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domingo, 17 de septiembre de 2017

PERDONAR? SÍ, PERO CUÁNTO?


¿Perdonar? ¡Sí! Pero ¿cuánto?   



El domingo pasado nos quedábamos en una comunidad de hermanos que se aman, se necesitan y se perdonan. Y, como siempre, todo tiene un límite: la paciencia cuando se resquebraja, las personas cuando nos desbordamos, el vaso que rebosa de agua, el río que se sale de madre, el sol cuando calienta abundantemente y… el  perdón cuando nos parece un lujo.

Todos hemos tenido la experiencia de haber ofrecido el perdón y, a la vez, habernos quedarnos con una sensación de fracaso. Parece como si, aquel que perdona y olvida, es el que da su brazo a torcer. Pero Jesús, aun siendo Dios, nos enseña que la grandeza del hombre está en su capacidad perdonadora. El truco, o  mejor dicho, el secreto, está en cerrar en más de una ocasión los ojos y, abrir con todas las consecuencias, el corazón.

El amar sin límites de San Pablo, se complementa con el perdonar sin límites del evangelio de este domingo.

Muchas veces solemos decir aquello de “perdono pero no olvido”. El perdón se hace más real y más puro cuando se desea para el otro todo lo mejor. El perdón, además de desatarnos de nuestros propios dioses, nos hace comprender, vivir,  gustar y entender el gran amor que Dios siente por cada uno de nosotros.  ¿Perdonas? Estás cerca de Dios. ¿No perdonas? Tu corazón no está totalmente  ocupado por Dios.

El “sin límites” puede suponer en nuestra vida cristiana un imposible y un buscar justificaciones. A veces corremos el riesgo de creer, que Dios, entra en ese juego  que nosotros mismos nos montamos. Como si se tratara de un partido de futbol donde, los hinchas de uno o de otro, pretenden que Dios les ayude frente al  contrario.

En este domingo, Jesús, nos propone a las claras que nos dejemos de evasivas y que practiquemos aquello que emana del corazón de Dios por los cuatro costados: yo os perdono… haced también vosotros lo mismo.

Si muchas heridas permanecen abiertas y sangrando (en nuestras familias, sociedad, iglesia, comunidades, parroquias, política, etc.,) es en parte por la  pobreza de nuestra fe. Por la falta de comunión con Dios. Por mirarnos demasiado a  nosotros mismos y también cuando dejamos tirados en la cuneta a muchas personas que han hecho tanto por nosotros.

Cuando se vive íntimamente unido a Él, no hay obstáculo insalvable ni ofensa gigantesca. Es como aquel peregrino que, deseando llegar hasta el final de su trayecto, se dedicaba constantemente a mirar a su izquierda y a su derecha perdiendo ritmo, fuerzas e ilusión. Un compañero se le acercó y le dijo: si miras al  horizonte te irá mucho mejor y llegarás antes.

Con el perdón ocurre algo parecido. Mirando a Dios, vemos a los que nos rodean con ojos de hermanos. Olvidando a Dios, surge un cierto aire de insatisfacción de todo y de todos. No podemos ir en solitario. Apostar por la Iglesia, por la comunidad, por la parroquia, por ser cristiano… nos exige y nos empuja a entrar por debajo del dintel del perdón. ¿Que muchas veces es imposible? ¡No si miramos a Dios! ¡Ay… si nos  miramos a nosotros mismos!


© P. Javier Leoz

ERES INCAPAZ DE PERDONAR AL OTRO? ESTO ES LO QUE DICE EL PAPA FRANCISCO EN EL ÁNGELUS


¿Eres incapaz de perdonar al otro? Esto es lo que dice el Papa Francisco en el Ángelus
Por Álvaro de Juana
 Foto: Lucía Ballester / ACI Prensa




VATICANO, 17 Sep. 17 / 05:16 am (ACI).- El protagonista del rezo del Ángelus este domingo fue el "perdón", que no se puede dar si uno cierra su corazón al amor a los demás y si uno es incapaz de sentirse perdonado, según explicó el Papa Francisco.

El Papa afirmó que el Evangelio del día “nos ofrece una enseñanza sobre el perdón, que no niega el mal inmediatamente pero reconoce que el ser humano, creado a imagen de Dios, es siempre más grande que el mal que comete”.

Francisco recordó las palabras de Jesús con las que afirma que se debe perdonar hasta setenta veces siete. “A Pedro le parece ya lo máximo perdonar siete veces a una misma persona, y quizás a nosotros nos parece ya demasiado hacerlo dos veces, pero Jesús le responde ‘setenta veces siete’”.

La parábola que pone de ejemplo Jesús del rey misericordioso y del siervo despiadado muestra hasta donde se debe perdonar. “El rey es un hombre generoso que, lleno de compasión, perdona una deuda enorme a un siervo que lo suplica. Pero este mismo siervo, apenas encuentra otro siervo como él que le debe cien denarios, se comporta de modo despiadado, haciendo que le metan en prisión”.

El Pontífice explicó que “el comportamiento incoherente de este siervo es también el nuestro cuando rechazamos el perdón a nuestros hermanos”. “Mientras, el rey de la parábola es la imagen de Dios que nos ama con un amor tan rico en misericordia que nos acoge, nos ama y nos perdona continuamente”.

“Desde nuestro bautismo Dios nos ha perdonado, condonándonos una deuda insoluble: el pecado original. Después, con una misericordia sin límites, Él nos perdona todas las culpas apenas mostremos aunque sea solo un pequeño signo de arrepentimiento”.

El Santo Padre invitó por otro lado a que cuando “estamos tentados a cerrar nuestro corazón a quien nos ha ofendido y nos pide perdón” nos “acordemos de las palabras del Padre celeste al siervo despiadado: ‘Yo te he perdonado toda la deuda porque me lo has rogado. ¿No deberías también tú tener piedad de tu compañero, así como yo he tenido piedad de ti?’”.

El Papa observó que “quien ha experimentado la alegría, la paz y la libertad interior que viene de ser perdonado, puede abrirse a su vez a la posibilidad de perdonar”.

Recordó también como en el Padrenuestro se pide: “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

“El perdón de Dios es el signo de su desbordante amor por cada uno de nosotros; es el amor que nos deja libres para que nos alejemos, como el hijo pródigo, pero que espera cada día nuestro regreso; es el amor del pastor por la oveja perdida; es la ternura que acoge a cada pecador que llama a su puerta”.

“El Padre celeste está lleno de amor y quiere ofrecérnoslo, pero no lo puede hacer si cerramos nuestro corazón al amor por los otros”, concluyó.

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 17 SEPTIEMBRE


Los cinco minutos de María
Setiembre 17




Quien se precie de amar a María, debe acudir a “su escuela” para aprender a orar. Ella, la Virgen orante, es la Maestra ideal que podrá enseñarnos estas celestiales lecciones de hablar con nuestro Padre y de escucharlo con atención.

María vivía abierta a lo infinito, atenta a descubrir los planes de Dios, para acogerlos y realizarlos; vivía escuchando a Dios.
Ser cristiano no es sino convertirse en una honda y plena respuesta a la voz del Señor.

Nuestra Señora del encuentro, que yo me encuentre con el Señor y viva siempre junto a Él.


* P. Alfonso Milagro