotros mismos. Y no hay mejor modo de hacer esto que acudir al magisterio del único y verdadero maestro, Jesús, conectarse por medio de Él con la fuente de la vida y de la verdadera sabiduría. Es en Él y por medio de Él como sabemos y saboreamos que Dios nos ha revelado la sabiduría del amor, que nos enriquece y fortalece para cargar con el yugo suave y ligero de la responsabilidad por nuestros hermanos. Cansados y agobiados, acudamos a Jesús, a su Palabra, a la contemplación del misterio del amor, para fortalecer así nuestra esperanza, que renueva nuestras fuerzas y nos da valor para perseverar en las buenas obras del amor.
Saludos cordiales
José M.ª Vegas cmf
SANTA LUCÍA, MÁRTIR, 13 DICIEMBRE
13 de Diciembre
Santa Lucía
Mártir
Año 304
Santa Lucía bendita: concédenos desde el cielo
que nos envíe Dios sus luces para ver siempre
lo que debemos hacer, decir y evitar, y hacerlo,
decirlo y evitarlo siempre.
Lucía significa: "la que lleva luz".
A esta santa la pintan con una bandeja con dos ojos, porque antiguas tradiciones narraban que a ella le habían sacado los ojos por proclamar su fe en Jesucristo.
Nació y murió en Siracusa (ciudad de Italia), en la cual se ha encontrado una lápida del año 380 que dice: "N. N. Murió el día de la fiesta de Santa Lucía, para la cual no hay elogios que sean suficientes". En Roma ya en el siglo VI era muy honrada y el Papa San Gregorio le puso el nombre de esta santa a dos conventos femeninos que él fundó (en el año 590).
Dicen que cuando era muy niña hizo a Dios el voto o juramento de permanecer siempre pura y virgen, pero cuando llegó a la juventud quiso su madre (que era viuda), casarla con un joven pagano. Por aquellos días la mamá enfermó gravemente y Lucía le dijo: "Vamos en peregrinación a la tumba de Santa Águeda. Y si la santa le obtiene la curación, me concederá el permiso para no casarme". La madre aceptó la propuesta. Fueron a la tumba de la santa y la curación se produjo instantáneamente. Desde ese día Lucía obtuvo el permiso de no casarse, y el dinero que tenía ahorrado para el matrimonio lo gastó en ayudar a los pobres.
Pero el joven que se iba a casar con ella, dispuso como venganza acusarla ante el gobernador de que ella era cristiana, lo cual estaba totalmente prohibido en esos tiempos de persecución. Y Lucía fue llamada a juicio.
El juez se dedicó a hacerle indagatorias y trataba de convencerla para que dejara de ser cristiana. Ella le respondió: "Es inútil que insista. Jamás podrá apartarme del amor de mi Señor Jesucristo".
El juez le preguntó: "Y si la sometemos a torturas, será capaz de resistir?".
La jovencita respondió:
"Si, porque los que creemos en Cristo y tratamos de llevar una vida pura tenemos al Espíritu Santo que vive en nosotros y nos da fuerza, inteligencia y valor".
El juez la amenazó con hacerla llevar a una casa de prostitución para ser irrespetada. Ella le respondió: "Aunque el cuerpo sea irrespetado, el alma no se mancha si no acepta ni consiente el mal" (Santo Tomás de Aquino, el gran sabio, admiraba mucho esta respuesta de Santa Lucía)
Trataron de llevarla a una casa de maldad, pero ella se quedó inmóvil en el sitio donde estaba y entre varios hombres no fueron capaces de moverla de allí, la atormentaron, y de un golpe de espalda le cortaron la cabeza.
Mientras la atormentaban, animaba a los presentes a permanecer fieles a la religión de Jesucristo hasta la muerte.
Por siglos ha sido muy invocada para curarse de enfermedades en los ojos.