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miércoles, 15 de noviembre de 2017

OBRAS DE MISERICORDIA


Obras de misericordia




En todo momento y en cualquier circunstancia de la vida estoy en condiciones de amar e imitar a Cristo, el incondicional servidor del Padre y de los hombres. El modelo humano que me ofrece Jesús, y que él realizó plenamente, es el de servidor humilde de quien necesita ayuda. “El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir”. Lee este mensaje mariano:

“¡Queridos hijos! Hoy los invito a hacer obras de misericordia con amor y por amor a mí y a sus hermanos y hermanas que también son mis hijos. Queridos hijos, todo lo que hagan por los demás háganlo con gran gozo y humildad ante Dios. Yo estoy con ustedes y día a día ofrezco sus sacrificios y oraciones a Dios por la salvación del mundo. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado! ”

Ayudar y servir son dos expresiones concretas de un amor que se brinda generosamente a los demás. De este olvido de mí mismo, surgirá como por magia, mi propia felicidad y alegría, mi auténtica realización. “Dormí y soñé que la vida era alegría. Desperté y vi  que la vida era servicio. Y, en el servicio,  encontré la alegría” (Tagore). ¡Siempre listo para servir! 



* Enviado por el P. Natalio

ORAR SIN GANAS


Orar sin ganas
La oración es el primer recurso que nos ayuda a encontrar luces más claras en kis tiempos de confusión.


Por: Fr. Nelson Medina O.P. | Fuente: fraynelson.com 




Pregunta:

Querido Padre; gracias por su perseverancia enseñándonos. Hoy quiero preguntarle algo que tal vez es sólo personal o tal vez le pasa a mucha gente. En mi parroquia nos recuerdan con frecuencia que hay que orar por los sacerdotes, por el obispo y por el Papa. Digamos que en principio estoy de acuerdo, ni más faltaba. Pero a veces, o muchas veces, me siento una hipócrita por que oro sin ganas. Lo que sucede es que he tenido muchas decepciones con sacerdotes, incluyendo un caso de un primo mío que no es de contar en público. Y este Papa a veces me gusta pero otras veces me confunde. A veces lo siento valiente y otras creo que se acobarda ante otros obispos o cardenales. Me imagino y que estoy juzgando y que soy lo peor del mundo pero eso es exactamente lo que siento. Entonces la pregunta es si debe orar sin ganas y cuando siento que soy la peor hipócrita del mundo. Por favor, no publique mi nombre.

Respuesta:

Un buen punto de partida es recordar que la oración no es un simple ejercicio de nuestra emocionalidad: no debemos compararla demasiado con una catarsis o con la simple expresión de nuestra subjetividad. Para expresar lo que somos y sentimos no necesitaríamos de un "Dios" a quien hablarle: bastaría conversar con un amigo o escribir algo en un diario bien llevado.

La oración entonces es ante todo DIÁLOGO, y ello implica abrirnos a la Palabra de Dios, que es quien inicia tal encuentro y conversación. La iniciativa es siempre suya. Esa Palabra nos ilumina, cuestiona, transforma. Esa Palabra no tiene que aprobar todo lo que sentimos pero también es verdad que resulta eficaz para levantarnos en momentos de duda o fracaso--precisamente porque no es una Palabra que nos damos a nosotros mismos.

Por otro lado, la oración, según nos enseña San Pablo, es fruto de la acción del Espíritu Santo. Y el Espíritu no necesariamente está en consonancia con lo que a nosotros nos gusta o nos parece. Si Dios tuviera que estar siempre de acuerdo o en sintonía con lo que yo siento, ese "dios" sería indistinguible de mi propio "yo."

Unidos entonces a la Iglesia, la Gran Orante, iluminados por la Palabra y guiados e inspirados por el Espíritu, no nos buscamos a nosotros mismos en la oración, sino que queremos orar en dirección de los intereses de Jesucristo, lo cual hace que vayamos más allá de quién me cae bien o mal, o quién me ha tratado de manera simpática o agria.

Este modo de crecer en la fe es de enorme importancia en tiempos de confusión como los que vivimos. Porque será la oración el primer recurso que nos ayude a encontrar luces más claras y quien logrará de la misericordia divina mejores pastores.

PAPA FRANCISCO SEÑALA ESTAS 2 CONDICIONES PARA ENCONTRARSE CON DIOS EN LA EUCARISTÍA


El Papa señala estas 2 condiciones para encontrarse con Dios en la Eucaristía
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa
VATICANO, 15 Nov. 17 / 04:25 am (ACI).- Ser humildes y dejarse sorprender por Dios: estas son las dos condiciones indicadas por el Papa Francisco, durante la Audiencia General de este miércoles 15 de noviembre, para poder encontrarse con Dios en la Eucaristía.

En su catequesis, el Santo Padre señaló que “la Misa es oración, aún más, es la oración por excelencia, la más alta, la más sublime y, al mismo tiempo, la más concreta. De hecho, es el encuentro de amor con Dios mediante su Palabra y el Cuerpo y la Sangre de Jesús”. Afirmó que para comprender la belleza de la celebración eucarística hay que tener ese aspecto en cuenta.

Por lo tanto, humildad y confianza son requisitos esenciales para recibir al Señor. “En primer lugar, ser humildes, reconocerse hijos, descansar en el Padre, fiarse de Él. Para entrar en el Reino de los cielos es necesario hacerse pequeños como niños. En el sentido de que los niños saben fiarse, saben que alguno se preocupará de ellos, de aquello que comerán, de aquello que llevarán, y así todo”.

“La segunda predisposición, también propia de los niños, es dejarse sorprender –continuó el Pontífice–. El niño hace siempre mil preguntas porque desea descubrir el mundo, se maravilla de las cosas pequeñas porque todo es nuevo para él. Para entrar en el Reino de los Cielos es necesario dejarse maravillar. En nuestra relación con el Señor, en la oración, ¿nos dejamos maravillar? ¿Nos dejamos sorprender? Porque el encuentro con el Señor es siempre un encuentro vivo”.

Si la Eucaristía es oración, “¿qué es la oración?”, se preguntó Francisco. “Es, sobre todo, diálogo, una relación personal con Dios. El hombre ha sido creado como ser relacional que encuentra su plenitud relacionándose en el encuentro con su Creador”.

En la catequesis señaló también que “el Libro del Génesis afirma que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, el cual es Padre, Hijo y Espíritu Santo, una relación perfecta de amor y de unidad. De ella podemos comprender que nosotros hemos sido creados para entrar en una relación perfecta de amor, en un continuo entregarse y recibirse para poder encontrar así la plenitud de nuestro ser”.

“Cuando Moisés, ante la zarza ardiente, recibe la llamada de Dios, le pregunta cuál es su nombre, y Él le responde: ‘Yo soy el que es’. Esta expresión, en su sentido original, expresa presencia y favor, y, de hecho, inmediatamente después añade: ‘El Señor, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob’”, subrayó el Papa.

De esta manera, “también Cristo, cuando llama a sus discípulos, los llama para que permanezcan con Él. Esta es la gracia más grande: poder experimentar que la Eucaristía es el momento privilegiado para estar con Jesús y, por medio de Él, con Dios y con los hermanos”.

El Pontífice invitó a “rezar como un verdadero diálogo”, y recordó que ese diálogo “también implica saber permanecer en silencio. En silencio junto a Jesús. Del misterioso silencio de Dios surge su Palabra que resuena en nuestro corazón. Jesús mismo nos enseña cómo es posible ‘estar’ verdaderamente con el Padre y nos lo demuestra con su oración”.

“Los Evangelios nos muestran a Jesús que se retira a un lugar aparte para rezar; los discípulos, viendo su íntima relación con el Padre, sienten el deseo de poder participar, y le piden: ‘Señor, enséñanos a rezar’. Jesús responde que la primera cosa necesaria para rezar es saber decir ‘Padre’, es decir, ponerse en su presencia con confianza filial. Pero para poder aprender, es necesario reconocer humildemente que necesitamos ser instruidos, y decirlo con sencillez: enséñame a rezar, Señor”.

Por ello insistió en la necesidad de pedirle al Señor: “Señor, enséñame a rezar”.

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 15 NOVIEMBRE


Los cinco minutos de María
Noviembre 15




El Evangelio debe ser la norma de tu conducta, el fundamento de tus criterios, la escala de tus valores, al fin y al cabo el Evangelio es Cristo viviendo, enseñando, muriendo, resucitando y salvando a los hombres de todos los tiempos.

En el Evangelio hallamos a su Madre Santísima, la Virgen María. Allí se nos narran las virtudes de la Virgen, ya en su vida privada de Belén y de Nazaret, ya en la vida pública y apostólica de Jesús. Su humildad, su sencillez, su silencio y mansedumbre, su disponibilidad a la voluntad de Dios trazan lo que podríamos llamar “el evangelio mariano”.

María del Evangelio, conviértenos en anuncio viviente del Reino.



* P. Alfonso Milagro

EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 15 NOVIEMBRE 2017


Lecturas de hoy Miércoles de la 32ª semana del Tiempo Ordinario
 Hoy, miércoles, 15 de noviembre de 2017




Primera lectura
Lectura del libro de la Sabiduría (6,1-11):

Escuchad, reyes, y entended; aprendedlo, gobernantes del orbe hasta sus confines; prestad atención, los que domináis los pueblos y alardeáis de multitud de súbditos; el poder os viene del Señor, y el mando, del Altísimo: él indagará vuestras obras y explorará vuestras intenciones; siendo ministros de su reino, no gobernasteis rectamente, ni guardasteis la ley, ni procedisteis según la voluntad de Dios. Repentino y estremecedor vendrá sobre vosotros, porque a los encumbrados se les juzga implacablemente. A los más humildes se les compadece y perdona, pero los fuertes sufrirán una fuerte pena; el Dueño de todos no se arredra, no le impone la grandeza: él creó al pobre y al rico y se preocupa por igual de todos, pero a los poderosos les aguarda un control riguroso. Os lo digo a vosotros, soberanos, a ver si aprendéis a ser sabios y no pecáis; los que observan santamente su santa voluntad serán declarados santos; los que se la aprendan encontrarán quien los defienda. Ansiad, pues, mis palabras; anheladlas, y recibiréis instrucción.

Palabra de Dios
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Salmo
Sal 81,3-4.6-7

R/. Levántate, oh Dios, y juzga la tierra

«Proteged al desvalido y al huérfano, 
haced justicia al humilde y al necesitado, 
defended al pobre y al indigente, 
sacándolos de las manos del culpable.» R/.

Yo declaro: «Aunque seáis dioses, 
e hijos del Altísimo todos, 
moriréis como cualquier hombre, 
caeréis, príncipes, como uno de tantos.» R/.
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Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,11-19):

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. 
Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.» 
Al verlos, les dijo: «ld a presentaros a los sacerdotes.» 
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?» 
Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»

Palabra del Señor

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Comentario al Evangelio de hoy miércoles, 
15 de noviembre de 2017
Alejando Carbajo, cmf



Queridos hermanos, paz y bien.

El evangelio de Lucas va mostrando el camino de Jesús hacia Jerusalén, y ya sabemos lo que le esperaba allí. El signo final, la muerte y resurrección. Y de camino, Jesús nos va dejando signos. Hoy es una curación milagrosa.

La lepra hoy en día sigue siendo una enfermedad terrible. En tiempos de Jesús, la persona afectada estaba fuera de la sociedad, vivía apartada de todos, recluida con otros leprosos, se movía con una campanilla para avisar de que iba de camino…  Una verdadera exclusión social. Se hacía el vacío a su alrededor. La muerte civil.

Por eso quizá es tan importante que Jesús les prestara atención, les dedicar un tiempo y les hablara. Quizá ése fue el primer momento de la sanación de esos diez enfermos. Sentirse personas otra vez. Después vino la curación física. Saberse libres de esa enfermedad terrible. Para nueve de ellos fue suficiente. Se volvieron a sus lugares de origen, a intentar reconstruir sus vidas.

Pero hubo uno de ellos que sintió una llamada más fuerte, a ser verdaderamente agradecido. Podemos decir que, además de la curación física, a él le llego la curación espiritual. Y no fue uno delos judíos, de los “buenos”. Fue un extranjero, un samaritano, el que se dio la vuelta y se arrojó a los pies de Cristo. Reconoció en Él a su salvador. Tuvo fe, y su fe le salvó. Le dio la vida eterna, la salud – salvación para siempre.

Nosotros quizá nos sentimos cómodos, seguros, sabedores de que somos parte de la sociedad. Quizá hayamos tenido alguna enfermedad, algún accidente, que nos haya hecho desear recuperar la salud. Y al recuperarnos, habremos dado gracias a los médicos, a las personas que nos han ayudado. Ojalá que no se nos haya olvidad dar gracias a Dios por la salud perdida y hallada.

Hay que pedirle mucho a Dios que tenga compasión de nosotros. Que nos sane, por fuera y, sobre todo, por dentro. Y cada vez que sintamos su misericordia, darle gracias. Por haberle encontrado, porque nos ha hablado, porque nos ha redimido.

Vuestro amigo en la fe, Alejandro, C.M.F.

EL ADVIENTO, TIEMPO DE ESPERANZA


Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
El Adviento, tiempo de esperanza
Adviento. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo?



El Adviento, tiempo de esperanza

Cada tiempo, en el ciclo litúrgico de la Iglesia, tiene una peculiaridad. Y así como la Pascua habla de la alegría por la victoria de Jesucristo, y la Cuaresma del esfuerzo y de la purificación sacrificada que hay que ir realizando en la propia vida para poder llegar a Cristo, el Adviento se convierte para los cristianos en un tiempo de levantar los ojos de cara a la promesa que Nuestro Señor hace a su Iglesia de estar con nosotros. El Adviento es la preparación de la venida del “Emmanuel”, es el tiempo del cumplimiento de la promesa de Dios.

El Adviento está tocado, de una forma muy particular, por la característica de la esperanza. La esperanza como virtud que sostiene al alma, que consuela al ser humano. Teniendo en cuenta este sentido esperanzador del Adviento, creo que cada uno de nosotros tendría que reflexionar sobre el tema de lo que es la esperanza en su vida.

Cuántos desánimos, cuántas fragilidades, cuántas decepciones, cuántas caídas y cuántos momentos de rendirse a la hora del trabajo  espiritual, apostólico y familiar no tienen otra fuente más que la falta de esperanza. La falta de esperanza es fruto de una falta de fortaleza que, al mismo tiempo, es el resultado de la carencia de perspectivas de cara al futuro, que es lo acaba por hundir al alma en sí misma y le impide mirar hacia el futuro, mirar hacia Dios.

Ahora bien, la esperanza tiene dos facetas que debemos considerar de cara al Adviento. Hay una primera, que es una faceta de dinamismo. La esperanza empuja, porque es como quien ve la meta y ya no se preocupa de si está cansado o no, de si las piernas le duelen o no, ni de la distancia a la que viene el otro detrás. Sabe hacia dónde se dirige, tiene una meta presente y corre hacia ella.

La esperanza es algo semejante a cuando uno está perdido en el campo, y de pronto ve en la lejanía un punto que reconoce: un árbol, una casa, una parte del camino; entonces, ya no le importa por dónde tiene que ir atravesando, lo único que le interesa es llegar al lugar que reconoce. La esperanza es algo que te sostiene y te permite seguir adelante sin preocuparte de las dificultades que hay en el camino.

La segunda faceta de la esperanza es la purificación, que produce un efecto correctivo y transformador en la persona. La esperanza, al  mostrarme el objeto al cual tiendo, me muestra también lo que me falta para lograr alcanzarlo. Por eso la esperanza se convierte no en una especie de resignación o de ganas de hacer algo, sino en un fermento dentro del alma.

Si Cristo es mi esperanza, ¿qué me falta para alcanzarlo? Si la armonía de mi familia es mi esperanza, ¿qué me falta para conseguirla? Si mi hijo necesita que yo le dé este o aquel testimonio, ¿qué me falta para podérselo dar? La esperanza se convierte en aguijón, en resorte dentro del alma para que uno pueda llegar a obtener lo que espera.

Es necesario que en nuestras vidas existan estas dos dimensiones de  la esperanza: la dimensión dinámica y la dimensión de la purificación. Si nada más te quedas en el sostenerte, nunca te vas a transformar, nunca vas a llegar. Y si nada más te quedas en el transformarte, al ver lo duro, lo difícil y lo áspero de esta transformación, puedes caer en la desesperanza.

Aprendamos, entonces, a vivir en este tiempo de Adviento con la mirada dirigida hacia Cristo, que es el objeto de nuestra fe. Pidámosle al Señor que nos permita encontrarlo y recibirlo, y que nos otorgue la gracia de sostener nuestro corazón en el arduo trabajo diario de santificación.

Les invito a que con la esperanza como virtud central en este tiempo de Adviento, podamos repetir lo que dice el salmo 26: "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar?”.